Cual experimentado beisbolista que cargaba
con varios años de carrera.
Esa era la pose que la reina había adoptado,
aun con la notable incomodidad que para ello significaba el bello y largo
vestido.
Tomó la esfera celeste-azul jacinto de
energía con la mano derecha y la lanzó
con tanta fuerza y tan rápido como pudo, como su condición física –
admirable; después de todo, Lili había sido deportista, y continuaba siéndolo,
aun sin ejercer los deportes – hubo de permitírselo, contra el compañero
sentimental de Isabel, quedando en el aire, a lo largo de esos veinte metros de
distancia existentes entre ambos protagonistas de la escena, la reina y
Eduardo, una fugaz estela con los mismos colores que la esfera diminuta, que se
mantuvo constante durante aproximados sesenta segundos, el lapso de tiempo que
hubo la descarga de demorar en incrustarse completamente en el pecho del
oriundo de Las Heras, justo en el lugar en que se encontraba su corazón (las
intenciones de la reina fueron que impactara en ese lugar), tras lo cual las
que parecieron completar el centenar y medio de hebras recorrieron serpenteando
y zigzagueando cada centímetro de sus piernas, el cuerpo, los brazos y la
cabeza, sin ninguna disposición u orden particulares. Se trató de un proceso,
por así definirlo, que se prolongó por más de treinta segundos, durante los
cuales esas ciento cincuenta hebras tan diminutas como hilos se movieron a una
velocidad de vértigo.
Situación por demás peculiar y llamativa.
Así lo había observado y definido Eduardo.
Confiando con gran convencimiento, o con
todo, que lo que habría de sentir con el impacto era un dolor físico por demás
extremo en el lado izquierdo del pecho, justo donde se hallaba su corazón,
seguido por una quemazón en ese punto y un ardor en cada parte del cuerpo,
consecuencia directa del velocísimo movimiento de las hebras, habiendo podido y
sabido apreciar la fuerza que la soberana ejecutara el lanzamiento, se llevó lo
que se dice una gran sorpresa al sentir – apenas sentir – el golpe. Haciendo
una rápida e improvisada comparación, fue, por la prácticamente nula presión
ejercida contra la ropa y la piel, como haber sido impactado por una pluma, un
objeto tan pequeño como liviano. El centenar de hebras había desaparecido al
cabo de esos treinta segundos, luego de haber confluido en las
articulaciones del cuerpo (hombros,
codos, muñecas, rodillas, tobillos, el cuello…), y la más inmediata de todas
las sensaciones fue la de haber recibido una ducha breve con agua tibia, algo
para el agradable. Sin embargo, después de haber sentido en ese minuto y medio
(en total) una especie de ducha revitalizadora, no sintió ni advirtió ninguna
de las mejoras de las que había hecho mención la reina Lili, aunque supuso que
tal vez fuera necesario ser el protagonista, o encontrarse expuesto en alguna
otra manera, a tal o cual enfermedad más o menos leve, a cualquier amenaza o
cualquier peligro que pudiera representar un daño seguro o la temperatura
extrema para confirmar y comprobar la eficacia de ese soporte auxiliar. Por el
contrario, Eduardo si se dio cuenta, y fue para el una combinación de sorpresa
con desconcierto, como hacía su aparición y se volvía estable una finísima
línea que muy pronto devino en un aura de color celeste con varios salpicones
azul jacinto, que bordeaba su cuerpo y delataba su estado de ánimo. No fue
necesario el accionar de los seres feéricos dispuestos en círculo, porque el
arqueólogo ni siquiera se movió. Interactuaban en su persona la alegría, la
sorpresa, el desconcierto, las dudas y la intriga. Además del aura, que la
sentía tremendamente agradable, sintió un par de puntadas apenas perceptibles,
como si fueran picaduras de mosquito u otro insecto, que se extendieron en su
espalda con una disposición en vertical.
Se trataba, el así lo describió en su mente,
de un par de punzadas verticales de no más de siete u ocho centímetros, ocho
cuando mucho, separadas una de la otra por una distancia de cuatro. . Dando (o tratando de hacerlo) una pista
evidente sobre lo que esas punzadas significaban, Lursi, Nadia, Oliverio,
Elvia, Kevin, Cristal, Olaf, Lía e Isabel hicieron aparecer al unísono sus alas
y las agitaron levemente, generando un sonido monocorde agradable, apenas
audible, creando con ese movimiento una tenue nube a baja altura de colores
gris perla, blanco, azul eléctrico, amarillo-rojo, rojo sangre, lila, naranja y
turquesa. LA reina insular hizo una sutil inclinación con la cabeza, observando
al arqueólogo a los ojos e Isabel le guiñó el ojo izquierdo. ¿Constituirían
esas dos punzadas lo que el originario de Las Heras estaba imaginándose?.
Por supuesto.
Por supuesto que se trataba de eso.
