El hada a la que hacía referencia verbal era
la única y exclusiva poseedora de uno de los dones más extraños, y era a
aquella que una parte del nombre había conferido a una de las regiones, la del
norte, del reino insular, porque todos los archivos y leyendas apuntaban a que
su origen estaba en esa parte del continente centrálico, y a una extensa área
boscosa en ese sector del territorio de Insulandia. El nombre era “El Bosque
Pacífico del Hada de los Deseos”, y se debía dicho nombre a uno de los lugares
más tranquilos, cuando no el más tranquilo, del país como una parte del todo y
al continente como el todo mismo. Un verdadero remanso de paz y quietud en el
que su residencia tenía (había parte de mito y de verdad en esto) un hada cuyos
poderes y habilidades eran tan grandes que, se sostenía, era capaz de convertir
en realidad cualquier cosa que se le pidiera, sin que importara su complejidad.
Aun tratándose aquella de una de las habilidades que mayores extrañeza y
dificultad implicaban su convocatoria – empezaba a explicar la hija mayor de
Wilson e Iulí – constituía algo de lo más sencillo, si se conocía y comprendía
el procedimiento, y su completa realización demandaba un lapso de exactos
treinta días. Se consideraba al de los deseos, continuaba explicando Isabel, como
uno de los atributos más misteriosos, raros e inusuales en todo el mundo
feérico, a causa del nivel de complejidad del don en si, del lapso que
demandaba pasar de la teoría a la práctica (la convocatoria del hada) y lo
poderosos en grado extremo que eran los seres feéricos que poseían estos dones.
Pero lo que de verdad los convertía en únicos era precisamente eso, que nunca
existieron otros individuos como ellos en su tipo. En total eran diez, cinco
hombres y cinco mujeres, y cada uno representaba a uno de los continentes en
particular, del que se lo consideraba como guardián, escudero y protector, tal
cosa desde los tiempos que escapaban e iban más allá de los archivos históricos…
…y así como cl continente centrálico estaba
al amparo del hada de los deseos, Alba del Centro tenía al hada de la mente,
que podía leer los pensamientos y recuerdos, aun los “mejor guardados” y profundos
y aquellos olvidados, de los demás, de todos los seres feéricos y elementales,
aun a la distancia, solo con proponérselo y concentrarse. Alba del Este tenía
como custodia al hada de la visión remota y anticipada, capaz de ver lo que
estaba teniendo tiempo y lugar (remota) y lo que habría de ocurrir (anticipada)
en cualquier parte dentro de sus dominios y fuera de estos, hasta con una
quincena de diferencia y ventaja en el segundo caso. Alba del Oeste estaba al
cuidado y la custodia del hada de la materia, cuyo rarísimo don consistía en
poder manipular a su completa voluntad (cambiar) su propia consistencia y la de
cualquier cosa en la que posara sus manos, a cualquiera de los estados de la
materia (sólido, líquido, gaseoso e incluso el cuarto, llamado plasma)
únicamente concentrándose en su objetivo durante unos pocos segundos, y luego
devolverlas a su estado original, en cuyo caso le bastaba con chasquear los
dedos y pronunciar un conjuro con voz clara y alta, dos acciones que debían
llevarse a cabo con total sincronía. En Ártica, uno de los continentes polares,
estaba como veladora el hada de la reacción y los movimientos, de quien se
contaba que era capaz de lograr un par de hazañas igual de increíbles, remitiéndose
una de ellas a alcanzar una velocidad de cincuenta mil kilómetros por hora en
cuestión de segundos, esa asombrosa cifra indicaban los textos históricos
árticos, mientras que el segundo de sus grandes logros consistía en dar la
vuelta completa al continente bajo su protección, bordearlo con un margen nulo
de error y sin excederse más allá de sus fronteras, en la decimoquinta parte de
una hora (cuatro minutos) o menos, dejando tras su velocísimo paso una espesa
estela de humo cuando surcaba el aire y olas enormes cuando viajaba sobre el agua.
