_Hubiera sido imposible, o casi, explicarlo
de una manera mejor que esa – fue la conclusión del artesano-escultor, dándole
la razón a su compañera sentimental. Veía en locaciones cercanas varias
cuadrillas de trabajo, ya estas formando parte permanente del arrasado paisaje,
reinstalando unos pocos y nuevos postes para el alumbrado artificial y algunas
cercas en los arbustos recientemente plantados. El trabajo sería arduo y
duradero –. Nosotros, y me estoy refiriendo a Cristal y a mí, empezamos a
pensar muy en serio en la posibilidad de una mudanza más allá de la Ciudad Del
Sol, al interior de la isla Buenaventura. Especialmente a El Rojo, que es un
caserío de ciento diecinueve habitantes que forman veintiocho familias, ciento
cincuenta y nueve kilómetros al suroeste de Del Sol. Lo llamaron así al momento
de fundarlo, hace ya mil doscientos años, porque había crecido en su plaza
pública un manzano que en tanto estuvo de pie, durante las seis décadas que le
siguieron a la fundación, se llenó de frutas que le dieron un color rojo casi
total, y constituyó una de las fuentes de ingresos y el distintivo principal
para el lugar y sus habitantes. El Rojo es un lugar muy tranquilo, como
cualquier otro en Insulandia. Se parece al lugar en el que nací, por eso me
gusta tanto.
_Pero, ¿qué va a pasar con sus obligaciones
actuales? – quiso saber el compañero de amores de Isabel, girando la cabeza
hacia cada lado. Deseaba que la reunión con la reina Lili no se prolongara por
demasiado tiempo. De verdad quería estar allí afuera, ayudando en lo que
hiciera falta… y era mucha la ayuda que se necesitaba. Era eso lo que faltaba para hacer peor la
situación: que fuera insuficiente la mano de obra –. ¿Cómo piensan resolver
eso?. Las distancias desde ese posible nuevo hogar hasta sus actuales lugares
de trabajo, por ejemplo. ¿Ciento cincuenta y nueve kilómetros, dijeron?. Eso no
queda a la vuelta de la esquina, es más bien una… un momento – pensó en voz
alta–. ¿Las puertas espaciales, no es así?. Las van a usar para poder cubrir
esa enorme distancia en cuestión de segundos.
El cuarteto tomó otra curva.
De ahora en más el camino hasta el castillo
era una línea recta.
_Si, las puertas espaciales podrían
representar la mejor de las opciones, porque viajaríamos desde El Rojo hasta
esta ciudad en no más de diez segundos, y hay una puerta en las afueras de ese
caserío. Aun si no fuera de esa manera, ciento cincuenta y nueve kilómetros no
son nada. Kevin y yo llegaríamos en aproximadamente ocho o nueve minutos a
nuestro destino. Lo mismo para ir desde del Sol hasta El Rojo – dijo Cristal,
restándole importancia al factor espacio – Y en mi caso tengo otra posibilidad
con respeto al trabajo. A mediados de este mes va a empezar la construcción de
un nuevo dispensario médico en ese pueblito, porque el que había allí se vino
abajo con la Gran Catástrofe, y ayer a la noche terminaron de remover las
ruinas. Los expertos del Consejo IO aseguran que las tareas no van a extenderse
por más de dos meses y medio. Podrían terminar a mediados de Junio – a lo lejos
se podía observar la plaza, un manchón de varios tonos de verde entre el que
sobresalía el Castillo Real –. De concretarse la mudanza, voy a poder trabajar
allí, cuando por fin haya sido inaugurado. De ninguna manera la distancia
representa un problema para las hadas. Podemos surcar el cielo a grandes
velocidades o llegar a un lugar prácticamente al momento, con las puertas
espaciales. Se podría decir que con el paso del tiempo, es decir de los
milenios, las hadas dominamos ese factor.
La hermana de Isabel hizo en su mente una
conclusión por demás oscura.
