Kevin
observó con esperanzas de éxito y deseándole suerte, como se internaba su amigo
en la ruinosa sala principal de la vivienda e inmediatamente se abocó a su
tarea, pensando que Lía, a quien había creído a salvo, estaría en excelentes
manos en cuestión de segundos. “Nada del
otro mundo”, reconoció casi al instante, quitando las ramas de diferente grosor
de la acacia que cayeron al suelo, estropeando todavía más la fachada y
obstruyendo especialmente el acceso a la sala. Dejando la bolsa con los objetos
recuperados a un lado, a buen resguardo, se disponía a emplear su
característica fuerza física, superior al promedio en los hombres feéricos, la
telequinesia y las cualidades mágicas para poner la vereda en condiciones
medianamente aceptables, removiendo esa gran cantidad de obstáculos y formando
con todos ellos una pila deforme en el terreno baldío a la izquierda de la
casa, cuando involuntariamente levantara la cabeza, enfocara los ojos y
reparara en esa bola luminosa brillante que descendía sin control y a gran
velocidad desde el este-noreste. “¡Pero si esa luz es la reina Lili!”, se
sorprendió, con pánico, al ver como la soberana del reino de Insulandia hacía
el inútil esfuerzo por evitar con sus brazos y manos el impacto brusco y nada
placentero o agradable en la copa de la acacia primero y contra el suelo
después. “¡Oh, no!”, coincidieron, movilizándose el al encuentro de ella,
olvidado de aquella tarea de remover los obstáculos.
_¿Tan
maltratada estoy, Kevin?., preguntó la reina, notando la expresión con que la
miraba su súbdito.
La
contestación era “si”, por supuesto.
Se
encontraba en un pésimo estado y con un pésimo aspecto, con su ropa sucia,
mojada y rasgada, había extraviado su calzado (no los habría perdido
voluntariamente, con las condiciones en que se hallaba el suelo) y tenía
raspones en las partes visibles del cuerpo, un hilito de sangre brotándole del
cuello y un corte algo más notorio en una de sus manos, además de unos pocos
detalles menores, como su cabello despeinado.
_¿Es
necesario que conteste?.
_La
verdad es que no hace falta, y admiro tu franqueza – rió la soberana insular,
sosteniéndose la cintura con ambas manos. Tuvo que haber recibido un golpe muy
fuerte… ¿lo bastante como para romperle una costilla? –. ¿Lía está aún en su
casa?. Qué raro, pensé que ya se habría ido. ¿Quién está con ella?.
_Eduardo
– informó el artesano-escultor – Entró hace poco más de dos minutos. Tenemos
que ir a una instalación médica… al Hospital Real, desde luego – ese tono más o
menos informal se debía a que la reina Lili distaba de ser amiga de la etiqueta
y el protocolo, mucho con cualquiera que le inspirara confianza – es el que se
halla mejor preparado. Esto de remover los escombros y esa bolsa con lo recuperado
pueden esperar. Creo que allí adentro también lo pueden hacer – torció la
cabeza en dirección a la vivienda a medio derrumbar – Si Eduardo o Lía tuvieran dificultades más grandes que
ellos, lo hubieran hecho saber.
_¿Seguro?
– inquirió la reina, todavía sosteniéndose la cintura – Puedo comprender tu
preocupación, Kevin, pero estas son heridas superficiales y leves, no creas lo
contrario, nada del otro mundo… excepto la cintura. Puedo viajar sola. Voy a
pedirle a Nadia y las hadas médicas que envíen a los refugiados que no
requieran de atención médica al Castillo Real. Allí hay espacio para alojar a
varias centenas, y es una de las estructuras más resistentes en todo el país.
_Se
dónde está mi prioridad – insistió con firmeza el compañero de amores de
Cristal, revisándole la herida de la mano para asegurarse que no fuera seria.
No lo era – La figura del rey o de la reina es el símbolo por excelencia de la
unidad del pueblo insular, de todos los países en realidad, y ocupa la posición
más alta en la cadena de mando. Si a uno
le llegara a pasar algo el pueblo podría desmoralizarse y el sistema socio
cultural, el nuestro en este caso, podría entrar en un colapso. Hay demasiadas
cosas en juego y el desastre natural continúa. ¿Vamos al Hospital Real?.
