martes, 7 de agosto de 2012

Ascenso y caída de un esperpento monstruoso




De lunes a viernes al anochecer se transmitía un programa de entrevistas por un canal de cable llamado Crónica TV. Conducía dicho programa una seudo periodista anteriormente dedicada a leer apostillas en un noticiero de la misma emisora.

El programa en cuestión salía al aire bajo el nombre de “Entrevistas con Anabela Ascar” y no era pretencioso; todo lo contrario. La producción contaba con no más de dos personas que lo hacían todo. La pobre escenografía constaba de una mesa rodeada de dos sillas: una para la entrevistadora y otra para la visita. Las paredes, peladas.
Pasaban por el humilde ciclo televisivo diferentes tipos de  personajes; la mayoría ignotos, algunos viejos artistas ya olvidados y retirados de la gloria de otros tiempos, pocos en vigencia aun dando batalla a duras penas, muchos desconocidos músicos supuestamente del under, imitadores de poca monta, artistas callejeros que trabajaban a la gorra, gente que tenía algo “interesante” que contar, familiares de víctimas de la delincuencia pidiendo justicia, etcétera.
El menú de visitantes era cuantioso, pero…intrascendente, hasta un día (el Día D, para Anabela) en que hizo su aparición un personaje freak que cambiaría el rumbo de su deslucido ciclo, el día en que Miguel Alfredo Dekleve, alias “Zulma Lobato” irrumpía en la televisión para convertirse increíblemente en la persona que acapararía los mayores niveles de audiencia (ratings) de los próximos meses, el ser más  buscado por todos los programas de televisión. Nacían dos estrellas, porque dicha Zulma arrastraría a la fama a la misma Anabela, quien abandonaría su gris conducción para transformarse en la exitosa periodista descubridora y mentora del fenómeno que acababa de nacer. Corría el año dos mil nueve.

Miguel Alfredo Dekleve era un hombre que se presentaba como la señora Zulma pese a no existir sobre la Tierra humano que pudiera concordar con tan pretenciosa creencia. No podía ningún mortal dotado con sus cinco sentidos y hasta con el sexto (el sentido común), ver a una mujer cuando se tenía enfrente a soberano engendro. Porque “Zulma” además de su imagen descomunalmente peculiar, poseía el plus de padecer de una indisimulable perturbación mental. Pero lejos de ser este un impedimento que ameritara separarla inmediatamente de los medios, se convirtió en un elemento novedoso y morboso del que se podría extraer un jugoso provecho. Y así fue.
La voracidad por alcanzar mejores puntajes en la audiencia, arrasó con la vergüenza, el buen gusto y con el prurito de exhibir y exponer a una persona inhibida de hablar libremente haciéndose responsable de sus palabras y sus actos por razones de insanía.
Nada pudo frenas a quien sería personaje del año. Todos participamos y fuimos cómplices del abuso: periodistas, chimenteros, buitres varios y público. Nadie tuvo ni piedad ni sentido común.

La razón de la presencia del “Zulma” en el estudio de televisión de Anabela era el de querer hacer pública una denuncia contra la policía de determinada localidad que habría mansillado su derecho de transitar libremente por las calles. Al parecer la habían trasladado bajo el cargo de vagabundeo y prostitución callejera. Y no solo la habían tenido toda una noche en un calabozo sin motivos justificados, sino que el trato hacia su persona había sido improcedente. Clamaba por respeto pues no era la primera vez que había tenido que tolerar atropellos.
Algo en su ser la iluminó al pensar que haciendo pública su historia, la policía dejaría de entrometerse en su vida.
Hablaba con lógica- Era concreta en los datos; fidedigna, contundente y veraz pero tan… rara y tan carente de filtro y de tacto que con cada frase pronunciada se enterraba así misma. Porque hay maneras de contar la verdad y la realidad, formas que toda persona criteriosa sabe utilizar para resguardarse de las consecuencias de sus propios dichos. Zulma no. Zulma se despachó sin reparos. Trató de “estos hijos de puta” con nombres y apellidos a las autoridades de la comisaría en cuestión. Habló de las coimas que aceptaban de las prostitutas de la zona y toda inconveniencia que le vino a la cabeza.
Nadie ponía en duda que narraba verdades, pero su crispación, la expresión indescifrable de su rostro, su apariencia, su voz monocorde, toda ella hablaba en conjunto de su enajenada personalidad. Era tan bizarra que generaba el morbo necesario para sentir rechazo y ganas de prestarle atención al mismo tiempo.

