Con la zurda tomó la diestra de la mujer, una
vez que hubieron de traspasar el marco y cerrado el hombre la puerta. Cristal
no les había mentido, pues allí arriba, en la inmensidad del cielo, se juntaban
las nubes, el majestuoso satélite natural estaba cubierto del todo y se
observaban apenas unas pocas estrellas. Eran nubes blancas, y eso les daba
tranquilidad. Algunos individuos surcaban el aire a distintas velocidades,
otros saltaban, como si estuvieran jugando o entrenando, sobre las copas de los
árboles y entre ellas haciendo movimientos más o menos intrincados, como si
quisieran poner a prueba sus habilidades y destrezas, y dejando sobre las ramas
y hojas un alarde de colores gracias a las estelas que provocaban al moverse,
con sus auras. Otro tanto planeaba ascendiendo o descendiendo y varios más se
movían por sobre la superficie. En líneas generales, su carácter era distendido
y alegre.
_¿Mi marca?. Cuatro horas con treinta y dos
minutos y quince segundos, a dos kilómetros con setecientos cincuenta metros de
altura, a una velocidad promedio y constante de ciento ochenta y cinco
kilómetros por hora. Claro que esas no son mi altura y velocidad máximas –
recordó Isabel, apelando a su prodigiosa memoria, algo inherente a todas las
hadas. Avanzaban tomados de la mano (el lo hacía intencionalmente y ella
simplemente dejaba que pasara) por la vereda de tierra aplanada de un metro y
medio de ancho. Los seres feéricos que se movían por tierra, numéricamente
inferiores a los que lo hacían por aire, caminaban a paso normal. La calle
estaba bien mantenida y no se parecía a cualquiera de los caminos que había,
por ejemplo, en Las Heras, por más que se tratara de la misma cosa –. El techo
siempre es una variable, por supuesto. Eso depende de nuestra habilidad para
dominar la técnica del vuelo. Yo pude alcanzar en ese momento los dos mil
setecientos cincuenta metros, y digo en ese momento porque hoy llego a cuatro
mil novecientos noventa y ocho, un incremento del sesenta y siete punto dos por
ciento – y exclamó, mezclando orgullo con triunfo –. ¡Lo que me costó hacerlo!.
Lanzó un suspiro mirando hacia el cielo.
_¿Por qué?., le preguntó el hombre.
_Tenía vértigo a las alturas… miedo a volar,
mejor dicho. Eso era algo que venía arrastrando desde la infancia, supongo que
por las pérdidas familiares en ese momento recientes. Así que tuve que trabajar
tiempo adicional en ese aspecto. Fue suficiente con que me convenciera a mi
misma de que la superación era posible. Al final, con sacrificio, voluntad y
empeño, lo pude conseguir – contestó el hada de aura lila, saludando con la
cabeza a los conductores de una carreta que transportaba alimentos – …empleados
del museo – informó a su huésped –. Pude vencer esos miedos y temores y entre
los resultados que obtuve estuvo el hecho de haber vencido a la reina Lili en
una competencia, por trescientos cinco metros la altura y diecisiete kilómetros
y medio por hora la velocidad. Me convertí en una estrella y en un ejemplo a
seguir para todos los individuos que tuvieron ayer y tienen hoy ese problema,
el miedo a volar. Pero pienso que es como todos los problemas, todos pueden ser
superados si existen verdaderos deseos de hacerlo. Todo es posible si queremos
hacerlo. La vida me sonrió en ese momento, cuando superé ese miedo.
_Bien hecho., la felicitó Eduardo, cuyos ojos
estaban moviéndose de un lado a otro casi sin detenerse en un punto fijo,
observando todo lo que lo rodeaba, predominando el color verde con sus diversos
tonos.
La periferia de la ciudad era un lugar
encantador.
Un único estilo de arquitectura en las
viviendas – los mismos planos e idénticas dimensiones – que el veía conferían a
esta parte de la ciudad cierta monotonía. “Menos de medio millón de habitantes…
el Conurbano tiene una superficie inferior a esta y más de dieciséis millones
de pobladores”, se asombró. El arqueólogo podía apreciar lo bien cuidadas y
mantenidas que estaban las construcciones habitacionales, incluidas las de las
hermanas, separadas por la calle La Fragua, y otras estructuras que se
observaban, como la línea de ladrillos que separaba la calle de la vereda y
unos pocos postes que cumplían diversas funciones. Costaba creer que muchas de
las construcciones superaran los siglos
de existencia.
¡Un relámpago distante y bastante luminoso en
las alturas!.
Al leve y casi imperceptible susto, Isabel,
cuya aura lila apenas había oscilado, ofreció una réplica a las palabras de
felicitación de Eduardo.
