lunes, 9 de octubre de 2017

4.18) La frutilla del postre



Alrededor de quince minutos más tarde llamaron a la puerta en el dormitorio del arqueólogo.
Isabel quería entrar.
_Pasá, la puerta está sin llave., contestó Eduardo, que ante el hecho de no poder conciliar el sueño ni bien se acostara estaba leyendo.
Sin demasiadas ganas, pero lo hacía.
A veces le pasaba tal cosa.

Eso que estaba leyendo era el cuaderno que las hadas habían recuperado en el océano, propiedad del experto en arqueología submarina. No estaba completo, porque la mitad del contenido no pudo ser recuperado, pero el otro cincuenta por ciento si se podía leer, aunque, por supuesto, con alguna que otra dificultad. Eduardo estaba concentrado en las anotaciones o memorias de su breve paso por el aeropuerto internacional, desde que descendiera del avión hasta que abordara un tren interurbano en la periferia de la ciudad costera, donde habría de estar alojado. Sol abrasador prácticamente todos los días, playas que se extendían por kilómetros, agua transparente y mujeres hermosas estaban aguardándolo en la costa.
_¿De verdad puedo pasar? – insistió la dueña de la casa –. ¿En serio no tenés inconvenientes?. Pensé que ya estabas dormido, o que estabas tratando de hacerlo.
_Me pasa a veces, Isabel. No consigo dormir al instante cuando estoy muy cansado o tengo mucho sueño. Es una antagonía, pero también la verdad, y ese es el caso ahora. Pero no, no tengo inconvenientes, y si los tuviera trataría de hacerlos a un lado – remarcó –. Simplemente lógica. No sentiría una y la otra cosa teniéndote al lado mío.
Cerró el cuaderno y lo dejó sobre la mesita de luz.
_Entonces, voy a entrar., anunció el hada de la belleza, y en el interior de la habitación el hombre enfocó sus ojos en dirección al picaporte, de la misma y exacta manera a como lo había hecho aquella tarde, a inicios del mes.
Isabel entró y encendió las demás velas con unos cuantos y rápidos movimientos de ambas manos. Dio dos pasos hacia adelante, su compañero sentimental la observó entonces, con la puerta cerrándose tras el paso del hada. No le quedaba mal en absoluto (menos a los ojos de Eduardo) esa bata de seda de color lila, la cual estaba estrenando.
_¿Tenés un momento para mi?., pidió.
_¿Para vos?. Toda la vida tengo – accedió con gusto su novio, tratando de enfocar la vista –. ¿En  qué puedo serte útil, Isabel?.
Eduardo parecía tener todo el desconocimiento sobre el o los motivos de la presencia allí y en ese momento de su compañera de amores. ¿O tal vez no era así?. Tal vez lo que pretendía era incorporar una pizca de sus pensó.
_Estuve pensando durante todo el día de ayer y lo que va del de hoy en esta visita que hicimos al Banco Real de Insulandia, en un intercambio de palabras con mi mamá e Iris – dijo el hada, para romper el hielo. Caminó otros pocos pasos, usó la levitación para hacer que el cuaderno fuera desde la mesita de luz hasta la cómoda y ocupó la mecedora, a un  lado de la cama –, y esos pensamientos de ayer y hoy me trajeron a este dormitorio y llevaron a una conclusión – cruzó las piernas y meció suavemente la silla –. Ignoro si habrás adivinado o no de que se trata, y tampoco se si lo estás pensando, aunque calculo que si, pero yo… esto es lo que quiero, y pensé que un día festivo como el de ayer podría actuar como detonante, como lo que definitivamente me impulsó a plantearlo ahora, a llamar a la puerta – las llamas de las velas no provocaban grandes sombras, ante la luz natural que se colaba al ambiente, aun con la persiana cerrada –. Pero de algo si me encuentro cine por ciento convencida, Eduardo, y es que los dos compartimos un deseo.
_¿Ah, si?, ¿y cuál es?.
_Este.

¡Plaf!

