Pocos minutos más tarde, tal vez unos diez,
estuvo de vuelta la reina. Estaba escoltada por Lía y el jefe de la Guardia
Real, un hombre de nombre Olaf a quien lejos estaba de quedarle bien el calzado
y l indumentaria, y mucho menos de combinarle con su aura naranja. Todos los
individuos presentes allí estaban más acostumbrados a verlo con el uniforme de
general supremo (el cargo más alto en el ejército insular) a veces, con el que
trabajaba cada día en la Torre del Consejo, y con ropa informal otras veces,
fuera de sus jornadas laborales. Al hacerse presentes los dos, se encendieron
los cirios turquesa y naranja correspondientes al miércoles. Como a cualquiera,
a este par se lo veía extenuado, y no era para menos. Apenas si pudieron Lía y
Olaf descansar en la última semana, cada uno haciendo lo suyo en las tareas de
recuperación y reconstrucción, y la Consejera de DCS tenía el (importantísimo)
añadido de su hijo recién nacido, una obligación por demás mayor e
irrenunciable. Con la magia, la reina Lili hizo aparecer los suficientes
sillones, usando la telequinesia para mover los que estaban en un rincón, como
para que todos los presentes estuvieran cómodamente sentados. El cuarteto de
parejas, Olaf, que exhibía sobre el lado izquierdo de la túnica tradicional una
medalla, Lía y el par de corresponsales de la Agencia Insular de Noticias, la
principal agencia informativa del país. Desde un caprichoso rincón del salón
general, la cabeza del poder político hizo evitar dos pequeñas cajas de madera carentes
de cualquier lujo y sin ornamento alguno. Por lo menos, esa era la vista que mostraba
la parte exterior, porque el interior era el polo opuesto, estando, un ejemplo
evidente del esplendor, forrado con terciopelo y seda.
Dentro de cada caja había una placa de hierro
forjado con otra de plata incrustada en la cara delantera, sobre la cual había
una inscripción dorada que indicaba:
-Reino de Insulandia-
Premio al valor y al mérito
1 de Abril de 10204, Llol 3, 10204
“La fecha de hoy escrita en los dos
calendarios”, observó Eduardo, notando también que debajo de ambas quedaba un
gran espacio vacío.
Sus medidas aparentaban ser de veinticinco
centímetros de ancho por doce de alto por uno de fondo (grosor) y la madera
obviamente había sido trabajada por los expertos calificados del Consejo de
Cultura, de una división que justamente se ocupaba de esta clase de tareas. Se
trataba de premios que, con una aplicación de sus habilidades, la reina Lili
hizo amplificar hasta seis veces su tamaño, para que todo el mundo en el salón
general pudiese observar incluso los mínimos detalles. No había diferencias
entre ninguna de las placas, y tampoco en la cara opuesta, que era
completamente lisa. En a frontal, se pudo ver, en la “imagen ampliada”, el
escudo del reino como fondo.
_¿Vieron los espacios en blanco? – llamó la
reina, mirando a los hombres que estaban a poco de ser distinguidos – Allí van
a aparecer sus nombres, no bien ustedes les hayan puesto las manos encima. Y
esos nombres van a figurar con el color de sus auras. El nombre de Oliverio en
azul eléctrico, Kevin en rojo sangre, Lursi en gris perla y Eduardo con una combinación
de celeste y azul jacinto… después, Eduardo. Ahora es el momento de los
reconocimientos.
Porque el experto en arqueología submarina le
iba a preguntar a la soberana insular acerca del porqué de ese par de colores.
De manera que era por esto la reunión tan
misteriosa.
Premiar a los cuatro hombres por su actuación
durante la Gran Catástrofe, en la que fueron puestos a prueba algunos de los
aspectos de la sociedad de los seres feéricos, que tanto la caracterizaban y
distinguían: el esfuerzo para alcanzar beneficios grupales e individuales, el
trabajo en equipo, el buen juicio, el heroísmo y el sacrificio, por nombrar
solo cinco, estuvieron de manifiesto desde que dejaran la casa de Isabel.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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