_Todavía no logro entender, y nadie me pudo o
no supo dar una explicación, sobre el motivo de esto. ¿Para qué la reina quiso
que estuviéramos hoy aquí y ahora?. El hermetismo, o mejor dicho el misterio,
es absoluto., dijo Eduardo, sin dirigirse a nadie en particular, usando un tono
acorde a esa situación y observando brevemente los pilares que sostenían esos
menorás.
Arderían otros dos de los cirios dentro de
poco, y uno de ellos, por Lía, sería el de color turquesa.
Directo hubo de hallarse frente a uno de esos
ventanales tan amplios.
Afuera continuaban, y lo harían por tiempo
indefinido, las arduas tareas de recuperación del magnífico espacio verde en el
área frontal del Castillo Real. Las hadas del Consejo EMARN y las de IO
trabajaban todo el día todos los días, en jornadas laborales de ocho horas.
_No sos el único que está sobre ascuas,
Eduardo. Todos quienes estamos aquí presentes conocemos muy poco o nada sobre
esta reunión, incluso yo. Nosotros dos no somos los únicos que podemos calcular
ni hacer estimaciones, con menor o mayor fundamento, o especular con respecto a
esta reunión – le hizo saber la princesa heredera, que por primera vez en más
de dos meses y medio estaba viendo al experto en arqueología submarina
despierto y entablaba con el una conversación. Su tono y su voz tenían el mismo
efecto calmante que los de su madre, la reina. Los seres feéricos presentes en
el salón general, uno a uno, fueron ocupando aquellos comodísimos sillones, y
Elvia y Eduardo los imitaron –. En el Consejo Real como un todo y otras áreas
del poder político se sabe muy poco, o directamente nada, y mi mamá no quiere
explicar una sola palabra. Y por supuesto sigo ignorando también el por qué de
la presencia de Nadia, Isabel, Cristal y la mía. También la de Lía y el jefe de
la Guardia Real, que van a llegar de un momento a otro. Pero la reina sostiene
que quiere hablar con las chicas, con vos, conmigo y con ustedes – miró a los
hombres en el salón, que ocupaban uno junto a otro tres de los sillones – sobre
los planes a futuro, a todos los plazos, para el reino insular en su conjunto.
Ni siquiera a mi me quiso contar los detalles. Y digo ni siquiera a mi porque
soy uno de los componentes del Consejo, la heredera al trono y quien se queda
al mando con el título de “Regente” cuando ella sale del país, por el motivo
que sea… además quiere hablar sobre tu porvenir a nuestro lado, en la sociedad
de las hadas, como ella misma ya te explicó – y agregó –. Conociendo lo
inteligente que es, dudo que eso se le haya escapado. Seguro que quiso soltar
algo de información para calmar la intriga, la ansiedad y el suspenso.
Tanto la princesa como los demás creyeron que
la Medalla de la Natividad formaba parte de esos planes, la cual era otorgada a
las hadas, médicas parteras en particular, un trabajo histórica y
tradicionalmente femenino. Eduardo la había ganado tras haber ayudado a Lía a
dar a luz en esas circunstancias tan adversas.
_¿Planes?, ¿de qué se tratan?, ¿están al
tanto de ellos, aunque sea un poco?, ¿y qué se supone que van a hacer conmigo
en este u otros momentos? – quiso saber el arqueólogo, enfocando su atención en
la heredera, quien, magia mediante, había abierto todos los ventanales, con un
solo chasquido. La mañana no podía ser más agradable. Elvia e Isabel fueron
quienes tuvieron la iniciativa, y al cabo de no más de diez segundos todo el
mundo allí estaba fumando un cigarrillo. ¿Qué haría ahora Eduardo?, ¿cuál sería
su reacción, en cualquiera de los casos?. Sin duda alguna, para el sería
necesario recurrir a toda la fuerza de voluntad que tuviese, controlarse a si
mismo y tener compostura, para no cometer alguna locura ni ninguna torpeza a
los ojos de tantas personas importantes, como dar vueltas a carnero a la inversa, saltar en una pata, bailar la
conga (un aspecto incorporado mediante la transculturación) o cualquiera otra cosa
parecida a esas, aunque no veía por qué razón tendría que hacer algo así.
