Allí dio inicio el encuentro familiar entre
Eduardo, Isabel, Kevin, Cristal, Wilson, Iulí e Iris, en un momento en que la
media catorcena extendió el brazo derecho en horizontal, apoyándolo sobre la
mesa y orientando la mano hacia el centro, en donde un pequeño mástil mostraba
la bandera patria del reino. Era para los seres feéricos un acto simbólico, con
el que solían sellar las uniones parentales, y que completaron pronunciando con
voz clara otro de los preceptos. Debía ser en el idioma antiguo, pero por consideración
al novio de Isabel, que lo desconocía, lo hicieron en el actual. Por lo
extenso, pareció más bien una oración.
“La familia es la más sagrada, importante e indiscutible de todas
nuestras instituciones y constituye uno de los pilares fundamentales en la
estructura y organización de la sociedad. Ayer, hoy y siempre, es una verdad
inalterable”
Una conversación que, como difícilmente pudo
haber ocurrido de otra manera, había tenido arranque con la media catorcena de
intervinientes describiendo que tanto de cotidiano tenían sus vidas, y a estas
comparándolas entre si. Concluyeron, con razón y acierto las hadas y almas solitarias,
que eso le podría resultar de algún provecho a Eduardo, para interiorizarse
acerca de día a día de tres de los seres feéricos con quienes tendría un mayor
contacto en el principal poblado del reino archipiélago: Cristal, Kevin e
Isabel, su compañera de amores. También con el trío de almas solitarias, las
que se turnaban, un día cada una, para ir a Plaza Central para dar el reporte
rutinario a la Guardia real, que tenía el rango de Consejo, sobre la seguridad
en las siempre llenas arcas reales.
Iris, Iulí y Wilson, que poseyeran en vida
auras turquesa, lila y violeta, eran los tres eternos custodios (un plantel de
seguridad que se completaba con las hadas guardianas) de la enorme estructura
piramidal sobre la superficie y su extensa maraña de corredores y receptáculos
bajo tierra, donde cientos de miles de personas físicas y todo tipo de
organismos públicos, privados y mixtos almacenaban gran parte de sus recursos –
joyas, dinero, bonos… – y el rédito producto de su formidable, legendario y
ancestral modelo económico, y la importancia que daban los seres feéricos e
incluso otras especies elementales al concepto de ahorro. El trabajo en
concreto de las almas solitarias no iba más allá de patrullar las
instalaciones, con o sin la asistencia de la Guardia Real, bajo y sobre la
superficie, y verificar que cada una de las medidas adicionales mágicas (las
que no lo eran dependían del Consejo real) funcionaran correctamente. Iris,
Iulí y Wilson estaban en movimiento permanente, las veinticuatro horas todos los
días, ya que por su naturaleza no necesitaban dormir ni descansar.
Cristal era una “estudiante de medicina” en
la principal instalación del sector en la ciudad capital, el Hospital Real, en
el barrio Plaza Central, y tenía a la Consejera de Salud y Asuntos Médicos,
Nadia, como su maestra e instructora. Era esa, sencillamente, una manera de
definir su situación. En la sociedad de las hadas, el sistema educativo con
grandes grupos de estudiantes o aprendices era algo totalmente nuevo y casi
inexistente. El conocimiento, al igual que la sabiduría, era algo que se
transmitía de los individuos de mayor edad a los más jóvenes, entre las
sucesivas generaciones, aun antes que alcanzaran la mayoría de edad legal, la
biológica y prácticamente desde que aprendían a caminar. Era uno de los
aspectos socioculturales que mayor arraigo tenía entre los seres feéricos y uno
de los más antiguos, tanto que estaba presente desde el inicio de las primeras
civilizaciones. Debido a su aplicación e inteligencia tan evidentes, Cristal,
que se ganaba su sustento trabajando en dicho hospital, había logrado adelantar
un enorme período de tiempo de aprendizaje, prácticas e instrucción y era
probable que se convirtiera en médica mucho antes de lo previsto. “Tal vez a
fines de Marzo o principios de Abril”, le había dicho Nadia a ese respecto.
