jueves, 14 de septiembre de 2017

4.5) Un momento de risas y otro de amor.



 Los habitués del bar El Tráfico se fueron haciendo presentes en el curso de los sesenta minutos que siguieron, de manera tal que el cuarteto de camareras, el cajero y la cocinera estuvieron en un movimiento cada vez más intenso y virtualmente constante. A Eduardo, Kevin y Lursi, los hombres que todavía continuaban con el juego de ajedrez y el matrimonio joven con sus hijas se hubieron de sumar masculinos y femeninas de las edades más variadas – o eso suponía el oriundo de Las Heras, haciendo estimaciones en su mente, porque para el no era posible conocer esa información sin hacer preguntas – y etnias, con el espíritu festivo en el nivel más alto de la semana y dispuestos a rendirle el debido culto a la ceremonia. Siempre nutridos, algunos eran grupos de amigos, familias que no bajaban de los cuatro componentes, compañeros de trabajo o vecinos que disfrutaban de la bella jornada. La inmensa mayoría de las sillas, por no decir todas estas, y ocho taburetes de un total de diez junto a la barra, se ocuparon antes de que cualquier reloj hubiera anunciado las doce horas en punto. Y era un hecho que agradaba sobre manera a los anfitriones, que eran propietarios a la vez que empleados (el bar El Tráfico constituís desde sus inicios una empresa familiar, y los actuales dueños y empleaos, cinco mujeres y tres hombres, eran descendientes directos e indirectos de aquellos fundadores) porque en cada días festivo, en cualquiera de estos, las recaudaciones eran bastante generosas.
Excepto por la inexistencia de los artefactos electrónicos y eléctricos (ventiladores, heladeras, un televisor, computadoras…) y la presencia de aquellas rarezas que significaban las alas que apenas se movían, las auras de varios colores y el calzado e indumentaria tradicionales, el grueso del entorno era un calco bastante fiel de los bodegones que el compañero de amores de Isabel solía frecuentar en la cabecera. Incluso la altura del bar El Tráfico, de unos veintitrés metros, la combinación de colores discretos, algo opacos, en las paredes y el techo, la presencia allí de la barra con su decena de taburetes, las camareras con la generosidad en sus escotes, las pinturas y artesanías con motivos regionales alegóricos, las paredes de ladrillos y el piso de madera, algo gastada con el tiempo y el uso, generaban en Eduardo una imagen muy conocida (aún no se presenciaba la nostalgia), casi familia. Entre el personal y la clientela, como no podía ser de otra manera, el tema principal de conversación era al Día del Otoño y la ceremonia tan grandiosa que tendría tiempo en la tarde-noche y la noche de hoy y del día de mañana la madrugada. El estado de la estructura también llamaba la atención del experto en arqueología submarina. Aquellas condiciones estaban inusualmente inmaculadas, pese a que todos los días convocaba a decenas de clientes, entre los regulares y los ocasionales.

