martes, 17 de octubre de 2017

5.3) Idea a largo plazo... ¿o a corto?



La cruda catástrofe no daba una señal de querer disminuir su ferocidad e intensidad, no al menos en el corto o muy corto plazo, de modo que el experto en arqueología submarina no tenía otra alternativa que continuar aguardando su momento allí, en un sofá en la sala principal, a su trío de amigos. Por otra parte, estaba muy contento de que existiera esa espera con un suspenso e incertidumbre consecuentes. El hecho de aguardar a Oliverio, Lursi y Kevin implicaba tener a su lado al hada de la belleza – las más hermosas de toda la raza feérica, un don o atributo que poseían únicamente los individuos del sexo femenino – tan bonita como de costumbre pese al complicado y peligroso porvenir que significaba ver a su compañero sentimental y tres de sus mejores amigos arriesgando la vida, el desastre natural mismo y quedarse sola en la vivienda. A Isabel tampoco le fue de ayuda, ni a su estado de nervios, captar con claridad un fuerte ruido en el exterior, no muy lejano, al parecer, de la casa. Una sonora explosión había indicado con claridad que era ya historia otra construcción. El campo de globos en Barraca Sola había sido destruido, a través de la ventana vieron, instantes atrás, como otra inmensa tela desaparecía en el aire, muy en lo alto de la vastedad del cielo, atrapada en una de las ráfagas fuertes. El hada de la belleza se había sobresaltado y su novio, en una reacción instintiva, volvió a mirar por la ventana, deseando que no hubieran resultado heridos ni fallecidos más seres feéricos con aquella explosión. Pero no vio otra cosa que las copas agitándose con violencia, desprendiéndose ramas y hojas, los escombros y el barro avanzando sin detenerse y el ininterrumpido aguacero. Ignorando por cuales causas demoraba tanto en abrir la boca para decir algo, Eduardo, suspirando y moviendo sus ojos, dejó pasar varios minutos antes de hacer un anuncio, no relacionado de una u otra forma con este desastre.
_Tengo algo para darte, Isabel.
Su mano derecha estaba hurgando en un bolsillo de la camisa.
Una maniobra poco, muy poco o nada ingeniosa de hacer tiempo para que su compañera sentimental preguntara en que consistía este presente que el arqueólogo quería darle.
_¿De qué se trata?., inquirió finalmente la hermana de Cristal, por primera vez en varias horas, quizás desde el veintidós de Marzo, dejando al desastre natural en un segundo plano.
_¿Te acordás de esas monedas de oro que tus congéneres y vos me dieron como uno de lso obsequios de bienvenida mientras estuve sin conocimiento en esta casa, a principios de este mes?. Todavía conservo alrededor de las cuatro quintas partes del monto inicial. Pero no son esas monedad de oro  lo que estoy buscando, lo que quiero darte… sino esto.
Eduardo finalmente dio con lo que buscaba.
Un recipiente muy pequeño con forma ovoide que, de hecho, era un huevo, del tamaño del de una gallina. La madera con que estaba fabricado era finísima, muy bien trabajada, pintada de color negro mate, y tenía un par de bisagras doradas. Dos finísimas hebras de plata formaban el contorno allí donde se unían las dos mitades. Fuera de eso y de las bisagras, carecía  e otros elementos llamativos y demás lujos. Tan chiquito y liviano era que cabía en la palma del arqueólogo.
_Un huevo de madera pintado de negro., observó el hada de aura lila, algo extrañada.
No concordaba con el tono con que había su compañero sentimental empezado a hablar sobre ese presente.
_No es eso, exactamente.

Eduardo abrió el huevo y enseñó el contenido a Isabel.
Había dos piezas aún más pequeñas en el interior.

_Son dos anillos, y parecen de oro puro – apreció, con desconcierto, el hada de la belleza, mirando las piezas y el delicado material sobre el que estaban posadas – No, no parecen. Son de oro puro.
