jueves, 16 de noviembre de 2017

6.14) Lo que permanece igual



Al mismo tiempo que de una manera o de otra la transculturación modificaba muchos de los aspectos de su vida de todos los días, algunos más y otros menos, las hadas conservaban, y hacían denodados esfuerzos por no olvidar, muchas de sus costumbres y tradiciones que en su momento hubieron de ser comunes a las dos razas de seres feéricos que con el correr del tiempo devinieron en una sola: los “inmigrantes”  que llegaron desde la Tierra y los locales. Y esas eran costumbres y tradiciones, independientes algunas también de la simultaneidad, las que conformaban el acervo cultural del que las hadas estaban y se sentían tan orgullosas, algo de lo que habían podido valerse para convertirse en la especie dominante del planeta.

A más de diez milenios y quinto del instante del Primer Encuentro, continuaban siendo algunas de las faltas condenadas por las hadas la falta de generosidad y de solidaridad, la rudeza, el egoísmo, la violación de su intimidad, los individuos sombríos y lúgubres, cualquier intento por espiarlas (en concordancia con el no respeto de su intimidad), aunque se trataba de una falta específicamente sujeta a las situaciones y por tanto había que estudiar todos los casos uno por uno, el desorden y la consecuente falta de aseo e higiene, la curiosidad indebida, los robos y hurtos en cualquiera de sus formas, el mal genio, la vagancia u holgazanería, máxime si se trataba de una persona en la función pública, la irresponsabilidad en todos los ámbitos (doméstico, laboral, social, familiar…), el desaliño en la persona, los daños en la propiedad privada, la pública y la violación de cualquiera de las dos, especialmente la primera, el incumplimiento de los deberes y obligaciones de los funcionarios públicos – siendo en un principio una falta aplicable únicamente a los componentes de las familias reales, no pasaron muchos años para que se extendiera a los individuos en tal o cual cargo en el poder –, las mentiras, las groserías, una falta que estaba en lentísimo retroceso entre los hombres, y, siempre dependiendo de las circunstancias, la tristeza.
Una falta a medias era la devolución de un préstamo; las hadas aceptaban únicamente el equivalente en calidad y cantidad de cualquier cosa que hubieran prestado, ni más ni menos: consideraban como un mal gesto el hecho de que se les devolviera una cantidad superior, y con más razón una inferior, a lo prestado.  Otra de las faltas había caído indefectiblemente en el olvido, y pasado a figurar en algún archivo histórico olvidado, al no existir en el planeta de los seres feéricos y elementales los seres humanos – no contaba para nada el hecho de que hubiera uno solamente –: el presumir o alardear de los favores recibidos por las hadas y jactarse de ello en público. No menos importantes desde el punto de vista de la condena, eran la ignorancia y la indiferencia respecto de cualquiera de los temas sociales que fueran adversos a esta y las otras especies elementales (la falta de compromiso social), los malos modales a la hora de las comidas, la falta total o parcial de respeto por los principales símbolos patrios (bandera, escudo, Ley magna e himno), la discriminación en cualquiera de sus formas, el daño parcial o la destrucción de bienes arqueológicos e históricos y la desatención para con las amistades cuando, un ejemplo sencillo, no se les convidaba algún ágape al invitarlos a tal o cual lugar, sobre todo a la propia vivienda del anfitrión.

También se mantenían constantes e inamovibles sus preferencias tan tradicionales en materia culinaria, las cuales habían logrado sobrevivir al paso de los cientos (¡miles!) de años. Habían aspectos socioculturales que la evolución constante de la misma no podía cambiar ni suprimir, y este era uno de ellos. Todo lo que dicha evolución hubo de logar fue una variación en lo referente a las cantidades, un cambio más o menos gradual que era producto de la mezcla entre las dos razas de hadas y la consecuente sofisticación metabólica, biológica y anatómica. Los alimentos preferidos de las hadas fueron ayer y eran hoy los tallos tiernos y cualquier clase de raíces, la harina de avena y la de cebada, todas las clases de granos, el trigo, los productos cerealeros en general, haciendo combinaciones o no con otros comestibles, la leche de cabra y la de oveja (aunque de hecho la consumían, no les atraía demasiado la vacuna; de esta el consumo era francamente esporádico), la miel, el néctar de las flores, que era por lejos su nutriente por excelencia, y al que a veces recolectaban en cantidades más bien grandes, recurriendo o no a la magia, la sémola, el pan (otro de sus alimentos favoritos), algunas especies e hierbas aromáticas, los huevecillos de unos pocos insectos, unos pocos insectos en si, cierta clase de hongos que usaban principalmente para engañar al estómago y el rocío, que más que cualquier otra cosa actuaba como un agente revitalizante que les daba las fuerzas y energías para emplear en la jornada o al concluir esta devolvérselas. El rocío, sin embargo, era más bien una bebida, y las hadas lo recolectaban también usando sus habilidades y dotes mágicas, en vasos u otros recipientes. Los seres feéricos continuaban siendo férreos enemigos de la carne (excepto la piscícola). No era porque sus organismos y estómagos no estuvieran preparados, sino porque veían con malos ojos comer “cualquier cosa terrestre que hubiera tenido ojos”, y de ninguna manera escatimaban sus recursos ni el tiempo a la hora de preparar un banquete en los ceremoniales y otros días especiales.

