martes, 31 de octubre de 2017

5.15) Aparece el Sol en el cielo



Contemplaron con pesar y pena los destrozos provocados por el desastre natural a los dos lados de esa calle, y los seres feéricos que estaban trabajando al máximo de sus capacidades para tratar de recuperar esas cuantiosas pérdidas hasta donde les fuera posible. Pasaría mucho tiempo, como sostuvieron todos, para que el último de los daños quedara en la memoria y en el pasado. Las hadas movían todo tipo de obstáculos, escombros y otros tantos residuos sólidos y los acumulaban desordenadamente en un par de sólidos contenedores que desplazaban con tracción mágica. Otros seres feéricos, unos pocos, hacían rudimentarios trabajos, de carácter temporal, en el suelo, en un enorme espacio verde inaugurado a mediados de este mes, allí donde arbustos florales y las estructuras fueran arrancadas de cuajo del suelo. Otro grupo, conformado exclusivamente por individuos del sexo masculino, pertenecía al Consejo EMARN (Ecología, Medio Ambiente y Recursos Naturales) y transportaba por aire, a baja altura, un trío de gruesos troncos cuyo inmediato destino era el Mercado Central de Maderas y Muebles: evidentemente, cualquier árbol caído terminaría por servir de una manera o de otra a la siempre pujante industria maderera insular, que podría ser uno de los pocos sectores, por no decir el único, que se beneficiaría con el resultante, específicamente con este. Los expertos de ambos sexos en arquitectura, ingeniería y albañilería – una de las profesiones más importantes – del Consejo de Infraestructura y Obras iban y venían tomando todo tipo de notas de las construcciones y acarreando materiales; el personal de Correos, Encomiendas, Sellos y Timbres (el Consejo CEST), cuya hada responsable estaba desaparecida, supervisaba sus propias obras y los médicos, sino socorriendo a los cientos de heridos, llevaban varias cajas con todo tipo de suministros, equipo e insumos medicinales.
No se veía a los liuqis por ninguna parte. Su especie, ya circulaban los comentarios, rumores y resultados de algunos cálculos y estimaciones, hablaban de una reducción numérica por demás fatal, de veinte puntos porcentuales únicamente en la región central del reino de Insulandia, y en todo el país de treinta y siete y medio por ciento. En todo el continente centrálico del cincuenta o más… Ninguna criatura de esas dimensiones, y tan liviana (un individuo adulto y sano no pesaba más de ciento cincuenta gramos), habría salido airosa de un desastre de estas características. Las primeras estimaciones se referían a los liuqis como la más castigada de todas las especies en el reino elemental. Por su lado, los seres sirénidos, o Habitantes del Agua, podrían ser el polo opuesto, porque, hicieron saber sus dirigentes (tenían una organización social y política parecida a la de las hadas), habían sido escasísimas sus bajas tanto dentro como fuera del reino insular. Habían acudido sin pensarlo dos veces a sus cuevas y refugios en lo más profundo de los grandes espacios acuáticos. Los gnomos hacían tanto como podían para recuperarse ellos y a sus habitáculos subterráneos, retirando a quienes no habían podido sobrevivir, unos novecientos solamente en la Ciudad Del Sol y, llevándolos, tal era su costumbre, a la que tomaron de las hadas, a la pira ardiente… Todas las especies elementales estaban trabajando al máximo, puesto que ninguna había quedado indemne después de este desastre natural.

Cuando estuvieron a cinco metros o menos de ambas casas, Eduardo alzó la vista:
_¡Atención, vean eso! – exclamó de pronto, provocando que el trío de mujeres dejara de estar concentrado en el bebé y el artesano-escultor de observar a los lados de la calle La Fragua – No lo van a creer si no lo ven.
El, las atractivas hermanas de aura lila y la madre primeriza con su hijo aún dormido intercambiaron miradas y expresiones cargadas de desconcierto, preguntándose, antes de cualquier otra cosa, que habría llamado la atención del originario de Las Heras de esa manera tan repentina. Kevin y el trío de mujeres se reunieron en torno a el e intentaron extraer conclusiones, pero eso no ocurrió sino hasta que Eduardo los mirara uno por uno.
_Solo levanten la vista., pidió animado
Si era una noticia excelente.
De eso no había dudas.

Arriba, en el cielo, había aparecido – asomado – el primer rayo solar en días.



Fin.



--- CLAUDIO ---

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