jueves, 7 de diciembre de 2017

7.6) Las medallas, parte 2



Considerando que todo ya estaba en su lugar, que no quedaba por hacer ninguna otra cosa, que ningún detalle quedaba librado al azar, y pensando “Todo en calma, sin novedad”, la reina insular concluyó que era el momento oportuno para dar inicio a la ceremonia. Ya había estado haciendo lo mismo los días anteriores, ella y otros tantos funcionarios, y en total, hasta este momento, mil novecientas hadas habían sido merecedoras y acreedoras del reconocimiento.

Fue al centro del salón, donde solían estar la mesita ratona y los consejeros reales, y al siguiente veloz movimiento de sus manos, en otra muestra de sus habilidades mágicas, la luminaria artificial y los tres pares de cirios, al unísono, aumentaron en brillo, proyectando sombras aquí y allá , y se cerraron las oscuras cortinas que cubrían los ventanales. De la nada, de ningún lado y de todos al mismo tiempo, se empezó a escuchar el Himno Patrio insular, una auténtica joya de la música que se remontaba a milenios, sin ninguna alteración desde su surgimiento, muy apreciada por todas las hadas, tanto por su valor como símbolo como por el musical. Nunca dejaba de estar presente , la princesa Elvia así se lo hubo de explicar al originario de Las Heras, en las ceremonias que se llevaban a cabo en el Castillo Real, incluidas aquellas con motivo de la entrega de tal o cual reconocimiento, premio o distinción.
_El Himno es uno de nuestros símbolos patrios por excelencia, y por lo tanto tiene que estar presente en cualquier ceremonia u otra ocasión solemne – informó Lili a Eduardo, al cabo de los trece minutos y dos tercios (la duración de la pieza), y haciendo que otro de los grandes símbolos patrios. Los colores de la “Bandera de los Príncipes Gemelos” cubrieron primero el techo y luego el muro, hasta el último ladrillo, y el estandarte real se asentó en el salón al sonar de un único chasquido de la monarca –, y tratándose nuestro Himno de una canción melódica y pausada nos ayuda a relajar. Eso es algo que las hadas estamos necesitando bastante por estos días.

Cuando fueron las once y treinta y cinco, y Olaf hubo de explicar a los otros hombres en el salón, principalmente a Eduardo, el procedimiento con que se entregaba este tipo de distinciones, la reina Lili abandonó su postura estática en el punto central del salón, y ofreció un discurso no muy extenso que hubo de evacuar lo poco que quedaba de ese suspenso y la incertidumbre – los presentes también abandonaron el centro del salón, por pedido de Lili -  no solo en el cuarteto de hombres que habrían de ser distinguidos, sino también en la Consejera de SAM, las hermanas de aura lila y la princesa heredera, de aquellos sus compañeras. Las escasas expresiones de sorpresa hubieron de prolongarse durante los cinco minutos que siguieron, lapso en el cual las chicas, también Lía, Olaf y los corresponsales de la agencia de noticias, pudieron advertir algunas pistas acerca de lo que la reina de Insulandia había preparado y resuelto para el experto en arqueología submarina. La cabeza del poder político concluyó su breve discurso elogiando el accionar de los cuatro hombres, entre quienes se encontraba el compañero de su hija (y futuro rey de Insulandia), durante el gravísimo desastre natural de fines del mes pasado, que el caos y el desorden totales provocara en el reino y fuera de este, y que incluso había corrido el eje del planeta. La reina Lili dejó pasar los suficientes segundos como para que volviera a cundir el silencio en el salón general, y llamó entonces, con una voz clara y potente:

_¡Eduardo!.

