El barro y el agua a raudales continuaban
llevándoselo todo, un sinfín de objetos sólidos, sin piedad y sin hacer
diferencias entre colores, peso, densidad, tamaño o formas. Allí se iban, por
ejemplo, ramas grandes, medianas y pequeñas, algunas con más hojas que otras,
alambrados, maderas, postes, escombros y algún que otro resto de tal o cual estructura
venida abajo. En líneas generales, se trataba de objetos más livianos que la
enorme presión que de forma conjunta estaban ejerciendo el barro y el agua.
Para peor, la onomatopeya “¡crash!” contra las tejas de la casa era indicativo
de, por segunda vez desde que empezara la catástrofe, granizo – ¡si, granizo en
una región tropical! –, que ahora parecía estar dando sacudones a la estructura
con una ferocidad mayor. “Esto no puede empeorar más”, lamentaron los dos en la
sala. Otro tanto de tejas, alrededor de media catorcena, fueron destruidas al
impactar contra el suelo, y cuando el hada de la belleza se acercó a la ventana
pudo darse cuenta de que algunas de las piedras alcanzaban incluso el tamaño de
pelotas de tenis. Indudablemente, este desastre natural era decididamente peor
que el ocurrido cien años atrás, y restaban menos de doce horas para que lo
igualara en duración.
_Esto es completamente nuevo, de verdad. No
hay ningún antecedente en los registros históricos insulares. Los aguaceros
persistentes y vientos fuertes o muy fuertes son característicos y habituales
de las zonas tropicales, aunque pocas veces tan feroces como ahora – dijo Isabel,
volviendo a caminar nerviosamente por la sala principal. Sus pasos resonaban en
medio del agua estancada – pero esto es diferente. No hubo granizo durante el
desastre natural de hace un siglo, y no hay una sola mención de ese fenómeno
meteorológico en los textos antiguos del reino. Y en los otros países del
continente apenas se lo menciona. Me pregunto cuanto más puede llegar a
empeorar, y por cuanto más tiempo se va a prolongar. Esta catástrofe ya duró
demasiado.
_No hace falta que te preocupes de esa manera,
Isabel. Ese sentimiento de tristeza no cuadra para nada con tu personalidad
habitual. Lo que quiero decir es que no te hace bien alarmarte tanto – trató de
tranquilizarla su compañero de amores. Eduardo también tenía la mente dividida
en dos. Por un lado se estaba preguntando, otra vez, que hacer una vez que
estuviera fuera de la vivienda, y por otro que suerte estarían corriendo sus
amigos. Sabía que Kevin estaba con Cristal, pero nada más que eso –. Nada dura
para siempre, y este desastre natural no va a ser la excepción. Todo va a
volver a ser como antes.
Incluso palabras como esas – sostenía el hada
de la belleza –, tan sencillas, tenían su utilidad y eran de consuelo.
Era una grandiosa suerte para ella, pensaba y
reconocía – o continuaba haciendo, como si eso la animara –, tener a su novio,
el primer hombre en su vida, allí a su lado, en este complicado y angustiante
momento. Tenía un tranquilizante efecto que podía incluso hacerle olvidar que
la casa que con tanto esmero y amor cuidaba todos los días estaba siendo
víctima de esta catástrofe inclemente. Era muy poco probable (o nada, en los
instantes más pesimistas de Isabel) que el techo de la casa no sufriera más
daños, y era muy poco también que fuera a derrumbarse en su totalidad, aunque
las tejas estaban cayéndose a un ritmo alarmante, de modo que la atractiva hada
de aura lila y el oriundo de Las Heras cerraron herméticamente, y de ello se
cercioraron con detalles y rigurosidad, todas las ventanas y puertas en cada
uno de los ambientes, que quedaron con esa acción en un completo aislamiento, y
los corredores. Aun con el riesgo más que probable de quedarse atrapados en la
sala principal, su esperanza era que si alguno de los espacios finalmente se perdía
como consecuencia de los embates y el derrumbe del techo, no arrastrara con eso
al desastre total a otros sectores de la casa – “Tampoco nos va a servir de
mucho esta medida extrema”, hubieron así de referirse al aislamiento total,
para el caso de que la catástrofe natural conservara esos niveles de ferocidad –
Los ambientes, todos estos, quedaron aislados y como mínimo, cada uno tenía ya
una decena de goteras, y constantemente se escuchaba la onomatopeya “plic-plic-plic”
de las gotas que daban contra una superficie firme o caían dentro de los
baldes, que ya no servían, o lo hacían de muy poco. El único espacio relativa y
momentáneamente a salvo, en comparación con cualquiera de los otros, era la
sala multiuso, ya que el hada de aura lila, cada vez con la concentración se lo
permitía, recurría a sus cualidades mágicas para “sellar” las fisuras y goteras
e impedir con ello la penetración de más agua.