Acusaba cincuenta y un años y vivía sola con sus perros. Se ganaba la vida haciendo fellatios a los costados de la ruta, detrás de los árboles, de parada nomás, como ella misma confesaba. Pero estaba asqueada con la mayoría de su clientela porque mayormente le tocaban roñosos con olor a bolas y miserables que le dejaban chirolas que no le alcanzaban para nada.
-¿Qué hago yo con cinco pesos? –ejemplificaba– Por ese dinero les digo que se vayan a hacer la puñeta.
Este era el vocabulario impúdico, la descripción cruda de sus vivencias expresadas en vivo y en directo por televisión y en un horario apto para todo público. Y estos dichos provocaban risas a pesar del dramatismo del hecho en si. Su entonación no llamaba a la solidaridad sino a la mofa. De este modo todos comenzamos a ser partícipes de la canallada. Íbamos a servirnos de una enajenada para solazarnos sin pudor ni remordimientos.

Al parecer también matizaba sus ingresos por el trabajo nocturno con la tarea de juntar y vender cartones, pero esta faceta de su vida prefería mantenerla semioculta pues la consideraba menor y la avergonzaba. También contó que en su juventud había participado como extra en varios programas de televisión y hasta osó dar el nombre de un galán de telenovelas que por aquellos tiempos se le había tirado un lance. “Por ese entonces yo era varón…”, aclaró maliciosamente.
Este dato de su pasado actuó de detonante. “¿Así que fuiste actriz?”, interrogó Anabela. Luego insistió en preguntarle las razones por las que había interrumpido esa labor, si le gustaría retomar, etcétera. Y Zulma comenzó a soltar la lengua. La audiencia soltaba cifras no soñadas. No se debía cortar la nota, “que siga, que siga” era la consigna.

Según ella le encantaría volver a las tablas porque había nacido para la actuación y el canto. Adoraba el mundo del espectáculo y soñaba con codearse con los famosos artistas. En el pasado había participado en minúsculos papeles como extra, de modo que debido a su experiencia y a sus dotes naturales estaba en perfectas condiciones de saltar a la palestra porque el espectáculo era su auténtica vocación. Como sería su adoración por la farándula, que su nombre de fantasía Zulma lo había elegido en homenaje a la vedette Zulma Faiad, y el apellido por otra vedette, Nélida Lobato. Y ahora que se había colocado las prótesis mamarias (que estaba abonando en cuotas) para darse un mejor aspecto femenino, no le cabían dudas que las oportunidades de ingresar al mundillo de la actuación iban a ser más concretas si le daban una oportunidad. “Mi fuerte en realidad es el canto”, se animó a desafiar.
“De veras, ¿te animás a cantar ahora?”.
¡Carajo!, ¡si se animó!.

Interpretó un exitoso tema del momento titulado “Resistiré”. ¡Si eso era cantar!... Pero la pobre infeliz lo hacía convencida de su don para este menester. Error, Zulma. ¿Cómo describir esta primera participación frente al público sin apelar a los términos patético, desastroso o bochornoso?.  Más allá de la interpretación vocal en si, carente de entonación, dicción, fuerza y sentimiento, su voz quebrada y aguardentosa no parecía de este mundo. Sentada, a capela, sin ensayo, sin gracia alguna, intentando inútilmente mirar a la cámara debido en parte a sus cataratas y a su bizquera, y en parte por desconocer los códigos de la tele, cantó con la vista perdida hacia la nada, ofreciendo un lamentable momento. Cuando se olvidó la letra, simplemente dijo “Listo”, que ya estaba. Hubo algunos aplausos de compromiso y los gestos hilarantes en la cara de la conductora eran indisimulables. No obstante la felicitó: segundo error, porque Zulma Lobato creyó en esa felicitación. Creyó y se la creyó.
Por supuesto la invitación para un próximo programa llegaría al toque. Las agujas medidoras de la audiencia habían estallado.

Al día siguiente volvió a presentarse supuestamente más preparada. Atrás quedaba su historia de denuncia. A partir de allí iba la cantante.

