_¿Y ahora qué?., planteó el Consejero de
Infraestructura y Obras, en medio del intempestivo aguacero y los vientos,
refugiados el y los otros tres hombres bajo la copa de un árbol, tan densa y a
altura tan baja que estaba impidiendo el paso de gran parte del agua.
En su lugar, únicamente unas gotas solitarias
lograban filtrarse entre las ramas y las hojas.
Congregados
los hombres a ese amparo poco seguro o muy poco, intentaban decidir que
hacer.
_¿Y si nos empezamos a mover entre el agua,
el barro y los escombros, hasta que encontremos a alguna personas en
dificultades?- - propuso el médico del grupo, Lursi, señalando con la vista,
como esta se lo permitía, a una de las direcciones del camino, aquella que
conducía al adoquinado. Como los otros, tenía la visión muy limitada – No creo
que haya gente en estas calles, porque conociendo como conozco a los individuos
de mi especie, de seguro ya habrán podido encontrar algún lugar seguro, un
refugio. Pero siempre existe la posibilidad de que haya uno o más rezagados,
atrapados entre las ruinas o expuestos a otros peligros… como Oliverio y yo,
por ejemplo.
El cuarteto tenía la visibilidad tan limitada
que no podía detectar o divisar a más de cincuenta metros allí donde miraran.
Parecía como si el entorno en general hubiera sido cubierto por un oscuro y
negro manto y lo único de que disponían para iluminarse eran las auras: rojo
sangre la de Kevin, gris perla la de Lursi y azul eléctrico la de Oliverio.
_Entonces, ¿por dónde podemos empezar? –
intervino el jefe del Mercado Central de las Artesanías, recurriendo de entrada
a la ecolocación. Ese sonido que estaba emitiendo, como un chasquido leve con
los dientes, pasaba inadvertido por ser justamente eso, apenas audible, y más
estando eclipsado por el desastre. El compañero de amores de Cristal agudizaba
el oído tratando de captar los potenciales pedidos de socorro, y se alegraba de
que no los hubiera, porque eso significaba que no habían hadas atrapadas ni en
problemas, ni tampoco otros seres elementales –. En el caso probable o no de
que vayamos a encontrar rezagados, podrían estar en cualquier parte. Yo por
ahora no estoy detectando a nadie, pero la falta de pruebas no implica la
prueba de faltas. Pero si lo hiciéramos, si damos con un rezagado o más, ¿qué
cosa hacemos con el o ellos?, ¿a qué lugar los vamos a llevar, que sea seguro?.
_Las instalaciones médicas, ¿no?; cualquiera
de ellas. Son la mejor alternativa que van a tener, cuando no la única. Pero
deben, supongo, estar saturadas con pacientes y refugiados. No es difícil
imaginar que pueden estar colapsadas – sugirió el experto en arqueología
submarina, poco convencido de que fuera la mejor idea, considerando el oscuro
panorama, por lo cual agregó –… o a cualquier otro lugar que encontremos en el
camino que sea lo bastante seguro. Tiene que haber alguno – fue entonces que
Eduardo reconoció –. Saben una cosa?. Tendríamos que haberle prestado atención
a las palabras de Cristal, Isabel y la reina Lili. “¿Qué vamos a hacer una vez
que hayamos salido?”
A Oliverio, Lursi, Kevin y Eduardo les
demandó alrededor de un tercio de hora idear un plan de acción, un itinerario,
y al cabo de esos veinte minutos bajo la copa del árbol, llegaron a la
conclusión de que únicamente les quedaba una alternativa. Era eso o quedarse
allí bastante más tiempo del que querían, buscando acabar con el vacío de
ideas. Se moverían de un lado a otro sin ningún rumbo ni destino fijos, por lo
pronto dentro de la devastada Ciudad del Sol, deseando no encontrarse con
ninguna hada u otros eres elementales durante el tortuoso viaje – al mismo
tiempo que el objetivo principal de esta salida consistía en rescatar a tantos
como pudiesen, de serles posible a tantos como encontraran… a todos ellos –,
removiendo cualquier obstáculo o reubicándolo, para detener el avance imparable
del agua y el barro, y quitando ruinas ante el potencial derrumbe de tal o cual
estructura, principalmente para cerciorarse de y confirmar que no hubiera hadas
atrapadas. En caso de encontrarlas, sacarían primero a los menores de edad y a
las mujeres, gesto de caballeros (y principio ético) mediante, y después a los
hombres. Los llevarían al lugar seguro más próximo, el más seguro que pudieran
encontrar, y continuarían con su tarea hasta donde sus fuerzas se lo
permitiesen. Reconocieron finalmente que se trataba de una verdadera locura,
pero les importó poco o nada. Y ello se
debía principalmente al convenio de sangre, cuando no exclusivamente a el, que
establecía la ayuda y colaboración de todos si uno se encontrara en
dificultades. Con la misma intensidad estaba el deseo más que firme de ayudar
y, en el caso de Eduardo, demostrar su valentía, valía y el sentido de
pertenecer al mundo de los seres feéricos y elementales.
