lunes, 23 de octubre de 2017

5.7) La solución a un capricho geológico



El colapso allí debía de ser total, y una situación idéntica tendrían que estar viviendo los dispensarios médicos y las postas sanitarias regadas por todo el país.
La sala medica cercana a las casas de Isabel y Cristal ese había transformado en los últimos días en un centro de refugiados completamente atestado que ya no daba abasto, y el personal iba y venía prácticamente sin detenerse entre los corredores, consultorios y otros espacios, ocupándose, también sin descanso, de la atención de las hadas – alguna de estas ya estaban allí desde antes de que empezara la catástrofe natural –, y tanto el cuerpo médico como los pacientes estaban al borde del colapso. Había hacinamiento en al menos las dos terceras partes, como era de esperarse. En la sala distribuidora, junto  la entrada, protegida del agua y los escombros por una barrera levantada a las apuradas (los individuos feéricos y de otras especies elementales simplemente la saltaban, o ingresaban flotando) con unos pocos muebles, tablones y trapos, que la capacidad tenía para cincuenta personas, tal era la cantidad de asientos, había ahora cuando menos dos veces y media esa cantidad. Muchos de los pacientes, previos y “contemporáneos”, y los refugiados tenían nada más que lo puesto y de ellos el setenta por ciento, tal vez más, presentaban una o más heridas. Cortantes, raspones, calambres, magulladuras, torceduras y moretones eran moneda corriente, las heridas y dolencias más comunes que se observaban en la sala y los corredores que llegaban a ella. Un número significativo de esos damnificados tendría que pasar allí varios días, sino era que semanas, algunos por las heridas recibidas y otros, a no ser que encontraran otro refugio, por haber quedado sus hogares, sino convertidos en ruinas deformes, perdidos e inhabitables por lapsos indefinidos de tiempo. De manera que la capacidad del lugar estaba por demás colmada y muchos seres feéricos, al menos mientras durara la catástrofe natural, no tendrían otra alternativa que permanecer en ese centro médico, saturando incluso los corredores.
… Lo dicho ya, el personal de ambos sexos estaba trabajando tanto como se lo permitían sus fuerzas y no se podían permitir siquiera un mínimo de descanso. Cuando menos la mitad de las hadas médicas presentes allí habían sido testigos presenciales, protagonistas directas e indirectas y víctimas de aquella jornada por demás trágica de hacía un siglo, razón por la cual contaban con conocimientos y experiencia en situaciones de desastres extremos. El personal médico y los individuos feéricos y elementales que se hubieron de ofrecer como voluntarios vociferaban las instrucciones y órdenes, pedían a cualquiera que pudiera tenerlos suministros de todo tipo, principalmente médicos y alimenticios, porque ya estaban empezando a escasear – se agregaba otra a la lista de preocupaciones, como si estas no fueran suficientes – en esa instalación médica, derivaban a los pacientes a las diversas secciones, según el grado de complejidad de las dolencias, heridas y priorizando, como lo hacían siempre, a los casos urgentes, trataban desesperadamente de infundir ánimo al común de todos allí y rogaban porque cesaran los vientos fuertes y el aguacero y se detuviera el implacable avance del agua, el barro y los escombros en la superficie. También – principalmente – que el centro médico no fuera a ceder y con ello correr la misma negativa suerte que las construcciones como aquella en la que estuvieron Oliverio, Lursi, Kevin y Eduardo. Estos hombres, haciendo caso omiso de estas nuevas y numéricamente superiores insistencias, no permanecieron allí por más de diez minutos, tiempo más que suficiente como para recuperar las energías que emplearan en construir aquella improvisada barrera de contención primero y rescatar a la familia en peligro después. Además, dejaron en poder de las hadas empleadas allí esos pocos objetos que habían encontrado en la calle, considerados por ellos como valiosos e importantes y que podrían revestir algún valor económico, sentimental y simbólico. Entre ellos estuvo la pulsera dorada recuperada por Oliverio. Afuera continuaba lloviendo torrencialmente y el camino continuaba bloqueado, pero eso no resultó en ningún impedimento, nunca lo hubiera sido, para que volvieran a salir y, por lo tanto, exponer nuevamente sus vidas. Muy cerca de allí estaban las viviendas de las hermanas de aura lila, en esa misma calle – La Fragua –. Cristal e Isabel, con toda la seguridad, estarían preocupadas como pocas veces por la suerte de sus novios.

