Silencio en la plaza central.
El silencio y el suspenso volvían a reinar.
La ansiedad y los nervios se apoderaban de
los concursantes.
Bajo una total iluminación – auras brillantes
e intensas, las miles de estrellas, la Luna, las luces artificiales instaladas
especialmente para la ceremonia, el rojo intenso en los ojos de los vampiros, el
resplandor que emitían los liuqis y el alumbrado público habitual – los miles de
individuos congregados en la plaza y sus
adyacencias aguardaban algún tipo de
discurso o algo parecido. No eran escasos los factores que estaban evidenciando
la intriga, que parecía flotar en el aire a baja altura, tal era esa enorme
sensación colectiva, y nadie tenía siquiera una idea más o menos acertada de
que era lo que podría ocurrir de ahora en adelante. La docena de parejas
concursantes había ocupado ya aquel espacio reservado especialmente para el
concurso, habitualmente usado por las hadas para practicar deportes; y la banda
sinfónica y el coro de voces aguardaban también el momento del inicio del
concurso, porque ellos jugarían un rol importante. Cada pareja habría de
moverse al son de una pieza musical diferente, doce joyas de la música que
databan de hacía no menos de tres siglos y medio que todavía resonaban y eran
aclamadas en las ceremonias y presentaciones artísticas en el mundo feérico como
un todo, y que gozaban de gran popularidad entre no pocas de las especies que
formaban el reino elemental. Un gran porcentaje de los seres feéricos allí
presentes – la raza elemental más sofisticada y evolucionada, biológica, social
y culturalmente – lo había bailado nunca menos de dos docenas de veces, considerando
ese énfasis que demostraran al momento de postularse para el concurso. Eran
piezas con una duración de quince minutos, con lo que cada una de las parejas
dispondría de un cuarto de hora para (aspirar a) llegar a alguno de los tres
premios principales.
Lili se puso entonces de pie, apoyando las
manos sobre la mesa y dirigiéndose a su pueblo:
_Atención, por favor. ¿Me oye todo el mundo
sin problemas? – reclamó la cabeza del poder político insular, calculando para sus
adentros que el concurso habría de prolongarse, con los bailes y la posterior calificación,
durante cuatro horas con cincuenta minutos. No menos que eso – En unos
instantes va a dar inicio el concurso de baile de vals, el primero que se hace
con motivo de una festividad del cambio de estaciones del que se posean
conocimiento y memoria en nuestra sociedad, y a la vez con el le rendimos su tributo,
uno mucho más que justo, a una de las danzas por excelencia de nuestra raza: el
vals – no pudo, ni tampoco quiso, evitar hacer una pausa en su parlamento. La
multitud feérica y elemental vibraba y aplaudía con ganas. Fueron alrededor de
dos o tres minutos que culminaron con la reina haciendo un gesto con la mano
derecha para pedir silencio a los miles de congregados. Para Eduardo, fue como
haber visto a un político en plena campaña electoral –. El asunto es el
siguiente, y es bastante sencillo. Cada pareja concursante hace lo suyo en un
lapso de quince minutos, los calificadores damos a ella su puntaje y de por
medio hay otro lapso de un sexto de hora hasta el baile de la siguiente pareja –
más aplausos y ovaciones –, lo cual significa que tenemos como mínimo por
delante unas cinco horas o casi de sano entretenimiento. Ahora bien, si llegara
a darse el caso de un empate por puntos, el desempate se va a dar a través de
esto – apoyó la mano izquierda en el recipiente de vidrio – En cualquiera de
esos dos casos, como en aquel que implique otros empates que determinen los
primeros tres puestos, con tres bolillas marcadas con las letras A, B y C. De
acuerdo a lo que seleccione cada pareja concursante, ese va a ser el puesto con que finalice el concurso.
_¿Y qué pasa si se diera un empate entre
cinco o más parejas que saquen el puntaje máximo?., preguntó uno de los hombres
que aguardaban su momento, aquel cuya compañera sacara la bolilla con el número
nueve.
Esos dos y las otras once parejas
evidenciaban claramente los nervios.