- ¡Pero que producida te has venido!,¡cuanta elegancia!, mintió descaradamente Anabela.
Y allí estaba la impresentable Zulma. El rostro feo, desencajado, un cuco, con la calva incipiente con pocos cabellos pajizos y decolorados, los ojos bizcos, la nariz desarmoniosa, la cara de hombre, descangayada, luciendo un extraño vestido pretenciosamente de gala con un gran tajo que permitía entrever sus flacuchentas y descarnadas piernas, con una larga boa rodeándole el cuello y parte de su tórax al descubierto. Los zapatos mocasines estaban vencidos. El maquillaje payasesco revelaba que era de su autoría. Era un hombre disfrazado de mujer, grotesco, chabacano, triste…

Cantó lo mismo que el día anterior parada delante de la paupérrima escenografía ya descrita. Se acompañó con un bamboleo estúpido del cuerpo absolutamente antisexy y ajeno al ritmo del tema en cuestión. Un movimiento uniforme idéntico al practicado por los deficientes mentales y que se activaría automáticamente, concordara o no, en cada una de sus actuaciones de allí en más. Le pidieron un bis y ¡a la carga con “Resistiré”. No sabía otra. La halagaron descaradamente. Le auguraron un futuro promisorio, contratos, fama, éxitos, dinero, popularidad. Pan y circo.

Y ni cortos ni perezosos, satélites surgidos de debajo de la tierra comenzaron a orbitar alrededor de la crédula con la indisimulable intención de aprovecharse de ella: manejadores (managers), abogados, asistentes, consejeros, profesores de arte escénico y canto; chupa sangres al pendiente de una tajada.

El bochornoso debut fue repetido, comentado, criticado y debatido en cuanto programa de radio y televisión se emitiera por esa época. Nadie quedó afuera: ni los ciclos de espectáculos, ni los de chimentos ni los de actualidad. Ni siquiera los catalogados serios, pues se las rebuscaron para insertar “seriamente” el tema en sus organigramas. Todos se mofaban. Algunos sin disimulos y otros apelando a la ironía. Zulma Lobato les iba a dar mucha tela para cortar. La casi inofensiva travesti en decadencia que se ganaba el mango a los tumbos no tardaría en convertirse en una trepadora arrogante, sinvergüenza, desfachatada y repugnante bicho. Cría cuervos y te sacarán los ojos. Zulma aprendió prontamente a sacar las uñas.
No rechazaba ninguna propuesta y entrevista porque sabía sacar provecho de ellas. Al principio les cobraba chirolas y en especias (zapatos, ropa, pelucas, viandas de comida…). Los primeros buitres que la rodearon la aconsejaron reclamar más, siempre un poco más. Y se cebó.
Le mintieron tanto como podían haciéndole creer que era la futura ídola de la canción. Le escribieron un tema que grabó con su misma voz insoportable. No obstante, por la acción de difundirlo hasta el hartazgo, llegó a convertirse en una especie de hit (más tarde acabaría a las piñas reclamando ganancias por el derecho de su autoría).
La pedían de boliches para hacer aunque sea acto de presencia. La vestían ridículamente, le encasquetaban pelucas pretenciosamente platinadas que indefectiblemente terminaban ladeadas y con su demo a cuestas y su pasito tonto de baile, conoció reductos nocturnos en donde los jóvenes se agolpaban para sacarse una foto a su lado y de paso divertirse a sus costillas. Pero cobraba. Cobraba por todo y le robaban sus letrados y representantes. Cambió el entorno pero quienes e acercaron llegaban con las mismas intenciones que las anteriores. Y ella amenazaba constantemente con mandar cartas documentos.

Contó con aprovechados que le ofrecían servicios de asesoramiento de imagen, depilación, maquillaje, manicuría. Diseñadores y otros empresarios de la moda le obsequiaban prendas y zapatos bajo al aparente gesto de generosidad, pero que les valía el nombramiento de su marca en la televisión. Mientras tanto ella hablaba sin filtro como el primer día. Se vendía como un icono de la cultura popular. Decía ser tan amada como Eva Perón y que a raíz de tantas vivencias que le estaban ocurriendo en esta nueva etapa iba a escribir un libro que se llamaría “La razón de mi vida”. ¡Si, igual que Evita!. – La gente me ama, me adora. Por donde voy me saludan, me piden autógrafos y se fotografían a mi lado. Esto es algo que nunca se vivió en Argentina. Que en tan corto tiempo haya forjado esta carrera increíble. Soy tan famosa como Evita, la gente me venera por mi talento, mi carisma y mi humildad. Yo soy del pueblo y me brindo a ellos. Nací para el art. Estoy en este lugar porque me lo merezco. Ya me han ofrecido para trabajar en el teatro. Me propusieron hacer una temporada de verano en Mar del Plata en la que voy como primera figura encabezando un elenco fabuloso. En la marquesina va a estar mi gigantografía en primer plano. Yo sola convoco multitudes. Mi carrera es imparable. No me alcanza el tiempo para presentarme en todos los sitios que me quieren contratar como artista exclusiva. Me reclaman de todo el país y del extranjero….-

