Luces de color turquesa se elevaron por sobre
las copas para formar a gran altura, al norte de la posición en las que los
cuatro hombres se hallaban debatiendo acerca de que (nueva) dirección tomar, la
frase:
“Necesito ayuda; ¿pueden venir a buscarme?”
Instintivamente, Kevin “contestó”:
“De acuerdo, vamos en camino”
La más que precaria observación le resultó
suficiente al cuarteto para situar el pedido de socorro en unos cuatrocientos
metros al norte, dentro del barrio Arroyo Brillante, y Eduardo, Oliverio, Lursi
y Kevin, pegando un giro de ciento ochenta grados (el jefe de IO con cierta
dificultad adicional, siendo su momento para cargar la bolsa con los objetos
recuperados, cuyo peso había ido en ascenso, sobre un hombro, y sosteniéndola
con ambas manos), empezaron a moverse tan rápido como podían hacia ese punto
cardinal, chapoteando entre el agua, el barro, las ramas y otros obstáculos diseminados
en el suelo, en lo que fue un trayecto para nada carente de contratiempos. La caída
de una mampostería en un comercio de compra y venta de papeles, que los hizo
detenerse en seco para no quedar aplastados (¿y fallecer?) bajo ella e
imposibilitados hasta que alguien pasara por allí, el traspié del autor
intelectual de la salida, que cayó sentado después de tropezar con una rama, y
anduvo alrededor de cien metros caminando aún más despacio y con dificultad; el
estallido de un vidrio en centenares de fragmentos en el momento en que el
compañero sentimental de la princesa heredera (y futuro rey de Insulandia) se
apoyara contra el para recuperarse de un calambre en el pie; el segundo al
mando del Consejo SAM, que por poco no había ido a parar con todos los objetos
sólidos y el agua a un enorme orificio rectangular que era uno de los puntos de
acceso, una boca de tormenta, a la red laberíntica de drenajes y desagües, y el
jefe del Mercado Central de las Artesanías, ileso de casualidad después del
derrumbe de un poste metálico y la caída de un rayo que hizo impacto en un
árbol a escasa distancia de el, barriendo, literalmente, con numerosas hojas y
ramas que se dispersaron en los alrededores. Para hacer peor la situación,
cuando estuvieron a escasos metros del punto desde el que se proyectaran las
luces turquesas, los hombres detectaron a un par de seres feéricos volando bajo
y lento, ambos con las alas atrofiadas y dando leves tumbos, de manera que el
cuarteto decidió separarse. Lursi y Oliverio se elevaron hasta alcanzar al par
de hadas en dificultades, proyectando las palabras con los colores azul
eléctrico y gris perla, del mismo modo que las hermanas de aura lila lo
hicieran en Barraca Sola, anunciando que las llevarían al Hospital Real, en
Plaza Central, la única instalación médica en la capital insular que aún tenía
espacio disponible, que ellos supieran.
_Siguen
los problemas, por lo que estoy viendo., reparó el oriundo de Las Heras, una
vez que el y el artesano-escultor hubieron de llegar al lugar desde el que se
había emitido esa señal de socorro, y analizado lo que tenían frente a si.
Era una vivienda poligonal (un polígono de
catorce lados formaba el cuerpo principal, algo que ayudaba a resistir ciertos
embates naturales) y el acceso a la sala principal estaba completamente
obstruido, lo que sin dudas representaba un problema mayúsculo por donde se lo
mirara. Ambos hombres ya experimentaban el agotamiento físico y el cansancio,
por la extenuante tarea que estaban llevando a cabo, y el estado en que se
encontraba la fachada de la estructura era alarmante y nada favorable.
_No lo creo – discrepó el compañero
sentimental de Cristal, mirando la fachada de la casa de un extremo a otro y de
arriba hacia abajo, volviendo a repetir otras dos veces ese esquema –. Entrar va
a ser sencillo. Cuando mucho algún que otro raspón y nada más. Allí adentro hay
al menos un hada atrapada y no estoy escuchando su vos. ¿Por qué no vas a
comprobar, mejor dicho a averiguar, que es lo que está pasando?... y cuidado
con tus pasos, porque la estructura podría venirse abajo y colapsar. Es un buen
inicio saber que la sala, el taller-almacén y la cocina están desocupados. Yo
puedo con esto –aseguró –, porque estuve removiendo o reubicando obstáculos y
troncos todo el tiempo, o casi todo, desde que dejamos la casa de Isabel. No va
a ser algo del otro mundo.