_¿Pueden recuperar sus posesiones las hadas y otros seres elementales?, ¿cómo van a hacer tal cosa?.,  inquirió Eduardo, inclinándose para tomar un sobre color ocre.
Apenas con una rápida ojeada le fue suficiente para darse cuenta que al contenido lo formaba una docena de fotografías en blanco y negro de un cumpleaños infantil, tal vez uno de data reciente, que podrían arruinarse si no las trataba con urgencia un experto.
_Memoria fotográfica – contesto (insistió) el médico el grupo, abriendo aquella bolsa que había tomado en su paso por el centro, hecha con un material tan liviano como fuerte. Allí habrían de meter cada artículo de los que consiguieran recuperar en este nuevo tramo de su travesía. Entre tanto, estaban otra vez al amparo de una densa copa –. Para seis o siete hadas de un total de diez esa va a ser la mejor opción, cuando no la única. Porque son capaces de recordar como era su posesión y recuperarla más tarde, en otro momento. Y digo seis o siete porque las otras cuatro o tres pueden ser hadas de los sentidos, y por lo tanto van a recurrir a su olfato para recuperar sus posesiones extraviadas.
_¿El olfato? – reaccionó el arqueólogo, tanteando el entorno con la vista, buscando movimientos que delataran a más hadas en problemas –. Se que los seres feéricos tienen ese y los demás sentidos muy desarrollados, mucho más que los humanos. Lo sabía incluso antes de mi llegada a este mundo, y también que un tipo de hadas lo posee como don, pero ¿no se van a borrar las huella su otras marcas olfativas, por definirlas de alguna manera, con todas las cosas que están pasando?... sobre todo con la presión del agua.
_La mayoría de esas signaturas ya habrán desaparecido, supongo… no, supongo no. Estoy convencido de que lo hicieron. Pero siempre nos queda la posibilidad de que persista algún rastro. Eso nos va a ayudar cuando tengamos que recuperar nuestras pertenencias.
Con las fotografías en blanco y negro en la bolsa, y ambos pares de suicidas bajo la densa copa – densa y extensa. En los días soleados debía de dar una sombra de nos menos de cincuenta metros – la cual estaba junto a una estructura a medio derrumbar, lo que quedaba de una posta para el relevo de caballos, y habiendo comprobado que no había allí hadas atrapadas, Eduardo concluyó:
_Vamos a movernos al suroeste de la ciudad. Escuché unos pocos fragmentos de conversaciones en el centro médico y creen que hay personas en peligro en la periferia. A lo mejor no son más que rumores, pero es mejor que nos aseguremos.
Y los cuatro se pusieron en movimiento.