Parecía imposible que cualquiera pudiera
entrar.
Parecía imposible que cualquiera pudiera
salir.
_Le hice a mis progenitores la firme promesa
de hacer todo cuanto a mi alcance se encontrara para cuidar y preservar este
lugar, hace muchos años, de lograr que esta vivienda trascendiera incluso mi
propia existencia. Se me hace complicado, y mucho, poder cumplir esa promesa a
rajatabla, Eduardo. De verdad que no se qué hacer – las palabras de la hermana
de Cristal eran más bien un lamento. Su energía vital, el hombre tenía la
sospecha, debía de estar emitiendo algún tipo de calor, porque por evaporación
había desaparecido el agua acumulada en un pequeño recipiente sobre la mesa, luego
que el hada introdujera una mano en el – Ante una catástrofe, un desastre de
grandes proporciones como este, no hay voluntad ni empeño que alcancen.
Eduardo no contestó ni hizo comentarios por
lo bajo.
Le estaba empezando a preocupar la idea de
que, por una razón o por otra, sus amigos hubieran quedado imposibilitados para
llegar a La Fragua, 5-16-7.
Ese cuarteto de hombres que estaba próximo a
cometer un acto de heroísmo, o “locura por demás suicida”, definida así por las
hermanas de aura lila y la Consejera de Salud y Asuntos Médicos – Nadia estaba
en estos momentos en el Castillo Real, ocupándose de la atención sanitaria a un
grupo de refugiados –, provenía de cuatro campos distintos, los que,
individualmente, no iban a resultar de ayuda alguna para la Ciudad Del Sol, ni
para sus decenas de miles de habitantes ante semejante catástrofe, pero que si
trabajaban como equipo podrían demostrar y hacer lo contrario, y, por ende,
lograr maravillas y proezas, por qué no hazañas, en medio de la crisis. Ya
sabían de la existencia de otros “suicidas” dispersos pro Insulandia, que
también eran de campos diversos que estaban dando lo mejor de si, y eso los
había alentado, servido como un ejemplo a
seguir. Oliverio, el compañero de la heredera al trono insular, era el
Consejero de Infraestructura y Obras del reino, y sus conocimientos en esa área
serían indispensables para esta tarea, pues sabría como proceder cuando, por
ejemplo, se hallaran ante o dentro de una estructura cuya integridad estuviese
peligrando. Lursi, el prometido de Nadia y segundo al mando del Consejo SAM,
era médico, y sin lugar a dudas la presencia de uno de ellos en el grupo, con
todos sus sólidos conocimientos y la experiencia, sería una ayuda mucho más que
valiosa e imprescindible… y de seguro haría falta, porque habría decenas, sino
era que más, de heridos y rezagados intentando ponerse a salvo. Siendo
artesano-escultor de profesión – artesanías y esculturas eran mucho más que
oficios en la sociedad de las hadas, siendo ambas partes esenciales de la
cultura feérica –, Kevin no poseía el conocimiento ni la experiencia al
respecto, como ciencias de la atmósfera (climatología y meteorología), medicina
u obras de ingeniería, pero su destacada y notable resistencia física y
musculatura, aquella que constituía un distintivo suyo, podría resultar muy
útil y beneficiosa a la hora de soportar y sostener con sus manos o sobre su
espalda el peso de tal o cual estructura, en tanto el peso en cuestión no
superara los quinientos kilogramos, tal era su límite, y mientras su trío de
amigos rescataba a una o más víctimas potenciales atrapadas entre esas pilas de
escombros. Menos conocimientos y menos experiencias poseía el experto en
arqueología submarina, pero sabiendo lo básico de algunos oficios que podrían
tener su utilidad, siendo el autor intelectual del plan suicida y habiendo
vivido cada uno de los días de su vida en un lugar – Las Heras – que se estaba
transformando gradualmente en abonado a varias inclemencias climáticas y
atmosféricas, sabría como proceder de manera acertada ante una catástrofe,
aunque jamás había presenciado ni vivido una con tanta ferocidad. El cuarteto había acordado reunirse en la casa
de Isabel en algún momento de la tarde de este día, pero sin especificar el
horario.