_¿Seguro?., insistió Eduardo.
_Seguro – insistió Kevin – Además, vas a
poder vos solo también. Cristal e Isabel me contaron que avanzaste bastante en
muy poco tiempo en eso de usar las aplicaciones prácticas más básicas, algunas
de ellas, a tu energía vital. No, no me preguntes como ni donde aprendiste a
hacer tal cosa, de manera que no me preguntes – Eduardo se pudo ahorrar la
pregunta, para la que las hermanas tampoco tenían una respuesta – Supongo que la
reina Lili lo va a poder explicar… o cualquiera de los libros en la Biblioteca
Real. Y no te preocupes por las cosas que encontramos en el camino, porque eso
está ahora en un segundo plano – añadió, anticipándose a las palabras de su
amigo – Allí hay un hada en dificultades, y eso es mucho más importante que la
bolsa con todos los objetos recuperados.
_Eso es cierto, porque las vidas son más
valiosas y no se pueden recuperar. Suerte con los obstáculos., le deseó el
experto en arqueología submarina a su amigo, en tanto ingresaba a la vivienda
poligonal, moviendo un tablón de madera y un par de ramas.
En la sala principal vio un caos absoluto.
Cada uno de los muebles había sido alcanzado de
una manera o de otra por la gravísima catástrofe natural, principalmente por la
crecida intempestiva de un arroyo cercano y su desborde, y muchas de las
artesanías y otros objetos decorativos que engalanaban las paredes, antes expuestos
en paquetas estanterías y vitrinas, estaban ahora estropeados en el suelo,
navegando en el agua estancada con los demás escombros. “Mejor dejo eso para
otro momento, uno que sea menos urgente” – pensó el arqueólogo, avanzando con
cuidado –, “porque una vida corre peligro”. Recorrió los ambientes como pudo,
no sin llevarse sorpresas y resultando herido, la decimoquinta herida desde que
dejara la casa de Isabel, al pisar un trozo de vidrio mientas intentaba sortear
un obstáculo. La sala principal, la cocina-comedor diario y el taller-almacén
(ambientes frontales en este tipo de viviendas), como viera desde el exterior,
harían imposible la supervivencia en esas condiciones. Goteras numerosas
enviaban agua hacia abajo, había aproximadamente quince centímetros de ella
estancados en cada espacio, por muy poco no fue Eduardo aplastado por un
alacena que contenía herramientas cuando estuvo comprobando que no hubiera
alguien atrapado en el taller-almacén, ramas de diverso peso y tamaños por un lado
y parte de la pared por otro habían convertido a la cocina-comedor diario, y
también al cuarto de baño, en dos ambientes prácticamente perdidos. El
guardarropa y los pasillos estaban en una condición por poco idéntica a la del
resto de la vivienda y uno de los dormitorios, el secundario, podría hallarse
en excelentes condiciones, sino fuera por los manchones oscuros en el techo y
las paredes. No había que ser un privilegiado intelectual para darse cuenta de
que no habría nada que hacer por esta casa, pues colapsaría de un momento a
otro, y que el hada atrapada se encontraba en el único ambiente que quedaba por
registrar, la habitación principal.
Esperaba no haber llegado tarde.
_¡Llegó la ayuda!., exclamó, apoyando la
cabeza contra la pared, para captar sonidos y voces, y consciente de que era la
oportunidad para demostrar su valía actuando sin ayuda.
La puerta estaba trabada.
Eso generaba complicación y esfuerzos adicionales.
Eduardo tendría que romperla para entrar.
_Dale sin miedo a la puerta y rompela, sino
queda otro recurso. Ella puede recuperarse, pero yo no… no del todo., indicó
desde dentro del dormitorio una voz femenina que sonaba particularmente
atemorizada y fatigada.
El arqueólogo hizo un rápido análisis de la
situación antes de proceder, aun sabiendo que no disponía de mucho tiempo.
