El
hada de la belleza miraba prácticamente sin efectuar un solo movimiento ni
pestañar a través de la ventana en la sala, que ya tenía una minúscula araña en
un extremo, y con las manos entrelazadas detrás suyo. Sus ojos estaban enfocados
en un punto en la calle en el que una carreta de tamaño mediano había quedado
tumbada y atascada por la gran cantidad de barro y escombros acumulados. Pegó
un sobresalto, aunque no muy evidente, porque otro rayo había hecho impacto
justo al lado de esa carreta. Isabel pensaba que el Consejo de Ecología,
Medio Ambiente y Recursos Naturales (EMARN) sería el área del poder político
con más trabajo una vez que concluyera el desastre, junto con los Consejos de
Desarrollo Comunitario y Social, de Salud y Asuntos Médicos y la Guardia Real.
EMARN habría de necesitar un presupuesto, también extraordinario, y centenas,
sino era que miles, de trabajadores dispuestos a ocuparse de las tareas tan
exhaustivas. Veía Isabel con gran pena como todo aquello en lo que tantos
esfuerzos, tantos sacrificios y tanto tiempo les demandaba a diario a las hadas
dejar en condiciones cedía sin siquiera la mínima oposición y sin ninguna
posibilidad de resistirse ante la cruda violencia con que se sucedían los
vientos fuertes o muy fuertes y avanzaban el agua, el barro y los escombros,
que, para hacer peor la situación, parecían ahora no estar moviéndose en una
dirección única, debido a los ferocísimos vaivenes del viento y otros factores
igual de perjudiciales. El hada moví las manos nerviosamente, llevándolas a los
bolsillos delanteros del pantalón y quitándolas de allí casi al instante,
haciendo resúmenes sobre el antes y el ahora del caótico paisaje. Jornadas
laborales enteras – horas, días, semanas… – y continuas de estar dando el
personal de EMARN lo mejor de si para la conservación de este “mundo perfecto”
se estaban por perder y una parte de su tristeza radicaba en no poder hacer
algo, cualquier cosa, para evitarlo ni revertirlo. Por su lado, Eduardo, que
tampoco había presenciado jamás un desastre así, estaba yendo de un lado a otro
de la vivienda, ocupándose de exactamente lo mismo que Wilson hacía un siglo;
asegurándose una y otra vez más, tanto como fuera necesario, de que no se
filtraran el agua ni el barrizal. Había descubierto un cuarteto de goteras, una
de las cuales no demoró mucho en convertirse en un finísimo y continuo chorro
que caía dentro de un balde, y los harapos dispuestos junto a la puerta que
comunicaba la cocina-comedor diario con la lavandería-almacén (en este
ambiente, la penetración a raudales del agua era un hecho que no podía
evitarse) estaban quedando completamente inservibles debido al exceso del
líquido y la incipiente presión que aquel ejercía. Así de mojados, y con la
violencia intempestiva del aguacero y la inundación., era un misterio y un
milagro que ese manojo de trapos viejos funcionara como dique. Habiendo de
vuelta estado en la sala principal, encontró a su compañera sentimental
temblorosa junto a la puerta, con los ojos abiertos de par en par, todavía
fijos en la carreta estancada. Para ella, el personal y los funcionarios en los
Consejos EMARN, SAM y DCS, insistía, tendrían su desafío máximo. Pasaría lo
mismo, exactamente lo mismo, en los demás Consejos y otros organismos públicos.
_Estoy
asustada – reconoció Isabel, al ver entrar a su novio por el débil reflejo en
el vidrio. No hacía ninguna falta que lo mencionara, pensó el experto en
arqueología submarina, reparando en la condición y el aspecto que ofrecía el
hada de la belleza y en su aura lila, poco intensa y poco brillante, un estado
que había ido asentándose a medida que lo hacía la catástrofe. Aun si esas
muestras no resultaran suficientes para denotar el susto, quedaba la expresión
de su cara, y esto de verdad que era un indicio muy sólido de los sentimientos
del hada –. Nunca antes había visto algo como esto, Eduardo. Y lo que es verdaderamente triste es que no
hay nni una sola cosa que se pueda hacer para evitarlo o contenerlo. Al menos,
a mi no se me ocurre algo. Asomate por la ventana y mirá eso, por favor.