Aunque las mujeres feéricas apreciaban el oro – más por su belleza que por motivos económicos – Isabel viera con los mejores ojos el gesto de su compañero sentimental y estuviera lista para agradecérselo, no comprendía por qué querría darle un par de anillos para sus manos. “Seguro es una tradición de los seres humanos”, concluyó en su mente.
_Si, eso mismo. Dos anillos de oro que a simple vista son corrientes y comunes. Lo son, de hecho… excepto por el material con que fueron fabricados, claro está. Son piezas sin ninguna decoración especial ni inscripción u ornamento. Un par de anillos comunes y corrientes que para cualquiera que no conozca la tradición y las costumbres tienen como su único valor el económico, porque son de oro puro – dijo su compañero de amores, en cuya diestra estaba haciendo girar el huevo – Es, creo yo, lo que pensaron las chicas en el Mercado Central de las Joyas con quienes hablé, con el mismo tono de sorpresa ellas en ese momento que vos ahora. Las dos se preguntaron para que querría yo un par de anillos sin otro lujo más allá de, como dije, el material con que están fabricados… y tal vez la seda en el interior del huevo – recordó, quitando el par de piezas doradas del recipiente y llevando una vez más el huevo negro al bolsillo – No les expliqué absolutamente nada acerca de esto, porque quería que se mantuviera en el más absoluto de los secretos. Además, esas dos mujeres no preguntaron casi nada, excepto si iba a pagar al contado o en cuotas. Las únicas personas con quienes hablé sobre esto, las únicas que se enteraron, fueron mis amigos. Imagino que Kevin y Lursi ya habrán hecho o estarán por hacer lo que yo en este momento. Lo habíamos planificado para la ceremonia en el mes de Abril, pero considerando esta circunstancia tan extraordinaria… y también doy por sentado que Oliverio debe de estar a la espera del reencuentro con la princesa Elvia, para hacer exactamente lo mismo que Kevin, Lursi y yo.
Isabel miraba el par de anillos.
Parecían tener el tamaño indicado como para que cupieran en el dedo anular.
_Pero, ¿cuál es el simbolismo que los anillos de oro como estos tienen para vos, para todos los seres humanos? – quiso saber el hada de la belleza –, ¿qué es lo que representan para los individuos de tu especie?.
La intriga que invadía a la compañera de amores de Eduardo estaba en un aumento paulatino, porque no le podía encontrar un significado a las piezas doradas, y de estas podía únicamente estimar sus dimensiones y su peso. No era Isabel una entendida en joyería, mineralogía ni mucho menos, y para el oriundo de Las Heras era, evidentemente, algo importante.
Algo que habría de marcar el futuro de Isabel y el suyo.
_Estos – empezó Eduardo, haciendo caso omiso de la catástrofe, mirando las piezas sin pestañar, levantándolas en lo alto y dándose cuenta en ese momento del completo desconocimiento a ese respecto de su compañera sentimental – son los amillos de compromiso. ¿Cómo te lo puedo explicar de una manera que resulte sencilla? – pensó durante unos pocos y breves segundos –… ¡ya se!, ¡ya lo tengo!. Las “parejas humanas” recurren a estos anillos, que pueden ser de oro o no, para sellar su futuro enlace. Eso quiere decir que a través de este sencillo acto los componentes se comprometen a contraer el matrimonio, a casarse. Es verdaderamente inusual que más tarde se produzca el arrepentimiento, debe de ser de menos del cuatro y medio por ciento, o cuatro y medio como mucho, del total de los compromisos, pero como dije, casi la totalidad de ellos llegan a buen puerto y las personas terminan por formar el matrimonio.
Y se puso de pie.
Ahora – un vaticinio más que seguro – no existían la grave catástrofe natural ni tampoco ese peligro que se estaba cerniendo sobre La Fragua, 5-16-7, ni la suerte de Eduardo allí afuera.
_¿Eso significa que… quiere decir que…?., empezó a tomar la palabra el hada de la belleza, despertando al fin del desconcierto que le provocara ese par de anillos dorados; y se dio cuenta que no era necesario que concluyera aquella pregunta, ni que la formulara de otra manera.