La mudaron de casa. Le alquilaron una vivienda de características acordes con el rango de una estrella. Le obsequiaron dos perros de raza para que llevara siempre en brazos como las verdaderas divas.
-Tengo una agenda muy ocupada- se jactaba- Tengo que llevar a los caniches a la peluquería, después tengo turno de depilación. A última hora voy a hacer una sesión de fotos para la revista tal por cual, me llamaron del programa de fulanito para una nota y de la radio de menganito que es adorable, un divino y que ya me prometió un baucher de cosméticos, así que no le puedo fallar, ¡y que me lo de!. No como perengano, ese sinvergüenza, ese atorrante que el día que fui a su programa me prometió un televisor plasma y todavía lo estoy esperando.
Si señor, Zulma Lobato no tenía reparos ni dudas si se trataba de mandar al frente a alguien.

Nuestro personaje tenía la odiosa costumbre de defenestrar a quien osara poner en duda su talento y su merecida fama. Insultaba sin pudor. Pedante, soberbia, engreída y antipática, agredía impunemente a quien la contradecía. Nadie podía objetar la contundencia de sus méritos. Ella era la dueña de las mejores audiencias, la más polémica, la más buscada, la mejor. Se refería a otros artistas consagrados como sus pares y jamás pudo bajarse del caballo construido de ego para reconocer que aún le faltaba algo como etiquetarse de estrella (todo, en realidad). Su sello personal era la descalificación a los demás y el ensalce a su propia persona.  Enterró su vida pasada y hasta se agarró a golpes en un estudio de televisión con alguien que le recordó su condición de hombre. En medio de un ataque de ira hasta la propia conductora del programa que visitaba recibió arañazos y empujones. Este video fue difundido hasta el hartazgo y se convirtió en la prueba irrefutable de su inestabilidad mental. Se transformó en el hazmerreír unánime del público merced a su cara desencajada y su lengua desbocada que profería insultos y ordenaba que “le sacaran a ese tipo del estudio”.
Ella siempre repetía: -Acá la estrella soy yo, de modo que soy yo la que exijo y decido. Se tiene que hacer lo que yo digo y basta. No voy a permitir esto y aquello.

Denunció a medio mundo y envió cartas documento a la otra mitad. Echó a asistentes, cambió de representantes, de abogados, acusó de estafadores a quienes la contrataron, de chupa sangres a los periodistas, de truchos a quienes le regateaban regalos. Todos cayeron víctimas de sus insultos, algunos merecidos, cierto, otros exagerados, otros injustos, pero todos expresados crudamente, sin eufemismos. No conocía la ironía, la indirecta y la prudencia. Abría la boca y se despachaba “a piacere”.
A pesar de estar conociendo una vida que jamás había soñado, parecía no disfrutarla. Siempre el gesto adusto, disgustada, ofendida, crítica, malintencionada, lamentosa.
Había logrado disfrutar del confort de una casa decente con gas, agua caliente y esas cosas que para una persona que había sobrevivido de la caza y de la pesca representaban un lujo. Los almuerzos de mate cocido y pan eran un recuerdo doloroso reemplazado por comida de verdad y de todos los días. Cambiaba de pelucas a rolete. Tenía planeado operarse de la vista. Viajó en avión por primera vez y se alojó en hoteles que ni en su imaginación existían. La invitaban a presenciar obras de teatro, posó para revistas secundada por tentadores chongos y vio sus afiches pegados por las calles. Pero todos estos beneficios no pudieron transformarla en una persona feliz. Víctima de su mente desquiciada y su ambición desmedida, ofrecía la imagen de un ser repulsivo, odioso. Pero… continuaba conquistando el morbo.

En cierta ocasión se presentó un hombre en la puerta de Crónica TV. Rogaba ser presentado a la “artista” porque desde que la había visto a través de la pantalla, había quedado prendado de ella. Zulma fue sorprendida en vivo cuando le sentaron el tipo al lado. El graph indicaba “Zulma Lobato con novio”.
Al principio no le disgustó la idea de tener un admirador y aceptó, junto con un pobrísimo ramo de flores, una cita para conocerse. A los pocos días daba los detalles del rompimiento de la incipiente relación. Contó que el hombre era un aprovechado, que quería acercarse a ella para vivirla, pues era un muerto de hambre y encima era un sucio con olor a bolas. Aclaró que ella había escalado a un nivel desde el cual podía pretender otra clase de candidatos.
-Yo no me voy a meter con cualquier pela gatos. El hombre que elija tiene que ser joven, los viejos me dan asco; a mi me gustan los pendejos. Además busco a alguien que tenga un título profesional y un muy buen pasar económico, sino, ¿para qué me sirve? Desde ya que también tiene que se fachero, bien vestido, fino y que sepa hablar con delicadeza.

