martes, 22 de agosto de 2017

3.14) ¡Hasta pronto!

El cuarteto de féminas estuvo de vuelta en el salón de té cuando se anunciaron las diecinueve horas y media. Fueron alrededor de cuarenta minutos de hombres por un lado y mujeres por otro, cada grupo concentrado en sus propios asuntos y sin que el otro interrumpiera. Reunidos ambos, los siete componentes optaron por continuar la reunión familiar, a la que hubieron de prolongar hasta pasadas las veintiuna. No fue porque así lo hubieran querido, sino porque tendrían una jornada ocupada mañana y requerían estar descansados y bien despiertos para afrontarla de la mejor manera. En esos últimos cien minutos (o casi), no habían hecho otra cosa, prácticamente, que completar y cerrar lodos los temas que estuvieron tratando desde que Iulí encontrara a su hija mayor y Eduardo en uno de los corredores. Así, llegaron a las conclusiones de que el oriundo de Las Heras no era un mal hombre para Isabel ni una mala persona para el conjunto de la sociedad feérica (tampoco para los otros seres elementales); de que los liuqis dependían de y ayudaban a las hadas tanto como estas para los liuqis; de que era virtualmente imposible hallar a un ser elemental que tuviera las mejores impresiones de los ilios; de que aquellos no dudarían en iniciar una guerra a escala planetaria si no temieran que las otras especies, hadas incluidas, sacaran, porque los había ocultos, sus secretos más o menos oscuros – sospechaban que los líderes ilios usaban magia, justamente lo que más despreciaban, pero no podían probarlo. Si lo conseguían, los ilios tendrían frente a si a la crisis más grande desde los tiempos de la Guerra de los Veintiocho –; de que ningún hada querría llevar a la práctica aquel hechizo que conducía al surgimiento de las almas solitarias; de que nunca o casi nunca se daba algún evento que alterara la rutina en sus vidas laborales en el Banco Real de Insulandia, el Hospital Real, el Mercado Central de las Artesanías y el Museo Real de Arqueología; de que Eduardo no tendría impedimentos para entrar a trabajar en ese mismo museo, ya que la arqueología era una disciplina sumamente importante para grupos e individuos entre los seres feéricos – a las hadas les fascinaba conocer su historia y la evolución en tiempos pasados y remotos –, de lo cambiantes que habían sido los nombres propios a lo largo de miles de años; de la vital importancia que desde su creación tenía el Consejo Real; de las ventajas y desventajas que implicaban los cambios en la moda; de que se requería de algo más de tiempo para la aprobación o el rechazo de esa ropa y el calzado; de que el plan de obras a escala planetaria había beneficiado a los setenta y seis países y sus respectivos habitantes en todos y cada uno de sus aspectos; y de que tanto Eduardo como Kevin, tal como dijeran a Wilson, estaban comprometidos a tratar como reinas a las hermanas de aura lila, algo que heredaran de su madre.
La despedida, en el umbral del acceso lateral a la pirámide, había sido particularmente emotiva. Aunque sabían que debía ocurrir, ninguno quería que terminara. Sobre todo las almas solitarias, que varias veces desde que empezara la reunión habían mencionado lo gratificante que era para ellas poder tener a alguien con quien pasar el tiempo y compartir la mesa, que les ayudaran a hacer más llevadera esa dura, complicada y triste existencia que significaba no haber muerto del todo. El experto en arqueología submarina, por su parte, entre los “cien por ciento vivos”, había sido el que disfrutara más de ese encuentro, porque aquel atípico grupo se transformaría, más tarde o más temprano, en su nuevo grupo familiar. Allí estuvieron quienes serían su mujer,  sus suegros, su cuñada, su concuñado e Iris, a quien, ante la duda sobre que parentesco otorgarle, había preferido referirse a ella, en la mente al menos, como confidente y buena amiga. A la luz de las estrellas y la Luna, y con unos pocos seres elementales a distancias variables hubo de tener lugar la despedida, que en vistas de lo ocurrido durante la jornada se prolongó durante casi un cuarto de hora. Ambas parejas saludaban moviendo los brazos a las almas solitarias, y estas al cuarteto, aun cuando Eduardo, Isabel, Kevin y Cristal empezaran a quedar más allá de y cubiertos por la vegetación distante. “Un día espléndido”, sentenciaron los siete.

Las almas traspasaban el pesado bloque que cubría el acceso al túnel que llevaba a las profundidades.
_¿Y bien?., llamó Iulí.
_¿Qué contestaron?., preguntó iris.
Se refirió a los novios de las chicas.
_Que si – respondió Wilson a sus congéneres del sexo opuesto – Kevin y Eduardo accedieron y nos van a ayudar.
_¡Excelente!., celebró Iris.
_Eso quiere decir que tenemos una oportunidad., se alegró Iulí.




Continúa…






--- CLAUDIO ---

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