Cualquier cosa que se encuentre al otro lado del vidrio – con la vista indicó
el exterior a su compañero de amores. Ambas veredas y la calle estaban tapadas
por agua y barro, algo por demás alarmante. Los terrenos al otro lado de la
calle eran otro completo desastre e incluso la fachada en la casa de Cristal y
Kevin presentaba daños, y muchos –. A medio destruir. Hace unos momentos sentí
un ruido muy fuerte; un derrumbe, sin dudas. Si no estuve equivocada, sentí
como los materiales se desplomaban con violencia, pero no como impactaban. El
barro, el agua y otros escombros deben de haber amortiguado el ruido. Hasta donde
conozco, que no es mucho, es la primera estructura en venirse abajo, y me
parece que fue una casa. Con todo lo que está pasando allá afuera es difícil
poder concentrarse en un detalle en particular.
A
la luz de otro imponente relámpago, ambos divisaron otro de los signos de la
catástrofe.
En
la vastedad del cielo se perdía y alejaba, envuelto en un fuerte y huracanado
viento, uno de los globos que los seres feéricos usaban para observar y
cartografiar el terreno. Las sogas que lo mantenían sujeto a la superficie no
habían sido rivales para los embates de la naturaleza.
_Cualquiera
que haya sido el uso de esa estructura que se vino abajo, espero que haya
estado desocupada – deseó con preocupación y sinceridad el arqueólogo, en cuya
cabeza se mataba pensando cual podría ser el método más efectivo para
tranquilizar a su compañera sentimental
Al final recurrió a lo obvio, ante la evidente falta de originalidad.
Tomándola por ambas manos, la apartó de la puerta y condujo lentamente hasta el
sofá, sobre el que se dejaron caer con suavidad, y Eduardo la rodeó con el
brazo izquierdo. Tranquilizarla, reconfortarla y animarla, eso estaba el
buscando –, y ojalá que haya ese sido el único derrumbe. Este lugar, el mundo
de los eres elementales, es todo un páramo, un lugar demasiado idílico y
perfecto. Así lo había imaginado yo, y resultó que era tal cual esa
imaginación. Con un desastre natural tan grave como este la integridad total de
esa condición sin duda alguna va a encontrarse seriamente comprometida. De
hecho, eso es algo que ya está ocurriendo, desde el veintidós. Y yo voy a hacer
todo lo que esté a mi alcance para que la cosa no resulte peor de lo que ya
está, en lo que pueda y como pueda. Eso, Isabel, es una promesa. En cuanto
hayan menguado un poco los vientos fuertes y el aguacero, voy a salir a la
calle para…
Pobres
los nervios del hada.
¿Podrían
soportar esto?.
_¡No!,
¡ no lo hagas, Eduardo!. ¡No vayas a salir de esta casa, por favor! – fue la
súplica de su novia, con los ojos abiertos de par en par. Miraba a su compañero
de amores sin pestañar, buscando explicaciones, y de ambos, al tiempo, le empezaron
a brotar las primeras lágrimas de angustia, a las que venía conteniendo, cada
vez con más encono, desde que empezara el desastre. Quería impedir que pasara
lo que según ella era una absoluta imprudencia –. ¡No quiero que vayas a poner tu vida en riesgo de
esa manera tan irrespon… imprudente!... no te quiero perder – el aguacero era
tan fuerte que ella y su novio tenían, de a ratos, que elevar sus voces, para
hacerse escuchar –. Se bien lo que estás sintiendo, y lo comparto. Esta es mi
gente. Esta es mi tierra. Comprendo que permanecer acá sin poder hacer alguna
cosa para ayudar debe resultarte muy desesperante y angustiante. Eso es
exactamente lo mismo que me pasa a mi. Pero no es conveniente ni por
equivocación que salgamos ahora. Ya vamos a obrar cuando haya pasado el
desastre. No podemos salir en este momento, porque cualquier cosa que hagamos,
lo que sea, sería inútil.
_Pero
allí afuera, Isabel, al otro lado de esa puerta, hay con toda seguridad cientos
de miles de hombres y mujeres en peligro desde el veintidós… hace dos días y
medio, y están necesitando ayuda, toda la que puedan conseguir – insistió Eduardo,
empujando un balde con el pie derecho. Otra gotera había aparecido en la sala. ¿Era realmente su deseo y realmente sus
intenciones el arriesgarse de esa manera tan poco (o nada) prudente?. Pareciera
que si. El hada de la belleza ya estaba cayendo en la cuenta. Tarde o temprano,
su compañero sentimental iba a abandonar la seguridad de la vivienda y asumir
el papel de héroe en la ciudad, en cualquier lugar al que pudiera llegar,
porque además, actuar bajo este desastre era una manera de demostrar su valor.
