sábado, 19 de agosto de 2017

3.12) Reunión familiar, parte 2



Allí dio inicio el encuentro familiar entre Eduardo, Isabel, Kevin, Cristal, Wilson, Iulí e Iris, en un momento en que la media catorcena extendió el brazo derecho en horizontal, apoyándolo sobre la mesa y orientando la mano hacia el centro, en donde un pequeño mástil mostraba la bandera patria del reino. Era para los seres feéricos un acto simbólico, con el que solían sellar las uniones parentales, y que completaron pronunciando con voz clara otro de los preceptos. Debía ser en el idioma antiguo, pero por consideración al novio de Isabel, que lo desconocía, lo hicieron en el actual. Por lo extenso, pareció más bien una oración.

“La familia es la más sagrada, importante e indiscutible de todas nuestras instituciones y constituye uno de los pilares fundamentales en la estructura y organización de la sociedad. Ayer, hoy y siempre, es una verdad inalterable”

Una conversación que, como difícilmente pudo haber ocurrido de otra manera, había tenido arranque con la media catorcena de intervinientes describiendo que tanto de cotidiano tenían sus vidas, y a estas comparándolas entre si. Concluyeron, con razón y acierto las hadas y almas solitarias, que eso le podría resultar de algún provecho a Eduardo, para interiorizarse acerca de día a día de tres de los seres feéricos con quienes tendría un mayor contacto en el principal poblado del reino archipiélago: Cristal, Kevin e Isabel, su compañera de amores. También con el trío de almas solitarias, las que se turnaban, un día cada una, para ir a Plaza Central para dar el reporte rutinario a la Guardia real, que tenía el rango de Consejo, sobre la seguridad en las siempre llenas arcas reales.

