De
lunes a viernes al anochecer se transmitía un programa de entrevistas
por un canal de cable llamado Crónica TV. Conducía dicho programa una
seudo periodista anteriormente dedicada a leer apostillas en un
noticiero de la misma emisora.
El
programa en cuestión salía al aire bajo el nombre de “Entrevistas con
Anabela Ascar” y no era pretencioso; todo lo contrario. La producción
contaba con no más de dos personas que lo hacían todo. La pobre
escenografía constaba de una mesa rodeada de dos sillas: una para la
entrevistadora y otra para la visita. Las paredes, peladas.
Pasaban
por el humilde ciclo televisivo diferentes tipos de personajes; la
mayoría ignotos, algunos viejos artistas ya olvidados y retirados de la
gloria de otros tiempos, pocos en vigencia aun dando batalla a duras
penas, muchos desconocidos músicos supuestamente del under, imitadores
de poca monta, artistas callejeros que trabajaban a la gorra, gente que
tenía algo “interesante” que contar, familiares de víctimas de la
delincuencia pidiendo justicia, etcétera.
El
menú de visitantes era cuantioso, pero…intrascendente, hasta un día (el
Día D, para Anabela) en que hizo su aparición un personaje freak que
cambiaría el rumbo de su deslucido ciclo, el día en que Miguel Alfredo
Dekleve, alias “Zulma Lobato” irrumpía en la televisión para convertirse
increíblemente en la persona que acapararía los mayores niveles de
audiencia (ratings) de los próximos meses, el ser más buscado por todos
los programas de televisión. Nacían dos estrellas, porque dicha Zulma
arrastraría a la fama a la misma Anabela, quien abandonaría su gris
conducción para transformarse en la exitosa periodista descubridora y
mentora del fenómeno que acababa de nacer. Corría el año dos mil nueve.
Miguel
Alfredo Dekleve era un hombre que se presentaba como la señora Zulma
pese a no existir sobre la Tierra humano que pudiera concordar con tan
pretenciosa creencia. No podía ningún mortal dotado con sus cinco
sentidos y hasta con el sexto (el sentido común), ver a una mujer cuando
se tenía enfrente a soberano engendro. Porque “Zulma” además de su
imagen descomunalmente peculiar, poseía el plus de padecer de una
indisimulable perturbación mental. Pero lejos de ser este un impedimento
que ameritara separarla inmediatamente de los medios, se convirtió en
un elemento novedoso y morboso del que se podría extraer un jugoso
provecho. Y así fue.
La
voracidad por alcanzar mejores puntajes en la audiencia, arrasó con la
vergüenza, el buen gusto y con el prurito de exhibir y exponer a una
persona inhibida de hablar libremente haciéndose responsable de sus
palabras y sus actos por razones de insanía.
Nada
pudo frenas a quien sería personaje del año. Todos participamos y
fuimos cómplices del abuso: periodistas, chimenteros, buitres varios y
público. Nadie tuvo ni piedad ni sentido común.
La
razón de la presencia del “Zulma” en el estudio de televisión de
Anabela era el de querer hacer pública una denuncia contra la policía de
determinada localidad que habría mansillado su derecho de transitar
libremente por las calles. Al parecer la habían trasladado bajo el cargo
de vagabundeo y prostitución callejera. Y no solo la habían tenido toda
una noche en un calabozo sin motivos justificados, sino que el trato
hacia su persona había sido improcedente. Clamaba por respeto pues no
era la primera vez que había tenido que tolerar atropellos.
Algo en su ser la iluminó al pensar que haciendo pública su historia, la policía dejaría de entrometerse en su vida.
Hablaba
con lógica- Era concreta en los datos; fidedigna, contundente y veraz
pero tan… rara y tan carente de filtro y de tacto que con cada frase
pronunciada se enterraba así misma. Porque hay maneras de contar la
verdad y la realidad, formas que toda persona criteriosa sabe utilizar
para resguardarse de las consecuencias de sus propios dichos. Zulma no.
Zulma se despachó sin reparos. Trató de “estos hijos de puta” con
nombres y apellidos a las autoridades de la comisaría en cuestión. Habló
de las coimas que aceptaban de las prostitutas de la zona y toda
inconveniencia que le vino a la cabeza.
Nadie
ponía en duda que narraba verdades, pero su crispación, la expresión
indescifrable de su rostro, su apariencia, su voz monocorde, toda ella
hablaba en conjunto de su enajenada personalidad. Era tan bizarra que
generaba el morbo necesario para sentir rechazo y ganas de prestarle
atención al mismo tiempo.
