_Mejor váyanse acostumbrándolos dos, porque
Isabel y Cristal tienen la fama de compradoras. No compulsivas, pero
compradoras al fin., fue la advertencia de Lursi, cuando los tres hubieron de
ocupar sus lugares de siempre en el bar, una mesa contra el amplio ventanal que
daba a la tranquila calle, a la espera de su pedido habitual.
Ginebra.
Lursi era el compañero sentimental de Nadia
desde hacía aproximados dieciocho años, un caso también de amor a primera
vista. Su contextura física era la misma, o casi, que la de Kevin y Eduardo, y
tenía un aura de color gris perla. No se trataba de un símbolo negativo ni de
maldad, como le explicara al novio de Isabel antes que este hubiera tenido
tiempo siquiera de abrir la boca para preguntar al respecto, comenzando sus
palabras con la frase “Las auras grises, negras y de otros colorees oscuros no
garantizan ni indican maldad u otros sentimientos negativos”. Como los
individuos de su especie de ambos sexos, un rasgo característico de Lursi era
la personalidad divertida y alegre.
-¿Te pasa eso con Nadia?., le preguntó el
oriundo de Las Heras, otra vez observando con detenimiento y atención cada cosa
de las que lo rodeaban.
Era el séptimo día consecutivo que iba a ese
bar, a la misma hora y ocupando la misma mesa, y siempre parecían haber un o más
objetos que continuaban hasta hoy pasando por alto y, por tanto, inadvertidos. Pensó
que eso se debía a este clima festivo y a su situación tan particular.
“El Tráfico”, que era como se llamaba este
legendario bar – en otros tiempos ese camino había sido un hervidero de
carretas y otros transportes terrestres –, era un lugar que combinaba lo viejo
con lo nuevo. Una curiosa mezcla entre
la tradición y la modernidad que tenían pocos lugares en el reino, que
convertían a este establecimiento, desde ese punto de vista y desde el de la
historia, en un emblema para la capital insular, pero en particular para el
barrio. Comparativamente, observaba Eduardo, era una pulpería de la zona rural
ya entrando el Siglo veintiuno. En ese momento estaban presentes únicamente nueve
clientes. Eduardo, Kevin y Lursi ocupaban tres de los cuatro lados de una mesa
junto al ventanal, este tan impecable como siempre, otros dos hombres adultos
de edad avanzada jugando al ajedrez, en silencio, y un matrimonio joven con sus
hijas de no más de once años, en una mesa cercana a la barra y los taburetes.
_Ya no – aseguró Lursi, convencido de ello.
Con sus habilidades telequinéticas hacía revolotear a escasos centímetros de la
mesa la grulla que había armado con una servilleta de papel. La grulla
describía el símbolo del infinito sobre el cenicero –. Si tengo que ser honesto
y hablar con franqueza, Nadia nunca fue ayer ni es hoy uno de esos casos
desesperantes de mujeres que compran cosas de forma compulsiva, como tampoco lo
fueron ni lo son Cristal e Isabel. Nadia y yo decidimos formalizar nuestra
relación hace dieciocho años, un Dieciocho de Octubre, Norg catorce en el
antiguo calendario. Ese día contrajimos matrimonio, después de alrededor de
doce meses de estar de novios… ¿así lo llaman los seres humanos, al período
previo al casamiento _Eduardo contestó que si moviendo la cabeza –. Esa afición
suya por las compras, sobre todo ropa, pasa más que nada el día de su
cumpleaños, que es el once de Marzo, o el decimotercer día del tercer mes en el
antiguo calendario feérico, y los cuatro últimos días de Diciembre. Nunca quise
objetarle ese gusto, porque siempre tuve, y continuo teniendo, su dicha como prioridad.
Al mismo tiempo, ella entendió que no era de mi agrado, de uno de su mismo
nivel. En ese aspecto llegamos a una coexistencia armónica que en estos años
que llevamos casados nunca fue alterada. Así que, señores, presten atención a
la voz de la experiencia.
_¡Que anciano!., ironizó el jefe del Mercado
Central de las Artesanías con una sonrisa (Además, estaba contento por el
súbito aumento en las ventas en el MC-A), al tiempo que llegaba el pedido a la
mesa.
Aquella mujer que el oriundo de Las Heras
viera más temprano en otro sector de Barraca Sola era la camarera, el gran amor
de aquel transportista que los acercara a el e Isabel al parque La Bonita. La
atractiva camarera de aura violeta caminaba con gracia hacia la mesa junto al
ventanal sosteniendo la bandeja con ambas manos y haciendo lucir su curvilínea
figura, algo con lo que contribuía su escote generoso. A su paso, el hombre del
matrimonio joven se había llevado como recompensa un tirón de orejas por parte
de su compañera matrimonial, que exclamaba “¡Por mirón!”, en tanto sus hijas
soltaban la risa. La bella camarera dejó el trío de vasos y la ginebra, un botellón
oscuro repleto de ella – una de las bebidas más populares entre los hombres en
Insulandia – que de seguro estaría vacía antes del mediodía, y volvió a su
puesto junto a la barra.