Al no existir en la sociedad de los seres feéricos ni para ninguna de sus leyes el apellido ni más nombres que el primero – a ese respecto había una normativa que se encontraba en vigencia en todo el planeta, que databa de los años del “Período de Organización”, aunque, a la vez, intentos más o menos fallidos por modificarla – la reina de Insulandia omitió la mención de la gracia completa del originario de Las Heras.
El aludido caminó con paso decidido y firme hacia el centro del salón circular, con sus pasos resonando ante el silencio imperante y la estructura en si, que generaba eco, donde estaba situada la reina, ante una serie de ovaciones y aplausos que, por costumbre, tenían que ser discretos. Ante la soberana del reino insular se detuvo, tal vez a cincuenta o sesenta centímetros de ella, con los brazos en total rigidez, casi pegados al cuerpo, y en posición de firme. Así lo indicaba el rutinario y aburrido protocolo, informado durante aquel discurso de apertura de la ceremonia, como así también la sutil reverencia inclinando la cabeza hacia adelante. Los presentes en el piso más alto de la Torre del Consejo cesaron con los aplausos y ovaciones discretas, voces por lo bajo y el lugar volvió a quedar en silencio, roto este únicamente por la respiración de esos individuos y el crepitar de la llama en los cirios encendidos.
Por diez segundos, se hubo de prolongar ese instante estático.
_Isabel, hada de la belleza. ¿Podrías acercarte vos también, por favor?., pidió con amabilidad la soberana insular, y el arqueólogo demostró que siempre era posible sorprenderse por algo.
Nunca había sabido de una reina o de un rey que dijera “por favor” alguna vez.
La dama, con su aura (como todos) contribuyendo a la iluminación del salón, obedeció. Se levantó de su asiento, caminó unos pocos pasos hasta donde se hallaban su compañero sentimental y la reina y, de esta siguiendo las palabras, e indicaciones, tomó con la mano izquierda la derecha de Eduardo. La pareja conservó la posición de firme, sin siquiera pestañar y limitándose a respirar, frente a la reina Lili, que hizo uso de la palabra una vez más, ahora para proclamar con orgullo:
_Por haber contribuido con la comunidad elemental como un todo y con las hadas como una parte del, todo de aquella manera tan excepcional y asombrosa, diría que también heroica, aunque al mismo tiempo  peligrosa e imprudente – por el orgullo quiso darse el permiso para una pausa. Lo sentía con acciones como esa – y por haber ayudado a una integrante de nuestra comunidad en su delicada situación personal, salvando tanto su vida como la de su hijo teniendo todos los factores en contra y en una circunstancia totalmente adversa, y habiendo asegurado la continuidad del mando en una parte del Consejo Real de Insulandia… por decisión unánime, los máximos responsables del poder político y la Casa Real – fugazmente, dirigió la mirada la princesa Elvia y le hizo un gesto con los ojos, a lo que la heredera reaccionó haciendo levitar un diminuto paquete que llevaba consigo, depositándolo suavemente en las manos de su madre. Eduardo pensaba que esa tenía que ser la Medalla de la Natividad, pero no lo sabría hasta que fuera abierto el paquete –… los funcionarios políticos del reino de Insulandia te querremos premiar con esta placa que homenajea ese esfuerzo heroico, e imprudente… y con la medalla de la natividad, por haber asegurado la continuidad de la raza feérica por otra generación.
Los presentes en la sala prorrumpieron una vez más en aplausos y ovaciones (Lía como pudo hacerlo, a su hijo sosteniendo con un brazo, de a ratos con dos), conservando la sobriedad, y de nuevo se volvió a escuchar, desde ningún lado y desde todos, el Himno Patrio, solo que esta vez fue de aquel un fragmento, uno que hacía pensar en los logros personales. Isabel, siguiendo las indicaciones de la reina, colocó la placa en las manos del galardonado (había aparecido el nombre de este en el espacio en blanco, combinando el celeste con azul jacinto), y dejaba en manos de este uno de los diplomas que a ella le había dado la monarca, que daba cuenta de la mención. Acto seguido fue el turno del otro premio, aquel que estaba en el paquete diminuto: la Medalla de la Natividad era una moneda de oro de cinco centímetros de diámetro por cinco milímetros de grosor, en cuya cara frontal había un bebé recién nacido durmiendo, con la palabra “Natividad” en el borde superior y el nombre del ganador en el inferior. La contracara, en cambio, tenía el escudo del Consejo SAM – Lursi, Nadia y Cristal todavía elogiaban aquel accionar – Isabel colocó la cinta celeste con la medalla alrededor del cuello de Eduardo (“La cinta sería rosa si el premio lo hubiese ganado una mujer”, explicó), que correspondió a todos los gestos con otra sutil reverencia, seguida por saludos con ambas manos en lo alto, moviéndolas lentamente de un lado a otro, en tanto, en compañía de Isabel, dejaba el centro del salón circular e iban ambos de vuelta al par de sillones desocupados.