Era la consolidación del soporte adicional, y
una de las herramientas de que dispondría para integrarse e interrelacionarse
con cada una de las especies del reino elemental.
Con las hadas, en este caso.
_Si, tus alas están apareciendo en este
instante. Están naciendo – informó la soberana del reino insular a Eduardo,
antes que este hubiera pensado siquiera en abrir la boca para hacer alguna
referencia a las punzadas, a las que con cada segundo que pasaba sentía con
menos fuerza. Supuso que pasaría lo mismo con los bebés de esta especie –. Esa
esfera de energía que te lancé fue un hechizo que las hadas diseñamos a
mediados del mes pasado. Fue concebido con el propósito de darte poderes y
habilidades, idénticas hasta en el mínimo detalle a las que poseemos, pensado
exclusivamente para vos, para que puedas (bien) aprovecharlas. Incluso pudimos
suplir la ausencia de la sangre de tus progenitores, porque descubrimos que no
era necesaria. Esos poderes por supuesto que incluyen las alas, imprescindibles
para la vida de todos los días en nuestra comunidad, en nuestro planeta. Y si
prestás atención – indicó al arqueólogo –… las marcas ya deben de estar
desapareciendo. Es lo que ocurre en los
individuos de la raza feérica al poco tiempo de haber salido. Y eso es el
indicio del crecimiento o la aparición de las alas. Si, es eso. Allí están.
En efecto.
Allí estaban ambos pares.
Asomaban por sobre su vestimenta aun sin
agujerearla ni provocarle otros daños. Eran, lo dicho, como las de todos los
seres feéricos presentes en ese espacio verde, como las de todos en el mundo.
Un par posterior de alas y otro anterior, en los que cada pieza poseía una
longitud de ochenta y ocho centímetros, alcanzando de esa manera la envergadura
de un metro con setenta y seis. Las dimensiones en los dos pares eran
relativamente las mismas, y, sabia comparación la del compañero sentimental de
Isabel, estaban compuestas – esa era la impresión que el hubo de llevarse – por
un material tremendamente liviano, pero a la vez tremendamente resistente, tal
cual le contaran muchas veces las hadas, y habían adquirido las alas una
tonalidad muy clara del color celeste, en tanto fueron apareciendo filamentos
todavía menos perceptibles, de azul jacinto.
_¡Magnífico!., fue la primera celebración,
una forma netamente instintiva de reacción, al tiempo que las hadas rompían la
formación y se acercaban a el para dar opiniones y hacer comentarios.
Tal vez fuera debido a la primera e inmediata
impresión. Si, seguramente era esa la razón. Pero el caso es que sintió y
experimentó un ligero envión hacia adelante y hacia arriba al agitar levemente
sus flamantes alas – descubrió que bastaba solo con el pensamiento para hacerlo
–. Afortunadamente para el, esa acción no trajo como consecuencia su caída más o menos brusca al
suelo. Como todos allí confiaban, no fue necesario en ningún momento que lo
tuvieran que atajar, y Eduardo apostó que iba a ser una tarea libre de
dificultades el aprender a hacer buen uso de las alas.
Aprender a volar.
A maniobrar en y desplazarse por el cielo.
_Es cuestión de tiempo, así que no te
preocupes ni impacientes por ese envión. Un poco de práctica todos los días, un
poco cada día, y lo poco complicado que es para vos aprender no te va a costar
nada de trabajo dominar este juego de alas y la energía que ahora poseés.
Personalmente, apuesto que para fines de este mes o principios del siguiente,
respecto a las alas, vas a haber aprendido a controlarlas, a remontar el vuelo,
moverte a gusto y voluntad por el cielo y posarte nuevamente en la superficie –
aventuró la reina – La altura siempre va a depender de cuan hábil seas volando,
de lo poderoso que te vuelvas, me refiero al techo, y lo mismo va a pasar con
la velocidad… ¿si, Eduardo?, ¿qué es lo que te inquieta?.
_Me gustaría hacer una pregunta sobre esto. Es
algo que recién pensé en el momento que sentí el par de punzadas en la espalda.
Su (igual de flamante) aura era una franja
estática.
Un indicio claro de que le estaba costando
reaccionar.
_Lo que sea; el conocimiento nunca sale
sobrando, nunca está demás – accedió la soberana insular, alegrándose para sus
adentros que el hechizo haya funcionado sin problemas –. ¿De qué se trata?.
_Es acerca de esa energía adicional que
recibí. Mejor dicho, de una parte del procedimiento que usaron las hadas para
crearla – indició Eduardo –. A qué elemento recurrieron para conferirme esa
protección adicional con que cuentan los seres feéricos?, ¿cuál fue el material
original que transformaron en el polvillo?. No es que eso me alarme o preocupe,
que de hecho no lo hace, pero así y todo quisiera saber cual fue ese material.