Escuchaba la onomatopeya “chap-chap” cuando desplazaba la postura y movía los
pies. La puerta estaba fabricada con madera de roble y las bisagras y el
picaporte eran de acero – la idea era que sobreviviera al paso del tiempo – y eso
equivaldría indefectiblemente a dañarse el hombro. Pero no importaba, si con
ello conseguía evitar la pérdida de una vida.
Después se preocuparía por su hombro.
_¿Estás segura de eso? – le preguntó Eduardo,
que buscaba uno o más puntos débiles en la estructura. Allí aplicaría la
fuerza. No había, el no las veía, fuentes de iluminación en la habitación, a excepción
del resplandor generado por el aura que emanaba el hada, de color turquesa –. ¿Se
puede abrir desde el interior?, ¿podrías intentarlo?.
_No solo intentarlo, sino también hacerlo. Lo
teórico y lo práctico. Pero el caso es que no quiero hacer una cosa ni la otra,
porque entonces habría dos vidas en peligro, y no una sola. O tres,
incluyéndote. Además, estoy en una posición y unas situaciones bastante
incómodas – aseguró el hada de aura turquesa, con un tono de voz que denotaba
temor. Pero era uno distinto. Diferente a cualquiera que Eduardo hubiera
detectado antes en los seres feéricos. Esta mujer estaba preocupada y temía por
algo que iba más allá de su propia vida – Te aseguro que voy a correr un
peligro mayor si me muevo, y este dormitorio es un desastre. Esa es solo una
puerta, Eduardo, una de madera. Y la madera existe en abundancia en este
planeta. Dale a la bisagra intermedia. La fuerza allí es menor. ¿Podés?.
_Claro que puedo, no desesperes ni asustes.
En un segundo voy a estar allí – “Un momento”, remarcó en su mente el compañero
sentimental de Isabel, con curiosidad – Pronunciaste mi nombre. ¿De dónde nos
conocemos nosotros?.
Y se frotó el codo izquierdo, para darse
confianza.
Dio el primer golpe y la bisagra intermedia
se desenganchó del marco. En efecto, ese era el punto más débil de la puerta.
_Porque te vi en la plaza central formando
parte de los calificadores del concurso de baile de vals, en la ceremonia del
otoño – informó el hada de aura turquesa –. Y aunque no hubiera sido así…
bueno, Isabel no habló de otra cosa desde que te encontró en esa cabaña en l
costa hasta que llegó el día de tu despertar. Estuvo como en las nubes, y lo
sigue estando – Eduardo sonrió y sopló aire a sus nudillos –. Por circunstancias
que ya vas a ver no pude ir con ella y las chicas ese día a la playa. Todos los
habitantes de la Ciudad Del Sol, yo diría de todo el país, te conocen de una
forma o de otra.
_¡Que bien, soy famoso! – celebró Eduardo –.
Voy a entrar.
_Adelante.
Y lo hizo con un segundo y último golpe.
Situación complicada., Si, bien complicada.
De eso no había dudas.
Caso atípico y complicado.
Ni uno solo siquiera de los conocimientos que
el originario de Las Heras poseía sobre los seres feéricos, ni los
conocimientos o la experiencia que había ido adquiriendo en sus veinticuatro
años era de alguna utilidad para llevar a la práctica en la situación que ahora
estaba presenciando, aquello en lo que tendría que tomar parte irremediable y
voluntariamente. Una vez más, todos los factores estaban jugando en su contra:
una vela que había encontrado junto a la maltrecha ventana y la débil aura
turquesa del hada como sus únicas fuentes de iluminación (si es que la vela
servía), sin el instrumental ni los equipos apropiados, ni siquiera alguno que
se le aproximara un poco, un ambiente que distaba mucho, o todo, de der el
indicado, con condiciones de salubridad e higiene nada aptas, favorables ni
óptimas. Peor, el hada atrapada tenía un corte muy feo en el cuello, una mano
cubierta de sangre y un pie enroscado entre un manojo de sábanas.
_¿Hiciste esto alguna vez, Eduardo?., quiso
saber el hada, notando como el experto en arqueología submarina, su rescatador,
se estaba planteando en la mente como proceder.
Paradójicamente, la luz de otro relámpago
hizo más oscuro el panorama.