La reina, entonces, hizo el segundo llamado:

_¡Kevin!.

El jefe del MC-A se incorporó de su asiento e hizo la misma caminata que su amigo hasta el punto central del salón general, y, como aquel, lo hizo a paso acelerado, aunque de manera educada, sin mirar a los costados, con los ojos fijos en el frente y tratando de no pensar, no creyendo oportuno caminar normalmente, a paso normal ni lento, detenerse para observar ni distraerse, tomando en consideración su estado de nervios – y eso que el no era un hombre de alterarse ni ponerse en esas condiciones –, el cual se incrementara al pronunciar la reina su nombre. Habiendo estado presenta y atento durante la primera premiación, juzgó como poco, muy poco o nada prudente ni conveniente desviar sus sentidos y concentración de su objetivo real, que consistía en llegar al lugar en que estaba la reina insular, para evitar la comisión de errores y quedar en vergüenza a los ojos de su compañera sentimental, algunas de sus mejores amistades y ambos componentes de la familia real local.
_Cristal, hada de la belleza, hija de Iulí, hada de la belleza, y Wilson, hada de fuego… es tu momento para ser amable – anunció Lili, tranquila y serena como antes, observándola –. ¿Podrías venir al centro del salón?. Kevin y yo te necesitamos.
Haciendo el gesto de afirmación con la cabeza, y asumiendo (¿concluyendo?) que la premiación iba a seguir un orden alfabético, continuando tras su novio con Lursi y Oliverio, la flamante médica se incorporó y avanzó con soltura y gracia hasta el centro. Sus tacos y las pulseras resonaron notoriamente ante el imperante silencio, igual a como había pasado con su hermana. Se ubicó a la izquierda de su novio, quien prácticamente no respiraba y en lugar de eso efectuaba pausados y leves movimientos que se percibían en su pecho, y compartiendo su mismo estado nervioso. El caso de Kevin era idéntico al de Eduardo: se trataba de la primera vez que los dos recibían un reconocimiento por parte de los funcionarios. Parecía que el único tranquilo en el salón general era Olaf, porque ya había recibido varias distinciones, y comprendía lo que podían estar sintiendo los hombres. El estado anormal y poco sereno de aquellos evidentemente era transmitido a sus compañeras.
_Por haber tomado una participación activa en aquella heroica, aunque en simultáneo suicida e imprudente, hazaña durante la Gran catástrofe de fines del pasado mes… por haberme salvado la vida en los últimos instantes de ese desastre y asegurado con eso la continuidad del mando político insular – agradeció aquello (volvió a hacerlo) con una sonrisa –… y quisiera agregar también, aunque no tiene relación con esas acciones, que por tratarse, por lejos, del mejor administrador y el mejor líder que en los últimos tres siglos y medio – porque hace trescientos cincuenta y seis años hubo un hombre a cuyo liderazgo el MC-A había sextuplicado su actividad, rentabilidad y ganancias en cuestión de dos décadas, el tiempo en que ese individuo estuvo al mando –… quienes trabajamos en la función política del reino de Insulandia te galardonamos con esta placa, por haberlo arriesgado todo en aquel servicio excepcional prestado a la comunidad de las hadas en la Ciudad Del Sol como una parte del todo y el reino elemental como el todo mismo.
Nuevamente, los allí presentes hicieron su propio acto de reconocimiento, esta vez con un diferente destinatario, manteniendo la sobriedad en los aplausos y ovaciones, aunque esa concurrencia en general hubiera deseado que el protocolo fuese inexistente, porque lo que querían  era hacer ambas acciones con un entusiasmo mayor. Incluso la propia soberana parecía estar prefiriendo tal cosa. LA segunda distinción tuvo lugar a continuación con un procedimiento idéntico al anterior: Cristal tomó la placa con ambas manos y en las de su compañero de amores la dejó con sumo cuidado, como si aquella fuera el tesoro máximo, y después el diploma que dejaba constancia de la premiación, rubricada por la reina y el Consejo Real en pleno. Todavía escuchándose los discretos y sobrios vítores, y correspondiendo el laureado dichas expresiones con una sonrisa de agradecimiento y gestos con las manos, la pareja pego un giro de ciento ochenta grados, no sin antes hacer una (otra) sutil reverencia ante Lili, y caminaron los pasos hasta ocupar una vez más los sillones vacíos. Ambas y breves experiencias, la de Eduardo y la de Kevin, resultaron útiles cuando tuvieron que calmar al par que esperaba su momento.

