El colapso allí debía de ser total, y una
situación idéntica tendrían que estar viviendo los dispensarios médicos y las
postas sanitarias regadas por todo el país.
La sala medica cercana a las casas de Isabel
y Cristal ese había transformado en los últimos días en un centro de refugiados
completamente atestado que ya no daba abasto, y el personal iba y venía
prácticamente sin detenerse entre los corredores, consultorios y otros
espacios, ocupándose, también sin descanso, de la atención de las hadas –
alguna de estas ya estaban allí desde antes de que empezara la catástrofe
natural –, y tanto el cuerpo médico como los pacientes estaban al borde del
colapso. Había hacinamiento en al menos las dos terceras partes, como era de
esperarse. En la sala distribuidora, junto
la entrada, protegida del agua y los escombros por una barrera levantada
a las apuradas (los individuos feéricos y de otras especies elementales
simplemente la saltaban, o ingresaban flotando) con unos pocos muebles,
tablones y trapos, que la capacidad tenía para cincuenta personas, tal era la
cantidad de asientos, había ahora cuando menos dos veces y media esa cantidad.
Muchos de los pacientes, previos y “contemporáneos”, y los refugiados tenían
nada más que lo puesto y de ellos el setenta por ciento, tal vez más,
presentaban una o más heridas. Cortantes, raspones, calambres, magulladuras, torceduras
y moretones eran moneda corriente, las heridas y dolencias más comunes que se
observaban en la sala y los corredores que llegaban a ella. Un número
significativo de esos damnificados tendría que pasar allí varios días, sino era
que semanas, algunos por las heridas recibidas y otros, a no ser que
encontraran otro refugio, por haber quedado sus hogares, sino convertidos en
ruinas deformes, perdidos e inhabitables por lapsos indefinidos de tiempo. De
manera que la capacidad del lugar estaba por demás colmada y muchos seres
feéricos, al menos mientras durara la catástrofe natural, no tendrían otra
alternativa que permanecer en ese centro médico, saturando incluso los
corredores.
… Lo dicho ya, el personal de ambos sexos
estaba trabajando tanto como se lo permitían sus fuerzas y no se podían
permitir siquiera un mínimo de descanso. Cuando menos la mitad de las hadas
médicas presentes allí habían sido testigos presenciales, protagonistas
directas e indirectas y víctimas de aquella jornada por demás trágica de hacía
un siglo, razón por la cual contaban con conocimientos y experiencia en
situaciones de desastres extremos. El personal médico y los individuos feéricos
y elementales que se hubieron de ofrecer como voluntarios vociferaban las
instrucciones y órdenes, pedían a cualquiera que pudiera tenerlos suministros de
todo tipo, principalmente médicos y alimenticios, porque ya estaban empezando a
escasear – se agregaba otra a la lista de preocupaciones, como si estas no fueran
suficientes – en esa instalación médica, derivaban a los pacientes a las
diversas secciones, según el grado de complejidad de las dolencias, heridas y
priorizando, como lo hacían siempre, a los casos urgentes, trataban
desesperadamente de infundir ánimo al común de todos allí y rogaban porque cesaran
los vientos fuertes y el aguacero y se detuviera el implacable avance del agua,
el barro y los escombros en la superficie. También – principalmente – que el centro
médico no fuera a ceder y con ello correr la misma negativa suerte que las
construcciones como aquella en la que estuvieron Oliverio, Lursi, Kevin y
Eduardo. Estos hombres, haciendo caso omiso de estas nuevas y numéricamente
superiores insistencias, no permanecieron allí por más de diez minutos, tiempo
más que suficiente como para recuperar las energías que emplearan en construir
aquella improvisada barrera de contención primero y rescatar a la familia en
peligro después. Además, dejaron en poder de las hadas empleadas allí esos
pocos objetos que habían encontrado en la calle, considerados por ellos como
valiosos e importantes y que podrían revestir algún valor económico,
sentimental y simbólico. Entre ellos estuvo la pulsera dorada recuperada por
Oliverio. Afuera continuaba lloviendo torrencialmente y el camino continuaba
bloqueado, pero eso no resultó en ningún impedimento, nunca lo hubiera sido,
para que volvieran a salir y, por lo tanto, exponer nuevamente sus vidas. Muy
cerca de allí estaban las viviendas de las hermanas de aura lila, en esa misma
calle – La Fragua –. Cristal e Isabel, con toda la seguridad, estarían
preocupadas como pocas veces por la suerte de sus novios.