_Ahora que me acuerdo, si. SI, lo hice. Una
vez. No exactamente lo mismo, pero es la única experiencia que tengo, y data de
mis diecinueve años. Te voy a ayudar basándome en eso – rememoró Eduardo con
voz decidida, para darse confianza –. Era una vaca tan fea como ella sola,
gorda en extremo y con mal aliento.
_¡No se le dicen esas cosas a una dama!.,
protestó el hada en problemas, con un gruñido a medio reprimir.
Eduardo rió.
_Pero es que si se trataba de una vaca, de
esas que hacen “mu” y nos dan la leche, y en el lugar del que provengo las hay
en abundancia – aclaró el novio de Isabel con otra sonrisa, y el hada lo imitó,
pese a su delicada situación. Dos vidas dependían de lo que hiciera y como lo
hiciera. El tiempo apremiaba –. Ahora mismo te voy a ayudar.
_¿Que vas a hacer?.
_Lo mismo que desde ayer a la tarde.
_¿Qué?.
_Improvisar.
Un ser feérico del sexo femenino que no
aparentaba más de treinta años. Vaya uno a saber cuántos tenía realmente.
Estaba embarazada y a punto de dar a luz.
A excepción de aquel episodio con la vaca,
nada lo había preparado para algo como esto, pero se tenía que mover rápido,
sabiendo lo al borde de la cornisa que se encontraban las vidas tanto de la
madre como de su descendencia. Afuera de la vivienda, si bien estaba perdiendo
la fuerza y disminuyendo su ferocidad, la catástrofe natural continuaba
causando estragos de todo tipo en la capital insular, así como en todo el país e incluso en el continente. Oliverio y
Lursi se habían marchado al Hospital Real en Plaza Central, escoltando a un par
de seres feéricos en problemas, y Kevin estaba ocupado removiendo los
obstáculos en la fachada de esta vivienda poligonal, para facilitar la salida
de ella. El hada con aura turquesa mostraba serenidad, aun para su complejo
estado y habiendo soportado, así se lo hizo saber al arqueólogo, mientras este
improvisaba, alrededor de veintiuna horas dentro de ese dormitorio sin poder
abandonarlo, a el ni a la casa como un todo, de ellas diecisiete sin
conocimiento. Sobre su cama, en el extremo opuesto al de la cabecera, había
empacado unas pocas pertenencias en un bolso, totalmente convencida de lo
importante que era salir de allí e ir al Castillo Real – la reina Lili, por la
posición de la mujer embarazada, había ordenado que le dieran la mejor atención
en la sala médica del castillo, de este en el sector norte –, por su propia
seguridad y, más aún, por la de su bebé. Haciendo un esfuerzo, el hada de aura
turquesa recordó que su última visión
había sido la de uno de los seis brazos de una araña que colgaba del techo
golpeándola de lleno en la cabeza mientras tomaba un par de botellitas que
contenían medicamentos. Recuperó el conocimiento y descubrió que se encontraba
tumbada sobre la cama en una posición muy incómoda y en un ambiente tan caótico
cuyo par de accesos, uno al otro dormitorio y otro al pasillo, estaban
bloqueados.
_Lo ideal hubiera sido salir únicamente con
lo puesto de esta casa., opinó Eduardo cuando ella concluyó su relato,
remitiéndose a la información que el poseía sobre el sistema reproductivo de los
seres feéricos, que no era muy amplio, y lo que había aprendido desde que diera
inicio el mes de Marzo.
_Tal vez, pero este no es un caso como
cualquier otro.