Si por algún motivo las puertas espaciales
dejasen de funcionar se estaría en presencia de una (otra) crisis enorme en
todo el planeta. Las distancias volverían a ser un problema, porque se acabaría
eso de cubrir cientos de kilómetros, cuando no miles, en pocos segundos.
_Consideranos como otro de los reinos que
existen en la naturaleza, con sus propias ventajas y desventajas competitivas –
pidió Isabel a Eduardo. En dos o tres minutos estarían en la plaza central, y
en seis o siete a las puertas del castillo, y a la imponente verja que
engalanaba el ya de por si majestuoso frente –. Uno es el vegetal, otro el
animal y el otro el fungi, y el cuarto y último es el que forman (formamos) las
hadas, como una parte del todo. Formamos parte del reino elemental, se podría
definir, en simbiosis y coexistencia con los otros tres. La clave, o una de las
claves, de la supervivencia de los cuatro es esa interacción.
Una carreta pasó junto al cuarteto, en su
misma dirección. Llevaba equipos e insumos para las refacciones en la plaza
central.
_De acuerdo, entonces – aceptó Eduardo,
todavía pensando con cierta concentración en la transculturación, la
asimilación, la simultaneidad y aquella lista que había armado, convencido de
que estaba pasando por alto varios puntos más. Se esforzaría por retenerlos en
su memoria y en otro momento los agregaría a la lista –. Uno de los cuatro
reinos que forman la naturaleza. ¿Saben una cosa?. Ustedes y todos los suyos
tendrían que haber visto lo que yo y otros tantos creyentes de ambos sexos hicimos
allí en la Tierra sobre los seres feéricos. Personas dispersas por todos los
rincones del globo, de cincuenta países si la memoria no me falla, que
interactuamos para poder optimizar y maximizar los resultados. Es toda la
información que pudimos recabar, y que obtuvimos de numerosas fuentes, libros
incluidos. También en recopilamos las fábulas y leyendas más representativas,
sobre todo las de origen céltico. Por lo que vi desde que abrí los ojos, ese
trabajo refleja tal cual la cultura, costumbres y el modo de ser de las hadas.
_¿Qué clase de información es esa?., quiso
saber el artesano-escultor, demostrando curiosidad y desconcierto.
Por las expresiones faciales que hubieron de
adoptar, las hermanas de aura lila también cayeron en esa intriga.
_Toda la que se puedan llegar a imaginar. Modestia
aparte, ese trabajo es excelente – confió Eduardo, tratando de pensar y de no
hacerlo al mismo tiempo. Quien sabe cual suerte pudo correr ese trabajo – Me tomó
alrededor de dos años el poder recopilarla y otros siete meses para pasarla a
limpio, e incluso pude obtener, gracias a la ayuda de los demás creyentes
alrededor de la Tierra, dos mil cincuenta gráficos, dibujos e imágenes de seres
feéricos en distintas poses y haciendo varias actividades, que sumé a lo que yo
ya tenía. Lo hicimos, lo conseguimos, y como recompensa me aseguré que cada creyente
tuviese en su poder una copia del trabajo ya pasado a limpio, que son en total
trescientas cincuenta y cuatro páginas. Naturaleza, hábitats, supuestos orígenes,
faltas condenadas, ocupaciones, comidas típicas, el significado de sus nombres
tradicionales, tipos de hadas, festividades, funerales… creo que está todo. No
es en verdad muy diferente a lo que pueda conocer, o que ya pude conocer, desde
que abrí los ojos acerca de ustedes, a excepción de la combinación de los
estilos de vida y la transculturación. Supongo que también por la especiación,
porque el trabajo hace referencia únicamente a nueve tipos de hadas – y se
volvió a lamentar –. Es una verdadera lástima que se haya perdido. No tanto por
el tiempo y el presupuesto que demandó hacer tal cosa, sino por la enorme carga
simbólica que tuvo y tiene para los creyentes, como yo, y el efecto que ese
trabajo podría tener acá, en el mundo de los seres feéricos y elementales,
porque también a estos hace una referencia, aunque no tan extensa. Estoy
convencido de que podría haber contribuido a la conservación de sus
tradiciones, costumbres y acervo cultural.
