Pero justo cuando se disponía
a cederle el paso al hada tras tomar el picaporte, los dos sintieron un
silbatazo agudo a incierta distancia, al menos fue incierta para Eduardo, que
empezó a divisar, casi al instante, algo en el cielo que lo hizo detenerse en
seco, continuar con los ojos fijos en las alturas y preguntarse en su mente
hasta qué punto podría estar presente la transculturación, si se la podía
conocer así, si evidentemente era tal cosa, en el mundo de las hadas. Era eso
lo que Isabel, que también sostenía la vista en lo alto, había estado
esperando, como si hubiera sabido que tenía que ocurrir, porque tuvo los oídos
alertas los últimos segundos. Era el momento para suministrar otra poca de
información a su huésped.
Esto constituía algo insólito
y ningún adjetivo le cabía mejor, porque si los seres feéricos eran capaces de
volar, algunos de ellos incluso a velocidades de vértigo, de lo que la reina
Lili era un ejemplo, y permanecer en vuelo estacionario a voluntad, ¿para qué
razón necesitaban un artefacto como ese?.
Lo que en un principio dio la
impresión de ser la enorme carpa de un circo que se estaba inflando en aquel
(no tan) lejano predio despejado, e iba adquiriendo poco a poco la forma de una
esfera, continuó aumentando su volumen y tamaño, a medida que se iba elevando
por sobre las copas más o menos frondosas, y sujeto al suelo por un trío de
sogas muy resistentes, o al menos eso era lo que aparentaban. Pero no se
trataba de la carpa de un circo, ni las hadas estaban instalando tampoco una
carpa para ver un espectáculo circense. Ese objeto era…
… ¿un globo aerostático?.
Eduardo decidió frotarse los
ojos tan solo para comprobar que no estaba teniendo una alucinación, y eso
despejó sus dudas.
No las tenía.
Su cordura no estaba afectada.
A su lado a la izquierda, la
dueña de la casa observaba también, pero su expresión facial era el claro
indicio de que había visto tantas veces esa escena, ese globo u otros, que
hacerlo de nuevo era una rutina, como mínimo, algo aburrida. Debió hacerlo
hecho, quizás todos los días, porque después de unos breves segundos pareció
pensar que eran más llamativas las correas que mantenían el globo sujeto a la
superficie. A un ritmo lento, el artefacto fue ganando altura, exhibiendo imponente
toda su majestuosidad, sobrepasando por muchas decenas de metros a las copas de
los árboles más altos, esas coníferas que de ninguna manera podían tener una
altura inferior a los cien metros (¡eran inmensas!). Pero el globo no se detuvo
sobre aquellos árboles. Continuó ascendiendo más y más, al punto que el blanco
de las telas, lonas o los materiales que fueran pronto hubieron de quedar
entremezclados con el de las nubes. El trío de sogas, llegado un punto en lo
alto, se hizo invisible. Y el globo no parecía hallarse a menos de…
_ Mil trescientos setenta
metros, ni más ni menos – contestó el hada de aura lila, antes que Eduardo
hubiera tenido tiempo de preguntarle a que altura se encontraba – Lo se porque
hace una semana el Consejo Real aprobó un nuevo cronograma y nuevos estándares.
Y se estableció que para este mes ese globo en particular iba a fijarse a esa
altura, para hacer un mapeo del suelo.
El globo aerostático se había
quedado suspendido en aquella elevada posición, y era imposible para Eduardo,
por estar tan lejos, conocer si, por lo menos, se bamboleaba suave y levemente
como consecuencia de ese viento que soplaba en dirección al norte. De hecho,
permanecía quieto y ni el trío de sogas estaba moviéndose. La ausencia de
equipos – quemador, instrumentos de vuelo, un calentador… – y otros implementos
tecnológicos, supuso el arqueólogo, habría motivado a las hadas a recurrir a lo
obvio y más seguro para evitar que se perdiera en la distancia y mantenerlo
constantemente sujeto a su base: las sogas. Cualquiera fuera el método que
emplearan para moverlo a uno u otro lado, hacia arriba o hacia abajo y aumentar
o disminuir su velocidad debía de ser eficaz. “Tal vez sea magia”, pensó.
_ Fascinante., opinó.