Eduardo no iba a cambiar de parecer, por más que Isabel se esforzara por
convencerlo de lo contrario –. Es cierto que tal vez no pueda hacer gran cosa,
Isabel, pero es mejor eso que quedarme en esta sala sin hacer algo más que
tapar goteras y ver como se destruye de a poco la Ciudad Del Sol. ¿No lo ves de
esa manera?. ¿Tenés miedo de que me pase algo, no, de la suerte que vaya a
correr? – ante la segunda pregunta, la hermana de Cristal hizo el gesto de
afirmación con la cabeza –. No tenés por qué preocuparte, Isabel, porque se muy
bien lo que tengo que hacer. Se muy bien cuál es mi deber. Ayudar. Como sea,
pero hacerlo. Darle una mano a todos cuantos pueda. Y quiero repetirlo; yo no
me voy a quedar con los brazos cruzados en este sofá mientras exista un solo
ser elemental cuya vida se encuentre comprometida con este desastre natural.
¿Podés entender eso? – y agregó – Además, aunque marcadamente menor en
comparación con lo otro, el instinto aventurero surgió en mi desde que me di
cuenta donde estaba, hablo del hogar de los seres feéricos y elementales… y si
Kwevin, Lursi y Oliverio están pensando lo mismo que yo, este va a ser el debut
práctico de nuestro convenio de sangre.
_Veo
que ya estás decidido a salir, ¿no? .,
empezó aunque sin muchas ganas, a resignarse el hada, cuya aura lila se movía
erráticamente.
Aun
con las palabras de su novio, dudaba de sus intenciones.
Con
un ínfimo éxito aguardaba que esa duda se convirtiera en una certeza. Que
Eduardo recapacitara replanteara su decisión de, literalmente, poner su vida en
juego al otro lado de la puerta.
_Exacto,
Isabel, ya estoy decidido a salir – insistió su compañero sentimental, con la
suficiente firmeza en sus palabras como para no dejar siquiera la mínima duda
acerca de lo que pensaba hacer no bien el aguacero hubiera disminuido su
ferocidad e intensidad. Dejó de aplicarle presión a la palma de la mano
derecha, tan solo para dejar caer una gota de su sangre, de aquella herida
producida antes de llegar a la sala –. Es verdad que pongo mi vida en juego,
pero no voy a perderla. Mi sangre y mi palabra son las garantías de eso.
…
En lo más recóndito de su mente, no obstante, Eduardo estaba preguntándose que
hacer una vez que estuviera fuera de la vivienda. Carecía de una contestación
en concreto a ese respecto y por sus siempre activos sesos ya le navegaba toda
clase de posibilidades e ideas, cada una con sus puntos a favor y en contra,
los cuales habrían de depender de como obrara – bien o mal _ en el exterior.
Las condiciones atmosféricas, climáticas y meteorológicas y el estado del
suelo, por supuesto, le iban a jugar en contra en todo momento, lo que sería el
mayor de todos los obstáculos, sino era que el mayor de todos.
Sino
el único obstáculo.
Como
era lógico, el arqueólogo tendría que prestar toda la atención a los pedidos y
las exclamaciones de socorro de quien pudiese encontrarse en problemas para
saber a que lugar dirigirse, y con esa acción forzar al máximo, posiblemente y
mucho hasta los límites, a su sentido de la audición. Pero el ruido del
aguacero, el del viento y el del avance del agua eran tan fuertes e intensos
que obstaculizaban a la mayoría de los otros sonidos, por no decir a todos. En
la sala principal, por ejemplo, los
pasos de Eduardo e Isabel al moverse apenas se podían escuchar y de a ratos
tenían que elevar la vos para hacerse escuchar. Como las súplicas de la hermana
de Cristal pidiéndole a su compañero de amores que desistiera de la idea de abandonar
la vivienda. Ruidos y voces se entremezclaban y uno de los pocos sonidos que
dominaban en el interior, uno de los pocos que a veces destacaba, era la
onomatopeya “¡plic!”, del agua en las goteras cayendo dentro de los baldes o al
suelo y sumándose al líquido ya estancado.
