sábado, 23 de septiembre de 2017

4.11) El convenio de sangre, parte 2



_Menores de edad, y parecen formar un grupo de amigos. Tal vez parejas en el futuro – arriesgó Lursi, levantando la vista y observando también las alturas. El cuarteto estaba ahora describiendo espirales, surcando el cielo de la plaza y los alrededores –. Ellos están convencidos de que las festividades con motivo de las estaciones son el momento ideal para probar sus destrezas y habilidades de vuelo. Esos que están practicando allá arriba no deben tener más de seis años… siete cuando mucho. Yo hice exactamente lo mismo cuando tuve esa edad.
_El tiempo para aprender., dijo el arqueólogo, que volvió a levantar la vista y enfocarla en esos cuatro núbiles.
Aquellos seres feéricos continuaban describiendo las formas espiraladas, cortándolas en un punto determinado para volver a su centro y empezar una vez más, siempre manteniendo dicha figura sobre la inmensa y atestada plaza y sus adyacencias. Volaban en pares y Eduardo coincidió con el vaticinio de Lursi sobre dos posibles parejas. Los padres de todos estaban abajo. Dos pares de matrimonios que conjuntaban dieciséis ojos bien atentos, vigilaban desde un punto a un lado de la puerta espacial, donde habitualmente había un hada guardiana.
_Muy bien por ellos. Esa es la parte de la vida en la que no les tiene que importar ni preocupar otra cosa que se encuentre más allá de jugar, divertirse y dormir hasta tarde todos los días, por decirlo, o definirlo, de alguna manera – apreció con acierto Oliverio, acordándose en silencio de cuando el tenía esa edad y ejecutaba esos mismos movimientos. No estaba sintiendo nostalgia ni nada parecido, pero así y todo… – Más tarde, ellos y cualquier individuo de su edad van a tener años y décadas de sobra para dedicarle el tiempo y sus esfuerzos al trabajo y todas las otras responsabilidades que son propias de la vida adulta. Pero por ahora y durante los próximos ocho o nueve años, que jueguen y se diviertan todo cuanto puedan, ¿no les parece a ustedes?.
_Si., afirmó Lursi.
_Ya lo creo., reafirmó Kevin.
_En este planeta, al menos., finalizó Eduardo.
_Cuando esos cuatro menores y cualquiera otro se vuelvan viejitos, como Oliverio y Lursi., agregó el compañero sentimental de Cristal, reparando con una risa en las primaveras que dos de sus amigos cargaban encima.
Incluso los aludidos, de mayor edad que Kevin y Eduardo, soltaron una sonrisa, que rápidamente hubo de quedar eclipsada por la gran cantidad de voces, ruido, cánticos los pasos de la gente y el bullicio reinante. El compañero de amores de Isabel, en tanto, había querido recurrir otra vez a su memoria _“El arcón de los recuerdos”, como se referían a ella quienes hubieron de conocer a Eduardo –. La explotación laboral infantil era uno de los principales problemas que siempre estaban  allí, desafortunadamente lo estaban, en todas las sociedades, aun en aquellas más sofisticadas. Y los mayores focos de ese mal, que el tuviera conocimiento, se encontraban en las zonas, antagonía mediante, más y menos habitadas: en las grandes ciudades que superaban cierto número de habitantes y en esas extensas áreas agrícolas y rurales, sobre todo en las provincias del norte y en las mesopotámicas.
En la sociedad de los seres feéricos, en cambio, el trabajo infantil constituía algo inaceptable, moral y legalmente hablando, y el último caso asentado en el archivo histórico a ese respecto era anterior al Primer Encuentro.

Con la atmósfera festiva incrementándose a cada minuto que pasaba, los componentes del grupo de “ginebreros” (así se los conocía, o estaba empezando a conocer) dieron por finalizada esa breve conversación acerca de los menores de edad,  a más o menos un sexto de hora de haberla empezado; y concluyeron que ya había llegado el momento oportuno para que el convenio de sangre del que el cuarteto estuviera hablando  pasara de la teoría a la práctica. Aun sin existir la legalidad ni la indecencia en ejecutar ese acto a la vista de las masas, todos prefirieron apartarse y ubicarse al otro extremo de la Avenida de Circunvalación, allí donde chocaban el Museo Real de Artes Plásticas con una densa arboleda, para no obstaculizar el constante movimiento de las hadas y otros seres elementales en los caminos o espacios internos de la plaza. Un rápido vistazo y se quedaron ya listos, al otro lado, junto a un tronco particularmente  grueso y una columna de mármol de las que formaban la fachada del museo, llevando el médico del grupo una mesa y aquellos elementos que el y los otros componentes del grupo habrían de necesitar: cuatro vasos, una jarra repleta con vino tinto  a la que el compañero sentimental de la princesa heredera había dibujado una escala en centímetros, y dos pares de cucharas. A la distancia, inmersas en una animada conversación con su grupo de amigas, Isabel, Nadia y Cristal los observaban, comprendiendo lo que estaban por hacer. O los observaban, hasta que la multitud les hubo de obstruir el campo de visión.