Isabel ya conocía la respuesta.
Las que en un principio habían sido íntegramente producto de la tristeza, loa incertidumbre y el temor a consecuencia del desastre natural más grande de por lo menos los últimos cien años se transformaron en lágrimas de dicha, emoción y felicidad que empezaron a brotar rápidamente sin control alguno desde ambos ojos, y en una cantidad mayor, en tanto su compañero sentimental, continuando con el ritual de la propuesta, adoptaba la más clásica de las poses, en el suelo que se cubría de agua. Para cuando hubo de hacer efectiva dicha postura, habían dejado para el de tener importancia la sucesión rápida y permanente o casi permanente de rayos, truenos y relámpagos, los feroces e implacables vientos que lo estaban azotando todo, el brutal, atípico y muy inusual granizo – algo que no había ocurrido en el desastre de hacía un siglo, ni siquiera en los últimos mil años –, el destructivo aguacero ni el líquido mezclado con barro que, pese a todas las precauciones que la pareja tomara, continuaba filtrándose a la sala y los otros ambientes de la casa.
Nada importaba ya.
Nada en lo absoluto.
_Isabel… ¿querés casarte conmigo?., propuso finalmente el arqueólogo, cuya rodilla derecha y pie izquierdo estaban, por poco literalmente, sumergidos, de lo que hacía caso omiso.
Sus brazos estaban extendidos hacia adelante, exhibiendo con las manos uno de los anillos ante los ojos de su novia, como si fuera el tesoro más grande de todos.

No tenía ningún sentido – pensaba y reconocía – extender por más tiempo la relación como novios sin querer dar el siguiente paso, cuando los componentes de la pareja se sentían con tanta confianza y tan a gusto uno con el otro y estaban tan enamorados.

La destructiva catástrofe natural y sus efectos habían desaparecido por completo de la mente y los pensamientos de los dos. En este preciso instante en la mañana del veinticinco de Marzo , a poco de que llegaran las diez, no existía para ninguno de ellos otra cosa más allá de ese reducido espacio donde ambos se encontraban, un área circular de no más de un metro y medio de circunferencia iluminada con colores claros y brillantes. Todo lo demás en la sala principal había quedado completamente a oscuras, y en silencio. El novio en el suelo tan empapado y maltratado, a quien muy poco o nada le importaba que el agua mezclada con pequeñas cantidades de barro (lo único que faltaba para completar la desgracia de la vivienda) se le colaran por poco hasta las rodillas. La novia incorporándose lentamente, todavía sin otorgar mayor crédito a su sentido de la audición y sin poder reaccionar de una manera más apropiada a la propuesta.
Y por supuesto que les hubiera resultado imposible ocultar la felicidad.
El por haber hecho la propuesta.
Ella por haberla aceptado.
_Te tomaste tu tiempo para hacer la propuesta formal, ¿no? – fueron las primera palabras que pudo pronunciar Isabel, que con ellas había reemplazado las lágrimas surgidas de la felicidad por una amplia sonrisa. Tradicional e históricamente, en la raza feérica eran los individuos del sexo masculino los que proponían el casamiento al sexo opuesto. Habiéndose ya incorporado, Eduardo estuvo preparado (muy pocas veces en su vida se había mostrado tan firmemente decidido para algo) para darle uno de los anillos, siempre siguiendo con el ritual al pie de la letra. Con una firmeza idéntica, la dama exclamó –. ¡Acepto!, ¡acepto la propuesta!.
_¡Pues que bueno, porque yo también!., celebró con efusividad el experto en arqueología submarina.