Al final, con esa única alternativa, Eduardo
decidió:
_De acuerdo, entonces. Vamos a caminar en
círculos, cada vez más amplios, usando como punto central y de partida este
árbol bajo el cual nos encontramos ahora. Formemos un espiral y tratemos de
abarcar a todos los lugares que podamos – hizo una pausa, en tanto sus “suicidas
“amigos se mostraban de acuerdo moviendo la cabeza, y agregó – Ya me contaron
ustedes, Cristal e Isabel acerca de la eco localización y los magneto sensores,
de lo útiles que nos van a resultar en este momento, ¿pero con qué otros
métodos cuentan los seres feéricos para orientarse durante esta clase de
situaciones, cuando les toca moverse hacia otra parte?.
_Depende – contestó Oliverio, inclinándose y
tomando con la mano derecha una pulsera de oro que había pasado flotando junto
a sus pies (nunca con intenciones de quedársela… además era una pulsera femenina
y para nenas de no más de once o doce años). Podrían toparse con efectos
personales de los seres feéricos durante la travesía, e incluso de otras
especies elementales, algo confirmado por el Consejero de Infraestructura y
Obras y el otro trío de hombres con el hallazgo de esa pulsera. La guardó en
uno de los bolsillos del pantalón, con el irrenunciable y firme propósito de
incluirla en aquella lista de objetos extraviados. Un catálogo con cantidades
siempre variables de artículos que se formaban tras los desastres naturales. A
la larga, los propietarios terminaban recuperando sus posesiones y agradeciendo
–. Algunas veces recurrimos a las posiciones del Sol, la Luna, las estrellas y
demás cuerpos celestes, cosa que nos va a resultar imposible en este momento.
Es un método que, combinándolo con los magneto sensores, los seres feéricos
usamos en la mayoría de los casos, por no decir en todos, al momento de cubrir
distancias por agua o por aire, sobre todo en los viajes desde un continente
hasta otro, y que no recurrimos a las puertas espaciales; si el cielo se
llegara a aclarar aunque sea un poco podríamos usar ese método.
_La memoria fotográfica, o memoria visual –
agregó Lursi –. Hay algunas especies en el reino elemental que son
perfectamente capaces de recordar… que se yo, una obra en construcción, un
accidente geográfico, un curso de agua, tal o cual estructura, un árbol que
sobresalga por algo, como por ejemplo una marca en el tronco o la forma de
parte o todo de su copa, un poste instalado en el suelo, el color en la fachada
de una casa o lo que sea, para usar ese detalle como punto de referencia. Es un
tipo de memoria particularmente desarrollado en los Habitantes del Agua, los
gnomos y los seres feéricos. Y no estoy hablando del recuerdo así nomás de un
lugar, o de cualquier otra cosa, sino de un recuerdo con todos los detalles.
Pero para poder usar la memoria fotográfica vamos a requerir de un campo de
visión mucho más amplio que el que tenemos ahora. No es mayor a los cincuenta
metros o los sesenta, y eso es lo mismo que la nada. Además, aunque lo podamos
recordar, va a ser complicado, estoy seguro de eso y mucho, cuando ustedes tres
y yo tengamos que saber, por ejemplo, en que dirección nos estamos moviendo.
_Los globos aerostáticos – intervino el
artesano-escultor, a la repentina luz de otro relámpago –, aunque no por supuesto en situaciones como
esta. Los usamos para tareas de prevención, investigaciones, análisis y
vigilancia, y son u complemento magnífico de las observaciones por tierra, para
cuando cartografiamos la superficie y queremos fotografiarla desde las alturas.
En el momento en que uno o más de ellos se encuentran en el aire sirven también
como guía y referencia: a que distancia y en cuál de los puntos cardinales se
halla un globo del viajero y el lugar al que se está dirigiendo. La eficacia y
la precisión dependen de a que altura esté ubicado el globo. En el reino de
Insulandia, en un día normal, llegan a haber hasta tres mil ochocientos setenta
y cinco globos aerostáticos en el aire al mismo tiempo, alrededor de la mitad
de los que tenemos en todo el país – la luminiscencia de otro relámpago enseñó
al cuarteto un panorama desolador – Las puertas espaciales son otra opción,
gracias a la nomenclatura nueva, que entró en vigencia hace un mes y es la
misma en todo el planeta, pero ante los desastres como este salen de servicio.