Reikuvia tenía como eterna guardiana al hada del sonido, un don por demás
extraño que le permitía anular, por el tiempo que le viniera en gana, cualquier
voz, sonido o ruido, conservando solo uno para poder concentrarse totalmente en
este y ver así si representaba algún peligro o no para sus dominios y de estos
sus residentes; podía también aplicar el polo opuesto, la amplificación, y para
uno u otro caso se valía además de su desarrolladísimo oído. Florentina contaba
con el hada de la vida como protectora, a quien se le atribuía la
extraordinaria facultad de devolver la salud y restituir todas sus energías a
cualquier forma de vida elemental, vegetal, animal y fungi que se pudiera
encontrar incluso al borde del fallecimiento, para lo cual no tenía más que aferrar
con una de sus manos a dicha forma y concentrase con fuerza y decisión en su
labor. Quien protegía a y velaba por Lunaris, el tercer continente más poblado
del planeta, era el hada con el don de la invisibilidad, una cualidad extraña
por excelencia mediante la cual ella, como así también cualquier objeto de
cualquier estado (sólido, líquido, gaseoso o plasma) con el que hiciera
contacto, se podía volver invisible, escondiendo también su materialidad y
cualquier otro indicio que delatara su presencia; nadie sabría que estaba allí
ni aun pasándole por encima. En el continente polar del norte, Polus, el hada
de las estrellas era la veladora y protectora, y su habilidad era la extraña de
las extrañas, la inusual de las inusuales: consistía en poder viajar en la
exósfera planetaria, la capa superior atmosférica, que se encontraba a más de
seiscientos cuarenta kilómetros de la superficie (las hadas, en promedio, no
superaban los doce y tres cuartos de kilómetros de altitud) y darle una vuelta
completa al globo, en dicha capa, en el tiempo exacto, los archivos y registros
históricos así lo indicaban, en trescientos veintidós minutos ( cinco horas y
un tercio más dos minutos), pudiendo además concentrar en su persona cualquier
fuente de iluminación natural y artificial, oscureciendo todo lo demás, usando
esa facultad como arma. Y la eterna guardiana de Trópica era un hada cuyo don natural
consistía en poder transformar un objeto en otro, pero siempre dentro de un
mismo rubro (el o los materiales con que ese objeto fue construido), sin
importar su peso, dimensiones ni su volumen, y conservar esa apariencia en el
objeto por todo el tiempo que quisiera; una habilidad muy provechosa en tiempos
pasados.
Aunque muchos textos y otros archivos históricos
de los seres feéricos relativos a esta decena de hadas se hubieran perdido, si
se sabía que la última vez que todos hicieron su aparición fue durante la
Guerra de los Veintiocho contra Iris y su banda sediciosa, aunque también pelearon
contra los ilios, una contienda de consecuencias catastróficas en la que cumplieron
funciones como defensoras y atacantes – Kevin había relevado a Isabel en la
explicación –. Ambos continentes polares y las tres Albas tenían protectores
masculinos: Zeumdé en Polus, Akbulé en Ártica, Jebáge en Alba del Centro, Skur
en Alba del Este y Meiráuq en Alba del Oeste, en tanto que cinco mujeres
defendían a los otros continentes: Ubeku en Trópica, Ceuke en Florentina, Muceu
en Reikuvia, Lumiq en Lunaris y Vica en Centralia.
La leyenda de estas hadas con poderes
extraordinarios, sin embargo, no se limitaba únicamente a las hazañas que
podían lograr con sus dones, en cualquiera de sus otras capacidades, que no
eran pocas ni de alcance limitado, ni en las numerosas proezas que podían
alcanzar trabajando individual y grupalmente, variadas en calidad y cantidad, o
en su inmensa comunión con todos los reinos de la naturaleza – narraba la flamante
médica, a cuyo novio había suplantado en la conversación explicativa –. La historia
transmitida de una generación a las que le siguieron y todos los archivos
históricos confirmaban y confiaban que el poder que poseían estas así conocidas
como “Hadas legendarias” era tan grande que llegaba al extremo de posibilitarles
una unión total del cuerpo, la mente, el alma y el espíritu, con ello pudiendo
transformarse primero en esferas luminosas y brillantes no más grandes que una
canica que adoptaban el color de sus respectivas auras (amarilla, azul,
celeste, verde, roja, cian, magenta, naranja, violeta y lila), para
inmediatamente después dar paso a la undécima hada, que de acuerdo a las
leyendas, relatos, textos antiguos, crónicas y libros de historia era la más
poderosa de todas y el ser más fuerte de todo el reino elemental, poseedora de
un aura que reunía a cada uno de los colores fríos y cálidos. Pero tal cosa
nunca había ocurrido, ni siquiera durante la Guerra de los Veintiocho, en la
que estas diez hadas hicieron exhibiciones y demostraciones de todas sus
destrezas y habilidades, por lo que los seres feéricos versados en historias aseguraron
que el poder de la “número once” (o número uno, tal como indicaban unos pocos
de los textos), era tan grande que podía incluso reunir y aplicar hasta el
último de los dones de sus congéneres y los demás seres elementales, dominar el
clima y las condiciones atmosféricas sin complicaciones y a su completa
voluntad, algo que por principios e instinto ningún hada podía hacer, adoptar
no solo el aspecto físico de sus semejantes, si es que los hubiese tenido, sino
también el de cualquier ser viviente perteneciente a ese y los otros reinos de
la naturaleza, controlas la telequinesia y la telepatía a un nivel que era
infinitamente superior al de cualquier otro ente, la posibilidad de sobrevivir
por cuanto tiempo quisiera más allá de la exósfera, la última y más alta capa
atmosférica, y un aumento exponencial de las habilidades y los poderes de los
seres feéricos que la formaban, cuando estas al fin se hubieran de separar. Cualquiera
de las otras cosas que sabían o podían hacer esas diez hadas eran vistas y
consideradas también como proezas.
