No sabía que expresión adoptar ni cono reaccionar.
Parecía estar creando en su mente una vista desde el aire de aquel que hubo de ser su único lugar de residencia, que de a poco y gradualmente se iba cubriendo con un denso, oscuro y negro manto, como si su cuna de nacimiento y la cabecera como un todo estuvieran desapareciendo de esa mente suya, de sus recuerdos y su memoria.
¿O era el quien desaparecía?
Estaba tan conmocionado y desorientado que concluyó que la más acertada de todas las opciones de que disponía, acaso la única, era pensar con abundante detenimiento en cada una de las preguntas por las que de ganas se estaba muriendo por formular a las tres hadas. La existencia de dichos seres feéricos – o elementales, si se los ubicaba a todos en un mismo grupo – por supuesto que debía de ser agregada al desconcierto y la conmoción. De modo que optó por otra alternativa: plantear todo eso y más en otro momento y pausadamente, cuando por fin hubiese recuperado toda la calma. Desocupó su silla y acudió nuevamente al frente del espejo, en tanto en silencio aguardaba el trío de hadas. Estas y sus congéneres la gran amabilidad habían tenido de velar por su salud y su vida a lo lardo de los cincuenta días transcurridos desde su arribo a este planeta. Lo encontraron en la cabaña y lo trajeron a esta vivienda, donde consiguieron que pegara un giro de ciento ochenta grados. Incluso le habían quitado ese horroroso manchón en la mano izquierda, hecho durante la infancia a causa del manejo incorrecto de una pieza de pirotecnia, y afeitado ese bigote que con tanto esmero y contra todo lo que opinaran los demás el cuidaba.
_ Raro y mucho – dijo al cabo de dos minutos (más o menos) de una observación continua. El espejo no mostraba el más insignificante deterioro. El estado físico de Eduardo estaba impecable –. Se supone que ya se terminaron todas mis preocupaciones y cada uno de mis problemas, pero al mismo tiempo acá me encuentro, hablando con ustedes, viendo como se confirma mi creencia – dirigió los ojos hacia la soberana y le preguntó, aunque poco o nada le importaba cual de las hadas respondiera a esa interrogante –. Cómo están las cosas en mi pueblo natal?.
_ Las cosas están como siempre en… ¿Las Heras, es su nombre?... iguales, pero al mismo tiempo diferentes, y eso es algo lógico y entendible en tu entorno. Como ya no quedan, o no quedaban, personas pertenecientes al grupo familiar Rhys, todas tus posesiones materiales y todo lo tuyo están viviendo un presente y un futuro inciertos. Es poco lo que se – empezó a informar la monarca insular. Su aura de dos colores (rojo y amarillo, o más bien dorado), que asemejaba al fuego, era tan intensa que podría iluminar sin ayuda y en su totalidad ese dormitorio y proyectaba sombras tenues en las paredes, el techo curvo y el suelo –. Tu dinero en efectivo y demás bienes, muebles e inmuebles, se encuentran ahora sujetos a eventuales disposiciones, dictámenes y litigios vinculados a lo judicial. Y digo eventuales porque para las leyes que están vigentes allí cincuenta días no son suficientes para saber si existen herederos o no, ni tener la certeza de que ese último propietario esté efectivamente fallecido – la reina Lili parecía estar adivinando los pensamientos de Eduardo: este escuchaba con atención la información y la procesaba en un intento por representarla en su mente –. De acuerdo a lo poco o muy poco que pude conocer cuando recurrí al espectador, tu vivienda de una planta todavía no había sido puesta para la venta por esos problemas legales y judiciales que recién mencioné. Y esa es la razón por la cual los buitres inmobiliarios no pueden hacer otra cosa más allá de detenerse en la fachada y fotografiar la propiedad – la reina dudó. No le quiso decir al hombre que sospechaba que los amigos de lo ajeno podrían estar ya al ahecho, si hubieran advertido ya que la casa estaba sin moradores, y que su propietario y último residente se encontraba “imposibilitado” para volver – .Es, como dijimos, una situación bastante complicada. Por otra parte, la gran mayoría de tus conocidos, vecinos, compañeros de trabajo y esas amistades tuyas del sexo femenino de… “hábitos nocturnos” – que raro e insólito. El hada con los jeans azules, Isabel, había en tanto miraba en otra dirección, soltado un leve gruñido… que la reina Lili y Nadia alcanzaron a escuchar, y rieron por ello por lo bajo –, hasta donde pudimos conocer, lamentaron y lamentan tu pérdida, tu fallecimiento, e incluso algunas de esas personas mandaron redactar una despedida en la sección de los avisos necrológicos en los periódicos locales, que tiene una fotografía tuya y comienza con la leyenda “A la memoria de Eduardo Rafael Rhys…”. Alcancé a ver uno de esos medios gráficos, en el que el aviso ocupaba una quinta parte de la página – reparó la soberana en que era prudente y oportuno cesar con esa parte de la historia, desconociendo que efecto, o que efectos, podría tener en Eduardo –. Entiendo y se perfectamente que no sepas como reaccionar, eso es de suponerse, pero ya te dije que volver al planeta Tierra no va a ser posible sino hasta dentro de cincuenta años. De modo que durante el transcurso de ese medio siglo no te va a quedar otra alternativa que recurrir al y asumir el cambio de junglas: la de cemento por vegetación. Este es el año diez mil doscientos cuatro de nuestro calendario, y hasta el diez mil doscientos cincuenta y cuatro… si, Eduardo, tenemos una historia que empezó hace más de diez milenios y quinto, y ya dijimos como – agregó, ante el gesto facial del hombre –. Ese cambio de una jungla por otra puede resultar sencillo o complicado, eso va a depender solo de vos. Es lo único que te queda por delante. Se que eso te gusta mucho, por tu creencia en mi especie. Personalmente, pienso que ese cambio no va a ser un problema, porque las dificultades que pudieran aparecer… bueno, si lo hacen les vas a hacer frente, y vamos a estar allí cada vez que lo necesites.