_No tanto – empezó –. La reina Lili y yo
estábamos repitiendo la competencia de altura y velocidad en el norte de
nuestro país, porque me había pedido una segunda oportunidad. Teníamos que ir y
venir entre los dos extremos más alejados de esa región, cubriendo una
distancia de quince mil doscientos veinticinco kilómetros, con varios, o
muchos, obstáculos que nos iban lanzando desde el aire y desde la superficie, y
esquivando también las copas de los árboles más altos. Ella y yo impusimos de
común acuerdo una restricción a la altura de trescientos metros, y hay especies
arbóreas que superan esa altura, en el norte y las otras regiones de
Insulandia. La reina me estaba ayudando
a vencer ese miedo, y no le quise prestar atención ni hacer caso en el
momento en que yo logré superarla y ella gritó con fuerza “¡Cuidado con aquel
pino que está adelante!”, y terminé como consecuencia estrellándome e
incrustándome entre las ramas, lianas y hojas de ese árbol, que además era el
sostén para una enredadera. Más de cincuenta metros de altura y una copa
bastante ancha y frondosa aún en la punta. Yo había empezado el descenso en un
ángulo un tanto cerrado, tratando de sacarle alguna ventaja a la reina, cuando
restaban poco menos de cien kilómetros para el final de la competencia, que se
suspendió como consecuencia de ese accidente. Las hadas médicas tardaron
alrededor de cuarenta minutos para bajarme, y al cabo de esos dos tercios de
hora estuve internada dos días y medio, los dos primeros en el dispensario
médico local y el medio restante en una de las salas de este barrio. Nadia y su
segundo al mando en el Consejo SAM se ocuparon personalmente de mi caso, que
incluso figuró en los medios gráficos del reino – detuvieron momentánea y
brevemente la caminata, pues una rana delante de ellos, a sus pies, trataba de
ocultarse entre el césped algo crecido. El anfibio había pasado a los saltos
delante de ambos –. Como resultado de ese accidente terminé con heridas,
arañazos, magulladuras, raspones y golpes en todo el cuerpo…¡allí también!.,
exclamó, con las mejillas ligeramente enrojecidas, mientras revivía en su mente
el momento de ese accidente.
Eduardo estaba observando todo a su alrededor
con más o menos detalles y minuciosidad, y eso por supuesto que no dejaba de incluir
el sector un poco (apenas) más abajo del cuello de la hermana de Cristal.
No hacerlo era inevitable.
_Perdón – se disculpó rápidamente el hombre (“Son
enormes”, pensó), algo de verdad sentido, aunque n dio la impresión que le
importara a su nueva amiga, al menos no demasiado. Todo lo contrario;
transcurridos los (casi) dos minutos desde que demoraron ambos en llegar a la
esquina y enfrentarse con un camino adoquinado, lo consideró como un cumplido,
una atención por parte del experto en arqueología submarina. Una atención algo
pícara, de acuerdo, pero una atención al fin –. ¿Te quedó alguna secuela física
más duradera o menos de ese accidente?.
Pícara o no, no sería la última.
_No. Afortunadamente no me quedó la mínima
secuela. Plantas curativas, unas pocas pócimas que me dieron las hadas médicas
durante los primeros dos días, la capacidad regenerativa que es propia de todos
los seres feéricos y mi atributo, hablo de la belleza, me dejaron como nueva –
contestó Isabel. Los tacos en sus zapatos resonaban más fuerte en los adoquines
–. Pero, en cambio, tuve que soportar como mis amigos y amigas se mataban de la
risa cada vez que nos cruzábamos durante la semana posterior a que me dieran en
alta en la sala médica. Hasta los tres espectros, los habitantes del agua y los
demás seres elementales se rieron con ganas. Insistieron con que había quedado
en el pino un hueco que tenía mi silueta… y era cierto – recordó el hada,
cuando ya hubieron de traspasar el adoquinado –. No fue más que un susto,
literalmente. Y gracias a esa combinación de plantas, pócimas, regeneración y
atributo quedé como nueva antes que se cumplieran las dos semanas del
accidente.
_Así de encantadora, bonita, atractiva…
agradable al ojo masculino., tradujo el originario de Las Heras, a lo que el hada
de la belleza volvió a sonrojarse y sonreír, en respuesta al comentario.
Isabel era plenamente consciente de que sus
medidas – estas debían de rondar los noventa, sesenta, noventa, según calculaba
el arqueólogo – y figura podían despertar esa clase de sentimientos en el sexo
opuesto.
A gusto uno con la compañía del otro.
Y mucho.
Y mucho, si señor. De eso no había duda
alguna.
--- CLAUDIO ---
CONTINÚA
--- CLAUDIO ---
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