_Menores
de edad, y parecen formar un grupo de amigos. Tal vez parejas en el futuro –
arriesgó Lursi, levantando la vista y observando también las alturas. El
cuarteto estaba ahora describiendo espirales, surcando el cielo de la plaza y
los alrededores –. Ellos están convencidos de que las festividades con motivo
de las estaciones son el momento ideal para probar sus destrezas y habilidades
de vuelo. Esos que están practicando allá arriba no deben tener más de seis
años… siete cuando mucho. Yo hice exactamente lo mismo cuando tuve esa edad.
_El
tiempo para aprender., dijo el arqueólogo, que volvió a levantar la vista y
enfocarla en esos cuatro núbiles.
Aquellos
seres feéricos continuaban describiendo las formas espiraladas, cortándolas en
un punto determinado para volver a su centro y empezar una vez más, siempre
manteniendo dicha figura sobre la inmensa y atestada plaza y sus adyacencias.
Volaban en pares y Eduardo coincidió con el vaticinio de Lursi sobre dos
posibles parejas. Los padres de todos estaban abajo. Dos pares de matrimonios
que conjuntaban dieciséis ojos bien atentos, vigilaban desde un punto a un lado
de la puerta espacial, donde habitualmente había un hada guardiana.
_Muy
bien por ellos. Esa es la parte de la vida en la que no les tiene que importar
ni preocupar otra cosa que se encuentre más allá de jugar, divertirse y dormir
hasta tarde todos los días, por decirlo, o definirlo, de alguna manera –
apreció con acierto Oliverio, acordándose en silencio de cuando el tenía esa
edad y ejecutaba esos mismos movimientos. No estaba sintiendo nostalgia ni nada
parecido, pero así y todo… – Más tarde, ellos y cualquier individuo de su edad
van a tener años y décadas de sobra para dedicarle el tiempo y sus esfuerzos al
trabajo y todas las otras responsabilidades que son propias de la vida adulta.
Pero por ahora y durante los próximos ocho o nueve años, que jueguen y se
diviertan todo cuanto puedan, ¿no les parece a ustedes?.
_Si.,
afirmó Lursi.
_Ya
lo creo., reafirmó Kevin.
_En
este planeta, al menos., finalizó Eduardo.
_Cuando
esos cuatro menores y cualquiera otro se vuelvan viejitos, como Oliverio y
Lursi., agregó el compañero sentimental de Cristal, reparando con una risa en
las primaveras que dos de sus amigos cargaban encima.
Incluso
los aludidos, de mayor edad que Kevin y Eduardo, soltaron una sonrisa, que rápidamente
hubo de quedar eclipsada por la gran cantidad de voces, ruido, cánticos los
pasos de la gente y el bullicio reinante. El compañero de amores de Isabel, en tanto,
había querido recurrir otra vez a su memoria _“El arcón de los recuerdos”, como
se referían a ella quienes hubieron de conocer a Eduardo –. La explotación
laboral infantil era uno de los principales problemas que siempre estaban allí, desafortunadamente lo estaban, en todas
las sociedades, aun en aquellas más sofisticadas. Y los mayores focos de ese
mal, que el tuviera conocimiento, se encontraban en las zonas, antagonía
mediante, más y menos habitadas: en las grandes ciudades que superaban cierto
número de habitantes y en esas extensas áreas agrícolas y rurales, sobre todo
en las provincias del norte y en las mesopotámicas.
En
la sociedad de los seres feéricos, en cambio, el trabajo infantil constituía
algo inaceptable, moral y legalmente hablando, y el último caso asentado en el
archivo histórico a ese respecto era anterior al Primer Encuentro.
Con
la atmósfera festiva incrementándose a cada minuto que pasaba, los componentes
del grupo de “ginebreros” (así se los conocía, o estaba empezando a conocer)
dieron por finalizada esa breve conversación acerca de los menores de edad, a más o menos un sexto de hora de haberla
empezado; y concluyeron que ya había llegado el momento oportuno para que el
convenio de sangre del que el cuarteto estuviera hablando pasara de la teoría a la práctica. Aun sin
existir la legalidad ni la indecencia en ejecutar ese acto a la vista de las
masas, todos prefirieron apartarse y ubicarse al otro extremo de la Avenida de
Circunvalación, allí donde chocaban el Museo Real de Artes Plásticas con una
densa arboleda, para no obstaculizar el constante movimiento de las hadas y
otros seres elementales en los caminos o espacios internos de la plaza. Un
rápido vistazo y se quedaron ya listos, al otro lado, junto a un tronco particularmente
grueso y una columna de mármol de las
que formaban la fachada del museo, llevando el médico del grupo una mesa y
aquellos elementos que el y los otros componentes del grupo habrían de
necesitar: cuatro vasos, una jarra repleta con vino tinto a la que el compañero sentimental de la
princesa heredera había dibujado una escala en centímetros, y dos pares de
cucharas. A la distancia, inmersas en una animada conversación con su grupo de
amigas, Isabel, Nadia y Cristal los observaban, comprendiendo lo que estaban
por hacer. O los observaban, hasta que la multitud les hubo de obstruir el
campo de visión.