Kevin, que por talento natural o don tenía
las artes, con una especialización en las esculturas (diseño de bocetos,
producción, restauraciones…) era el jefe máximo y dirigente del primer turno
laboral, que corría durante las primeras ocho horas los días hábiles y sábados,
en el Mercado central de las Artesanías, el “MC-A”, un polo comercial, fabril y
cultural ultrarentble y beneficioso por donde se lo mirara, que manejaba un
jugoso presupuesto anual, el tercero más alto de los mercados (el de la
construcción era el primero, y el de alimento no perecedero el segundo), y era
visto como uno de los pilares fundamentales y permanentes para la supervivencia
al paso del tiempo y la conservación de la cultura de los seres feéricos, que
tenía cientos, cuando no miles, de puntos en común en todo el mundo. Kevin era
el único de los individuos allí presentes que no era originario de Insulandia,
porque su cuna de nacimiento estaba en Espal, un reino en el centro de Lunaris,
otro de los continentes del planeta, del que había llegado siendo un bebé de
poco más de cuatro meses, porque sus progenitores habían accedido a un programa
de intercambio con Insulandia, país en el que terminaron quedándose.
De profesión arqueóloga especializada en
arqueología submarina, Isabel había demorado menos tiempo del habitual en
alcanzar la categoría de profesional, y hoy era una brillante investigadora que
trabajaba en el Museo Real de Arqueología, una de las instituciones más
importantes del mundo en su tipo, y cuyo cargo implicaba una oficina propia y
personal a su mando. Era una de las expertas contratadas (una forma elegante y
nada ofensiva de decir “empleada”) más jóvenes de la actualidad, la de menor
edad en todos los tiempos en el museo, el que dependía del departamento de
Arqueología, y este a su vez del Consejo de Ciencias. En sus manos tenía, como
tantos otros de sus colegas, una de las responsabilidades más grandes y una de
las banderas que constantemente, y prácticamente desde sus orígenes como una
sociedad organizada, enarbolaban las hadas: el respeto por su historia, y eso
incluia, por supuesto, la recuperación de los vestigios de su pasado, de lo que
en todo o en parte se ocupaba la arqueología. En su momento, su nombramiento como
la jefa de una de las expediciones, con un equipo y presupuesto propios, se
había debido a su aplicación, su voluntad, su inteligencia y su esfuerzo,
además de su enorme vocación para la arqueología submarina.
Eduardo se encontraba en un lapsus y su estado
era una incógnita. Para todas aquellas personas que lo hubieron de conocer,
tanto mujeres como hombres, el había estirado los pies. Ahora iba a quedarse en
el mundo de las hadas y los seres elementales de por vida y todavía no contaba
con un medio para ganarse el sustento, aunque por delante y a un plazo
inmediato tenía varias oportunidades laborales, de las que su favorita era la
de trabajar codo a codo con su actual y flamante compañera sentimental. Para
eso, para la arqueología submarina, se había preparado aun desde antes de su
ingreso a la universidad. No poseía un aura que bordeara su cuerpo, pero
Isabel, el hada con quien tenía un mayor contacto, habría jurado detectar,
fugazmente en dos oportunidades, ayer por la noche y hoy a la mañana, durante el
desayuno, como un halo bicolor celeste y azul se asomaba hacia arriba desde los
pies, un suceso inexplicable que por prudencia no se lo había comentado.
Indirectamente, ese lapsus que estaba viviendo Eduardo como protagonista y lo
que viera su novia había dado pie para abordar uno de los aspectos culturales
más llamativos de las hadas.
El de los nombres propios.