Acusaba
cincuenta y un años y vivía sola con sus perros. Se ganaba la vida
haciendo fellatios a los costados de la ruta, detrás de los árboles, de
parada nomás, como ella misma confesaba. Pero estaba asqueada con la
mayoría de su clientela porque mayormente le tocaban roñosos con olor a
bolas y miserables que le dejaban chirolas que no le alcanzaban para
nada.
-¿Qué hago yo con cinco pesos? –ejemplificaba– Por ese dinero les digo que se vayan a hacer la puñeta.
Este
era el vocabulario impúdico, la descripción cruda de sus vivencias
expresadas en vivo y en directo por televisión y en un horario apto para
todo público. Y estos dichos provocaban risas a pesar del dramatismo
del hecho en si. Su entonación no llamaba a la solidaridad sino a la
mofa. De este modo todos comenzamos a ser partícipes de la canallada.
Íbamos a servirnos de una enajenada para solazarnos sin pudor ni
remordimientos.
Al
parecer también matizaba sus ingresos por el trabajo nocturno con la
tarea de juntar y vender cartones, pero esta faceta de su vida prefería
mantenerla semioculta pues la consideraba menor y la avergonzaba.
También contó que en su juventud había participado como extra en varios
programas de televisión y hasta osó dar el nombre de un galán de
telenovelas que por aquellos tiempos se le había tirado un lance. “Por
ese entonces yo era varón…”, aclaró maliciosamente.
Este
dato de su pasado actuó de detonante. “¿Así que fuiste actriz?”,
interrogó Anabela. Luego insistió en preguntarle las razones por las que
había interrumpido esa labor, si le gustaría retomar, etcétera. Y Zulma
comenzó a soltar la lengua. La audiencia soltaba cifras no soñadas. No
se debía cortar la nota, “que siga, que siga” era la consigna.
Según
ella le encantaría volver a las tablas porque había nacido para la
actuación y el canto. Adoraba el mundo del espectáculo y soñaba con
codearse con los famosos artistas. En el pasado había participado en
minúsculos papeles como extra, de modo que debido a su experiencia y a
sus dotes naturales estaba en perfectas condiciones de saltar a la
palestra porque el espectáculo era su auténtica vocación. Como sería su
adoración por la farándula, que su nombre de fantasía Zulma lo había
elegido en homenaje a la vedette Zulma Faiad, y el apellido por otra
vedette, Nélida Lobato. Y ahora que se había colocado las prótesis
mamarias (que estaba abonando en cuotas) para darse un mejor aspecto
femenino, no le cabían dudas que las oportunidades de ingresar al
mundillo de la actuación iban a ser más concretas si le daban una
oportunidad. “Mi fuerte en realidad es el canto”, se animó a desafiar.
“De veras, ¿te animás a cantar ahora?”.
¡Carajo!, ¡si se animó!.
Interpretó
un exitoso tema del momento titulado “Resistiré”. ¡Si eso era
cantar!... Pero la pobre infeliz lo hacía convencida de su don para este
menester. Error, Zulma. ¿Cómo describir esta primera participación
frente al público sin apelar a los términos patético, desastroso o
bochornoso?. Más allá de la interpretación vocal en si, carente de
entonación, dicción, fuerza y sentimiento, su voz quebrada y
aguardentosa no parecía de este mundo. Sentada, a capela, sin ensayo,
sin gracia alguna, intentando inútilmente mirar a la cámara debido en
parte a sus cataratas y a su bizquera, y en parte por desconocer los
códigos de la tele, cantó con la vista perdida hacia la nada, ofreciendo
un lamentable momento. Cuando se olvidó la letra, simplemente dijo
“Listo”, que ya estaba. Hubo algunos aplausos de compromiso y los gestos
hilarantes en la cara de la conductora eran indisimulables. No obstante
la felicitó: segundo error, porque Zulma Lobato creyó en esa
felicitación. Creyó y se la creyó.
Por supuesto la invitación para un próximo programa llegaría al toque. Las agujas medidoras de la audiencia habían estallado.
Al
día siguiente volvió a presentarse supuestamente más preparada. Atrás
quedaba su historia de denuncia. A partir de allí iba la cantante.
- ¡Pero que producida te has venido!,¡cuanta elegancia!, mintió descaradamente Anabela.