_¿Pueden recuperar sus posesiones las hadas y
otros seres elementales?, ¿cómo van a hacer tal cosa?., inquirió Eduardo, inclinándose para tomar un
sobre color ocre.
Apenas con una rápida ojeada le fue suficiente
para darse cuenta que al contenido lo formaba una docena de fotografías en
blanco y negro de un cumpleaños infantil, tal vez uno de data reciente, que
podrían arruinarse si no las trataba con urgencia un experto.
_Memoria fotográfica – contesto (insistió) el
médico el grupo, abriendo aquella bolsa que había tomado en su paso por el
centro, hecha con un material tan liviano como fuerte. Allí habrían de meter
cada artículo de los que consiguieran recuperar en este nuevo tramo de su
travesía. Entre tanto, estaban otra vez al amparo de una densa copa –. Para seis
o siete hadas de un total de diez esa va a ser la mejor opción, cuando no la
única. Porque son capaces de recordar como era su posesión y recuperarla más
tarde, en otro momento. Y digo seis o siete porque las otras cuatro o tres
pueden ser hadas de los sentidos, y por lo tanto van a recurrir a su olfato
para recuperar sus posesiones extraviadas.
_¿El olfato? – reaccionó el arqueólogo,
tanteando el entorno con la vista, buscando movimientos que delataran a más
hadas en problemas –. Se que los seres feéricos tienen ese y los demás sentidos
muy desarrollados, mucho más que los humanos. Lo sabía incluso antes de mi
llegada a este mundo, y también que un tipo de hadas lo posee como don, pero
¿no se van a borrar las huella su otras marcas olfativas, por definirlas de
alguna manera, con todas las cosas que están pasando?... sobre todo con la presión
del agua.
_La mayoría de esas signaturas ya habrán
desaparecido, supongo… no, supongo no. Estoy convencido de que lo hicieron.
Pero siempre nos queda la posibilidad de que persista algún rastro. Eso nos va
a ayudar cuando tengamos que recuperar nuestras pertenencias.
Con las fotografías en blanco y negro en la
bolsa, y ambos pares de suicidas bajo la densa copa – densa y extensa. En los
días soleados debía de dar una sombra de nos menos de cincuenta metros – la cual
estaba junto a una estructura a medio derrumbar, lo que quedaba de una posta
para el relevo de caballos, y habiendo comprobado que no había allí hadas
atrapadas, Eduardo concluyó:
_Vamos a movernos al suroeste de la ciudad. Escuché
unos pocos fragmentos de conversaciones en el centro médico y creen que hay
personas en peligro en la periferia. A lo mejor no son más que rumores, pero es
mejor que nos aseguremos.
Y los cuatro se pusieron en movimiento.