Era algo que llamaba poderosamente la
atención del oriundo de Las Heras, que ya sabía como las hadas defendían y se
apegaban a rajatabla a sus tradiciones, cultura y costumbres. Los nombres
masculinos y los femeninos, contrario a esa defensa, constituían uno de los
(pocos) aspectos que más habían cambiado con el paso de las decenas de siglos,
de milenios, de su historia, combinando los propios de la cultura de los seres
feéricos con otros de uso común y habitual entre las otras especies elementales
e incluso unos pocos de los ser humanos, solo que de estos últimos las hadas
habían adoptado los que su origen tenían en las lenguas romances, como el español,
por una cuestión de practicidad y por ser igual en todo o casi todo al idioma
nuevo de los seres feéricos. Las dificultades en la pronunciación e
inconsistencias con la ortografía y modismos de los locales, como también la
adaptación de unos pocos de esos nombres incorporados los habían hecho mutar,
ya fuera que hubieran sido mezclados con los tradicionales, o bien que se los
hubiera traducido. Un reciente fallecimiento en la Ciudad Del Sol, por ejemplo,
había sido el de un hombre de ¡trescientos treinta y cuatro años!, que no
aparentaba más de noventa y siete – lo que sería una marca notable en los
estándares humanos – llamado “Bennis”, una deformación del nombre Benicio,
ocurrida días atrás en el barrio Altos del Norte. Otros dos ejemplos fueron el polo
opuesto, los nacimientos de “Mari An” y “Luci An” (Mariana y Luciana),
veinticuatro y treinta y seis horas antes, respectivamente, en el mismo barrio
– Eduardo supo con ello que entre los seres feéricos también existían los
nombres compuestos –, y uno más la boda difundida por los medios gráficos
insulares, en la sección e espectáculos, de la pareja de artistas formada por
“Nikolai” (Nicolás) y “Frau” (Flavia). Otros nombres, en cambio, fueron
adaptaciones de uno y otro sexo que fueron unificadas y un ejemplo de eso era
la progenitora de Cristal e Isabel. Y unos pocos nombres más, de hombres y
mujeres por igual, tenían la opción de adoptar sus diminutivos, o mejor dicho
las formas amistosas para referirse a ellos, como la reina de Insulandia. Como
lo explicaran las almas solitarias, la adopción de los “nombres humanos” con
modificaciones o sin ellas databa de hacía alrededor de cinco siglos, apenas un
parpadeo en la extensa historia de los seres feéricos, una costumbre también
arraigada entre las sirenas y sus contrapartes del sexo masculino, los
tritones, y hoy se creía que entre el diez y el dieciséis por ciento de los
Habitantes del Agua tenían esos nombres no propios de su ancestral cultura.
Incluso los gnomos, liuqis y otras especies elementales los hubieron de
adoptar, modificando (y enriqueciendo) más o menos sus respectivos acervos
culturales. Entre los seres feéricos, en la actualidad estaban contemplados por
sus leyes unos treinta y tres millones setecientos catorce mil quinientos
quince nombres, entre los propios de su cultura, los incorporados de otras
especies elementales, los de los seres humanos y los resultantes de las
combinaciones y modificaciones.
Finalizado el agradabilísimo momento del té,
l atípica reunión familiar de siete componentes – un ser humano, tres feéricos
y tres almas solitarias o espectros – se había llevado a cabo fuera de ese
magnífico recinto, yendo el septeto por las recámaras y corredores, en un
momento en que la visita a las instalaciones del Banco Real hubo de pasar a un
segundo plano para Eduardo, puesto que este encontraba más interesante el
encuentro con su nuevo, flamante y atípico grupo familiar y los temas de conversación
resultantes. El oriundo de Las Heras era el único prácticamente que hacía las
preguntas, hallándose en un desconocimiento casi total sobre el estilo de vida
y las costumbres de las hadas (de estas hadas). Como bien le explicara su
compañera sentimental, teniendo a su disposición un planeta y siendo en este la
especie dominante, los seres feéricos podían hacer lo que y obrar como
quisieran para mejorar como sociedad y como individuos, incluso tomar para si e
incorporar aspectos socioculturales de las otras especies elementales y los
humanos y combinarlos con los suyos y sus prácticas. De esa manera habían
desarrollado un sistema de salud pública, el formidable programa social a cargo
del poder político en los setenta y seis países, poblados (ciudades, aldeas,
caseríos y parajes) bien definidos que tenían, algunos, su propia división
administrativa, sistemas políticos y organizativos que incluían elecciones,
varios de los deportes practicados por las hadas, y la división propia del
poder político. En el reino de Insulandia, por ejemplo, hubieron de crearse
diecinueve organismos para regular y administrar las principales actividades
que de una u otra forma atañían a las hadas, la más sofisticada de todas las
especies. Existentes desde tiempos ancestrales con otras denominaciones o
nombres, y en menor número, esos organismos eran, hoy, los Consejos de Agricultura,
ganadería y Alimentación (AGA), de Arqueología y Genealogía (AG), de Comunicaciones
y Difusión (CD), de Ciencias (CS), de Correos Encomiendas, Sellos y Timbres
(CEST), de Cultura (CT), de Deportes (D), de Desarrollo Comunitario y Social
(DCS), de Ecología, Medio Ambiente y Recursos Naturales (EMARN), la Guardia
Real (GR) que tenía el rango de Consejo, de Hacienda y Economía (HE), de
Infraestructura y obras (IO), de Justicia (J), de Parques Reales (PR), de
Relaciones Elementales (REM), de Relaciones Exteriores (RES), de Salud y
Asuntos Médicos (SAM), de Transportes (T) y de Turismo, Recreación y
Esparcimiento (TRE). En conjunto formaban el Consejo Real de Insulandia.
