El artífice del grupo heroico o suicida que
había trabajado en Barraca Sola y sus áreas colindantes ya estaba listo, y
también su compañera sentimental. Tenían que estar en el Castillo Real a media
mañana y asistir a ese misterioso encuentro con la soberana del reino insular.
Por más que durante los últimos días estuvieron preguntando a ese respecto,
unas veces con más discreción que otras, no obtuvieron respuesta alguna acerca
de ese motivo concreto, de manera que solo podían hacer conjeturas más o menos
vagas. Al menos, era una incógnita absoluta para el originario de Las Heras, y
para su trío de amigos (y compañeros de copas), dado que a las hermanas de aura
lila, a la Consejera de Salud y Asuntos Médicos del reino y a la princesa
Elvia, que había vuelto a Insulandia en los últimos minutos de la Gran
Catástrofe, y después de haber finalizado su misión diplomática; la propia
reina Lili les había pedido que actuaran como escoltas de Eduardo, Kevin, Lursi
y Oliverio en esa reunión, de la que también formarían parte activa la
Consejera de Desarrollo Comunitario y Social, Lía, y el jefe de la Guardia Real
insular. Como cualquiera otra persona en la capital – en todo el país… en todo
el continente… – Eduardo e Isabel habían pasado las últimas jornadas trabajando
a sol y a sombra en las restauraciones de su casa, dando prioridad a las que
eran más urgentes. En La Fragua, 5-16-7 las tejas destruidas y vidrios rotos
habían sido reemplazados por material nuevo, de producción relativamente
reciente, el techo arreglado de extremo a extremo, la puerta que unía la sala
principal con la cocina-comedor diario reinstalada en su lugar, donde tuvieron
que cambiar una de las bisagras, y cada uno de los escombros dispersos en los
pasillos y los ambientes removidos y, de acuerdo a sus materiales componentes y
nivel de daños, destruidos o enviados a una planta TCD para que los reciclaran.
Al mismo tiempo, había destrozos que, al menos en el corto o muy corto plazo,
no podrían recuperarse. Ambos residentes habían calculado en unos treinta y
siete mil trescientos setenta y cinco soles (el signo monetario de las hadas en
todo el planeta) lograr la reconstrucción y recuperación completas de su casa,
que no insumirían menos de un mes.
Ergo, estarían ocupados hasta fines de Abril.
_¿Para qué nos querrá ver la reina Lili? – se
preguntó otra vez, en voz alta, Eduardo, echándole un vistazo a una serie de
goteras que él y su compañera sentimental habían tapado el día anterior. Era
algo provisorio, hasta que pudieran comprar los materiales para hacer el
arreglo definitivo. No había llovido en estos días y tan solo unas pocas nubes blancas
habían aparecido en la inmensidad celeste –. Me crucé con ella al menos una
decena de veces desde el fin de la Gran Catástrofe y cada vez que le estuve por
preguntar acerca del motivo de la reunión planeada para hoy en el castillo
cambiaba rápidamente el tema de conversación y se hacía la distraída.
Sentado al pie de su lado de la cama, se
acomodaba los lustrosos zapatos que hacían juego con el traje especial,
continuando con la observación del entorno. Ese dormitorio hoy compartido –
hasta hace dos días, exclusivo de Isabel – no había quedado al margen de los
embates de la destructiva inclemencia, aunque para mucha o toda la fortuna de
sus ocupantes no resultaron graves. Esos daños en el dormitorio no habían ido
más allá de algún que otro manchón en las paredes, allí donde se filtrara el
agua y de esta quedara estancada una cantidad ínfima, y esos dos tríos de
goteras en el techo. Solucionados ya esos daños menores, restaba que le dieran
una nueva capa de pintura al dormitorio como un todo, principalmente a las
paredes, algo que estaba pendiente aún desde antes de la catástrofe natural. El
arqueólogo no era ni siquiera amigo de usar traje ni zapatos, y jamás había
demostrado un mínimo de interés en ocultarlo ni disimularlo. La indumentaria
seleccionada era un pantalón de vestir, negro, y una camisa de mangas largas
con cuello cerrado de color azul marino, con cuatro botones al frente, una capa
con capucha del mismo tono de ese color, anudada al cuello y los hombros, y los
zapatos, que hacían juego con el pantalón. Llevaba también su ya acostumbrado
reloj de oro, antes perteneciente al progenitor de su novia, en el bolsillo de
la camisa cuya cadenita estaba sujeta al cinturón, un pin plateado en el pecho
de la prenda superior, del lado derecho, con los colores y la forma del escudo
patrio de Insulandia, y una cinta en la muñeca izquierda que representaba la bandera del reino. Esas
eran prendas cien por ciento masculinas que las hadas le obsequiaran cuando aún
estaba sin conocimiento.
_En mi caso, solamente una posibilidad, pero
con respecto al tuyo no tengo ni la menos idea – aseguró el hada. Estaba
sentada sobre la cómoda y, como fácilmente pudo apreciar su compañero, era el
polo opuesto en ese sentido. Isabel pertenecía a aquella clase de seres
feéricos que amaba, y bajo ningún concepto dejaba escapar la oportunidad de hacerlo,
usar la vestimenta y el calzado más tradicionales en cualquier tipo de evento.