Y
allí estaba la impresentable Zulma. El rostro feo, desencajado, un
cuco, con la calva incipiente con pocos cabellos pajizos y decolorados,
los ojos bizcos, la nariz desarmoniosa, la cara de hombre, descangayada,
luciendo un extraño vestido pretenciosamente de gala con un gran tajo
que permitía entrever sus flacuchentas y descarnadas piernas, con una
larga boa rodeándole el cuello y parte de su tórax al descubierto. Los
zapatos mocasines estaban vencidos. El maquillaje payasesco revelaba que
era de su autoría. Era un hombre disfrazado de mujer, grotesco,
chabacano, triste…
Cantó
lo mismo que el día anterior parada delante de la paupérrima
escenografía ya descrita. Se acompañó con un bamboleo estúpido del
cuerpo absolutamente antisexy y ajeno al ritmo del tema en cuestión. Un
movimiento uniforme idéntico al practicado por los deficientes mentales y
que se activaría automáticamente, concordara o no, en cada una de sus
actuaciones de allí en más. Le pidieron un bis y ¡a la carga con
“Resistiré”. No sabía otra. La halagaron descaradamente. Le auguraron un
futuro promisorio, contratos, fama, éxitos, dinero, popularidad. Pan y
circo.
Y
ni cortos ni perezosos, satélites surgidos de debajo de la tierra
comenzaron a orbitar alrededor de la crédula con la indisimulable
intención de aprovecharse de ella: manejadores (managers), abogados,
asistentes, consejeros, profesores de arte escénico y canto; chupa
sangres al pendiente de una tajada.
El
bochornoso debut fue repetido, comentado, criticado y debatido en
cuanto programa de radio y televisión se emitiera por esa época. Nadie
quedó afuera: ni los ciclos de espectáculos, ni los de chimentos ni los
de actualidad. Ni siquiera los catalogados serios, pues se las
rebuscaron para insertar “seriamente” el tema en sus organigramas. Todos
se mofaban. Algunos sin disimulos y otros apelando a la ironía. Zulma
Lobato les iba a dar mucha tela para cortar. La casi inofensiva travesti
en decadencia que se ganaba el mango a los tumbos no tardaría en
convertirse en una trepadora arrogante, sinvergüenza, desfachatada y
repugnante bicho. Cría cuervos y te sacarán los ojos. Zulma aprendió
prontamente a sacar las uñas.
No
rechazaba ninguna propuesta y entrevista porque sabía sacar provecho de
ellas. Al principio les cobraba chirolas y en especias (zapatos, ropa,
pelucas, viandas de comida…). Los primeros buitres que la rodearon la
aconsejaron reclamar más, siempre un poco más. Y se cebó.
Le
mintieron tanto como podían haciéndole creer que era la futura ídola de
la canción. Le escribieron un tema que grabó con su misma voz
insoportable. No obstante, por la acción de difundirlo hasta el
hartazgo, llegó a convertirse en una especie de hit (más tarde acabaría a
las piñas reclamando ganancias por el derecho de su autoría).
La
pedían de boliches para hacer aunque sea acto de presencia. La vestían
ridículamente, le encasquetaban pelucas pretenciosamente platinadas que
indefectiblemente terminaban ladeadas y con su demo a cuestas y su
pasito tonto de baile, conoció reductos nocturnos en donde los jóvenes
se agolpaban para sacarse una foto a su lado y de paso divertirse a sus
costillas. Pero cobraba. Cobraba por todo y le robaban sus letrados y
representantes. Cambió el entorno pero quienes e acercaron llegaban con
las mismas intenciones que las anteriores. Y ella amenazaba
constantemente con mandar cartas documentos.
Contó
con aprovechados que le ofrecían servicios de asesoramiento de imagen,
depilación, maquillaje, manicuría. Diseñadores y otros empresarios de la
moda le obsequiaban prendas y zapatos bajo al aparente gesto de
generosidad, pero que les valía el nombramiento de su marca en la
televisión. Mientras tanto ella hablaba sin filtro como el primer día.
Se vendía como un icono de la cultura popular. Decía ser tan amada como
Eva Perón y que a raíz de tantas vivencias que le estaban ocurriendo en
esta nueva etapa iba a escribir un libro que se llamaría “La razón de mi
vida”. ¡Si, igual que Evita!. – La gente me ama, me adora. Por donde
voy me saludan, me piden autógrafos y se fotografían a mi lado. Esto es
algo que nunca se vivió en Argentina. Que en tan corto tiempo haya
forjado esta carrera increíble. Soy tan famosa como Evita, la gente me
venera por mi talento, mi carisma y mi humildad. Yo soy del pueblo y me
brindo a ellos. Nací para el art. Estoy en este lugar porque me lo
merezco. Ya me han ofrecido para trabajar en el teatro. Me propusieron
hacer una temporada de verano en Mar del Plata en la que voy como
primera figura encabezando un elenco fabuloso. En la marquesina va a
estar mi gigantografía en primer plano. Yo sola convoco multitudes. Mi
carrera es imparable. No me alcanza el tiempo para presentarme en todos
los sitios que me quieren contratar como artista exclusiva. Me reclaman
de todo el país y del extranjero….-
La
mudaron de casa. Le alquilaron una vivienda de características acordes
con el rango de una estrella. Le obsequiaron dos perros de raza para que
llevara siempre en brazos como las verdaderas divas.
