Los
habitués del bar El Tráfico se fueron haciendo presentes en el curso de los
sesenta minutos que siguieron, de manera tal que el cuarteto de camareras, el
cajero y la cocinera estuvieron en un movimiento cada vez más intenso y
virtualmente constante. A Eduardo, Kevin y Lursi, los hombres que todavía
continuaban con el juego de ajedrez y el matrimonio joven con sus hijas se
hubieron de sumar masculinos y femeninas de las edades más variadas – o eso
suponía el oriundo de Las Heras, haciendo estimaciones en su mente, porque para
el no era posible conocer esa información sin hacer preguntas – y etnias, con
el espíritu festivo en el nivel más alto de la semana y dispuestos a rendirle
el debido culto a la ceremonia. Siempre nutridos, algunos eran grupos de
amigos, familias que no bajaban de los cuatro componentes, compañeros de
trabajo o vecinos que disfrutaban de la bella jornada. La inmensa mayoría de
las sillas, por no decir todas estas, y ocho taburetes de un total de diez
junto a la barra, se ocuparon antes de que cualquier reloj hubiera anunciado
las doce horas en punto. Y era un hecho que agradaba sobre manera a los
anfitriones, que eran propietarios a la vez que empleados (el bar El Tráfico
constituís desde sus inicios una empresa familiar, y los actuales dueños y
empleaos, cinco mujeres y tres hombres, eran descendientes directos e
indirectos de aquellos fundadores) porque en cada días festivo, en cualquiera
de estos, las recaudaciones eran bastante generosas.
Excepto por la inexistencia de los artefactos
electrónicos y eléctricos (ventiladores, heladeras, un televisor, computadoras…)
y la presencia de aquellas rarezas que significaban las alas que apenas se
movían, las auras de varios colores y el calzado e indumentaria tradicionales,
el grueso del entorno era un calco bastante fiel de los bodegones que el
compañero de amores de Isabel solía frecuentar en la cabecera. Incluso la
altura del bar El Tráfico, de unos veintitrés metros, la combinación de colores
discretos, algo opacos, en las paredes y el techo, la presencia allí de la
barra con su decena de taburetes, las camareras con la generosidad en sus
escotes, las pinturas y artesanías con motivos regionales alegóricos, las
paredes de ladrillos y el piso de madera, algo gastada con el tiempo y el uso,
generaban en Eduardo una imagen muy conocida (aún no se presenciaba la
nostalgia), casi familia. Entre el personal y la clientela, como no podía ser
de otra manera, el tema principal de conversación era al Día del Otoño y la
ceremonia tan grandiosa que tendría tiempo en la tarde-noche y la noche de hoy
y del día de mañana la madrugada. El estado de la estructura también llamaba la
atención del experto en arqueología submarina. Aquellas condiciones estaban inusualmente
inmaculadas, pese a que todos los días convocaba a decenas de clientes, entre
los regulares y los ocasionales.
_Cada día que pasa me convenzo más de lo
mucho que me gusta este lugar, y no hablo de tal o cual aspecto en particular,
sino del bar El Tráfico como un todo. Es una maravilla, y tiene excelentes
precios., se volvió a convencer el oriundo de Las Heras, mirando como la pareja
recién llegada ocupaba ese par de taburetes disponibles.
Gente de todas las etnias y edades venía e
iba con un aire de gran algarabía en la calle, en todas las direcciones
(algunos lamentaban que casi no hubiera lugares disponibles en el emblemático
bar) y en el interior de este clásico local gastronómico todo era alegría y
risas. Eduardo pagó diecinueve soles por otro botellón de ginebra y una de las
camareras hubo de llevarlo a los pocos minutos. Dijo que podía conservar los
otro treinta y uno como propina.
_Hasta la puerta espacial es un hervidero.,
añadió, observando el imponente marco dorado, distante del bar unos doscientos
metros.
_Me alegra escuchar esa opinión favorable, porque
sería una verdadera lástima ver una silla vacía en nuestra mesa – celebró complacido
el médico en ese trío de amigos, que con esa perspectiva quiso agregar –. Y si
El Tráfico fue y es un lugar de tu agrado, esperá a que Kevin o yo, o tal vez
Oliverio o las chicas, o todos juntos como un grupo, te llevemos al salón de
juegos en el barrio Arco Iris. Se parece mucho a este bar, es de su mismo estilo
de arquitectura, pero mucho más amplio y compuesto no solo por la planta baja.
Encima de cada mesa tiene una caja con tableros para media docena o media
catorcena de juegos, como el ajedrez, el dominó, que es mi favorito, y las
damas. Las fichas u otras piezas se piden en la administración del lugar.
