viernes, 22 de septiembre de 2017

4.9) El Consejero de Infraestructura y Obras



El individuo del sexo masculino que estaba bebiendo ginebra junto con Lursi era el compañero sentimental formal de Elvia, la princesa heredera del reino insular. Su nombre era Oliverio, desprendía un aura de color azul eléctrico y en lugar de representar tal o cual elemento de la naturaleza, el intelecto, alguno de los sentidos o la belleza (algo exclusivo de las mujeres), tenía por talento natural a las artes, al igual que el novio de Cristal, y su especialidad dentro de aquellas era el dibujo, algo que en su vida laboral había aplicado y dedicado a la arquitectura. Una asombrosa cualidad que le permitía – como le explicara a Eduardo cuando este llegara a su encuentro y ocupara una de las sillas –, entre todos los usos, componer y diseñas magníficas piezas en tiempos increíblemente breves, las cuales tampoco demoraban mucho, luego, en convertirse en aclamadas y afamadas obras de arte, de las que algunas pasaban del papel a la realidad al encararse su construcción, algo que hoy continuaba pasando. Esos maravillosos dotes artísticos implicaron que tuviera, aun antes de su ingreso a la función pública, una brillante carrera que había incluido la venta de una de sus obras en cien mil soles, a menos de un bimestre de haberla creado, a un coleccionista insular. No había pasado mucho para que esa obra se convirtiera en realidad, y al cabo de cinco meses de trabajo pudo inaugurarse el edificio donde hoy funcionaban las representaciones diplomáticas de los otros ocho países de Centralia, también en el barrio Plaza Central. Había sido gracias a esa brillante carrera, como diseñador de piezas que más tarde se aplicaban en la ingeniería y la arquitectura, que pudo entrar a trabajar en el poder político a horas de “haberse graduado” como constructor (ingeniero) especializado en infraestructura habitacional y viviendas. Esa brillante carrera, su inteligencia y su capacidad para la toma de decisiones que llegaban a buen puerto (el “amiguismo político” constituía algo inmoral e inaceptable entre los seres feéricos) es que hubo en su momento de ser propuesto por los expertos y funcionarios como la persona indicada para mandar en el Consejo de Infraestructura y Obras, el “C-IO”. Igual que Nadia y otros colegas d ambos sexos, Oliverio tenía su oficina en la Torre número dos del Castillo Real,  y su sumamente complejo trabajo en el poder político (grandísimas responsabilidades estaban sobre sus hombros) demandaba una jornada laboral que cada día hábil se extendía entre las ocho horas y las dieciocho y cada Sábado entre las ocho y la s dieciséis. Cincuenta y ocho horas semanales que podían (y lo harían) aumentar en caso de ser necesario.

Oliverio, de etnia negra, nacido y crecido en el barrio Arroyo brillante y hoy residente en Plaza Central, tenía un aspecto físico prácticamente idéntico al de los demás individuos del sexo masculino de la especie feérica y, al igual que todos los presentes en el espacio público principal en este momento, no estaba buscando otra cosa que disfrutar todo cuanto pudiera de la festividad del otoño. Era cierto por donde se lo mirara, se hubieron de convencer Eduardo y Lursi, que estaba lamentando la ausencia de la princesa heredera Elvia, porque observaba con cierta expresión de envidia a las decenas, centenas, de parejas y matrimonios que pululaban en cada centímetro de la plaza y sus adyacencias. Ahora suplía la falta de la hija de la reina Lili compartiendo la mesa con dos de sus amigos, uno de ellos el médico al que conocía de toda la vida, y el otro a quien había visto por primera vez cuando ayudara a las hermanas de aura lila  en esos cincuenta días, y con quien había entablado el primer diálogo en los últimos días, cuando se ocupaban ambos de los preparativos. Sino hubiera sido porque el quiso anunciársela, el novio de Isabel jamás habría adivinado que Oliverio tenía cincuenta y tres años, recién “estrenados” el uno de Marzo (trigésimo día del segundo mes, en el calendario antiguo de las hadas). Aparentaba no más de veintiséis.



Continúa…



--- CLAUDIO ---

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