lunes, 11 de diciembre de 2017

7.8) Las mujeres preguntan

Oficialmente, la prueba dio comienzo.

_¡Cristal!., exclamó la reina.
_Voy, contestó la nombrada.
 La futura cuñada del experto en arqueología submarina abandonó su ubicación en la grada y caminó sobre ese césped (tan) bien cuidado y mantenido, hasta situarse, así estaba establecido por cuestiones protocolares, y tal cual las indicaciones de la soberana, a unos dos metros y cuarto frente al “sujeto de pruebas”, mirándolo sin siquiera pestañar y procurando conservar el buen semblante, evitando incluso que se advirtiera su respiración. Estaba cien por ciento consciente de que lo que habría de tener lugar a continuación resultaría desde su primer instante en un notable beneficio, una ventaja competitiva muy acentuada – ¿una evolución por inducción? – para el compañero de amores de su hermana. Algo con lo que se podría desenvolver sin problemas y con la mayor eficacia en el planeta de las hadas y los seres elementales.
Con la reina insular a una distancia prudencial, Cristal formuló la pregunta con voz clara y alta, para que todos pudieran oírla.
_¿Es tu nombre completo Eduardo Rafael Rhys?, ¿nacido el día treinta de Diciembre de mil novecientos noventa y nueve, cronología en la Tierra?, ¿nacido el día treinta de Diciembre, el Nios número veintinueve, del año diez mil ciento setenta y nueve, cronología en este planeta?, ¿nacido en el sector periférico de un lugar llamado Las Heras?, ¿carente de ascendencia y descendencia tanto en tu planeta de origen como en este?.
_La contestación es afirmativa para todo, para la media decena de preguntas., anunció el compañero sentimental de Isabel, detectando la completa inutilidad que había implicado aquel planteo compuesto.
Incluso Lili había reconocido, al escuchar la respuesta, que poco, muy poco o nada era lo que esa pregunta aportaba a la cuestión que estaban tratando. Saber el nombre completo del sujeto de pruebas, su fecha exacta de nacimiento en ambas cronologías, su lugar de nacimiento o el hecho de ser el único componente vivo del grupo familiar no ayudaba a los seres feéricos para aclarar las intenciones de Eduardo.

La bola de energía que la reina había estado formando en sus manos, a su espalda, se hizo más pequeña durante el tiempo en que Cristal estuvo hablando, hasta alcanzar las dimensiones de una pelota de golf, un deporte que era apenas conocido y practicado por las hadas, de reciente incorporación a su sociedad. Brillaba en demasía, pero prestarle atención era casi imposible, teniendo el vestido y calzado tradicionales, la corona y el cetro – lo llevaba ceñido a la cintura, como si fuera una espada – y el aura de la reina un brillo y resplandor superiores. Y eso sin mencionar las joyas que llevaba. Cada uno de los presentes en la grada volvió a levantar ambos pulgares, otro gesto que era producto de la asimilación de aspectos culturales, en evidente señal de aprobación. En el otro latera, un zumbido parecido al de las abejas indicó que los liuqis también se mostraron satisfechos con la respuesta de Eduardo, y lo propio hicieron los demás seres elementales, a la distancia, que su conformidad manifestaron con la relajación de sus posturas, sobrios aplausos y algunos comentarios en voz baja.
El oriundo de Las Heras tampoco, continuaba con la insistencia, le encontraba utilidad al planteo de su futura cuñada, sabiendo que su permanencia en el planeta de los seres feéricos y elementales era un hecho irreversible, aun incluso cuando hubieran transcurrido otros cuarenta y nueve años y medio y más. “Nada que no estuviera yo dispuesto a cumplir”, había pensado firmemente, al tiempo que la flamante médica volvía a ocupar su lugar en la grada. Para Eduardo, constituían las hadas su creencia máxima, tanto como el evolucionismo – biológico y genético – prácticamente desde su nacimiento, teniendo en cuenta el peso ejercido por la influencia familiar.

Acompañando las palabras con un gesto manual (la esfera brillante hubo de quedar estática a la altura de su cintura), la soberana insular hizo el segundo llamado.