El hada embarazada creyó justo, animada tal
vez por su relato anterior, hablarle al respecto al compañero de amores de
Isabel, pensando que era lo menos que podía hacer para compensar su voluntario
y solidario gesto, por más que Eduardo explicara (dijera) que ninguna clase de
recompensa era necesaria. Como el, Lía, así se llamaba el hada de aura
turquesa, no tenía a nadie en el mundo con respecto a familia directa y otros
lazos parentales. Era madre soltera – también los había entre los individuos de
esta sociedad – y su caso, sin lugar a dudad, ocuparía un lugar en los archivos
históricos y los anales de las hadas, siendo particularmente trascendente para
los textos de la Dirección de Identidades y el Consejo de Salud y Asuntos
Médicos, porque la vida que estaba a pocos minutos de llegar era uno de los
ciento cuatro casos documentados, desde el Primer Encuentro, de partenogénesis:
el desarrollo de un feto sin fertilización. Era uno de los más grandes misterios
que ni la medicina ni la ciencia habían podido aún resolver, y que desvelaba
incluso a las mentes más experimentadas. Lía, que tampoco tenía la respuesta,
vivía sola en esta vivienda poligonal y su sustento se ganaba siendo la
responsable máxima del Consejo de Desarrollo Comunitario y Social – DCS – del reino
de Insulandia, una posición dentro del poder político de la más alta jerarquía
que temporalmente estaba a cargo del segundo al mando, ya que Lía había
accedido a la licencia por maternidad, la cual abarcaba el mes previo al
nacimiento y un lapso de entre siete y treinta días posteriores al evento. El
arqueólogo no creyó prudente ni oportuno, recordando las palabras de su novia, preguntarle
a Lía como haría para suplir la ausencia del progenitor, o la inexistencia,
cuando llegara el momento de dar el bebé el fortalecimiento con el polvillo,
otrora parte de un organismo viviente, y la sangre de los padres.
“Además, es algo personal e íntimo”, pensó.
_¿En qué te quedaste pensando?., le preguntó
el hada, presintiendo que ya era tiempo.
_En el fo… ¡en nada, en nada!, no tiene importancia
en este momento – se atajó a tiempo el arqueólogo, buscando algún elemento que
le pudiera servir – Mejor vamos a continuar con esto, que es la prioridad.
_En el fortalecimiento que mi bebé va a
recibir una vez que haya llegado al mundo. Se que eso es algo intrigante,
Eduardo. No solo para vos, sino para todos lo va a ser – adivinó Lía –. ¿Pensás
que me incomoda tratar ese tema?... ¡ay! – un trozo minúsculo de vidrio le cayó
sobre la mejilla derecha, al tiempo que empezaban las primeras contracciones.
El momento del alumbramiento estaba más cerca –. ¿Tal vez que me molesta?, ¿o
que es un tema para hablar solo entre mujeres?. Para anda, no me incomoda ni me
molesta. La ausencia de un progenitor puede suplirse y es algo que se puede
solucionar con …¡ay!.
La solución para suplir la falta de la sangre
paterna podía encontrarse en un sector específico del Consejo de salud y
Asuntos Médicos que funcionaba - ¿lo haría, con este desastre? – y estaba emplazado
más allá de la Ciudad Del Sol, un kilómetro al norte de esta, conocido como “Souwuniuju”,
un nemotécnico del idioma antiguo de las hadas. Pero justo cuando el hada de
las flores (eso representaba Lía, una especiación dentro de la botánica) se
disponía a ahondar en ese tema, empezó por fin el esperado momento. Todo lo
demás, lo que fuere, tendría que quedar en un segundo plano, incluso la
catástrofe que estaban viviendo. En un lugar nada apropiado con esas condiciones
nada apropiadas, insalubre y apenas iluminado por una vela a poco de
extinguirse y una débil aura turquesa, con una lluvia que todavía no cesaba,
sin el instrumental ni los equipos adecuados, carente de cualquier experiencia –
“Por lo menos es de reproducción placentaria”, hubo de alegrarse en su mente,
contento de que no hubiera resultado ser ovípara, como el mismo y otros versados
en la materia sostenían – más allá de aquel episodio circunstancial con la
vaca, y desconociendo que hora era. Aunque estaba el destructivo desastre
disminuyendo en ferocidad e intensidad, el cielo continuaba teniendo esa mezcla
de colores especialmente oscuros, y el dormitorio, estructuralmente hablando,
era muy inestable.