Lo fue ayer, lo era hoy y lo sería mañana.
La danza.

Era el ejercicio festivo por excelencia de las hadas, tanto o más importante que cualquier otro. Ya lo venía siendo desde mucho antes del Primer Encuentro, y ese evento trascendentalísimo no hizo más que confirmar ese postulado incuestionable, cuando los “inmigrantes” incorporaron a la cultura feérica local los conocimientos y prácticas propias de su especie y las que hubieron de tomar de los seres humanos con los que convivieron. Fue esa llegada la que permitió que el Espectador funcionara más allá de este mundo, y las hadas dedujeron que para que tal cosa ocurriese tenía que haber una presencia física en este mundo. Las reuniones que las hadas hacían para celebrar la llegada de las cuatro estaciones climáticas eran lo que se dice solemnes e incluían el más tradicional de todos sus bailes. Ataviadas con sus mejores galas, las hadas que tomaban parte activa en esta danza, llamada “de los espirales”, debían formar un círculo alrededor de la figura central, de esta a distancia prudencial, a la vez que se disponían en grupos de tres componentes cada uno. Los participantes del grupo tenían que ejecutar pasos y movimientos coreográficos que aumentaban su complejidad con cada paso siguiente de la danza. En un momento dado, llegado ya el final de esta, uno de los participantes (mujer, si el punto central era hombre, u hombre, si ese punto era mujer), tenía que romper la impecable formación coreográfica, salir al centro y ejecutar los mismos movimientos delante de la figura central primero y a su alrededor de ella después, unas tres veces antes de quedar nuevamente frente a ella, en tanto los demás participantes del círculo se tomaban de las manos y formaban una figura espiralada en la que no podían ni debían coincidir, porque así lo exigían este paso de la danza y las costumbres, dos hombres o dos mujeres. Una figura coreográfica, tan impecable como las anteriores, que nacía del par que se encontraba en el centro y debía conservar en todo momento los movimientos en el sentido de las agujas del reloj. La danza recién terminaba cuando la figura que hubiese roto la formación de tríos caía en línea recta delante de la figura central, después de haber dado un salto que debía superar una determinada altura y dado una vuelta a carnero hacia adelante. El papel de la figura en el centro se debía remitir al seguimiento con la vista del círculo primero y el espiral después, moviendo sus alas en una forma pausada. La estela resultante de cada movimiento, de todos los intervinientes, debía cubrir a todos en esa danza. Una antiquísima y tradicional danza que era acompañada con una música folclórica y tradicional. Mucho antes – otro aspecto cultural desarrollado aquí antes que en la Tierra –, y una variedad de instrumentos de percusión y de viento, que podían estar a cargo del coro de voces y la nada sinfónica de cada país. Otros bailes eran tan enaltecedores de e importantes para la cultura feérica como el de los espirales y de una manera o de otra exaltaban el orgullo que las hadas tenían para con su forma de vida, tan ancestral como la especie misma.

