Era un lugar que contrastaba, y por mucho,
con los pasadizos y otras recámaras subterráneas que el experto en arqueología
submarina había visitado o conocido. Era todavía más paquete que el ambiente
junto al acceso que hubieron de usar el y su novia. El techo y las paredes
estaban talladas de manera tal, con tanta precisión, con tanto talento, que
asemejaban a ladrillos pulcramente apilados, sin ninguna imperfección en el
tallado, y eran de múltiples colores y múltiples tonalidades. Ello se debía a
que en el techo y las paredes había una serie de pinturas y murales igual de
magníficos que mostraban a las hadas interactuando con las demás especies del
reino elemental en situaciones de las más diversas – trabajando, descansando,
jugando, practicando deportes, durmiendo… – y todas eran representaciones
artísticas que las mostraban en nutridos grupos familiares, de amigos, de
vecinos y de compañeros de trabajo. En todas las muestras reinaba un clima
distendido y alegre. En el centro del salón estaba la mesa circular (“El
círculo es el símbolo de la igualdad por excelencia para las hadas”, dijo
Isabel a Eduardo) hecha con madera de roble, una joya salida del Mercado
Central de Maderas y Muebles, de dos metros de circunferencia, y la media
catorcena de sillas, de igual procedencia, dispuestas en torno a ella. Alumbraban
al bello y decorado salón de té un cuarto de centena de velones desparramados
en las paredes, a la misma altura desde el suelo, una araña de siete brazos en
el techo y un par de candelabros, de dos cada uno, en la mesa. Estaban ardiendo
y arrojando las sombras treinta y seis piezas en total.
El grupo de cinco rodeó la mesa.
_¿Por qué no esperamos un momento antes de
empezar? – propuso Iris a los otros cuatro, ocupando una de las sillas. Esta
apenas hubo de moverse y apenas se escuchó un debilísimo rumor al sentarse el
alma solitaria, cruzando las piernas y apoyando las manos sobre el borde de la
mesa. Estaba alegre por tener compañía – Cristal y su compañero de amores ya
deben de estar por llegar… tal vez en cinco minutos o seis, no más que eso.
Eduardo, Isabel, Wilson e Iulí aceptaron.
_Las reuniones de un grupo familiar, una de
las maravillas de cualquier sociedad. Y que bueno que eso aplica también a los
seres feéricos – se alegró el arqueólogo, en un inesperado brote de melancolía,
mientras miraba hacia arriba. Le echaba un vistazo a la lujosa y decorada araña
de bronce – En el lugar del que provengo, esa costumbre se encuentra en un
lento retroceso, en vez de ir hacia adelante, y eso es una verdadera pena. Tal
vez sea otro de los factores que están contribuyendo a la involución de la raza
humana. No hablo del grupo solamente compuesto por el marido, la mujer y los
hijos, sino de toda la familia. Se de buena fuente que hay grupos cuyos componentes
se reúnen nada más que para las festividades, en la última semana del mes de Diciembre
y la primera de Enero. Yo sostengo que eso no es bueno – lamentaba que las cosa
fueran así –. ¿Cómo es posible que existan personas como esas, que solo se
acuerdan que forman una…?.
_Depende
de que se entienda por familia – lo interrumpió Wilson, ocupando una silla a la
izquierda de su eterna compañera. Apenas hubo de oírse el rumor – Se podría
decir que Iris, Iulí y yo somos los únicos en nuestro tipo en el reino de
Insulandia. Lo somos, de hecho. Almas solitarias. Permanecemos juntos la mayor
parte del día, dentro de este banco y fuera de el, por no decir todo el día, y
estamos tan unidos que sería una auténtica torpeza por parte de cualquiera de
los tres, o de todos, no considerarnos como un grupo familiar. Uno simbólico en
este caso. Y sabemos que las otras almas solitarias piensan de esa forma, al
menos las que viven juntas. Hay un grupo de tres en el norte del continente
florentino y otras dos, que en vida fueron padre e hijo, en Alba del Este.
_la familia siempre primero., interpretó el
novio de Isabel.
_Exacto – afirmó Iulí, compartiendo esas
palabras. Daba la impresión de que solamente por esa frase había aumentado la
confianza que ya le tenía a Eduardo – Y el día en que haya otro u otra como
nosotros, si es que eso alguna vez llega a ocurrir, lo vamos a integrar a
nuestro grupo sin pérdida de tiempo. Sería una falta y un error grave el no
hacerlo.
_¿Qué es lo que las hadas necesitan para
llevar a la práctica una técnica tan complicada, que no conocen si alguna vez
se pudo completar con éxito?, ¿cómo logran que se separe un alma del cuerpo?.,
inquirió el oriundo de Las Heras, intrigado.
Seguía pensando en la inviabilidad de esa
técnica.