Iris, Iulí y Wilson, que poseyeran en vida auras turquesa, lila y violeta, eran los tres eternos custodios (un plantel de seguridad que se completaba con las hadas guardianas) de la enorme estructura piramidal sobre la superficie y su extensa maraña de corredores y receptáculos bajo tierra, donde cientos de miles de personas físicas y todo tipo de organismos públicos, privados y mixtos almacenaban gran parte de sus recursos – joyas, dinero, bonos… – y el rédito producto de su formidable, legendario y ancestral modelo económico, y la importancia que daban los seres feéricos e incluso otras especies elementales al concepto de ahorro. El trabajo en concreto de las almas solitarias no iba más allá de patrullar las instalaciones, con o sin la asistencia de la Guardia Real, bajo y sobre la superficie, y verificar que cada una de las medidas adicionales mágicas (las que no lo eran dependían del Consejo real) funcionaran correctamente. Iris, Iulí y Wilson estaban en movimiento permanente, las veinticuatro horas todos los días, ya que por su naturaleza no necesitaban dormir ni descansar.
Cristal era una “estudiante de medicina” en la principal instalación del sector en la ciudad capital, el Hospital Real, en el barrio Plaza Central, y tenía a la Consejera de Salud y Asuntos Médicos, Nadia, como su maestra e instructora. Era esa, sencillamente, una manera de definir su situación. En la sociedad de las hadas, el sistema educativo con grandes grupos de estudiantes o aprendices era algo totalmente nuevo y casi inexistente. El conocimiento, al igual que la sabiduría, era algo que se transmitía de los individuos de mayor edad a los más jóvenes, entre las sucesivas generaciones, aun antes que alcanzaran la mayoría de edad legal, la biológica y prácticamente desde que aprendían a caminar. Era uno de los aspectos socioculturales que mayor arraigo tenía entre los seres feéricos y uno de los más antiguos, tanto que estaba presente desde el inicio de las primeras civilizaciones. Debido a su aplicación e inteligencia tan evidentes, Cristal, que se ganaba su sustento trabajando en dicho hospital, había logrado adelantar un enorme período de tiempo de aprendizaje, prácticas e instrucción y era probable que se convirtiera en médica mucho antes de lo previsto. “Tal vez a fines de Marzo o principios de Abril”, le había dicho Nadia a ese respecto.
Kevin, que por talento natural o don tenía las artes, con una especialización en las esculturas (diseño de bocetos, producción, restauraciones…) era el jefe máximo y dirigente del primer turno laboral, que corría durante las primeras ocho horas los días hábiles y sábados, en el Mercado central de las Artesanías, el “MC-A”, un polo comercial, fabril y cultural ultrarentble y beneficioso por donde se lo mirara, que manejaba un jugoso presupuesto anual, el tercero más alto de los mercados (el de la construcción era el primero, y el de alimento no perecedero el segundo), y era visto como uno de los pilares fundamentales y permanentes para la supervivencia al paso del tiempo y la conservación de la cultura de los seres feéricos, que tenía cientos, cuando no miles, de puntos en común en todo el mundo. Kevin era el único de los individuos allí presentes que no era originario de Insulandia, porque su cuna de nacimiento estaba en Espal, un reino en el centro de Lunaris, otro de los continentes del planeta, del que había llegado siendo un bebé de poco más de cuatro meses, porque sus progenitores habían accedido a un programa de intercambio con Insulandia, país en el que terminaron quedándose.
De profesión arqueóloga especializada en arqueología submarina, Isabel había demorado menos tiempo del habitual en alcanzar la categoría de profesional, y hoy era una brillante investigadora que trabajaba en el Museo Real de Arqueología, una de las instituciones más importantes del mundo en su tipo, y cuyo cargo implicaba una oficina propia y personal a su mando. Era una de las expertas contratadas (una forma elegante y nada ofensiva de decir “empleada”) más jóvenes de la actualidad, la de menor edad en todos los tiempos en el museo, el que dependía del departamento de Arqueología, y este a su vez del Consejo de Ciencias. En sus manos tenía, como tantos otros de sus colegas, una de las responsabilidades más grandes y una de las banderas que constantemente, y prácticamente desde sus orígenes como una sociedad organizada, enarbolaban las hadas: el respeto por su historia, y eso incluia, por supuesto, la recuperación de los vestigios de su pasado, de lo que en todo o en parte se ocupaba la arqueología. En su momento, su nombramiento como la jefa de una de las expediciones, con un equipo y presupuesto propios, se había debido a su aplicación, su voluntad, su inteligencia y su esfuerzo, además de su enorme vocación para la arqueología submarina.
Eduardo se encontraba en un lapsus y su estado era una incógnita. Para todas aquellas personas que lo hubieron de conocer, tanto mujeres como hombres, el había estirado los pies. Ahora iba a quedarse en el mundo de las hadas y los seres elementales de por vida y todavía no contaba con un medio para ganarse el sustento, aunque por delante y a un plazo inmediato tenía varias oportunidades laborales, de las que su favorita era la de trabajar codo a codo con su actual y flamante compañera sentimental. Para eso, para la arqueología submarina, se había preparado aun desde antes de su ingreso a la universidad. No poseía un aura que bordeara su cuerpo, pero Isabel, el hada con quien tenía un mayor contacto, habría jurado detectar, fugazmente en dos oportunidades, ayer por la noche y hoy a la mañana, durante el desayuno, como un halo bicolor celeste y azul se asomaba hacia arriba desde los pies, un suceso inexplicable que por prudencia no se lo había comentado. Indirectamente, ese lapsus que estaba viviendo Eduardo como protagonista y lo que viera su novia había dado pie para abordar uno de los aspectos culturales más llamativos de las hadas.