Además hay varios tableros para dardos, mesas de billar y de metegol, seis y
ocho en ese orden, y otro tanto de juegos. La reina Lili va allí en la noche de
cada viernes.
_Si, si, estoy completamente de acuerdo.
Vayamos nosotros tres al Club del Juego, de ser posible en cuanto hayamos
abandonado este bar. Suena bastante
prometedora esa propuesta en una jornada como esta – intervino el jefe del
Mercado Central de las Artesanías, demostrando así una buena predisposición y
el visto bueno. Llenó su vaso una vez más, ingirió otro sorbo de ginebra y
agregó –. Pero ustedes dos y yo tenemos que tener en cuenta una cosa, u detalle
que no es menor. Vamos a necesitar algo para ir. Eso es sumamente importante, y
no me estoy refiriendo al dinero.
_Que nuestras compañeras no se opongan a que
vayamos., arriesgó Eduardo, que no dejaba de regatearle a la ginebra.
Pensaba.
En los sucesivos días anteriores también
estuvo en El Tráfico y visto algunos de los pocos habitués beber no menos de un
litro y tres cuartos de tal o cual bebida alcohólica. Uno de ellos en
particular había “vaciado” tres botellas en poco menos de quince minutos y ni
siquiera hubo de experimentar el mínimo y más leve signo de ebriedad al cabo e
ese aproximado cuarto de hora. Su estado de sobriedad, aun con esos tres litros
de vino tinto, había sido total, y el experto en arqueología submarina había
empezado a preguntarse, en su mente y en silencio, como era posible una cosa
así. ¿Cómo podían los seres elementales, las hadas al menos, ingerir bebidas alcohólicas
en esa cantidad y continuar como si nada, sin ningún efecto?.
Era algo que esperaba averiguar pronto.
_Por eso mismo –a afirmó Kevin –. Por un
lado, y esto sería bueno si nosotros no tuviéramos una compañera sentimental,
al Club del Juego van muchas mujeres solas y sin compromisos, sobre todo después
de las dieciocho treinta – arrimó su silla un poco más a la mesa, para hacer
espacio en el bar –. No conozco los casos de Nadia e Isabel, pero Cristal es…
Eduardo, ¿vos te acordás de eso que Wilson contestó cuando nos encontramos los
siete en el Banco Real, sobre cuál era, o cual había sido, la especialidad de
Iulí, que después me contaste a mi?.
_Palabra por palabra., rememoró el originario
de Las Heras.
_Tiene que ver con la manía y la insistencia
que las chicas demuestran a veces., agregó Kevin.
_¿por qué? – quiso saber Lursi – Qué cosa
dijo Wilson cuando fueron a visitarlo?.
_Eduardo le habría preguntado a la madre de
nuestras novias cual había sido su especialidad cuando estuvo enteramente viva,
es decir cuando fue un hada, y Wilson hizo una intervención en ese momento para
decir que Iulí había sido una experta prácticamente indiscutible en… ¿cómo lo
pudo definir de una manera elegante?... “hinchar al marido cuando este tomaba
un descanso”. Por supuesto que había sido una broma, pero Iulí y las chicas, y
también Iris… en fin – informó el artesano-escultor a Lursi –. Cristal es un
hada maravillosa, una mujer increíblemente linda y seductora y una excelente
persona, pero tiene ese defecto que… esta mañana cuando estábamos por empezar
el desayuno, por ejemplo. No paró de hablar ni por un segundo, o casi, en esos
veinticinco minutos. De la ceremonia de esta noche, naturalmente, comentando
hasta el más insignificante de los aspectos – la risa hubo se hacerse presente
entre sus compañeros de copas –. Así que pienso que eso de “hincha” tiene que
ser hereditario, y por consiguiente, Eduardo, te recomiendo que tengas calma,
te armes de paciencia y que hagas algo cuando Isabel… ¿qué les pasa? – sus compañeros
de copas cesaron con la risa y adoptaron una expresión seria en la cara, porque
un par de bellas y curvilíneas mujeres que emanaban auras de color lila habían
entrado al bar sin hacer ruido. Kevin estuvo tan concentrado que ni se había
dado cuenta de ello sino hasta ese momento –. ¿Cristal está atrás de mi, no?.
_Si., anunció su compañera sentimental.
_¡Ay, no!., reaccionó el artesano-escultor.
