miércoles, 4 de octubre de 2017

4.16) Resultados

Silencio en la plaza central.

El silencio y el suspenso volvían a reinar.

La ansiedad y los nervios se apoderaban de los concursantes.

Bajo una total iluminación – auras brillantes e intensas, las miles de estrellas, la Luna, las luces artificiales instaladas especialmente para la ceremonia, el rojo intenso en los ojos de los vampiros, el resplandor que emitían los liuqis y el alumbrado público habitual – los miles de individuos congregados  en la plaza y sus adyacencias aguardaban  algún tipo de discurso o algo parecido. No eran escasos los factores que estaban evidenciando la intriga, que parecía flotar en el aire a baja altura, tal era esa enorme sensación colectiva, y nadie tenía siquiera una idea más o menos acertada de que era lo que podría ocurrir de ahora en adelante. La docena de parejas concursantes había ocupado ya aquel espacio reservado especialmente para el concurso, habitualmente usado por las hadas para practicar deportes; y la banda sinfónica y el coro de voces aguardaban también el momento del inicio del concurso, porque ellos jugarían un rol importante. Cada pareja habría de moverse al son de una pieza musical diferente, doce joyas de la música que databan de hacía no menos de tres siglos y medio que todavía resonaban y eran aclamadas en las ceremonias y presentaciones artísticas en el mundo feérico como un todo, y que gozaban de gran popularidad entre no pocas de las especies que formaban el reino elemental. Un gran porcentaje de los seres feéricos allí presentes – la raza elemental más sofisticada y evolucionada, biológica, social y culturalmente – lo había bailado nunca menos de dos docenas de veces, considerando ese énfasis que demostraran al momento de postularse para el concurso. Eran piezas con una duración de quince minutos, con lo que cada una de las parejas dispondría de un cuarto de hora para (aspirar a) llegar a alguno de los tres premios principales.

Lili se puso entonces de pie, apoyando las manos sobre la mesa y dirigiéndose a su pueblo:

_Atención, por favor. ¿Me oye todo el mundo sin problemas? – reclamó la cabeza del poder político insular, calculando para sus adentros que el concurso habría de prolongarse, con los bailes y la posterior calificación, durante cuatro horas con cincuenta minutos. No menos que eso – En unos instantes va a dar inicio el concurso de baile de vals, el primero que se hace con motivo de una festividad del cambio de estaciones del que se posean conocimiento y memoria en nuestra sociedad, y a la vez con el le rendimos su tributo, uno mucho más que justo, a una de las danzas por excelencia de nuestra raza: el vals – no pudo, ni tampoco quiso, evitar hacer una pausa en su parlamento. La multitud feérica y elemental vibraba y aplaudía con ganas. Fueron alrededor de dos o tres minutos que culminaron con la reina haciendo un gesto con la mano derecha para pedir silencio a los miles de congregados. Para Eduardo, fue como haber visto a un político en plena campaña electoral –. El asunto es el siguiente, y es bastante sencillo. Cada pareja concursante hace lo suyo en un lapso de quince minutos, los calificadores damos a ella su puntaje y de por medio hay otro lapso de un sexto de hora hasta el baile de la siguiente pareja – más aplausos y ovaciones –, lo cual significa que tenemos como mínimo por delante unas cinco horas o casi de sano entretenimiento. Ahora bien, si llegara a darse el caso de un empate por puntos, el desempate se va a dar a través de esto – apoyó la mano izquierda en el recipiente de vidrio – En cualquiera de esos dos casos, como en aquel que implique otros empates que determinen los primeros tres puestos, con tres bolillas marcadas con las letras A, B y C. De acuerdo a lo que seleccione cada pareja concursante, ese va a ser  el puesto con que finalice el concurso.
_¿Y qué pasa si se diera un empate entre cinco o más parejas que saquen el puntaje máximo?., preguntó uno de los hombres que aguardaban su momento, aquel cuya compañera sacara la bolilla con el número nueve.
Esos dos y las otras once parejas evidenciaban claramente los nervios.
Era un estado complicado que habría de continuar aun después de que cada una hubiera bailado, aun cuando hubieran sido calificados.
_Con el método clásico que usamos en mi pueblo – le contestó Eduardo, metiendo la mano izquierda en el cuello y exhibiendo un objeto al público. Una bonita cinta celeste de terciopelo que estaba sosteniendo… –. Esta es una moneda de cincuenta centavos – la separó de la cinta y la enseñó a la multitud con la ayuda de la reina Lili, que habiendo recurrido a sus habilidades pudo crear una imagen e mayores proporciones que la moneda misma; una suerte de holograma, y enseñaba ambos lados en el aire. Las hadas la habían descubierto en la playa, entre granos de arena y piedritas, y devuelto a su propietario – En uno de los lados figuran el número cincuenta y el año en que fuera acuñada, y al otro uno de los edificios históricos del país, el nombre oficial de este y una proclama. Siempre dependiendo de lo que seleccione cada pareja concursante, de la cara de la moneda que quede apuntando hacia arriba después de que yo la haya lanzado al aire y recuperado – hizo una demostración práctica sobre como habría de ser el desempate, y lo propio hizo la figura holográfica creada por la reina – Voy a lanzar al aire esta moneda tantas veces como sea necesario, hasta que solo quede una pareja en el puesto o los puestos a desempatar. ¿Qué opinan ustedes?, ¿están de acuerdo?.