Por
un lado, la dueña de La Fragua, 5-16-7temía, y no hacía esfuerzo alguno por
ocultar ese sentimiento, que le fuera a pasar algo, y habían las más grandes posibilidades
de que así fuera, todos los pronósticos y factores apuntaban a eso, a su
compañero sentimental, este encontrándose expuesto a pleno, de manera poco, muy
poco o nada prudente a la inclemencia tan catastrófica. Por otra parte, había reconocido, y también sin
ocultarlo, sentía temor ante la idea de quedarse sola en la casa con una crisis
como esta. A ese respecto, con razonamiento, el pensamiento del arqueólogo era:
“Tendría
que venir Cristal. El grupo familiar es una fortaleza inconmensurable para los
seres feéricos”.
De
esa forma, el arqueólogo – lo propio haría el artesano-escultor, porque el
convenio de sangre tenía vigencia por tiempo indefinido y abarcaba cualquier
tipo de circunstancias – podría, como dijera, interpretar el rol de héroe ante
todos los habitantes, sobre todo aquello que constituían su máxima creencia,
los seres feéricos, e Isabel no se quedaría sola. Ne hecho, habían las hermanas
y el jefe del Mercado Central de las Artesanías mantenido una comunicación
mediante señales luminosas, recurriendo s sus habilidades especiales, cuando la
ferocidad del viento parecía encontrarse en disminución (parecía) y el estado
de nervios y la concentración de Cristal e Isabel se los permitía. Las hermanas
de aura lila y Kevin lanzaron haces de energía a no más de cincuenta
centímetros del suelo, los cuales, gracias al control ejercido, formaron números,
letras y signos ortográficos y gramaticales. Ninguno de los tres podía informar
ni dar cuenta de gran cosa, naturalmente, solo esos escasos acontecimientos,
los pocos que por una u otra razón destacaban, que desde las salas podían
observar. Cada una tenía vistas excelentes del exterior, debido al entorno, a
su geografía y a la disposición de ambas viviendas, de modo que cada pareja
ofrecía diferentes imágenes (noticias) de lo que veían o creían ver. A ciencia cierta
conociendo que la gran mayoría de la población del reino insular, de la Ciudad
Del Sol en particular, no sabía utilizar otras formas de comunicación, como la
mental – las hermanas de aura lila ignoraban esa técnica, y Kevin nunca
demostró el menos interés en aprenderla –, que por el momento no disponían de
los equivalentes feéricos de tecnología y asustadas como estaban las chicas
como para querer hacer uso de esa capacidad que les permitía viajar bajo las
tormentas sin entrar en contacto con el agua, recurrieron al método conocido
por todos los individuos de su especie en el planeta: letras, símbolos y
números escritos en el aire y a baja altura, ante la imposibilidad de hacerse
escuchar sus voces, del mismo color que el del aura del emisor o la emisora.
Así, resignada ya (pese a sus intentos por convencerlo de lo contrario) a que
su compañero sentimental iba a abandonar la vivienda, Isabel escribió:
“Cristal
y Kevin. En cuanto se presente la primera oportunidad, les pido que crucen y
vengan aquí, por favor. Me parece que se avecinan nuevas dificultades, y de las
complejas”
El
color de las hermanas contrastaba sin ningún problema con los demás en este
entorno, tan opaco, oscuro y lúgubre. Fue el jefe del Mercado Central de las
Artesanías y compañero habitual de copas del experto en arqueología submarina
quien le hubo de contestar a Isabel, y un breve mensaje de color rojo sangre,
que contrastaba también con facilidad, apareció en el aire, a la misma altura
que los otros.
