Lili exclamó entonces.
_¡Kevin!.
El jefe del MC-A, uno de los lugares en los
que más se manifestaba la cultura de las hadas, observando como los seres
elementales en el lateral opuesto volvían a quedar en silencio, y expectantes,
dio un paso al frente, avanzando a paso normal, dejando el hueco vacío entre
Nadia y Lursi, los mandamases de SAM. Repitió tal cual el mismo procedimiento
que su compañera de amores, la princesa heredera, su futura cuñada, Lía y
Nadia, y entonces, ya estando frente al arqueólogo, a quien miró directamente a
los ojos, le preguntó:
_¿Estás en pleno conocimiento de que en
nuestro planeta el año, cronológicamente hablando, es diferente a como lo
cuentan en la Tierra, no importa de que culturas o civilizaciones estemos
hablando, y que por tal motivo tu año de nacimiento, en vez de mil novecientos
noventa y nueve, va a ser el diez mil ciento setenta y nueve? – una pausa –,
¿estás consciente también de que usamos las hadas en muchos casos, en forma
simultánea, dos calendarios, de los cuales uno es prácticamente desconocido
para vos? – otra pausa –. ¿Creés qué va a resultarte sencillo asimilar ese par
de cambios?.
Kevin vio también la inutilidad, una parcial.
Eduardo conocía el antiguo calendario y su
traducción al nuevo, pero en la historia todavía estaba algo flojo.
_Si estoy en pleno conocimiento. De la
cronología diferente y del uso de los dos calendarios en forma simultánea. Pero
de ninguna manera eso va a representar un problema o una desventaja – contestó
el experto en arqueología submarina, serio y sin alterarse –. Considero que es
solo cuestión de acostumbrarme, o de adaptarme. De allí se desprende que la
asimilación se va a dar en el corto o el muy corto plazo.
Una vez más se repitieron las ovaciones y
felicitaciones, discretas ahora tanto como antes, y dedos pulgares hacia arriba
en los integrantes de ambos grupos, seres feéricos en un lateral y elementales
en el otro. Eran maneras de dirigirse a Eduardo se habían transformado ya en
algo habitual y corriente en lo que iba de la jornada, en la Torre del Consejo primero,
cuando la reina de Insulandia otorgara las placas y certificados, y el bello
espacio verde ahora, en que a atmósfera alegre parecía haberse intensificado y
vuelto más notoria, debido quizás a la presencia de uno o dos “delegados” de
las especies elementales (en el caso de los liuqis eran muchos más que dos) que
vivían en este país.
El artesano-escultor volvió a sentarse en la
grada, junto a Nadia, y la soberana insular, cuyo puntito brillante de energía,
de color celeste, era ahora una finísima hebra que serpenteaba entre sus dedos,
anunció el séptimo nombre, el segundo de los masculinos, con la misma voz
fuerte y clara:
_¡Lursi!.
El segundo al mando de SAM y compañero de la
jefa de dicho organismo caminó esa insignificante distancia desde la grada y se
situó, firme, frente al sujeto de pruebas, para formularle una nueva
interrogante, el así lo veía, y así opinaba, mostraba las acentuadas
diferencias existentes entre la Tierra y el planeta de los seres feéricos y
elementales, y que por eso podría superar en trascendencia a los planteos y
preguntas de las damas y Kevin. La complejidad y seriedad aumentaban (parecían
aumentar) a medida que se iban sucediendo. Olaf y Oliverio, con los brazos
cruzados, permanecían a la espera de su momento.
_La energía eléctrica con sus múltiples
aplicaciones, las comunicaciones globales práctica o directamente instantáneas,
los artículos electrónicos y digitales (que alguien me explique que es eso),
los electrodomésticos, el gas natural, los transportes públicos para pasajeros
por carreteras y vías férreas… nada de eso existe en nuestro planeta, a
excepción de la electricidad y el gas natural, pero dudo que vayamos a usarlos
para beneficio y desarrollo en el próximo milenio… supongo – indicó Lursi,
ilustrándole como sería su pregunta –. ¿Pensás que te va a resultar sencillo,
sin tener en cuenta el tiempo que demande, renunciar a todas esas comodidades y
la consecuente gran variedad de beneficios con que contabas allí, en Las
Heras?.