Ya sentados los dos, la reina Lili pronunció el tercer nombre:

_¡Lursi!.

Dejó su asiento a la derecha de la jefa de SAM el segundo al mando de dicho organismo, con el paso, como lo hicieran sus amigos, decidido e igual de calculado. El compañero (y segundo) de la Consejera confirmó aquella teoría de Cristal sobre que los reconocimientos eran en orden alfabético. En tanto los aplausos sobrios y discretos se reanudaban, y Lursi abandonaba su lugar junto a Oliverio y los dos hombres ya laureados, Olaf, quien todavía reparaba en las condiciones del cuarteto, recordó aquel día por la tarde en que el mismo obtuviera el premio al valor y el mérito, siete años atrás un nueve de Noviembre (Chern número ocho).
Noventa y dos hadas, entre las que estaban un trío de componentes del Consejo Real de entonces, los últimos componentes vivos de la familia real insular y otros tantos funcionarios políticos del reino habían asistido a la inauguración de un conjunto de bodegas para almacenaje en un puerto de la región sur del país, media catorcena de estructuras interconectadas por puentes y corredores subterráneos, en una porción de tierra de ciento cincuenta por ciento cincuenta que recientemente había sido incorporada al puerto, para ampliar su capacidad. Apena menos de un año de trabajo se había perdido en poco más de un tercio de hora, pues un brusco y repentino movimiento telúrico no muy lejos de allí, un terremoto, había destruido los cimientos que, suponían los constructores y albañiles, podían resistir cualquier embate de las fuerzas de la naturaleza – hubo, sin embargo, hipótesis que apuntaron a un sabotaje de los ilios –. Cuatro de las estructuras que estaban inaugurando cayeron en cuestión de veintidós minutos, atrapando a cuanta hada se hubiera encontrado dentro…
El segundo al mando de SAM llegó junto a la reina Lili.
… Olaf, que ya por esos días era el jefe de la Guardia Real y arrastraba una brillante carrera como ballestero, fue el único que a suerte tuvo de escapar al momento de empezar los derrumbes en cadena, tan solo porque alguien lo había empujado para que quedara a salvo y pudiera ayudar al personal de esa instalación portuaria (los trabajadores portuarios andaban muy cerca y habían visto lo ocurrido) y, poniendo su vida en riesgo, entró de lleno a las ruinas que no solo habían cedido, sino también quedaron a medio hundir, porque aquellas habían sido tierras ganadas al agua. Nunca supo exactamente porqué, pero las estructuras y una tercera parte de las tierras se habían ido a pique fenomenalmente rápido, como el agua en una pileta a la que le quitaran el tapón, quedando a profundidades de entre ocho y cuarenta metros – la hipótesis del sabotaje ilio todavía hoy continuaba circulando –. Con todo, Olaf, determinado a no esperar a los socorristas, no dejar que otros corrieran peligro y probar una vez más su valor, se sumergió de lleno en el agua y salvó la vida de una treintena de seres feéricos, entre estos Lili y Elvia, en poco menos de un tercio de hora, como pudo, antes de que el cuerpo de socorristas hubiera ideado la manera correcta para proceder, lo que hubo de incluir salvarlo a el mismo, porque había quedado atrapado bajo las ruinas a nueve metros de profundidad, en su intento por liberar a otra hada.
_Nadia, hada del intelecto – llamó la reina, conservando la serenidad –, ahora es tu momento para venir.
La jefa del Consejo SAM estuvo de pie, aun antes que la soberana concluyera su llamado. Nadia todavía conservaba el ligero y acostumbrado tono rosa en las mejillas y la sonrisa, producto de la manera con que su compañero le agradeciera los aplausos (discretos y sobrios) después del llamado de Lili. Tomados de la mano, tal cual lo hiciera el dúo de parejas anteriores, cesaron todo movimiento al quedar a centímetros de la cabeza del poder político insular.
_Por tu excelente (e imprudente) actuación durante la fatal y destructiva catástrofe natural a finales del mes pasado – comenzó a elogiar la reina Lili – en la que fuiste capaz de trasladar a un lugar seguro a salvo de la inclemencia a cuatro integrantes de nuestra comunidad en un solo viaje, y por haber estado supervisando en los últimos días en una forma por demás exitosa, prácticamente sin haber descansado, las arduas tareas de reconstrucción y rearmado de las instalaciones del sector médico en la Ciudad Del Sol y fuera de ella… los máximos responsables del poder político insular y yo te queremos otorgar esta placa, por ese gran y destacado servicio prestado al país y a su pueblo. Estamos orgullosos de esa actuación.
Por tercera vez en menos de sesenta minutos volvió a producirse el discreto y sobrio reconocimiento entre los individuos de ambos sexos expectantes en el salón general de la Torre del Consejo. Por tercera vez se había escuchado la suave y pausada melodía que remitía las mentes y pensamientos a un ámbito de algarabía y una sensación de triunfo personal, en tanto se produjo la distinción, Lursi recibiendo la placa primero y el diploma simbólico después, ambos objetos de manos de Nadia, antes que se abrazara de nuevo con ella y volvieran los dos al par de lugares vacíos.