_Una
última cosa, Eduardo – llamó Oliverio, en tanto ambos y los otros dos
componentes del grupo ocupaban cada uno un lado de la mesa, con un vaso y una
cuchara frente a su persona. Todos los preparativos ya estaban listos –. Isabel
y Cristal, ¿te están enseñando a hacer uso de las aplicaciones menos complejas
de la magia, no es así?. Eso me dijo la reina Lili hace unos días.
Textuales
las palabras de las hermanas de aura lila la magia era algo que se aprendía,
como tantas otras cosas.
Con
el tiempo, con esfuerzo y con voluntad.
Si
– contestó el destinatario de la pregunta, acompañando la afirmación con un
gesto con la cabeza –. De cuarenta a cuarenta y cinco minutos diarios a la
mañana, tres veces a la semana en un terreno sin uso en barraca Sola. ¿Por
qué?, ¿o para qué?.
_Para
que te puedas provocar una herida cortante y dejar caer cuatro gotas de tu
sangre dentro de la jarra, con l vino tinto. Y esa parte es importante en
extremo. Únicamente cuatro gotas, ni más ni menos – informó el consejero de
Infraestructura y Obras, señalando el recipiente de vidrio –. Lursi, Kevin y yo
no podemos tomar tu lugar en esto, porque de hacerlo el convenio no tendría
validez alguna. Esa parte del ritual no le corresponde a nadie más que a vos.
_Entiendo,
se trata de algo personal. Pero no necesito de las artes mágicas, de la
telequinesia ni de ninguna otra habilidad de aquellas que poseen los seres
feéricos – aseguró el experto en arqueología submarina a su interlocutor –.
Para esa parte lo único que necesito son mis manos. Menos que eso, mejor dicho;
solo un dedo. Observen.
El
único ser humano en el planeta de las hadas y los seres elementales se provocó
un corte al pellizcarse con algo de fuerza junto a la uña del dedo índice de la
mano izquierda, y ese dedo apoyó en el pico de la jarra, permitiendo que las
cuatro gotas cayeran en su interior, produciendo una suave onomatopeya “¡plic!”
al hacer contacto con el vino tinto y disolverse en esto. Lursi, Oliverio y
Kevin reconocieron que las dotes mágicas que poseían no eran necesarias e
imitaron la acción del arqueólogo. Este, ya con la restante docena de gotas disolviéndose dentro del recipiente
de vidrio, introdujo la cuchara y revolvió el contenido durante sesenta
segundos, una vez cada doce, en el sentido de las agujas del reloj, tal cual
era el procedimiento que le explicara Isabel.
“Nada
del otro mundo”, concluyeron los cuatro hombres.
Cada
uno llenó su vaso, con la misma cantidad que los otros tres – un cuarto de
litro – y de nuevo revolvieron el contenido, con sus respectivas cucharas,
reiterando el esquema practicado en la jarra por Eduardo, y observaron el
contenido resultante, con el convencimiento firme de estar haciendo lo
correcto. El líquido estaba sin
movimiento y los hombres prontos a dar el siguiente paso de este convenio.
Entonces,
habló el artesano-escultor, para informar e ilustrar a Eduardo.
_Existe
un juramento verbal que acompaña a este ritual. Se tiene que pronunciar con voz
clara y alta. Es muy importante prestar ese juramento en el instante
inmediatamente previo a que ingiramos el contenido de los vasos. Y los cuatro
tenemos que pronunciarlo, sino con toda, con la mayor sincronía que nos sea
posible.
_No
conozco el juramento., avisó Eduardo.
Isabel
le había dado algunas ideas, pero aún con eso…
_Eso
tiene un remedio sencillo – aseguró el médico del cuarteto –. Tu novia, Nadia y
Cristal advirtieron que estaba cercano el día en que nosotros íbamos a
suscribir el convenio sanguíneo, y ayer, al terminar nuestra jornada laboral,
me dieron esto – extrajo un papel un tanto arrugado de un bolsillo de su
indumentaria y se lo dio a Eduardo –. Es un juramento. Como Kevin, Oliverio y
yo somos los intervinientes, solo uno de nosotros te podía hacer llegar esto. Y
las chicas se cruzaron conmigo antes que con ellos – señaló con la vista al
artesano-escultor y al jefe del Consejo IO –. Tenés que memorizarlo y
recitarlo. ¿Vas a poder?.