“De
acuerdo. Vamos en cuanto podamos. Suerte”
Con
ese sencillo (relativamente) método de comunicación se habían podido enterar y
ponerse al corriente de unas pocas noticias, unas más trágicas que otras,
ocurridas en varios puntos de la Ciudad Del Sol, desde que a ambas parejas se
les hiciera imposible abandonar sus hogares. Otros seres feéricos, en el barrio
barraca Sola al menos, también habían recurrido a ese método, proyectando los
haces a diversas alturas, de estas elevadas la mayoría, para que se les
detectara a la distancia. Un conjunto de letras de color fucsia, por ejemplo,
habían alertado sobre la caída de un rayo que hizo impacto en el Hospital Real,
en el barrio principal de la ciudad, y otro más sobre el edificio donde
funcionaban las representaciones diplomáticas de los otros países que conformaban
el continente centrálico, en el mismo barrio; una densa columna de humo negro
fue rápidamente sofocada por la constante caída de agua, tal cual lo informara
un conjunto de letras naranjas, lo que era indicativo a su vez de que en algún
momento tuvo que haberse producido algún voraz incendio; el barrizal por demás
dantesco y el agua arrastrando todo a su paso en el camino principal del barrio
Las Riberas, incluida una carreta con techo móvil de gran porte con todas las
mercancías (productos cerealeros) que había en ella, fue el anuncio de las
letras de color naranja en las alturas; un enjambre muy nutrido de atemorizados
liuqis hacía sus esfuerzos por ponerse a resguardo emprendiendo raudos el
vuelo, tan rápido como sus energías se lo permitían, emitiendo sus
características luminiscencias celestes y rosas, para dar cuenta de su presencia;
un gigantesco árbol caído de enorme
tronco estaba obstruyendo un camino y el par de veredas que lo rodeaban,
actuando de esa manera, y esto tenía puntos contrarios y favorables, como dique
de contención; Cristal, con el mismo y calamitoso estado de nervios que su hermana,
y Kevin, pensando en hacer aquello que pretendía el experto en arqueología
submarina – una de las aplicaciones del convenio de sangre: cooperación en los
buenos momentos y en los malos –; una inundación tan intensa que parecía formar
en algunos sectores nuevos cursos y espacios de agua; cuatro luces de
diferentes colores que hubieron de volverse negras a medida que fueron ganando
altura en el cielo, tan rápido como fuegos artificiales, lo que era un
indicativo de que, por lo menos, la destructiva catástrofe había demandado la
vida ce cuatro individuos de la raza feérica (podría haberse tratado de un
grupo familiar entero, porque las luces, dos azules y dos blancas, hubieron de
emerger desde el mimo punto); las hadas versadas en medicina en cada una de las
instalaciones médicas haciéndose a la idea de tener que permanecer horas
enteras, incluso días enteros, sin descansar. La misma e idéntica situación que
abarcaría a todos y cada uno de los individuos dentro y fuera del reino de
Insulandia.
_¿Te
acordás del día en que desperté, del momento previo a que nosotros dos nos
quedáramos solos en el dormitorio que a la fecha sigo ocupando? – preguntó Eduardo
a su compañera sentimental, haciendo sonar su voz por encima del ensordecedor
(sin exagerar) ruido conjunto del viento, el aguacero y los objetos sólidos
golpeando contra algo. Estaban ahora sentados en el sofá, disfrutando de otro
entretenimiento casero: las sombras chinescas en una de las paredes, con la
ayuda de las últimas cinco velas que todavía ardían en la sala. Lo último que
se les había ocurrido para distenderse del agotamiento y el aburrimiento, y, en
el caso del hada, no pensar en la imprudencia que estaba cerca ni en la
catástrofe natural –. Lili dijo “Hasta que te hayas adaptado a nuestro mundo y
nuestra sociedad, Isabel va a ser tu guía y cuidadora” – acercó las manos a un
candelabro de cinco brazos. Allí había aparecido la cabeza de un cánido, uno de
los más clásicos chinescos, en la pared, abriendo y cerrando las mandíbulas y
moviendo ambas orejas. Funcionaba como
estímulo y divertimento, porque la hermana de Cristal aplaudió en señal de
felicitación y se preparó para hacer su propia demostración –. Cuando te
pregunté acerca de eso a los pocos segundos, vos contestaste “Alguien que
permanezca a tu lado y te ayude en cualquier cosa que necesites, en lo que sea”.
Isabel, ¿por qué te atemoriza tanto que yo deje esta casa para ver en qué forma
puedo ser de utilidad a la comunidad en este momento tan complicado y trágico?,
¿ o eso que dijiste aquella tarde n que recuperé el conocimiento no implica
dejar que obre como me parezca, de esta manera en que para mí es la correcta?.
Si estás asustada por la suerte que pudiera correr allá afuera, Isabel, eso es
algo que entiendo. Es un sentimiento comprensible y lógico, pero ya te dije que
tu temor y tu preocupación no son de necesidad. Te hice la promesa de volver, ¿no?. Mi palabra
y mi sangre me respaldan. No voy a dallarte, ni fallarle a nadie que viva aquí
o en cualquier otro lugar.