_¿En serio es imposible la recuperación de tu
trabajo sobre las hadas, sobre la especie feérica?, ¿estás cien por ciento
convencido de eso?., planteó, combinando seriedad con sorna, la compañera
sentimental de Kevin, volviendo la vista hacia su futuro cuñado.
Creía tener la solución para este problema.
¿La tendría?.
_Creo que estás hablando como si de verdad
fuera posible hacer alguna cosa con respecto a ese trabajo – dejugo el
arqueólogo, mirando a Cristal fugazmente, si dar crédito a sus oídos. Pero, en
simultáneo, en tanto creía en la imposibilidad de esas palabras, un muy
minúsculo rayo de esperanza apareció en lo profundo de su mente, y tal
aparición hizo que preguntara a la hermana de Isabel, con esos sentimientos
mezclados –. ¿Si es posible, no?.
_ Claro que es posible., confió la flamante
médica, antes de ofrecer la que, según ella, constituía una de las dos maneras
de recuperar el trabajo del que Eduardo se sentía orgulloso.
En Cristal se centró la atención del trío que
la acompañaba, particularmente la de Eduardo, al tiempo que llegaban al camino
que circunvalaba la plaza central.
Era complicado desde cierto punto de vista,
desde el aspecto teórico, porque el práctico era algo diferente, literalmente
el polo opuesto, y hasta donde se conocía, la única hada en el reino de
Insulandia que tenía la habilidad para hacer algo a ese respecto, por tratarse
del más fuerte de los seres feéricos, era la reina Lili. De esa manera se lo
había explicado la Consejera de Cultura, que era además la princesa heredera al
trono, a las hermanas de aura lila, cuando ellas tres, Nadia, como médica que
era, y la soberana se preguntaran por primera vez si aquel individuo
desconocido aparecido en su mundo por una causa azarosa, no habría de añorar y
sentir nostalgia – aunque era demasiado pronto para eso – por la Tierra, o de
esta algo en particular, puesto que debería quedarse en el planeta de los seres
elementales y la sociedad de las hadas casi de por vida. Afirmarían ellas y sus
congéneres tal cosa cuando el conocimiento tomaran de su creencia en y
admiración por las hadas. Tiempo después habrían Cristal, Elvia, Isabel, la
reina Lili y Nadia reconocido que estuvieron y estaban en lo cierto al confirmar
que aquel hombre si habría de extrañar cosas, y varias. Después de hacer hecho
uso del “Espectador”, el símbolo mágico insular por excelencia, concluyeron que
Eduardo era de esa clase de individuos muy aferrados y arraigados a su tierra
de nacimiento, en su caso Las Heras, y por consiguiente a sus posesiones y
bienes materiales. Concluyó también el quinteto de mujeres que una vez que hubiera abierto los ojos, habría
de sentirse mal, anímica y espiritualmente hablando, por haberlo perdido
absolutamente todo con el viaje entre los planetas.
“Aun si pudiera volver a la Tierra, ¿quién
asegura que las cosas van a seguir tal
como estaban?, ¿quién dice que los demás humanos lo van a reconocer, y
viceversa?; va a ser otro mundo, uno muy distinto”, fueron al respecto las
palabras de la reina insular.