_Es la ventaja de ser mayor, que con eso se
acumulan el conocimiento y la sabiduría. El diecinueve de Septiembre voy a
cumplir cuarenta y dos – intentó defenderse Lursi, levantando los hombros,
mientras destapaba el botellón y llenaba los vasos con esta bebida tan popular –
Nadia y yo somos felices de esa manera… solo nos falta la alegría máxima, que
esperamos poder realizar algún día – los otros dos entendieron que se refería a
una futura descendencia de ambos médicos –. Lo fuimos ayer, lo somos hoy y lo vamos
a ser mañana. Del mismo modo que yo la entiendo a ella, ella me entiende a mi.
Es un sentimiento que los dos correspondemos de forma mutua. Yo soy cliente histórico
y habitué, además de puntual, del salón de juegos en el barrio Altos del Norte,
donde vivimos los dos, en mi casa. El Club del Juego es para ese barrio lo que
este bar para Barraca Sola, forma parte de su cultura, patrimonio e historia.
Nadia me acompaña cada vez que se lo pido. Además, ese lugar es un símbolo para
ella y para mi. Allí tuvimos nuestra primera cita, y fue en ese lugar, junto a
una mesa de metegol, donde le propuse casamiento – y con voz alta, preparándose
para el brindis, exclamó –. ¡Por el Nint número veinte… salud!.
_¡Salud!., corearon los otros dos hombres.
_¿Nint?., inquirió el experto en arqueología
submarina.
_Es el tercer mes, de un total de trece, de
nuestro calendario, del antiguo calendario de los seres feéricos – informó el
artesano-escultor, al tiempo que encendía un cigarrillo y soltaba la primera
bocanada de humo –. Es cierto que usamos el nuevo, que las hadas llamamos “Neocalendario”
para el ochenta y cinco por ciento, alrededor del ochenta y cinco, de nuestra
vida todos los días, pero siempre queda el otro quince. Y en esos se incluyen,
por ejemplo, las celebraciones, todas ellas. Cuando empezamos a hacer uso del
Neocalendario decidimos no descartar el feérico antiguo, porque hacer eso
hubiera significado un durísimo golpe para nuestra sociedad y nuestra cultura.
Así que usamos el Neocalendario en la mayoría de nuestros actos, el feérico en
la minoría, y, en otros casos aún menores en cantidad, los dos al mismo tiempo.
Es otra de las coexistencias armónicas. Los Habitantes del Agua, gnomos, liuqis
y otros seres elementales, en cambio, nunca reemplazaron ni combinaron este
aspecto de su acervo cultural… y mucho menos lo hicieron los ilios.
_El intercambio comercial nacional e
internacional, ¿son, o pueden ser, dos ejemplos precisos de esa coexistencia?.,
quiso saber Eduardo.
Recordaba como, más temprano, había visto una
carreta con alimentos envasados que se iban a exportar (antes de que atravesara
la puerta espacial de Barraca Sola), embalajes y cajas a cuyos lados estaban
escritas las fechas en los dos calendarios.
_Ese es el más claro de todos los ejemplos –
Lursi volvió a tomar la palabra –, el de las exportaciones e importaciones. El
comercio internacional. Nuestro calendario antiguo, o tradicional, tiene más de
veintiocho mil cien años. Veintiocho mil ciento ochenta y cinco y seis meses,
para dar la cifra exacta. Hubo uno que fue anterior, pero no tenemos un solo
registro de el. Simplemente, se perdió en el tiempo. Por el otro, el que
combinamos con el Neocalendario, tuvo su nacimiento como consecuencia del
horóscopo de los seres feéricos, que se remonta a veintiocho mil cien años
exactos.
_¿También tienen un horóscopo?., reaccionó
Eduardo.
_Si, por supuesto que tenemos uno, pero es
más un símbolo que otra cosa – contestó Lursi, que agregó, considerándolo
oportuno –, y creo que este es el momento indicado para que vos obtengas
información nueva acerca de nuestra socio cultura. ¿Preparado?.
_Lo estoy.
_Pues en ese caso, vas a interiorizarte
acerca de nuestro calendario y nuestro horóscopo., dispuso Kevin.
Horóscopo y calendario.
Otras dos similitudes entre los seres humanos
y las hadas.
Continúa
--- CLAUDIO ---
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