Alrededor de quince minutos más tarde
llamaron a la puerta en el dormitorio del arqueólogo.
Isabel quería entrar.
_Pasá, la puerta está sin llave., contestó
Eduardo, que ante el hecho de no poder conciliar el sueño ni bien se acostara
estaba leyendo.
Sin demasiadas ganas, pero lo hacía.
A veces le pasaba tal cosa.
Eso que estaba leyendo era el cuaderno que
las hadas habían recuperado en el océano, propiedad del experto en arqueología
submarina. No estaba completo, porque la mitad del contenido no pudo ser
recuperado, pero el otro cincuenta por ciento si se podía leer, aunque, por
supuesto, con alguna que otra dificultad. Eduardo estaba concentrado en las
anotaciones o memorias de su breve paso por el aeropuerto internacional, desde
que descendiera del avión hasta que abordara un tren interurbano en la
periferia de la ciudad costera, donde habría de estar alojado. Sol abrasador
prácticamente todos los días, playas que se extendían por kilómetros, agua
transparente y mujeres hermosas estaban aguardándolo en la costa.
_¿De verdad puedo pasar? – insistió la dueña
de la casa –. ¿En serio no tenés inconvenientes?. Pensé que ya estabas dormido,
o que estabas tratando de hacerlo.
_Me pasa a veces, Isabel. No consigo dormir
al instante cuando estoy muy cansado o tengo mucho sueño. Es una antagonía,
pero también la verdad, y ese es el caso ahora. Pero no, no tengo
inconvenientes, y si los tuviera trataría de hacerlos a un lado – remarcó –.
Simplemente lógica. No sentiría una y la otra cosa teniéndote al lado mío.
Cerró el cuaderno y lo dejó sobre la mesita
de luz.
_Entonces, voy a entrar., anunció el hada de
la belleza, y en el interior de la habitación el hombre enfocó sus ojos en dirección
al picaporte, de la misma y exacta manera a como lo había hecho aquella tarde,
a inicios del mes.
Isabel entró y encendió las demás velas con
unos cuantos y rápidos movimientos de ambas manos. Dio dos pasos hacia
adelante, su compañero sentimental la observó entonces, con la puerta
cerrándose tras el paso del hada. No le quedaba mal en absoluto (menos a los
ojos de Eduardo) esa bata de seda de color lila, la cual estaba estrenando.
_¿Tenés un momento para mi?., pidió.
_¿Para vos?. Toda la vida tengo – accedió con
gusto su novio, tratando de enfocar la vista –. ¿En qué puedo serte útil, Isabel?.
Eduardo parecía tener todo el desconocimiento
sobre el o los motivos de la presencia allí y en ese momento de su compañera de
amores. ¿O tal vez no era así?. Tal vez lo que pretendía era incorporar una pizca
de sus pensó.
_Estuve pensando durante todo el día de ayer
y lo que va del de hoy en esta visita que hicimos al Banco Real de Insulandia,
en un intercambio de palabras con mi mamá e Iris – dijo el hada, para romper el
hielo. Caminó otros pocos pasos, usó la levitación para hacer que el cuaderno
fuera desde la mesita de luz hasta la cómoda y ocupó la mecedora, a un lado de la cama –, y esos pensamientos de
ayer y hoy me trajeron a este dormitorio y llevaron a una conclusión – cruzó las
piernas y meció suavemente la silla –. Ignoro si habrás adivinado o no de que
se trata, y tampoco se si lo estás pensando, aunque calculo que si, pero yo…
esto es lo que quiero, y pensé que un día festivo como el de ayer podría actuar
como detonante, como lo que definitivamente me impulsó a plantearlo ahora, a
llamar a la puerta – las llamas de las velas no provocaban grandes sombras,
ante la luz natural que se colaba al ambiente, aun con la persiana cerrada –.
Pero de algo si me encuentro cine por ciento convencida, Eduardo, y es que los
dos compartimos un deseo.
_¿Ah, si?, ¿y cuál es?.
_Este.
¡Plaf!
Un aplauso sonoro sobre su cabeza y el
dormitorio quedó súbitamente a oscuras.