El quinteto de hadas se preguntó cuál sería
la posibilidad, de existir esta, de transportar algo, cualquier objeto de
consistencia sólida, que aquel ser humano del sexo masculino anhelara
recuperar, y barajaron inmediatamente la idea, poco viable pero idea al fin, de
un antiquísimo hechizo que las hadas de la antigüedad únicamente habían usado
dos veces desde el Primer Encuentro y cinco antes de el, al que llamaban “Técnica
de la movilidad trans planetaria”, o, por su sigla, “TMPT”. Una habilidad
virtualmente imposible y tremendamente complicada que básicamente consistía en
trasladar un objeto sólido, el que fuere, entre dos puntos sin que importara la
distancia entre ambos, sin tener que estar viéndolo constantemente sin pestañar
y únicamente pensar en el. No se requería de ninguna otra cosa. La complejidad
de esta técnica radicaba en el objeto en si que se deseara transportar: era más
complicado o menos hacerlo dependiendo del peso y de las dimensiones, y de que
el hada que intentara usar esa clase de magia – esto era esa técnica, de hecho –
fuera capaz de precisar con una exactitud del cien por ciento la locación del
objeto en cuestión. Otro problema no menor era que nada podía garantizar que
las posesiones y bienes materiales del experto en arqueología submarina no hubiesen
sido cambiados de lugar luego de su desaparición tan misteriosa, extraviados o,
peor, destruidos. Esta parte del proceso de recuperación implicaba un lapso de
tiempo incierto, que dependía de que tan ducha fuera el hada que lo estuviera
ejecutando (¿sería la reina de Insulandia capaz de lograr una hazaña de
semejante magnitud?), y tras el cual el objeto, en caso de haber sido
correctamente hecha esa técnica, debería desaparecer de su ubicación exacta,
cualquiera fuera esta, para reaparecer justo en las manos de quien ejecutara
dicha habilidad, o, como la misma soberana insular la definiera, una forma
mucho más sofisticada y compleja de la tele transportación. La diferencia entre
una cosa y la otra era que la técnica TMPT implicaba trasladar un sólido sin
que lo hiciera el o la ejecutante, y el desplazamiento, o “tele transportación”
se refería a que esa persona también se podía trasladar. “Es a todo o nada”,
había sido un comentario de Cristal, porque estaba en todo momento latente el
riesgo de que el objeto sólido se perdiera – ese espacio que había entre las
dos dimensiones, una especie de limbo –, si llegara la técnica a fallar mientras
estuvieran ejecutándola. La reina Lili y su cuarteto de súbditas creyeron que la
TMPT no se llevaría de la teoría a la práctica, salvo que de por medio
estuviera el pedido sincero de ese hombre, y siempre y cuando aquel hubiera
sabido ganarse el hecho de que un ser feérico hiciera tal sacrificio por él.
Pero, ¿habría Eduardo hecho el suficiente
mérito?.
_ Escuché algunas cosas sobre esa técnica, y
para lo que se supone que podría usarse es bueno, aunque estamos hablando no
solo de una ubicación desconocida, sino de otro planeta. Así y todo, hay
posibilidades de recuperar tu trabajo sobre las hadas – agregó Isabel,
otorgando otro crédito de esperanza a su compañero de amores. A este hubo de
dirigirse y le preguntó –. ¿Nos podés dar algún dato, el que sea, sobre ese
trabajo?. ¿Cómo es?, ¿es un libro, un cuaderno u otra publicación?. Eso es lo
básico para empezar, si como supongo es tu intención recuperarlo.
A las palabras tomó entonces Eduardo.
“Las hadas”.
Bien sencillo y simple, pero a la vez
conciso. Ese era el título de la extensa investigación sobre los seres
feéricos, y comprendía un total de trescientas cincuenta y cuatro páginas
cuadriculadas, lisas y rayadas, según la explicación lo ameritara, en un trío
de cuadernos (cada uno con ciento dieciocho páginas), de veintinueve punto
cinco centímetros de alto por veintitrés punto uno de ancho, incluidos en estos
el anillado que mantenía unidas a las
páginas, por ocho milímetros de grosos que conjuntaban, calculaba el – suponía,
porque nunca consideró como importante este dato –, un peso de alrededor de
quinientos gramos. Tenía un grave problema al no poder recordar en qué lugar
había quedado el trío, si en su casa de Las Heras o no, y, en caso de que no,
si los habría dejado en el hotel en que estuvo alojado o los habría llevado
consigo en el viaje. Como fuere, le bastaba con recordar los detalles, como el
peso estimado y las dimensiones.
