Considerando que todo ya estaba en su lugar,
que no quedaba por hacer ninguna otra cosa, que ningún detalle quedaba librado
al azar, y pensando “Todo en calma, sin novedad”, la reina insular concluyó que
era el momento oportuno para dar inicio a la ceremonia. Ya había estado
haciendo lo mismo los días anteriores, ella y otros tantos funcionarios, y en
total, hasta este momento, mil novecientas hadas habían sido merecedoras y
acreedoras del reconocimiento.
Fue al centro del salón, donde solían estar
la mesita ratona y los consejeros reales, y al siguiente veloz movimiento de
sus manos, en otra muestra de sus habilidades mágicas, la luminaria artificial
y los tres pares de cirios, al unísono, aumentaron en brillo, proyectando
sombras aquí y allá , y se cerraron las oscuras cortinas que cubrían los
ventanales. De la nada, de ningún lado y de todos al mismo tiempo, se empezó a
escuchar el Himno Patrio insular, una auténtica joya de la música que se
remontaba a milenios, sin ninguna alteración desde su surgimiento, muy
apreciada por todas las hadas, tanto por su valor como símbolo como por el
musical. Nunca dejaba de estar presente , la princesa Elvia así se lo hubo de
explicar al originario de Las Heras, en las ceremonias que se llevaban a cabo
en el Castillo Real, incluidas aquellas con motivo de la entrega de tal o cual
reconocimiento, premio o distinción.
_El Himno es uno de nuestros símbolos patrios
por excelencia, y por lo tanto tiene que estar presente en cualquier ceremonia
u otra ocasión solemne – informó Lili a Eduardo, al cabo de los trece minutos y
dos tercios (la duración de la pieza), y haciendo que otro de los grandes
símbolos patrios. Los colores de la “Bandera de los Príncipes Gemelos”
cubrieron primero el techo y luego el muro, hasta el último ladrillo, y el
estandarte real se asentó en el salón al sonar de un único chasquido de la
monarca –, y tratándose nuestro Himno de una canción melódica y pausada nos
ayuda a relajar. Eso es algo que las hadas estamos necesitando bastante por
estos días.
Cuando fueron las once y treinta y cinco, y
Olaf hubo de explicar a los otros hombres en el salón, principalmente a Eduardo,
el procedimiento con que se entregaba este tipo de distinciones, la reina Lili
abandonó su postura estática en el punto central del salón, y ofreció un
discurso no muy extenso que hubo de evacuar lo poco que quedaba de ese suspenso
y la incertidumbre – los presentes también abandonaron el centro del salón, por
pedido de Lili - no solo en el cuarteto
de hombres que habrían de ser distinguidos, sino también en la Consejera de
SAM, las hermanas de aura lila y la princesa heredera, de aquellos sus compañeras.
Las escasas expresiones de sorpresa hubieron de prolongarse durante los cinco
minutos que siguieron, lapso en el cual las chicas, también Lía, Olaf y los
corresponsales de la agencia de noticias, pudieron advertir algunas pistas
acerca de lo que la reina de Insulandia había preparado y resuelto para el
experto en arqueología submarina. La cabeza del poder político concluyó su
breve discurso elogiando el accionar de los cuatro hombres, entre quienes se
encontraba el compañero de su hija (y futuro rey de Insulandia), durante el
gravísimo desastre natural de fines del mes pasado, que el caos y el desorden
totales provocara en el reino y fuera de este, y que incluso había corrido el
eje del planeta. La reina Lili dejó pasar los suficientes segundos como para
que volviera a cundir el silencio en el salón general, y llamó entonces, con
una voz clara y potente:
_¡Eduardo!.
Al no existir en la sociedad de los seres
feéricos ni para ninguna de sus leyes el apellido ni más nombres que el primero
– a ese respecto había una normativa que se encontraba en vigencia en todo el
planeta, que databa de los años del “Período de Organización”, aunque, a la
vez, intentos más o menos fallidos por modificarla – la reina de Insulandia
omitió la mención de la gracia completa del originario de Las Heras.