Aunque sencillo y carente de cualquier originalidad, la escena que tuvo tiempo y lugar a continuación estuvo colmada de romanticismo, simbolismo y emoción, confirmando que tal vez estuvieran ambos aguardando este momento desde aquella noche en la orilla del lago La Bonita. Se abrazaron y besaron, mientras daba inicio el momento tan solemne, así definido por Eduardo e Isabel, de la puesta de los anillos de compromiso en sus dedos anulares izquierdos – “La frutilla del postre”, dijeron al unísono – Fueron otros doscientos cuarenta minutos durante los cuales el mundo entero y todos cuantos vivían en el continuaron sin figurar en los pensamientos y la mente de los novios, ni tampoco la destructiva catástrofe natural que estaba azotando a la mayor parte del continente centrálico. Una ceremonia sin otro acto llamativo más allá de aquel de carácter netamente simbólico con el que hubieron Eduardo e Isabel de establecer el compromiso. Observaron los engalanados anulares moviendo las manos para tener perspectivas y vistas diferentes.
“Fascinante”, pensaron y concluyeron, viendo como los anillos brillaban a la luz de las velas y el aura del hada, y eso no fue todo, porque cuando miraron bien de cerca vieron que en los anillos habían aparecido grabados sus nombres.
_Magia básica – contestó Isabel, adjudicándose la autoría del hechizo –, y creo que ahora conviene.
_¿Por qué?., inquirió Eduardo.
_Si se nos llegaran a perder en medio de este desastre, creo que va a ser más sencillo recuperarlos. Al menos el mío – dijo su novia y, desde ahora, prometida –, porque al otro lado tiene el símbolo de la belleza – dicho emblema apareció en el instante en que mostró la palma al arqueólogo – ;y yo soy la única persona con e se talento, atributo o don en toda la ciudad. Más aún, la única hada de la belleza en toda la ciudad que se llama Isabel.
Afortunadamente, el dedo anular izquierdo de la hija mayor de Iulí y Wilson era delgado y terso; una piel muy suave que era otra característica natural de los seres feéricos, y en el caso de aquellos que representaban la belleza, un don que le era exclusivo al sexo femenino, hacía que dicho atributo dérmico fuera más evidente. Lo bastante delgado y terso como para que el anillo de compromiso entrara sin problemas. No ocurrió lo mismo en el caso de su novio, cuyo anular izquierdo era cuando menos un diez por ciento más ancho, o grande, que el de Isabel. Ya con ambos anillos de oro en su lugar, y después del primer beso de enamorado posterior  al establecimiento del compromiso, Eduardo llamó:
_¿Y el mío?.
_Eso es fácil – contestó Isabel, que observando sin pestañar el anillo de su novio, exclamó -… ¡Las Heras!.
Y el nombre del pueblo natal de Eduardo apareció tallado en el anillo, allí donde enfrentaba a su palma.
_Van a reconocer al instante de encontrarlo que es tuyo, porque en ningún lugar de Insulandia hay un lugar que se llame así.
_Si llegaran a encontrarlo, o al tuyo, porque con este desastre, yo creo que… ¡abajo!.
Eduardo se interpuso delante de Isabel, obligándola a acostarse sobre el sofá y evitando que fuera golpeada por los artículos de una estantería que había cedido. “Gracias”, se alegró la novia, pero con susto, en tanto volvían a la normalidad y el hombre se frotaba la espalda para calmar los efectos del golpe. Desgraciada y desafortunadamente para ambos, con el cimbronazo que provocara la caída de la estantería, había vuelto a figurar en la primera plana y la mente de los dos la realidad tan cruda que significaba la catástrofe natural. Eduardo volvió a afirmar su decisión de marcharse a la calle para ayudar a los seres feéricos y demás individuos elementales – por su tamaño los liuqis, los más pequeños entre todas las especies, requerirían de toda la ayuda que pudieran conseguir  - en problemas, reiterando a Isabel la promesa de volver a su lado. Ahora tenía una (otra) razón para hacerlo: el compromiso. Todo lo que quedaba era aguardar la llegada de Oliverio, Lursi y Kevin, para formar ese equipo de socorristas suicidas, y Cristal, que le iba a hacer compañía a su hermana.
Isabel continuaba deseando que ese momento nunca llegase.