En otros ejemplos, con mayor o menos
trascendencia para las tradiciones y costumbres, las hadas habían optado por la
transculturación, y uno de ellos era el de la vestimenta. Tanto los individuos
del sexo femenino como los del masculino habían adoptado la de los seres
humanos, una costumbre establecida desde aquel momento en que advirtieran que
el “Espectador”, una de las reliquias por excelencia para la sociedad feérica
(el objeto mágico que caracterizaba y distinguía al reino insular), podía
emplearse no solo para conocer en tiempo real lo que pasaba en cualquier lugar
del planeta, sino también en aquel lugar del que provinieran las hadas del
Primer Encuentro. En si, la de la vestimenta era una de las caras más nuevas de
la mezcla de ambas culturas, porque había sido establecida hacía poco más de un
siglo. Las hadas descubrieron la practicidad y comodidad de las nuevas prendas
de vestir en determinadas circunstancias, que quedaron puestas de manifiesto a
muy poco tiempo de haber empezado a usarlas, como el trabajo, la práctica de
tal o cual deporte, el entretenimiento en las costas o playas (pantalones
cortos los hombres y mallas enteras o biquinis de dos piezas las mujeres) y los
viajes largos sin recurrir a las puertas espaciales. Por supuesto que tales
prendas no eran calcos exactos, porque las hadas usaron ayer y usaban hoy
técnicas de diseño y materiales más o menos diferentes en la confección de la
ropa, lo mismo que el calzado. No obstante, las hadas continuaban usando, y
esto estaba fuera de toda discusión, su indumentaria y calzado tradicionales
para las llamadas por ellas mismas como “ceremonias personales” – nacimientos,
cumpleaños, funerales, casamientos… –, para las festividades y celebraciones de
cualquier alcance en su calendario, reuniones políticas, visitas de Estado de los
funcionarios…
Y hubo un colosal proyecto de escala
planetaria de obras e infraestructura en el cual los seres feéricos hubieron de
hacer una combinación entre sus propios conocimientos, ancestrales y no tanto,
y los de las civilizaciones humanas que fueron y vinieron – los seres
elementales que pudieron llegar después del Primer Encuentro no dejaron de dar información
detallada a los locales, hablándoles de los romanos, los griegos, los egipcios…
–, tanto en el diseño de los planos como en las construcciones y su
manutención. Tales obras habían finalizado durante la segunda semana del pasado
mes de Noviembre, después de cincuenta y ocho años y dos meses de trabajos
constantes, una inversión promedio de ciento cuarenta mil millones anuales de
soles por país (la cifra total era algo descomunal e indescriptible) y la
fuerza laboral más grande que se hubiera visto en lo que iba del milenio. En el
caso particular del reino de Insulandia, dicho programa había consistido,
principalmente, en la puesta nuevamente a punto, después de haberlos tenido sin
uso y abandonados por lapsos de tiempo y motivos diferentes, de quinientos
cuarenta y un mil novecientos veinticinco kilómetros de rutas reales,
regionales y locales, callejuelas, calles, pasajes y otros caminos; superficie
ganada a mares y océanos por el total de sesenta y cinco mil doscientos un
kilómetros cuadrados, la instalación de ciento noventa y seis mil ochocientos
setenta y cinco postes ornamentados con faroles a vela, que más que servir para
el alumbrado artificial (los seres feéricos podían ver y guiarse en la oscuridad9
lo hacían como puntos de referencia; la plantación de dos millones doscientos
mil árboles y tres veces esa cantidad de semillas, todo en el tiempo marca de un
semestre, de acuerdo a uno de los programas de forestación llevado a cabo en
paralelo a este fastuoso programa de escala planetaria; la construcción de
decenas de puentes, rectos y curvos, que saltaban sobre arroyos, ríos y otros
cursos de agua; las modernizaciones, remodelaciones y redecoraciones, de vuelta
tanto como les fuera posible a su estado original, del Castillo Real y cada uno
de los edificios públicos del reino, como así también otras estructuras que
prestaban uno o más servicios a la comunidad – mercados centrales, postas,
campos de globos, puertos, estafetas postales… –; refacciones integrales en
todos los monumentos y lugares históricos; la construcción del primer puente
levadizo móvil, con un sistema mecánico, en el mundo, que requería de seis
personas para ser operado, sobre un río cuyo ancho era de trescientos setenta y
cinco metros; la botadura del primer submarino del mundo, un vehículo de trece
metros de longitud por seis de ancho diseñado específicamente para hacer exploraciones
científicas; y la construcción y posterior inauguración de cincuenta y nueve
mil cuarenta y tres estructuras destinadas a los más diversos campos, como la
ciencia, el deporte, el trabajo y las viviendas. Aún habiéndose tratado de una
inversión “gigantesca y astronómica”, aquella solamente había representado
quince puntos porcentuales del total de reservas en las arcas del estado
insular. Las pudieron volver a llenar al mismo tiempo que discurrían las obras,
gracias a ese formidable modelo económico y social.