Un aplauso sonoro sobre su cabeza y el dormitorio quedó súbitamente a oscuras.
Menos de diez segundos más tarde las velas se volvieron a encender, excepto que ahora todas las llamas eran de color rojo. Y eso no era todo. Había varias decenas de pétalos de rosas aquí y allá, cubriendo gran parte del suelo y los muebles y aun encima de las sábanas, que habían surgido, presumiblemente para el arqueólogo, desde el único lugar en el dormitorio que aquel no había revisado hasta la fecha: el ínfimo espacio sobre el techo del armario. La pregunta que entonces formuló el hada fue sencilla: “¿Ya adivinaste, Eduardo?”. Se quitó la bata tras desanudarla y la dejó caer el suelo. El experto en arqueología submarina abrió los ojos hasta que ambos adquirieron la forma de un par de círculos perfectos.
Le faltaba solamente echar humo por las orejas y aullar como un lobo.

¿Un hada usando lencería erótica?.

Si, tal cual.
Su vista no le estaba jugando ninguna mala pasada.

Allí estaba la compañera sentimental de Eduardo, con el tono rosa en ambas mejillas apenas más claro que el de otras oportunidades. Llevaba puesto un conjunto de dos piezas, algo que tal vez fuera un baby-doll, de color rojo pasión con transparencias sutiles allí, en “ciertos lugares”. – una tela muy delicada y fina en las piezas daba ese aspecto –, con puntillas de una tonalidad más suave de ese mismo color y encaje que, sabia y justa observación la del oriundo de Las Heras cuando el hada de la belleza efectuó ese giro de trescientos sesenta grados sobre su eje hacia la derecha, la hizo ver más atractiva. Más, si eso era posible. ¡Y además llevaba medias, portaligas y una pollera tan corta de no más de quince centímetros, básicamente un trazo de tul que aumentaba su sensualidad!. La novia podía estar nerviosa y sentir vergüenza, de acuerdo, pero había, al parecer, una forma de disimularlo y lidiar con decoro con ambos sentimientos, desde que reparara en la conversación con su progenitora e Iris, una de sus mejores amigas, porque ahora estaba avanzando exhibiendo todo su encanto femenino desde la puerta que daba al pasillo hasta la cama, llevando de la teoría a la práctica una serie de movimientos que desbordaban sensualidad, y que el arqueólogo únicamente había visto en los “bares para caballeros” que solía frecuentar con mayor o menor regularidad. La sorpresa inicial hubo rápidamente  de transformarse en un notable gesto de fascinación y gusto, y Eduardo abrió la boca para hacer un comentario al respecto.
_Esto es extraño, algo que no esperaba. Me refiero no a otra cosa que el hecho de verte así. De estar viendo a un hada usando esa ropa (¿?) y practicando esa clase de movimientos – eran pasos y piruetas que no tenían nada que envidiarle a los de las bailarinas “exóticas”, estaba comparando –. Solo por curiosidad, Isabel, me gustaría saber dónde y cómo aprendiste todo eso. ¿Iulí e Iris te lo explicaron en algún momento?.
_En realidad, fueron la princesa Elvia y la reina Lili – lo corrigió su novia, inclinándose hacia adelante con una seductora pose y apoyando ambas manos en el borde de la cama. Las pupilas de Eduardo estaban quietas –, esas veces en que me invitaron a usar el Espectador. Aun con la pobre calidad de la imagen, porque estamos hablando de otro planeta, vi como las mujeres de tu especie recurren a este tipo de prendas en las… “ocasiones especiales”, por definirlas de alguna manera elegante. Es la primera vez que la uso, y veo que no cubre demasiado – apreció. Y era cierto. El escote en la prenda superior del conjunto era generoso, la parte inferior dejaba al descubierto gran parte de las posaderas del hada, ambas mitades del conjunto tenían encajes y puntillas y las medias hacían más atractivas las ya hermosas piernas de Isabel. De nuevo caminó hacia el espejo y pegó otro giro sobre su eje para comprobarlo, tras lo cual volvió al borde de la cama, reanudando aquellos movimientos tan sensuales –. A las poses también las aprendí observando el comportamiento de los seres humanos, aunque las hadas los aprendimos y desarrollamos por nuestra cuenta hace milenios, prácticamente al mismo tiempo que tus antepasados pintaban en las piedras las cosas que veían. Ahora pregunto, ¿luzco bien y bonita o parezco solamente una trotacalles vestida así?.
Si había prostitutas en el reino de Insulandia.
A la hora de “trabajar”, se vestían con todo tipo de prendas sensuales y, para preservarse del anonimato en público, usaban máscaras, aunque eso no era obligatorio. Aunque podían estar en cualquier parte, sus “lugares de trabajo” preferidos eran los entronques (donde se empalmaban dos o más rutas), las paradas de transferencia de cargas y las plazas y espacios públicos principales. Había incluso a la noche algunas de ellas en la plaza central, en el barrio homónimo.
_Esa es la idea de la lencería, o una de las ideas. Que no cubra demasiado – dijo Eduardo, corriéndose a uno de los laterales de la cama. Su compañera sentimental advirtió lo que seguía y pronto estuvo encaminándose hacia su lado, manteniendo esos movimientos sensuales –. Se supone que la lencería erótica, esta que estás usando o de otros tipos (si, hay varios) actúen como elementos estimulantes, como algo que aumente de manera exponencial la pasión y el deseo para después…
_¿Funcionarán esas características estimulantes en nuestro caso, en este caso?., inquirió Isabel, con las mejillas tan rojas como el conjunto de lencería, corriendo la sábana y trepándose a la cama, siempre moviéndose con sensualidad.
_¿Cómo no va a servir? – reaccionó el arqueólogo, tomándola de ambas manos y preparándose para un beso. “Es la frutilla del postre para la festividad del otoño”, pensó –. Ya de por si esas prendas son un incentivo indiscutible para el sexo masculino, y si a eso se le agrega el hecho de que quien la está usando es una mujer tan linda y voluptuosa… el caso es que con ese conjunto te ves mucho más encantadora que de costumbre – sus manos fueron a parar a la cintura de la novia y, finalmente, se produjo el apasionado beso de enamorados, en tanto se dejaban caer, lentamente, sobre la cama –. En fin… esto no es algo que yo le haya preguntado alguna vez a una mujer, porque nunca tuve la oportunidad de hacerlo, así que ese aspecto de la relación masculino-femenina es algo nuevo para mí, pero ¿estás lista?.
_Absolutamente. De no estarlo, no habría preparado todo esto. Las llamas rojas, este conjunto de lencería, los pétalos – confió Isabel. Sus pies y los de Eduardo ya se estaban entremezclando –… A ellos los puse allí esta mañana, mientras vos estabas haciendo esa actividad tan interesante con Lursi y Kevin – su novia sonrió – Otra de las pruebas es este conjunto. La lencería tan atrevida como este solo se reserva para momentos como este. Y es rojo porque ese es el color de la pasión para ambas especies, la feérica y la humana. La llama en las velas es simplemente magia. Y acá estoy, cien por ciento lista. ¿vamos?.
Hasta sus párpados se movían de manera sensual.
_¡Hagámoslo! – quiso su compañero sentimental, que al instante exclamó –. ¡Luces fuera!.

