jueves, 20 de julio de 2017

3.1) En la memoria de Isabel, parte 1

Al producirse el cambio de un día por otro, cuatro mujeres, cada una cargando su propio equipaje, había remontado el vuelo en vertical desde la explanada de un inmenso y antiguo castillo en el corazón político e histórico y centro geográfico de una ciudad llamada Del Sol, a dos mil ciento ochenta y siete punto cinco kilómetros de su punto de destino. Allí pensaban ir con la idea de disfrutar de una bien merecida jornada de descanso: Desplazándose a una velocidad constante, las hadas iban a demorar alrededor de nueve horas y media o diez en llegar a su destino.  Pudieron haber recurrido a las puertas espaciales, el mayor logro científico y tecnológico de su raza a la fecha, y cubrir semejante distancia literalmente en un parpadeo, pero disponían de mucho tiempo libre, exactos cuatro días, y los querían aprovechar a su manera. Una fracción de ese lapso usando el “camino largo” para viajar. Era la primera vez en mucho tiempo que estas cuatro mujeres podían permitirse el lujo de las vacaciones y decidir disfrutar de ese período de la manera en que quisieran, como les pareciera mejor. Distendiéndose en este caso, y divirtiéndose, en una playa tropical. Un punto muy distante de Del Sol, en la que las cuatro vivían desde su nacimiento y trabajaban.
La ciudad Del Sol era la capital” del país.
_Cabeza hueca. Eso que las cuatro salimos con tiempo de nuestras casas., había protestado entre risas un hada de nombre Cristal, cuando, habiendo recorrido ya unos cien kilómetros, una ínfima parte del trayecto, tuvieron que volver a la vivienda de su hermana mayor, de veinticuatro años esta, en la periferia de Del Sol, en un barrio de nombre Barraca Sola. El giro en ángulo cerrado había implicado el azote de la brisa en la cara de las cuatro damas.
Algunos minutos más tarde, habiendo vuelto todas a desplegar las casi transparentes alas, reemprendieron el vuelo en dirección al norte y se ubicaron por encima de las copas tan frondosas de los árboles, algunos de los cuales tenían una altura superior a los veinticinco metros – los había más grandes en otras partes del país –. La madrugada se había asentado, transcurrían los primeros instantes del día dieciséis de Enero, que también era el decimosexto día del primer mes en el antiguo calendario de las hadas, y ambas hermanas, junto a Nadia, la Consejera de Salud y Asuntos Médicos del reino, y Elvia, la princesa heredera cuya profesión y trabajo también estaban dentro del poder político, en el mando del Consejo de Cultura, iban despreocupadas camino a la playa, para disfrutar de lo que a las leguas se notaba habría de ser un espléndido y soleado día. La primera vez en los últimos catorce meses que se podían permitir el lujo de cuatro días enteros dedicados a la ociosidad, porque no había día en que no estuvieran cargadas de trabajo u otras obligaciones.
Desafortunadamente, el descanso no llegaría.
Las chicas no podían ver el futuro.
_No es para tanto, y además fue algo carente de importancia – se trató de defender la hermana mayor, llamada Isabel. Como la menor, tenía un aura de color lila que bordeaba su figura curvilínea y oscilaba al hablar. Sus alas se movían fenomenalmente rápido, como las de los insectos, y esa velocidad era la principal de las claves para que las hadas pudieran remontar y mantener el vuelo, a la altura que quisieran –. Simplemente me olvidé de unos pocos de mis efectos personales en casa, en la sala. Nada más. El Museo Real de Arqueología no va a entrar en un colapso a causa de eso… espero. No veo entonces, Cristal, a que viene ese mote de tu parte. Además, no me vas a decir que cosas como esa, tan simples como dejar un bolso con cosméticos encima de la mesa, nunca te pasaron a vos ¿o si?.
_Puede ser, puede ser. Pero tenemos que poner atención y demostrar responsabilidad en todo lo que hagamos, en este caso los cuatro días de ociosidad, entretenimiento y relajación en la playa que nos ganamos con nuestro esfuerzo – intervino la princesa heredera y Consejera de Cultura, Elvia, a la izquierda de su interlocutora. Tenía un aura amarilla y roja, una combinación que asemejaba al fuego, y su larguísima cabellera se movía sin control a causa de la brisa nocturna. A diferencia de las de sus congéneres, las alas de la princesa eran un poco mayores y tenían un efecto armónico idéntico al de su voz –. Desde el principio de los tiempos, una de las características más distintiva de los seres feéricos, incluidas nosotras cuatro, es la responsabilidad en las cosas complejas y en las sencillas, en lo minúsculo y lo mayúsculo. Y eso bien puede aplicarse a…
_Eso lo está diciendo una persona cuyo dormitorio en el Castillo Real debe de ser con toda la seguridad el más desordenado de todos los lugares en este planeta – sentenció con una sonrisa Nadia, la funcionaria pública que tenía la medicina como profesión (era médica), al hablar haciendo que oscilara su aura blanca, poniéndose de parte de Isabel. La princesa miró en ese momento para otro lado, silbando. Pero era cierto que su habitación era un desastre, y eso no podía negarse. “Que bueno que esto no influye en la evolución como sociedad de la especie”, opinaba la reina cuando veía desde afuera o entraba al dormitorio de su hija – Aunque es verdad que Isabel por un lado y ustedes dos por otro, Cristal y Elvia, están en lo cierto. Fue un descuido menor, de acuerdo, pero no por eso hay que restarle importancia. En sociología y etnología, el comportamiento y la evolución van de la mano.
-Será tal vez que  a Isabel le está haciendo falta un compañero sentimental., aventuró entonces Cristal, sonriendo, y las mejillas de su hermana adquirieron con la velocidad de un parpadeo el color rosa, que a Isabel caracterizaba tanto (era uno de sus principales distintivos, de hecho) con respecto a los asuntos del corazón.
Así continuaron riendo y hablando, animadamente, las cuatro hadas, amigas inseparables y confidentes, hasta divisar la playa desde las alturas, rodeada literalmente por una frondosa selva tropical. Más específicamente, a una antigua cabaña de madera cuyo interior estaba conformado por un trío de ambientes: un vestidor-cambiador masculino, otro femenino y una sala común. Una estructura un tanto deteriorada por el paso de los años y el clima a la que llegaban, como si de piedras se tratara, marcas que iban casi en línea recta desde la cristalina y dulce agua, algo que llamó poderosamente la atención del hada “irresponsable”, que los ojos había entornado para convencerse , en tanto bajaba un poco la altura.

