_¿En qué te quedaste pensando, Isabel?.,
quiso saber su flamante compañero de amores, con un tono de intriga, volviendo
a montar en la bicicleta, al haber asomado a un lado de una puerta espacial
inaugurada durante la madrugada, ya en el viaje desde un invernadero con
especies del continente florentino hasta el Banco real insular.
El invernadero había sido tal cual lo
describiera la hermana de Cristal en los días anteriores; un enorme predio en
el que había exactas mil setecientas sesenta y ocho especies vegetales, algunas
en espacios cerrados y otras a cielo abierto, y una multitud nutrida de hombres
y mujeres de la raza feérica inundaba los senderos internos y gran parte de las
estructuras. Había precios de entre uno y doscientos sesenta soles y el
personal, en cuyos uniformes figuraban el logotipo del invernadero y un mapa
contorno del continente, del que, comentaban las hadas, se buscaba darle el
nombre en el idioma actual.
Eduardo e Isabel avanzaban por uno de los
caminos troncales, una de las rutas que nacían en el límite de la Ciudad Del
Sol y llegaban a los confines sureños del país (una ruta real o “RR”, tal cual
lo indicaba el mapa turístico que llevaba el hombre), rumbo a la sede central
del Banco Real de Insulandia. No se habían arrepentido en lo absoluto de llevar
ese día ropa tan liviana de colores claros, porque recién eran las once horas
con cinco minutos y la temperatura de ambiente ya estaba trepando a los
veinticuatro grados y cuarto (Isabel llevaba un termómetro portátil en su
cartera y cada tanto lo observaba). Inusual medida, si la hubiere, para estar
atravesando los últimos días del verano.
Y habría de aumentar, por supuesto.
_En el día que te conocí. Es decir, aquella
mañana en que te encontré en la cabaña. Cuando Nadia, Elvia, Cristal y yo
tomamos conocimiento de tu existencia. YH ahora que lo pienso mejor, me gustó
más eso que haber tenido por delante cuatro días de descanso y ociosidad, y no
son pocos los motivos que tengo para pensar de esa manera – contestó Isabel,
todavía in mersa en ese instante de su pasado reciente tan gratificante – .En
como nos transformamos mi hermana y yo en el centro de atención para decenas de
ojos, una vez que dejamos atrás la puerta espacial en barraca Sola, y esos
hombres que nos ayudaron a llevarte a mi casa. Yo me había quedado entonces a
tu lado, y Cristal había salido para explicar lo que estaba pasando a los
nuestros, hablo de las hadas que estaban cerca. En ese momento creímos que no
había menos de una treintena de personas congregadas allí, en la fachada, y fue
cierto. Por chisme, por solidaridad o por las dos cosas. Nadia estuvo de vuelta
con la reina Lili alrededor de sesenta minutos más tarde, y las cuatro
empezamos a pensar en como proceder de allí en adelante, en cual podría ser la
forma correcta. Por ejemplo, lo principal de todo era la forma de conservarte
con vida, porque estuvimos plenamente conscientes de que tu existencia se hallaba
en peligro. Siendo una experta en temas médicos, Nadia fue la primera en hacer
algo.
_¿Qué fue de la princesa Elvia?., quiso saber
Eduardo.
_Se había quedado como reemplazo de la reina.
_¿Y ustedes tres? – preguntó el oriundo de
Las Heras, concentrado en aquellas palabras –. ¿Qué hicieron entonces?.
Yendo a velocidad normal, de a ratos más
lenta dado el escaso espacio para maniobrar, porque esa ruta real era
serpenteante y angosta – había un plan a largo plazo para ensancharla, el cual
empezaría a mediados de Julio –, y el hecho de llevar a su compañera
sentimental delante suyo, sobre el caño, pudo finalmente empezar a circular en
línea recta, cuando el camino adoquinado que era la ruta hubo de dejar atrás la
frondosa y poblada arboleda y parecer dejar, gradualmente, la forma sinuosa.