Pero pasaron cerca de tres meses.
¿Estaría todavía en su casa, el hotel o en
este planeta?.
Peor, ¿estaría perdido o destruido?.
Con esa duda dando vueltas y vueltas en su
cabeza, Eduardo dio la información a Cristal, Kevin e Isabel: el peso que él
estaba calculando, las dimensiones y la carátula ilustrativa que estampara en
la tapa de cada cuaderno, además de haberles hablado sobre estos tres lugares
en los que se podrían encontrar las piezas.
El arqueólogo nunca sacaba ese trío de cuadernos a la calle, por razones de
estricta seguridad, porque estaban siempre latentes las posibilidades de robo o
extravío en cualquier instante de descuido, y nunca se separaba de ellos cuando
por una u otra razón tenía que viajar al extranjero. Pero, ¿pudo este ser un
caso de excepción?. Sería capaz, de no poder recuperarlo y si no funcionara la
TMPT, de reescribirlo, en parte, porque en su memoria figuraba entre el sesenta
y el sesenta y cinco por ciento de la información y los datos recopilados en
esos veinticuatro meses, pero los dibujos y las imágenes… Un problema adicional
era el espectador, el artículo mágico más representativo del reino y del
continente centrálico, cuyo líquido se había agotado. ¿Podría conseguir la
reina Lili que los componentes del Consejo Supremo Planetario autorizasen la
búsqueda de los elementos e insumos – ese organismo se ocupaba de la
manutención de los diez objetos mágicos y la regulación de sus usos – para hacer
otra cantidad de ese líquido especial?.
Con esa nueva duda ocupando sus pensamientos,
a su causa no pudiendo pensar que hacer ni cómo proceder con la debida
claridad, Eduardo prefirió dejar para más adelante este tema, se lo hizo saber
mediante gestos al trío que lo acompañaba, y retomar la conversación sobre la
mezcla de culturas. Restando unos pocos metros para llegar a la imponente verja
dorada, preguntó a Kevin, Cristal e Isabel:
_¿Eso creen, cierto? – otra vez en el camino
que circunvalaba la plaza –, ¿de verdad están convencidos acerca de la
imposibilidad de ponerle un freno a y escapar de la transculturación, o de la
asimilación de aspectos comunes que las hadas tomaron parta perfeccionar los
suyos?. Me extraña de los tres esa afirmación.
_ ¿Cómo? – se extrañó su novia, con un justo
y apropiado gesto de sorpresa en la cara. Al verlos aproximarse, las hadas
guardianas abrieron la verja con un chasquido –. Esa fue una pregunta rara. La
formulaste usando un tono particular, como si tu intención hubiera sido
animarnos. Hablaste como si de verdad fuera posible pegar ese giro de ciento
ochenta grados, como si se pudiera dar marcha atrás. Nuestra cultura de ninguna
manera va a desaparecer ni a mermar, a menos que las hadas también lo hagamos.
Pero hacer siquiera el intento de ponerle un freno a esa mezcla de aspectos
socioculturales y la transculturación tiene verdaderamente escasas probabilidades
de éxito, por no decir ninguna probabilidad – cruzaron el umbral y uno de los
guardias cerró la puerta –, y mucho menos ponerle un alto definitivo. No es
posible acabar en un lapso de tiempo
determinado, en cualquier lapso, con más de diez mil doscientos años de
evolución sociocultural. ¿No me equivoco, o si?.
E hizo referencia otra vez a otro evento
importante, consecuente del Primer Encuentro. Es por el que las hadas, si se
concentraban, podían ver lo que ocurría en la Tierra, aunque con las dificultades
propias de la distancia. Antes del evento trascendental no se podía hacer tal
cosa, y concluyeron que la conexión pudo ser establecida debido a la presencia
en este mundo de formas de vida originarias de aquel planeta.