Continuaban conservando sus mismos poderes y demás habilidades, aunque mejoradas e incrementadas gracias a la mezcla de las dos razas primero, la Guerra de los Veintiocho después y la evolución biológica antes, durante y después de ese par de trascendentales acontecimientos. Poderes y habilidades que se combinaron con otros que fueron apareciendo con el paso de los siglos, gracias también a la evolución. Además de todo eso contaban con el característico y magnífico juego de alas, que además de conferirles el impulso necesario al momento de emprender el vuelo les resultaba de utilidad para conservarlo a la altura y velocidad que se les ocurriera; la prolongada estela luminosa cuando se desplazaban  o flotaban por el aire, cuya tonalidad era la misma que la del aura, más o menos densa la estela de acuerdo a la velocidad,  al aura misma, cuyo tamaño y brillo eran indicadores de su estado de ánimo; talentos naturales para los bailes y el canto, que contribuían a la expresión corporal y la facial de felicidad prácticamente permanentes que demostraban, la capacidad para emplear las diferentes ramas de la magia y de esta todos sus tipos (blanca, negra, roja…), para lo cual era muy necesario el completo dominio de su alfabeto e idioma antiguos, un envejecimiento físico y fisiológico mucho más lento que el de los seres humanos, de un año casa cuatro una vez que llegaban a la mayoría de edad biológica, a los dieciocho años, y el carácter generalmente divertido, alegre y vital.
El desarrollo de los sentidos y su especiación consecuente habían sido enormes. A la media docena de originales – gusto, oído, vista, tacto, olfato y el habla, considerado como tal por las hadas – se les agregaron como tales los reflejos, la telepatía, la visión remota y la telequinesia. Su crecimiento y aplicaciones fueron tales que los seres feéricos, en un determinado momento de su historia cronobiológica, empezaron a ver esas cuatro capacidades como sentidos. La del vuelo había sido una de las habilidades que se vieron mejoradas, por lejos una de las más desarrolladas. Las hadas eran ahora capaces de alcanzar alturas y velocidades que podían dejar muy atrás a las anteriores. Y, una súbita diversificación, una de las variaciones más significativas e importantes no fue otra que el incremento sustancial en los tipos de hadas, de un cien por ciento e incluso superior, en las décadas posteriores a la mezcla de razas con el Primer Encuentro y la Guerra de los Veintiocho. El proceso evolutivo natural se había dado en un tiempo relativamente corto.

_A muchas hadas de verdad les continua costando adaptarse en parte o en todo a los aspectos adquiridos por la transculturación, la combinación de estilos de vida y las costumbres – habló Cristal, con tono serio, para informar a su futuro cuñado. Un error de pronunciación, por el cambio de nomenclatura, los había hecho aparecer al otro lado de la puerta espacial recientemente inaugurada, a pocos pasos del Hospital Real. Ya estaban en el barrio Plaza Central y tenían algo de caminata hasta el castillo. El camino ya estaba restaurado y el tránsito de carretas y bicicletas vuelto a la normalidad –, sobre todo los aspectos que son más frecuentes. Por eso es que, entre otras cosas, un número bastante significativo de los míos, diría que entre el treinta y cuatro a treinta y siete por ciento a nivel planetario, vive en los caseríos y parajes menos habitados y en las viviendas solitarias, incluso en los continentes polares. Por esa misma razón, todos los poblados están distanciados entre si y en ningún caso, más allá de la Ciudad Del Sol, existe un lugar que supere los cincuenta mil habitantes. A las hadas nos hace fenomenalmente bien esa elección. Nos hace sentir más en contacto con lo natural, más si tal cosa es posible. Y no solo los seres feéricos. Todas las especies elementales comparten esa visión.
En tanto le prestaba la debida atención a esas palabras, Eduardo volvió a afirmar en su mente y en silencio que lo obvio siempre pasaba por alto.
Otro par de aspectos tomados de los seres humanos, que agrandaban la transculturación no figuraban todavía en aquella lista de aspectos en común (la iba a reescribir, agrupando los enunciados de acuerdo a un rubro en particular). Uno era aquel que mostraba a los lugares habitados divididos en dos o más barrios – división política – que tenían su nombre y una identidad cultural propia que los caracterizaba. El otro aspecto era que los puntos de acceso a o salida de esos barrios, también a las divisiones simbólicas, estaban señalizados con esa clase de elementos: arcadas, arcos, pilares y demás estaban construidos principalmente con piedra caliza, ónix, otras rocas igual de resistentes o hierro forjado. El diverso estado de deterioro se debía a la decisión de las hadas de no alterarlos bajo ningún concepto, convencidas de que así conservarían esa parte de su cultura e historia.



Continúa…



--- CLAUDIO---

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