_Una última cosa, Eduardo – llamó Oliverio, en tanto ambos y los otros dos componentes del grupo ocupaban cada uno un lado de la mesa, con un vaso y una cuchara frente a su persona. Todos los preparativos ya estaban listos –. Isabel y Cristal, ¿te están enseñando a hacer uso de las aplicaciones menos complejas de la magia, no es así?. Eso me dijo la reina Lili hace unos días.
Textuales las palabras de las hermanas de aura lila la magia era algo que se aprendía, como tantas otras cosas.
Con el tiempo, con esfuerzo y con voluntad.
Si – contestó el destinatario de la pregunta, acompañando la afirmación con un gesto con la cabeza –. De cuarenta a cuarenta y cinco minutos diarios a la mañana, tres veces a la semana en un terreno sin uso en barraca Sola. ¿Por qué?, ¿o para qué?.
_Para que te puedas provocar una herida cortante y dejar caer cuatro gotas de tu sangre dentro de la jarra, con l vino tinto. Y esa parte es importante en extremo. Únicamente cuatro gotas, ni más ni menos – informó el consejero de Infraestructura y Obras, señalando el recipiente de vidrio –. Lursi, Kevin y yo no podemos tomar tu lugar en esto, porque de hacerlo el convenio no tendría validez alguna. Esa parte del ritual no le corresponde a nadie más que a vos.
_Entiendo, se trata de algo personal. Pero no necesito de las artes mágicas, de la telequinesia ni de ninguna otra habilidad de aquellas que poseen los seres feéricos – aseguró el experto en arqueología submarina a su interlocutor –. Para esa parte lo único que necesito son mis manos. Menos que eso, mejor dicho; solo un dedo. Observen.

El único ser humano en el planeta de las hadas y los seres elementales se provocó un corte al pellizcarse con algo de fuerza junto a la uña del dedo índice de la mano izquierda, y ese dedo apoyó en el pico de la jarra, permitiendo que las cuatro gotas cayeran en su interior, produciendo una suave onomatopeya “¡plic!” al hacer contacto con el vino tinto y disolverse en esto. Lursi, Oliverio y Kevin reconocieron que las dotes mágicas que poseían no eran necesarias e imitaron la acción del arqueólogo. Este, ya con la restante docena  de gotas disolviéndose dentro del recipiente de vidrio, introdujo la cuchara y revolvió el contenido durante sesenta segundos, una vez cada doce, en el sentido de las agujas del reloj, tal cual era el procedimiento que le explicara Isabel.
“Nada del otro mundo”, concluyeron los cuatro hombres.
Cada uno llenó su vaso, con la misma cantidad que los otros tres – un cuarto de litro – y de nuevo revolvieron el contenido, con sus respectivas cucharas, reiterando el esquema practicado en la jarra por Eduardo, y observaron el contenido resultante, con el convencimiento firme de estar haciendo lo correcto.  El líquido estaba sin movimiento y los hombres prontos a dar el siguiente paso de este convenio.
Entonces, habló el artesano-escultor, para informar e ilustrar a Eduardo.
_Existe un juramento verbal que acompaña a este ritual. Se tiene que pronunciar con voz clara y alta. Es muy importante prestar ese juramento en el instante inmediatamente previo a que ingiramos el contenido de los vasos. Y los cuatro tenemos que pronunciarlo, sino con toda, con la mayor sincronía que nos sea posible.
_No conozco el juramento., avisó Eduardo.
Isabel le había dado algunas ideas, pero aún con eso…
_Eso tiene un remedio sencillo – aseguró el médico del cuarteto –. Tu novia, Nadia y Cristal advirtieron que estaba cercano el día en que nosotros íbamos a suscribir el convenio sanguíneo, y ayer, al terminar nuestra jornada laboral, me dieron esto – extrajo un papel un tanto arrugado de un bolsillo de su indumentaria y se lo dio a Eduardo –. Es un juramento. Como Kevin, Oliverio y yo somos los intervinientes, solo uno de nosotros te podía hacer llegar esto. Y las chicas se cruzaron conmigo antes que con ellos – señaló con la vista al artesano-escultor y al jefe del Consejo IO –. Tenés que memorizarlo y recitarlo. ¿Vas a poder?.
_Por supuesto que puedo., anunió Eduardo, otra vez sacando orgullo de sus capacidades intelectuales, tomando el trozo de papel, desdoblándolo y leyéndolo.
Una oración que, opinaba – comparaba – con razón el arqueólogo, presentaba muchas y grandes similitudes con el preámbulo de la Ley magna del reino de Insulandia, que era como los insulares llamaban a su Constitución nacional.
_Listo, ya memoricé el juramento., comunicó el novio de Isabel cinco minutos después.
No fue tan complicado.
_Pues en ese caso no nos queda otra cosa que continuar con el convenio – sentenció Oliverio, tomando su vaso, como lo indicaba el protocolo. Los otros tres lo imitaron –. Juramos e ingerimos. ¿Los tres están ya preparados?.

