La banda sinfónica y el coro de voces
cantoras de Insulandia había hecho su debut triunfal con aquella interpretación
magistral del himno, a través de una versión similar a la ópera (a Eduardo le
dio esa impresión), y quedó puesto en evidencia que poseían talento y gozaban
de prestigio, renombre y trayectoria, de gran enormidad en los tres casos.
Desde mucho antes de su arribo a la plaza, había advertido Eduardo que se
trataba de las hadas musicales, que, como las demás, eran prácticamente iguales
a las que se mencionaban en el folclore de las civilizaciones antiguas. La
canción con que rompieron el hielo y aquellas con que siguieron, supo apreciar
(y disfrutar), provocaban en quienes las escuchaban una inconfundible sensación
de tranquilidad y armonía.
“No cabe duda, entonces, es música new age”.,
pensó el novio de Isabel.
_En efecto – confirmó la hermana de Cristal,
cuando el hombre le habló sobre ese género y le contó como era –. Lo diferente
es el nombre. Lo que para los seres humanos es el género new age, para la raza
feérica y otras especies elementales se conoce como la “música natural” o
“música de la naturaleza”.
Las hadas musicales interpretaron temas cuya
duración fue de entre seis y once minutos, referentes todos a los elementos
componentes de la naturaleza _ un arroyo fluyendo, el canto de los pájaros, el
viento azotando copas frondosas, el rumor en las matas… – algunos en el idioma
antiguo de los seres feéricos, otros en el actual y otros tantos
instrumentales, y cada vez que finalizaban uno de esos temas, la concurrencia toda les dedicaba merecidos
aplausos y sonoras ovaciones que bien pudieron haber resonado en los oídos de
todos los presentes (también tuvieron dichos temas más de una referencia al otoño).
Los liuqis, por su parte, se pusieron de pie al unísono, y recurriendo a una
elaborada disposición coreográfica formaron en el aire un puño con el dedo
pulgar hacia arriba; los gnomos patearon el suelo en señal de regocijo y las
sirenas y tritones golpearon con sus colas el agua en la fuente y transformaron
los chorros de diverso grosor y salpicones, recurriendo a sus propias
habilidades, en una finísima capa de rocío que fue recibida con exclamaciones y
aplausos por parte de las hadas que se beneficiaron con esa “ducha”. No hacía
ninguna falta la tecnología para que el sonido y las voces llegaran hasta el
lugar más alejado del palco en que estaban las hadas musicales: cada vez que se
escuchaba una nueva pieza del repertorio el silencio más o menos total se
apoderaba de la multitud.
Hubo un instante en particular entre quienes entendieron
y escucharon. Dicho suceso se produjo cuando, tras las posteriores
felicitaciones al último tema, y cuando el género musical cedía su lugar a algo
que asemejaba a cumbia u otro ritmo tropical, cuando Nadia y las hermanas de
aura lila, aprovechando el silencio que hubo de preceder al intercambio de un
género por el otro, se pusieron de pie en el palco y de este los alrededores
(Cristal había ido a darle una mano al hada embarazada que dirigía el Consejo
DCS), se movieron unos pocos pasos y, estando ya frente a sus compañeros
sentimentales, que conversaban con la reina y Oliverio sobre el estado en que
quedaría la plaza tras el festival, proclamaron prácticamente al unísono:
_¿Qué se supone que están esperando, trío de
haraganes, para sacarnos a bailar?, ¿o acaso lo tenemos que hacer solas?.
Incluso el médico, el arqueólogo y el
artesano-escultor se rieron, hallando divertido el comentario de las chicas.
Se pusieron los tres hombres de pie, dejando
al consejero de Infraestructura y Obras y la reina Lili continuando con la
conversación, tomaron las manos de sus respectivas novias y fueron al sector de
la plaza donde se agolpaban los bailarines, que ya se movían al compás de este
género musical que era infinitamente más movido que el anterior. Alegre y
satisfecho de si mismo el originario de Las Heras por descubrir que lo estaba
haciendo de forma magistral en su debut como bailarín en este mundo.
_No era tan complicado., reconoció.
_Te lo dije, ¿no?., le recordó Isabel.
_Si.
Sin embargo, quien llamó la atención, y por
mucho, fue el prometido de la princesa heredera insular, que en un momento
dado, apenas uno o dos minutos después de que se marcharan sus amigos, exclamó
sin rodeos:
_¡Ya se que voy a hacer!.
Acto seguido, levantándose de su asiento y
mirando sin pestañar a la soberana, llamó:
_¿Reina Lili?:
Extendió hacia ella la mano derecha,
pronunciando una reverencia que hacían los hombres para este tipo de bailes.
