lunes, 8 de mayo de 2017

1.13) La experiencia de vuelo de Isabel

Con la zurda tomó la diestra de la mujer, una vez que hubieron de traspasar el marco y cerrado el hombre la puerta. Cristal no les había mentido, pues allí arriba, en la inmensidad del cielo, se juntaban las nubes, el majestuoso satélite natural estaba cubierto del todo y se observaban apenas unas pocas estrellas. Eran nubes blancas, y eso les daba tranquilidad. Algunos individuos surcaban el aire a distintas velocidades, otros saltaban, como si estuvieran jugando o entrenando, sobre las copas de los árboles y entre ellas haciendo movimientos más o menos intrincados, como si quisieran poner a prueba sus habilidades y destrezas, y dejando sobre las ramas y hojas un alarde de colores gracias a las estelas que provocaban al moverse, con sus auras. Otro tanto planeaba ascendiendo o descendiendo y varios más se movían por sobre la superficie. En líneas generales, su carácter era distendido y alegre.

_¿Mi marca?. Cuatro horas con treinta y dos minutos y quince segundos, a dos kilómetros con setecientos cincuenta metros de altura, a una velocidad promedio y constante de ciento ochenta y cinco kilómetros por hora. Claro que esas no son mi altura y velocidad máximas – recordó Isabel, apelando a su prodigiosa memoria, algo inherente a todas las hadas. Avanzaban tomados de la mano (el lo hacía intencionalmente y ella simplemente dejaba que pasara) por la vereda de tierra aplanada de un metro y medio de ancho. Los seres feéricos que se movían por tierra, numéricamente inferiores a los que lo hacían por aire, caminaban a paso normal. La calle estaba bien mantenida y no se parecía a cualquiera de los caminos que había, por ejemplo, en Las Heras, por más que se tratara de la misma cosa –. El techo siempre es una variable, por supuesto. Eso depende de nuestra habilidad para dominar la técnica del vuelo. Yo pude alcanzar en ese momento los dos mil setecientos cincuenta metros, y digo en ese momento porque hoy llego a cuatro mil novecientos noventa y ocho, un incremento del sesenta y siete punto dos por ciento – y exclamó, mezclando orgullo con triunfo –. ¡Lo que me costó hacerlo!.
Lanzó un suspiro mirando hacia el cielo.
_¿Por qué?., le preguntó el hombre.
_Tenía vértigo a las alturas… miedo a volar, mejor dicho. Eso era algo que venía arrastrando desde la infancia, supongo que por las pérdidas familiares en ese momento recientes. Así que tuve que trabajar tiempo adicional en ese aspecto. Fue suficiente con que me convenciera a mi misma de que la superación era posible. Al final, con sacrificio, voluntad y empeño, lo pude conseguir – contestó el hada de aura lila, saludando con la cabeza a los conductores de una carreta que transportaba alimentos – …empleados del museo – informó a su huésped –. Pude vencer esos miedos y temores y entre los resultados que obtuve estuvo el hecho de haber vencido a la reina Lili en una competencia, por trescientos cinco metros la altura y diecisiete kilómetros y medio por hora la velocidad. Me convertí en una estrella y en un ejemplo a seguir para todos los individuos que tuvieron ayer y tienen hoy ese problema, el miedo a volar. Pero pienso que es como todos los problemas, todos pueden ser superados si existen verdaderos deseos de hacerlo. Todo es posible si queremos hacerlo. La vida me sonrió en ese momento, cuando superé ese miedo.
_Bien hecho., la felicitó Eduardo, cuyos ojos estaban moviéndose de un lado a otro casi sin detenerse en un punto fijo, observando todo lo que lo rodeaba, predominando el color verde con sus diversos tonos.
La periferia de la ciudad era un lugar encantador.
Un único estilo de arquitectura en las viviendas – los mismos planos e idénticas dimensiones – que el veía conferían a esta parte de la ciudad cierta monotonía. “Menos de medio millón de habitantes… el Conurbano tiene una superficie inferior a esta y más de dieciséis millones de pobladores”, se asombró. El arqueólogo podía apreciar lo bien cuidadas y mantenidas que estaban las construcciones habitacionales, incluidas las de las hermanas, separadas por la calle La Fragua, y otras estructuras que se observaban, como la línea de ladrillos que separaba la calle de la vereda y unos pocos postes que cumplían diversas funciones. Costaba creer que muchas de las construcciones  superaran los siglos de existencia.
¡Un relámpago distante y bastante luminoso en las alturas!.
Al leve y casi imperceptible susto, Isabel, cuya aura lila apenas había oscilado, ofreció una réplica a las palabras de felicitación de Eduardo.