Procurando no pensar, ni mucho menos concentrarse, en esas posibles reacciones
descabelladas es que le preguntó a la princesa Elvia –. ¿Qué es eso acerca de
mi y mi porvenir? – o, mejor dicho, volvió a preguntar –. No quiero sonar
alarmado ni desconfiado, lejos está eso de mi, pero… ¿cómo va la reina de
Insulandia a decidir mi futuro en unos pocos minutos, o lo que sea que las
hadas, ustedes y todos los suyos, hayan reservado para mi, sin siquiera haberme
examinado ni hecho prueba alguna?. Es, sencillamente, algo imposible.
“¿De verdad lo es?”.
Esa duda apareció en un punto recóndito de su
mente.
_No es así, porque esa imposibilidad que
mencionaste es inexistente, Eduardo. Y si hubieron pruebas y exámenes – lo contradijo
Lursi, tratando de animarlo e infundirle confianza –. Todo el tiempo, desde que
abriste los ojos en la casa de Isabel, te encontraste bajo una mirada atenta de
los seres elementales, dentro de la Ciudad Del Sol y fuera de ella. De las
hadas, principalmente. Esos momentos amenos que pasaste junto a los tritones y
las sirenas en las riberas, o en la orilla del lago La Bonita, les fueron de
utilidad para que detectaran en vos a un individuo carente de maldad y malos
pensamientos. ¿Recordás tu encuentro de hace días con los liuqis en Campo del
Cielo?. Todavía te siguen agradeciendo el que les hayas ayudado a encontrar un
nuevo lugar para vivir, después que el anterior fuera destruido con la Gran
Catástrofe. Y los gnomos, por nombrar otro caso, van a tenerte como héroe
después de lo de ayer por la mañana, cuando pusiste tu vida en juego para
salvar la de uno de sus líderes.
Accidentalmente, el gnomo había sido
arrastrado por la presión del agua y unos pocos escombros en una cañería, y
Eduardo, sin pensarlo dos veces, se sumergió de lleno para salvarlo.
_La observación por parte de las hadas,
sirénidos, gnomos, liuqis y otras especies, sin duda alguna diría que también
los ilios, se remitió a un seguimiento, si se quiere, porque las pruebas y
exámenes no hicieron ninguna falta – agregó Nadia, que también trataba de
animarlo –. Hace días ya que esos “examinadores” concluyeron que este nuevo ser
humano que había llegado a nuestro mundo
estaba muy lejos de ser una mala persona. En líneas generales, Eduardo,
le caíste bien y en gracia a todo el mundo, y por eso no tuvieron más que
verte, pero incluso eso fue superficial. De manera que la decisión a la que llegaron
los miembros del Consejo Supremo Planetario fue la correcta. Para nada se
equivocaron con eso, y las otras especies estuvieron de acuerdo, cuando se
sostuvo en esta ciudad una reunión extraordinaria de la mancomunidad Elemental.
La magia también se usaba como forma de
entretenimiento, porque el humo del cigarrillo que sostenía la Consejera de SAM
formaba algunas figuras geométricas simples antes de desvanecerse. La mujeres
eran quienes encontraban divertido a ese acto, por lo que Cristal, Isabel y Elvia
decidieron imitarla.
_Y es allí donde tiene su origen el
misterio., dijo Eduardo con acierto.
¿Podía, como el mismo pensaba, deberse el
misterioso encuentro en la Torre del Consejo al reconocimiento para los
hombres, y en su caso la Medalla de la Natividad.
_Es posible – le dio la razón la princesa
Elvia –. Si el misterio no tiene allí su origen, entonces no tengo la mínima
idea de cuales puedan ser los planes que hayan ideado mi mamá, el CSP y la
Mancomunidad Elemental para vos y ustedes tres. Siendo así, no tenemos otra
cosa que esperar.
Señaló con una mirada rápida a su colega del
Consejo IO, al jefe del MC-A y al segundo al mando de SAM, a lo que Eduardo, en
el, cobró un poco más de solidez la hipótesis de la medalla y los reconocimientos.