Cuando estuvieron sentados, la reina de Insulandia pronunció el cuarto y último nombre, conservando el tono claro y sereno:

_¡Oliverio!.

“No era nada del otro mundo”, pensó el Consejero de IO, mientras apoyaba los brazos en los laterales y se incorporaba, animado por quién algún día habría de quedar al frente de todo en el país, lo que a el lo convertiría en el rey de Insulandia. Esa era la parte por la que Oliverio no se sentía del todo atraído en su relación con la princesa, porque implicaba el seguimiento por su parte de un protocolo, reglas y normativas que lejos estaban de agradarle, porque tendría que hacer a un lado, como mínimo dejarlas en un segundo plano, una parte importante de sus actuales obligaciones en el ámbito político, en el Consejo Real, para lo cual el se había preparado desde que aprendiera a caminar. Su padre también había sido un experto ingeniero y su madre había trabajado en el Mercado Central de la Construcción, el MC-C. También tendría Oliverio que dejar de pensar en cualquiera futura postulación para un cargo en la función política. Respecto a eso, era de importante consuelo la gama de consejos que recibía por arte de la actual reina, que violaba o evadía el protocolo y la etiqueta cada vez que se le presentaba la oportunidad y nunca dejaba pasar cada momento de volver a sus antiguas pasiones: los deportes náuticos, especialmente la natación. Y así como dentro y fuera de los medios de información se hablaba de y recordaba a “La princesa Lili, campeona de natación…” o “Lili, la heredera al trono insular, participa de una competencia de submarinismo”, el novio de Elvia estaba convencido y seguro que en el futuro se hablaría de el como “Oliverio, el brillante y antiguo ingeniero jefe de IO”, o “El hoy rey ayer ingeniero…”.
Como fuere, avanzó esos pocos pasos con el mismo ritmo que sus amigos.
_Elvia, hada del fuego – llamó la reina a su primogénita y heredera –, si tuvieras la amabili…
No necesitó completar la solicitud, porque la princesa, de quien se sostenía (y reafirmaba constantemente) que era una violadora crónica de la etiqueta y el protocolo, se había puesto de pie tan solo un segundo antes de que el Consejero de Infraestructura y Obras se detuviera a medio metro de la monarca. La princesa Elvia, sujetándose de a todos a los lados el vestido tradicional (sería u papelón si llegara a tropezar), se situó a la izquierda de su novio, compartiendo con este el mismo estado alterado producto de la espera, y se tomaron de la mano.