Era un capricho de la geología – explicaba el Consejero de Infraestructura y Obras, a medida que retomaban la caminata – la principal razón de esta inundación tan catastrófica. La ciudad capital del reino de Insulandia, en el centro geográfico del país, había sido construida en una zona deprimida, que desde la fundación del poblado primitivo hasta la actualidad había pasado de cuatro punto ochenta y uno a cinco punto cero nueve metros bajo el nivel del mar, con algunas elevaciones aisladas, lo que ocasionaba inundaciones y el estancamiento del agua con demasiada y alarmante frecuencia, desbordando todos y cada uno de los cursos subterráneos y a nivel, y anegando rutas reales, regionales, locales y otros caminos, lo que aumentaba el desastre cuando la caída del agua en las precipitaciones se prolongaba por mucho más tiempo que el acostumbrado. Como resultado de millones de años de evolución geológica, muchas veces calificada esta como “caprichosa” por las hadas, debido a esas particulares disposiciones y formaciones, habían surgido y moldeado estanques (lagos, lagunas, lagunillas…) y cursos a diferentes niveles bajo la superficie, a los que iban a parar el agua, o de esta la mayoría, de las lluvias, tormentas, aguaceros e inundaciones. Decenas de obras de ingeniería, unas más complejas que otras, llevadas a cabo en los últimos cinco mil setenta y nueve años, desde el momento en que finalizara la Guerra de los Veintiocho, complementos o no de las reparaciones de posguerra, habrían resultado en, entre otras cosas, una laberíntica y densa red de dieciséis mil setecientos ochenta y seis punto veinticinco kilómetros que abarcaba la totalidad de la Ciudad del Sol y cincuenta punto cinco kilómetros de extensión alrededor de ella – con el tiempo, los milenios, la red se extendió al doble de su superficie original en la ciudad y sus áreas colindantes –, en lo que fueron seis años de trabajos continuos. La densa red de tuberías desviaba el agua de las precipitaciones e inundaciones para usarla más tarde en riego, consumo e higiene, previo paso por la decena de plantas purificadoras y de tratamiento que se ocupaban de esa red en forma exclusiva, y sus otras aplicaciones. Pero esta “sobrecarga”, como vaticinaran las hadas, sería un contratiempo y una desgracia, paradójicamente a causa de las rejillas, redes y filtros que en circunstancias normales, instalados en los puntos estratégicos del laberinto, impedían el paso de cualquier objeto que fuera mayor a los dos centímetros. Era cierto que esa red evitaba las inundaciones y desviaba el agua, pero los túneles ya estarían saturados y el líquido, literalmente, brotaba del suelo como el césped a través de las tres mil doscientas cuarenta y una bocas de tormenta. Por otra parte, los pocos filtros que pudiesen encontrarse todavía operantes, cubiertos con todo tipo de objetos sólidos, desviarían el agua y el barro, que en vez de ingresas a la red se esparcían por la superficie, inundando y desatando el caos en la ciudad capital y sus alrededores. La solución ideada por los seres feéricos a este capricho de la geología había sobrevivido durante más de cinco milenios, desde que se inaugurara el primer tramo – veintiún kilómetros en línea recta, en el barrio Dos Arcos –, con reformas y mejoras periódicas y un mantenimiento adecuado. Tan solo los grandes desastres naturales representaban algún peligro para semejante obra de ingeniería. La respuesta más inmediata era siempre un paquete de medidas que básicamente apuntaba a la ampliación y modernización de la laberíntica red, al punto que los Consejeros Reales, en la última reunión con la reina Lili, hecha porque advirtieron que esta tormenta no sería como cualquiera otra, empezaron a plantear la construcción de otros cuatrocientos veintisiete punto cinco kilómetros de túneles, en cinco tramos de ochenta y cinco punto cinco cada uno, para dar cobertura a los barrios periféricos de la ciudad y sus adyacencias. Era un proyecto a largo plazo que confiaban empezar, desarrollar y terminar en el lapso de seis y medio a siete meses, a contar desde el inicio de la segunda quincena del mes de Abril. El agua estancada sería un obstáculo a la hora de tener que despejar y restaurar los túneles y desobstruir los filtros.