_ ¿Cemento por vegetación? – repitió Eduardo, en forma de pregunta. Había adoptado otra vez una expresión que combinaba curiosidad, incertidumbre y (mucha más) sorpresa. Tal vez no haya estado prestando toda la atención, porque un detalle podría habérsele escapado. Estaba pensativo y sus ojos apuntaban a la reina –. No entiendo lo que significa ese cambio.
¿Seguro?
¿En serio no entendía?
_ Es muy sencillo, Eduardo – empezó a explicar Nadia, la funcionaria pública del reino insular, de profesión médica. El hombre reconoció para sus adentros que comprendía perfectamente el significado correcto de ese cambio. Desde el exterior de la casa, aunque muy bajas por la distancia y la mezcla con los sonidos de la naturaleza, se escuchaban las voces impregnadas de curiosidad de al menos una decena de hadas. Probablemente todos los individuos de esta especia, no importaba cuantas fueran, estarían ya al corriente de que en su hogar 8en esta aldea, en el reino, en el continente, el hemisferio… ¡en el mundo!) se encontraba aquel individuo del sexo masculino de veinticuatro años originario de un planeta muy lejano llamado Tierra, que recuperara el conocimiento después de cincuenta días. Una nueva marca que había impuesto en ese sentido, aunque para el pasaba inadvertida –. Vos creés con firmeza en nuestra existencia, aún para ser un hombre y haber alcanzado la mayoría de edad. Constituye una creencia irrenunciable que en ciertos aspectos aceptaste como un modo de vida, aún al riesgo de quedar en vergüenza si tu identidad hubiese sido descubierta, algo que estabas dispuesto voluntariamente a aceptar si finalmente ocurría, sin importar el como, el cuando ni el donde – y finalizó resaltando –. También dijiste, y acertaste en un cien por ciento, que a las hadas para nada nos agrada que nos mientan, ¿cierto?, no importan las circunstancias. Eso va en contra de nuestros códigos éticos, y por tanto las mentiras representan algo inaceptable. Resumiendo, Eduardo, vas a tener que aceptar la convivencia con los nuestros en este planeta y…
_ ¡Vas a quedarte con las hadas!. Esa es la concreción de la máxima de tus creencias, de una de las dos máximas – interrumpió la anfitriona a su congénere, con júbilo, desocupando la silla en uno de los extremos de la mesa, demostrando (Eduardo estaba “atento a todo” en el dormitorio) que era más atractiva de pie. Con la mano derecha en alto hizo el clásico y conocido saludo de bienvenida, moviéndola de un lado a otro, y su aura hubo de brillar entonces con intensidad mayor, quizás a consecuencia de los pensamientos y sentimientos positivos que ahora tenía. Estaba feliz, para hacerla corta, y de esa manera lo expresaba –. Y no vayas a decir que no te agrada esa única alternativa, Eduardo, aunque ahora no sepas ni se te ocurra una manera para expresarlo, o no quieras quedar en ridículo delante de las hadas, si ya encontraste como hacerlo. Bienvenido, Eduardo, al mundo de las hadas.
_ ¡Bienvenido!, dijeron al unísono la reina de Insulandia y la consejera de salud y Asuntos Médicos, en tanto la dueña de la vivienda, conservando la expresión de felicidad, volvía a ocupar su asiento.
Eduardo enmudeció una vez más, pero el trío de mujeres frente a el y a sus lados pareció haber adivinado cada cosa que estaba en ese momento pasando por su mente, mirando directo y casi sin pestañar a sus ojos. La “ventana del alma”, que bajo circunstancias determinadas podían otorgar indicios bastante sólidos – delatar con acierto casi total – sobre lo que una persona estaba pensando y sintiendo. Y este, se podía notar a las leguas, era un ejemplo muy claro de eso.
--- CLAUDIO ---
Continúa...
--- CLAUDIO ---
No hay comentarios:
Publicar un comentario