Era un capricho de la geología – explicaba el
Consejero de Infraestructura y Obras, a medida que retomaban la caminata – la principal
razón de esta inundación tan catastrófica. La ciudad capital del reino de
Insulandia, en el centro geográfico del país, había sido construida en una zona
deprimida, que desde la fundación del poblado primitivo hasta la actualidad
había pasado de cuatro punto ochenta y uno a cinco punto cero nueve metros bajo
el nivel del mar, con algunas elevaciones aisladas, lo que ocasionaba inundaciones
y el estancamiento del agua con demasiada y alarmante frecuencia, desbordando
todos y cada uno de los cursos subterráneos y a nivel, y anegando rutas reales,
regionales, locales y otros caminos, lo que aumentaba el desastre cuando la
caída del agua en las precipitaciones se prolongaba por mucho más tiempo que el
acostumbrado. Como resultado de millones de años de evolución geológica, muchas
veces calificada esta como “caprichosa” por las hadas, debido a esas
particulares disposiciones y formaciones, habían surgido y moldeado estanques
(lagos, lagunas, lagunillas…) y cursos a diferentes niveles bajo la superficie,
a los que iban a parar el agua, o de esta la mayoría, de las lluvias,
tormentas, aguaceros e inundaciones. Decenas de obras de ingeniería, unas más
complejas que otras, llevadas a cabo en los últimos cinco mil setenta y nueve
años, desde el momento en que finalizara la Guerra de los Veintiocho,
complementos o no de las reparaciones de posguerra, habrían resultado en, entre
otras cosas, una laberíntica y densa red de dieciséis mil setecientos ochenta y
seis punto veinticinco kilómetros que abarcaba la totalidad de la Ciudad del
Sol y cincuenta punto cinco kilómetros de extensión alrededor de ella – con el tiempo,
los milenios, la red se extendió al doble de su superficie original en la
ciudad y sus áreas colindantes –, en lo que fueron seis años de trabajos
continuos. La densa red de tuberías desviaba el agua de las precipitaciones e
inundaciones para usarla más tarde en riego, consumo e higiene, previo paso por
la decena de plantas purificadoras y de tratamiento que se ocupaban de esa red
en forma exclusiva, y sus otras aplicaciones. Pero esta “sobrecarga”, como
vaticinaran las hadas, sería un contratiempo y una desgracia, paradójicamente a
causa de las rejillas, redes y filtros que en circunstancias normales,
instalados en los puntos estratégicos del laberinto, impedían el paso de
cualquier objeto que fuera mayor a los dos centímetros. Era cierto que esa red
evitaba las inundaciones y desviaba el agua, pero los túneles ya estarían
saturados y el líquido, literalmente, brotaba del suelo como el césped a través
de las tres mil doscientas cuarenta y una bocas de tormenta. Por otra parte,
los pocos filtros que pudiesen encontrarse todavía operantes, cubiertos con
todo tipo de objetos sólidos, desviarían el agua y el barro, que en vez de
ingresas a la red se esparcían por la superficie, inundando y desatando el caos
en la ciudad capital y sus alrededores. La solución ideada por los seres
feéricos a este capricho de la geología había sobrevivido durante más de cinco
milenios, desde que se inaugurara el primer tramo – veintiún kilómetros en
línea recta, en el barrio Dos Arcos –, con reformas y mejoras periódicas y un
mantenimiento adecuado. Tan solo los grandes desastres naturales representaban
algún peligro para semejante obra de ingeniería. La respuesta más inmediata era
siempre un paquete de medidas que básicamente apuntaba a la ampliación y
modernización de la laberíntica red, al punto que los Consejeros Reales, en la
última reunión con la reina Lili, hecha porque advirtieron que esta tormenta no
sería como cualquiera otra, empezaron a plantear la construcción de otros
cuatrocientos veintisiete punto cinco kilómetros de túneles, en cinco tramos de
ochenta y cinco punto cinco cada uno, para dar cobertura a los barrios
periféricos de la ciudad y sus adyacencias. Era un proyecto a largo plazo que
confiaban empezar, desarrollar y terminar en el lapso de seis y medio a siete
meses, a contar desde el inicio de la segunda quincena del mes de Abril. El agua
estancada sería un obstáculo a la hora de tener que despejar y restaurar los
túneles y desobstruir los filtros.