En la
civilización feérica actual no existía, por ejemplo, otra forma de
comunicación, global o continental, que no fuera la postal.
_Me va a resultar sencillo, aunque no podría
decir el tiempo que me va a demandar – aseguró el experto en arqueología
submarina, sin dudarlo –, de eso no podría estar seguro ni comprometerme con
una fecha.
No le importaba resignar comodidades y
beneficios.
Ya lo había hecho.
Jungla de cemento por jungla de vegetación.
Esas habían sido las palabras, alrededor de
un mes atrás, en uno de los dormitorios en la casa de Isabel. Aun en caso de
que llegara a sentir nostalgia por cualquiera de esos prodigios tecnológicos
como los que mencionara el compañero de Nadia (computadoras, hidrocarburos,
trenes…), podría vivir sin ellos; únicamente serían recuerdos en su memoria.
Los ejemplos, Eduardo pensaba y sostenía, en tanto las hadas y demás seres
elementales manifestaban sus opiniones con respecto a la contestación, los
transportes públicos para pasajeros – colectivos y ferrocarriles, entre otros –
le resultaban de utilidad solo si tenía que cubrir grandes distancias por
tierra, el gas natural y los electrodomésticos no le servían fuera de su casa,
porque no permanecía por mucho tiempo en ella, igual que la energía eléctrica,
y las comunicaciones globales y los artículos electrónicos, dependiendo de su
uso, podían generar adicción.
Ahora solo quedaban dos individuos masculinos,
y por consiguiente dos preguntas que debía el arqueólogo responder.
Con la hebra celeste todavía serpenteando
veloz entre los dedos de una mano y la otra, la reina Lili convocó:
_¡Olaf!.
El jefe de la Guardia Real insular dejó solo
y atrás al Consejero IO (su colega), con quien había estado conversando acerca
de la utilidad y trascendencia de los planteos ya formulados, y a las hermanas
de aura lila, la princesa heredera, los médicos que mandaban en SAM, Kevin y la
madre primeriza, más relajados ya todos estos individuos que antes de situarse
frente al originario de Las Heras, quien sus esfuerzos continuaba haciendo por
contener esas ganas de preguntar a la reina de Insulandia el motivo concreto de
los planteos, dado que los seres feéricos allí, y en menor medida los
elementales en un lateral del espacio verde, conocían de sobra las
contestaciones y lo que pensaba. Olaf abrió la boca y preguntó al arqueólogo:
_ ¿Das tu palabra para, desde este días hasta
el instante mismo de tu fallecimiento, no menospreciar, menoscabar, faltarle el
respeto de una manera u otra, insultar, difamar, ofender ni discriminar
nuestras costumbres, aspectos socioculturales, estilo de vida, tradiciones y
rituales, como así tampoco a nuestra bandera, escudo, ley Magna, himno y todos
nuestros demás símbolos patrios?, ¿harías, si la falta hiciera y si fuera
necesario, un convenio de sangre para reforzar y revalidad la palabra?.
Para las hadas, tres de sus faltas máximas
(los “pecados capitales”), social y moralmente, eran la falta de respeto por la
cultura, la traición a la patria y el desprecio por los símbolos patrios.
_Doy mi palabra, y haría el convenio de
sangre de requerírselo, cosa que dudo mucho que vaya a pasar – se comprometió
el originario de Las Heras, sin modificar el semblante que manifestara durante
las anteriores siete respuestas –. Las hadas y los demás seres elementales no
se van a sentir decepcionados ni desilusionados como consecuencia de mis
acciones.
Y Olaf se dio por satisfecho, aplaudiendo con
la misma dosis de sobriedad que las mujeres, Kevin y Lursi. Lo propio hicieron
los diminutos liuqis, a su manera – revoloteando a escasos centímetros del
suelo - y los elementales que veían lo
que pasaba desde la orilla del lago La Bonita.