_Cada día que pasa me convenzo más de lo mucho que me gusta este lugar, y no hablo de tal o cual aspecto en particular, sino del bar El Tráfico como un todo. Es una maravilla, y tiene excelentes precios., se volvió a convencer el oriundo de Las Heras, mirando como la pareja recién llegada ocupaba ese par de taburetes disponibles.
Gente de todas las etnias y edades venía e iba con un aire de gran algarabía en la calle, en todas las direcciones (algunos lamentaban que casi no hubiera lugares disponibles en el emblemático bar) y en el interior de este clásico local gastronómico todo era alegría y risas. Eduardo pagó diecinueve soles por otro botellón de ginebra y una de las camareras hubo de llevarlo a los pocos minutos. Dijo que podía conservar los otro treinta y uno como propina.
_Hasta la puerta espacial es un hervidero., añadió, observando el imponente marco dorado, distante del bar unos doscientos metros.
_Me alegra escuchar esa opinión favorable, porque sería una verdadera lástima ver una silla vacía en nuestra mesa – celebró complacido el médico en ese trío de amigos, que con esa perspectiva quiso agregar –. Y si El Tráfico fue y es un lugar de tu agrado, esperá a que Kevin o yo, o tal vez Oliverio o las chicas, o todos juntos como un grupo, te llevemos al salón de juegos en el barrio Arco Iris. Se parece mucho a este bar, es de su mismo estilo de arquitectura, pero mucho más amplio y compuesto no solo por la planta baja. Encima de cada mesa tiene una caja con tableros para media docena o media catorcena de juegos, como el ajedrez, el dominó, que es mi favorito, y las damas. Las fichas u otras piezas se piden en la administración del lugar. Además hay varios tableros para dardos, mesas de billar y de metegol, seis y ocho en ese orden, y otro tanto de juegos. La reina Lili va allí en la noche de cada viernes.
_Si, si, estoy completamente de acuerdo. Vayamos nosotros tres al Club del Juego, de ser posible en cuanto hayamos abandonado este bar.  Suena bastante prometedora esa propuesta en una jornada como esta – intervino el jefe del Mercado Central de las Artesanías, demostrando así una buena predisposición y el visto bueno. Llenó su vaso una vez más, ingirió otro sorbo de ginebra y agregó –. Pero ustedes dos y yo tenemos que tener en cuenta una cosa, u detalle que no es menor. Vamos a necesitar algo para ir. Eso es sumamente importante, y no me estoy refiriendo al dinero.
_Que nuestras compañeras no se opongan a que vayamos., arriesgó Eduardo, que no dejaba de regatearle a la ginebra.
Pensaba.
En los sucesivos días anteriores también estuvo en El Tráfico y visto algunos de los pocos habitués beber no menos de un litro y tres cuartos de tal o cual bebida alcohólica. Uno de ellos en particular había “vaciado” tres botellas en poco menos de quince minutos y ni siquiera hubo de experimentar el mínimo y más leve signo de ebriedad al cabo e ese aproximado cuarto de hora. Su estado de sobriedad, aun con esos tres litros de vino tinto, había sido total, y el experto en arqueología submarina había empezado a preguntarse, en su mente y en silencio, como era posible una cosa así. ¿Cómo podían los seres elementales, las hadas al menos, ingerir bebidas alcohólicas en esa cantidad y continuar como si nada, sin ningún efecto?.
Era algo que esperaba averiguar pronto.
_Por eso mismo –a afirmó Kevin –. Por un lado, y esto sería bueno si nosotros no tuviéramos una compañera sentimental, al Club del Juego van muchas mujeres solas y sin compromisos, sobre todo después de las dieciocho treinta – arrimó su silla un poco más a la mesa, para hacer espacio en el bar –. No conozco los casos de Nadia e Isabel, pero Cristal es… Eduardo, ¿vos te acordás de eso que Wilson contestó cuando nos encontramos los siete en el Banco Real, sobre cuál era, o cual había sido, la especialidad de Iulí, que después me contaste a mi?.
_Palabra por palabra., rememoró el originario de Las Heras.
_Tiene que ver con la manía y la insistencia que las chicas demuestran a veces., agregó Kevin.
_¿por qué? – quiso saber Lursi – Qué cosa dijo Wilson cuando fueron a visitarlo?.
_Eduardo le habría preguntado a la madre de nuestras novias cual había sido su especialidad cuando estuvo enteramente viva, es decir cuando fue un hada, y Wilson hizo una intervención en ese momento para decir que Iulí había sido una experta prácticamente indiscutible en… ¿cómo lo pudo definir de una manera elegante?... “hinchar al marido cuando este tomaba un descanso”. Por supuesto que había sido una broma, pero Iulí y las chicas, y también Iris… en fin – informó el artesano-escultor a Lursi –. Cristal es un hada maravillosa, una mujer increíblemente linda y seductora y una excelente persona, pero tiene ese defecto que… esta mañana cuando estábamos por empezar el desayuno, por ejemplo. No paró de hablar ni por un segundo, o casi, en esos veinticinco minutos. De la ceremonia de esta noche, naturalmente, comentando hasta el más insignificante de los aspectos – la risa hubo se hacerse presente entre sus compañeros de copas –. Así que pienso que eso de “hincha” tiene que ser hereditario, y por consiguiente, Eduardo, te recomiendo que tengas calma, te armes de paciencia y que hagas algo cuando Isabel… ¿qué les pasa? – sus compañeros de copas cesaron con la risa y adoptaron una expresión seria en la cara, porque un par de bellas y curvilíneas mujeres que emanaban auras de color lila habían entrado al bar sin hacer ruido. Kevin estuvo tan concentrado que ni se había dado cuenta de ello sino hasta ese momento –. ¿Cristal está atrás de mi, no?.
_Si., anunció su compañera sentimental.
_¡Ay, no!., reaccionó el artesano-escultor.
_¡Qué bonito, que bonito de verdad!, muy bello lo que están haciendo ustedes tres – se quejó Isabel, llevándose las manos a la cintura, un tanto en serio y un tanto en broma. Las hermanas de aura lila se arrimaron con paso decidido a la mesa junto al ventanal, e Isabel siguió con su queja –. Así que mientras sus pobres novias se rompen el alma dedicándose de lleno a la decoración y los últimos preparativos para la ceremonia de esta noche en Plaza Central, este trío de holgazanes no hace otra cosa que beber ginebra en el bar – otra escena que prestaba e invitaba para la comicidad. Los clientes del sexo masculino y el cajero se cubrían la boca con una o las dos manos para disimular la risa y las mujeres, entre la clientela y el personal, se solidarizaron con Isabel y Cristal, aplaudiendo en el aire y exclamando consignas en su favor… ¡y encima había llegado Nadia! –. A ver, holgazanes, ¿qué tienen para decir?, ¿qué es lo que van a hacer ahora?.
_¡Esto vamos a hacer!.