Delante de el, su colega, con las (magníficas) piernas cruzadas hacia el lado
izquierdo y las manos apoyadas sobre las del conductor, miraba hacia adelante y
actuaba como guía. Aun les quedaban siete mil cuatrocientos metros por recorrer
antes de llegar al banco real. Isabel estaba una vez más concentrada en aquella
jornada, para ella sublime (histórica, para los seres feéricos en general), más
específicamente en el intercambio de sugerencias, palabras y opiniones con su hermana,
la reina Lili y la Consejera de Salud y Asuntos Médicos del reino, en uno de
los dormitorios, en el transcurso de los treinta minutos que siguieron al
regreso de la soberana y la jefa de SAM.
La cabeza del poder político insular había
acertado en su observación y concluido como desde su primer momento lo hiciera
Nadia – por su condición y alta jerarquía en la función pública, Eduardo la
habría de ver y llamar en su mente, y en efecto lo era, aunque con otro título,
la “ministra de salud” del archipiélago –, que el crítico y por demás
preocupante estado de aquel individuo, que se había originado como consecuencia
de un cansancio extremo, este resultante a la vez de los múltiples factores
que, acción conjunta de por medio, lo habían dejado al borde de la muerte,
mucho más cerca del otro mundo que de este. “Vamos a necesitar de los mejores
medicamentos y elementos de que disponemos”, concluyeron Nadia Y Cristal. El
viaje entre planetas con sus consecuentes sacudones violentos, algo que las
hadas fueron capaces de suprimir al momento de crear las puertas espaciales,
producto de la anomalía natural en el tiempo y el espacio, en una región en
particular del océano Atlántico norte conocida como “Triángulo de las Bermudas”
(uno de los lugares más misteriosos de la Tierra). Haber permanecido durante
más de dos días y medio sin ingerir líquidos ni alimentarse, el hambre extremo
y el frío, algo extraña esa condición climática al tratarse esa de una zona
tropical; aquella brusca caída, a los seres feéricos no les costó trabajo
deducir, tras el salto desde grandes alturas desde la cabina de una máquina
voladora avistada inmediatamente después de ocurrida la anomalía y los tañidos
que la anunciaran. El capitán y algunos tripulantes de una embarcación para
cargas, un barco de vapor que cubría una ruta comercial continental en
Centralia, habían reportado al muelle más cercano – uno de los marineros viajó
sin descanso durante tres horas y dos tercios. Para las hadas, al forma de
comunicación más avanzada continuaba siendo la postal – la presencia de un
objeto metálico volador desconocido, muy parecido a aquellos que habían
aparecido la última vez que se produjera la anomalía, que se estaba moviendo a
baja altura, esta estimada en no más de un kilómetro, sin hacer ruido alguno en
línea recta descendente, el cual acabaría más tarde por estrellarse sobre la
cubierta de otra embarcación. Esa era la razón por la cual Lili, la reina de
Insulandia, había dejado sus tranquilas y rutinarias actividades en el castillo
real, para hacer una inspección junto a otra quincena de líderes mundiales en
los límites de aquel continente polar, al que había ido a parar,
inexplicablemente, por la enorme distancia, parte de la máquina voladora, y
ahora la estaba reemplazando la princesa heredera insular. Al actual estado de
este hombre desconocido (que supieran su nombre no significaba gran cosa)
aportaba también aquel golpe más o menos fuerte que se diera al impactar contra
el suelo en la cabaña en el límite de la playa, del que con toda seguridad el
era ignorante. Sabían las hadas que Eduardo estaba con vida porque escuchaban
los latidos de su corazón, aunque el ritmo no era normal, y porque tenía pulso.
Las cuatro mujeres calificaron esa situación con una sopla palabra:
Delicada.
_Por
lo menos se encuentra con vida – fueron las palabras de la soberana,
imitando a los trabajadores que ayudaron a las hermanas. Pensaba en si aún las
pócimas y medicamentos que usaban en los
caso extremos darían o no buenos resultados – Espero que haya en los almacenes de
suministros, porque vamos a recurrir, por supuesto, a todo aquello de lo que
dispongamos. Por lo pronto para que se recupere en parte en el muy corto plazo.
Ese estado no es nada favorable y si sigue así, este hombre podría empezar a
ver como crecen las zanahorias desde abajo – en tanto Lili hablaba, Isabel
echaba una ojeada al deslucido y desamoblado dormitorio, aparentemente tomando
notas en su mente. La reina de Insulandia dirigió entonces su vista y atención
a Nadia, y le preguntó –. ¿Es posible que Eduardo recupere el conocimiento a
corto o muy corto plazo?.