_Más tarde o más temprano, este desastre va a llegar a su término, y de verdad espero que ocurra pronto – dijo ella momentos más tarde, cuando se hubieron de ocupar, una vez más, de restaurar el “dique” junto a una puerta en el corredor –. Cuando eso pase van a empezar la sobras masivas de recuperación a nivel continental, y de verdad que van a ser masivas. Vos y yo nos podríamos hacer un huequito en nuestro tiempo para viajar a La Blanquita.
_¿Qué es La Blanquita?.

Isabel habló para pasarle una información nueva.

La Blanquita era una isla tropical rodeada por magníficas playas de arena de veinte punto tres kilómetros cuadrados ubicada en la periferia más austral de Los Paraísos del Arroyo de las Piedras Altas, la región central del reino de Insulandia, quinientos diecinueve punto cinco kilómetros al este-sureste de la Ciudad Del Sol, y estaba habitada únicamente por una quincena de individuos de la raza feérica, que formaban una familia de siete componentes y otras dos de cuatro. Se llamaba con ese nombre desde hacía siete mil ochocientos setenta y cinco años, anteriormente había sido “Blanca Grande”, a causa de la astronómica cantidad de árboles, arbustos y plantas con flores blancas – calas, gladiolos, jazmines, malvones, margaritas, rosas – existentes por aquí y por allá en gran parte, alrededor del ochenta por ciento, de la superficie de la isla, que representaban  setenta puntos porcentuales de la totalidad de las especies vegetales locales, y noventa y cinco punto uno por ciento de las florales, como una parte de ese todo. El porqué de ese cambio de nombre hacía casi setenta y nueve siglos obedecía a un cataclismo astronómico, una lluvia de meteoritos, pequeños pero absolutamente mortales, que habían fragmentado en una quincena de partes una isla de tamaño mucho mayor, matando a cientos y modificando la geología y la geografía. “Pero eso es parte de otra historia”, comunicó Isabel a su novio, antes de retomar la explicación e información originales sobre la isla en cuestión.
… Tan enorme era esa cantidad de flores blancas que La Blanquita (el diminutivo obedecía a su tamaño; las islas vecinas eran enormes, de seis a siete y media veces su superficie) se podía distinguir a lo lejos y desde alturas muy superiores a las que alcanzaba el promedio de los seres feéricos, y era por esa cualidad única que gozaba de reconocimiento y fama aún fuera de Insulandia. Para las hadas insulares se trataba de un lugar cargado de simbolismo desde mucho tiempo antes del cambio de nombre, aproximados seiscientos años, desde que se estableciera la primera familia (un matrimonio y sus cuatro descendencias), que diera el nombre “Blanca Grande” a la porción de tierra. Hoy día, se producían no menos de cuatrocientos enlaces matrimoniales  solo entre las hadas insulares (nativas e inmigrantes). Llegaban también desde el extranjero, triplicando, por lo menos, aquella cifra. El blanco era el color histórico y más tradicional que siempre estaba presente en los casamientos – desarrollado mucho antes que los seres humanos, y ajeno por tanto a la transculturación –, gracias a la decoración general, la específica y el vestido, calzado y el ramo de la novia (el novio se vestía y calzaba de negro). Los casamientos se llevaban a cabo al aire libre, en un lujoso predio que ocupaba doscientos cincuenta metros de fondo por doscientos veinticinco de frente, una suerte de anfiteatro con gradas escalonadas en tres filas, en el centro de la isla, y tanto los contrayentes como sus testigos (la novia debía elegir un hombre y el novio una mujer9 y los invitados tenían una única alternativa en cuanto al alojamiento: una villa turística en el oeste de la isla, entre cuyas estructuras se contaba una catorcena de viviendas poligonales dispuestas en círculo alrededor de una atalaya y un complejo polideportivo. Un ferri a vapor, que conectaba La Blanquita con otras once islas cumplía un servicio regular para pasajeros (era costumbre que los contrayentes y testigos llegaran por agua) y otras dos embarcaciones transportaban cargas, en viajes que duraban entre treinta y cinco  minutos y tres horas. Esa era la opción larga en cuanto a los viajes, mientras que la intermedia veía de hacerlo  por aire y la corta de la mano de la puerta espacial instalada en la administración  del pequeño puerto, uno local, de la isla.