Esa moneda era uno de los pocos artículos que los seres feéricos habían recuperado de entre los restos que Eduardo había ido dejando en el camino desde que saltara de la cabina del avión. “Un recuerdo de lo que fui”, pensó, cuando las hadas le devolvieron la moneda.
No hubo una sola voz opositora a la propuesta del novio de Isabel sobre como resolver los desempates por arte de los concursantes.  Seguido a ello, la reina dio por empezado el concurso de baile de vals, apuntando el dedo índice derecho hacia arriba – la figura holográfica ya se había desvanecido – y proyectado en las alturas, muy por encima de todo y de todos, un rayo de partículas de color rojo, una de las tantas aplicaciones de la energía de los seres feéricos, que se deshizo casi de inmediato en una nube de chispas, la mayoría de las cuales hubieron de formar el número uno al instante. La primera de las doce parejas estuvo en el centro de esa área reservada y tanto la orquesta sinfónica como el coro de voces advirtieron que había llegado su momento.
“¡Adelante!”, exclamó la soberana.

Desde el momento de la exclamación transcurrieron  trescientos sesenta y nueve minutos – seis horas con nueve, ni un segundo más ni uno menos – y recién cuando el reloj de péndulo en la plaza central indicó las cinco horas cuarenta y cinco del veintidós de Marzo (Nint número veintiuno, en el calendario antiguo de las hadas), y en el cielo se empezaron a vislumbrar los primeros rayos del Sol, la reina Lili había dado por finalizado el tiempo de la suma de los puntajes de cada una de las parejas. Esa había sido una madrugada inundada con risas de alegría, conversaciones más que animadas, algarabía generalizada y, como no pocos seres elementales advirtieron, la musa de inspiración para que la luz vieran por primera vez también unos cuantos “compromisos sentimentales”, también entre los gnomos, liuqis y seres sirénidos, al coincidir los individuos de ambos sexos que a las de las estaciones climáticas y otras celebraciones o festividades no se las podía disfrutar del todo estando sin compañía. Los primeros e inmediatos cálculos hablaban de ciento cuarenta y siete nuevas parejas. Una atmósfera festiva como pocas que se venía dando desde que empezaran los preparativos para la opulenta celebración, incrementada con el transcurso de los días previos al de la llegada del otoño, al que se incorporara el suspenso gracias al novedoso concurso. Los aplausos, vítores y ovaciones habían resonado a lo largo de esas más de seis horas en el silencio reinante, cuando cada par de bailarines terminara su momento y en tanto el quinteto de calificadores (Oliverio, Lursi, la reina Lili, Kevin y Eduardo) otorgara los puntajes.
Nadie de entre la multitud tuvo cansancio, sueño ni agotamiento, al menos de ello ni la mínima muestra dieron. Ni siquiera el oriundo de Las Heras, que no acostumbraba quedarse despierto hasta el amanecer más allá de aquellas memorables jornadas en que, puntualmente, iba a las pulperías en u otros lugares a divertirse. Muchos seres feéricos estuvieron deseando, y todavía lo hacían, que la festividad se prolongara por más tiempo. La mayoría de las luces artificiales había salido ya de funcionamiento, al ir el firmamento aclarándose y el Sol ganando su espacio, las luces del alumbrado cotidiano incluidas. La Luna y las estrellas cedieron sus lugares. A demás, el brillo conjunto de miles