_Son las diecisiete horas con cuarenta
minutos – comunicó el hada de la belleza a Eduardo – Conozco a los tres de toda
la vida. Si hicieron la promesa de venir, van a cumplirla, aun con este
desastre. Además suscribieron el convenio de sangre, Se van a reunir.
El hombre observaba a través de la ventana,
cada vez con mayor frecuencia. Seguía sin haber ninguna novedad de Lursi,
Oliverio y Kevin.
De pronto, la pareja advirtió una vez más la
aparición de las luces de color lila desde la vivienda al otro lado de la
calle, que formaron signos ortográficos y letras a una altura media.
Cristal se comunicaba con el método clásico,
y el mensaje indicaba algo nada alentador.
“Oliverio y Lursi están en dificultades.
Se quedaron atrapados en la torre que da su nombre al barrio El Mirador. Un
bloque de concreto está obstruyendo la salida, uno de los niveles superiores
colapsó hará cosa de quince minutos y no existe otra salida”
Isabel respondió a ese mensaje “escribiendo”:
“¿Cuánto hace que se encuentran
atrapados los dos allí y cómo pasó?”
Cristal le hizo saber:
“Alrededor de quince minutos, más o
menos. Un acto heroico, si me lo preguntan. Le salvaron la vida a los
centinelas, que habían quedado heridos, y cuando trataron de salir de la torre
los sorprendió el derrumbe de un enorme bloque del piso superior”.
Por (alarmante) pedido de su novio, Isabel
inquirió:
“¿Están bien ellos?”
La contestación no se hizo esperar, aunque no
fue alentadora. Kevin hizo aparecer las letras rojas e informó:
“Lo ignoramos”
E Isabel preguntó:
“¿Y ustedes?, ¿cuándo creen que van a
poder salir?”
Esa respuesta tampoco demoró mucho tiempo.
Kevin contestó:
“De un momento a otro”.
Entonces, su futura cuñada concluyó:
“De acuerdo. Vengan en cuanto puedan”.
_La situación no podía empeorar más –
reflexionó Eduardo, sin aplicar ironía ni exagerar en ese comentario. En primer
lugar, él y el artesano-escultor se las tendrían que ingeniar para llegar a la
colosal torre, colosal e histórica, para (tratar de) rescatar a sus camaradas.
La importancia del grupo era total y vital si querían tener éxito –. Aunque esa
torre esté construida con materiales en extremo resistentes, no creo que pueda
permanecer en pie e ilesa. Este desastre es superior a todo. Las vidas de Lursi
y Oliverio se encuentran en un riesgo todavía mayor.
_Pero aun con catástrofes como esta, la torre
que da el nombre a uno de los barrios de la ciudad es uno de los lugares más
seguros que existen en Del Sol e incluso en Insulandia como un todo. De hecho,
es la novena estructura actualmente en uso más resistente y confiable a nivel
mundial – reconoció la hermana de Cristal, mirándose las piernas. El agua por
loco no le estaba llegando a las rodillas – Esa torre fue construida no para
impresionar, sino para durar, para sobrevivir al paso de los años… de los
siglos. Es una lástima que a la población de ese barrio u otros el desastre no
les haya dado tiempo de ocultarse y refugiarse allí. Haciendo un poquito de
espacio podrían entrar hasta mil personas.
Y llegó el momento de la merienda, a la
tarde.
