_Si, yo también los vi. Son trabajadores del Consejo
de Ecología, Medio Ambiente y Recursos Naturales – advirtió Isabel, observando
hacia arriba –. ¿Qué tienen de llamativo?.
_El color de la piel.
_¿No habías visto a ninguno hasta ahora?.
_Hasta ahora no. Al menos, no presté atención
– reconoció Eduardo –. Negros.
Si, negros.
_Y si prestás atención… más adelante, sobre
este mismo camino.
_¡Mestizos!.
Aquellos eran cuatro, todos constructores, y
viajaban encaramados a una carreta, llevando consigo herramientas y otros
elementos para hacer excavaciones. Saludaron alegremente con las manos en lo
alto y sonriendo, cuando se situaron cara a cara con los paseantes, que
correspondieron el saludo de la misma forma.
Miles (¿cientos de miles?) de años de
evolución biológica en los seres feéricos – volvía el hada de aura lila a
explicar – habían sido causantes de esa diversificación en las etnias de los
individuos de ambos sexos de esta especie. También, en cantidades más o menos
similares, en algunos grupos autóctonos de seres sirénidos de las zonas
tropicales; las temperaturas, la herencia genética, el entorno (el medio
ambiente), la presencia o ausencia de algún clase de aislamiento geográfico y
la interacción constante de los individuos habían sido los principales
factores, no los únicos, que se hubieron de ocupar de los caracteres morfológicos
de los seres feéricos y sirénidos autóctonos. Como con los seres humanos, esos caracteres,
los principales, eran el color d la piel y el de los ojos, el cabello, al
ángulo facial y la altura. El mestizaje había aparecido como consecuencia de
las generaciones surgidas de matrimonios formados por mujeres y hombres de
diferente color de piel, además de por los factores decisivos y los primeros
individuos de este grupo étnico (mestizos) databan de hacía cincuenta a
cuarenta mil años, muchísimo antes aun de la mezcla de razas con el Primer
Encuentro. Los factores decisivos también habían contribuido a la aparición de
etnias menos numerosas, como la polar, que era como las hadas llamaban a la
gente de piel y cabello extremadamente claros.
De las cuatro mil ochocientas sesenta y ocho
millones quinientas mil hadas que reportaban en el último censo del Consejo
Supremo Planetario – proseguía Isabel –, un cuarenta y seis punto cuatro por
ciento representaban dos mil doscientos cincuenta y ocho millones novecientos
ochenta y cuatro mil individuos de etnia blanca, la más numerosa; el veintiuno punto
doce, unas mil veintiocho millones doscientas veintisiete mil doscientas hadas,
eran de la etnia negra; otro once por ciento, quinientas treinta y cinco
millones quinientas treinta y cinco mil, eran mestizas, y las demás etnias,
como la polar, representaban el veintiuno punto cuarenta y ocho por ciento
restante, con sus mil cuarenta y cinco millones setecientos cincuenta y tres
mil ochocientos individuos.
_Todos los individuos de mi especie, hombres y
mujeres por igual, somos idénticos – concluyó Isabel, antes de abordar el tema
de la igualdad, camino al caserío –. Las hadas no hacemos diferencias a la hora
de fijarnos en tal o cual etnia o en tal o cual lugar de nacimiento, porque las
discriminaciones por el color de piel y de origen son dos de las faltas que más
condenamos. Lo hacemos desde que adquirimos uso de conciencia, o casi. A tal
punto que ni siquiera lo hicieron iris y sus secuaces. Y si querés un ejemplo
concreto, fíjate en el trato que recibiste desde que las chicas y yo te
encontramos. Es más – hizo otra pausa. Era el momento para una nueva ración de
néctar. Ahora, el de unas extrañas flores azules que habían a un lado del
camino –, en un texto antiguo hay la constancia de que el último caso de
discriminación étnica en Insulandia ocurrió una semana antes de la mezcla entre
las hadas locales y las terrestres. No está en nuestra naturaleza fijarnos en
el color de la piel de un hada o en su lugar de nacimiento.
Pasaron lo que quedó del trayecto hasta el
caserío conversando sobre la completa inexistencia de las muchas y variadas
formas de discriminación, sobre los conflictos étnicos, descontentos similares
a esos y otras diferencias entre los habitantes – la excepción siempre venía de
la mano de los ilios – elementales de los continentes como el todo y los países
como las partes del todo. Tales inexistencias posibilitaban la igualdad, la
solidaridad, la unidad, la fraternidad y el trabajo en equipo, algo que por
supuesto había contribuido, con un éxito aplastante, a la evolución como grupos
y como individuos de las hadas y su supervivencia a los grandes desastres ambientales,
naturales y la Guerra de los Veintiocho con todas sus consecuencias, las buenas
y las malas.
Los setenta y seis países tenían al “sol”
como su signo monetario, desde que cada uno decidiera reemplazar al antiguo
sistema de pago basado en materia de comercio; el alfabeto y el idioma eran
exactamente los mismos; compartían principios y códigos morales – un libro
antiguo titulado “Código de la vida” tenía una lista con quinientos –, valores,
aspectos socioculturales generales, la forma en que se organizaban el sistema
político y el Estado, varios sucesos y eventos de la historia, planes
económicos e industriales, costumbres, modos o estilos de vida, tradiciones,
ceremonias, rituales, los feriados continentales, hemisféricos y los mundiales
con las razones que a ellos condujeron, los nombres propios femeninos y los
masculinos, e incluso muchas
preferencias y gustos personales. Esas coincidencias y otras tantas lograban
que la sociedad feérica (a la hora de hacer esa referencia, las hadas usaban el
singular) tuviera un grado de sofisticación tan alto, y por consiguiente se
repusiera con facilidad de cualquier tipo de adversidades. Eso quedaba puesto
de manifiesto con, por ejemplo, la inexistencia de documentación para viajar al
Extranjero más allá de las cartas personales, o los beneficios impositivos y
aduaneros para las exportaciones e importaciones, requisitos prácticamente
nulos para las hadas de un país que quisieran hacer inversiones en otros, la
ayuda recíproca y desinteresada en caso de grandes desastres naturales, la
existencia del Consejo Supremo Planetario – CSP – antiguamente Comunidad
Feérica Mundial, cuyo liderazgo de un año era rotativo, como el máximo
organismo del planeta para la especie, el respecto incondicional e irrestricto
por la cadena de mando en todos los ámbitos, la división de responsabilidades y
trabajos en el poder político y su inviolabilidad, la responsabilidad social
para con uno o más seres feéricos que estuvieran atravesando tales o cuales
dificultades y predicamentos, el inmenso e inquebrantable orgullo por el origen
y la familia (a la que consideraban como uno de sus principales pilares, sino
era que el principal, de su organización como sociedad), la voluntad y el
esfuerzo de las hadas en todo lo que hacían, la estructura organizativa en el
trabajo y la inclusión en ese ámbito de todos los individuos, sin importar,
nuevamente, el sexo, color de piel o la nacionalidad.
Y se metieron, finalizado ya ese tema, de
lleno en el asunto de la festividad del Otoño, hasta que, alrededor de ciento
diez minutos después de haber dejado la casa en Barraca Sola, el hada de la
belleza, al divisar un arco de madera sobre la ruta regional, anunció con voz
clara a su novio:
_Bien, Eduardo, acá estamos. Cincuenta metros
delante de nosotros se encuentra el caserío.
Fin del capítulo 3
--- CLAUDIO ---
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