La primera mejoría – una muy leve, pero mejoría al fin – se dio en el curso de las custro horas y media que siguieron al instante en el que los cuatro hombres abandonaron esa seguridad que significaba permanecer en el centre médico de Barraca Sola, para ayudar como pudieran a la comunidad.  Para cuando se cumplió ese lapso, este destructivo desastre, se notaba con solo mirar, había superado al que ocurriera cien años atrás, en duración. La destructiva lluvia torrencial, los vientos fuertes y el avance del agua en todas las direcciones, advirtieron los seres feéricos de ambos sexos, finalmente estuvieron disminuyendo en ferocidad e intensidad, hasta adquirir cada una de las cualidades de uno de esos desastres a los que las hadas y otros elementales estaban acostumbrados, entre las cuatro horas con treinta minutos y las cinco en punto del vigesimosexto día de Marzo (el vigesimoquinto del tercer mes, en el calendario feérico antiguo). “Es algo, por lo menos”, hubieron de reconocer y coincidir (¿de contentarse?) los cuatro hombres, cansados y empapados por un lado, con diversas heridas por otro y con hambre por otro más. Una vez más concluyeron que había sido mejor no haber encontrado a ninguna persona más allí, más allá del matrimonio y sus hijas gemelas, porque eso significaba que las hadas estaban a resguardo en los centros médicos, otros refugios o donde fuera. En lugar de eso, el cuarteto de suicidas había estado recuperando todo tipo de objetos que terminaron a su suerte en el suelo, aquellos que, así lo consideraron, podían ser pertenencias de cualquiera en la ciudad, y reubicando o removiendo obstáculos que pudieran contener el avance del agua o desviarla.

Se habían turnado treinta minutos cada uno para cargar sobre los hombros o en la espalda aquella bolsa que el compañero sentimental de Nadia hallara en el centro médico. Una pieza tremendamente liviana en un principio, cuyo peso era ahora no inferior a los cuatro o cuatro y medio kilogramos. Uno solo de los hombres podría acarrearla sin problemas, pero considerando el cansancio que tenían, el esfuerzo que estaban haciendo para moverse, las dolencias y heridas y las condiciones atmosféricas tan adversas que no se detenían, creyeron en la conveniencia de turnarse. En sus planes no había figurado el andar por la Ciudad Del Sol en calidad de recuperadores, así los llamaron en la instalación médica, de las posesiones extraviadas de los seres feéricos y elementales, pero en la recorrida no pudieron encontrar individuos en problemas (estos, sin embargo, estaban allí…), de modo que ese había sido su objetivo desde que volvieran a quedar expuestos a la catástrofe. Encontraron y recuperaron prendas de vestir, joyas, dinero, utensilios de cocina, calzado que, como la ropa, pertenecía tanto a hombres como a mujeres, comida enlatada y envasada – algo que ya estaba haciendo falta en todos lados, en unos más y en otros menos –, unas pocas fotografías, sobres que habían escapado a una estafeta postal derrumbada y otros tantos artículos de variados tamaños y pesos, cada uno dañado, mojado y cubierto de barro, como los tres principales indicios del deterioro. Siempre trabajando Oliverio, Eduardo, Kevin y Lursi bajo la implacable lluvia y el fuerte viento, con todos los factores todavía en su contra, aquellos individuos de ambos sexos que los observaron moverse allí afuera arriesgando sus integridades físicas, o quienes hubieron de tomar conocimiento sobre lo que estaban haciendo coincidieron con las hermanas de aura lila en que heroísmo y suicidio eran sinónimos para esos hombres, tanto como para cualquiera de los individuos que andaban por allí salvando vidas. Recuperaban las pertenencias, trataban de contener el agua o desviarla y comprobaban que no hubiera una sola hada en dificultades, atrapada o rezagada. Tampoco hubieran dejado de salvarle la vida a los gnomos, liuqis, seres sirénidos y cuanto otro ser elemental encontraran en su tortuoso camino, pero los gnomos vivían muy por debajo de la superficie, más allá de la red de drenaje, las sirenas y los tritones se hallarían a salvo en sus cuevas en el fondo marino y los liuqis que vivían en los árboles ya habían conseguido dirigirse y llegar a un lugar seguro. Así que, después de otro brevísimo descanso al amparo de una carreta, a l que dieron vuelta para guarecerse, los cuatro hombres volvieron a ponerse en movimiento, reafirmando aquello de permanecer en la periferia suroeste de la Ciudad del Sol.