Y en los viajes por agua, cualquiera sea la distancia, las largas sobre todo,
usamos sextantes, brújulas y astrolabios, así sea que estamos hablando de balsas
para navegar por un arroyito o el más grande de los buques transoceánicos. Son instrumentos
muy útiles.
_Me inclino por la memoria fotográfica, sin
dudas – prefirió el compañero sentimental de Isabel, a ese respecto haciendo
gestos y señas con ambas manos – Me parece que es una de las opciones con las
mejores probabilidades de éxito ante esta grave situación. Todas las demás quedan
obsoletas. Además, es la única que puedo dominar sin dificultades. Por cierto,
¿qué es lo que esperamos?. Vamos a poner ya manos a la obra.
Y lo hicieron.
Naturalmente que encontrar un punto de
referencia no implicaba ni por equivocación algo de grandes proporciones u otra
característica que lo hiciera destacar.
Podía ser cualquier cosa.
Lo que fuere.
Como dijera minutos antes el segundo al mando
del Consejo SAM, la referencia se podría hallar donde ellos quisieran. Un poste
instalado en el suelo, si lograban verlo y retenerlo en la memoria (algo poco
probable con este desastre), algún adorno o decoración en tal o cual
estructura, alguna que otra pintada que los enamorados hubieran hecho en una
pared – no contaba como falta ni maltrato a la propiedad si iba la pintada
acompañada de algún gráfico o dibujo –, un arbusto con forma extraña, un nido
de aves en una copa, una bandada de liuqis que para encontrar refugio viajaran
en línea recta sobre los arbustos de altura baja o muy baja, letreros de
cualquier clase, las estacas que marcaban los puntos de acceso a o salida de
las cuevas en las que vivían los gnomos,
monumentos grandes o pequeños… Desafortunadamente, casi todos aquellos
lugares que podrían emplearse y considerarse como puntos de referencia habrían
sucumbido ante la brutalidad del desastre. Muchos de esos potenciales puntos
estaban entremezclados con el agua, el barro y los escombros cuantiosos
desperdigados en el suelo, la tinta y la pintura en los pocos carteles que
milagrosamente se mantenían de pie y los grafitis en las paredes eran manchones
sin forma, y con una situación que revestía un caos semejante Eduardo, Kevin,
Lursi y Oliverio estaban lejos de distinguir, ya no de diferenciar, adornos o
decoraciones en particular, tampoco nidos, y los liuqis bajo ninguna circunstancia
emprenderían un viaje con catástrofes como esta, poniendo sus vidas en peligro
(no por cobardía, sino porque trataban de mantener con vida a los más jóvenes),
pudiendo hacer aún más breve su expectativa de vida, que era de un mes (¡si, un
mes!). Aun con esos factores en contra, continuaron en movimiento. Habiendo
recorrido aproximados cien metros, hacia el sur, se encontraron cara a cara con
el que sin lugar a dudas era su primer reto: un añejo y grueso tronco actuaba
como barrera en esa calle, impidiendo el paso del agua, y era esencial que esta
no continuara fluyendo hacia la periferia de la ciudad (el barro y unos cuantos
objetos, en cambio, quedaban contra el tronco). Empantanados y trabajando bajo
el feroz aguacero, el cuarteto de hombres simplemente ubicó el tronco en una
mejor posición, transversal a la calle, y recurrieron a los mismos objetos
sólidos acumulados allí, de varios tamaños, y el barro para reforzar ese dique de contención. No era la
gran obra de ingeniería, hubieron de reconocer, pero al mismo tiempo pensaron
que eso era mejor que nada. Como refuerzo extraordinario, Oliverio había
recurrido a sus conocimientos profesionales y experiencia en el mantenimiento
de caminos – “Son el sistema nervioso del reino”, decía – para asegurar,
mediante sus habilidades, esa “pared” de más de seis metros de longitud por
aproximados cincuenta centímetros de circunferencia. Pensaron los cuatro
suicidas que eso sería algo habitual en
Tanto estuvieran allí afuera.
Improvisar.
Actuar instintivamente y por intuición.
Sus temores, como sabían que pasaría, se volvieron
realidad.
Encontraron hadas atrapadas alrededor de un
cuarto de hora más tarde y quinientos veinte metros al noroeste del lugar en el
que habían hecho del tronco derribado un dique de contención, junto a un puñado
de objetos sólidos. Se trataba de un par de menores de edad, gemelas de no más de siete u ocho años, que
habían quedado atrapadas entre las retorcidas ramas y hojas de una acacia, y a
sus padres al borde del colapso total, sin posibilidades de socorrerlas y
teniendo que limitarse a palabras de aliento, habiendo quedado bajo unos
bloques de materiales y tejas acanaladas que habían formado el techo de la sala
de la vivienda. Lo dicho, apreciaron los “suicidas”, lo único que podían hacer
los progenitores era infundirles ánimo mediante palabras. Y el grupo familiar entero
creyó que había llegado su momento, hasta que escuchó los pasos y voces del
cuarteto, al que no pudieron reconocer sino hasta que tuvieron a sus componentes
frente a si, a solo uno o dos metros de la acacia.
