Al mismo tiempo que de una manera o de otra
la transculturación modificaba muchos de los aspectos de su vida de todos los
días, algunos más y otros menos, las hadas conservaban, y hacían denodados
esfuerzos por no olvidar, muchas de sus costumbres y tradiciones que en su
momento hubieron de ser comunes a las dos razas de seres feéricos que con el
correr del tiempo devinieron en una sola: los “inmigrantes”  que llegaron desde la Tierra y los locales. Y
esas eran costumbres y tradiciones, independientes algunas también de la
simultaneidad, las que conformaban el acervo cultural del que las hadas estaban
y se sentían tan orgullosas, algo de lo que habían podido valerse para
convertirse en la especie dominante del planeta.
A más de diez milenios y quinto del instante
del Primer Encuentro, continuaban siendo algunas de las faltas condenadas por
las hadas la falta de generosidad y de solidaridad, la rudeza, el egoísmo, la
violación de su intimidad, los individuos sombríos y lúgubres, cualquier
intento por espiarlas (en concordancia con el no respeto de su intimidad),
aunque se trataba de una falta específicamente sujeta a las situaciones y por
tanto había que estudiar todos los casos uno por uno, el desorden y la
consecuente falta de aseo e higiene, la curiosidad indebida, los robos y hurtos
en cualquiera de sus formas, el mal genio, la vagancia u holgazanería, máxime
si se trataba de una persona en la función pública, la irresponsabilidad en
todos los ámbitos (doméstico, laboral, social, familiar…), el desaliño en la
persona, los daños en la propiedad privada, la pública y la violación de
cualquiera de las dos, especialmente la primera, el incumplimiento de los deberes
y obligaciones de los funcionarios públicos – siendo en un principio una falta
aplicable únicamente a los componentes de las familias reales, no pasaron
muchos años para que se extendiera a los individuos en tal o cual cargo en el
poder –, las mentiras, las groserías, una falta que estaba en lentísimo
retroceso entre los hombres, y, siempre dependiendo de las circunstancias, la
tristeza.
Una falta a medias era la devolución de un
préstamo; las hadas aceptaban únicamente el equivalente en calidad y cantidad
de cualquier cosa que hubieran prestado, ni más ni menos: consideraban como un
mal gesto el hecho de que se les devolviera una cantidad superior, y con más
razón una inferior, a lo prestado.  Otra
de las faltas había caído indefectiblemente en el olvido, y pasado a figurar en
algún archivo histórico olvidado, al no existir en el planeta de los seres
feéricos y elementales los seres humanos – no contaba para nada el hecho de que
hubiera uno solamente –: el presumir o alardear de los favores recibidos por
las hadas y jactarse de ello en público. No menos importantes desde el punto de
vista de la condena, eran la ignorancia y la indiferencia respecto de
cualquiera de los temas sociales que fueran adversos a esta y las otras
especies elementales (la falta de compromiso social), los malos modales a la
hora de las comidas, la falta total o parcial de respeto por los principales
símbolos patrios (bandera, escudo, Ley magna e himno), la discriminación en
cualquiera de sus formas, el daño parcial o la destrucción de bienes
arqueológicos e históricos y la desatención para con las amistades cuando, un
ejemplo sencillo, no se les convidaba algún ágape al invitarlos a tal o cual
lugar, sobre todo a la propia vivienda del anfitrión.
También se mantenían constantes e inamovibles
sus preferencias tan tradicionales en materia culinaria, las cuales habían
logrado sobrevivir al paso de los cientos (¡miles!) de años. Habían aspectos socioculturales
que la evolución constante de la misma no podía cambiar ni suprimir, y este era
uno de ellos. Todo lo que dicha evolución hubo de logar fue una variación en lo
referente a las cantidades, un cambio más o menos gradual que era producto de
la mezcla entre las dos razas de hadas y la consecuente sofisticación
metabólica, biológica y anatómica. Los alimentos preferidos de las hadas fueron
ayer y eran hoy los tallos tiernos y cualquier clase de raíces, la harina de
avena y la de cebada, todas las clases de granos, el trigo, los productos
cerealeros en general, haciendo combinaciones o no con otros comestibles, la
leche de cabra y la de oveja (aunque de hecho la consumían, no les atraía
demasiado la vacuna; de esta el consumo era francamente esporádico), la miel,
el néctar de las flores, que era por lejos su nutriente por excelencia, y al
que a veces recolectaban en cantidades más bien grandes, recurriendo o no a la
magia, la sémola, el pan (otro de sus alimentos favoritos), algunas especies e
hierbas aromáticas, los huevecillos de unos pocos insectos, unos pocos insectos
en si, cierta clase de hongos que usaban principalmente para engañar al
estómago y el rocío, que más que cualquier otra cosa actuaba como un agente
revitalizante que les daba las fuerzas y energías para emplear en la jornada o
al concluir esta devolvérselas. El rocío, sin embargo, era más bien una bebida,
y las hadas lo recolectaban también usando sus habilidades y dotes mágicas, en
vasos u otros recipientes. Los seres feéricos continuaban siendo férreos
enemigos de la carne (excepto la piscícola). No era porque sus organismos y
estómagos no estuvieran preparados, sino porque veían con malos ojos comer “cualquier
cosa terrestre que hubiera tenido ojos”, y de ninguna manera escatimaban sus
recursos ni el tiempo a la hora de preparar un banquete en los ceremoniales y
otros días especiales.