Las dieciocho horas en punto del vigesimoquinto
día del mes de Marzo – Nint número veinticuatro, en el antiguo calendario de
los seres feéricos – aunque por el color del cielo, mezcla de múltiples
tonalidades de gris y negro, más bien oscuras, parecía la medianoche o la madrugada
de un pleno invierno en uno de los continentes polares. Estando fuera de
servicio a causa del desastre la cocina en el ambiente de junto (siendo el
aparato un equipo que funcionaba con leña, su utilización requería de la
chimenea, y esta estaba fuertemente cerrada con trapos y unas pocas tablas), se
conformaron con el jugo de naranja y las acostumbradas galletitas de chocolate,
ambos componentes de la pareja, no tuvieron otra alternativa que esa. No lo disfrutaron,
los dos habían advertido eso, puesto que existían varias y probadas razones
para no haberlo hecho. Una de ellas era la cocina-comedor diario, que se
encontraba en un lamentable estado estructural. Apenas el hada de la belleza
abriera la puerta, una vez corridos los “precarios diques”, el agua que se
había acumulado allí en mayor cantidad hubo con violencia y fuerte presión de
llegar al corredor y luego a la sala, arrastrando consigo numerosos objetos pequeños y varios desperdicios que ya estaban “navegando”
en el principal de los ambientes de la vivienda, una acción que además había
contribuido a que Isabel y su novio quedaran literalmente inundados hasta las
rodillas. Múltiples goteras en ese ambiente lateral y el corredor, en los
ángulos donde el techo se unía con las paredes, habían conferido un tono más
oscuro al color blanco en dichos extremos. Pero lo peor era que ya se estaba
empezando a filtrar el agua por el marco de la ventana grande en la sala
central, a la izquierda de la puerta ( a la derecha había dos, de menor
tamaño), a través de la chimenea y otro resquicio, de alrededor de dos centímetros
de ancho, en el techo. El hada estaba más preocupada por la suerte que podrían
correr su compañero de amores y su trío de congéneres, estando directamente expuestos
a la peor inclemencia de los últimos cien años, que fue poco el interés que
demostrara en la merienda. Se sumaba a eso la gran frustración que estaba
sintiendo, una particularmente grande, al no poder hacer otra cosa que cubrir
con unos cuantos trapos viejos las vías por las que el agua se había esparcido.
La cocina-comedor diario, por lo pronto, ya era un ambiente perdido. Lejos de
disfrutar, ingirió únicamente tres galletitas y un reducido sorbo de jugo
después de la tercera. Tantas veces había reiterado a su compañero sentimental
que el irse a la calle implicaba un peligro enorme para su integridad que
podía haberlo hecho cambiar de parecer. Tantas
veces había reiterado el experto en arqueología submarina que no era necesario que
se preocupara que el hada de aura lila había terminado por calmarse (¡finalmente!),
relajarse y quedarse sentada encima de la mesa, el único lugar firme a salvo
del agua, sin pronunciar siquiera una frase extensa, a la espera de la llegada
de su hermana y su futuro cuñado.
Así, casi inadvertido, pasó otro tercio de
hora.
En el curso de esos veinte minutos que fueron
posteriores a la merienda, la situación había ido de mal en peor. A la
persistente lluvia y el feroz viento se había agregado una vez más el granizo,
que ahora parecía haber retornado con una violencia superior. Piedras de los
más variados tamaños, desde los cuatro o cinco milímetros (ese era un cálculo
estimado de Isabel) en adelante cayeron en abundancia aquí y allá, incorporando
esas innumerables motas y motitas blancas a la maltratada superficie, que no
demoraron mucho en diluirse con el avance tan inclemente del agua, los
escombros y el barrizal. La caída del granizo fue prácticamente constante durante ese tercio de hora e intermitente en
otros diez minutos hasta transformarse en esporádica y desaparecer luego que
hubieron de llegar las dieciocho horas con treinta minutos. En La Fragua,
5-16-7, el granizo provocó la rotura total o parcial de otras cuantas tejas
solamente en el techo de la sala principal. Quién sabe cuántas podrían ser en
total. Fueron poco menos que constantes las onomatopeyas “¡crash!” y “¡crac!”,
que por otra parte delataron la aparición de una araña en algún vidrio en otro
ambiente de la casa. Esta nueva ferocidad con que arremetía la inclemencia, entrados
los últimos instantes de la tarde y los primeros de la tarde-noche, había
tenido una consecuencia hasta ese momento no vista ni presenciada: obstaculizar
casi todos los sonidos, los ruidos e incluso las voces de los miembros de la
pareja, quienes, a la hora de querer decir o comentar tal o cual cosa debían
acercarse los suficiente o hablarse directamente al oído para que pudieran
escucharse con claridad y entenderse.