El de los nombres propios.
Era algo que llamaba poderosamente la atención del oriundo de Las Heras, que ya sabía como las hadas defendían y se apegaban a rajatabla a sus tradiciones, cultura y costumbres. Los nombres masculinos y los femeninos, contrario a esa defensa, constituían uno de los (pocos) aspectos que más habían cambiado con el paso de las decenas de siglos, de milenios, de su historia, combinando los propios de la cultura de los seres feéricos con otros de uso común y habitual entre las otras especies elementales e incluso unos pocos de los ser humanos, solo que de estos últimos las hadas habían adoptado los que su origen tenían en las lenguas romances, como el español, por una cuestión de practicidad y por ser igual en todo o casi todo al idioma nuevo de los seres feéricos. Las dificultades en la pronunciación e inconsistencias con la ortografía y modismos de los locales, como también la adaptación de unos pocos de esos nombres incorporados los habían hecho mutar, ya fuera que hubieran sido mezclados con los tradicionales, o bien que se los hubiera traducido. Un reciente fallecimiento en la Ciudad Del Sol, por ejemplo, había sido el de un hombre de ¡trescientos treinta y cuatro años!, que no aparentaba más de noventa y siete – lo que sería una marca notable en los estándares humanos – llamado “Bennis”, una deformación del nombre Benicio, ocurrida días atrás en el barrio Altos del Norte. Otros dos ejemplos fueron el polo opuesto, los nacimientos de “Mari An” y “Luci An” (Mariana y Luciana), veinticuatro y treinta y seis horas antes, respectivamente, en el mismo barrio – Eduardo supo con ello que entre los seres feéricos también existían los nombres compuestos –, y uno más la boda difundida por los medios gráficos insulares, en la sección e espectáculos, de la pareja de artistas formada por “Nikolai” (Nicolás) y “Frau” (Flavia). Otros nombres, en cambio, fueron adaptaciones de uno y otro sexo que fueron unificadas y un ejemplo de eso era la progenitora de Cristal e Isabel. Y unos pocos nombres más, de hombres y mujeres por igual, tenían la opción de adoptar sus diminutivos, o mejor dicho las formas amistosas para referirse a ellos, como la reina de Insulandia. Como lo explicaran las almas solitarias, la adopción de los “nombres humanos” con modificaciones o sin ellas databa de hacía alrededor de cinco siglos, apenas un parpadeo en la extensa historia de los seres feéricos, una costumbre también arraigada entre las sirenas y sus contrapartes del sexo masculino, los tritones, y hoy se creía que entre el diez y el dieciséis por ciento de los Habitantes del Agua tenían esos nombres no propios de su ancestral cultura. Incluso los gnomos, liuqis y otras especies elementales los hubieron de adoptar, modificando (y enriqueciendo) más o menos sus respectivos acervos culturales. Entre los seres feéricos, en la actualidad estaban contemplados por sus leyes unos treinta y tres millones setecientos catorce mil quinientos quince nombres, entre los propios de su cultura, los incorporados de otras especies elementales, los de los seres humanos y los resultantes de las combinaciones y modificaciones.

Finalizado el agradabilísimo momento del té, l atípica reunión familiar de siete componentes – un ser humano, tres feéricos y tres almas solitarias o espectros – se había llevado a cabo fuera de ese magnífico recinto, yendo el septeto por las recámaras y corredores, en un momento en que la visita a las instalaciones del Banco Real hubo de pasar a un segundo plano para Eduardo, puesto que este encontraba más interesante el encuentro con su nuevo, flamante y atípico grupo familiar y los temas de conversación resultantes. El oriundo de Las Heras era el único prácticamente que hacía las preguntas, hallándose en un desconocimiento casi total sobre el estilo de vida y las costumbres de las hadas (de estas hadas). Como bien le explicara su compañera sentimental, teniendo a su disposición un planeta y siendo en este la especie dominante, los seres feéricos podían hacer lo que y obrar como quisieran para mejorar como sociedad y como individuos, incluso tomar para si e incorporar aspectos socioculturales de las otras especies elementales y los humanos y combinarlos con los suyos y sus prácticas. De esa manera habían desarrollado un sistema de salud pública, el formidable programa social a cargo del poder político en los setenta y seis países, poblados (ciudades, aldeas, caseríos y parajes) bien definidos que tenían, algunos, su propia división administrativa, sistemas políticos y organizativos que incluían elecciones, varios de los deportes practicados por las hadas, y la división propia del poder político. En el reino de Insulandia, por ejemplo, hubieron de crearse diecinueve organismos para regular y administrar las principales actividades que de una u otra forma atañían a las hadas, la más sofisticada de todas las especies. Existentes desde tiempos ancestrales con otras denominaciones o nombres, y en menor número, esos organismos eran, hoy, los Consejos de Agricultura, ganadería y Alimentación (AGA), de Arqueología y Genealogía (AG), de Comunicaciones y Difusión (CD), de Ciencias (CS), de Correos Encomiendas, Sellos y Timbres (CEST), de Cultura (CT), de Deportes (D), de Desarrollo Comunitario y Social (DCS), de Ecología, Medio Ambiente y Recursos Naturales (EMARN), la Guardia Real (GR) que tenía el rango de Consejo, de Hacienda y Economía (HE), de Infraestructura y obras (IO), de Justicia (J), de Parques Reales (PR), de Relaciones Elementales (REM), de Relaciones Exteriores (RES), de Salud y Asuntos Médicos (SAM), de Transportes (T) y de Turismo, Recreación y Esparcimiento (TRE). En conjunto formaban el Consejo Real de Insulandia.
En otros ejemplos, con mayor o menos trascendencia para las tradiciones y costumbres, las hadas habían optado por la transculturación, y uno de ellos era el de la vestimenta. Tanto los individuos del sexo femenino como los del masculino habían adoptado la de los seres humanos, una costumbre establecida desde aquel momento en que advirtieran que el “Espectador”, una de las reliquias por excelencia para la sociedad feérica (el objeto mágico que caracterizaba y distinguía al reino insular), podía emplearse no solo para conocer en tiempo real lo que pasaba en cualquier lugar del planeta, sino también en aquel lugar del que provinieran las hadas del Primer Encuentro. En si, la de la vestimenta era una de las caras más nuevas de la mezcla de ambas culturas, porque había sido establecida hacía poco más de un siglo. Las hadas descubrieron la practicidad y comodidad de las nuevas prendas de vestir en determinadas circunstancias, que quedaron puestas de manifiesto a muy poco tiempo de haber empezado a usarlas, como el trabajo, la práctica de tal o cual deporte, el entretenimiento en las costas o playas (pantalones cortos los hombres y mallas enteras o biquinis de dos piezas las mujeres) y los viajes largos sin recurrir a las puertas espaciales. Por supuesto que tales prendas no eran calcos exactos, porque las hadas usaron ayer y usaban hoy técnicas de diseño y materiales más o menos diferentes en la confección de la ropa, lo mismo que el calzado. No obstante, las hadas continuaban usando, y esto estaba fuera de toda discusión, su indumentaria y calzado tradicionales para las llamadas por ellas mismas como “ceremonias personales” – nacimientos, cumpleaños, funerales, casamientos… –, para las festividades y celebraciones de cualquier alcance en su calendario, reuniones políticas, visitas de Estado de los funcionarios…