En ningún lugar del planeta existía una
imagen o gráfico descriptivo de esta undécima hada y era muy escasa la
información sobre ella, los textos que sobrevivieron al paso de los milenios
mencionaban muy poco o nada acerca de ellos y la decena de seres feéricos, cada
vez que se los convocaba, negaban tener 
algún dato sobre ella o evitaban hablar de este tema, poniendo evasivas
o bien cambiando abruptamente de conversación. Era a causa de esa inexistencia
casi total de información e ilustraciones fehacientes que los seres
elementales, pero particularmente las hadas, daban por sentado que esta parte
de la historia era algo producto del imaginario colectivo, surgido este de
todas las vivencias y aventuras de los diez entes que formaban al undécimo.
Posiblemente hubiera sido una exageración de la magnitud y el alcance de los
poderes en los eternos protectores de los continentes, y dando paso con esa
acción a lo que con el tiempo pasó a denominarse como “Leyenda del Hada
Invencible” – otros textos la llamaban como Hada primigenia, Hada Madre o Hada
Primitiva –. Otra leyenda surgida con el paso de los siglos, constituyente
primario de la religión hoy desaparecida, aseguraba que este poderoso ser
feérico había sido el responsable de crear a todos los componentes de los
cuatro reinos de la naturaleza (la “creación”, según las hadas) y que, temiendo
a sus descomunales poderes, había hecho algo innovador, otra más en su gran
gama de habilidades, para aplacar, tal vez para siempre, ese temor suyo: la
magia. Un medio con el que pudiera dividir su alma, cuerpo, mente y espíritu en
diez partes de similares características y con el mismo poder, para que cada
una residiera en una de las porciones en que había ella dividido la gran y
única masa de superficie terrestre (la geología fue la que se ocupó de
desmitificar esta parte de la historia, o de la religión), dando origen de esa
manera a las hadas de la mente, de la visión remota y anticipada, de la
materia, de la reacción y los movimientos, de los deseos, de la invisibilidad,
de la vida, de las estrellas, del sonido y de la transformación. Con el tiempo,
las leyendas y textos históricos así continuaban, las diez hadas trajeron al
planeta a los descendientes que, aparte de evolucionar biológicamente, se esparcieron
por y poblaron el agua y la tierra. Ni siquiera se conocía el nombre de la
undécima hada, y de su aspecto físico, como lucía, la personalidad y el
carácter únicamente era posible hacer especulaciones con menores o mayores fundamentos,
aproximaciones, representaciones artísticas y gráficas, las cuales cambiaban según
el artista, de acuerdo a las interpretaciones propias de quienes la historia contaran
y con el indetenible paso del tiempo. Lo único confirmado y verdadero no iba
más allá de la existencia de e invencibilidad de las hadas protectoras, que por
supuesto no eran como las demás. Estos cinco pares estaban presentes únicamente
cuando se los convocaba y estos entes adoptaban una consistencia o forma física
nada más que durante el tiempo que les demandara dar inicio, continuar y
concluir aquella tarea que les hubiera sido encomendada tras la convocatoria,
por lo que se creía que estas hadas estaban presentes desde el inicio de la
vida primigenia y, más aún, que se trataba de seres inmortales. 
Como concluyera la hermana de Isabel la
charla explicativa, la decena de hadas “vivía” solo mientras se encontraba en
el cumplimiento de sus misiones, a las que tomaban con toda la seriedad, pese a
que les demandaba poco o ningún sacrificio ni esfuerzo alguno su ejecución. Una
vez que estas tareas estaban analizadas, las hadas simplemente se esfumaban y
había que repetir el procedimiento desde cero al cabo de un ciclo de treinta
días para convocarlas una vez más.
_Isabel, Kevin y yo nos fuimos por las ramas,
de acuerdo, pero era inevitable, a la vez que necesario – admitió Cristal, descruzando
las extremidades posteriores. Siete minutos y un poco más se hubieron de
cumplir desde que entraran en ese bello salón, a la espera de la llegada de la
reina Lili y la princesa Elvia –. Necesario para que pudieras conocer una parte
de nuestra historia, Eduardo, e incluso una de las hipótesis con que en los
tiempos de la antigüedad los seres feéricos y elementales explicábamos las
cosas que no entendíamos, como el surgimiento de la vida y nuestra pujanza.  Cada una de esas hadas tiene un poder único,
una historia única y su propia forma para convocarla, y se cree que todas son
descendientes de Vica. A ninguna s ele puede peticionar algo que vaya más allá
de sus capacidades, independientemente de que tenga que tratarse de una cosa
seria lo que vaya a pedírsele, ni tampoco que constituya algo, cualquier cosa,
que vaya en contra de nuestras costumbres, cultura, principios, valores y tradiciones,
porque eso fue y es algo inadmisible y una traición a la raza. El hada
protectora del continente centrálico también se llama Vica, y se la puede
convocar… ¿Kevin?.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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