Así y todo, concluyó, era innecesario tanto misterio y mucha la pompa.
Tras el vistazo al trío, la princesa agregó,
dirigiéndose al arqueólogo:
_Imagino que también habrán tenido en cuenta tu excelente desempeño durante la Gran catástrofe, y el momento en que ayudaste a Lía a dar a luz. Y esa clase de comportamientos siempre caen bien y son vistos con buenos ojos por las hadas. Además, por lo que Lía me contó, lo único que tuviste a tu favor fue el conocimiento mínimo con muy poca relación o ninguna con la anatomía de las mujeres de mi especie… ¿es cierto lo de esa vaca preñada? – el arqueólogo contestó que si moviendo la cabeza de arriba hacia abajo, trasladando su memoria a aquel episodio, que tuvo como conclusión el productor ganadero agradecido y un ternero que rápidamente estuvo a la búsqueda de su primer alimento. Esa había sido, y continuaba siendo, su única experiencia previa. Las mujeres médicas en el salón general, Nadia y Cristal, todavía elogiaban la labor hecha con la jefa del Consejo DCS –. Lursi no mintió, Eduardo. Te estuvieron observando todo el día y toda la noche, aunque no con profundidad, y llegaron a la conclusión de que no representabas algo negativo ni nocivo para los seres feéricos y demás especies del reino elemental.
_Imagino que también habrán tenido en cuenta tu excelente desempeño durante la Gran catástrofe, y el momento en que ayudaste a Lía a dar a luz. Y esa clase de comportamientos siempre caen bien y son vistos con buenos ojos por las hadas. Además, por lo que Lía me contó, lo único que tuviste a tu favor fue el conocimiento mínimo con muy poca relación o ninguna con la anatomía de las mujeres de mi especie… ¿es cierto lo de esa vaca preñada? – el arqueólogo contestó que si moviendo la cabeza de arriba hacia abajo, trasladando su memoria a aquel episodio, que tuvo como conclusión el productor ganadero agradecido y un ternero que rápidamente estuvo a la búsqueda de su primer alimento. Esa había sido, y continuaba siendo, su única experiencia previa. Las mujeres médicas en el salón general, Nadia y Cristal, todavía elogiaban la labor hecha con la jefa del Consejo DCS –. Lursi no mintió, Eduardo. Te estuvieron observando todo el día y toda la noche, aunque no con profundidad, y llegaron a la conclusión de que no representabas algo negativo ni nocivo para los seres feéricos y demás especies del reino elemental.
Era cierto.
Era cierto todo lo que dijeron.
Eduardo, que tenía varios meses sin escuchar
a otros pronunciar su segundo nombre y su apellido, a excepción de las hermanas
de aura lila, nunca antes había actuado de esa manera tan elegante, cortés y
educada. Era, uno de los ejemplos por demás claros y evidentes, conocidos sus
insultos completa y excesivamente malsonantes, cuando se enteraba de, llegaba a
sus oídos o veía algo que lo le gustara, sobre todo cualquier cosa relacionada
directamente con la política y la economía, lo que a veces le valiera el apodo
de “La máquina de insultar”. También eran conocidos sus frecuentes desplantes
con el sexo opuesto, disfrutando con especial interés aquellos casos en los que
descubría, previo a los encuentros, que la mujer en cuestión era una arribista
y cazadora de fortunas; sugerencias e ideas más o menos extremas sobre como se
podría terminar de una vez y para siempre con los grandes males de una sociedad
(las diversas formas de la delincuencia, la ineficiencia y a inoperancia d
política, la usura…), su ganada y justificada fama de ginebrero y su título
simbólico, también justificado, de “gran viejo prostibulario”, pese a que solo
tenía veinticuatro. En el planeta de los seres elementales y a sociedad de las
hadas, por el contrario, como dijera el compañero de Nadia, Eduardo había hecho
buena letra todo el tiempo. Ni siquiera había peleado una sola vez y sus
insultos, cuantitativa y cualitativamente, hubieron de caer astronómicamente
desde que recuperara el conocimiento en una de las habitaciones en la casa de Isabel.