_ Isabel está en lo cierto – coincidió con
ella Kevin, hablando seguro. No le veía demasiadas probabilidades al postulado
de su amigo –. Transculturación, asimilación y simultaneidad o desarrollo
propio, para este caso es lo mismo. El freno y el retroceso no son posibles ni
en sueños. Nosotros dependemos de muchas maneras de los aspectos que tomamos de
las civilizaciones de los seres humanos, de un modo o de otro, como para
hacerlos a un lado. Y con eso estoy refiriéndome a todo, no solo a los aspectos
culturales y los sociales. Esos son solo una parte.
_ Todo eso sin tener en cuenta que en el caso
de que pudiéramos aplicar uno de esos cambios nos demandaría años e incluso
décadas adaptarnos, o readaptarnos… quizás incluso siglos., añadió Cristal.
Los jardines frontales del Castillo Real no
eran lo que se dice reducidos. Ocupaban
un fondeo de alrededor de ciento setenta metros y de un lateral al otro se
extendían por doscientos cincuenta. Estaban delimitados por un entramado de
madera que sostenía plantas enredaderas de color verde claro, a la derecha, y
numerosos arbustos florales, a la izquierda.
- No hubiera hecho mención de ninguna palabra
acerca de un posible parate a la transculturación si no tuviera yo al menos un mínimo
de convencimiento de que ese freno es posible, ya no digamos probable –
insistió Eduardo, haciendo el conocido y clásico gesto con las manos para concentrar
la atención de su amigo y de las chicas. “si existe la posibilidad… o por lo
menos la probabilidad”, parecieron coincidir en sus pensamientos las atractivas
hermanas de aura lila y Kevin, al fijarse en el oriundo de Las Heras –. Ahora presten
atención a estas palabras, por favor. En la Tierra, y estoy seguro de que
también en este planeta, los símbolos existen y se encuentran presentes porque
las personas les prestan atención veneran y confieren poder o valor, o las dos
cosas, y les dedican tiempo, a veces mucho más del necesario. En algunos casos
es tan grande que se genera dependencia. Los bienes, las marcas comerciales y
los productos existen porque se depende más o menos de ellos. Un servicio, el
que sea, existe porque las personas se volvieron más o menos dependientes de el
– pensó en la telefonía celular, en su abuso y mal uso –. Las ventajas y los
atajos existen porque se sigue la ley del menor esfuerzo – había conseguido
ya la atención de sus tres oyentes y
algún que otro par de orejas atentas que había por allí –. ¿Qué podría pasar,
por ejemplo, si ustedes tres y las hadas
en general dejaran de prestar atención, venerar, darle valor o poder y
dedicarle tiempo a… que se yo, una construcción perdida en algún lugar de esta
isla y que está abandonada o en ruinas?, ¿o qué me dicen de algunos productos
existentes en la actualidad de muy poco agrado y arraigo?; ¿y de algún servicio
prácticamente no requerido?, ¿cuál suerte correrían si las hadas concluyeran
que llegó el momento de prescindir de ellos?.
Quisieron hacer un alto momentáneo para
ayudar a un dúo de operarios del Consejo IO a levantar un par de postes a cada
lado del camino, sobre el que planeaban levantar un entramado, que algún día se
cubriría con una nueva enredadera.
_ Acabarían volviéndose obsoletos, antieconómico
y traerían como consecuencia una inversión para nada necesaria – apostó el
artesano-escultor, aunque más que una apuesta pareció una sentencia. Era lo que
pasaría, sin dudas –. Las personas dejaríamos de sentirnos atraídas por la
edificación abandonada o en ruinas y esta seguiría cayendo por el deterioro y
el paso del tiempo. Los productos ya no estarían disponibles en el mercado y el
servicio dejaría de prestarse.
_ ¡Exacto! – lo felicitó Eduardo, dando un
solitario aplauso antes de seguir hablando. Habían ya dejado atrás a los
operarios de IO y retomado la caminata –. Nada necesarios y totalmente improductivos.