_No tanto – empezó –. La reina Lili y yo estábamos repitiendo la competencia de altura y velocidad en el norte de nuestro país, porque me había pedido una segunda oportunidad. Teníamos que ir y venir entre los dos extremos más alejados de esa región, cubriendo una distancia de quince mil doscientos veinticinco kilómetros, con varios, o muchos, obstáculos que nos iban lanzando desde el aire y desde la superficie, y esquivando también las copas de los árboles más altos. Ella y yo impusimos de común acuerdo una restricción a la altura de trescientos metros, y hay especies arbóreas que superan esa altura, en el norte y las otras regiones de Insulandia. La reina me estaba ayudando  a vencer ese miedo, y no le quise prestar atención ni hacer caso en el momento en que yo logré superarla y ella gritó con fuerza “¡Cuidado con aquel pino que está adelante!”, y terminé como consecuencia estrellándome e incrustándome entre las ramas, lianas y hojas de ese árbol, que además era el sostén para una enredadera. Más de cincuenta metros de altura y una copa bastante ancha y frondosa aún en la punta. Yo había empezado el descenso en un ángulo un tanto cerrado, tratando de sacarle alguna ventaja a la reina, cuando restaban poco menos de cien kilómetros para el final de la competencia, que se suspendió como consecuencia de ese accidente. Las hadas médicas tardaron alrededor de cuarenta minutos para bajarme, y al cabo de esos dos tercios de hora estuve internada dos días y medio, los dos primeros en el dispensario médico local y el medio restante en una de las salas de este barrio. Nadia y su segundo al mando en el Consejo SAM se ocuparon personalmente de mi caso, que incluso figuró en los medios gráficos del reino – detuvieron momentánea y brevemente la caminata, pues una rana delante de ellos, a sus pies, trataba de ocultarse entre el césped algo crecido. El anfibio había pasado a los saltos delante de ambos –. Como resultado de ese accidente terminé con heridas, arañazos, magulladuras, raspones y golpes en todo el cuerpo…¡allí también!., exclamó, con las mejillas ligeramente enrojecidas, mientras revivía en su mente el momento de ese accidente.
Eduardo estaba observando todo a su alrededor con más o menos detalles y minuciosidad, y eso por supuesto que no dejaba de incluir el sector un poco (apenas) más abajo del cuello de la hermana de Cristal.
No hacerlo era inevitable.
_Perdón – se disculpó rápidamente el hombre (“Son enormes”, pensó), algo de verdad sentido, aunque n dio la impresión que le importara a su nueva amiga, al menos no demasiado. Todo lo contrario; transcurridos los (casi) dos minutos desde que demoraron ambos en llegar a la esquina y enfrentarse con un camino adoquinado, lo consideró como un cumplido, una atención por parte del experto en arqueología submarina. Una atención algo pícara, de acuerdo, pero una atención al fin –. ¿Te quedó alguna secuela física más duradera o menos de ese accidente?.
Pícara o no, no sería la última.
_No. Afortunadamente no me quedó la mínima secuela. Plantas curativas, unas pocas pócimas que me dieron las hadas médicas durante los primeros dos días, la capacidad regenerativa que es propia de todos los seres feéricos y mi atributo, hablo de la belleza, me dejaron como nueva – contestó Isabel. Los tacos en sus zapatos resonaban más fuerte en los adoquines –. Pero, en cambio, tuve que soportar como mis amigos y amigas se mataban de la risa cada vez que nos cruzábamos durante la semana posterior a que me dieran en alta en la sala médica. Hasta los tres espectros, los habitantes del agua y los demás seres elementales se rieron con ganas. Insistieron con que había quedado en el pino un hueco que tenía mi silueta… y era cierto – recordó el hada, cuando ya hubieron de traspasar el adoquinado –. No fue más que un susto, literalmente. Y gracias a esa combinación de plantas, pócimas, regeneración y atributo quedé como nueva antes que se cumplieran las dos semanas del accidente.
_Así de encantadora, bonita, atractiva… agradable al ojo masculino., tradujo el originario de Las Heras, a lo que el hada de la belleza volvió a sonrojarse y sonreír, en respuesta al comentario.
Isabel era plenamente consciente de que sus medidas – estas debían de rondar los noventa, sesenta, noventa, según calculaba el arqueólogo – y figura podían despertar esa clase de sentimientos en el sexo opuesto.

A gusto uno con la compañía del otro.
Y mucho.


Y mucho, si señor. De eso no había duda alguna. 



CONTINÚA




--- CLAUDIO ---

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