-Tengo
una agenda muy ocupada- se jactaba- Tengo que llevar a los caniches a
la peluquería, después tengo turno de depilación. A última hora voy a
hacer una sesión de fotos para la revista tal por cual, me llamaron del
programa de fulanito para una nota y de la radio de menganito que es
adorable, un divino y que ya me prometió un baucher de cosméticos, así
que no le puedo fallar, ¡y que me lo de!. No como perengano, ese
sinvergüenza, ese atorrante que el día que fui a su programa me prometió
un televisor plasma y todavía lo estoy esperando.
Si señor, Zulma Lobato no tenía reparos ni dudas si se trataba de mandar al frente a alguien.
Nuestro
personaje tenía la odiosa costumbre de defenestrar a quien osara poner
en duda su talento y su merecida fama. Insultaba sin pudor. Pedante,
soberbia, engreída y antipática, agredía impunemente a quien la
contradecía. Nadie podía objetar la contundencia de sus méritos. Ella
era la dueña de las mejores audiencias, la más polémica, la más buscada,
la mejor. Se refería a otros artistas consagrados como sus pares y
jamás pudo bajarse del caballo construido de ego para reconocer que aún
le faltaba algo como etiquetarse de estrella (todo, en realidad). Su
sello personal era la descalificación a los demás y el ensalce a su
propia persona. Enterró su vida pasada y hasta se agarró a golpes en un
estudio de televisión con alguien que le recordó su condición de
hombre. En medio de un ataque de ira hasta la propia conductora del
programa que visitaba recibió arañazos y empujones. Este video fue
difundido hasta el hartazgo y se convirtió en la prueba irrefutable de
su inestabilidad mental. Se transformó en el hazmerreír unánime del
público merced a su cara desencajada y su lengua desbocada que profería
insultos y ordenaba que “le sacaran a ese tipo del estudio”.
Ella
siempre repetía: -Acá la estrella soy yo, de modo que soy yo la que
exijo y decido. Se tiene que hacer lo que yo digo y basta. No voy a
permitir esto y aquello.
Denunció
a medio mundo y envió cartas documento a la otra mitad. Echó a
asistentes, cambió de representantes, de abogados, acusó de estafadores a
quienes la contrataron, de chupa sangres a los periodistas, de truchos a
quienes le regateaban regalos. Todos cayeron víctimas de sus insultos,
algunos merecidos, cierto, otros exagerados, otros injustos, pero todos
expresados crudamente, sin eufemismos. No conocía la ironía, la
indirecta y la prudencia. Abría la boca y se despachaba “a piacere”.
A
pesar de estar conociendo una vida que jamás había soñado, parecía no
disfrutarla. Siempre el gesto adusto, disgustada, ofendida, crítica,
malintencionada, lamentosa.
Había
logrado disfrutar del confort de una casa decente con gas, agua
caliente y esas cosas que para una persona que había sobrevivido de la
caza y de la pesca representaban un lujo. Los almuerzos de mate cocido y
pan eran un recuerdo doloroso reemplazado por comida de verdad y de
todos los días. Cambiaba de pelucas a rolete. Tenía planeado operarse de
la vista. Viajó en avión por primera vez y se alojó en hoteles que ni
en su imaginación existían. La invitaban a presenciar obras de teatro,
posó para revistas secundada por tentadores chongos y vio sus afiches
pegados por las calles. Pero todos estos beneficios no pudieron
transformarla en una persona feliz. Víctima de su mente desquiciada y su
ambición desmedida, ofrecía la imagen de un ser repulsivo, odioso.
Pero… continuaba conquistando el morbo.
En
cierta ocasión se presentó un hombre en la puerta de Crónica TV. Rogaba
ser presentado a la “artista” porque desde que la había visto a través
de la pantalla, había quedado prendado de ella. Zulma fue sorprendida en
vivo cuando le sentaron el tipo al lado. El graph indicaba “Zulma
Lobato con novio”.
Al
principio no le disgustó la idea de tener un admirador y aceptó, junto
con un pobrísimo ramo de flores, una cita para conocerse. A los pocos
días daba los detalles del rompimiento de la incipiente relación. Contó
que el hombre era un aprovechado, que quería acercarse a ella para
vivirla, pues era un muerto de hambre y encima era un sucio con olor a
bolas. Aclaró que ella había escalado a un nivel desde el cual podía
pretender otra clase de candidatos.