Era un estado complicado que habría de continuar
aun después de que cada una hubiera bailado, aun cuando hubieran sido
calificados.
_Con el método clásico que usamos en mi
pueblo – le contestó Eduardo, metiendo la mano izquierda en el cuello y
exhibiendo un objeto al público. Una bonita cinta celeste de terciopelo que
estaba sosteniendo… –. Esta es una moneda de cincuenta centavos – la separó de
la cinta y la enseñó a la multitud con la ayuda de la reina Lili, que habiendo
recurrido a sus habilidades pudo crear una imagen e mayores proporciones que la
moneda misma; una suerte de holograma, y enseñaba ambos lados en el aire. Las
hadas la habían descubierto en la playa, entre granos de arena y piedritas, y
devuelto a su propietario – En uno de los lados figuran el número cincuenta y
el año en que fuera acuñada, y al otro uno de los edificios históricos del
país, el nombre oficial de este y una proclama. Siempre dependiendo de lo que
seleccione cada pareja concursante, de la cara de la moneda que quede apuntando
hacia arriba después de que yo la haya lanzado al aire y recuperado – hizo una
demostración práctica sobre como habría de ser el desempate, y lo propio hizo
la figura holográfica creada por la reina – Voy a lanzar al aire esta moneda
tantas veces como sea necesario, hasta que solo quede una pareja en el puesto o
los puestos a desempatar. ¿Qué opinan ustedes?, ¿están de acuerdo?.
Esa moneda era uno de los pocos artículos que
los seres feéricos habían recuperado de entre los restos que Eduardo había ido
dejando en el camino desde que saltara de la cabina del avión. “Un recuerdo de
lo que fui”, pensó, cuando las hadas le devolvieron la moneda.
No hubo una sola voz opositora a la propuesta
del novio de Isabel sobre como resolver los desempates por arte de los
concursantes. Seguido a ello, la reina
dio por empezado el concurso de baile de vals, apuntando el dedo índice derecho
hacia arriba – la figura holográfica ya se había desvanecido – y proyectado en
las alturas, muy por encima de todo y de todos, un rayo de partículas de color
rojo, una de las tantas aplicaciones de la energía de los seres feéricos, que
se deshizo casi de inmediato en una nube de chispas, la mayoría de las cuales
hubieron de formar el número uno al instante. La primera de las doce parejas
estuvo en el centro de esa área reservada y tanto la orquesta sinfónica como el
coro de voces advirtieron que había llegado su momento.
“¡Adelante!”, exclamó la soberana.
Desde el momento de la exclamación transcurrieron trescientos sesenta y nueve minutos – seis horas
con nueve, ni un segundo más ni uno menos – y recién cuando el reloj de péndulo
en la plaza central indicó las cinco horas cuarenta y cinco del veintidós de
Marzo (Nint número veintiuno, en el calendario antiguo de las hadas), y en el
cielo se empezaron a vislumbrar los primeros rayos del Sol, la reina Lili había
dado por finalizado el tiempo de la suma de los puntajes de cada una de las
parejas. Esa había sido una madrugada inundada con risas de alegría,
conversaciones más que animadas, algarabía generalizada y, como no pocos seres
elementales advirtieron, la musa de inspiración para que la luz vieran por
primera vez también unos cuantos “compromisos sentimentales”, también entre los
gnomos, liuqis y seres sirénidos, al coincidir los individuos de ambos sexos
que a las de las estaciones climáticas y otras celebraciones o festividades no
se las podía disfrutar del todo estando sin compañía. Los primeros e inmediatos
cálculos hablaban de ciento cuarenta y siete nuevas parejas. Una atmósfera
festiva como pocas que se venía dando desde que empezaran los preparativos para
la opulenta celebración, incrementada con el transcurso de los días previos al
de la llegada del otoño, al que se incorporara el suspenso gracias al novedoso
concurso. Los aplausos, vítores y ovaciones habían resonado a lo largo de esas
más de seis horas en el silencio reinante, cuando cada par de bailarines
terminara su momento y en tanto el quinteto de calificadores (Oliverio, Lursi,
la reina Lili, Kevin y Eduardo) otorgara los puntajes.