Pero el nacimiento ocurrió sin ninguna
complicación, ni para la madre ni para el bebé, y el trabajo de parto,
contrario al promedio de tres o cuatro horas, no se había prolongado por más de
cinco minutos. Era un varón de aproximados treinta y ocho centímetros de
altura, completamente calvo, que, como todo recién nacido, prorrumpió en llanto
al ver el mundo por `primera vez. Tal vez el artesano-escultor ya hubiera
finalizado su tarea de remover los obstáculos y pudiera, oyendo esos alaridos,
darle una mano, pero n tanto Kevin no llegara, Eduardo estaba solo. ¿Qué
elementos podía usar para higienizar el bebé y quitar la sangre esparcida en la
cama?. Únicamente disponía del agua de lluvia acumulada en un par de
recipientes sobre la mesa, de manera que tomó con ambas manos al hijo de Lía,
algo completamente nuevo para el (nunca había cargado ni sostenido a un bebé),
dejando la sangre para otro momento, y notando entonces la que a simple vista,
solo a eso, era la única diferencia con los bebés humanos: protuberancias
apenas perceptibles en la espalda, como dos heridas en vertical, que indicaban
el lugar de “nacimiento” de las alas, marcas que irían desapareciendo durante
los primeros tres años de vida. También tomó, previo pedido a Lía, el pañuelo
milagrosamente a salvo que la madre primeriza llevaba alrededor del cuello, a
modo de adorno. No era complicado, hubo finalmente de reconocer, limpiando la
sangre en las piernas del bebé, mientras el hada de las flores hacía un
esfuerzo por incorporarse, con una mano y el cuello heridos, un pie adolorido y
a menos de un quinto de hora de haber dado a.uz.
_Ciento veintidós, Eduardo., dijo de pronto
Lía, en tanto, caminando con dificultad (recién había parido y el suelo era un
desastre), revolvía el contenido de un cajón en el armario.
Parte de su ropa había quedado seca e
intacta. Cubrió con esas prendas a su primogénito y lo sostuvo con ambas manos,
meciéndolo feliz.
_¿Qué?., preguntó el arqueólogo.
_Mi edad real, ciento veintidós años. Para
vos, físicamente aparento… ¿cuántos?... ¿cuarenta y cuatro?., aclaró el hada,
caminando como podía sobre el agua estancada.
Era sorprendente lo rápido que las mujeres de
la raza feérica se podían poner de pie y retomar los movimientos más básicos,
después de haber dado a luz. O tal vez Lía estuviera haciendo u esfuerzo por
encima de sus límites actuales, porque en su caso la situación podrían ponerse
peor y era necesario evacuarla con urgencia. Ni ella ni Eduardo tenían ya nada
que hacer en ese dormitorio.
_¿Por qué me dijiste eso?., quiso saber el
arqueólogo, tomando nuevamente al bebé por previo pedido de Lía, que quería
salvar primero a su hijo al salir de la habitación.
_Por vos, porque estás trabajando en hacer
muchas cosas en el menor tiempo que sea posible, y eso desde ya que no es bueno
– contestó Lía, saliendo en último lugar del dormitorio – Trato de distraerte
de varias de ellas. Si tratás de hacer diez cosas diferentes en un minuto,
pongo un ejemplo, y cada una te demanda nueve segundos, el resultado que vas a
obtener es de diez cosas hechas a las apuradas y mal. Para hacerla corta,
Eduardo, vos querés abarcar demasiado.
_Alguien lo tiene que hacer, Lía – se justificó
el novio de Isabel, mirando primero el piso y después hacia adelante. Tras él
marchaba la Consejera de DCS –, y yo estoy aportando mi granito de arena. Pero
de eso vamos a hablar más tarde, cuando haya terminado todo esto. En este lugar
ya está todo hecho, y ahora tenemos que salir. Lía – llamó extendiendo hacia
ella ambos brazos –… tu hijo.
El bebé hubo de encontrarse nuevamente en los
brazos de su progenitora, al tiempo que el techo del dormitorio contiguo
finalmente se desplomaba por completo, arrastrando consigo las dos terceras
partes del muro trasero y provocando severas grietas en el divisorio. A la casa
poligonal no debían de quedarle más de quince minutos de existencia.
_Mejor nos vamos., insistió el arqueólogo.
_No necesitás decirlo otra vez., coincidió
Lía.
