A su término, Isabel le dijo:
_Nuestra organización social continua
atravesando su época dorada, que arrancó en los tiempos inmediatamente
posteriores al Primer Encuentro – habían abandonado la sala y llevado los utensilios
y un par de envoltorios vacíos a la cocina-comedor diario –. La tolerancia y el
respeto por los demás y la no obstrucción del libre pensar son las claves, o
tres de las claves, del éxito en ese sentido. Es por eso que a vos te aceptaron
e incluyeron sin problemas y de manera incondicional en la comunidad de las
hadas. Sabíamos quien eras y cual era tu procedencia. A la fecha, y hasta donde
se, no hubo un solo arrepentimiento acerca de esa decisión.
_¿Elvia, Nadia, Cristal y vos fueron las primeras
hadas en encontrarme, o hubieron otros individuos antes que ustedes cuatro?.,
preguntó Eduardo a su compañera sentimental.
_No, no fue así. Las chicas y yo fuimos las
primeras, no directamente – contestó el hada, preguntándose si llevar o no la
bicicleta, mientras, ya de vuelta en la sala, terminaban de prepararse –.
Aproximadamente seis horas antes habíamos tenido la noticia, un contacto no
visual. Si supimos que había ocurrido la fluctuación natural en el espacio y el
tiempo. Un agudo y ligero silbido se escuchó en todos los rincones del planeta
durante el lapso que duró la anomalía. Pensamos que solo sería eso, el fenómeno
y nada más. Más tarde, los tripulantes en la cubierta de una embarcación para
cargas , en viaje a Insulandia, vieron esa máquina voladora que descendía en un
ángulo poco pronunciado y sin hacer ruido alguno. Intentaron calcular en que
lugar se podría estrellar, pero zigzagueaba y se estaba moviendo demasiado
rápido – optó por traer la bicicleta. Podrían cubrir un trayecto superior si
viajaban con ella – Después, vos saltaste y la máquina voladora cayó sobre otro
barco y a su ocupante le perdimos todo rastro hasta la mañana en que mi
hermana, mis amigas y yo te hallamos en la cabaña cerca de la costa.
En otro característico gesto de caballeros,
Eduardo fue a buscar el rodado, aun fascinado con aquel. Las bicicletas constituían
uno de los medios de transporte terrestres principales en el mundo y la
sociedad de las hadas y su construcción, mantenimiento y reparaciones eran
relativamente sencillas. Y era a consecuencia de esa sencillez que en la
Fábrica Insular de Bicicletas, Sociedad del Estado (FIBSE), seiscientos noventa
y cinco punto cuatro kilómetros al este-noreste de la Ciudad del Sol, se
producía en promedio una unidad cada cuatro horas, dos mil ciento noventa al
año. Además había otras seis fábricas, del sector privado, y una de capitales mixtos.
Por emplear en la mayoría de las etapas de la cadena de producción metales y
químicos, estos últimos en cantidades reducidas, la FIBSE, en la que trabajaban
ciento ochenta y cinco hadas, era un lugar un tanto aislado al que, por tierra,
únicamente se accedía por un sendero de once kilómetros de extensión que nacía
en una ruta real. Esa fábrica era uno de los orgullos de la región noreste –
Río de los Hermanos del Nueve de Mayo – del reino archipiélago.
_Yo también vi como se perdía en la
distancia, una vez que salté de la cabina. No se lo que pasó desde ese momento,
que pudo pasar, porque perdí el conocimiento. Tan solo las cosas que me contaron
– rememoró el arqueólogo, pensando en el humo blanco como la última imagen. Eso
había observado antes de desmayarse; una sustancia blancuzca que asemejaba a
humo avanzando en dirección a su persona a velocidades increíbles –. Cuando volví
a abrir los ojos estaba solo y desorientado en medio de ese océano desconocido.
Por lógica, tampoco tuve ninguna noticia acerca de mis posesiones hasta que vos
me contaste como las hadas pudieron recuperar unas pocas de ellas.
_Si, solo algunas; las restauramos y te las
devolvimos – repitió su novia –. Lo cual me recuerda que tengo un presente para
vos.
_¿En serio?, ¿qué es?.
_Una sorpresa.