Nadie de entre la multitud tuvo cansancio,
sueño ni agotamiento, al menos de ello ni la mínima muestra dieron. Ni siquiera
el oriundo de Las Heras, que no acostumbraba quedarse despierto hasta el
amanecer más allá de aquellas memorables jornadas en que, puntualmente, iba a
las pulperías en u otros lugares a divertirse. Muchos seres feéricos estuvieron
deseando, y todavía lo hacían, que la festividad se prolongara por más tiempo.
La mayoría de las luces artificiales había salido ya de funcionamiento, al ir
el firmamento aclarándose y el Sol ganando su espacio, las luces del alumbrado
cotidiano incluidas. La Luna y las estrellas cedieron sus lugares. A demás, el
brillo conjunto de miles de auras, con el consecuente alarde de colores, hacía
perder el encanto – y el sentimiento romántico que provocaban – al alumbrado
artificial. Las comidas, bebidas y aperitivos en todas las mesas habían estado
reduciéndose hasta ser en conjunto de menos del diez por ciento de la cantidad
existente al momento de dar inicio la festividad y, contrario a lo que el
compañero sentimental de Isabel había vaticinado, el suelo se encontraba
prácticamente inmaculado, y confirmó con eso una vez más que para las hadas era
una obligación irrenunciable la conciencia ecológica, y por tanto el cuidado
del medio ambiente. Los envoltorios de unas pocas golosinas, colillas de cigarrillo
dispersas y otros tantos residuos volaban vía telequinesia al cuarteto de
contenedores dispuestos en una impecable hilera en uno de los caminos que tenía
su nacimiento en la avenida que circunvalaba la plaza central. A los seres
feéricos y unos pocos de otras especies elementales que se hubieron de quedar
para colaborar, incluidos los liuqis y algunos gnomos, no les iba a demandar
más de medio día, doce horas calculaban como máximo espacio de tiempo, dejar
nuevamente de punta en blanco el casco urbano e histórico. Esa era parte del
trabajo encomendado a los Consejos de Ecología, Medio Ambiente y Recursos
Naturales y de Desarrollo Comunitario y Social y sus respectivos empleados.
Cuando cada uno de los relojes anunció las
seis horas en punto del día veintidós de Marzo, el vigesimoprimero del tercer
mes en el antiguo calendario feérico, la reina de Insulandia hizo uso de la
palabra para dar cuenta a las hadas congregadas a sus alrededores de la docena
de puntuaciones. La puntuación, mejor dicho, porque cada una de las duplas participantes
obtuvo la misma y además idéntica cantidad de puntos: cuarenta y seis. Todavía
concentrados sus esfuerzos y sus mentes en la posibilidad de los empates, a
ninguno de los cinco componentes del jurado calificador le hubo de pasar por la
cabeza esta situación.
La docena de parejas había empatado.
“¿Cómo vamos a hacer para resolver esto?”, se
preguntaron los veinticuatro bailarines, mirándose entre si.
Se produjo en ese momento un debate en el que
se vieron involucrados los participantes y los calificadores, que no hicieron
otra cosa que generar aún más intriga, suspenso, nervios, incertidumbre y ansiedad entre ellos y los miles de feéricos
y elementales todavía presentes allí, que recién hubo de llegar a su
finalización a las ocho horas en punto, a más de dos horas del fin del
concurso. Veintinueve voces tratando de llegar a un acuerdo, y al final lo
consiguieron. Optaron todas ellas por una solución que no afectara la
puntuación de las parejas, la calidad demostrada durante los bailes ni la
categoría o el nivel de los premios. Resignaron hasta el último de los soles
que estaba en juego – setecientos dieciséis mil – y también aquellas vacaciones
pagas que constituían el tercer premio, acordando al mismo tiempo reducir la exención
de las obligaciones impositivas, el reconocimiento para el segundo lugar, a un
mes para cada una de las parejas participantes, aplicable para el mes de Abril
a poco de empezar. En resumen, ese había sido un concurso de baile sin
ganadores ni perdedores, en el que las dos docenas de participantes resultaron
beneficiados.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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