Un comportamiento ejemplar que incluía el haber auxiliado a un hada embarazada
a punto de dar a luz durante los oscuros días de la Gran Catástrofe, el peor
desastre natural de los últimos cien años, que, a modo de recompensa, había
decidido bautizar a su hijo con el segundo nombre del “partero” (Rafael), lo
que representaba la única referencia de dicho nombre para el originario de Las Heras.
Había también Eduardo dado una mano a un grupo conformado exclusivamente por
individuos del sexo femenino – su novia estuvo vigilando bien de cerca, aunque
comprendió casi al instante que esas precauciones (esos celos) fueron, como
antes de ese momento, carentes de todo fundamento. Sentimentalmente hablando, Eduardo
solo tenía ojos para ella – a acarrear toda clase de objetos pesados desde un
extremo al otro en el barrio Los Sauces, vecino a Barraca Sola. A Cristal, Lursi
y Nadia, como así también a otra veintena de hadas médicas, que tuvieron que
trasladar con carácter de urgente o muy urgente una gran cantidad de
equipamiento y suministros a la mayoría de las instalaciones médicas en el sur
de la ciudad,; a los operarios de los Consejos IO y DCS, que tuvieron que
despejar parte de la laberíntica red subterránea de acueductos y desvíos – allí
fue cuando salvó al líder de los gnomos – y formado parte de una cuadrilla que
tuvo una tarea triste nada agraciada: la incorporación de parcelas, unas mil
ochocientas setenta y cinco, en el Cementerio Real, en Del Sol.
Tampoco había demostrado ni evidenciado mala
predisposición a la hora de hacer tal o cual cosa, rudeza, malos modales ni
ninguna otra de las faltas que los seres feéricos condenaban, y mucho menos
cometido las faltas máximas – los “pecados capitales”, según las hadas –:
desagradecimiento, falta de respeto por la cultura, indiferencia,
insubordinación cívica, traición a la familia, hipocresía, traición a la
patria, desprecio por los símbolos patrios, ignorancia y perversidad. Un total
de diez, que conformaban otro de los aspectos nunca alterados por la mezcla de
culturas, la transculturación ni tampoco por el paso del tiempo. Gracias al
empeño y el sacrificio, Eduardo se había ganado la buena vista y el afecto de
cada uno de los seres feéricos a quienes de una u otra manera había ayudado, o
tenido contacto con ellos, sentimientos que de a poco se estaban extendiendo
hacia el interior del reino insular, a medida que era difundido su nombre y su
obra. Había obtenido de buena manera su lugar en la sociedad de las hadas. Se
debió principalmente a su heroísmo, a ese que demostraba durante la catástrofe
entre la tarde-noche del veintidós de Marzo y la mañana del veintiséis (Nint
número veintiuno al veinticinco, en el calendario antiguo) y, como distinción,
unas pocas hadas se habían ofrecido voluntariamente, y el había aceptado, para
instruirlo sobre su modo de vida y darle “clases de historia”, sociología,
geología, geografía, arqueología (de lo que ya entendía y sabía bastante),
literatura, filosofía y cultura, por lo pronto del reino de Insulandia.
_ ¿Y? – llamó desde su lujar el Consejero de
Infraestructura y Obras, en tanto su amigo (y compañero de copas) volvía a la
realidad, después de haber pasado los últimos tres o cuatro minutos haciendo
esa retrospectiva de su personalidad –. No importa como se mire, porque a fin
de cuentas resultó ser verdad que tuviste ayer y tenés hoy una conducta intachable
y un juicio irreprochable, sin una sola queja hecha hasta hoy por parte de las
hadas u otros seres elementales. Ahora todo lo que nos queda por hacer es
esperar a que la reina Lili esté de vuelta en este salón, y vamos a dar inicio
a la reunión.
_Cierto., concluyó el oriundo de Las Heras,
dando por terminado el repaso de su pasado.
De los instantes previos y los inmediatamente
posteriores al “cruce”, como el había decidido llamar al viaje desde uno hasta
el otro planeta.
De unas pocas posesiones materiales que tuvieron,
creía el, diversos destinos.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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