Caminando a paso decididamente lento por un camino adoquinado, aquel que marcaba el límite de los barrios Arroyo brillante y Aserradero Ema, el oriundo de Las Heras, que tenía la vista tan comprometida como el trío que lo acompañaba, pudo comprobar fácilmente que allí, al menos, la inundación y todos sus efectos consecuentes no estaban siendo tan destructivos – no tanto – como en las otras partes de la ciudad. A diferencia de lo que estaba ocurriendo en otros sectores, en los que el agua y el barro habían trepado hasta por encima de las rodillas, en este lugar en particular de Del Sol no llegaban a más de diez centímetros u once desde el suelo, aunque los daños y destrozos de todo tipo también acá estaban presentes.
-_Eso se debe a que los ductos principales pasan justo por debajo de los límites de los barrios. Por eso los caminos adoquinados y un área de cinco metros a cada lado están en ese estado. Los ductos principales tienen un diámetro de seis metros, que es doble que los secundarios y cuatro veces más que los de emergencia., lo ilustró Oliverio, dándole el pie a Lursi para retomar la explicación sobre la laberíntica red de drenajes subterráneos, cuyo punto neurálgico, allí donde una treintena de túneles se conectaban entre si, estaba justo debajo de la plaza central, en el barrio al que daba nombre.
_Que bueno que existe este laberinto bajo la superficie, porque de lo contrario una tercera parte de la capital y sus áreas colindantes, una tercera parte como mínimo, estarían en ruinas y perdidas por tiempo indefinido. Hay más de tres mil doscientas bocas de tormenta instaladas por toda la ciudad y los alrededores. En circunstancias normales funcionarían sin ningún problema. Pasan el agua y los objetos sólidos, pero estos quedan retenidos en los ocho mil ochocientos noventa y siete filtros. Las cuadrillas de Infraestructura y Obras se ocupan más tarde de la desobstrucción, junto con el personal de los Consejos DCS y EMARN. Esta no es una circunstancia normal, y el laberinto está totalmente colapsado, y estoy cien por ciento convencido de que el trabajo de recuperación allí abajo se va a encontrar entre los más duros, estresantes, extenuantes y peligrosos – empezó a hablar, incorporando un anillo y un collar a la bolsa que cargaba sobre la espalda –. Plaza central es por lejos el barrio más importante de la Ciudad Del Sol, por eso sus medidas e infraestructura contra desastres son particularmente sofisticadas. El Castillo Real está allí, y esa es una de las principales razones, porque en el funcionan casi todas las oficinas del poder político insular. La restauración de la red en Plaza Central. También en los ductos principales bajo los caminos adoquinados, va a ser una prioridad, y los expertos van a tener que trabajar como nunca… ¡ay! – se detuvo en seco, habiendo tropezado. Llevó a la práctica los conocimientos más elementales, para aliviar  el dolor de la torcedura –. El Consejo de Salud y Asuntos Médicos, por nombrar el caso que mejor conozco. Está el riesgo, uno mínimo peo riesgo al fin, de contaminación ambiental en esa red, e imagino que Nadia y su colega de Ecología, Medio Ambiente y Recursos Naturales van a entrar en un colapso. También el que el personal de Infraestructura y Obras resulte herido o no, algo que pese a las probabilidades bajas es muy posible, que alguno de ellos necesite respirar. Y las dos cosas son inaceptables. Algunos de esos túneles se encuentran a profundidades de hasta medio kilómetro y en ellos, como en los demás, habrá con seguridad olores estancados, residuos peligrosos y otros problemas que provoquen que loe seres feéricos puedan… ¡oh, no!., exclamó de pronto, mirando hacia arriba.



Continúa…



--- CLAUDIO ---

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