 Pero contradiciendo sus propios dichos, más adelante presentó como su pareja a un jovencito de entre dieciocho y veinte años. Era un peruano afeminado, un mequetrefe insignificante pero que por esas cosas del amor le había flechado tanto que a todas sus pretensiones parecía habérselas llevado el viento. Los hicieron besarse ante cámaras dando una imagen chocante y asquerosa. El muchachito confesó que antes de conocer a Zulma era virgen y que había debutado sexualmente con ella. En brevísimo tiempo el engreído travesti daba cuenta del corte de la relación. Defenestró a su ex de la misma forma que el anterior. Centraba su disgusto en el olor a bolas; que era un sucio impresentable, un sinvergüenza y un capítulo cerrado en su vida. A los pocos días el mariconcito advenedizo reapareció en la tele patéticamente travestido anunciando que el también quería una oportunidad para iniciarse en el canto. Y de la mano de su minifalda y su desparpajo tuvo su debut y despedida.

Muchas de las presentaciones de Zulma Lobato en los boliches acabaron con escándalos varios. Denuncias de todo tipo. Intervenciones policiales, quejas de vecinos, conflictos con el manejador de turno, con compañeros de elenco y con su entorno de asistentes pirañas aprovechados de su ignorancia y desvaríos. Le hicieron firmar contratos abusivos aprovechando su escasa visión para leerlos concienzudamente. Y su eterno enojo por todo y con todos, con o sin razón, continuó siendo su sello distintivo.

Pero en la televisión nada dura eternamente y el fenómeno Zulma Lobato comenzó a aburrir, como no podía ser de otra manera. Su imagen presente en los hogares hasta el cansancio y sus desventuras comenzaron a caer. Su fin no fue abrupto, sino progresivo; esto la mortificaba enormemente. No concebía la merma de las invitaciones para participar en los programas y reconocía que los pedidos para actuar en los boliches eran cada día más reducidos. La realidad comenzaba a bofetearle la cara. La fantasía de una existencia de abundancia infinita, de elogios y agasajos comenzaba a desvanecerse, le gustara o no.
Debió redoblar la dosis de su medicación psiquiátrica ya que los ataques de furia descontrolada perjudicaban su imagen pública, según sus asesores. La desalojaron, la internaron en una “clínica de reposo”, salió (un poco más dopada) y retomó el inevitable camino hacia la desaparición. Y así se fue yendo la antipática y desagradecida persona que creyó ser quien no era, con su altanería a cuestas, con sus confrontaciones por chiquitajes, con sus pelucas mamarrachescas  y sus ojos bizcos y saltones.

Muchos meses más tarde, a modo de nota de color en un ciclo televisivo de escaso vuelo, intentaron remontar el personaje bizarro de Zulma. La instalaron en la plaza del Obelisco en las horas pico del calor veraniego, vendiendo bolas de fraile. Lucía tan desubicada como siempre con un vestido casi de fiesta y su increíble y corrida peluca rubia. El título en la pantalla tiraba una frase de tinte lastimero, algo así como “Zulma Lobato hoy: se gana la viva vendiendo churros”.
Su intención fue acaparar el micrófono para despacharse con su retahíla de reclamos y protestas  como siempre, pero por falta de tiempo (¿…?) se lo retiraron y eso fue todo.

El tema tan güero “Esta noche me emborracho” podría con seguridad resumir el perfil humano de Zulma. Así dice:

Sola, fané y descangallada
la vi esta madrugada al salir del cabaret.
Flaca, dos cuartas de cogote
y una percha en el escote, bajo la nuez
Chueca, vestida de pebeta
teñida y coqueteando su desnudez
Parecía un gallo desplumao
mostrando al compadrear
el cuero picoteao.
Yo, que se cuando no aguanto más,
al verla así rajé pa´no llorar.


Aclaratoria: Historia escrita sobre una persona real y sobre hechos verídicos de los cuales fui testigo a través de la pantalla de televisión.




--- CLAUDIO ---

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