_Por
supuesto que puedo., anunió Eduardo, otra vez sacando orgullo de sus
capacidades intelectuales, tomando el trozo de papel, desdoblándolo y
leyéndolo.
Una
oración que, opinaba – comparaba – con razón el arqueólogo, presentaba muchas y
grandes similitudes con el preámbulo de la Ley magna del reino de Insulandia,
que era como los insulares llamaban a su Constitución nacional.
_Listo,
ya memoricé el juramento., comunicó el novio de Isabel cinco minutos después.
No
fue tan complicado.
_Pues
en ese caso no nos queda otra cosa que continuar con el convenio – sentenció Oliverio,
tomando su vaso, como lo indicaba el protocolo. Los otros tres lo imitaron –.
Juramos e ingerimos. ¿Los tres están ya preparados?.
A
la afirmación, los cuatro hombres juraron:
“Eduardo, Kevin, Lursi y
Oliverio, encontrándose a la vera del espacio emblema – casco urbano e
histórico de la Ciudad Del Sol, de toda la Región Central y de todo el reino de
Insulandia, en pleno uso de cada una de sus facultades, por propia voluntad
congregados y al complejo amparo de la plena libertad para elegir, en clara,
completa y lisa obediencia del motivo de dicha reunión, con la misiva de una amistad
libre de condiciones, el cimiento y el fortalecimiento permanentes de la unidad
fraternal, el asentamiento y estímulo para las tareas laborales en equipo y la
coordinación cada vez que sea necesario, y el facilitamiento, el establecimiento,
la conservación y la promoción de la labor de todos en procura del beneficio
individual y del grupal, y sin que uno sea superior o inferior a otro, para
todas las generaciones venideras en tanto nos encontremos con vida y para todo
aquel ente que requiera de una mano solidaria y amiga cada vez que se enfrente
a situaciones adversas para el, llevando la amistad, la camaradería y la
fraternidad como banderas irrenunciables e incuestionables, establecemos, decidimos
y ponemos en total vigencia a partir de este veintiuno de Marzo / Niint número
veinte, este convenio de sangre”.
Por
el tono empleado y las posturas adoptadas por los cuatro, el arqueólogo no dudó
en comparar esa suscripción con algún ritual pagano.
Con
los vasos todavía firmemente agarrados con la mano derecha, a la altura del maxilar
inferior en todos los casos, el arqueólogo, el médico, el ingeniero y el
artesano-escultor proclamaron con la misma voz clara y fuerte, antes de
establecer el punto definitivo a este convenio de sangre:
_¡¡¡ Arriba, abajo, al centro y
adentro!!!.
Elevaron
todos los vasos por sobre los ojos, los bajaron hasta la altura del pecho, los
centraron – volvieron a hacerlo – a nivel de la comisura del labio inferior e ingirieron
el contenido.
El
ritual había concluido y el convenio de sangre ya era un hecho. Duraría hasta
que lo hicieran todos sus suscriptores, hasta que de los últimos dos de estos a
uno se le terminaran los problemas.
_El
juramento es una parte diferente del ritual, por supuesto – le hizo saber Lursi
a Eduardo, en tanto ellos, Kevin y Oliverio levantaban la mesa y la dejaban, como
podían, de vuelta en su lugar, en la plaza central… pero conservando la jarra,
nuevamente repleta de vino tinto, y los vasos –. Cambian los nombres de los
contrayentes, el lugar del establecimiento del convenio, parte de sus objetivos
y la fecha de entrada en vigencia en los dos calendarios. Todo lo demás es
exactamente igual.
A
los pocos segundos, el cuarteto de hombres volvía a encontrarse apiñado en ese
límite entre la arboleda frondosa y el museo, jarra de vidrio y vasos en mano,
pensando en algún nuevo tema para conversar y tratar. Casi al momento, Nadia y
las hermanas de aura lila se reunieron con ellos, trayendo sus propios vasos, e
hicieron comentarios breves sobre el convenio de sangre, enumerando los
principales entre sus beneficios. Entonces, de forma súbita, ocurrió un suceso
que motivó a las chicas y a los suscriptores feéricos del pacto a suministrarle
nueva información al originario de Las Heras.
Continúa…
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CLAUDIO ----
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