Era una situación complicada – mejor dicho,
bastante complicada –, sin mencionar los vientos, ahora apenas menos fuertes
que hace unos instantes, ese feroz aguacero y el implacable avance del agua y
el barro. Un árbol añoso había cedido a la fuerte presión, cegando el acceso a
la sala principal, destruyendo al poco tiempo ese ambiente, en forma parcial, y
a la cocina-comedor diario en su totalidad. Las chicas atrapadas y medio ocultas
en la acacia, explicaron a los hombres, llevaban expuestas allí ¡ciento veinte
minutos!, habiendo trepado para intentar el rescate del par de pichones de un
nido que, a pesas de sus esfuerzos, no pudieron salvar, lo mismo que una de las
aves; y tenían a la sobreviviente acurrucada en una mano (así de diminuto era
el pichón). Estaban usando su propia energía vital para mantener la a salvo y,
como sus progenitores, tenían un aura color café. Una de las hijas del matrimonio
atrapado entre las ruinas tenía varios cortes en la pierna izquierda, producto
del contacto con las ramas, y ofrecía la impresión de que si conseguía zafarse
podría caer de bruces al suelo. La otra gemela, igual de aterrada, era la que
estaba sosteniendo al pichón, mientras se aferraba con fuerza a otra rama para
no ceder, y una de sus delicadísimas alas presentaba una herida en el extremo,
por lo que la movía con cierto grado de dificultad. “Que bueno que estas cosas
puedan solucionarse”, se alegró Oliverio, pensando como proceder. Las chicas
tenían una voz chillona, y Eduardo dedujo que se debía al susto.
_Muy bien, vamos a ponernos en movimiento y a
trabajar., anunciaron para ellos mismos los cuatro hombres, avanzando de lleno
y sin dudar hacia el árbol y la vivienda.
Kevin y Oliverio se abrieron el paso como
pudieron entre los escombros y el barrizal que se agolpaban en la fachada, en
la sala principal, y lograron remover la suficiente cantidad de los dos como
para ingresar a través de un reducido, deforme y precario hueco de no más de un
metro de anchura máxima, sin haberse dado cuenta de que penetrarían también el
barro y la propia agua, a raudales ambos elementos. Todo cuanto allí hicieron
fue sacar al matrimonio de entre las ruinas del techo derrumbado, otrora
magnífico – gesto de caballeros mediante, el marido, Kevin y Oliverio pusieron
a salvo en primer lugar a la mujer –, cuyos componentes debieron aceptar la
idea de abandonar su casa nada más que con lo puesto. A solo dos metros y
quinto de distancia de esa posición, Eduardo se las había ingeniado para trepar
por el tronco de la azotada acacia y bajar a las aterradas hermanas gemelas,
una de las cuales continuaba esforzándose por conservar con vida al pichón,
sabiendo que el segundo al mando del Consejo SAM aguardaba junto a la base para
sujetarlas con ambas manos. Las nenas no llegaron a poner sus pies en el suelo,
porque no bien Lursi las hubo de sostener, aparecieron los padres, seguidos
estos por su par de rescatadores. El resultado fue satisfactorio y el sexteto
de adultos terminó con barro, agua y restos vegetales hasta los tobillos e
incluso más.
“Se los agradecemos”, fueron las únicas
palabr4as que pudieron pronunciar las chicas y sus progenitores, para demostrar
su agradecimiento a los hombres por haberlos salvado, observando como los
cuatro trabajaron expuestos al peligro total y teniendo en su contra todos los
factores.
Y que bueno que hubieron de llegar a tiempo
para salvar a ese matrimonio y su descendencia, porque exactos cuatro minutos
más tarde, cuando allí ya no quedaba nada por hacer y se disponían a abandonar
el lugar – perdida la ilusión de las gemelas, porque al segundo pichón también
se le habían terminado los problemas – e ir sin demoras a un lugar seguro, la
acacia se vino abajo, arrastrando a su paso el tronco ya caído y demoliendo,
como efecto consecuente, a casi todo el cuerpo principal de la casa y dejando
al descubierto una parte de los corredores.
“¿Al centro médico?”, se preguntaron los
rescatistas.
“Al centro médico”, fue la respuesta
inmediata.
Aquellas instalaciones médicas en el barrio
Barraca Sola, una de las cuales estaba muy cerca de la casa de las hermanas de
aura lila, eran las más próximas a esta vivienda en ruinas.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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