Lo fue ayer, lo era hoy y lo sería mañana.
La danza.
Era el ejercicio festivo por excelencia de
las hadas, tanto o más importante que cualquier otro. Ya lo venía siendo desde
mucho antes del Primer Encuentro, y ese evento trascendentalísimo no hizo más
que confirmar ese postulado incuestionable, cuando los “inmigrantes”
incorporaron a la cultura feérica local los conocimientos y prácticas propias
de su especie y las que hubieron de tomar de los seres humanos con los que
convivieron. Fue esa llegada la que permitió que el Espectador funcionara más
allá de este mundo, y las hadas dedujeron que para que tal cosa ocurriese tenía
que haber una presencia física en este mundo. Las reuniones que las hadas
hacían para celebrar la llegada de las cuatro estaciones climáticas eran lo que
se dice solemnes e incluían el más tradicional de todos sus bailes. Ataviadas
con sus mejores galas, las hadas que tomaban parte activa en esta danza,
llamada “de los espirales”, debían formar un círculo alrededor de la figura
central, de esta a distancia prudencial, a la vez que se disponían en grupos de
tres componentes cada uno. Los participantes del grupo tenían que ejecutar
pasos y movimientos coreográficos que aumentaban su complejidad con cada paso
siguiente de la danza. En un momento dado, llegado ya el final de esta, uno de
los participantes (mujer, si el punto central era hombre, u hombre, si ese
punto era mujer), tenía que romper la impecable formación coreográfica, salir
al centro y ejecutar los mismos movimientos delante de la figura central
primero y a su alrededor de ella después, unas tres veces antes de quedar
nuevamente frente a ella, en tanto los demás participantes del círculo se
tomaban de las manos y formaban una figura espiralada en la que no podían ni
debían coincidir, porque así lo exigían este paso de la danza y las costumbres,
dos hombres o dos mujeres. Una figura coreográfica, tan impecable como las
anteriores, que nacía del par que se encontraba en el centro y debía conservar
en todo momento los movimientos en el sentido de las agujas del reloj. La danza
recién terminaba cuando la figura que hubiese roto la formación de tríos caía
en línea recta delante de la figura central, después de haber dado un salto que
debía superar una determinada altura y dado una vuelta a carnero hacia adelante.
El papel de la figura en el centro se debía remitir al seguimiento con la vista
del círculo primero y el espiral después, moviendo sus alas en una forma
pausada. La estela resultante de cada movimiento, de todos los intervinientes,
debía cubrir a todos en esa danza. Una antiquísima y tradicional danza que era
acompañada con una música folclórica y tradicional. Mucho antes – otro aspecto
cultural desarrollado aquí antes que en la Tierra –, y una variedad de
instrumentos de percusión y de viento, que podían estar a cargo del coro de
voces y la nada sinfónica de cada país. Otros bailes eran tan enaltecedores de
e importantes para la cultura feérica como el de los espirales y de una manera o
de otra exaltaban el orgullo que las hadas tenían para con su forma de vida,
tan ancestral como la especie misma.
