viernes, 10 de enero de 2014

Romper la carpeta al final del curso



Uno de los clásicos más grandes de todos los tiempos, si de estudios primarios y secundarios se trata. ¿Quién no vio la vereda y la calle de las escuelas en esos dos niveles educativos, y también sus inmediaciones, inundadas con cientos de fragmentos de hojas cuadriculadas, rayadas, lisas, milimetradas, planisferios, cartulinas y todo tipo de material escolar?. Es no solo un clásico, sino además una tradición arraigada en lo más profundo del ser argentino. Destruir la carpeta, y esto es una visión estrictamente personal, simboliza el fin de un ciclo y el inicio de otro, el punto final para una etapa que bien pudo tener momentos buenos y malos.. Allí quedan en el suelo incontables cachitos de papel que hacen putear enojar a la /s vecina /s que al rato tienen que salir a barrer la vereda y quitar el desastre que la horda de estudiantes hizo al concluir el último día de clases. Allí quedan en el suelo incontables cachitos de papel con tachaduras y borroneos, con las calificaciones a veces azules y a veces rojas, con el nombre, apellido y curso del /la estudiante, con consignas a favor de tal o cual de sus preferencias... con esto, con aquello, con esto otro.

Es una gran suerte que esta costumbre no haya desaparecido, porque eso significa que una parte de nuestro acervo cultural se mantiene intacto a pesar del paso del tiempo. Hasta produce ese acto un cierto regocijo espiritual y emocional, podría decirse. ¿Quién no lo hizo alguna vez?, ¿quién no recuerda con más o menos admiración (y nostalgia) alguno de esos momentos?. Yo, por lo pronto, si lo hago.


--- CLAUDIO ---

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