_ Ya decía yo que los hombres
y las mujeres que se ocupan de la cartografía iban a tener una gran ventaja en
su trabajo – rememoró Isabel, con ambas manos en los bolsillos del pantalón,
observando tanto al globo como a las sogas que lo mantenían unido a la
superficie. La vista le resultó suficiente para darse cuenta de que apenas se
movía –. Los empleamos para tareas de prevención y vigilancia, de acuerdo, pero
en este lugar, me refiero al planeta como un todo, los globos cumplen otro tipo
de funciones, como la confección de toda clase de mapas, planos, cartas geográficas
y la toma de imágenes. Esas tareas no son parea nada sencillas, y las hadas que
se ocupan de ellas recurren a los globos para hacer todo tipo de cálculos y
observaciones del terreno, a alturas de hasta tres mil doscientos ochenta y
cinco metros, con los recursos de que disponemos. Por eso la canasta tiene
forma circulas y grandes dimensiones, para que sus ocupantes dispongan de
comodidad y espacio para trabajar, cualquiera sea la tarea que estén
desempeñando. La cartografía, por ejemplo, es una tarea compleja, igual que la
topología, la topografía y cualquier disciplina que implique estudios y
observaciones con precisión de la superficie terrestre – y agregó, con una
sonrisa –. También en la arqueología, ¿sabías eso?.
Su huésped tragó saliva,
extrañado por esa pregunta.
_Por supuesto que lo se,
Isabel, aunque los humanos disponemos de máquinas más sofisticadas – contestó
Eduardo, preguntándose para si mismo, en silencio, si les resultaría a las
hadas sencillo o no el sentarse allí durante largas jornadas para observar
meticulosamente el terreno y tratando de llevarlo al papel hasta con el más
mínimo de los detalles. Debía ser un trabajo en extremo exigente, y no solo
complicado –. No se que método empleen tus congéneres y vos, pero los míos, los
seres humanos… bueno, las arqueología no es una pavada. Es algo complicada,
dura y sacrificada, aún cuando quienes nos dedicamos a ella tenemos a nuestra
disposición la tecnología más puntera en los equipos y herramientas que usamos.
Un solo error, por mínimo que sea, podría estropear el trabajo de semanas, e
incluso de meses. Usamos desde los elementos más simples hasta los más
complejos – y preguntó –. Cuáles usan las hadas?, ¿cómo hacen para cartografiar
y observar el terreno?.
E Isabel se sumergió de nuevo
en su memoria.
La canasta era circular y
tenía un diámetro de dos metros con cuarenta centímetros, una hondura de un metro
exacto, un peso de cuarenta y nueve kilogramos y medio y al entramado interno
de alambres y varillas metálicas que formaban el “esqueleto” lo cubrían varios
materiales, livianos y fuertes a la vez, que le conferían a la canasta su
capacidad de resistir al clima, las temperaturas, el paso del tiempo, los
vientos más o menos fuertes y el uso que con regularidad se le daba a los
globos. De esa manera, l vida útil de la canasta (como una de las partes del
todo) podía llegar a prolongarse durante años, requiriendo únicamente un mínimo
de mantenimiento, como si se tratara de algo cosmético, y eventuales
reparaciones. Los globos aerostáticos cumplían funciones de vigilancia,
prevención y exploraciones allí donde no estuvieran presentes las torres – “Empleamos
esas construcciones para tales tareas”, había dicho el hada de la belleza –, o como
refuerzos para aquellas, y en esas otras regiones el diseño de cartas
geográficas, mapas y planos. En esta actividad, por demás compleja, que dependía logística y económicamente del
Consejo CEST (Correos, Encomiendas, Sellos y Timbres), otro de los organismos
de mayor jerarquía en el poder político, mientras que la confección en si
estaba a cargo de los Consejos DCS e IO (Desarrollo comunitario y Social y de
Infraestructura y Obras), las hadas llevaban como elementos de trabajo
catalejos y binoculares, los cuales se usaban en todas las actividades,
montados sobre bípodes “empotrados” en el suelo de la canasta y elementos de
diseño y escritura que se remitían a lápices, borradores y pilones de hojas en
blanco – “Si son rudimentarios los elementos e instrumentos”, pudo corroborar
Eduardo –, y esos trabajadores de ambos sexos requerían, como acertadamente
dijeran Isabel y su huésped, demostrar voluntad y dedicación para este trabajo,
que se complementaba con intensivas y extensas exploraciones por tierra que se podían
prolongar por días e incluso por semanas. Cuando por fin los dos grupos de
seres feéricos hubieran recopilado toda la información, los datos y las
imágenes se procedía a su interpretación, la edición y, más tarde, a la
definitiva confección de los gráficos, planos, cartas geográficas, mapas y toda
clase de imágenes.
_Los globos cubren toda el
área que se encuentre a cuatro kilómetros y medio de radio desde el punto en la
superficie al que están sujetos, porque esa es la distancia máxima que pueden
cubrir los binoculares y catalejos. Los de cartografía usan los más avanzados del
mundo. El Consejo CEST se los provee y, si hace falta, los arregla – informó el
hada de aura lila –. En el reino de Insulandia tenemos tres mil doscientos veintiséis
globos, en un total de quinientas noventa y tres bases, y hay asignado un
presupuesto anual de mil ochocientos veinticinco millones de soles para su
mantenimiento, las eventuales reparaciones y a operatoria.