Continuaban conservando sus mismos poderes y
demás habilidades, aunque mejoradas e incrementadas gracias a la mezcla de las
dos razas primero, la Guerra de los Veintiocho después y la evolución biológica
antes, durante y después de ese par de trascendentales acontecimientos. Poderes
y habilidades que se combinaron con otros que fueron apareciendo con el paso de
los siglos, gracias también a la evolución. Además de todo eso contaban con el
característico y magnífico juego de alas, que además de conferirles el impulso
necesario al momento de emprender el vuelo les resultaba de utilidad para
conservarlo a la altura y velocidad que se les ocurriera; la prolongada estela
luminosa cuando se desplazaban  o
flotaban por el aire, cuya tonalidad era la misma que la del aura, más o menos
densa la estela de acuerdo a la velocidad, 
al aura misma, cuyo tamaño y brillo eran indicadores de su estado de
ánimo; talentos naturales para los bailes y el canto, que contribuían a la expresión
corporal y la facial de felicidad prácticamente permanentes que demostraban, la
capacidad para emplear las diferentes ramas de la magia y de esta todos sus
tipos (blanca, negra, roja…), para lo cual era muy necesario el completo
dominio de su alfabeto e idioma antiguos, un envejecimiento físico y
fisiológico mucho más lento que el de los seres humanos, de un año casa cuatro
una vez que llegaban a la mayoría de edad biológica, a los dieciocho años, y el
carácter generalmente divertido, alegre y vital.
El desarrollo de los sentidos y su
especiación consecuente habían sido enormes. A la media docena de originales –
gusto, oído, vista, tacto, olfato y el habla, considerado como tal por las
hadas – se les agregaron como tales los reflejos, la telepatía, la visión remota
y la telequinesia. Su crecimiento y aplicaciones fueron tales que los seres
feéricos, en un determinado momento de su historia cronobiológica, empezaron a
ver esas cuatro capacidades como sentidos. La del vuelo había sido una de las
habilidades que se vieron mejoradas, por lejos una de las más desarrolladas.
Las hadas eran ahora capaces de alcanzar alturas y velocidades que podían dejar
muy atrás a las anteriores. Y, una súbita diversificación, una de las
variaciones más significativas e importantes no fue otra que el incremento
sustancial en los tipos de hadas, de un cien por ciento e incluso superior, en
las décadas posteriores a la mezcla de razas con el Primer Encuentro y la
Guerra de los Veintiocho. El proceso evolutivo natural se había dado en un
tiempo relativamente corto.
_A muchas hadas de verdad les continua
costando adaptarse en parte o en todo a los aspectos adquiridos por la
transculturación, la combinación de estilos de vida y las costumbres – habló Cristal,
con tono serio, para informar a su futuro cuñado. Un error de pronunciación,
por el cambio de nomenclatura, los había hecho aparecer al otro lado de la
puerta espacial recientemente inaugurada, a pocos pasos del Hospital Real. Ya
estaban en el barrio Plaza Central y tenían algo de caminata hasta el castillo.
El camino ya estaba restaurado y el tránsito de carretas y bicicletas vuelto a
la normalidad –, sobre todo los aspectos que son más frecuentes. Por eso es
que, entre otras cosas, un número bastante significativo de los míos, diría que
entre el treinta y cuatro a treinta y siete por ciento a nivel planetario, vive
en los caseríos y parajes menos habitados y en las viviendas solitarias, incluso
en los continentes polares. Por esa misma razón, todos los poblados están
distanciados entre si y en ningún caso, más allá de la Ciudad Del Sol, existe
un lugar que supere los cincuenta mil habitantes. A las hadas nos hace
fenomenalmente bien esa elección. Nos hace sentir más en contacto con lo natural,
más si tal cosa es posible. Y no solo los seres feéricos. Todas las especies
elementales comparten esa visión.
En tanto le prestaba la debida atención a
esas palabras, Eduardo volvió a afirmar en su mente y en silencio que lo obvio
siempre pasaba por alto.
Otro par de aspectos tomados de los seres
humanos, que agrandaban la transculturación no figuraban todavía en aquella
lista de aspectos en común (la iba a reescribir, agrupando los enunciados de
acuerdo a un rubro en particular). Uno era aquel que mostraba a los lugares
habitados divididos en dos o más barrios – división política – que tenían su
nombre y una identidad cultural propia que los caracterizaba. El otro aspecto
era que los puntos de acceso a o salida de esos barrios, también a las
divisiones simbólicas, estaban señalizados con esa clase de elementos: arcadas,
arcos, pilares y demás estaban construidos principalmente con piedra caliza, ónix,
otras rocas igual de resistentes o hierro forjado. El diverso estado de
deterioro se debía a la decisión de las hadas de no alterarlos bajo ningún
concepto, convencidas de que así conservarían esa parte de su cultura e
historia.
Continúa…
--- CLAUDIO---
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