El aludido caminó con paso decidido y firme
hacia el centro del salón circular, con sus pasos resonando ante el silencio
imperante y la estructura en si, que generaba eco, donde estaba situada la
reina, ante una serie de ovaciones y aplausos que, por costumbre, tenían que
ser discretos. Ante la soberana del reino insular se detuvo, tal vez a
cincuenta o sesenta centímetros de ella, con los brazos en total rigidez, casi
pegados al cuerpo, y en posición de firme. Así lo indicaba el rutinario y
aburrido protocolo, informado durante aquel discurso de apertura de la
ceremonia, como así también la sutil reverencia inclinando la cabeza hacia
adelante. Los presentes en el piso más alto de la Torre del Consejo cesaron con
los aplausos y ovaciones discretas, voces por lo bajo y el lugar volvió a
quedar en silencio, roto este únicamente por la respiración de esos individuos
y el crepitar de la llama en los cirios encendidos.
Por diez segundos, se hubo de prolongar ese
instante estático.
_Isabel, hada de la belleza. ¿Podrías
acercarte vos también, por favor?., pidió con amabilidad la soberana insular, y
el arqueólogo demostró que siempre era posible sorprenderse por algo.
Nunca había sabido de una reina o de un rey
que dijera “por favor” alguna vez.
La dama, con su aura (como todos)
contribuyendo a la iluminación del salón, obedeció. Se levantó de su asiento,
caminó unos pocos pasos hasta donde se hallaban su compañero sentimental y la
reina y, de esta siguiendo las palabras, e indicaciones, tomó con la mano
izquierda la derecha de Eduardo. La pareja conservó la posición de firme, sin
siquiera pestañar y limitándose a respirar, frente a la reina Lili, que hizo
uso de la palabra una vez más, ahora para proclamar con orgullo:
_Por haber contribuido con la comunidad
elemental como un todo y con las hadas como una parte del, todo de aquella
manera tan excepcional y asombrosa, diría que también heroica, aunque al mismo
tiempo peligrosa e imprudente – por el
orgullo quiso darse el permiso para una pausa. Lo sentía con acciones como esa
– y por haber ayudado a una integrante de nuestra comunidad en su delicada
situación personal, salvando tanto su vida como la de su hijo teniendo todos
los factores en contra y en una circunstancia totalmente adversa, y habiendo
asegurado la continuidad del mando en una parte del Consejo Real de Insulandia…
por decisión unánime, los máximos responsables del poder político y la Casa
Real – fugazmente, dirigió la mirada la princesa Elvia y le hizo un gesto con
los ojos, a lo que la heredera reaccionó haciendo levitar un diminuto paquete
que llevaba consigo, depositándolo suavemente en las manos de su madre. Eduardo
pensaba que esa tenía que ser la Medalla de la Natividad, pero no lo sabría
hasta que fuera abierto el paquete –… los funcionarios políticos del reino de
Insulandia te querremos premiar con esta placa que homenajea ese esfuerzo
heroico, e imprudente… y con la medalla de la natividad, por haber asegurado la
continuidad de la raza feérica por otra generación.
Los presentes en la sala prorrumpieron una
vez más en aplausos y ovaciones (Lía como pudo hacerlo, a su hijo sosteniendo
con un brazo, de a ratos con dos), conservando la sobriedad, y de nuevo se
volvió a escuchar, desde ningún lado y desde todos, el Himno Patrio, solo que
esta vez fue de aquel un fragmento, uno que hacía pensar en los logros
personales. Isabel, siguiendo las indicaciones de la reina, colocó la placa en
las manos del galardonado (había aparecido el nombre de este en el espacio en
blanco, combinando el celeste con azul jacinto), y dejaba en manos de este uno
de los diplomas que a ella le había dado la monarca, que daba cuenta de la
mención. Acto seguido fue el turno del otro premio, aquel que estaba en el
paquete diminuto: la Medalla de la Natividad era una moneda de oro de cinco
centímetros de diámetro por cinco milímetros de grosor, en cuya cara frontal
había un bebé recién nacido durmiendo, con la palabra “Natividad” en el borde
superior y el nombre del ganador en el inferior. La contracara, en cambio,
tenía el escudo del Consejo SAM – Lursi, Nadia y Cristal todavía elogiaban
aquel accionar – Isabel colocó la cinta celeste con la medalla alrededor del
cuello de Eduardo (“La cinta sería rosa si el premio lo hubiese ganado una
mujer”, explicó), que correspondió a todos los gestos con otra sutil
reverencia, seguida por saludos con ambas manos en lo alto, moviéndolas
lentamente de un lado a otro, en tanto, en compañía de Isabel, dejaba el centro
del salón circular e iban ambos de vuelta al par de sillones desocupados.