Ustedes tienen esa maravillosa capacidad de volar, ¿no?, y a velocidades increíbles.
La reina Lili, sin ir más lejos, puede superar la velocidad del sonido y cubrir
en tiempo marca los extremos norte y sur de Insulandia, sin que se vea obligada
a recurrir a la tele transportación. Pudiendo las hadas moverse por aire a su
completa voluntad para cubrir grandes distancias y contando además con las
puertas espaciales, ¿para qué necesitan de tantos transportes terrestres, hablo
de la cantidad, con dos o más plazas. A mi entender, eso no tiene razón de ser,
salvo que estemos hablando del transportista y de su acompañante – otro aspecto
íntegramente producto de la transculturación: transporte terrestre para
pasajeros. Recién estaban asomando los primeros en el mundo –. ¿Una estructura abandonada
y sin uso no se podría transformar en un peligro para quien por uno u otro motivo
esté en el interior, por su grado de deterioro? – Kevin, Cristal e Isabel
cayeron en la cuenta. Eduardo estaba en lo correcto –. Ustedes tres y otros
tantos de los habitantes de varias partes de esta ciudad me contaron que
algunos comestibles tienen un precio elevado y un sabor francamente horroroso.
¿Qué pasaría si los dejaran de comprar, más súbita que gradualmente, es decir
que se terminara su demanda?. Dejaría de comercializarse como consecuencia de
esa rentabilidad tan baja y podría darse el caso de que la producción llegase a
su fin. Creo que todo eso puede dar resultado si lo llevan a la práctica. ¿Y un
servicio cuál puede ser?... ¡ya se! – exclamó –. La guía postal insular, que se
renueva anualmente…
Otro aspecto tomado de las sociedades humanas
modernas.
Alrededor de un siglo y cuarto atrás había
aparecido en el reino insular, por una iniciativa del Consejo CEST, dicho
artículo, y no fue mucho el tiempo transcurrido para que se extendiera por
otras partes del planeta.
_... Las hadas tienen una memoria prodigiosa,
y estoy totalmente convencido de que ninguna que viva en el extremo más al sur
del país va a querer ponerse en contacto con una persona que vive en el extremo
más al norte, ala que desconoce completamente, y viceversa. Ese es solo un
ejemplo menor, porque se que existen otros de mayor complejidad o mayor
seriedad – se detuvieron al otro lado del camino que bordeaba el frente en esa
cara del castillo, porque una caravana con residuos y escombros de una
estructura menor derrumbada pasó justo delante –. Olvídense de los atajos y
ventajas, porque eso lo dije pensando en los peores individuos de mí especie:
me consta que los seres feéricos no son afectos a la ley del menor esfuerzo y a
la vagancia, porque poner voluntad, sacrificio y dedicación en todo lo que
hacen. Y si, insisto con lo dicho, sino posible, el freno es probable.
_ Pero, ¿funcionaría esa teoría tuya con
todos los aspectos de nuestra vida cotidiana, o solo con unos pocos? – planteó su
novia, otra vez avanzando sobre un camino. Poquísimos metros más adelante
estaba su destino –. Lo de las construcciones abandonadas, por ejemplo. En
Noviembre pasado, una de ellas se vino abajo porque estuvo cerrada y sin mantenimiento
durante ocho años. Pero principalmente porque las paredes se habían agrietado demasiado,
y porque las raíces de un árbol junto a ella habían levantado los cimientos y
dañado el suelo allí. Hubo una pareja herida y atrapada que… bueno, no hace
falta explicar que estaban haciendo – se le enrojecieron las mejillas –. Fue
treinta y dos kilómetros al norte de esta ciudad. A pesar del pudor y recato de
los socorristas, se murieron de la vergüenza cuando los encontraron y salvaron.
Después de ese incidente, la construcción en ruinas fue destruida por completo
y los escombros se enviaron a una planta TCD.