_Imposible
- negó la experta en temas de salud, moviendo la cabeza de un lateral al
otro, aunque recurriendo a un tono con el que trató de dar esperanzas a su trío
de congéneres. Aún para ella sería un reto, por lo atípico del caso y porque no
tenía conocimientos en anatomía humana, aunque las dos especies fueran tan
parecidas –. Y eso es algo que puedo asegurar, basándome en lo que vi e hice,
en mi trayectoria como médica y m i coeficiente – conservaba el tono alentador,
reviviendo en su memoria las emergencias sanitarias más complejas –. En este
momento, todo lo que puedo hacer es mantener a este hombre con vida, en el
inmediato plazo, y…
_¿pero vos vas a poder, no?. No hay mejor
oportunidad que esta para poner a prueba el conocimiento y la experiencia que
tanto te caracterizan., intervino la dueña de casa, empleando un tono de
ansiedad que le resultó imposible de mantener oculto, y mirando al hombre sin
conocimiento e inerte en la cama, preocupada y lamentando no poder hacer otra
cosa que fuera más definitiva.
Siempre había confiado en las hadas médicas.
Y temía por la vida de Eduardo.
_¡Por supuesto que voy a poder, Isabel!,
estás hablando conmigo – prometió Nadia, con cero modestia y pensando con justa
razón que a la anfitriona le podría haber aparecido, por fin, un sentimiento
positivo que podría estar un peldaño arriba der la amistad. “Para resumir,
enamorando”, agregó Nadia en su mente –. Estamos hablando de lograr que no
empeore, de estabilizarlo. Esa si es una tarea que bien nos puede demorar entre
cinco días y una semana, tomando en consideración el estado en que ahora se
encuentra. Pero hacer, o lograr, que este hombre pueda recuperar el
conocimiento no menos de… bueno, en realidad no se cuanto, no tengo idea de
eso. Podríamos hablar de treinta días, o tal vez más. Por nuestra parte, las
hadas médicas y yo vamos a hacer todo cuanto esté en nuestras manos por…
ayudar. Ayudarlo. ¿Podrías ir hasta el centro médico local y traer los
elementos para casos urgentes y las pociones revitalizantes, por favor? – pidió
a la hermana de Isabel, que obedeció sin réplicas. Cristal abandonó el
dormitorio y la dueña de casa dio por finalizada la observación, volviendo
entonces a concentrarse en la situación: un individuo del sexo masculino
desconocido, alienígena, sin conocimiento y con los signos vitales en un nivel
extremadamente bajo, rodeado por cuatro hadas (tres, ahora que Cristal había
salido) pensando que hacer y como –. ¿Eduardo se va a quedar en esta casa, no
es así?.
_Absolutamente si. No creo que vaya a ser
conveniente moverlo en el estado en que se encuentra, ni siquiera para
trasladarlo al centro médico que está a metros de esta casa o al Hospital Real
– precisó la reina Lili, enfrentando a Isabel, encontrando su mirada y
detectando lo mismo que Nadia. “Al fin”, pensó, con una leve sonrisa, a
propósito de ello –. A partir de este momento, Isabel, esta va a ser tu
prioridad, tu responsabilidad máxima, y por tanto te estoy autorizando a faltar
a tu trabajo y obligaciones en el Museo Real de Arqueología todo el tiempo que
sea necesario. Desde este momento, tu
misión en concreto no va a consistir en otra cosa que vigilar que a este hombre
no le falte nada, y en la medida que te resulte posible obedecer a cualquier
cosa que pida, que pueda necesitar… si es que despierta. Vas a ser su guía y su
cuidadora. Isabel, ¿estás dispuesta a asumir esta nueva responsabilidad y
tomarla como prioritaria?.
_Nunca estuve tan convencida de algo, Lili –
aceptó la hermana de Cristal. Se permitió la formalidad porque entre ella y la
reina había una amistad que también era desde la más temprana infancia de la
anfitriona, y que incluso databa de antes de su nacimiento – Es nuestra
obligación ayudar a todo aquel que lo necesite, y este hombre lo requiere con
carácter de muy urgente. Además, parece una buena persona y no creo que se
pueda convertir en algún peligro, o representar uno, para mi ni para cualquiera
de los individuos de nuestra especie o los otros seres elementales. Eso y que
aún sin conocerlo me cae simpático. ¡Acepto la tarea con todo gusto!., aceptó
nuevamente el hada de aura lila, mientras hacía la acostumbrada reverencia.