_¡Elvia!.
La heredera y Consejera de Cultura dejó atrás la grada y caminó los pocos pasos hasta el centro del espacio verde, con toda la gracia y elegancia de una dama – con las formas que tanto caracterizaba a una miembro de la familia real –, hasta quedar cara a cara con el experto en arqueología submarina, asumiendo la princesa el mismo e idéntico semblante de su amiga. La extrañeza y el desconcierto se le notaban en sus delicadas facciones, porque, como su congénere de aura lila, consideraba que a pregunta que tenía que hacerle, ya no tanto el interrogatorio como un todo, no poseía una pizca de utilidad y no serviría para, si las hubiere, despejar las dudas. Así y todo, formuló el planteo al originario de Las Heras, de antemano conociendo cual habría de ser su respuesta. Como Cristal, la princesa pensó que estas preguntas podrían revestir un carácter simbólico.
_¿Es la arqueología tu profesión, aquello que por vocación y voluntad propia elegiste para ganarte tu sustento?, ¿es la submarina tu área de especialización dentro de la arqueología?, ¿trabajarías en cualquiera de las otras especialidades de esa ciencia, de presentarse la oportunidad, en detrimento de la arqueología submarina?.
_Si a todo – contestó el compañero sentimental de Isabel, acompañando la repuesta con el característico gesto con la cabeza, y detectando también la falta de utilidad en esta nueva pregunta –. Soy licenciado en arqueología experto en arqueología submarina, eso es lo que elegí para ganarme el sustento. Y si, trabajaría en una o más de las otras disciplinas si fuera necesario, en lugar de dedicarme a la arqueología submarina.
La princesa Elvia se dio por satisfecha y fue la primera en levantar ambos pulgares, de entre todos los presentes en el área verde, para alentar al “sujeto de pruebas”. Sus congéneres hicieron lo propio a continuación, después fueron los liuqis, que volvieron e generar esa diminuta y deforme marea de colores rosa y celeste, al ejecutar movimientos intrincados, y por último los seres elementales, con el gnomo y los sirénidos (una sirena y un tritón) en el centro del grupo, que observaban desde la orilla del lago La Bonita. Tanto estos seres como los liuqis también reconocieron la inutilidad de aquella pregunta.

Por tercera vez, habiendo ya su hija ocupado el lugar entre las hermanas de aura lila, la reina anunció un nombre.

_¡Isabel!.
El hada en cuestión dejó su espacio en la grada y prácticamente se había adelantado al llamado de la soberana. Tras unos escasos pasos hubo de situarse frente a su novio. Respiró hondo, exhaló ese mismo aire y, sabiendo que Eduardo continuaba pensando en la inutilidad de los planteos, le preguntó:
_Sabiendo que tus conocimientos no se limitan únicamente a las disciplinas que forman la arqueología, ¿compartirías en lo teórico y en lo práctico esos otros conocimientos con todas las especies que formamos el reino elemental?, ¿estarías dispuesto a hacer uso de esos conocimientos en procura de un beneficio grupal, de uno individual o de los dos beneficios?, ¿a recurrir  a uno o más de esos conocimientos cada vez que fuera necesario hacerlo?.
_De acuerdo – aceptó de buena gana Eduardo, usando la misma respuesta al planteo de su novia (y prometida) sobre la practicidad, o de esta la carencia, del cuestionario –. Voy a compartir esos otros conocimientos con cada una de las especies elementales cada vez que haga falta, si de esas acciones el fruto resultante va a ser el beneficio de un grupo, un individuo o de los dos.
Una vez pronunciada la respuesta, los dos pulgares se volvieron a levantar, algo comparativamente insignificante con el premio que quiso Isabel darle a su novio, un beso en cada mejilla y otro de enamorados (Eduardo quedaba como un ganador a todos los ojos), y hubo una sonrisa por parte de Lili. Quien sabía si ese acto la alegraba o no, porque era la única hada en ese espacio verde que no tenía una compañía del sexo opuesto (¿en serio?). La esfera que estaba formando en sus manos era ahora de menor tamaño y había adquirido una tonalidad más clara del celeste, en lo que Isabel demoró en reocupar su lugar en la grada.