La primera mejoría – una muy leve, pero
mejoría al fin – se dio en el curso de las custro horas y media que siguieron
al instante en el que los cuatro hombres abandonaron esa seguridad que
significaba permanecer en el centre médico de Barraca Sola, para ayudar como
pudieran a la comunidad. Para cuando se
cumplió ese lapso, este destructivo desastre, se notaba con solo mirar, había
superado al que ocurriera cien años atrás, en duración. La destructiva lluvia
torrencial, los vientos fuertes y el avance del agua en todas las direcciones,
advirtieron los seres feéricos de ambos sexos, finalmente estuvieron
disminuyendo en ferocidad e intensidad, hasta adquirir cada una de las
cualidades de uno de esos desastres a los que las hadas y otros elementales
estaban acostumbrados, entre las cuatro horas con treinta minutos y las cinco
en punto del vigesimosexto día de Marzo (el vigesimoquinto del tercer mes, en
el calendario feérico antiguo). “Es algo, por lo menos”, hubieron de reconocer
y coincidir (¿de contentarse?) los cuatro hombres, cansados y empapados por un
lado, con diversas heridas por otro y con hambre por otro más. Una vez más
concluyeron que había sido mejor no haber encontrado a ninguna persona más allí,
más allá del matrimonio y sus hijas gemelas, porque eso significaba que las
hadas estaban a resguardo en los centros médicos, otros refugios o donde fuera.
En lugar de eso, el cuarteto de suicidas había estado recuperando todo tipo de
objetos que terminaron a su suerte en el suelo, aquellos que, así lo
consideraron, podían ser pertenencias de cualquiera en la ciudad, y reubicando
o removiendo obstáculos que pudieran contener el avance del agua o desviarla.
Se habían turnado treinta minutos cada uno
para cargar sobre los hombros o en la espalda aquella bolsa que el compañero
sentimental de Nadia hallara en el centro médico. Una pieza tremendamente
liviana en un principio, cuyo peso era ahora no inferior a los cuatro o cuatro y
medio kilogramos. Uno solo de los hombres podría acarrearla sin problemas, pero
considerando el cansancio que tenían, el esfuerzo que estaban haciendo para moverse,
las dolencias y heridas y las condiciones atmosféricas tan adversas que no se
detenían, creyeron en la conveniencia de turnarse. En sus planes no había
figurado el andar por la Ciudad Del Sol en calidad de recuperadores, así los
llamaron en la instalación médica, de las posesiones extraviadas de los seres
feéricos y elementales, pero en la recorrida no pudieron encontrar individuos
en problemas (estos, sin embargo, estaban allí…), de modo que ese había sido su
objetivo desde que volvieran a quedar expuestos a la catástrofe. Encontraron y
recuperaron prendas de vestir, joyas, dinero, utensilios de cocina, calzado
que, como la ropa, pertenecía tanto a hombres como a mujeres, comida enlatada y
envasada – algo que ya estaba haciendo falta en todos lados, en unos más y en
otros menos –, unas pocas fotografías, sobres que habían escapado a una
estafeta postal derrumbada y otros tantos artículos de variados tamaños y
pesos, cada uno dañado, mojado y cubierto de barro, como los tres principales
indicios del deterioro. Siempre trabajando Oliverio, Eduardo, Kevin y Lursi
bajo la implacable lluvia y el fuerte viento, con todos los factores todavía en
su contra, aquellos individuos de ambos sexos que los observaron moverse allí
afuera arriesgando sus integridades físicas, o quienes hubieron de tomar conocimiento
sobre lo que estaban haciendo coincidieron con las hermanas de aura lila en que
heroísmo y suicidio eran sinónimos para esos hombres, tanto como para
cualquiera de los individuos que andaban por allí salvando vidas. Recuperaban
las pertenencias, trataban de contener el agua o desviarla y comprobaban que no
hubiera una sola hada en dificultades, atrapada o rezagada. Tampoco hubieran dejado
de salvarle la vida a los gnomos, liuqis, seres sirénidos y cuanto otro ser
elemental encontraran en su tortuoso camino, pero los gnomos vivían muy por
debajo de la superficie, más allá de la red de drenaje, las sirenas y los
tritones se hallarían a salvo en sus cuevas en el fondo marino y los liuqis que
vivían en los árboles ya habían conseguido dirigirse y llegar a un lugar
seguro. Así que, después de otro brevísimo descanso al amparo de una carreta, a
l que dieron vuelta para guarecerse, los cuatro hombres volvieron a ponerse en
movimiento, reafirmando aquello de permanecer en la periferia suroeste de la
Ciudad del Sol.