Si.
Definitivamente, eran pisadas.
Una persona caminando con los pies descalzos.
_¿Qué pasa, Isabel?, ¿qué estás mirando?., se interesó Nadia, cuando empezaron el descenso,  planeando en círculos cada vez más pequeños, lo que representaba para los seres feéricos una de sus formas favoritas para descender o ascender: los espirales. Además, los guardianes usaban esa disposición cuando tenían que evaluar algún potencial peligro.
No había una sola alma allí, ni tampoco en las inmediaciones.
Hasta donde la vista alcanzaba, Nadia, Isabel, la princesa Elvia y Cristal eran los únicos individuos en ese lugar tan pacífico. Ni siquiera andaban por allí los seres sirénidos, o Habitantes del Agua, que adoraban descansar en las costas cuando aparecía el Sol, o los gnomos, que por costumbre tenían juntar caracoles marinos varados en las playas para la confección de sus artesanías alegóricas (usaban las caparazones y se comían los moluscos) de su propia cultura.
Sin embargo, ahí estaban las marcas.
_Pisadas en la arena. Solo pisadas de una persona… aparentemente – advirtió Isabel, posándose con delicadeza en el suelo, a pocos metros de la cabaña, sin hacer ruido y dejando a un lado su mochila. La cantidad de arena amortiguaba cualquier sonido que pudiera surgir al caminar. Algunas más evidentes y otras menos, las pisadas llegaban desde el océano, recorrían la playa en una línea casi recta y desembocaban en la antigua estructura de madera. Las pisadas menos notorias ya habían sido devoradas por el agua –. Alguien está en el interior de la cabaña, supongo. Las pisadas llevan a ella. Voy a echar un vistazo.
Y caminó en dirección a la puerta, dejando el calzado junto a la mochila. Sabía que algo no andaba del todo bien y eso la hizo vaticinar que su descanso y el de las chicas se tendría que posponer.
_¡Con cuidado, irresponsable!., advirtió desde baja altura su hermana menor, también poseedora de un aura lila y curvas acentuadas, aterrizando con la misma delicadeza (como solo las mujeres lo solían hacer) junto a las posesiones de Isabel, y a la vez que descendían Nadia y Elvia, los últimos tramos en línea recta.