La reina pronunció el cuarto nombre.

_¡Lía!.
La madre primeriza, Consejera de Desarrollo Comunitario y Social, dejó un espacio vacío entre Nadia e Isabel, y se encaminó hacia el centro del espacio verde, colocándose frente al arqueólogo. Lía creía ser el hada, de todas las que cumplieron con el pedido de la reina Lili, que tendría que formular el planteo más llamativo al originario de Las Heras, cuando no de todos el más llamativo, aunque en su caso no sería uno compuesto, sino uno simple. Nadie en la grada conocía lo que los demás iban a preguntarle a Eduardo, de manera que la Consejera de Salud y Asuntos Médicos y el cuarteto de hombres, a la espera, no podían hacer otra cosa que especular. No se trataba de una competición para ver quién de ellos formulaba que cosa a Eduardo, pero tras haber escuchado a Cristal, la princesa Elvia e Isabel prefirieron (empezar a) pensar lo contrario. En tanto Lía tomaba aire, los seres feéricos en la grada y el “sujeto de pruebas” creyeron que la trascendencia, o la importancia, aumentaba a medida que un planteo sucedía a los anteriores.
_Tomando bien en consideración tu brillante y suicida actuación durante la Gran Catástrofe en el mes pasado , en la que desinteresada, incondicional y voluntariamente expusiste hasta la vida – empezó a hablar Lía –, ¿harías el compromiso de reiterar esos actos, si llegara a ocurrir una vez más esa desgracia o cualquier desastre parecido?.
_Si, me comprometo a eso – contestó el arqueólogo –, tantas veces como sean necesarias.
Tantas veces los seres feéricos se lo habían dicho que incluso el mismo había reformulado su creencia, aceptando la imprudencia manifiesta de un accionar en el que también hicieron su parte Oliverio, Lursi y Kevin. En el lateral opuesto al de la grada, los liuqis se mostraron particularmente agradecidos, y lo propio hizo el gnomo desde la distancia, porque Eduardo había estado entre los primeros en darles una mano una vez que finalizara el desastre natural, los árboles caídos y unas pocas cuevas revisando, en que ese par de especies elementales habían construido sus moradas.

Una vez que Lía estuvo nuevamente sentada, la reina Lili pronunció el quinto y último nombre femenino.

_¡Nadia!.
Avanzó entonces la jefa del Consejo SAM, mirando alternativamente a la soberana, atenta a una distancia del espacio verde, al arqueólogo, que continuaba esperando un planteo o una pregunta útil, y los seres elementales en el otro lateral, en silencio y concentrándose en Eduardo y ella misma.  El cuarteto de hombres, que aguardaba su momento, y las chicas habían coincidido en un pensamiento que por innecesario no lo hicieron público: esta parte de su presencia en el Castillo Real tendría una intrascendencia total, sino fuera porque el futuro de Eduardo estaba siendo decidido, aunque seguían sin poder relacionar ese provenir con los planteos.
_¿Aceptás plenamente el hecho de que en este país te vas a encontrar sujeto a, y tener que adaptar cada aspecto de tu vida, nuevos códigos éticos y morales, como así también nuestro sistema jurídico y nuestras leyes, que en mayor medida o menor son diferentes a las de tu pueblo de nacimiento, a las de tu mundo?.
_Acepto plenamente ese hecho., se comprometió Eduardo, repasando brevemente en sus pensamientos lo poco que hasta ahora conocía sobre las leyes de las hadas.
Al menos en lo teórico, no era algo difícil para aprender.
Otra vez se mostraron en pleno acuerdo los seres feéricos en la grada y los elementales al otro lado del espacio verde, los que estaban en el y los que lo hacían desde La Bonita, al tiempo que la compañera de Lursi hacía una reverencia al estilo clásico, sujetándose el vestido por los lados, ante el experto en arqueología submarina y la reina Lili, previo a que volviera a ocupar su espacio en la grada, al final del grupo de las mujeres. La esfera de energía que la soberana estaba generando continuaba reduciéndose de tamaño y era ahora un punto apenas visible de color celeste que bailoteaba en sus manos.



Continúa…




--- CLAUDIO ---

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