A la afirmación, los cuatro hombres juraron:

“Eduardo, Kevin, Lursi y Oliverio, encontrándose a la vera del espacio emblema – casco urbano e histórico de la Ciudad Del Sol, de toda la Región Central y de todo el reino de Insulandia, en pleno uso de cada una de sus facultades, por propia voluntad congregados y al complejo amparo de la plena libertad para elegir, en clara, completa y lisa obediencia del motivo de dicha reunión, con la misiva de una amistad libre de condiciones, el cimiento y el fortalecimiento permanentes de la unidad fraternal, el asentamiento y estímulo para las tareas laborales en equipo y la coordinación cada vez que sea necesario, y el facilitamiento, el establecimiento, la conservación y la promoción de la labor de todos en procura del beneficio individual y del grupal, y sin que uno sea superior o inferior a otro, para todas las generaciones venideras en tanto nos encontremos con vida y para todo aquel ente que requiera de una mano solidaria y amiga cada vez que se enfrente a situaciones adversas para el, llevando la amistad, la camaradería y la fraternidad como banderas irrenunciables e incuestionables, establecemos, decidimos y ponemos en total vigencia a partir de este veintiuno de Marzo / Niint número veinte, este convenio de sangre”.

Por el tono empleado y las posturas adoptadas por los cuatro, el arqueólogo no dudó en comparar esa suscripción con algún ritual pagano.

Con los vasos todavía firmemente agarrados con la mano derecha, a la altura del maxilar inferior en todos los casos, el arqueólogo, el médico, el ingeniero y el artesano-escultor proclamaron con la misma voz clara y fuerte, antes de establecer el punto definitivo a este convenio de sangre:

_¡¡¡ Arriba, abajo, al centro y adentro!!!.

Elevaron todos los vasos por sobre los ojos, los bajaron hasta la altura del pecho, los centraron – volvieron a hacerlo – a nivel de la comisura del labio inferior e ingirieron el contenido.
El ritual había concluido y el convenio de sangre ya era un hecho. Duraría hasta que lo hicieran todos sus suscriptores, hasta que de los últimos dos de estos a uno se le terminaran los problemas.

_El juramento es una parte diferente del ritual, por supuesto – le hizo saber Lursi a Eduardo, en tanto ellos, Kevin y Oliverio levantaban la mesa y la dejaban, como podían, de vuelta en su lugar, en la plaza central… pero conservando la jarra, nuevamente repleta de vino tinto, y los vasos –. Cambian los nombres de los contrayentes, el lugar del establecimiento del convenio, parte de sus objetivos y la fecha de entrada en vigencia en los dos calendarios. Todo lo demás es exactamente igual.
A los pocos segundos, el cuarteto de hombres volvía a encontrarse apiñado en ese límite entre la arboleda frondosa y el museo, jarra de vidrio y vasos en mano, pensando en algún nuevo tema para conversar y tratar. Casi al momento, Nadia y las hermanas de aura lila se reunieron con ellos, trayendo sus propios vasos, e hicieron comentarios breves sobre el convenio de sangre, enumerando los principales entre sus beneficios. Entonces, de forma súbita, ocurrió un suceso que motivó a las chicas y a los suscriptores feéricos del pacto a suministrarle nueva información al originario de Las Heras.




Continúa…




--- CLAUDIO ----

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