_¡Qué bonito, que bonito de verdad!, muy
bello lo que están haciendo ustedes tres – se quejó Isabel, llevándose las
manos a la cintura, un tanto en serio y un tanto en broma. Las hermanas de aura
lila se arrimaron con paso decidido a la mesa junto al ventanal, e Isabel
siguió con su queja –. Así que mientras sus pobres novias se rompen el alma
dedicándose de lleno a la decoración y los últimos preparativos para la
ceremonia de esta noche en Plaza Central, este trío de holgazanes no hace otra
cosa que beber ginebra en el bar – otra escena que prestaba e invitaba para la
comicidad. Los clientes del sexo masculino y el cajero se cubrían la boca con
una o las dos manos para disimular la risa y las mujeres, entre la clientela y
el personal, se solidarizaron con Isabel y Cristal, aplaudiendo en el aire y
exclamando consignas en su favor… ¡y encima había llegado Nadia! –. A ver,
holgazanes, ¿qué tienen para decir?, ¿qué es lo que van a hacer ahora?.
_¡Esto vamos a hacer!.
Ni lentos ni perezosos, el arqueólogo, el
artesano-escultor y el médico tomaron a Isabel, Cristal y Nadia por la cintura
luego de incorporarse y les dieron un beso de amor. Exactos que se hubieron de
prolongar durante los veinte segundos que siguieron.
Un recurso altamente eficiente que el
originario de Las Heras había explicado, e ilustrado mediante gestos
corporales, a Lursi y Kevin, para logar que sus compañeras accedieran a o
aceptaran alguna cosa. Por supuesto que no fue esta una excepción, y las tres
chicas, con las mejillas enrojecidas, para variar, dejaron pasar la
holgazanería y los seis recibieron aplausos, una salva de ellos. Fue, más que
otra cosa, una felicitación, porque raras y esporádicas veces las hadas
efectuaban esa clase de demostraciones afectivas en público – este hecho, sin
embargo, estaba en lento retroceso –; guardaban, generalmente, esa clase de
besos, tan apasionados, para la privacidad e intimidas de sus casas o cualquier
otro ámbito privado. En un improvisado intento por compensar esa desatención,
el trió masculino propuso al femenino almorzar allí mismo, antes de dar una
vuelta por el barrio. Las mujeres aceptaron, aunque los responsables del Consejo
SAM desistieron de dar un paseo, dando una razón de suficiente peso, que
Eduardo pudo comprender a la perfección, conociendo y recordando lo que eran
las celebraciones en la segunda quincena del mes de Diciembre.
Los accidentes que resultaban de destapar
botellas apuntando el pico a lugares poco o nada adecuados, el tumulto causado por
las concentraciones masivas y las consecuencias directas o indirectas del mal
uso de piezas pirotécnicas - también los
había en este planeta. En el reino de Insulandia, la “Fábrica Pirotécnica
Insular, Sociedad del Estado” (FPISE) se encontraba en un caprichoso rincón del
país, aislado, a mil cuatrocientos cincuenta y nueve punto tres kilómetros al
oeste-noroeste de la Ciudad del Sol, en una isla de trece kilómetros y medio
cuadrados – se daban en todas y cada una de las festividades, y cada hombre y
mujer del ámbito de la medicina iba a tener que mantenerse en alerta hasta que
las festividades hubiesen concluido. Los privilegios del orden jerárquico
permitieron a Nadia y Lursi tomarse libre la mañana. El hombre había estado en
el bar con dos de sus amigos (coincidió
con Eduardo en el gusto por el balonmano) y Nadia decorando con las hermanas
parte de la plaza que daba el nombre al barrio principal de la ciudad. Aun si
no fuera de esa manera, sino existieran los fuegos artificiales, estaba de por
medio la inmensa concentración que se produciría ene se espacio público y los
otros mil cuatrocientos noventa y nueve, y eso siempre o casi siempre revestía
cuando menos un peligro. Un notable gesto de caballerosidad el que surgió de la
voluntad de Lursi, Kevin y Eduardo, que les reportó otra felicitación, el de
levantarse de sus respectivas sillas y antes de abandonar El Tráfico correrles
las suyas a las mujeres, pagar todo lo consumido, un total de doscientos
noventa y tres soles, y acompañarlas tomándolas de la mano. Lursi y Nadia
encararon el camino que conducía al Castillo Real, donde estaban sus oficinas,
y Eduardo, Isabel, Kevin y Cristal uno de aquellos que serpenteaba en Barraca
Sola. Un paseo entre dos parejas flamantes que se había prolongado hasta las dieciséis
horas en punto, cuando el cuarteto de paseantes considerara que era el momento
oportuno de volver a sus casas y prepararse al fin para la ceremonia.
_Hasta dentro de unos minutos., fue el saludo
de ambas duplas, al que acompañaron, al momento de situarse en las fachadas,
moviendo la diestra en lo alto.
Ambos hombres continuaron con los gestos de
caballeros, al permitir que Isabel y Cristal ingresaran primero.
Continúa…
---CLAUDIO---
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