Pero ya era tarde.
La puerta de la cabaña que este grupo tan unido de amigas había elegido para dar inicio a sus mini vacaciones de cuatro días estaba cerrada y trabada desde el interior, aunque eso no representaba un problema para una persona que sabía y dominaba las artes mágicas (la magia). Los dedos de la mano derecha chasqueó una vez y oyó como se corría el pasador.
_¡Chicas, vengan rápido, por favor!., llamó Isabel con urgencia a sus tres congéneres, recurriendo a un tono que combinaba alarma con preocupación y sorpresa.
Nadia, la princesa heredera y Cristal hicieron caso y también reaccionaron alarmadas, preocupadas y sorprendidas, demostrando con eso que no estaban nada preparadas para lo que tenían frente a sus ojos, ni mucho menos para lo que vendría, en el cuerpo principal de la cabaña.

Un evento por demás anormal e infrecuente. Tanto que, de ocurrir, lo hacía una vez cada cincuenta años.

En el suelo de baldosas, tumbado boca abajo y sin conocimiento, envuelto en un manojo de toallas celestes, se encontraba un individuo del sexo masculino que, como rápida e inmediatamente advirtieron las mujeres, en tanto lo rodeaban, no era alguien perteneciente a su mundo. Venía del planeta Tierra, por supuesto. Ofrecía la impresión de haberse caído después de usar uno de esos banquitos como su improvisada cama. Improvisada e incómoda. Aun con la cautela, las hadas comprendieron al instante que ese comportamiento, natural e instintivo ante todo lo desconocido, no iba a ser necesario ni por equivocación, porque ese hombre ni siquiera estaba respirando. Entonces, las hadas se plantearon de que forma proceder, porque hacía años – ¡décadas! – que  no se daba esta, como se la conocía entre los seres feéricos desde que estos la advirtieran, “unión transplanetaria natural”: una fluctuación en el tiempo y el espacio, un agujero de gusano que conectaba a este mundo con la Tierra.
_Que se produzca esa anomalía no significa que venga alguien. Aparecieron tres personas la última vez, y fue por pura casualidad., sostuvo la princesa Elvia, remitiendo su memoria a los textos históricos, buscando algo que fuera de ayuda.
Por lo pronto, pusieron al hombre boca arriba sobre dos de las toallas.
El individuo no reaccionó.
_¿Quién será el?., se preguntó Isabel, levantándole uno de los brazos para observar un poco más de cerca el manchón oscuro en la palma de su mano, una marca de la que el hada supuso que podía tratarse de una quemadura, y comprobando que estaba con vida, al detectar un pulso muy débil.
Las reacciones continuaban siendo inexistentes.
A los suaves golpes que le propinaba en las mejillas la cabeza del sujeto se bamboleaba a uno y otro lado. Parecía muerto, y sin embargo no lo estaba. Su corazón todavía estaba latiendo y tenía pulso, pero, tal cual lo comprobara una de las chicas, ambos ritmos eran anormales, y tenía una temperatura corporal, Isabel lo advirtió apoyando una mano en la frente del hombre, por debajo de los valores normales.
Se estaba enfriando
Eso no era nada bueno.
_Eduardo Rafael Rhys, veinticuatro años, licenciado en arqueología… nacido en General Las Heras… del planeta Tierra, obviamente, como los de la última vez. Su fecha de nacimiento es… Isabel, este hombre tiene tu edad y nació el mismo día que vos… y además tienen la misma profesión – informó Cristal incorporándose, enseñando un objeto con l mano izquierda –. Hay mucha información sobre este alienígena en este… ¿pasaporte, se llama?. Estos deben ser sus papeles. Parece que no la pasó nada bien en su esfuerzo por llegar hasta la playa, a esta cabaña. Y me parece que tiene agua en los pulmones – miró a las chicas y les dijo –. No se que piensan ustedes, pero de seguro nuestros días de vacaciones van a tener que posponerse por tiempo indefinido. Y vamos a tener que reportar a la reina Lili sobre este… “hallazgo”.
_Elvia y yo nos vamos a ocupar de eso – se ofreció Nadia, apreciando la observación de su aprendiz (Cristal estaba estudiando para convertirse en médica) sobre la presencia de agua en los pulmones. A su lado, la princesa heredera estaba lista para secundarla en el viaje, y la oncejera de Salud y Asuntos Médicos, con atino, agregó –. Tienen que llevarlo a nuestra ciudad capital. En Del Sol vamos a tener mejores y mayores posibilidades de salvarlo… si vamos a hacer tal cosa. Pero las dos, Cristal e Isabel, les advierto algo, y es que Elvia y yo nos vamos a demorar. Aun contando con las puertas espaciales y la habilidad de la reina Lili para tele transportarse y volar a velocidades de vértigo, podríamos las tres tardar alrededor de sesenta minutos en estar en la ciudad capital. La reina Lili se fue al continente polar del Sur, y eso no queda a la vuelta de la esquina. Pero mientras Elvia y yo nos ausentamos – ni ella misma, con todos sus conocimientos y experiencia, estaba segura de que y como hacer. Este era un fenómeno por demás extraño, y más aún lo era el hecho de que un ser humano cruzara esa unión trans planetaria natural –. Una vez que hayan llegado a Del Sol, van a tener que…