La reina, entonces, hizo el segundo llamado:
_¡Kevin!.
El jefe del MC-A se incorporó de su asiento e
hizo la misma caminata que su amigo hasta el punto central del salón general,
y, como aquel, lo hizo a paso acelerado, aunque de manera educada, sin mirar a
los costados, con los ojos fijos en el frente y tratando de no pensar, no creyendo
oportuno caminar normalmente, a paso normal ni lento, detenerse para observar
ni distraerse, tomando en consideración su estado de nervios – y eso que el no
era un hombre de alterarse ni ponerse en esas condiciones –, el cual se
incrementara al pronunciar la reina su nombre. Habiendo estado presenta y
atento durante la primera premiación, juzgó como poco, muy poco o nada prudente
ni conveniente desviar sus sentidos y concentración de su objetivo real, que
consistía en llegar al lugar en que estaba la reina insular, para evitar la
comisión de errores y quedar en vergüenza a los ojos de su compañera
sentimental, algunas de sus mejores amistades y ambos componentes de la familia
real local.
_Cristal, hada de la belleza, hija de Iulí,
hada de la belleza, y Wilson, hada de fuego… es tu momento para ser amable –
anunció Lili, tranquila y serena como antes, observándola –. ¿Podrías venir al
centro del salón?. Kevin y yo te necesitamos.
Haciendo el gesto de afirmación con la
cabeza, y asumiendo (¿concluyendo?) que la premiación iba a seguir un orden
alfabético, continuando tras su novio con Lursi y Oliverio, la flamante médica
se incorporó y avanzó con soltura y gracia hasta el centro. Sus tacos y las
pulseras resonaron notoriamente ante el imperante silencio, igual a como había
pasado con su hermana. Se ubicó a la izquierda de su novio, quien prácticamente
no respiraba y en lugar de eso efectuaba pausados y leves movimientos que se
percibían en su pecho, y compartiendo su mismo estado nervioso. El caso de
Kevin era idéntico al de Eduardo: se trataba de la primera vez que los dos
recibían un reconocimiento por parte de los funcionarios. Parecía que el único
tranquilo en el salón general era Olaf, porque ya había recibido varias
distinciones, y comprendía lo que podían estar sintiendo los hombres. El estado
anormal y poco sereno de aquellos evidentemente era transmitido a sus
compañeras.
_Por haber tomado una participación activa en
aquella heroica, aunque en simultáneo suicida e imprudente, hazaña durante la
Gran catástrofe de fines del pasado mes… por haberme salvado la vida en los
últimos instantes de ese desastre y asegurado con eso la continuidad del mando
político insular – agradeció aquello (volvió a hacerlo) con una sonrisa –… y quisiera
agregar también, aunque no tiene relación con esas acciones, que por tratarse,
por lejos, del mejor administrador y el mejor líder que en los últimos tres
siglos y medio – porque hace trescientos cincuenta y seis años hubo un hombre a
cuyo liderazgo el MC-A había sextuplicado su actividad, rentabilidad y
ganancias en cuestión de dos décadas, el tiempo en que ese individuo estuvo al
mando –… quienes trabajamos en la función política del reino de Insulandia te
galardonamos con esta placa, por haberlo arriesgado todo en aquel servicio
excepcional prestado a la comunidad de las hadas en la Ciudad Del Sol como una
parte del todo y el reino elemental como el todo mismo.