“Fantástico”.
Así había opinado Eduardo cuando los otros
comensales y el trío de almas solitarias concluyeron la explicación sobre ese
programa, el cual se había extendido durante décadas, y pensando al mismo
tiempo en el sistema político, el social y el económico de su lugar de origen.
Pensamientos y comparaciones que recién
llegaron a su término cuando los siete estuvieron nuevamente en el salón de té.
El experto en arqueología submarina había visto la práctica de una de las
habilidades de las almas solitarias. Estas podían hacer que cualquier objeto
sólido atravesara las paredes, siempre que fueran lo bastante livianos como
para moverlas… o que tuvieran movilidad propia. Wilson había sujetado a Eduardo
por ambos hombros y cruzaron así, en alrededor de tres minutos, la distancia
que había entre el punto más alto de la pirámide (la oficina del director del
banco) y el salón. Lo propio hicieron Iris con Isabel e Iulí con Cristal y
Kevin.
Para Eduardo fue como haber atravesado humo.
_Si en el lugar del que provengo se
invirtiera esa cantidad o una parecida pero proporcional al mismo tiempo a la
cantidad total de habitantes del país, este sería no menos que una potencia
regional – comentó el compañero sentimental de Isabel, ocupando una silla junto
a la mesa redonda, al tiempo que su reloj de bolsillo de oro (Wilson lo
reconoció y se alegró de que alguien lo estuviera usando) hubo de anunciar las
dieciocho horas con treinta minutos –. No existiría, por ejemplo, la crisis
demográfica. Pienso que ese es uno de los factores causantes de otros
problemas, como la pobreza y el desempleo. Y encima los políticos ayudan poco,
muy poco o nada.
Y su mente se trasladó a esos lugares. Las
áreas metropolitanas, las ciudades costeras que albergaban los principales
puertos del país y cualquier lugar que tuviera un piso de medio millón de
pobladores
_¿Por qué?, ¿qué es lo que hacen?., se
interesó Kevin.
Aunque el artesano-escultor quería escuchar
la contestación, a nadie se le ocurrió poner en duda el hecho de que estaba
(mucho) más interesado en continuar disfrutando la gratificante y agradable
compañía de Cristal.
¡¿Quién no preferiría eso?!.
_No lo hacen, mejor dicho. Seis o siete
funcionarios de un total de diez, en promedio
no sienten ni tienen interés por otras personas que no sean ellos mismos
y su séquito más cercano, y de esos seis o siete hay por lo menos uno que
directamente desprecia y odia a la gente, es decir al pueblo. Son lo peor de lo
peor… y más que eso también. Hay algunas personas de la política, en cambio,
que si valen la pena, pero son pocos, del orden del diez al quince por ciento a
nivel país… y ese porcentaje, creo, siendo generoso. Siendo tan pocos los
buenos y tantos los otros, la decencia en la función pública pasa inadvertida,
lo mismo que el buen desempeño y la honestidad, de ahí a que se sostenga que es
más fácil hacer gárgaras boca abajo que hallar a un político honesto – explicó Eduardo
a Kevin. Ambas novias, las hermanas de aura lila, estaban prontas a ponerse de
pie otra vez. Su progenitora e Iris las estaban esperando en el acceso al salón
de té, para, seguramente, una “conversación al respecto” entre mujeres.
Particularmente, la de una madre hacia sus hijas –. ¿Se van?., preguntó Eduardo
a las chicas.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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