Menos de diez segundos más tarde las velas se
volvieron a encender, excepto que ahora todas las llamas eran de color rojo. Y
eso no era todo. Había varias decenas de pétalos de rosas aquí y allá,
cubriendo gran parte del suelo y los muebles y aun encima de las sábanas, que
habían surgido, presumiblemente para el arqueólogo, desde el único lugar en el
dormitorio que aquel no había revisado hasta la fecha: el ínfimo espacio sobre
el techo del armario. La pregunta que entonces formuló el hada fue sencilla: “¿Ya
adivinaste, Eduardo?”. Se quitó la bata tras desanudarla y la dejó caer el
suelo. El experto en arqueología submarina abrió los ojos hasta que ambos adquirieron
la forma de un par de círculos perfectos.
Le faltaba solamente echar humo por las
orejas y aullar como un lobo.
¿Un hada usando lencería erótica?.
Si, tal cual.
Su vista no le estaba jugando ninguna mala
pasada.
Allí estaba la compañera sentimental de
Eduardo, con el tono rosa en ambas mejillas apenas más claro que el de otras
oportunidades. Llevaba puesto un conjunto de dos piezas, algo que tal vez fuera
un baby-doll, de color rojo pasión con transparencias sutiles allí, en “ciertos
lugares”. – una tela muy delicada y fina en las piezas daba ese aspecto –, con puntillas
de una tonalidad más suave de ese mismo color y encaje que, sabia y justa
observación la del oriundo de Las Heras cuando el hada de la belleza efectuó
ese giro de trescientos sesenta grados sobre su eje hacia la derecha, la hizo
ver más atractiva. Más, si eso era posible. ¡Y además llevaba medias,
portaligas y una pollera tan corta de no más de quince centímetros, básicamente
un trazo de tul que aumentaba su sensualidad!. La novia podía estar nerviosa y
sentir vergüenza, de acuerdo, pero había, al parecer, una forma de disimularlo
y lidiar con decoro con ambos sentimientos, desde que reparara en la
conversación con su progenitora e Iris, una de sus mejores amigas, porque ahora
estaba avanzando exhibiendo todo su encanto femenino desde la puerta que daba
al pasillo hasta la cama, llevando de la teoría a la práctica una serie de
movimientos que desbordaban sensualidad, y que el arqueólogo únicamente había
visto en los “bares para caballeros” que solía frecuentar con mayor o menor
regularidad. La sorpresa inicial hubo rápidamente de transformarse en un notable gesto de
fascinación y gusto, y Eduardo abrió la boca para hacer un comentario al
respecto.
_Esto es extraño, algo que no esperaba. Me
refiero no a otra cosa que el hecho de verte así. De estar viendo a un hada
usando esa ropa (¿?) y practicando esa clase de movimientos – eran pasos y
piruetas que no tenían nada que envidiarle a los de las bailarinas “exóticas”,
estaba comparando –. Solo por curiosidad, Isabel, me gustaría saber dónde y cómo
aprendiste todo eso. ¿Iulí e Iris te lo explicaron en algún momento?.
_En realidad, fueron la princesa Elvia y la
reina Lili – lo corrigió su novia, inclinándose hacia adelante con una
seductora pose y apoyando ambas manos en el borde de la cama. Las pupilas de
Eduardo estaban quietas –, esas veces en que me invitaron a usar el Espectador.
Aun con la pobre calidad de la imagen, porque estamos hablando de otro planeta,
vi como las mujeres de tu especie recurren a este tipo de prendas en las… “ocasiones
especiales”, por definirlas de alguna manera elegante. Es la primera vez que la
uso, y veo que no cubre demasiado – apreció. Y era cierto. El escote en la
prenda superior del conjunto era generoso, la parte inferior dejaba al descubierto
gran parte de las posaderas del hada, ambas mitades del conjunto tenían encajes
y puntillas y las medias hacían más atractivas las ya hermosas piernas de
Isabel. De nuevo caminó hacia el espejo y pegó otro giro sobre su eje para
comprobarlo, tras lo cual volvió al borde de la cama, reanudando aquellos
movimientos tan sensuales –. A las poses también las aprendí observando el
comportamiento de los seres humanos, aunque las hadas los aprendimos y
desarrollamos por nuestra cuenta hace milenios, prácticamente al mismo tiempo
que tus antepasados pintaban en las piedras las cosas que veían. Ahora pregunto,
¿luzco bien y bonita o parezco solamente una trotacalles vestida así?.
Si había prostitutas en el reino de
Insulandia.