_Lo verdaderamente triste y deprimente es que La Blanquita se encontró y se encuentra en medio de todo esto, de la catástrofe natural. Eso no solo es perjudicial para la economía y la cultura, sino también para la moral de todo el pueblo insular. La parte positiva, si pudiese hallarse algo bueno, es que todas las estructuras que hay allí, incluidas las viviendas, son especialmente resistentes, aunque eso no implica, para mala fortuna de todos, que terminen intactas después de este grave desastre – confió apenada el hada de la belleza. Como cualquier individuo feérico del sexo femenino, quedaba en las nubes en el momento en que le proponían casamiento –. Si pudieras conocer y ver lo bonito que es ese lugar, lo bonito y esplendoroso, te darían ganas de quedarte a vivir. Eso ni lo dudes. Yo estuve cuatro veces allí, entre Septiembre y Diciembre del año pasado. Las primeras tres como invitada a tres casamientos y la cuarta para examinar un resto arqueológico que hallaron en sus costas. El turismo regular no es muy habitual allí, y de una decena de seres feéricos que viajan a La Blanquita, siete u ocho lo hacen para formar parte de una manera o de otra de los enlaces matrimoniales, que representan entre el sesenta y cinco y el setenta por ciento de los ingresos para los residentes. La isla entera es propiedad privada, de hecho, y las doscientas nueve personas que viven en ella son las propietarias, administradoras y empleadas – y concluyó –. Una boda allí, por todo concepto, puede demandar hasta ciento veinticinco mil soles de inversión.
_Entonces, mejor empezamos a ahorrar., celebró y deseó Eduardo.
_¡Si, si!., se alegró su novia.
Otro relámpago en el exterior, seguido por un trueno por demás sonoro.
Así de potente había sido el brillo del primero que a través de las cortinas que cubrían la ventana se pudieron apreciar con bastante nitidez la forma y unos pocos detalles de los lotes al otro lado de la calle, incluida la casa de Cristal y Kevin. “El susto le dio lugar al hábito”, dijo en su mente el novio, reparando en su compañera sentimental y futura “compañera formal”·. El temor era evidente en el hada de aura lila, había estado incrementándose desde los primeros rayos, truenos y relámpagos el día veintidós. Evidente y por demás demostrativo. Pero con el correr de las horas, Isabel había aprendido a convivir con ese trío de fenómenos meteorológicos. En eso ayudaba bastante la presencia de Eduardo.
_¿Y qué hay de esas hadas que viven y trabajan allí?, ¿qué es lo que hacen?.
Principalmente por ser el autor intelectual de la propuesta de casamiento es que Eduardo estaba demostrando ese interés particular en dar el paso inmediatamente posterior al del compañerismo sentimental, como las hadas llamaban al noviazgo. Aun si no fuera de esa manera, el hablaría de eso. Habría grandes probabilidades de que eso resultara en la herramienta perfecta para que Isabel dejara de entristecerse y preocuparse, o por lo menos que no lo hiciera con la intensidad que venía demostrando, por el desastre natural y atemorizarse por la suerte del hombre a su lado y la de los amigos de ambos.
_Como dije, son las propietarias de la isla, todas descendientes de las personas que la compraron originalmente. El punto fuerte de la economía de La Blanquita fue siempre el de los casamientos. Hoy las que viven allí son las propietarias, administradoras y se encargan de todo en esa isla, como ayer lo hicieron sus antepasados, hombres y mujeres – empezó a explicar Isabel, en tanto su novio parecía pensar algo así como “¡Que aguante!” –. Mantenimiento general y específico, mejoras y modernizaciones, refacciones, la atención a los huéspedes, la supervisión de los suministros y mercancías que llegan al puerto o a través de la puerta espacial, las relaciones públicas, la prensa y difusión… todo. Si, Eduardo. Dan abasto con todo, hasta con la organización y ejecución de los eventos. Las claves radican en el trabajo en equipo, y en que cada uno hace la tarea que le corresponde – añadió, anticipándose a la pregunta que su novio pudo haber formulado –, y no les cuesta nada de trabajo. Sus casas forman un pequeño caserío en el extremo más al este de la isla.