Solo y sin ayuda, durante un lapso de cuatro
horas de hace dos días, el arqueólogo se había ocupado de restaurar una fuente
pública en la periferia sur de la Ciudad Del Sol, que estaba conectada a un río
subterráneo y a la cual llegaban los tritones y las sirenas para interactuar
con una numerosa colonia de liuqis que vivían en esa zona, y los diminutos
seres no dejaban de estar agradecidos de que los ayudara en esto y lo otro a
reconstruir sus moradas. A parte de las hadas, esas eran las especies
elementales con las que mayor trato tenía.
La reina, todavía concentrada en la hebra
celeste, que ahora únicamente se movía en su diestra, circundando sus delicados
dedos y serpenteando en la palma, pronunció el cuarto y último nombre
masculino.
_¡Oliverio!.
El Consejero de Infraestructura y Obras del
reino y compañero de la princesa heredera (algún día, el rey de Insulandia)
repitió el esquema de los encuestadores de ambos sexos, quienes observaban
atentos la situación. En la grada tenían una justa y debida cuota de suspenso,
porque estar era la última pregunta, y una vez que el futuro monarca la hubiera
formulado podrían decidir cuál de todos había hecho el planteo, o la pregunta,
con mayor utilidad, trascendencia e importancia, de un total de nueve – o diez,
contando también a Lili –. El mismo funcionario por supuesto que sabía la
respuesta, igual que sus congéneres, pero aun así…
_Cristal, Elvia, Isabel, Nadia, Kevin, Lursi,
Olaf y yo somos los nueve seres feéricos, dentro y fuera de la Ciudad Del Sol,
que mayor trato y mayores momentos en común tenesmos con vos a cada día que
transcurre. Tanto ellos como yo te consideramos como algo que va más allá de
ser un buen amigo (sobre todo Isabel…). Te vemos también como parte de nuestra
familia. Y eso se debe a que para nosotros, las hadas, la familia no implica
solamente los parentescos directos, los indirectos y los lazos consanguíneos –
en la grada, los ocupantes seguían calculando –. Es también una familia un
grupo de amigos que permanece unido en los buenos momentos y en los malos, sin
tener en cuenta el número de miembros que lo formen, y eso a su vez constituye
uno de nuestros preceptos más significativos e importantes – al final, Oliverio
preguntó al “sujeto de pruebas” –. ¿Te comprometés a seguirlo con fidelidad de
ahora en adelante?.
“Lo mejor para el final”.
A esa conclusión arribaron las mujeres y los hombres
que observaban desde uno de los laterales del espacio verde.
_Si, me comprometo – confió Eduardo,
demostrando tanto convencimiento, o quizás uno más grande, que con las nueve o
diez preguntas anteriores –. Eso es algo que me acompaña desde mucho tiempo
antes de mi llegada a este planeta. Yo también veo a esa clase de grupos como
algo irrenunciable.
Las hadas de ambos sexos empezaron a aplaudir
al instante, quizás con menos discreción y sobriedad que antes.
Entre todos los individuos que observaron,
las hadas fueron quienes demostraron la mayor emoción, ya que de entre las
especies del reino elemental eran quienes poseían más y mejor desarrollados los
conceptos de lazos consanguíneos, parentescos y familia – una de las claves
para ser la especie dominante – y eran quienes más contacto tenían con el
arqueólogo.
_Pues, siendo las cosas de esa manera…
¡bienvenido a nuestra familia, Eduardo!.
A viva voz, aquello corearon la reina de
Insulandia, su compañera sentimental, las chicas y sus amigos, al unísono, con acentuadas
expresiones de concordancia y felicidad, al tiempo que se disponía Oliverio a
reocupar su espacio en la grada.
El “espejo” a un costado del espacio verde
hubo entonces de disolverse, una vez que los seres elementales que estuvieron
observando desde la distancia manifestaron también el acuerdo con la inclusión
del experto en arqueología submarina en la comunidad, y los liuqis, que
formaron un espiral alrededor del originario de Las Heras para demostrar el
mismo agrado, antes de perderse en la distancia.
El “sujeto de pruebas” y los seres feéricos
se quedaron solos en el espacio verde.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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