Nuevamente, los allí presentes hicieron su
propio acto de reconocimiento, esta vez con un diferente destinatario,
manteniendo la sobriedad en los aplausos y ovaciones, aunque esa concurrencia
en general hubiera deseado que el protocolo fuese inexistente, porque lo que
querían era hacer ambas acciones con un
entusiasmo mayor. Incluso la propia soberana parecía estar prefiriendo tal
cosa. LA segunda distinción tuvo lugar a continuación con un procedimiento
idéntico al anterior: Cristal tomó la placa con ambas manos y en las de su
compañero de amores la dejó con sumo cuidado, como si aquella fuera el tesoro
máximo, y después el diploma que dejaba constancia de la premiación, rubricada
por la reina y el Consejo Real en pleno. Todavía escuchándose los discretos y
sobrios vítores, y correspondiendo el laureado dichas expresiones con una
sonrisa de agradecimiento y gestos con las manos, la pareja pego un giro de
ciento ochenta grados, no sin antes hacer una (otra) sutil reverencia ante
Lili, y caminaron los pasos hasta ocupar una vez más los sillones vacíos. Ambas
y breves experiencias, la de Eduardo y la de Kevin, resultaron útiles cuando tuvieron
que calmar al par que esperaba su momento.
Ya sentados los dos, la reina Lili pronunció
el tercer nombre:
_¡Lursi!.
Dejó su asiento a la derecha de la jefa de
SAM el segundo al mando de dicho organismo, con el paso, como lo hicieran sus
amigos, decidido e igual de calculado. El compañero (y segundo) de la Consejera
confirmó aquella teoría de Cristal sobre que los reconocimientos eran en orden
alfabético. En tanto los aplausos sobrios y discretos se reanudaban, y Lursi
abandonaba su lugar junto a Oliverio y los dos hombres ya laureados, Olaf,
quien todavía reparaba en las condiciones del cuarteto, recordó aquel día por
la tarde en que el mismo obtuviera el premio al valor y el mérito, siete años
atrás un nueve de Noviembre (Chern número ocho).
Noventa y dos hadas, entre las que estaban un
trío de componentes del Consejo Real de entonces, los últimos componentes vivos
de la familia real insular y otros tantos funcionarios políticos del reino
habían asistido a la inauguración de un conjunto de bodegas para almacenaje en
un puerto de la región sur del país, media catorcena de estructuras
interconectadas por puentes y corredores subterráneos, en una porción de tierra
de ciento cincuenta por ciento cincuenta que recientemente había sido
incorporada al puerto, para ampliar su capacidad. Apena menos de un año de
trabajo se había perdido en poco más de un tercio de hora, pues un brusco y
repentino movimiento telúrico no muy lejos de allí, un terremoto, había
destruido los cimientos que, suponían los constructores y albañiles, podían resistir
cualquier embate de las fuerzas de la naturaleza – hubo, sin embargo, hipótesis
que apuntaron a un sabotaje de los ilios –. Cuatro de las estructuras que
estaban inaugurando cayeron en cuestión de veintidós minutos, atrapando a
cuanta hada se hubiera encontrado dentro…
El segundo al mando de SAM llegó junto a la
reina Lili.
… Olaf, que ya por esos días era el jefe de
la Guardia Real y arrastraba una brillante carrera como ballestero, fue el
único que a suerte tuvo de escapar al momento de empezar los derrumbes en
cadena, tan solo porque alguien lo había empujado para que quedara a salvo y
pudiera ayudar al personal de esa instalación portuaria (los trabajadores
portuarios andaban muy cerca y habían visto lo ocurrido) y, poniendo su vida en
riesgo, entró de lleno a las ruinas que no solo habían cedido, sino también
quedaron a medio hundir, porque aquellas habían sido tierras ganadas al agua.
