Ahora que cada uno de los seres feéricos de
un sexo y del otro hubo de formular sus planteos y preguntas, la reina insular
estuvo – volvió a estarlo – convencida y cien por ciento segura de lo correcta
que había sido esa decisión tomada por los funcionarios políticos locales y los
miembros del Consejo Supremo Planetario, y por tanto fue que enseñó a sus
espectadores la delicada y finísima hebra de color celeste con unas pocas
motitas azules de una tonalidad jacinto, que brillaba de a ratos y por la
manera en que oscilaba, compulsivamente y sin detenerse, recordaba a una
lombriz haciendo sus intentos denodados por volver a internarse bajo la
superficie. Con la palma y los dedos de ambas manos primero y únicamente con la
izquierda después, hizo que la hebra quedara estática, antes que empezara a modificar una vez más su
consistencia, transformándose primero en un embrión, después en un feto, más
tarde en una persona (eso aparentaba) con dos pares de alas en la espalda y por
último, nuevamente, en la esfera tan diminuta como una pelota de golf e incluso
más, conservando en todo momento el color celeste con las motas azul jacinto.
_Lo que va a pasar a continuación es
totalmente sencillo – indicó la soberana a la decena, que ya estaba cerca de
ella – Yo me quedo en el centro geográfico del espacio verde. Eduardo, vos a veinte
metros delante de mi, mirándome fijo a los ojos, y, en lo posible, sin
pestañar. Ustedes nueve forman un círculo alrededor nuestro – aunque seguía
estando allí, la grada había quedado atrás –, a diez metros del punto central
que hay entre Eduardo y yo, y separados entre ustedes por un ángulo de cuarenta
grados. ¿Ya están listos?.
Todos captaron las instrucciones y
obedecieron, en tanto la cabeza del poder insular se ocupaba de dar unas pocas
indicaciones complementarias.
No podían existir en ese esquema distancias
inferiores ni superiores entre ángulos y distancias respecto del punto central –
debía ser un círculo perfecto en todo sentido – y los seres feéricos debían
permanecer en todo momento con los brazos extendidos en posición horizontal,
manteniéndolos rectos y conservando ellos mismos una posición de firmes. Para
Eduardo, las últimas indicaciones también fueron simples: permanecer calmo y respirar
con su normalidad habitual… y tener confianza en todo lo que le dijera la soberana del
archipiélago insular.
_Lo que sigue, Eduardo, es absolutamente necesario
e imperioso. Así va a ser hasta tu último día con vida. De esto van a depender
tu adaptación a nuestra sociedad y la interrelación con las demás especies que
conforman el reino elemental. Quiero decir que vos vas a poder contar con un
soporte adicional, o sea, una ayuda extra, consolidada – anunció la reina,
serena, con los dedos entrelazados debajo del vientre, cual jugador de fútbol
que se preparaba para el tiro libre del otro equipo. Se le notaban en sus
delicadas facciones, aunque no demasiado, el desconocimiento y las expectativas.
En tanto se ocupaba de hacer flotar la bolilla celeste con las motitas azul
jacinto a la altura de su cuello, no dejaba de pensar que se trataba de la
puesta en práctica de algo sobre lo que se hubo de teorizar a mediados del mes
de Enero (Baui y Entoh, en el calendario antiguo), con la aparición de este
nuevo ser humano. Su sabiduría en este caso no se podía aplicar, no sirviendo
absolutamente de nada –. Y eso es algo que por supuesto incluye una resistencia
al daño, a cierto tipo de enfermedades y a las temperaturas, además de un
contacto más ligado, o íntimo, si se quiere, con las fuerzas y los otros tres
reinos de la naturaleza: el fungi, el animal y el vegetal.
El suspenso en el espacio verde no podía
aumentar más.
De verdad que no lo podía hacer.
Los liuqis que se perdieron en una espesura verde
cercana y la multitud de seres elementales que estuvo observando desde la
orilla del lago, de estar mirando esa situación, compartirían con las hadas el mismo
sentimiento. En cualquier inmediato instante esa diminuta bola de energía,
desconocida esta para el “sujeto de pruebas”, no había que hacer ningún esfuerzo
para adivinarlo, iba a encontrarse en viaje quien sabe a qué velocidad hacia el
originario de Las Heras (“¿Por eso el círculo?” – pensó aquel –. “¿Por si no
lograra mantenerme de pie?”), e impactar quien sabe en qué parte de su cuerpo, como
ya vislumbraron no solamente Eduardo, sino también el otro trío de firmantes de
aquel convenio de sangre, durante la Festividad del Otoño, de los cuatro sus
compañeras, Olaf y Lía. Este “inmigrante alienígena”, no le cabía otra
definición a su situación, se preguntó en su mente si tal vez aquello pudiera
guardar alguna relación con las últimas palabras de la soberana insular, sobre
el contacto con las fuerzas y los reinos de la naturaleza y las tres
resistencias.
Dio por sentado que si.
No podía ser de otra manera, pensaba para sus
adentros, mientras descubría como las expresiones faciales y corporales
adoptadas por la reina distaban de aparentar, ya no de demostrar, hostilidad,
maldad u otras reacciones agresivas. Por otro lado, su mente continuaba
haciendo una especulación atrás de otra y un cálculo atrás de otro: si las
hadas, que formaban la más evolucionada de las razas que formaban el reino elemental,
eran un reflejo corpóreo de la paz, la no violencia y la tolerancia, no veía,
ni siquiera imaginaba, a un individuo de esa especie adoptando alguna postura
ofensiva en preparación para una pelea. De cualquier manera, le pareció que si
hubieran querido borrarlo del mapa y terminar con su existencia lo habrían
hecho no bien Nadia, Isabel, Cristal y la princesa Elvia lo encontraran en
aquella cabaña, en el límite de una playa tropical, o que esas cuatro mujeres
lo podrían haber hecho. Al mismo tiempo, el arqueólogo sostenía para sus
adentros que recibir el impacto directo de una esfera de dos colores formada
por una energía para el desconocida no era lo que se dice una acción
tranquilizadora, por más que allí estuvieran nueve seres feéricos con esa
disposición en círculo, para “atajarlo” en caso de ser necesario, y que la
reina Lili le hubiera hablado y explicado con detalles, para evacuar cualquier
clase de dudas, sobre este paso y su importancia a todos los plazos.
Así, con esa mezcla de pensamientos y
sentimientos dando vueltas en su cabeza,
optó por pensar en una frase, y solo una:
_De acuerdo, reina Lili – repitió, esta vez
en voz alta, el experto en arqueología submarina, a esas palabras acompañándolas
con el clásico movimiento con la cabeza, de arriba hacia abajo. Y las reafirmó
agregando –. Acepto voluntariamente la protección adicional que me va a
acompañar de aquí a la eternidad.
Los seres feéricos estaban también sobre
ascuas.
Ya sabían lo de esa adición, pero nada más.
_¿Seguro?., insistió Lili.
_Cien por ciento., insistió Eduardo.
¡Bingo!.
_Pues en ese caso – empezó a hablar la reina.
Los nueve componentes de ambos sexos de ese círculo formado allí estaban
preparados y listos por si tuvieran que hacer la atajada preventiva y el
originario de Las Heras estaba tratando de no pensar y conservar el semblante –…
Eduardo, esto es tuyo porque te lo
supiste ganar de manera honrada y por derecha.
¡¡¡ ZZZUUUMMMMM!!!.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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