_Es
verdad que dite tu palabra, Eduardo, y que dejaste caer una gota de tu sangre
en el suelo… para complementar esa promesa verbal. En circunstancias normales, esas dos cosas
resultarían más que suficientes. Es más, lo sería solamente una de ellas. Pero,
por si no te diste cuenta todavía, esta no es una circunstancia normal ni por
equivocación. Los dos sabemos muy bien que en cuanto todo esto haya terminado
van a aparecer en el paisaje centenares de piras ardientes, tantas o incluso
más que las que puede haber en todo el año en el reino – dijo su novia. Aunque
ya sabía que no tenía una mínima y única posibilidad de éxito, continuaba
pronunciando ese tipo de frases y palabras. En lo más profundo de su mente y su
pensamiento, en aquel rinconcito más recóndito de su mente, creía, de a ratos,
que esa inexistencia podría revertirse, que el arqueólogo reconsideraría esos
planes suicidad que venía maquinando –. Pero mucho temo por tu integridad, no
pidas que vaya yo a cambiar eso ni trate de atenuarlo, por favor. Al otro lado
de esa puerta – señaló al marco en la fachada con los ojos –. No son dos o tres
gotitas nada más las que están cayendo, sino el peor aguacero, la peor
catástrofe natural, del último siglo ¡Y no es solo eso! – exclamó –. Existen
altas posibilidades de que termines formando parte de esos escombros que están
avanzando con el agua, o propulsado a quien sabe que distancia por los vientos
huracanados que nos están azotando, o aplastado por algún árbol derribado, o
sepultado por alguna construcción que se vino abajo, o sin conocimiento (otra
vez) después de tropezar y caer de cada al piso – apoyó la cabeza contra el
hombro izquierdo de su compañero sentimental, de nuevo en búsqueda de
tranquilidad, Su sombra chinesca de una flor mecida por la brisa había sido
recibida con una sonrisa por Eduardo –… o lo que sea. Pero se bien que de
ninguna manera vas a quedar ileso después de esa salida. MI hermana está en el
mismo e idéntico estado que yo; muy nerviosa, preocupada, asustada y
angustiada. Nadia comparte nuestros sentimientos y emociones, considerando que
Lursi también está tratando de salir, aunque su caso es comprensible, dado que él
es médico. E imagino que la princesa heredera Elvia estará experimentando lo
mismo que las chicas y yo, si se enteró ya que Oliverio piensa hacer exactamente
lo miso que Kevin, Lursi y vos. El único consuelo que me queda, que nos queda a
mi hermana, a mis amigas y a mí, aunque mínimo, es tener la certeza de que no
van a tomarlo como una aventura ni como un juego, sino por lo que realmente es;
una responsabilidad muy grande y el firme deseo de ayudar. Y en tu caso, además, la creencia en las
hadas. Pero esa salida nos deja intranquilas, mucho, a Cristal, Nadia y a mí, e
imagino que también a la princesa – e insistió –. No me voy a quedar tranquila,
por vos ni tampoco por ellos. Oliverio, Lursi y Kevin son grandes amigos de
toda la vida, y uno de ellos algún día va a convertirse en mi cuñado. Todos la
van a pasar mal, eso se los puedo asegurar a los cuatro… y vos después vas a
volver a casa herido, muy cansado y diciéndome en la cara que yo siempre estuve
en lo correcto. Definitivamente eso es lo que va a pa…
_¡Basta
ya, por favor!.
_Que
tengas toda la suerte, Eduardo.
Este
nuevo beso de enamorados que tuvo un efecto tranquilizador le había hecho
cambiar de parecer al hada de la belleza, aunque no por completo. Con esa
sonrisa un tanto débil que esbozaba, pese al destructivo aguacero y los otros
componentes de la catástrofe, se sentía capaz de (comenzar paulatinamente a)
aceptar esa descabellada imprudencia que estaba a poco de cometer su compañero sentimental.
Un acto potencialmente suicida del que
también habrían de formar parte Oliverio, Kevin y Lursi, tres de sus mejores
amigos. Era una de las implicancias, como dijera Eduardo, del convenio de
sangre, por un lado, y el deseo de servir a la comunidad, por otro.
“De
manera que de eso se trata” – dijo el arqueólogo en su mente, observando la
puerta que daba a la calle, bajo la cual se estaba colando una finísima capa de
agua –. “Amistades y familiares que se preocupan e interesan por mí”.
_¿En
qué te quedaste pensando?., quiso saber Isabel
_En
algo de lo bonito que tiene la vida., contestó Eduardo.
Continúa…
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CLAUDIO ---
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