_Necesitamos poder, y mucho – empezó a
explicar el eterno compañero de amores de Iulí –. Se requiere haber sido
tremendamente poderoso en vida, por lo menos, para hacer el intento, intentar
algo que tuno ayer y tiene hoy enormes posibilidades de salir mal, además de otras
cosas. Pero es a causa del poder que me da vergüenza hablar del instante en que
esta preciosura de mujer y yo – Iulí se sintió halagada, y sus mejillas
adquirieron el tono oscuro que momentos antes adquirieran las mejillas de Iris –
Nos transformamos en almas solitarias. Miralo de esta manera – le pidió a
Eduardo, que lo representó en su mente –. Un par de seres feéricos que tiene
tanto poder son prácticamente invulnerables, y sin embargo caen víctimas de una
adversa condición atmosférica que provoca que sus cuerpos queden hechos
pedacitos. ¡Un auténtico desperdicio!.
_Igual que Iulí y yo – planteó la antigua
hada de los sentidos, que miró a la cara al compañero sentimental de Isabel,
para llamar su atención, y dijo –. Supongamos que al poder de los seres
feéricos se lo puede ubicar, o encasillar, en una escala numerada que vaya
desde el cero hasta el noventa y nueve – el experto en arqueología submarina ya
escuchaba con atención – y en esa escala numerada se encuadra el poder y la
energía vital de todas y cada una de las hadas. Ese valor numérico aumenta a
medida que crecemos en mente, edad, experiencia y conocimientos. En mi caso
llegué a tener tres veces y cuarto esa cantidad. Trescientos treinta. Fueron
tales mi poder y mi energía vital que
gracias a eso pude compensar las heridas y los daños que había sufrido con el transcurso
de esos veintiocho años. Eso y lo ultradesarrollados que estaban todos mis
sentidos, se convirtieron en mis principales armas. Por eso además soy un caso
atípico aun entre las almas solitarias.
_El caso de Iulí y el mío también fueron
excepcionales y superaron el valor promedio. Iris ilustró ese poder con una escala,
pero no tenemos como conocer esos valores. Lo que sabemos, o calculamos, es
instintivo – agregó el alma solitaria del sexo masculino – Yo representaba el
fuego, y eso de por si representó una gran ayuda- Desafortunadamente, no me
resultó eso de utilidad cuando… bueno, en ese fatídico día. Fue un desperdicio
y una lástima.
_¿Y el tuyo, Iulí? – llamó el licenciado en
arqueología, consciente plenamente de que esta era una reunión por demás
atípica. No solo por la naturaleza de la media decena de intervinientes, sino
también por el encuentro en si y la ocasión. Era atípica, pero la estaba
disfrutando –. ¿Cuál era tu especialidad?, ¿en qué eras experta?.
_En romperle las pelotas al marido cuando
este estaba descansando., informó el padre de Isabel y cristal.
_¡Wilson!.
_¡Perdón! – se disculpó rápidamente su eterno
compañero, acompañando esa disculpa con un beso (¿?) en la mejilla izquierda de
Iulí, uno fugaz. Esa era una de las demostraciones de amor que el experto en arqueología
submarina había “importado” desde la Tierra, desconocida casi en su totalidad
por los seres feéricos. Los habían visto anoche, en el parque La Bonita, cuando
Eduardo besaba a Isabel. Como reacción a la grosería, Iulí, su hija mayor e
Iris se escandalizaron y el arqueólogo, comprendiendo que los insultos fueran
más habituales entre los hombres en esta especie, rió por lo bajo –. Tu futura
suegra, y esto no es un misterio, representaba la belleza. Sigue siendo tan linda
como el día en que la conocí. Me acuerdo que cuando tuvimos dieciséis años,
había usado sus encantos naturales para conquistarme.
Hubiera dicho “sus dos encantos naturales “ –
¿dónde estaría mirando?, ¿más debajo del cuello de Iulí, tal vez? –, pero prefirió
conservar para si ese pensamiento… y lo estaba disfrutando.
_Y esta belleza hizo lo mismo conmigo.,
añadió Eduardo.
Ambos hombres demostraron, Wilson lo hizo una
vez más, el agradecimiento y la conformidad por ello con sendos besos de
enamorados a Iulí e Isabel. Madre e hija soltaron una risita.
Repentinamente, incorporándose lenta y
educadamente de su asiento, iris anunció al cuarteto:
_Cristal y su compañero de amores ya
corrieron el bloque de concreto en el acceso secundario, el novio lo hizo, y
empezaron a caminar por el túnel – había alegría en sus delicadas facciones,
una señal evidente ante la perspectiva de compartir la mesa con otras dos
personas. Las almas solitarias tenían la capacidad de saber cuando alguien
corría alguno de esos pesados bloques –. Si me disculpan un momento, los voy a
buscar y traer acá.
_Pero no vayas a tardar, por favor – le pidió
Eduardo, acompañando dicho pedido con un gesto manual – porque tanto Wilson
como yo – al alma solitaria del sexo masculino convino esas palabras,
efectuando un movimiento con la cabeza de arriba hacia abajo, porque había
adivinado lo que estaba por decir el novio de su hija mayor – estamos completamente
de acuerdo con que en este salón de té las mujeres hermosas son muy escasas. Y
no van a haberlas no bien te hayas marchado.
