El cuarteto de féminas estuvo de vuelta en el
salón de té cuando se anunciaron las diecinueve horas y media. Fueron alrededor
de cuarenta minutos de hombres por un lado y mujeres por otro, cada grupo concentrado
en sus propios asuntos y sin que el otro interrumpiera. Reunidos ambos, los
siete componentes optaron por continuar la reunión familiar, a la que hubieron
de prolongar hasta pasadas las veintiuna. No fue porque así lo hubieran
querido, sino porque tendrían una jornada ocupada mañana y requerían estar
descansados y bien despiertos para afrontarla de la mejor manera. En esos
últimos cien minutos (o casi), no habían hecho otra cosa, prácticamente, que
completar y cerrar lodos los temas que estuvieron tratando desde que Iulí
encontrara a su hija mayor y Eduardo en uno de los corredores. Así, llegaron a
las conclusiones de que el oriundo de Las Heras no era un mal hombre para
Isabel ni una mala persona para el conjunto de la sociedad feérica (tampoco para
los otros seres elementales); de que los liuqis dependían de y ayudaban a las
hadas tanto como estas para los liuqis; de que era virtualmente imposible
hallar a un ser elemental que tuviera las mejores impresiones de los ilios; de
que aquellos no dudarían en iniciar una guerra a escala planetaria si no
temieran que las otras especies, hadas incluidas, sacaran, porque los había
ocultos, sus secretos más o menos oscuros – sospechaban que los líderes ilios
usaban magia, justamente lo que más despreciaban, pero no podían probarlo. Si
lo conseguían, los ilios tendrían frente a si a la crisis más grande desde los
tiempos de la Guerra de los Veintiocho –; de que ningún hada querría llevar a
la práctica aquel hechizo que conducía al surgimiento de las almas solitarias;
de que nunca o casi nunca se daba algún evento que alterara la rutina en sus
vidas laborales en el Banco Real de Insulandia, el Hospital Real, el Mercado
Central de las Artesanías y el Museo Real de Arqueología; de que Eduardo no
tendría impedimentos para entrar a trabajar en ese mismo museo, ya que la
arqueología era una disciplina sumamente importante para grupos e individuos
entre los seres feéricos – a las hadas les fascinaba conocer su historia y la
evolución en tiempos pasados y remotos –, de lo cambiantes que habían sido los
nombres propios a lo largo de miles de años; de la vital importancia que desde
su creación tenía el Consejo Real; de las ventajas y desventajas que implicaban
los cambios en la moda; de que se requería de algo más de tiempo para la
aprobación o el rechazo de esa ropa y el calzado; de que el plan de obras a escala
planetaria había beneficiado a los setenta y seis países y sus respectivos
habitantes en todos y cada uno de sus aspectos; y de que tanto Eduardo como
Kevin, tal como dijeran a Wilson, estaban comprometidos a tratar como reinas a
las hermanas de aura lila, algo que heredaran de su madre.
La despedida, en el umbral del acceso lateral
a la pirámide, había sido particularmente emotiva. Aunque sabían que debía
ocurrir, ninguno quería que terminara. Sobre todo las almas solitarias, que
varias veces desde que empezara la reunión habían mencionado lo gratificante
que era para ellas poder tener a alguien con quien pasar el tiempo y compartir
la mesa, que les ayudaran a hacer más llevadera esa dura, complicada y triste
existencia que significaba no haber muerto del todo. El experto en arqueología
submarina, por su parte, entre los “cien por ciento vivos”, había sido el que
disfrutara más de ese encuentro, porque aquel atípico grupo se transformaría,
más tarde o más temprano, en su nuevo grupo familiar. Allí estuvieron quienes serían
su mujer, sus suegros, su cuñada, su
concuñado e Iris, a quien, ante la duda sobre que parentesco otorgarle, había
preferido referirse a ella, en la mente al menos, como confidente y buena amiga.
A la luz de las estrellas y la Luna, y con unos pocos seres elementales a
distancias variables hubo de tener lugar la despedida, que en vistas de lo
ocurrido durante la jornada se prolongó durante casi un cuarto de hora. Ambas
parejas saludaban moviendo los brazos a las almas solitarias, y estas al
cuarteto, aun cuando Eduardo, Isabel, Kevin y Cristal empezaran a quedar más
allá de y cubiertos por la vegetación distante. “Un día espléndido”,
sentenciaron los siete.
Las almas traspasaban el pesado bloque que
cubría el acceso al túnel que llevaba a las profundidades.
_¿Y bien?., llamó Iulí.
_¿Qué contestaron?., preguntó iris.
Se refirió a los novios de las chicas.
_Que si – respondió Wilson a sus congéneres
del sexo opuesto – Kevin y Eduardo accedieron y nos van a ayudar.
_¡Excelente!., celebró Iris.
_Eso quiere decir que tenemos una
oportunidad., se alegró Iulí.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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