Dio a las hermanas de aura lila las indicaciones e instrucciones básicas, necesarias y consejos adicionales sobre como tratar a aquel hombre desconocido – que bueno y oportuno que Cristal, la menor de las cuatro amigas, fuera practicante avanzada de medicina. Era la pupila de Nadia y estaba a poco de graduarse – y les sugirió, sin dudarlo, recurrir a las puertas espaciales, el más grande de los logros tecnológicos y científicos de las hadas a la fecha, aun con el riesgo que esa acción pudiera implicar en el hombre. Los efectos eran desconocidos, si los hubiere, y no se sabía que podría ocurrir, como ni tampoco cuando. Acto seguido, la princesa Elvia y Nadia, dos de las “cabezas” del poder político del país, salieron de la cabaña y emprendieron el vuelo.
_Si escuché y comprendí lo que dijo Nadia, cada cosa que salió de su boca. Pero, ¿y ahora qué? – se preguntó la menor de las hermanas, cuyos conocimientos médicos le servían para hacer otro diagnóstico, más preciso que el anterior. Fue una pregunta para la que creía tener la contestación –. Por ejemplo, ¿a qué lugar lo vamos a llevar?.
Tomó al individuo desconocido por el brazo izquierdo, cargándose la extremidad por detrás del cuello, en tanto que su hermana hizo lo propio con el brazo derecho, dejando caer otras pocas de las posesiones del hombre al suelo, y con cierta dificultad enfilaron hacia la puerta. Observó Cristal con acierto, que el “inmigrante alienígena” estaba algo excedido de peso, aunque reconoció a la vez que esa condición física, para un caso extremo como este, podría serle de ayuda – los nutrientes acumulados en el cuerpo serían un posible atenuante –. Ya en el exterior de la cabaña, se pudieron mover con más libertad, y observaron el panorama.
La puerta espacial no estaba lejos.
_¿Por qué no lo llevamos a Barraca Sola y lo instalamos en mi casa? – sugirió la hermana de Cristal, desplegando sus alas y dando unos cuantos aleteos veloces. ¡Por supuesto que no le importaba tener que resignar la merecida y justa jornada de descanso y posponerla!... ni tampoco que su cuello y hombros le recriminaran este esfuerzo, porque una vida estaba en juego – Desde que vos te fuiste a vivir sola, una casa que ya de por si es demasiado grande… ahora sobra el espacio. Hay dos dormitorios y cualquiera de ellos podría servir. Además, una de las instalaciones médicas del barrio está a pocos metros de nuestras casas, y Lursi trabaja en ella. Cuidados y atenciones no le van a faltar. ¿Vamos?.
Su hermana prefirió no decir, o sugerir, que era preferible llevar a este hombre directamente a esa instalación o incluso al Hospital Real, la principal institución médica del reino, donde podría recibir las mejores atenciones, y no porque no le preocuparan la suerte y el futuro inmediato de Eduardo, cuyas pertenencias ya recuperarían las hadas en otro momento.
_De acuerdo – accedió Cristal, pensando y reflexionando sobre el estado de la situación al mismo tiempo. Hizo aparecer sus alas y ese fugaz movimiento barrió con una parte de la arena que tenía a sus pies. La puerta espacial, que las hermanas podían ver desde su posición, era el destino inmediato –. Vamos a llevarlo a tu casa, Isabel… aunque insisto con lo de la instalación médica. Pero antes quiero hacer una observación sobre esto, ¿puede ser?.
_¿Cuál es?.
_No vayas a negar, por favor, que tus sesos están en movimiento y trabajando. Que estás pensando en quien sabe que cosa con respecto a este hombre… en realidad, las dos conocemos el quien y el que. Vos y yo somos familia, Isabel. Sos mi hermana y te conozco muy bien. La expresión en tu cara en este momento es la misma que tenía yo cuando me di cuenta de que me gustaba Kevin, o la misma que Nadia cuando descubrió que estaba enamorada de Lursi.
_No, no lo voy a negar. Lo que siento es lo mismo que sintieron y sienten Nadia y vos., confesó la mayor de las hermanas, sonrojándose y sonriendo a causa de esas palabras,
“No se que hacer”, pensó a la vez.
Ella estaba debutando con esta clase de sentimientos.