Iulí e Isabel gruñeron.
_¡Ay!., exclamó Wilson.
_¡Ay!., exclamó Eduardo.
Iris, entre risas, abandonó el salón.
Antes de que se hubieran cumplido los diez
minutos desde su partida, la antigua hada malvada estuvo de regreso en la
recámara, atravesando el techo y la araña de siete brazos, y poco después hizo
su aparición Cristal,d el brazo de un individuo del sexo masculino que tenía la
altura aproximada de un metro con setenta y cinco centímetros, le piel apenas
más oscura que la de su flamante compañera de amores y sin ningún rastro de
cabello, barba, patillas ni bigote. Tenía ojos oscuros, un aura de color rojo
sangre y, como Eduardo, Isabel y Cristal, llevaba calzado e indumentaria
informales. Llevaba una mochila como equipaje, que depositó junto a una de las
sillas vacías.
_¡Hola – saludó efusivamente a todos, con la
mano derecha en alto y visiblemente emocionado. Se dirigió entonces en vista y
palabras al experto en arqueología submarina y, confirmando el postulado que
ambos compartían, elaborado con la aparición del Sol esta mañana, añadió –.
Nosotros estábamos en lo cierto, Eduardo. Gracias a este par de preciosuras
estamos quedando ante todo el mundo como héroes en la Ciudad Del Sol. Tenemos
que celebrar de alguna manera – introdujo una mano en un bolsillo lateral de la
mochila y extrajo una petaca… que de seguro no contenía agua –; ¿con esto, tal
vez?.
_¡Ginebra, excelente!., se emocionó Eduardo,
enfocando los ojos y leyendo en la etiqueta el logotipo y el nombre de la compañía
productora.
Eran pocas las oportunidades en que
demostraba Wilson tanta nostalgia.
Esta hubo de ser, evidentemente, una de
ellas, y el oriundo de Las Heras reconoció que pudo haber dado el primer paso
en falso en la tierra de las hadas, al efectuar esa demostración de efusividad
creyó haber ejercido influencia en la nostálgica y melancólica expresión que su
futuro suegro adoptara, quien, ya había dicho y aclarado, era amante de esa
bebida alcohólica o lo había sido. Sin embargo, ese gesto no apreció molestar a
Wilson – las circunstancias justificaban a Eduardo –, aunque tal manifiesto no
tranquilizó al novio de Isabel.
_Hola, Kevin – fue el saludo de Iulí, con
otra sonrisa –. Por casualidad, ¿no están olvidando algo, Eduardo t vos?. En tu
caso, arrimarle una silla a tu compañera de amores y…
_¡Que descuido el mío, sepan disculparme! –
lamentó Kevin, aunque no pareció que al cuarteto de mujeres, su novia incluida,
le importara –. No se va a repetir, va mi palabra en eso. ¿Es el té que están ofreciendo, tal vez? –
inquirió – Eso tiene solución, de manera que a no preocuparse. Seguro que con
dos o tres gotitas de esta maravilla, por qué no cuatro, en cada taza va a
alcanzar. Si en mi caso, no se en el de ustedes tres.
Era una situación que estaba invitando a la
comedia.
_¡Dúo de borrachines!., protestaron al mismo
tiempo las hermanas de aura lila y las almas solitarias femeninas, gruñendo y
adoptando diferentes posturas, a lo que los hombres sonrieron.
A las mujeres, en realidad, no les importaba
demasiado.
Pensaban que la mejor manera de arrancar la
reunión familiar era con una dosis de humor. Así que allí estaban los cuatro, combinación
de fingidos y leves gruñidos con sonrisas bastante alegres, y el par de hombres
junto al alma solitaria masculina, también convencidos de lo beneficioso que
les resultaría el humor ene se momento, para crear y mantener una atmósfera de armonía
y felicidad, además de fraternidad. Incluso uno de los preceptos de las hadas,
del grupo de los espirituales, indicaba “La risa, sino el mejor de todos, puede
ser uno de los mejores alimentos para fortalecer el alma”.
_Y si eso no resultara suficiente, nuestros
compañeros sentimentales nos siguen viendo como trofeos obtenidos en alguna competencia
– agregó Cristal, entre sonrisas y gruñidos, en tanto terminaba de ocupar l
silla que le había acercado Kevin, con toda la delicadeza que caracterizaba a
las mujeres feéricas –. ¿Cuándo se conocieron ustedes dos?.
_Hoy por la mañana, bien temprano – comunicó
Eduardo, soplando aire a su taza, para enfriar el té. En otras tres de las
sillas, Cristal, Kevin e Isabel hicieron lo mismo –, pocos minutos antes de que
empezara la jornada que Isabel y yo planeamos para hoy. Coincidimos en interceptar
a una vendedora de cigarrillos que pasaba por allí en ese momento, después que
el hubiera llegado a tu casa – miró a su futura cuñada – y yo preparaba la
bicicleta. En lo que Isabel demoraba en salir, pensé, voy a hacer sociales con
uno de los habitante de la ciudad y…
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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