Nunca supo exactamente porqué, pero las estructuras y una tercera parte de las
tierras se habían ido a pique fenomenalmente rápido, como el agua en una pileta
a la que le quitaran el tapón, quedando a profundidades de entre ocho y
cuarenta metros – la hipótesis del sabotaje ilio todavía hoy continuaba
circulando –. Con todo, Olaf, determinado a no esperar a los socorristas, no
dejar que otros corrieran peligro y probar una vez más su valor, se sumergió de
lleno en el agua y salvó la vida de una treintena de seres feéricos, entre
estos Lili y Elvia, en poco menos de un tercio de hora, como pudo, antes de que
el cuerpo de socorristas hubiera ideado la manera correcta para proceder, lo
que hubo de incluir salvarlo a el mismo, porque había quedado atrapado bajo las
ruinas a nueve metros de profundidad, en su intento por liberar a otra hada.
_Nadia, hada del intelecto – llamó la reina,
conservando la serenidad –, ahora es tu momento para venir.
La jefa del Consejo SAM estuvo de pie, aun
antes que la soberana concluyera su llamado. Nadia todavía conservaba el ligero
y acostumbrado tono rosa en las mejillas y la sonrisa, producto de la manera
con que su compañero le agradeciera los aplausos (discretos y sobrios) después
del llamado de Lili. Tomados de la mano, tal cual lo hiciera el dúo de parejas
anteriores, cesaron todo movimiento al quedar a centímetros de la cabeza del
poder político insular.
_Por tu excelente (e imprudente) actuación
durante la fatal y destructiva catástrofe natural a finales del mes pasado –
comenzó a elogiar la reina Lili – en la que fuiste capaz de trasladar a un
lugar seguro a salvo de la inclemencia a cuatro integrantes de nuestra comunidad
en un solo viaje, y por haber estado supervisando en los últimos días en una
forma por demás exitosa, prácticamente sin haber descansado, las arduas tareas
de reconstrucción y rearmado de las instalaciones del sector médico en la
Ciudad Del Sol y fuera de ella… los máximos responsables del poder político insular
y yo te queremos otorgar esta placa, por ese gran y destacado servicio prestado
al país y a su pueblo. Estamos orgullosos de esa actuación.
Por tercera vez en menos de sesenta minutos
volvió a producirse el discreto y sobrio reconocimiento entre los individuos de
ambos sexos expectantes en el salón general de la Torre del Consejo. Por
tercera vez se había escuchado la suave y pausada melodía que remitía las
mentes y pensamientos a un ámbito de algarabía y una sensación de triunfo personal,
en tanto se produjo la distinción, Lursi recibiendo la placa primero y el
diploma simbólico después, ambos objetos de manos de Nadia, antes que se
abrazara de nuevo con ella y volvieran los dos al par de lugares vacíos.
Cuando estuvieron sentados, la reina de
Insulandia pronunció el cuarto y último nombre, conservando el tono claro y
sereno:
_¡Oliverio!.
“No era nada del otro mundo”, pensó el
Consejero de IO, mientras apoyaba los brazos en los laterales y se incorporaba,
animado por quién algún día habría de quedar al frente de todo en el país, lo
que a el lo convertiría en el rey de Insulandia. Esa era la parte por la que
Oliverio no se sentía del todo atraído en su relación con la princesa, porque
implicaba el seguimiento por su parte de un protocolo, reglas y normativas que
lejos estaban de agradarle, porque tendría que hacer a un lado, como mínimo
dejarlas en un segundo plano, una parte importante de sus actuales obligaciones
en el ámbito político, en el Consejo Real, para lo cual el se había preparado
desde que aprendiera a caminar. Su padre también había sido un experto
ingeniero y su madre había trabajado en el Mercado Central de la Construcción,
el MC-C. También tendría Oliverio que dejar de pensar en cualquiera futura
postulación para un cargo en la función política. Respecto a eso, era de
importante consuelo la gama de consejos que recibía por arte de la actual
reina, que violaba o evadía el protocolo y la etiqueta cada vez que se le
presentaba la oportunidad y nunca dejaba pasar cada momento de volver a sus
antiguas pasiones: los deportes náuticos, especialmente la natación. Y así como
dentro y fuera de los medios de información se hablaba de y recordaba a “La
princesa Lili, campeona de natación…” o “Lili, la heredera al trono insular,
participa de una competencia de submarinismo”, el novio de Elvia estaba
convencido y seguro que en el futuro se hablaría de el como “Oliverio, el
brillante y antiguo ingeniero jefe de IO”, o “El hoy rey ayer ingeniero…”.