Las hermanas de aura lila despegaron al fin. Siempre con la dificultad que radicaba tener que moverse a una misma y constante velocidad a causa de llevar a una persona inconsciente, además de por el peso de aquella, y se encaminaron sin demoras hacia la puerta espacial. Una de las dos, de seguro sería Cristal, volvería en otro momento por las mochilas que dejaran las cuatro en la playa y las escasas pertenencias del hombre. Una vez que estuvieron frente al imponente marco dorado dejaron caer unas pocas monedas en la vasija, con la mano que cada una tenía libre, e ingresaron, deseando con sinceridad, recordando las palabras de Nadia en la cabaña, que el viaje con ese método – las hadas habían conseguido crear un agujero de gusano y mantenerlo estale, con lo que el factor distancia dejó de ser un problema – no resultara contraproducente para el individuo que llevaban sobre sus hombros. Hubiera sido conveniente, como sostuviera Cristal llevar a una persona que estaba a poco de irse al otro mundo sin paradas intermedias directo al centro médico, a metros de las casas de las hermanas, pero como se había este tratado de un auténtico golpe de efecto no pudo habérseles ocurrido otra cosa a ambas, ni tampoco tal vez a Nadia y Elvia. Hasta que no hubiera pasos establecidos, improvisarían. Menos de medio minuto más tarde, las hermanas dejaorn atrás el remolino azul y celeste que implicaba atravesar el agüero de gusano, y estuvieron en Del Sol, en la periferia. Acertadamente, Cristal advirtió que la condición física de Eduardo no había tenido variaciones negativas, al menos no las tuvo a simple vista, y ella y su hermana empezaron a caminar.
Tenían otro poco de viaje hasta la vivienda.

Una cosa era más que obvia.

Se convirtieron en imanes para varios pares de ojos curiosos.

Dos hombres que ene se momento estaban allí, tomando un breve descanso antes de volver a trabajar, se ofrecieron voluntariamente para llevar al “inmigrante alienígena” todavía sin conocimiento hasta la casa de Isabel, notando como las hermanas estaban teniendo problemas con eso – no tardarían sus hombros y brazos en reclamar un “descanso” también – y Cristal e Isabel accedieron. Para cuando Eduardo hubo de cambiar de brazos y manos, la curiosidad se hizo total entre los testigos, y los seres feéricos cayeron en la cuenta de que acababa de repetirse el fenómeno natural que había inspirado a las hadas para crear las puertas espaciales. Esa anomalía en el espacio y el tiempo había catapultado a otro ser humano desde la Tierra, un planeta que distaba, sabían las hadas, varias decenas de miles de años luz de distancia, en una misteriosa y peligrosa región conocida como “el Triángulo de las Bermudas”, hasta el mundo de las hadas y los seres elementales. La anomalía natural que se daba cada cincuenta años había vuelto a funcionar y, como cada vez que ocurría, había generado una atmósfera de sorpresa.
Desde todos los puntos cardinales apuntaban los ojos.
No habría de pasar mucho tiempo para que varias decenas se congregaran por allí.
Entre y sobre los árboles en los extensísimos y frondosos espacios boscosos, en los caminos, desde diversas alturas, en las construcciones e incluso desde un globo aerostático que estaba volando no muy alto, cuyos dos tripulantes tenían la tarea de cartografiar el barrio barraca Sola… las curvilíneas hermanas de aura lila advirtieron que al menos una centena de sus congéneres, todos los que ellas alcanzaban a ver, femeninos y masculinos, observaban la escena con expresiones de asombro, curiosidad y sorpresa, e incluso algunos de esos seres feéricos, como aquel par que ahora transportaba a Eduardo, se acercaron para (aparte de los chismes) ver si podían ser de utilidad en alguna forma. Este individuo masculino desconocido estaba inconsciente, tenía las piernas ligeramente extendidas hacia atrás, las puntas de sus pies tocaban el suelo, y la cabeza hacia abajo y hacia adelante. Era una situación por demás atípica, de la que se habría de hablar durante días, y ese hombre alienígena tendría que reaccionar y abrir los ojos, más tarde o más temprano, y prepararse para un mundo nuevo ante la imposibilidad de volver a la Tierra.
Las hadas si tenían el conocimiento de que había ocurrido la anomalía, porque en cada rincón del planeta se había escuchado media decena de sonidos demasiado parecidos a campanadas (eso fueron, de hecho) que actuaron como alarma sonora. Pero no podían conocer si uno o más seres humanos habían, inadvertidamente para ellos, viajado desde su planeta hasta este.