_¡Es otro mensaje de Cristal!., reaccionó de
pronto el experto en arqueología submarina, con lo que Isabel bajó de la mesa y
corrió 8chapoteó) a situarse frente a la ventana.
Por supuesto que la visibilidad distaba de
ser la ideal, y la novia de Eduardo había alcanzado a detectar las tres últimas
letras del nombre de su hermana – “Atención, soy Cristal”, dijo el arqueólogo
a su novia –, antes de observar, completo, el mensaje:
Las letras de color lila bailaron en el aire,
un indicio evidente del susto que sentía la emisora:
“Kevin y yo vamos a salir recurriendo a
mi técnica especial, la del aura impermeable, porque no se me ocurre otra
solución para dejar esta casa (hubo una breve pausa, de menos de diez segundos,
motivada por ese temor que tenía y sentía la compañera sentimental del
artesano-escultor. Su concentración era admirable). A más tardar en cinco
minutos o en seis vamos a estar reunidos con ustedes.
_Pues
que bueno, porque me siento completamente inservible en esta sala –celebró el
originario de Las Heras, observando como el mensaje de su futura cuñada
finalmente se desvanecía en el aire y la casa en la vereda opuesta volvía a
tener luz solo en la sala –. Cristal se queda acá para acompañarte y Kevin y yo
salimos para ayudar.
Concluyó que cuando eso al fin ocurriera, el
par de hombres había de empezar a sentir preocupación por la suerte en esa casa
de las atractivas hermanas de aura lila.
Eran sus compañeras sentimentales.
Más que eso, eran sus prometidas.
Isabel respondió al mensaje de Cristal:
“Los esperamos, y que tengan suerte”
Pasaron entonces cinco minutos y diecinueve
segundos.
Desde su actual posición frente al vidrio
estrellado de la ventana grande observaron como en la vivienda poligonal de la
vereda opuesta aparecía un par de esferas luminosas, una de color lila y la
otra de rojo sangre, que rápidamente adquirieron una forma corpórea. Cristal y
Kevin estaban saliendo de su casa. Textuales las palabras de Isabel, la técnica
por los seres feéricos conocida como “Aura de impermeabilidad”, podría también
abarcar a otra persona o varias, de acuerdo a lo que deseara quien estuviese aplicando
esa habilidad, y todos quienes estuvieran en contacto con esa persona – para eso
era necesario ir tomados de la mano –, solo que del color de sus respectivas
auras. La pareja que estaba empezando su viaje, algo por ellos definido como “épico”,
se había convertido en un par de siluetas brillantes casi al instante de cerrar
la puerta (una ráfaga de agua y barro hicieron su ingreso) y puesto los pies en
el exterior. Tomados de la mano, Kevin y Cristal ya no se encontraron bajo el
amparo de la escasa tranquilidad y seguridad que su hogar les pudiera ofrecer,
y avanzaron sin titubeos sobre lo que hasta hacía unos días fuera la vereda.
Aun sin dudar ni titubear, debían
moverse a paso lento, porque al temor que sentía la hermana de Isabel, al que
estaba tratando de ignorar como podía, se agregaba la presión que sobre ambos
ejercían el barro en los pies y los tobillos, y el agua, hasta las rodillas.
La pareja dejó atrás la vereda y justo cuando
el licenciado en arqueología se empezaba a preguntar como harían para cruzar la
calle con ese par de factores jugándoles en contra, lo hicieron como si nada.
Esa manifestación de la energía de las hadas barría con todos los obstáculos y
el agua, formando un surco apenas profundo en el suelo. El agua, el barro y los
escombros chocaban contra los componentes de la pareja, se desviaban e
inmediatamente después retomaban su curso original. Kevin Y Cristal se detuvieron
en mitad de la calle y alzaron la vista, para observar impotentes como una
luminiscencia de color rosa chillón ascendía como si fuera una pieza de
pirotecnia, y luego se convertía en una lluvia de chispas que hubieron de volverse
negras al alcanzar cierta altura – otro fallecimiento –. La pareja continuó
moviéndose sin dificultades, y a tres minutos de haber abandonado su casa,
estuvo en la de Isabel, y justo cuando esta se disponía a abrir la puerta, o
tratar de hacerlo, aun con el enorme riesgo que tal cosa implicaba, los dos que
se encontraban allí afuera se esfumaron en medio de una nube algo tenue de
colores rojo y amarillo.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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