_Si
– contestó la soberana – Habrá de seguro caos y desorden en ese lugar, y esa es
una de las razones, tal vez la principal por las que quiero estar presente.
Textuales fueron tus palabras, Kevin. La reina es el símbolo por excelencia de
la unidad del pueblo. Mi imagen y mi presencia podrían contribuir a la
tranquilidad, al menos en ese lugar.
_De
acuerdo, entonces. Hacia allí vamos., se preparó Kevin.
La
reina Lili estaba caminando con dificultad, y aunque lo pudiera hacer con
normalidad, el artesano-escultor nunca consentiría que la monarca continuara
apoyando sus pies en este suelo tan maltratado – lo había ella hecho porque no
tuvo otro remedio – entre medio del agua, el barro, las hojas y los escombros,
por más que ella insistiera en todo momento que no le daba importancia alguna a
formalidades como esa.
_En
mis brazos, reina Lili., indicó Kevin, extendiendo hacia adelante ambas
extremidades.
_Te
agradezco el gesto.
_Es
mi responsabilidad, y también mi obligación – dijo su súbdito, ya con la “valiosísima
carga” en sus brazos, y mirando hacia arriba – y no soy solamente yo. Cualquiera
de los nuestros lo haría. Muy bien, nos vamos de acá en este instante.
Remontó
el vuelo muy lentamente, ubicándose a unos cincuenta metros por encima del extremo
más alto de lo que quedaba de la copa de la acacia. Desde allí se movió en
línea recta durante poco menos de diez minutos, hasta llegar al barrio Plaza Central,
específicamente al Hospital Real. Hubiera, concluyó en silencio, llegado en la mitad
de ese tiempo, puede que incluso en menos, pero llevando a la cabeza del poder
político insular herida en sus brazos, probablemente con una costilla rota,
estando el mismo cansado y fatigado, preocupado por la suerte que pudieran
estar corriendo tres de sus mejores amigos, los otros contrayentes del convenio
de sangre, y el hada embarazada a quien Eduardo estaba socorriendo, y con el
desastre natural que, aunque más leve, continuaba, no creyó prudente viajar a
tanta velocidad. Abajo, en la fachada de la instalación médiuca,. Antes imponente,
las hadas observaron como se aproximaba y la alarma se activó en todas ellas,
que corrieron raudas cuando Kevin puso los pies en el suelo…
“¡Nuestra
reina tuvo un accidente!”, se asustaron y preocuparon.
…
con tanta mala suerte el jefe del Mercado Central de las Artesanías que terminó
por torcerse el tobillo derecho al dejar en el suelo, con suavidad, a la reina
Lili. Lo de esta, aún con la costilla rota, un hecho ya confirmado, aparentaba
ser un problema menor en comparación con lo del compañero sentimental de
Cristal, y fue necesaria la intervención de media docena de seres elementales
(y un “golpecito leve” en el cráneo) para frenarlo y evitar que empezara a
batir sus alas. Aún con esa dolencia, que podía o no ser grave, iba a volver a
la vivienda poligonal para continuar trabajando, y permanecer, atento en caso
de que el arqueólogo o Lía, o ambos, necesitaran ayuda, de encontrarse aun en
aquel lugar, además de recuperar la bolsa que con tanto sacrificio ellos,
Oliverio y Lursi habían estado llenando. Se alegró de tener compañía en aquel
dormitorio al que hubieron de derivarlo: había una cama vacía en el momento en
que el llegara – el anterior ocupante ya no la necesitaría, porque media hora
antes de la llegada de Kevin se le “habían terminado los problemas” –, en un
extremo del ambiente. En el medio estaba el segundo al mando del Consejo de
Salud y Asuntos Médicos, con una pierna en mal estado y profundamente dormido,
y el Consejero de Infraestructura y Obras, en el otro extremo, a quien una
experta curaba una herida cortante en al antebrazo izquierdo.
Continúa…
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CLAUDIO ---
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