Finalmente, y al cabo se dos o tres minutos de estar planeando a escasos centímetros de la calle de tierra, el grupo estuvo en la fachada de la vivienda de Isabel. Las hermanas de aura lila entraron en primer lugar, para indicar el camino, y después el par de hombres solidarios, preguntándose ahora las chicas si el viaje con el mayor de los prodigios tecnológicos y científicos de todos los tiempos no implicaría sobre Eduardo uno o varios efectos contraproducentes a largo plazo. Cristal estaría allí para llevar a la práctica sus conocimientos. También Nadia, que antes de partir junto a la heredera había garantizado su presencia todos los días por las tardes, e incluso más de una vez diaria si hiciera falta.
_Porque mi hermana y yo ignoramos que hacer., fue la contestación de la dueña de la casa, cuando uno de los hombres le preguntara por qué habían decidido llevarlo a una vivienda particular, en lugar de a cualquiera de las  instalaciones médicas, incluida la que estaba a metros de la casa.
_Esto no es algo que pase todos los días., había agregado Cristal, que seguía observando al hombre, preocupada por su condición.
Las hermanas, entonces, miraron con cuidado.
El antiguo dormitorio de Cristal, que desde finales del mes pasado vivía sola en una casa al otro lado de la calle, presentaba excelentes condiciones estructurales, y bastó con una pequeña aplicación de las habilidades mágicas de las hadas para efectuar una restauración provisoria de esos insignificantes daños, además menores, y arreglar una desvencijada cama de una plaza que había junto a la ventana – Cristal la había dejado al momento de mudarse –, el único mueble en el dormitorio. Era un espacio de cinco lados pequeño y desamoblado, de acuerdo, pero bastaba para brindar, por lo pronto, la asistencia mínima e indispensable a este huésped. “Por lo menos está con vida”, comentó uno de los hombres, tratando de infundir ánimo y alieno en las hermanas, antes de dejar la casa junto a su compañero de trabajo. Eduardo había salido con vida al viaje desde su planeta a este, atravesando decenas de miles de años luz (las hadas poseían conocimientos más bien avanzados en materia de astronomía) en cuestión de segundos, y más tarde, a los dos días y medio, desde que en todo el mundo se escucharan los tañidos. Probablemente se hubiese encontrado a la deriva en el océano para el desconocido y buscado un refugio en la estructura más próxima a la playa.
“Ya nos vamos a ocupar de la reconstrucción de su viaje” – corearon las hermanas –. “Ahora, a lo que realmente importa”.
Isabel y Cristal, inmediatamente, empezaron a llevar a la práctica todas las indicaciones y consejos de Nadia, la máxima responsable a nivel país de todo cuanto estuviera relacionado a la salud y los asuntos médicos, confiando en que ella, a princesa heredera Elvia y a reina Lili estuvieran lo más pronto posible en la vivienda y se sumaran a esta complicada e inusual tarea. Allí sobre la vieja cama, tumbado boca arriba, Eduardo tenía extendidos los brazos y las piernas, los ojos cerrados y débiles ritmos cardíaco y respiratorio. Las palabras de aquellos dos hombres fueron de ayuda anímica, pero había más por hacer que solo contentarse con un buen augurio. Esta situación no era algo a lo que estuvieran habituados ni acostumbrados los habitantes de este mundo, las hadas entre ellos – había varias especies de seres elementales en el planeta, un total de sesenta y cinco – y las hermanas que emanaban un aura lila empezaron a preguntarse, en silencio, como habrían de reaccionar sus congéneres de ambos sexos y los individuos de las otras especies una vez que hubieran tomado conocimiento de la presencia de aquel “alienígena” en su mundo.


Continúa…




--- CLAUDIO ---

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