_Y este desastre representa una situación extraordinaria – dijo Eduardo, pensativo.  ¿En qué estado se hallarían La Blanquita y sus residentes en este momento?. Desde luego, no sería bueno – No importa todo lo que puedan hacer como grupos e individuos, ni todo lo resistentes que sean las estructuras en esa isla. La completa invulnerabilidad no es posible con esta seguidilla de vientos fuertes, el aguacero persistente, las inundaciones o aquel inusual granizo, como ejemplos. Los equipos de trabajo de EMARN, SAM y DCS van a tener que viajar allí, por supuesto, si constituye La Blanquita un lugar estratégico y simbólico. ¿Le irán a dar la prioridad?.
_No podría ser de otra manera; prioridad máxima. Eso va a ser… supongo – afirmó Isabel, apenada y viendo cómo se extinguía otra vela, y de esta la cantidad se reducía a tres –. La Blanquita, Coralia y otras cincuenta islas  del país tienen esa combinación vital entre la estrategia y el simbolismo. En el caso de La Blanquita sus ingresos monetarios dependen casi por completo, de una u otra manera, de su función principal, que no es la única. Requiere de un presupuesto mensual de cinco millones novecientos cuarenta mil soles para mantenerse en esas excelentes condiciones, que tanto la caracterizan.  Con esta catástrofe esa situación va a sufrir un cambio radical y las hadas que viven y trabajan allí se van a ver en serias dificultades, como cualquiera otra. La crisis más grave de los últimos cien años. Aparte de EMARN,  el Consejo de Cultura, del de Hacienda y Economía, el de Desarrollo Comunitario y Social, el de Salud y Asuntos Médicos y la Guardia Real van a concluir cada jornada laboral habiendo sido exigidos al máximo. Un   panorama muy negro en extremo, a todos los plazos – lo lamentó, resoplando al aire –. Lo del valor que tiene como simbolismo es tanto o más grave. Desde hace milenios, prácticamente desde que se le diera su nuevo nombre, los casamientos constituyen una finalidad por poco monopólica en La Blanquita. Si esa costumbre se viera interrumpida sería un golpe moral sin precedentes para todos nosotros, y hablo refiriéndome a todos los seres elementales que vivimos en Insulandia. Representaría incluso una pérdida grave, siempre hablando del simbolismo, para todos los países del continente. Con casamientos o sin ellos, los seres elementales sentimos una veneración enorme por la isla La Blanquita.
_Entonces, ¿es como un patrimonio histórico y cultural?., interpretó su novio.
_Así es – confirmó Isabel, esforzándose por hacer caso omiso ante la sucesión de truenos y algún que otro rayo –, aunque las hadas conocemos a esos lugares como “Emblemas Histórico-Culturales”. Casi igual. Hay mil doscientos setenta y seis en todo el mundo. Trópica tiene ciento diecinueve, Lunaris ciento diez, Reikuvia ciento diecisiete, Polus cien, Centralia ciento veintiocho, Florentina ciento catorce, Ártica ciento cinco, Alba del Oeste ciento treinta y tres, Alba del Centro ciento treinta y cuatro y Alba del Este ciento cincuenta y nueve.  Y de los que hay en el suelo centrálico, trece están en este reino, y uno de esos trece es La Blanquita… o lo fue hasta el inicio de esta catástrofe – se dirigió entonces a su novio, mirándolo a los ojos –. ¿Puedo saber algo, hablando siempre de esto?.
_Preguntá lo que quieras, Isabel.
_si, lo que… ¿en serio?.
_En serio.
_Ya que estamos lo quiero preguntar, es sobre nuestra posible visita a esa isla en Los Paraísos del Arroyo de las Piedras Altas – una pausa. El planteo ya estaba formulado - ¿Estás interesado de verdad en esa visita o únicamente la estás sugiriendo para que yo no esté pensando ni me concentre en la catástrofe natural o en esa locura que nuestros amigos y vos están muy prontos a cometer?.
