Oficialmente, la prueba dio comienzo.
_¡Cristal!., exclamó la reina.
_Voy, contestó la nombrada.
La
futura cuñada del experto en arqueología submarina abandonó su ubicación en la
grada y caminó sobre ese césped (tan) bien cuidado y mantenido, hasta situarse,
así estaba establecido por cuestiones protocolares, y tal cual las indicaciones
de la soberana, a unos dos metros y cuarto frente al “sujeto de pruebas”,
mirándolo sin siquiera pestañar y procurando conservar el buen semblante,
evitando incluso que se advirtiera su respiración. Estaba cien por ciento
consciente de que lo que habría de tener lugar a continuación resultaría desde
su primer instante en un notable beneficio, una ventaja competitiva muy
acentuada – ¿una evolución por inducción? – para el compañero de amores de su
hermana. Algo con lo que se podría desenvolver sin problemas y con la mayor
eficacia en el planeta de las hadas y los seres elementales.
Con la reina insular a una distancia
prudencial, Cristal formuló la pregunta con voz clara y alta, para que todos
pudieran oírla.
_¿Es tu nombre completo Eduardo Rafael Rhys?,
¿nacido el día treinta de Diciembre de mil novecientos noventa y nueve,
cronología en la Tierra?, ¿nacido el día treinta de Diciembre, el Nios número
veintinueve, del año diez mil ciento setenta y nueve, cronología en este
planeta?, ¿nacido en el sector periférico de un lugar llamado Las Heras?,
¿carente de ascendencia y descendencia tanto en tu planeta de origen como en
este?.
_La contestación es afirmativa para todo,
para la media decena de preguntas., anunció el compañero sentimental de Isabel,
detectando la completa inutilidad que había implicado aquel planteo compuesto.
Incluso Lili había reconocido, al escuchar la
respuesta, que poco, muy poco o nada era lo que esa pregunta aportaba a la
cuestión que estaban tratando. Saber el nombre completo del sujeto de pruebas,
su fecha exacta de nacimiento en ambas cronologías, su lugar de nacimiento o el
hecho de ser el único componente vivo del grupo familiar no ayudaba a los seres
feéricos para aclarar las intenciones de Eduardo.
La bola de energía que la reina había estado
formando en sus manos, a su espalda, se hizo más pequeña durante el tiempo en
que Cristal estuvo hablando, hasta alcanzar las dimensiones de una pelota de
golf, un deporte que era apenas conocido y practicado por las hadas, de
reciente incorporación a su sociedad. Brillaba en demasía, pero prestarle
atención era casi imposible, teniendo el vestido y calzado tradicionales, la
corona y el cetro – lo llevaba ceñido a la cintura, como si fuera una espada –
y el aura de la reina un brillo y resplandor superiores. Y eso sin mencionar
las joyas que llevaba. Cada uno de los presentes en la grada volvió a levantar
ambos pulgares, otro gesto que era producto de la asimilación de aspectos
culturales, en evidente señal de aprobación. En el otro latera, un zumbido
parecido al de las abejas indicó que los liuqis también se mostraron satisfechos
con la respuesta de Eduardo, y lo propio hicieron los demás seres elementales,
a la distancia, que su conformidad manifestaron con la relajación de sus
posturas, sobrios aplausos y algunos comentarios en voz baja.
El oriundo de Las Heras tampoco, continuaba
con la insistencia, le encontraba utilidad al planteo de su futura cuñada,
sabiendo que su permanencia en el planeta de los seres feéricos y elementales
era un hecho irreversible, aun incluso cuando hubieran transcurrido otros
cuarenta y nueve años y medio y más. “Nada que no estuviera yo dispuesto a
cumplir”, había pensado firmemente, al tiempo que la flamante médica volvía a
ocupar su lugar en la grada. Para Eduardo, constituían las hadas su creencia máxima,
tanto como el evolucionismo – biológico y genético – prácticamente desde su
nacimiento, teniendo en cuenta el peso ejercido por la influencia familiar.
Acompañando las palabras con un gesto manual
(la esfera brillante hubo de quedar estática a la altura de su cintura), la
soberana insular hizo el segundo llamado.
_¡Elvia!.
