lunes, 4 de septiembre de 2017

4.2) En el bar de Barraca Sola a la mañana

_Mejor váyanse acostumbrándolos dos, porque Isabel y Cristal tienen la fama de compradoras. No compulsivas, pero compradoras al fin., fue la advertencia de Lursi, cuando los tres hubieron de ocupar sus lugares de siempre en el bar, una mesa contra el amplio ventanal que daba a la tranquila calle, a la espera de su pedido habitual.
Ginebra.
Lursi era el compañero sentimental de Nadia desde hacía aproximados dieciocho años, un caso también de amor a primera vista. Su contextura física era la misma, o casi, que la de Kevin y Eduardo, y tenía un aura de color gris perla. No se trataba de un símbolo negativo ni de maldad, como le explicara al novio de Isabel antes que este hubiera tenido tiempo siquiera de abrir la boca para preguntar al respecto, comenzando sus palabras con la frase “Las auras grises, negras y de otros colorees oscuros no garantizan ni indican maldad u otros sentimientos negativos”. Como los individuos de su especie de ambos sexos, un rasgo característico de Lursi era la personalidad divertida y alegre.
-¿Te pasa eso con Nadia?., le preguntó el oriundo de Las Heras, otra vez observando con detenimiento y atención cada cosa de las que lo rodeaban.
Era el séptimo día consecutivo que iba a ese bar, a la misma hora y ocupando la misma mesa, y siempre parecían haber un o más objetos que continuaban hasta hoy pasando por alto y, por tanto, inadvertidos. Pensó que eso se debía a este clima festivo y a su situación tan particular.
“El Tráfico”, que era como se llamaba este legendario bar – en otros tiempos ese camino había sido un hervidero de carretas y otros transportes terrestres –, era un lugar que combinaba lo viejo con lo nuevo. Una curiosa mezcla  entre la tradición y la modernidad que tenían pocos lugares en el reino, que convertían a este establecimiento, desde ese punto de vista y desde el de la historia, en un emblema para la capital insular, pero en particular para el barrio. Comparativamente, observaba Eduardo, era una pulpería de la zona rural ya entrando el Siglo veintiuno. En ese momento estaban presentes únicamente nueve clientes. Eduardo, Kevin y Lursi ocupaban tres de los cuatro lados de una mesa junto al ventanal, este tan impecable como siempre, otros dos hombres adultos de edad avanzada jugando al ajedrez, en silencio, y un matrimonio joven con sus hijas de no más de once años, en una mesa cercana a la barra y los taburetes.
_Ya no – aseguró Lursi, convencido de ello. Con sus habilidades telequinéticas hacía revolotear a escasos centímetros de la mesa la grulla que había armado con una servilleta de papel. La grulla describía el símbolo del infinito sobre el cenicero –. Si tengo que ser honesto y hablar con franqueza, Nadia nunca fue ayer ni es hoy uno de esos casos desesperantes de mujeres que compran cosas de forma compulsiva, como tampoco lo fueron ni lo son Cristal e Isabel. Nadia y yo decidimos formalizar nuestra relación hace dieciocho años, un Dieciocho de Octubre, Norg catorce en el antiguo calendario. Ese día contrajimos matrimonio, después de alrededor de doce meses de estar de novios… ¿así lo llaman los seres humanos, al período previo al casamiento _Eduardo contestó que si moviendo la cabeza –. Esa afición suya por las compras, sobre todo ropa, pasa más que nada el día de su cumpleaños, que es el once de Marzo, o el decimotercer día del tercer mes en el antiguo calendario feérico, y los cuatro últimos días de Diciembre. Nunca quise objetarle ese gusto, porque siempre tuve, y continuo teniendo, su dicha como prioridad. Al mismo tiempo, ella entendió que no era de mi agrado, de uno de su mismo nivel. En ese aspecto llegamos a una coexistencia armónica que en estos años que llevamos casados nunca fue alterada. Así que, señores, presten atención a la voz de la experiencia.
_¡Que anciano!., ironizó el jefe del Mercado Central de las Artesanías con una sonrisa (Además, estaba contento por el súbito aumento en las ventas en el MC-A), al tiempo que llegaba el pedido a la mesa.
Aquella mujer que el oriundo de Las Heras viera más temprano en otro sector de Barraca Sola era la camarera, el gran amor de aquel transportista que los acercara a el e Isabel al parque La Bonita. La atractiva camarera de aura violeta caminaba con gracia hacia la mesa junto al ventanal sosteniendo la bandeja con ambas manos y haciendo lucir su curvilínea figura, algo con lo que contribuía su escote generoso. A su paso, el hombre del matrimonio joven se había llevado como recompensa un tirón de orejas por parte de su compañera matrimonial, que exclamaba “¡Por mirón!”, en tanto sus hijas soltaban la risa. La bella camarera dejó el trío de vasos y la ginebra, un botellón oscuro repleto de ella – una de las bebidas más populares entre los hombres en Insulandia – que de seguro estaría vacía antes del mediodía, y volvió a su puesto junto a la barra.
_Es la ventaja de ser mayor, que con eso se acumulan el conocimiento y la sabiduría. El diecinueve de Septiembre voy a cumplir cuarenta y dos – intentó defenderse Lursi, levantando los hombros, mientras destapaba el botellón y llenaba los vasos con esta bebida tan popular – Nadia y yo somos felices de esa manera… solo nos falta la alegría máxima, que esperamos poder realizar algún día – los otros dos entendieron que se refería a una futura descendencia de ambos médicos –. Lo fuimos ayer, lo somos hoy y lo vamos a ser mañana. Del mismo modo que yo la entiendo a ella, ella me entiende a mi. Es un sentimiento que los dos correspondemos de forma mutua. Yo soy cliente histórico y habitué, además de puntual, del salón de juegos en el barrio Altos del Norte, donde vivimos los dos, en mi casa. El Club del Juego es para ese barrio lo que este bar para Barraca Sola, forma parte de su cultura, patrimonio e historia. Nadia me acompaña cada vez que se lo pido. Además, ese lugar es un símbolo para ella y para mi. Allí tuvimos nuestra primera cita, y fue en ese lugar, junto a una mesa de metegol, donde le propuse casamiento – y con voz alta, preparándose para el brindis, exclamó –. ¡Por el Nint número veinte… salud!.
_¡Salud!., corearon los otros dos hombres.