Como fuere, avanzó esos pocos pasos con el
mismo ritmo que sus amigos.
_Elvia, hada del fuego – llamó la reina a su
primogénita y heredera –, si tuvieras la amabili…
No necesitó completar la solicitud, porque la
princesa, de quien se sostenía (y reafirmaba constantemente) que era una
violadora crónica de la etiqueta y el protocolo, se había puesto de pie tan
solo un segundo antes de que el Consejero de Infraestructura y Obras se
detuviera a medio metro de la monarca. La princesa Elvia, sujetándose de a todos
a los lados el vestido tradicional (sería u papelón si llegara a tropezar), se
situó a la izquierda de su novio, compartiendo con este el mismo estado
alterado producto de la espera, y se tomaron de la mano.
_Por tu notable aunque suicida accionar
durante la Gran catástrofe, habiendo podido rescatar y llevar a un refugio a
cuatro personas en un único viaje, y me gustaría agregar además que por ser uno
de los mejores exponentes en la actualidad en este reino en cuanto a las
innovaciones en ingeniería – el novio de la heredera exhaló aire a sus nudillos
y provocó risas entre los presentes. Era, a todas luces, un quebrantador del
protocolo y la etiqueta… y lo disfrutaba –, los miembros del Consejo Real – la heredera
estaba orgullosa de su compañero sentimental – y yo te queremos premiar con
esta placa, que remarca ese heroísmo suicida.
La princesa Elvia dio el premio y el cuarto
diploma simbólico al laureado, sosteniendo las ganas y resistiendo el impulso,
tal como lo hicieran Nadia y las hermanas con sus novios, de darle un beso y
abrazarlo con pasión, y por consiguiente maldiciendo el protocolo en silencio.
Oliverio aceptó el par de entregas cargado de orgullo, al tiempo que por cuarta
vez se producían la sobria ovación y los aplausos discretos. El Consejero de IO
y su “colega” del de Cultura habían dado inicio al compañerismo sentimental
quince meses atrás, durante la ceremonia de Fin de Año – Año Nuevo, justo con
el primer minuto del año diez mil doscientos tres, en un caserío del interior
insular. Fue un instante en que Oliverio, después de haber puesto a prueba todo
su caradurismo, la invitara a bailar al son de una canción clásica – venía “revoloteando”
desde hacía alrededor de un semestre –. “Tardaste”, fue la primera palabra al
respecto de la heredera.
_¡Mis felicitaciones a los cuatro por el
galardón!., volvió a exclamar con ganas la reina de Insulandia, al tiempo que
empezaba a producirse la última parte de la ceremonia de premiación.
Eduardo, Kevin, Lursi y Oliverio alzaron las
placas con la mano derecha y los diplomas con la izquierda y apuntaron los
objetos hacia el centro del salón circular, donde continuaba permaneciendo
Lili. Era otro acto simbólico, uno que establecía la conexión del cuarteto con
la soberana – pasaba lo mismo en todos los casos –. Se supone que, al aceptar
la distinción, quienquiera que hubiere recibido ese reconocimiento u otros, al
hacerlo, firma una especie de convenio mediante el cual se compromete a acudir
en su auxilio en caso de que la reina lo necesitase. Era u convenio que
abarcaba cualquier clase de pedidos que de una u otra forma estuvieran
vinculados con el reino de Insulandia, desde el más sencillo hasta el más
complejo.
Por el término de sesenta segundos
sostuvieron los hombres los diplomas y las placas, tal cual lo indicaba el
(aburrido) protocolo. Un procedimiento simbólico que en cierta forma implicaba
un agradecimiento por parte de los ganadores, que deberían corresponder el
hecho de haber recibido las distinciones si, lo dicho, se presentaba el momento
de hacerlo.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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