Caminando a paso decididamente lento por un
camino adoquinado, aquel que marcaba el límite de los barrios Arroyo brillante
y Aserradero Ema, el oriundo de Las Heras, que tenía la vista tan comprometida
como el trío que lo acompañaba, pudo comprobar fácilmente que allí, al menos,
la inundación y todos sus efectos consecuentes no estaban siendo tan destructivos
– no tanto – como en las otras partes de la ciudad. A diferencia de lo que
estaba ocurriendo en otros sectores, en los que el agua y el barro habían
trepado hasta por encima de las rodillas, en este lugar en particular de Del Sol
no llegaban a más de diez centímetros u once desde el suelo, aunque los daños y
destrozos de todo tipo también acá estaban presentes.
-_Eso se debe a que los ductos principales
pasan justo por debajo de los límites de los barrios. Por eso los caminos
adoquinados y un área de cinco metros a cada lado están en ese estado. Los
ductos principales tienen un diámetro de seis metros, que es doble que los
secundarios y cuatro veces más que los de emergencia., lo ilustró Oliverio, dándole
el pie a Lursi para retomar la explicación sobre la laberíntica red de drenajes
subterráneos, cuyo punto neurálgico, allí donde una treintena de túneles se
conectaban entre si, estaba justo debajo de la plaza central, en el barrio al
que daba nombre.
_Que bueno que existe este laberinto bajo la
superficie, porque de lo contrario una tercera parte de la capital y sus áreas
colindantes, una tercera parte como mínimo, estarían en ruinas y perdidas por
tiempo indefinido. Hay más de tres mil doscientas bocas de tormenta instaladas
por toda la ciudad y los alrededores. En circunstancias normales funcionarían
sin ningún problema. Pasan el agua y los objetos sólidos, pero estos quedan
retenidos en los ocho mil ochocientos noventa y siete filtros. Las cuadrillas de
Infraestructura y Obras se ocupan más tarde de la desobstrucción, junto con el
personal de los Consejos DCS y EMARN. Esta no es una circunstancia normal, y el
laberinto está totalmente colapsado, y estoy cien por ciento convencido de que
el trabajo de recuperación allí abajo se va a encontrar entre los más duros,
estresantes, extenuantes y peligrosos – empezó a hablar, incorporando un anillo
y un collar a la bolsa que cargaba sobre la espalda –. Plaza central es por
lejos el barrio más importante de la Ciudad Del Sol, por eso sus medidas e
infraestructura contra desastres son particularmente sofisticadas. El Castillo
Real está allí, y esa es una de las principales razones, porque en el funcionan
casi todas las oficinas del poder político insular. La restauración de la red
en Plaza Central. También en los ductos principales bajo los caminos
adoquinados, va a ser una prioridad, y los expertos van a tener que trabajar
como nunca… ¡ay! – se detuvo en seco, habiendo tropezado. Llevó a la práctica
los conocimientos más elementales, para aliviar
el dolor de la torcedura –. El Consejo de Salud y Asuntos Médicos, por
nombrar el caso que mejor conozco. Está el riesgo, uno mínimo peo riesgo al fin,
de contaminación ambiental en esa red, e imagino que Nadia y su colega de
Ecología, Medio Ambiente y Recursos Naturales van a entrar en un colapso.
También el que el personal de Infraestructura y Obras resulte herido o no, algo
que pese a las probabilidades bajas es muy posible, que alguno de ellos
necesite respirar. Y las dos cosas son inaceptables. Algunos de esos túneles se
encuentran a profundidades de hasta medio kilómetro y en ellos, como en los
demás, habrá con seguridad olores estancados, residuos peligrosos y otros problemas
que provoquen que loe seres feéricos puedan… ¡oh, no!., exclamó de pronto,
mirando hacia arriba.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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