_Por tu notable aunque suicida accionar durante la Gran catástrofe, habiendo podido rescatar y llevar a un refugio a cuatro personas en un único viaje, y me gustaría agregar además que por ser uno de los mejores exponentes en la actualidad en este reino en cuanto a las innovaciones en ingeniería – el novio de la heredera exhaló aire a sus nudillos y provocó risas entre los presentes. Era, a todas luces, un quebrantador del protocolo y la etiqueta… y lo disfrutaba –, los miembros del Consejo Real – la heredera estaba orgullosa de su compañero sentimental – y yo te queremos premiar con esta placa, que remarca ese heroísmo suicida.
La princesa Elvia dio el premio y el cuarto diploma simbólico al laureado, sosteniendo las ganas y resistiendo el impulso, tal como lo hicieran Nadia y las hermanas con sus novios, de darle un beso y abrazarlo con pasión, y por consiguiente maldiciendo el protocolo en silencio. Oliverio aceptó el par de entregas cargado de orgullo, al tiempo que por cuarta vez se producían la sobria ovación y los aplausos discretos. El Consejero de IO y su “colega” del de Cultura habían dado inicio al compañerismo sentimental quince meses atrás, durante la ceremonia de Fin de Año – Año Nuevo, justo con el primer minuto del año diez mil doscientos tres, en un caserío del interior insular. Fue un instante en que Oliverio, después de haber puesto a prueba todo su caradurismo, la invitara a bailar al son de una canción clásica – venía “revoloteando” desde hacía alrededor de un semestre –. “Tardaste”, fue la primera palabra al respecto de la heredera.

_¡Mis felicitaciones a los cuatro por el galardón!., volvió a exclamar con ganas la reina de Insulandia, al tiempo que empezaba a producirse la última parte de la ceremonia de premiación.

Eduardo, Kevin, Lursi y Oliverio alzaron las placas con la mano derecha y los diplomas con la izquierda y apuntaron los objetos hacia el centro del salón circular, donde continuaba permaneciendo Lili. Era otro acto simbólico, uno que establecía la conexión del cuarteto con la soberana – pasaba lo mismo en todos los casos –. Se supone que, al aceptar la distinción, quienquiera que hubiere recibido ese reconocimiento u otros, al hacerlo, firma una especie de convenio mediante el cual se compromete a acudir en su auxilio en caso de que la reina lo necesitase. Era u convenio que abarcaba cualquier clase de pedidos que de una u otra forma estuvieran vinculados con el reino de Insulandia, desde el más sencillo hasta el más complejo.
Por el término de sesenta segundos sostuvieron los hombres los diplomas y las placas, tal cual lo indicaba el (aburrido) protocolo. Un procedimiento simbólico que en cierta forma implicaba un agradecimiento por parte de los ganadores, que deberían corresponder el hecho de haber recibido las distinciones si, lo dicho, se presentaba el momento de hacerlo.



Continúa…


--- CLAUDIO ---

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