A la hora de “trabajar”, se vestían con todo
tipo de prendas sensuales y, para preservarse del anonimato en público, usaban
máscaras, aunque eso no era obligatorio. Aunque podían estar en cualquier
parte, sus “lugares de trabajo” preferidos eran los entronques (donde se
empalmaban dos o más rutas), las paradas de transferencia de cargas y las plazas
y espacios públicos principales. Había incluso a la noche algunas de ellas en
la plaza central, en el barrio homónimo.
_Esa es la idea de la lencería, o una de las
ideas. Que no cubra demasiado – dijo Eduardo, corriéndose a uno de los
laterales de la cama. Su compañera sentimental advirtió lo que seguía y pronto
estuvo encaminándose hacia su lado, manteniendo esos movimientos sensuales –.
Se supone que la lencería erótica, esta que estás usando o de otros tipos (si,
hay varios) actúen como elementos estimulantes, como algo que aumente de manera
exponencial la pasión y el deseo para después…
_¿Funcionarán esas características
estimulantes en nuestro caso, en este caso?., inquirió Isabel, con las mejillas
tan rojas como el conjunto de lencería, corriendo la sábana y trepándose a la
cama, siempre moviéndose con sensualidad.
_¿Cómo no va a servir? – reaccionó el
arqueólogo, tomándola de ambas manos y preparándose para un beso. “Es la
frutilla del postre para la festividad del otoño”, pensó –. Ya de por si esas
prendas son un incentivo indiscutible para el sexo masculino, y si a eso se le
agrega el hecho de que quien la está usando es una mujer tan linda y voluptuosa…
el caso es que con ese conjunto te ves mucho más encantadora que de costumbre –
sus manos fueron a parar a la cintura de la novia y, finalmente, se produjo el
apasionado beso de enamorados, en tanto se dejaban caer, lentamente, sobre la
cama –. En fin… esto no es algo que yo le haya preguntado alguna vez a una
mujer, porque nunca tuve la oportunidad de hacerlo, así que ese aspecto de la
relación masculino-femenina es algo nuevo para mí, pero ¿estás lista?.
_Absolutamente. De no estarlo, no habría
preparado todo esto. Las llamas rojas, este conjunto de lencería, los pétalos –
confió Isabel. Sus pies y los de Eduardo ya se estaban entremezclando –… A ellos
los puse allí esta mañana, mientras vos estabas haciendo esa actividad tan
interesante con Lursi y Kevin – su novia sonrió – Otra de las pruebas es este
conjunto. La lencería tan atrevida como este solo se reserva para momentos como
este. Y es rojo porque ese es el color de la pasión para ambas especies, la
feérica y la humana. La llama en las velas es simplemente magia. Y acá estoy,
cien por ciento lista. ¿vamos?.
Hasta sus párpados se movían de manera
sensual.
_¡Hagámoslo! – quiso su compañero
sentimental, que al instante exclamó –. ¡Luces fuera!.
Y quedaron completamente a oscuras, con la
sábana cubriéndoles incluso la cabeza.
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A la “acción” que hubo de prolongarse durante
setenta minutos le siguieron ocho horas, o casi, de un sueño ininterrumpido,
bien abrazados y todavía acaramelados, y en la posición de cucharita. Con las
fuerzas ya renovadas, Eduardo e Isabel se pusieron de pie – lentamente –, con un
leve bostezo, abriendo y cerrando los ojos para despabilarse del todo y tomarse
de la mano. Había cierta organización en ese acto. La idea concreta erra tomar
un baño, higienizarse, encontrar ropa liviana, merendar en la sala principal de
la vivienda y sacarle provecho a lo que quedaba del día veintidós de Marzo
dando un paseo por Barraca Sola o alguno de sus barrios colindantes. Isabel
todavía tenía las mejillas enrojecidas y se movía y articulaba vocalizaciones
con una cuota de timidez, porque Eduardo había sido el primer hombre en su
vida, y no iba a olvidarlo. El experto en arqueología submarina estaba
visiblemente emocionado, como no podía ser de otra manera.
Ahora, en pleno transcurso de la merienda, el
novio ponía al hada de aura lila al corriente de aquellas conversaciones sobre
asuntos sociales que había sostenido con Lursi, Oliverio y Kevin, en tanto
llevaban a la práctica el convenio de sangre después de haberlo establecido y
mientras decidía la docena de parejas el orden para bailar el vals.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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