El globo en el aire debía
estar moviéndose en esta dirección, porque uno y otro ya podían distinguir el
escudo patrio insular en la enorme lona.
_ ¿Y las bases?., inquirió Eduardo.
_Predios de trescientos
setenta y cinco metros por trescientos setenta y cinco, perfectamente equipados.,
contestó Isabel, antes de ahondar en el tema.
Desde que se construyera el primero,
cuatrocientos noventa y cinco años atrás, un dos de Febrero (en el “neocalendario”),
los seres feéricos, y elementales en general, conocían y llamaban a estos amplios
terrenos de superficie cuadrada perfecta como “campos de globos”. El perímetro
estaba formado por el característico entramado de alambres cubiertos por
plantas enredaderas que formaban una densa y verde pared, y un arbusto floral
de baja altura en cada esquina. En cada uno de los predios, la mayor parte del interior
lo ocupaban los sectores de aterrizaje y despegue de los aerostatos (había
entre tres y cinco en cada campo), con los amarres y otros equipos
imprescindibles para la operatoria, mientras que en una reducida
(comparativamente) área en una de las esquinas estaban los talleres, galpones,
oficinas administrativas y otros edificios auxiliares.
_El campo desde el que despegó
ese globo está en este barrio, seiscientos sesenta metros al nor-noroeste de mi
casa – agregó el hada, detectando un parate en el movimiento del artefacto, y
un hombre que se dirigía desde la espesura verde hacia el, llevando algunos
equipos en ambas manos –. Por eso desde acá se ve tan nítido cuando llega o se
va.
Y concluyó la información
sobre los globos aerostáticos haciendo referencia a sus horarios y cronogramas.
Para los días hábiles la jornada laboral estaba compuesta por dieciséis horas divididas
en un par de turnos de ocho cada uno: seis a catorce y catorce a veintidós; mientras
que cada sábado – no habían vuelos ni ninguna operación los domingos – era una
única jornada, y corría entre las ocho y las dieciséis horas. El Consejo de
Correos, Encomiendas, Sellos y Timbres, el organismo del que los cartógrafos
eran dependientes (la Dirección de cartografía era el sub-organismo en
cuestión), al momento de echar al vuelo el primer globo en el suelo insular, el
número treinta y nueve en el mundo, cuarenta décadas atrás, había establecido
que debía haber un piso de dos hadas en cada globo, cualquiera fuera la misión
o tarea a desempeñar. Aparte de cada domingo, los días no laborales eran, en lo colectivo,
los feriados regionales y nacionales, y en lo personal, aquel que implicara la
fecha de cumpleaños del tripulante.
_Dos cabezas pueden pensar
mejor que una. O, lo que es lo mismo, el trabajo en equipo siempre da buenos
resultados., interpretó Eduardo, después de por lo menos un quinto de hora de haber
permanecido quieto, observando al enorme globo, la canasta y el trío de sogas,
repitiendo esa secuencia varias veces en busca de detalles e inscripciones.
_Parece que te gustaron –
observó el hada a su lado –. Cuando te parezca podemos ir al campo de globos en
este barrio y pedirles que nos dejen subir. Sus dueños forman un matrimonio y
son mis amigos. Si, es verdad. El Estado está a cargo de la operatoria y el
mantenimiento de los globos aerostáticos, pero estos fueron y continúan siendo
de propiedad privada. En todos los casos hay un contrato que se renueva cada
año.
_¿Harías eso por mi? –
reaccionó Eduardo, cesando con la secuencia globo, canasta y sogas –. Me llevarías,
en serio?.
Le pareció que Isabel no tenía
por qué tomarse esa molestia.
_si claro, ¿por qué no lo
habría de hacer? – afirmó el hada, a quién le parecía que fuera tal cosa –.
Siete minutos a pie, en aquella dirección – señaló hacia un lado del camino –.
No es solo por hacer que te sientas a gusto acá, en nuestro mundo y nuestra
sociedad. También, creo, forma parte de mi trabajo como guía y cuidadora, ¿o me
equivoco?. Cualquier cosa que necesites, o que desees. Y esto es algo bien
sencillo que podemos hacer… que se yo, mañana por la mañana, por ejemplo – y recordó,
bajando la vista a la puerta, al picaporte –. Antes de que vieras el globo y te
concentraras en el, vos querías ver la habitación, aunque no expresaste por
qué, o para qué querés hacerlo. ¿Todavía te interesa eso?, ¿vamos allí?.
_Dale, vamos.
Y fueron.
Continúa...
--- CLAUDIO ---
No hay comentarios:
Publicar un comentario