_¿Nint?., inquirió el experto en arqueología submarina.
_Es el tercer mes, de un total de trece, de nuestro calendario, del antiguo calendario de los seres feéricos – informó el artesano-escultor, al tiempo que encendía un cigarrillo y soltaba la primera bocanada de humo –. Es cierto que usamos el nuevo, que las hadas llamamos “Neocalendario” para el ochenta y cinco por ciento, alrededor del ochenta y cinco, de nuestra vida todos los días, pero siempre queda el otro quince. Y en esos se incluyen, por ejemplo, las celebraciones, todas ellas. Cuando empezamos a hacer uso del Neocalendario decidimos no descartar el feérico antiguo, porque hacer eso hubiera significado un durísimo golpe para nuestra sociedad y nuestra cultura. Así que usamos el Neocalendario en la mayoría de nuestros actos, el feérico en la minoría, y, en otros casos aún menores en cantidad, los dos al mismo tiempo. Es otra de las coexistencias armónicas. Los Habitantes del Agua, gnomos, liuqis y otros seres elementales, en cambio, nunca reemplazaron ni combinaron este aspecto de su acervo cultural… y mucho menos lo hicieron los ilios.
_El intercambio comercial nacional e internacional, ¿son, o pueden ser, dos ejemplos precisos de esa coexistencia?., quiso saber Eduardo.
Recordaba como, más temprano, había visto una carreta con alimentos envasados que se iban a exportar (antes de que atravesara la puerta espacial de Barraca Sola), embalajes y cajas a cuyos lados estaban escritas las fechas en los dos calendarios.
_Ese es el más claro de todos los ejemplos – Lursi volvió a tomar la palabra –, el de las exportaciones e importaciones. El comercio internacional. Nuestro calendario antiguo, o tradicional, tiene más de veintiocho mil cien años. Veintiocho mil ciento ochenta y cinco y seis meses, para dar la cifra exacta. Hubo uno que fue anterior, pero no tenemos un solo registro de el. Simplemente, se perdió en el tiempo. Por el otro, el que combinamos con el Neocalendario, tuvo su nacimiento como consecuencia del horóscopo de los seres feéricos, que se remonta a veintiocho mil cien años exactos.
_¿También tienen un horóscopo?., reaccionó Eduardo.
_Si, por supuesto que tenemos uno, pero es más un símbolo que otra cosa – contestó Lursi, que agregó, considerándolo oportuno –, y creo que este es el momento indicado para que vos obtengas información nueva acerca de nuestra socio cultura. ¿Preparado?.
_Lo estoy.
_Pues en ese caso, vas a interiorizarte acerca de nuestro calendario y nuestro horóscopo., dispuso Kevin.

Horóscopo y calendario.
Otras dos similitudes entre los seres humanos y las hadas.




Continúa




--- CLAUDIO ---

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