de auras, con el consecuente alarde de colores, hacía perder el encanto – y el sentimiento romántico que provocaban – al alumbrado artificial. Las comidas, bebidas y aperitivos en todas las mesas habían estado reduciéndose hasta ser en conjunto de menos del diez por ciento de la cantidad existente al momento de dar inicio la festividad y, contrario a lo que el compañero sentimental de Isabel había vaticinado, el suelo se encontraba prácticamente inmaculado, y confirmó con eso una vez más que para las hadas era una obligación irrenunciable la conciencia ecológica, y por tanto el cuidado del medio ambiente. Los envoltorios de unas pocas golosinas, colillas de cigarrillo dispersas y otros tantos residuos volaban vía telequinesia al cuarteto de contenedores dispuestos en una impecable hilera en uno de los caminos que tenía su nacimiento en la avenida que circunvalaba la plaza central. A los seres feéricos y unos pocos de otras especies elementales que se hubieron de quedar para colaborar, incluidos los liuqis y algunos gnomos, no les iba a demandar más de medio día, doce horas calculaban como máximo espacio de tiempo, dejar nuevamente de punta en blanco el casco urbano e histórico. Esa era parte del trabajo encomendado a los Consejos de Ecología, Medio Ambiente y Recursos Naturales y de Desarrollo Comunitario y Social y sus respectivos empleados.
Cuando cada uno de los relojes anunció las seis horas en punto del día veintidós de Marzo, el vigesimoprimero del tercer mes en el antiguo calendario feérico, la reina de Insulandia hizo uso de la palabra para dar cuenta a las hadas congregadas a sus alrededores de la docena de puntuaciones. La puntuación, mejor dicho, porque cada una de las duplas participantes obtuvo la misma y además idéntica cantidad de puntos: cuarenta y seis. Todavía concentrados sus esfuerzos y sus mentes en la posibilidad de los empates, a ninguno de los cinco componentes del jurado calificador le hubo de pasar por la cabeza esta situación.
La docena de parejas había empatado.
“¿Cómo vamos a hacer para resolver esto?”, se preguntaron los veinticuatro bailarines, mirándose entre si.
Se produjo en ese momento un debate en el que se vieron involucrados los participantes y los calificadores, que no hicieron otra cosa que generar aún más intriga, suspenso, nervios, incertidumbre  y ansiedad entre ellos y los miles de feéricos y elementales todavía presentes allí, que recién hubo de llegar a su finalización a las ocho horas en punto, a más de dos horas del fin del concurso. Veintinueve voces tratando de llegar a un acuerdo, y al final lo consiguieron. Optaron todas ellas por una solución que no afectara la puntuación de las parejas, la calidad demostrada durante los bailes ni la categoría o el nivel de los premios. Resignaron hasta el último de los soles que estaba en juego – setecientos dieciséis mil – y también aquellas vacaciones pagas que constituían el tercer premio, acordando al mismo tiempo reducir la exención de las obligaciones impositivas, el reconocimiento para el segundo lugar, a un mes para cada una de las parejas participantes, aplicable para el mes de Abril a poco de empezar. En resumen, ese había sido un concurso de baile sin ganadores ni perdedores, en el que las dos docenas de participantes resultaron beneficiados.



Continúa…




--- CLAUDIO ---

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