Ni lentos ni perezosos, el arqueólogo, el artesano-escultor y el médico tomaron a Isabel, Cristal y Nadia por la cintura luego de incorporarse y les dieron un beso de amor. Exactos que se hubieron de prolongar durante los veinte segundos que siguieron.

Un recurso altamente eficiente que el originario de Las Heras había explicado, e ilustrado mediante gestos corporales, a Lursi y Kevin, para logar que sus compañeras accedieran a o aceptaran alguna cosa. Por supuesto que no fue esta una excepción, y las tres chicas, con las mejillas enrojecidas, para variar, dejaron pasar la holgazanería y los seis recibieron aplausos, una salva de ellos. Fue, más que otra cosa, una felicitación, porque raras y esporádicas veces las hadas efectuaban esa clase de demostraciones afectivas en público – este hecho, sin embargo, estaba en lento retroceso –; guardaban, generalmente, esa clase de besos, tan apasionados, para la privacidad e intimidas de sus casas o cualquier otro ámbito privado. En un improvisado intento por compensar esa desatención, el trió masculino propuso al femenino almorzar allí mismo, antes de dar una vuelta por el barrio. Las mujeres aceptaron, aunque los responsables del Consejo SAM desistieron de dar un paseo, dando una razón de suficiente peso, que Eduardo pudo comprender a la perfección, conociendo y recordando lo que eran las celebraciones en la segunda quincena del mes de Diciembre.
Los accidentes que resultaban de destapar botellas apuntando el pico a lugares poco o nada adecuados, el tumulto causado por las concentraciones masivas y las consecuencias directas o indirectas del mal uso de piezas pirotécnicas  - también los había en este planeta. En el reino de Insulandia, la “Fábrica Pirotécnica Insular, Sociedad del Estado” (FPISE) se encontraba en un caprichoso rincón del país, aislado, a mil cuatrocientos cincuenta y nueve punto tres kilómetros al oeste-noroeste de la Ciudad del Sol, en una isla de trece kilómetros y medio cuadrados – se daban en todas y cada una de las festividades, y cada hombre y mujer del ámbito de la medicina iba a tener que mantenerse en alerta hasta que las festividades hubiesen concluido. Los privilegios del orden jerárquico permitieron a Nadia y Lursi tomarse libre la mañana. El hombre había estado en el bar con dos de sus amigos  (coincidió con Eduardo en el gusto por el balonmano) y Nadia decorando con las hermanas parte de la plaza que daba el nombre al barrio principal de la ciudad. Aun si no fuera de esa manera, sino existieran los fuegos artificiales, estaba de por medio la inmensa concentración que se produciría ene se espacio público y los otros mil cuatrocientos noventa y nueve, y eso siempre o casi siempre revestía cuando menos un peligro. Un notable gesto de caballerosidad el que surgió de la voluntad de Lursi, Kevin y Eduardo, que les reportó otra felicitación, el de levantarse de sus respectivas sillas y antes de abandonar El Tráfico correrles las suyas a las mujeres, pagar todo lo consumido, un total de doscientos noventa y tres soles, y acompañarlas tomándolas de la mano. Lursi y Nadia encararon el camino que conducía al Castillo Real, donde estaban sus oficinas, y Eduardo, Isabel, Kevin y Cristal uno de aquellos que serpenteaba en Barraca Sola. Un paseo entre dos parejas flamantes que se había prolongado hasta las dieciséis horas en punto, cuando el cuarteto de paseantes considerara que era el momento oportuno de volver a sus casas y prepararse al fin para la ceremonia.
_Hasta dentro de unos minutos., fue el saludo de ambas duplas, al que acompañaron, al momento de situarse en las fachadas, moviendo la diestra en lo alto.
Ambos hombres continuaron con los gestos de caballeros, al permitir que Isabel y Cristal ingresaran primero.



Continúa…



---CLAUDIO---

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