No fue por protocolo o etiqueta, sino más
bien un gesto amistoso.
Estaba más que claro que a la hermana de
Cristal no le importaba en absoluto resignar los cuatro días de vacaciones, ni
tener que delegar quien sabe por cuanto tiempo sus responsabilidades y
obligaciones en el museo. No se lamentaba por eso. Consideró que este
“hallazgo” era más importante, interesante y urgente.
_Va a requerir una atención permanente de tu
parte, Isabel, si vas a ser su protectora – indicó la Consejera de Salud y
Asuntos Médicos, apoyando ambas manos sobre los hombros de la dueña de la
vivienda, para animarla y darle a entender que el asunto revestía especial y
singular seriedad –. En lo inmediato vas a tener que comprobar y tomar notas
detalladas de todas las variaciones en el ritmo de los latidos de su corazón,
la temperatura corporal, la presión, el pulso y los reflejos, cada noventa o
ciento veinte minutos, aún si las variaciones fueran insignificantes, nulas o,
lo que estero que no ocurra, negativas totales. Todas sabemos lo que eso va a
significar. Y otra dosis de cada una de las pócimas cada cuatrocientos ochenta
minutos en el curso de los próximos siete u ocho días, eso de acuerdo a las
variaciones. Si de esas alguna es notoria, ya sea positiva o negativa, voy a
estar en esta casa. Aunque de todas formas voy a venir todos los días, por las
tardes, hasta que Eduardo haya recuperado el conocimiento. Lursi y yo le
debemos mucho a Wilson e Iulí como para negarnos a darte una mano con esto - se dirigió entonces a ambas hadas, Lili e
Isabel, y anunció –. Si me disculpan, tengo que volver por un momento al
Castillo Real. Ya saben de sobra las dos que a mi compañero sentimental – las
mejillas se le enrojecieron y su aura blanca osciló – no le agradó ayer ni le
agrada hoy la idea de quedarse haciendo tareas de oficina y trabajos administrativos. Cuando haya
vuelto Cristal, en el caso de que no me cruce con ella en el camino, pídanle
que me espere acá, por favor. También tengo que darle consejos sobre el
tratamiento para Eduardo, que va a ser su primera asignación, y hablarle sobre
sus evaluaciones prácticas para este mes. ¡No te preocupes! – tranquilizó a
Isabel –, no son malas. De hecho, yo
estoy segura de que tu hermana va a convertirse oficialmente en médica antes de
que este año llegue a su fin.
Hizo una reverencia ante la reina Lili y la
anfitriona – ambas correspondieron ese saludo de igual manera –, abandonó la
habitación, salió de la casa y se alejó por aire, pese a que disponía de la
puerta espacial cercana, que podía dejarla a metros del Castillo Real.
_¿Vos estás bien, Isabel?. Porque desde que
llegué a tu casa estás callada, apagada y rara. Exactamente lo contrario a lo
acostumbrado., observó la reina con acierto.
A causa de su presencia estaba iluminando el
dormitorio. De su aura amarilla y roja, la combinación que asemejaba al fuego,
brotaba la suficiente luz como para proyectar en las paredes, el piso y el techo
sombras con diverso grado de definición. De la nada, y con un simple movimiento
facial, hizo aparecer una silla mecedora de madera y se sentó sobre ella. LA
soberana había entonces adoptado un tono que para nada cuadraba con ni se
ajustaba al vínculo social y político que existía entre una monarca y uno de
sus súbditos – a lo mejor no era así en este planeta, en la sociedad de las
hadas – sino más bien como el de dos buenas e inseparables amigas. Más aún, le
hablaba como si se tratara de su
primogénita. El trato frecuente que una madre usaba para con su hija.