Si era cierto que las hadas eran poseedoras
de una resistencia física por demás notable, y superior a la de los seres
humanos, porque la madre primeriza, con el bebé en brazos envuelto entre un
vestido y una camisa con mangas largas, caminaba sin mayores dificultades que quillas
que representaban el pie lastimado y el barrizal acumulado junto a los
escombros. No parecía que hubiera dado a luz hacía tan solo un tercio de hora,
ni que un acontecimiento de esa magnitud, tan gratificante como importante,
hubiera ocurrido en un lugar que tenía
de inseguro tanto como insalubre. Sin embargo, lía, precediendo al experto en
arqueología submarina, no evidenciaba dudas ni demostraba miedo al caminar con
los dos pies de lleno en el agua mezclada con barro, hojas y entre obstáculos
que potencialmente podrían resultar peligrosos. Abandonaron el pasillo que
comunicaba por fuera las habitaciones y observaron azorados como sobre las
ruinas del taller-almacén y el guardarropa, coronadas por las otrora
inmaculadas tejas rojas, yacía una frondosa rama cuyas hojas se agitaban o caían
gracias al persistente viento y las lluvias. Bloqueado el otro tramo del
pasillo, se tuvieron que abrir camino a través el cuarto de baño, donde los
daños eran apenas más leves que en otros ambientes de la casa. La sala central
estaba completamente en ruinas, por lo que tuvieron que avanzar muy despacio,
con extrema precaución y en zig-zag, para esquivar los numerosos escombros y
obstáculos sin recibir más heridas.
Entonces, se enfrentaron a la soledad de la
calle.
En el exterior no se podía ver ni un alma.
Kevin había desaparecido y la bolsa con los
artículos recuperados estaba abandonada a su suerte. Pero su amigo, cualquiera
fuese su paradero en este momento, había obrado de maravillas al despejar el
acceso a la sala principal –esa, sin dudas, tuvo que se la causa de los fuertes
ruidos que habían escuchado el hada de las flores y Eduardo –. Tal vez hubiera
hallado a otro individuo en problemas, si reparaban en el misterioso resplandor
que habían vislumbrado, mientras Eduardo ayudaba a Lía a dar a luz, y eso podía
explicar, razonablemente, su ausencia. La madre primeriza miró el entorno, elogió
la labor del artesano-escultor al despejar de escombros el frente y notó como
la visibilidad daba los primeros y muy leves indicios de querer despejarse. Se
situó a un lado del compañero sentimental de Isabel y, reparando en que estaba
preocupado y pensativo, le preguntó sin rodeos.
_¿Pasa algo malo, no?.
_Si. Hay problemas –confirmó desalentado el
oriundo de Las Heras, mirando el suelo. Un manchón rojo, grande, sobresalía
entre los otros colores y era indicio de algo malo – hay sangre y no tengo idea
de si es de Kevin o no. Nos tenemos que mover ahora mismo, Lía, ir a un lugar
seguro para que las hadas expertas se ocupen de tu hijo y de vos. Hay un centro
médico no muy lejos. Intentemos llegar a él. Tal vez Oliverio, Lursi y Kevin
estén allí. No, esa bolsa puede esperar – prefirió, anticipándose a las
intenciones del hada de las flores –. Diste a luz hace menos de treinta minutos,
Lía, y eso por supuesto que importa mucho más.
_Vamos – coincidió el hada, pensando. Dentro
d poco se debatiría si resignar o no su licencia por maternidad, porque haría
falta toda la ayuda y en la función pública tenían que dar el mejor ejemplo –
Pero no por aire, por favor. Es cierto lo que dijiste, Eduardo, madre desde
hace menos de media hora. Con el estado
actual del barrio y otras partes de la ciudad, con todo este desastre, y en mi
situación sería perjudicial cualquier tipo de esfuerzo… superior, podríamos
llamarlo – tras un pausa muy breve, y dando un paso hacia adelante, decidió – Ahora
bien, como tu capacidad para dominar las habilidades especiales no está lo
suficientemente desarrollada y no sabés hacer magia todavía, es mi momento para
contribuir. Sostenelo con cuidado, por favor.
Le pasó con suavidad el bebé envuelto con sus
prendas de vestir y adoptó una postura algo curiosa, levantando la vista,
adelantando la pierna izquierda y extendiendo sus brazos hacia atrás. Al
instante elevó las manos hacia el cielo, lanzando dos impresionantes descargas
de color turquesa que mutaron en una multitud de chispas.
Sesenta segundos más tarde obtuvieron la
contestación, al ver aparecer desde la distancia un triángulo luminoso, algo
que en un principio Lía y Eduardo confundieron con estrellas fugaces que habían
conseguido traspasar la oscuridad. Eran tres hadas que respondían a la señal.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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