Lo hacía particularmente en las regulares reuniones que sostenían los altos
directivos y personal en el Museo Real de Arqueología. Era parte además, había
informado en su momento la hija mayor de Wilson e Iulí, de ser un hada de la
belleza: lucir hermosa constantemente – ayer a la tarde estuve hablando con
algunos funcionarios de rango medio y alto, a propósito de las reparaciones en
un conjunto de oficinas del MRA en el Castillo Real, y aseguraron que tampoco
tienen idea. Kevin, Oliverio y Lursi también ignoran el motivo de la reunión, y
mi hermana, la princesa Elvia y Nadia están en la misma situación que yo. Si,
la heredera al trono también – se anticipó Isabel a las posibles reacciones de
su novio – y eso cuando menos es extraño. Ella no solo es la futura reina de
Insulandia, sino también una funcionaria de la jerarquía más alta, y
generalmente conoce todo lo que pasa en el poder político.
_Será porque es la compañera formal de
Oliverio., sugirió el arqueólogo, terminando al fin de arreglarse, aun sin
comprender la necesidad de llevar la capa con capucha y la cinta en la muñeca.
_Puede ser. Pero la reina Lili hizo mención
ayer, con la salida de los primeros rayos solares, sobre que quienes tenían, o
tienen, que estar presentes son nuestros amigos y vos – dijo el hada, que también
había terminado de prepararse. Llevaba un vestido casi idéntico al que usara en
la ceremonia del otoño, solo que de otros colores, y también tenía una capa con
capucha, la suya lila –. No entiendo, mejor dicho no comprendo, cual es la
razón para que estemos presentes las chicas y yo como sus escoltas. Salvo que
eso se deba a que Elvia es la Consejera de Cultura, Nadia y Cristal, que son
médicas, podrían hacer falta, ya que ustedes cuatro todavía no se recuperaron
del todo, y yo soy la compañera de amores del único ser inteligente no
elemental que vive en este planeta. Nadia, además, es también una funcionaria
de alta jerarquía.
_O por el solo hecho de que son nuestras
compañeras sentimentales y formales – agregó Eduardo, poniéndose de pie,
extendiendo los brazos para acomodarse las mangas y cerciorándose de no dejar
olvidados en el dormitorio los cigarrillos y el puñado de soles –. Ese es otro
de los aspectos compartidos entre las dos razas, la feérica y la humana, en
parte por la transculturación y en parte por la simultaneidad. Se supone que en
una pareja, ya sea en los tiempos durante el noviazgo o el matrimonio, uno de
los componentes tiene la obligación irrenunciable de permanecer al lado del
otro en cualquier circunstancia, sin importar si aquella es buena o mala. Esa
es una de las maneras en que se pone de manifiesto el amor de verdad, el que un
hombre siente por una mujer, o una mujer por un hombre – y le preguntó –. ¿Nos
vamos ya, Isabel?; yo ya estoy listo.
En su momento, había pensado en la palabra “simultaneidad”
ante el vacío al no poder hallar otra que fuera tanto o más adecuada. Con ella
hacía referencia a los aspectos que eran comunes a las dos especies, desarrollados
por amas al unísono o en primer lugar por las hadas, ya fuera que estar
hubiesen usado el Espectador, o no, para observar el comportamiento y la
conducta de los seres humanos, como grupos o individuos.
_De acuerdo, vamos; yo también estoy lista – convino
Isabel, tomando con la diestra la mano izquierda que había extendido Eduardo.
Pensaba en la raza humana con un cierto grado de detenimiento, o de atención. Lo
venía haciendo desde que a comienzos del año ocurriera la anomalía en el
espacio y el tiempo, instante en que su colega hiciera su ingreso al planeta de
los seres elementales y l sociedad feérica – Que sociedades tan cambiantes y
complejas forman los individuos de tu especie, Eduardo. Con razón a las hadas
nos resulta tan complicado el hecho de lograr una convivencia armónica entre la
transculturación y… ¿cómo la llamaste vos?... ah, si, ya me acordé; la
simultaneidad. No nos es sencillo.
_Si, se nota que les cuesta lograrla.,
ironizó su compañero sentimental, acompañando la ironía con una sonrisa
burlona, trasladando sus pensamientos y su mente a una lista que había estado
escribiendo, tras su despertar a inicios de Marzo.
Era eso, había Eduardo reconocido en ese
momento, al darse cuenta del lugar en que se encontraba, lo que debía hacer sin
pérdida de tiempo, si sus deseos e intenciones eran adaptarse con celeridad a
su nuevo (e inadvertido) hogar y comprender a la sociedad feérica y su idiosincrasia.
_No te podés guiar únicamente por esa lista
que estuviste escribiendo desde esa tarde hasta anoche – le aconsejó la dama,
en tanto abandonaban el dormitorio. Ya la había leído, y aunque la encontraba
interesante e instructiva… –. No discuto la utilidad tan grande que tuvo, tiene
y va a tener, pero solo constituye una parte de lo que estás buscando, que es
la adaptación y la integración.
_¿Te parece?.
_No me parece, estoy convencida de eso.
Tendrías que ir al Castillo Real uno de estos días. La biblioteca allí tiene
miles de libros, enciclopedias y eso. Para ser exacta, son ciento cincuenta y
nueve mil trescientos setenta y un volúmenes agrupados en varias categorías o
rubros, que también te podrían servir – indicó su novia – Pero eso que quede
para otro momento. Esperan nuestra presencia en el castillo para quien sabe qué
cosa.
_Ayer supe que habían empezado la
construcción de un edificio propio para la biblioteca, en el barrio Villa
Rossa. Sostiene que por esa cantidad y todo lo demás el espacio que ocupan en
el castillo les resulta insuficiente., recordó Eduardo.
_Si, yo también lo escuché – dijo Isabel –.
De hecho, van a mudar toda la biblioteca allí cuando l sobras lleguen a su
término. Sostienen que eso va a pasar en la segunda o la tercera semana de
Febrero del año que viene.
Y dejaron el dormitorio.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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