La heredera y Consejera de Cultura dejó atrás
la grada y caminó los pocos pasos hasta el centro del espacio verde, con toda
la gracia y elegancia de una dama – con las formas que tanto caracterizaba a
una miembro de la familia real –, hasta quedar cara a cara con el experto en
arqueología submarina, asumiendo la princesa el mismo e idéntico semblante de
su amiga. La extrañeza y el desconcierto se le notaban en sus delicadas
facciones, porque, como su congénere de aura lila, consideraba que a pregunta
que tenía que hacerle, ya no tanto el interrogatorio como un todo, no poseía
una pizca de utilidad y no serviría para, si las hubiere, despejar las dudas.
Así y todo, formuló el planteo al originario de Las Heras, de antemano
conociendo cual habría de ser su respuesta. Como Cristal, la princesa pensó que
estas preguntas podrían revestir un carácter simbólico.
_¿Es la arqueología tu profesión, aquello que
por vocación y voluntad propia elegiste para ganarte tu sustento?, ¿es la
submarina tu área de especialización dentro de la arqueología?, ¿trabajarías en
cualquiera de las otras especialidades de esa ciencia, de presentarse la
oportunidad, en detrimento de la arqueología submarina?.
_Si a todo – contestó el compañero
sentimental de Isabel, acompañando la repuesta con el característico gesto con
la cabeza, y detectando también la falta de utilidad en esta nueva pregunta –.
Soy licenciado en arqueología experto en arqueología submarina, eso es lo que
elegí para ganarme el sustento. Y si, trabajaría en una o más de las otras disciplinas
si fuera necesario, en lugar de dedicarme a la arqueología submarina.
La princesa Elvia se dio por satisfecha y fue
la primera en levantar ambos pulgares, de entre todos los presentes en el área
verde, para alentar al “sujeto de pruebas”. Sus congéneres hicieron lo propio a
continuación, después fueron los liuqis, que volvieron e generar esa diminuta y
deforme marea de colores rosa y celeste, al ejecutar movimientos intrincados, y
por último los seres elementales, con el gnomo y los sirénidos (una sirena y un
tritón) en el centro del grupo, que observaban desde la orilla del lago La
Bonita. Tanto estos seres como los liuqis también reconocieron la inutilidad de
aquella pregunta.
Por tercera vez, habiendo ya su hija ocupado
el lugar entre las hermanas de aura lila, la reina anunció un nombre.
_¡Isabel!.
El hada en cuestión dejó su espacio en la
grada y prácticamente se había adelantado al llamado de la soberana. Tras unos
escasos pasos hubo de situarse frente a su novio. Respiró hondo, exhaló ese
mismo aire y, sabiendo que Eduardo continuaba pensando en la inutilidad de los
planteos, le preguntó:
_Sabiendo que tus conocimientos no se limitan
únicamente a las disciplinas que forman la arqueología, ¿compartirías en lo
teórico y en lo práctico esos otros conocimientos con todas las especies que
formamos el reino elemental?, ¿estarías dispuesto a hacer uso de esos
conocimientos en procura de un beneficio grupal, de uno individual o de los dos
beneficios?, ¿a recurrir a uno o más de
esos conocimientos cada vez que fuera necesario hacerlo?.
_De acuerdo – aceptó de buena gana Eduardo,
usando la misma respuesta al planteo de su novia (y prometida) sobre la
practicidad, o de esta la carencia, del cuestionario –. Voy a compartir esos
otros conocimientos con cada una de las especies elementales cada vez que haga
falta, si de esas acciones el fruto resultante va a ser el beneficio de un
grupo, un individuo o de los dos.
Una vez pronunciada la respuesta, los dos
pulgares se volvieron a levantar, algo comparativamente insignificante con el
premio que quiso Isabel darle a su novio, un beso en cada mejilla y otro de enamorados
(Eduardo quedaba como un ganador a todos los ojos), y hubo una sonrisa por
parte de Lili. Quien sabía si ese acto la alegraba o no, porque era la única
hada en ese espacio verde que no tenía una compañía del sexo opuesto (¿en
serio?). La esfera que estaba formando en sus manos era ahora de menor tamaño y
había adquirido una tonalidad más clara del celeste, en lo que Isabel demoró en
reocupar su lugar en la grada.