Abrió el bolsito cruzado que llevaba consigo
cada vez que salía de la vivienda y extrajo un objeto de tela de su interior.
Un pañuelo pulcramente doblado e color rojo. Era aquella prenda que el oriundo
de Las Heras había atado a uno de los fragmentos de su aparato de telefonía
celular, con el propósito de dejar un indicio sobre su paradero – algo poco o
nada útil, por el viento y los vaivenes del océano –. El hada de la belleza lo
sostuvo con la diestra y comunicó:
_Encontrado hace treinta y una horas. Esto es
de tu propiedad, Eduardo, y te lo estoy devolviendo.
_¡Mi pañuelo! – se emocionó su compañero
sentimental. Esa fue su reacción inicial. Lo miró con minuciosidad durante un
rato en ambas caras. Tan impecable era su estado que parecía nuevo. Eduardo lo
dobló nuevamente y agradeció –. Les agradezco mucho el que lo hayan encontrado
y recuperado, Isabel, porque en cierta manera este pañuelo es para mi un
símbolo – y en verdad lo era. Había sido lo primero que comprara con su primer
sueldo –. Supuse que el color rojo iba a contribuir exitosamente en mi
búsqueda, cosa que no ocurrió. ¿Cómo fue que lo pudieron las hadas localizar y
recuperar?.
_Los vaivenes casi permanentes del océano lo atrajeron
hasta una playa en la periferia norte de Centralia. Una sirena que descansaba
en ese lugar lo encontró y nos lo trajo – informó Isabel, viendo el pañuelo –.
Sabíamos que era una de tus pertenencias porque lo recuperó estando atado a una
pieza de un material que es inexistente aquí, en este planeta. A ese objeto
desconocido para todos los seres elementales simplemente lo destruimos, perdón
por eso, y la sirena me dio el pañuelo para que yo te lo devolviera. De manera
que desde este instante vuelve a estar en tus manos.
_No estoy de acuerdo – discrepó Eduardo,
extendiendo hacia adelante esa mano –. No es otra cosa que un pañuelo. Si te
gusta, lo podés conservar.
_¿En serio me lo querés regalar?, porque hace
un momento dijiste que para vos era un símbolo., se extrañó su compañera de
amores, tomando de nuevo el pañuelo.
_Absolutamente, Isabel; te lo estoy
regalando. Además, y esto es una opinión mía, el simbolismo que tenga un objeto
no implica de este la posesión o la propiedad – ratificó con decisión el
experto en arqueología submarina, bajando esa mano –. Desde este momento te pertenece
a vos – el hada lo volvió a guardar en el bolsito –. Y creo que te gusta el
pañuelo.
_Es cierto, es una pieza muy linda y la tela
es excelente. Te lo agradezco – agradeció Isabel, sonriendo –. Lo voy a cuidar
muy bien.
-Y además el color combina muy bien con ese
conjunto tan sensual de lencería erótica., interrumpió Eduardo.
_¡La guarangada del día!. Sabía de sobra que
no ibas a tardar mucho en decir algo así – exclamó el hada, con el clásico
enrojecimiento en las mejillas. Pero era cierto que las tonalidades de rojo en la
lencería y el pañuelo eran casi idénticas –. Todos los hombres en este mundo, incluyéndote,
tienden a volverse algo más “pícaros” con el sexo opuesto a medida que una
generación deja su lugar a la siguiente, con el paso de una y otra década. Incluso
pasa misma situación con los tritones y los ejemplares masculinos de la mayoría
de las especies elementales. Eso es un defecto que…
La onomatopeya “¡BRUUUM!”, en extremo sonora,
a distancia incierta y una luminiscencia proveniente de las alturas.
_Creo, Eduardo, que se va a tener que
posponer la salida que planificamos., precisó la hermana de Cristal, caminando
unos pasos y observando a través de la ventana.
Inadvertidas por la pareja hasta ese
instante, las nubes negras y grises que formaban un manto oscuro en el cielo ya
estaban descargando las primeras gotas de lluvia y, reconocieron ambos, en el
fondo no tenían tantas ganas de salir. Ya pensarían en algo para mantenerse
ocupados.
_Seguro que no pasa de una llovizna, o una
lluvia moderada. No más de eso., apostó el novio de Isabel.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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