Y quedaron completamente a oscuras, con la sábana cubriéndoles incluso la cabeza.

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A la “acción” que hubo de prolongarse durante setenta minutos le siguieron ocho horas, o casi, de un sueño ininterrumpido, bien abrazados y todavía acaramelados, y en la posición de cucharita. Con las fuerzas ya renovadas, Eduardo e Isabel se pusieron de pie – lentamente –, con un leve bostezo, abriendo y cerrando los ojos para despabilarse del todo y tomarse de la mano. Había cierta organización en ese acto. La idea concreta erra tomar un baño, higienizarse, encontrar ropa liviana, merendar en la sala principal de la vivienda y sacarle provecho a lo que quedaba del día veintidós de Marzo dando un paseo por Barraca Sola o alguno de sus barrios colindantes. Isabel todavía tenía las mejillas enrojecidas y se movía y articulaba vocalizaciones con una cuota de timidez, porque Eduardo había sido el primer hombre en su vida, y no iba a olvidarlo. El experto en arqueología submarina estaba visiblemente emocionado, como no podía ser de otra manera.
Ahora, en pleno transcurso de la merienda, el novio ponía al hada de aura lila al corriente de aquellas conversaciones sobre asuntos sociales que había sostenido con Lursi, Oliverio y Kevin, en tanto llevaban a la práctica el convenio de sangre después de haberlo establecido y mientras decidía la docena de parejas el orden para bailar el vals.



Continúa…




--- CLAUDIO ---

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