La reina pronunció el cuarto nombre.
_¡Lía!.
La madre primeriza, Consejera de Desarrollo
Comunitario y Social, dejó un espacio vacío entre Nadia e Isabel, y se encaminó
hacia el centro del espacio verde, colocándose frente al arqueólogo. Lía creía
ser el hada, de todas las que cumplieron con el pedido de la reina Lili, que
tendría que formular el planteo más llamativo al originario de Las Heras,
cuando no de todos el más llamativo, aunque en su caso no sería uno compuesto,
sino uno simple. Nadie en la grada conocía lo que los demás iban a preguntarle
a Eduardo, de manera que la Consejera de Salud y Asuntos Médicos y el cuarteto
de hombres, a la espera, no podían hacer otra cosa que especular. No se trataba
de una competición para ver quién de ellos formulaba que cosa a Eduardo, pero
tras haber escuchado a Cristal, la princesa Elvia e Isabel prefirieron (empezar
a) pensar lo contrario. En tanto Lía tomaba aire, los seres feéricos en la
grada y el “sujeto de pruebas” creyeron que la trascendencia, o la importancia,
aumentaba a medida que un planteo sucedía a los anteriores.
_Tomando bien en consideración tu brillante y
suicida actuación durante la Gran Catástrofe en el mes pasado , en la que
desinteresada, incondicional y voluntariamente expusiste hasta la vida – empezó
a hablar Lía –, ¿harías el compromiso de reiterar esos actos, si llegara a
ocurrir una vez más esa desgracia o cualquier desastre parecido?.
_Si, me comprometo a eso – contestó el
arqueólogo –, tantas veces como sean necesarias.
Tantas veces los seres feéricos se lo habían
dicho que incluso el mismo había reformulado su creencia, aceptando la
imprudencia manifiesta de un accionar en el que también hicieron su parte
Oliverio, Lursi y Kevin. En el lateral opuesto al de la grada, los liuqis se
mostraron particularmente agradecidos, y lo propio hizo el gnomo desde la
distancia, porque Eduardo había estado entre los primeros en darles una mano una
vez que finalizara el desastre natural, los árboles caídos y unas pocas cuevas
revisando, en que ese par de especies elementales habían construido sus
moradas.
Una vez que Lía estuvo nuevamente sentada, la
reina Lili pronunció el quinto y último nombre femenino.
_¡Nadia!.
Avanzó entonces la jefa del Consejo SAM,
mirando alternativamente a la soberana, atenta a una distancia del espacio
verde, al arqueólogo, que continuaba esperando un planteo o una pregunta útil,
y los seres elementales en el otro lateral, en silencio y concentrándose en Eduardo
y ella misma. El cuarteto de hombres,
que aguardaba su momento, y las chicas habían coincidido en un pensamiento que
por innecesario no lo hicieron público: esta parte de su presencia en el
Castillo Real tendría una intrascendencia total, sino fuera porque el futuro de
Eduardo estaba siendo decidido, aunque seguían sin poder relacionar ese
provenir con los planteos.
_¿Aceptás plenamente el hecho de que en este
país te vas a encontrar sujeto a, y tener que adaptar cada aspecto de tu vida,
nuevos códigos éticos y morales, como así también nuestro sistema jurídico y
nuestras leyes, que en mayor medida o menor son diferentes a las de tu pueblo
de nacimiento, a las de tu mundo?.
_Acepto plenamente ese hecho., se comprometió
Eduardo, repasando brevemente en sus pensamientos lo poco que hasta ahora conocía
sobre las leyes de las hadas.
Al menos en lo teórico, no era algo difícil
para aprender.
Otra vez se mostraron en pleno acuerdo los
seres feéricos en la grada y los elementales al otro lado del espacio verde,
los que estaban en el y los que lo hacían desde La Bonita, al tiempo que la
compañera de Lursi hacía una reverencia al estilo clásico, sujetándose el
vestido por los lados, ante el experto en arqueología submarina y la reina
Lili, previo a que volviera a ocupar su espacio en la grada, al final del grupo
de las mujeres. La esfera de energía que la soberana estaba generando
continuaba reduciéndose de tamaño y era ahora un punto apenas visible de color
celeste que bailoteaba en sus manos.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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