Y hubo un colosal proyecto de escala planetaria de obras e infraestructura en el cual los seres feéricos hubieron de hacer una combinación entre sus propios conocimientos, ancestrales y no tanto, y los de las civilizaciones humanas que fueron y vinieron – los seres elementales que pudieron llegar después del Primer Encuentro no dejaron de dar información detallada a los locales, hablándoles de los romanos, los griegos, los egipcios… –, tanto en el diseño de los planos como en las construcciones y su manutención. Tales obras habían finalizado durante la segunda semana del pasado mes de Noviembre, después de cincuenta y ocho años y dos meses de trabajos constantes, una inversión promedio de ciento cuarenta mil millones anuales de soles por país (la cifra total era algo descomunal e indescriptible) y la fuerza laboral más grande que se hubiera visto en lo que iba del milenio. En el caso particular del reino de Insulandia, dicho programa había consistido, principalmente, en la puesta nuevamente a punto, después de haberlos tenido sin uso y abandonados por lapsos de tiempo y motivos diferentes, de quinientos cuarenta y un mil novecientos veinticinco kilómetros de rutas reales, regionales y locales, callejuelas, calles, pasajes y otros caminos; superficie ganada a mares y océanos por el total de sesenta y cinco mil doscientos un kilómetros cuadrados, la instalación de ciento noventa y seis mil ochocientos setenta y cinco postes ornamentados con faroles a vela, que más que servir para el alumbrado artificial (los seres feéricos podían ver y guiarse en la oscuridad9 lo hacían como puntos de referencia; la plantación de dos millones doscientos mil árboles y tres veces esa cantidad de semillas, todo en el tiempo marca de un semestre, de acuerdo a uno de los programas de forestación llevado a cabo en paralelo a este fastuoso programa de escala planetaria; la construcción de decenas de puentes, rectos y curvos, que saltaban sobre arroyos, ríos y otros cursos de agua; las modernizaciones, remodelaciones y redecoraciones, de vuelta tanto como les fuera posible a su estado original, del Castillo Real y cada uno de los edificios públicos del reino, como así también otras estructuras que prestaban uno o más servicios a la comunidad – mercados centrales, postas, campos de globos, puertos, estafetas postales… –; refacciones integrales en todos los monumentos y lugares históricos; la construcción del primer puente levadizo móvil, con un sistema mecánico, en el mundo, que requería de seis personas para ser operado, sobre un río cuyo ancho era de trescientos setenta y cinco metros; la botadura del primer submarino del mundo, un vehículo de trece metros de longitud por seis de ancho diseñado específicamente para hacer exploraciones científicas; y la construcción y posterior inauguración de cincuenta y nueve mil cuarenta y tres estructuras destinadas a los más diversos campos, como la ciencia, el deporte, el trabajo y las viviendas. Aún habiéndose tratado de una inversión “gigantesca y astronómica”, aquella solamente había representado quince puntos porcentuales del total de reservas en las arcas del estado insular. Las pudieron volver a llenar al mismo tiempo que discurrían las obras, gracias a ese formidable modelo económico y social.
“Fantástico”.
Así había opinado Eduardo cuando los otros comensales y el trío de almas solitarias concluyeron la explicación sobre ese programa, el cual se había extendido durante décadas, y pensando al mismo tiempo en el sistema político, el social y el económico de su lugar de origen.