_Una escama, la de un pez. Hasta donde
sabemos es el primer ser vivo con el que tuviste contacto en este planeta. Si
tenemos la certeza de que se trató de un contacto indirecto e involuntario, porque
de lo contrario hoy no estarías con vida. No habríamos podido recuperar más que
unos pocos fragmentos. El pez fue un megalodón, la más grande de las especies
de tiburones que existen en este mundo. Si, un megalodón, de los tres o cuatro
depredadores más temibles de ayer y de hoy. En el mes de Enero es cuando llegan
a las costas insulares perimetrales, para su temporada de apareamiento –
informó Isabel. Nadia, Elvia y Cristal, que habían ido con ella a la playa,
secundaron las palabras mediante gestos faciales –. Probablemente uno de ellos
te golpeó, o rozó, y la escama quedó adherida a tu piel. Tuviste mucha suerte,
o toda, quisiera agregar, porque no son muchas las veces en que un ser vivo, el
que sea, que se cruce con un megalodón pueda vivir para ver otro día. Nadie ni
nada que viva bajo el agua se encuentra a salvo. A la larga, descubrimos que
eso habría de determinar el color de tu aura, aun con esa fugaz indecisión. A la
escama la encontramos en tu tobillo izquierdo, y no me preguntes acerca del
motivo, porque no lo conozco, o al menos no lo conocí en ese momento, pero la
quise conservar. Estabas en una cabaña en el límite de una playa, en una zona
inundable. A veces alguno que otro de esos animales termina varado en la arena,
generalmente los más jóvenes. Supimos que no fue ese el caso. Tal vez eso me
llamó en ese momento la atención. Por eso conservé la escama, porque la encontré
en un lugar para nada habitual.
_E imagino que ya habrás podido deducir lo
que hicimos las hadas más adelante – agregó Nadia, en tanto permanecía a la
espera de cualquier reacción en el aura de Eduardo –. Transformamos la escama
del megalodón en el polvillo y nos las ingeniamos para que vos lo incorporaras
a tu organismo. Eso lo hicimos ayer por la mañana. En realidad fueron ellas –
señaló con la vista a las hermanas –, durante el desayuno.
_¿Cómo hicieron eso?., inquirió el
arqueólogo.
_Con el té que estuviste tomando. Echamos el
polvillo en la taza y lo mezclamos con una cuchara – informó su futura cuñada,
que entre risas agregó –. Tendrías que poner, me parece, algo más de atención a
lo que te dan para comer y beber, ¿no te parece?. Fueron las instrucciones de
la reina Lili, aunque no nos explicó gran cosa sobre el motivo para el
interrogatorio, cuando nos dijo cuál había sido el destino de la escama. Isabel
y yo se la habíamos llevado a su oficina, a la mañana siguiente de que
abandonaras el Hospital Real.
_Resultó suficiente con que tu novia te
distrajera como solo ella lo sabe hacer, para que Cristal pudiera cumplir con
su parte – añadió Kevin, viendo como la soberana desaparecía en medio de una
espesa nube (se había tele transportado) y provocando que Isabel, para variar,
volviera a sonrojarse. Otra vez estaban sentados en la grada, apiñados en el
centro de ella –. No fue algo del otro mundo. Y si no pudiste notar ningún cambio
o algo distinto, más allá del sabor del té, fue porque aún faltaban la energía,
el otro de los componentes vitales. Ahora que los tenés a los dos se podría
decir que estás completo. Incluso biológica y físicamente vas a cambiar, aunque
esas variaciones van a ser graduales. No vas a tener problemas con eso de
adaptarte, ni a todo lo que implican esos cambios. ¿Por qué no hacés alguna
prueba?.
_¿Prueba? – repitió Eduardo –. ¿Cómo cuál?,
¿qué tengo que hacer, exactamente?.
¿Qué ejemplo podría dar el originario de Las
Heras para hacer una exhibición, la primera, de sus nuevas y recién adquiridas
habilidades?, ¿Qué otras aplicaciones tendrían aquellas, aparte de la técnica del
vuelo?.
_Lo que se te ocurra, lo primero que te venga
a la mente. Pero dada tu completa falta de experiencia te recomiendo que no sea
algo complicado – sugirió el jefe de la Guardia Real –. Isabel, Cristal, Nadia,
Elvia y esta preciosura de mujer que es
Lía – otra hada con las mejillas enrojecidas –…, son las cinco reinas
indiscutibles de los chismes en toda la ciudad y puede que fuera de ella, un
título que revalidan a diario – la media decena de chicas gruñó ruidosamente –.
De esa manera nos pudimos enterar que sos hábil en mover unos pocos objetos
sólidos empleando tu fuerza vital, que nosotros llamamos “Woga”. La
telequinesia fue y es una de nuestras técnicas principales, fácil o difícil
para aprender según se mire… según la voluntad y el empeño. Ahora te va a
resultar mucho más sencillo que antes.
_Está bien, lo voy a intentar., accedió
Eduardo.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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