-Yo
no me voy a meter con cualquier pela gatos. El hombre que elija tiene
que ser joven, los viejos me dan asco; a mi me gustan los pendejos.
Además busco a alguien que tenga un título profesional y un muy buen
pasar económico, sino, ¿para qué me sirve? Desde ya que también tiene
que se fachero, bien vestido, fino y que sepa hablar con delicadeza.
Pero
contradiciendo sus propios dichos, más adelante presentó como su pareja
a un jovencito de entre dieciocho y veinte años. Era un peruano
afeminado, un mequetrefe insignificante pero que por esas cosas del amor
le había flechado tanto que a todas sus pretensiones parecía habérselas
llevado el viento. Los hicieron besarse ante cámaras dando una imagen
chocante y asquerosa. El muchachito confesó que antes de conocer a Zulma
era virgen y que había debutado sexualmente con ella. En brevísimo
tiempo el engreído travesti daba cuenta del corte de la relación.
Defenestró a su ex de la misma forma que el anterior. Centraba su
disgusto en el olor a bolas; que era un sucio impresentable, un
sinvergüenza y un capítulo cerrado en su vida. A los pocos días el
mariconcito advenedizo reapareció en la tele patéticamente travestido
anunciando que el también quería una oportunidad para iniciarse en el
canto. Y de la mano de su minifalda y su desparpajo tuvo su debut y
despedida.
Muchas
de las presentaciones de Zulma Lobato en los boliches acabaron con
escándalos varios. Denuncias de todo tipo. Intervenciones policiales,
quejas de vecinos, conflictos con el manejador de turno, con compañeros
de elenco y con su entorno de asistentes pirañas aprovechados de su
ignorancia y desvaríos. Le hicieron firmar contratos abusivos
aprovechando su escasa visión para leerlos concienzudamente. Y su eterno
enojo por todo y con todos, con o sin razón, continuó siendo su sello
distintivo.
Pero
en la televisión nada dura eternamente y el fenómeno Zulma Lobato
comenzó a aburrir, como no podía ser de otra manera. Su imagen presente
en los hogares hasta el cansancio y sus desventuras comenzaron a caer.
Su fin no fue abrupto, sino progresivo; esto la mortificaba enormemente.
No concebía la merma de las invitaciones para participar en los
programas y reconocía que los pedidos para actuar en los boliches eran
cada día más reducidos. La realidad comenzaba a bofetearle la cara. La
fantasía de una existencia de abundancia infinita, de elogios y agasajos
comenzaba a desvanecerse, le gustara o no.
Debió
redoblar la dosis de su medicación psiquiátrica ya que los ataques de
furia descontrolada perjudicaban su imagen pública, según sus asesores.
La desalojaron, la internaron en una “clínica de reposo”, salió (un poco
más dopada) y retomó el inevitable camino hacia la desaparición. Y así
se fue yendo la antipática y desagradecida persona que creyó ser quien
no era, con su altanería a cuestas, con sus confrontaciones por
chiquitajes, con sus pelucas mamarrachescas y sus ojos bizcos y
saltones.
Muchos
meses más tarde, a modo de nota de color en un ciclo televisivo de
escaso vuelo, intentaron remontar el personaje bizarro de Zulma. La
instalaron en la plaza del Obelisco en las horas pico del calor
veraniego, vendiendo bolas de fraile. Lucía tan desubicada como siempre
con un vestido casi de fiesta y su increíble y corrida peluca rubia. El
título en la pantalla tiraba una frase de tinte lastimero, algo así como
“Zulma Lobato hoy: se gana la viva vendiendo churros”.
Su
intención fue acaparar el micrófono para despacharse con su retahíla de
reclamos y protestas como siempre, pero por falta de tiempo (¿…?) se
lo retiraron y eso fue todo.
El tema tan güero “Esta noche me emborracho” podría con seguridad resumir el perfil humano de Zulma. Así dice:
Sola, fané y descangallada
la vi esta madrugada al salir del cabaret.
Flaca, dos cuartas de cogote
y una percha en el escote, bajo la nuez
Chueca, vestida de pebeta
teñida y coqueteando su desnudez
Parecía un gallo desplumao
mostrando al compadrear
el cuero picoteao.
Yo, que se cuando no aguanto más,
al verla así rajé pa´no llorar.
Aclaratoria:
Historia escrita sobre una persona real y sobre hechos verídicos de los
cuales fui testigo a través de la pantalla de televisión.
--- CLAUDIO ---
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