_ O los trajes y el calzado en los
casamientos – agregó la novia de Kevin –. Lo del blanco y el negro… Antes se
usaban los del aura de los contrayentes, y también la ropa y calzado más tradicionales
que los actuales. Esa costumbre se perdió con el tiempo. Podríamos recuperarla,
a las dos cosas… supongo.
La fachada del castillo no había salido
airosa de la Gran Catástrofe.
_ O muchos de los caminos locales, regionales
e incluso reales en todas partes dentro y fuera del territorio insular, pero
particularmente en este país. Por lo pronto los caminos que existen en esta isla,
imagino que esa es una buena manera para empezar. Me consta que a nivel país hay cincuenta y
cuatro mil novecientos ochenta y un kilómetros de caminos adoquinados,
empedrados, asfaltados, de ripio y de tierra en condiciones deficientes que no
figuran en ningún proyecto de recuperación – dijo el artesano-escultor, en cuyo
país natal esos caminos en malas condiciones llegaban a once mil kilómetros –. Son
muy poco o nada transitados, muchos se hallan en pésimas condiciones y rodeados
por la mala hierba y alguna que otra enredadera. Si se dejara de invertir en
esos caminos, el césped y la vegetación no demorarían siquiera un bimestre en
volver a ocupar el lugar que perdieron, que es algo que ya está pasando. Es lo
mismo que ocurre, el avance del reino vegetal, con las construcciones
abandonadas a su suerte.
_ ¿Vieron que si es posible el freno?. Bueno,
por lo menos se puede. Todos podemos hacer el intento de eso – reiteró Eduardo,
buscando animarlos, en tanto se daban todos los últimos retoques, porque la
buena presencia era otro distintivo muy característico de la cultura feérica –.
Solo hay que proponérselo y tener confianza. Entonces, va a ser cosa sencilla
que pase de la teoría a la práctica. A los caminos en malas o pésimas condiciones
solo hay que dejar de mantenerlos y eventualmente restaurarlos; el tiempo se va
a ocupar de ellos. En los casamientos, uno y otro los contrayentes pueden
volver a usar la ropa y el calzado más tradicionales y del color de sus auras.
Y las estructuras carentes de uso… no se, pueden ser destruidas, recicladas o
que la naturaleza haga el trabajo u recupere el terreno perdido. ¿Ustedes qué
piensan?, ¿hacemos ele planteo a la reina Lili y el poder político en general?.
“Hagámoslo”, coincidieron Kevin, Cristal e
Isabel, al tiempo que decidían echar un último y relativamente rápido vistazo a
los jardines frontales, antes de hacer su ingreso al cuerpo principal del
castillo
Los indicios del desastre eran muchos, en calidad
y cantidad.
Ese camino que conducía al cuerpo principal
tenía ahora una nueva capa de materiales, específicamente piedras de canto
rodado de diversos tamaños, traídas desde una cantera en la región sur del país.
La capa anterior había sido reemplazada por completo después de haber resultado
blanco de numerosos y significativos daños con la Gran catástrofe. A ambos
lados de la entrada del cuerpo principal, en las pintorescas garitas, estaba el
par de centinelas del regimiento de lanceros, totalmente inmóviles y con sus
lanzas en posición vertical, y había otra catorcena de hadas guardianas
dispersas en los jardines. El enormísimo espacio verde, otrora un lujo repleto
de especies vegetales – plantas con flores, césped cortado al ras, arbustos,
árboles… – era ahora una ruina general y las hadas del Consejo EMARN, sumadas
al personal estable del castillo, trataban de revertir ese triste aspecto una
actividad por demás exhaustiva, aun recurriendo a la magia y todas sus otras
habilidades. Coincidieron Eduardo, Isabel, Kevin y Cristal que ese espacio verde
y los otros dentro del predio tendrían
la prioridad en este, ya que era un hecho que aquella imagen impecable sería de
inspiración y levantaría el ánimo y la moral en el común de la población
feérica y elemental.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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