‑¿Tengo que ser franca, Lili?, ¿que hablar
con franqueza?. No tengo una manera para explicar por qué me estoy sintiendo
así. Lo ignoro, y ni siquiera se si por completo. Nunca sentí esto ni nada
parecido – contestó la anfitriona, con tono serio y los brazos cruzados, yendo
hacia la ventana. Allí afuera, unos pocos de sus congéneres parecían estar a la
espera de novedades. No veía a Nadia ni a su hermana – Supongo que lo que estoy
sintiendo es a consecuencia de la anomalía, al hecho de que un ser humano haya
encontrado nuestra casa, nuestro mundo. Eso es algo que con muchísima
dificultad pasa cada cincuenta años, pero no creo que solamente se deba a eso –
continuó hablando y explicando el hada, cuyo mechón rosa destacaba con suma
facilidad en el cabello oscuro. Abandonó la posición frente a la ventana,
extrajo del bolsillo el pasaporte y releyó las páginas. La única diferencia radicaba
en que en la fotografía de cuatro por cuatro centímetros, el experto en
arqueología urbana no tenía barba ni patillas, y su bigote estaba prolijamente
cuidado –. Tengo que ponerle remedio a esto ahora – decidió, convencida. Miró
sin pestañar a Eduardo, concentrándose en su cara, y con un chasquido del
pulgar y el mayor de la mano izquierda, y esa mano pasándole después a escasos
centímetros de la piel, logró que el hombre inconsciente quedara completamente
lampiño (¡lo que le costaba a Eduardo mantener ese bigote!... casi era su
distintivo). Más que eso, también le había quitado las heridas cortantes y
moretones en las partes del cuerpo que estaban a la vista, y borrado ese
horroroso manchón en una de sus manos. Isabel, entonces, se dio por satisfecha –.
Listo, así está mucho mejor (más apuesto). Decía que esto es sin lugar a dudas
lo más extraño que nos puede pasar, ¿no es verdad?. No hay nada como esto. Se
supone que es imposible que los seres humanos puedan descubrir nuestro planeta,
es decir que existe la vida fuera de la Tierra. La distancia entre los dos
planetas… casi asusta ese número. Las posibilidades de que una cosa así pueda
ocurrir, sino inexistentes, son mínimas. Tal vez una o dos en… ¿cuántas?, ¿una
oportunidad o dos en cuántos millones?.
Allí fue cuando la reina tomó la palabra.
_Aún si los seres humanos fuesen capaces de viajar
a la velocidad de la luz, sin destruirse ellos mismos ni sus transportes,
pasaría muchísimo tiempo, diría que milenios, antes que llegaran acá. Los
humanos no llegan a vivir cien años en promedio, de modo que es imposible por ese camino, aún si hubieran varias
generaciones durante al viaje. La única alternativa que tienen, pero que
desconocen, es esa anomalía, un “atajo” en la vasta inmensidad del Universo que
reduce a segundos el tiempo y a metros la distancia. Eso es en definitiva la
unión transplanetaria natural, o agujero de gusano – observó a Eduardo – Tuvo que
encontrarse dentro de su área de alcance. No, es más que eso. Tuvieron que quedar
perfectamente alineados el centro de esa área y el de este hombre, con el punto
geográfico central del área en nuestro planeta. En un instante, Eduardo se
habría visto atrapado en esa anomalía, un paso natural que los de su raza
ignoran que existe y conecta cama medio siglo los dos planetas, desde el Océano
Atlántico Norte hasta el Océano de la Tranquilidad – escuchó una puerta que se
abría y pisadas. Cristal o Nadia. Una de las dos estaba de vuelta en la casa. O
las dos. La reina Lili miró a Isabel a los ojos, continuando con el tono y los
gestos “de madre a hija”, y llamó –. ¿Te puedo preguntar algo?, aunque creo que
más que una interrogante es una apreciación. Una observación que estoy
haciendo.
_¡Por supuesto! – exclamó el hada de aura
lila, desconociendo el origen de esa efusividad al acceder al pedido de la
reina de Insulandia. Isabel, sin embargo, supuso que se debía a la emoción del
evento tan atípico y su variedad de posibilidades y consecuencias –. Lo que sea.
¿De qué se trata?.
_por ahí no es otra cosa que la imaginación
de Cristal, Nadia, Elvia y la mía – empezó la soberana, sin dejar de apartar la
vista de la anfitriona –, pero… ¿estás sintiendo algo por este hombre?, ¿te
está empezando a gustar?.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
No hay comentarios:
Publicar un comentario