_Las dos cosas, Isabel. Me interesan, y mucho, las dos cosas – aseguró su compañero de amores, que si estaba pensando en la catástrofe. Ahora, por ejemplo, en las implicancias para el organismo y la biología. ¿Qué tipo de enfermedades y otros problemas de salud, si los hubiere, acarrearía un desastre como este?. Ni siquiera los más optimistas tendrían un buen pronóstico a ese respecto – Lo que quiero hacer es salir a la calle teniendo la certeza total de que vos te vas a quedar relajada y tranquila, con la seguridad de que voy cumplir con mi promesa de volver – la rodeó con un brazo, para tranquilizarla – Lo voy a hacer, Isabel. Lo del casamiento también es verdad, nada de bromas. La boda en si y el viaje a la isla La Blanquita. Demostré todos los días lo que siento por vos desde aquella noche en que nos dimos el primer beso. Ahora está de por medio la prueba de los anillos de compromiso. Eso para mí es algo irrenunciable. Y tanto mi salida para ayudar como el enlace matrimonial poseen una ventaja que les otorga gran atracción.
_¿Ah, si?, ¿y cuál es?.
Estaba lejos de ser ese el momento para desarrollar con todos los detalles, los básicos y los complejos, algo tan trascendental para cualquier individuo como el casamiento.  Los diversos factores que conformaban la destructiva catástrofe, sobre todo el intempestivo aguacero, no tenían siquiera la menor de las intenciones de (querer) disminuir su ferocidad e intensidad, y estaba cada vez más cerca – eso quería Eduardo, eso continuaba resistiendo Isabel – el momento de la partida del experto en arqueología submarina.
_Que si nosotros nos casamos yo voy a poder formar parte de un grupo familiar una vez más, Isabel, y eso, emocional y espiritualmente hablando, es algo muy importante para mí. Me haría tanto bien como no podés imaginarte. Por lo pronto, voy a tener desde el instante de dar el sí una cuñada, una suegra y un suegro. De cero a cuatro componentes en diez segundos o menos – vislumbró el originario de Las Heras. La idea de no haber tenido una familia en años era algo deprimente que lo atormentaba, mientras que la posibilidad del casamiento con Isabel, que literalmente signficabva tener nuevamente un grupo familiar, le devolvía esa parte que le faltaba a su alma – Y lo otro… bueno, si salgo a darle una mano a las hadas me voy a volver todavía más famoso. Voy a ser una celebridad. Los seres feéricos y elementales me van a felicitar, voy a haber hecho algo importante par aganarme el respeto de todos por buena ley, las mujeres me van a pedir autógrafos… ¡ay!.
 Codazo a las costillas de Eduardo.
Isabel ya sabía que cosa eran los celos.
_¿Te dolió?, cuanto lo siento., se disculpó el hada de la belleza con una sonrisa sarcástica.
_¿Viste? – llamó su compañero sentimental – Si funciona. Te estás concentrando en la propuesta de casamiento que formulé y no en la catástrofe natural ni en la salida que voy a hacer con Kevin, Lursi y Oliverio. No tenés nada por lo que debas preocuparte, Isabel. Ellos tres y yo vamos a estar de regreso… no se si ilesos, pero vamos a hacerlo. Hice la promesa de eso, ¿no?. En muy poco tiempo vamos a estar juntos de nuevo.
_De acuerdo – aceptó el hada, aunque no con el pleno convencimiento en su cara ni en sus palabras –, de acuerdo, Eduardo. ¿Sabés que es lo que voy a hacer ahora?.
_Ni idea. ¿Qué cosa?.
_Tomar tu palabra, aunque no esté convencida de que sea lo correcto, o lo prudente – contestó la dama – No digo que vayas a faltar a la palabra empeñada, sino a la suerte que nuestros amigos y vos podrían correr allí afuera.



Continúa…



--- CLAUDIO ---

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