Pensamientos y comparaciones que recién llegaron a su término cuando los siete estuvieron nuevamente en el salón de té. El experto en arqueología submarina había visto la práctica de una de las habilidades de las almas solitarias. Estas podían hacer que cualquier objeto sólido atravesara las paredes, siempre que fueran lo bastante livianos como para moverlas… o que tuvieran movilidad propia. Wilson había sujetado a Eduardo por ambos hombros y cruzaron así, en alrededor de tres minutos, la distancia que había entre el punto más alto de la pirámide (la oficina del director del banco) y el salón. Lo propio hicieron Iris con Isabel e Iulí con Cristal y Kevin.
Para Eduardo fue como haber atravesado humo.
_Si en el lugar del que provengo se invirtiera esa cantidad o una parecida pero proporcional al mismo tiempo a la cantidad total de habitantes del país, este sería no menos que una potencia regional – comentó el compañero sentimental de Isabel, ocupando una silla junto a la mesa redonda, al tiempo que su reloj de bolsillo de oro (Wilson lo reconoció y se alegró de que alguien lo estuviera usando) hubo de anunciar las dieciocho horas con treinta minutos –. No existiría, por ejemplo, la crisis demográfica. Pienso que ese es uno de los factores causantes de otros problemas, como la pobreza y el desempleo. Y encima los políticos ayudan poco, muy poco o nada.
Y su mente se trasladó a esos lugares. Las áreas metropolitanas, las ciudades costeras que albergaban los principales puertos del país y cualquier lugar que tuviera un piso de medio millón de pobladores
_¿Por qué?, ¿qué es lo que hacen?., se interesó Kevin.
Aunque el artesano-escultor quería escuchar la contestación, a nadie se le ocurrió poner en duda el hecho de que estaba (mucho) más interesado en continuar disfrutando la gratificante y agradable compañía de Cristal.
¡¿Quién no preferiría eso?!.
_No lo hacen, mejor dicho. Seis o siete funcionarios de un total de diez, en promedio  no sienten ni tienen interés por otras personas que no sean ellos mismos y su séquito más cercano, y de esos seis o siete hay por lo menos uno que directamente desprecia y odia a la gente, es decir al pueblo. Son lo peor de lo peor… y más que eso también. Hay algunas personas de la política, en cambio, que si valen la pena, pero son pocos, del orden del diez al quince por ciento a nivel país… y ese porcentaje, creo, siendo generoso. Siendo tan pocos los buenos y tantos los otros, la decencia en la función pública pasa inadvertida, lo mismo que el buen desempeño y la honestidad, de ahí a que se sostenga que es más fácil hacer gárgaras boca abajo que hallar a un político honesto – explicó Eduardo a Kevin. Ambas novias, las hermanas de aura lila, estaban prontas a ponerse de pie otra vez. Su progenitora e Iris las estaban esperando en el acceso al salón de té, para, seguramente, una “conversación al respecto” entre mujeres. Particularmente, la de una madre hacia sus hijas –. ¿Se van?., preguntó Eduardo a las chicas.



Continúa…



--- CLAUDIO ---

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