Para sorpresa de cada uno de los seres
elementales allí presentes, la soberana aceptó encantada la invitación que le
hiciera el compañero formal de su hija. Por como venían las cosas hasta ahora,
eran los dos únicos componentes del palco principal que no estaban acompañados,
e incluso el resto de los funcionarios políticos de ambos sexos que estuvieron
en esa estructura se habían dispersado por todos los rincones de la plaza
central. Oliverio y Lili, tomados de la mano (tal cual la costumbre antes de
dar inicio un baile), fueron a aquella área en que se congregaron decenas de
parejas y matrimonios feéricos, tampoco lo hicieron nada mal y tuvieron el
reconocimiento de ser una de las duplas más aplaudidas desde que se produjera
el cambio de géneros musicales. Se movieron con mucha soltura, olvidando los
vínculos monarca-súbdito y monarca-funcionario político, y despreocupados. Los
espectadores de todas las especies coincidieron con que el titular principal, o
uno de los principales, de los medios gráficos en sus próximos tirajes, habría
de estar relacionado al baile de la reina insular y su futuro yerno, con
encabezados más o menos serios a ese respecto.
Y allí se hallaba el par de corresponsales de
una publicación quincenal dedicada a los espectáculos y otros dos de la sección
de cultura de El Heraldo Insular, el principal medio gráfico del país, los
cuatro encaramados a otro palco, reservado este para los enviados de la prensa,
que ellos mismos y una cuadrilla de IO habían levantado por la mañana. Tomaban
notas y apuntes en una libreta de hojas rayadas, algo que venían haciendo por
todos los barrios de la ciudad desde bien temprano, con la salida del Sol, pero
con la pieza de la reina y Oliverio creyeron haber encontrado una nota que
destacaría por sobre las demás. En tanto los aludidos volvían a ocupar sus
lugares en el palco principal, tanto ellos como los corresponsales y todos
cuantos se encontraban allí se preguntaron cuando faltaría para que diera
comienzo el concurso de baile.
Pensaron que eso figuraría entre lo más
llamativo del festival.
Cuando la orquesta sinfónica y el coro de
voces concluyeron la interpretación del decimoséptimo de sus temas – un canto
al matrimonio y las ventajas que proporcionaba dicha institución –, del total
que tenían previsto para ejecutar durante este festival, y tuvieron tiempo las
ya acostumbradas ovaciones y los vítores, el imponente reloj de péndulo en la
plaza había anunciado las veintitrés horas en punto, con otra sonora campanada
desde el castillo como confirmación. Prácticamente inadvertido había pasado
dicho tañido con tanto bullicio y alboroto, y nadie o casi nadie había prestado
atención al reloj. El clima festivo no podía resultar más apropiado, y la reina
Lili consideró que ese era el momento oportuno para dar el puntapié inicial
para uno de los bailes por excelencia de los seres feéricos, y unas tres
centenares de personas de las allí presentes estuvieron de acuerdo en formar
parte de el.
_Empieza en este momento la danza de los
espirales., anunció la soberana insular, cuando hubo de reinar el silencio
relativo y poco usual entre la multitud.
Había miles de individuos femeninos y
masculinos allí, solamente de la raza feérica, y todos hubieran querido formar
parte activa de la tradicionalísima danza, pero el espacio de que disponían no
era suficiente, indispensable aquel para la ejecución de los movimientos. Habitualmente,
la danza de los espirales se llevaba a cabo en espacios abiertos e intervenían
no menos de cincuenta personas. Cincuenta y una, contando la figura que se ubicaba
en el centro – ya averiguaría Eduardo el significado y origen de esa danza –.
La única regla era que el número de intervinientes debía ser divisible por y
múltiplo de tres, para estar en sintonía esta danza con su esquema tradicional.
_Solo seguí el ritmo – indicó Isabel a su
novio, cuando este dijera que lo desconocía –. Es relativamente sencillo para
aprender. Cristal, vos y yo vamos a formar uno de los grupos.
_Está bien., aceptó Eduardo.
La reina de Insulandia, era de esperarse, se
había colocado en el punto central de esa figura geométrica, espiralada y circular,
que habían diagramado las tres centenas de seres feéricos, masculinos y
femeninos en partes iguales. Estos, a su vez, se encontraban agrupados en cien
equipos de tres componentes cada uno (Kevin estaba con Lursi y Nadia). Dio
desde un principio la total impresión de tratarse de algo no complicado, como
dijera Isabel, y realmente así fue. En los pequeños grupos de tres, que debían
conservar en tomo momento con su disposición una línea recta horizontal,
empezaron a describir, con los brazos pegados al cuerpo, pasos sobre si mismos
mirando en todo momento hacia adelante, cinco veces en el sentido de las agujas
del reloj primero y cinco veces en el sentido opuesto después, unos movimientos
que tenían que reiterarse otras ocho veces, hasta que cada componente del grupo
hubiese completado los treinta giros en el centro. Al ritmo que efectuaban esos
movimientos debían lograr que la formación en espiral estuviera moviéndose
constantemente en el sentido de las agujas del reloj, conservando ese ritmo
hasta el paso siguiente, y desde este hasta el tercero. En este último par las
dos únicas variantes radicaban en que debían ejecutar rápidos movimientos con
los pies y mantener los brazos cruzados, en el segundo, y agitar ambas
extremidades primero hacia arriba y después hacia abajo, en el tercero. También
en ambos debían mantener la formación en línea recta, los ojos fijos en el
frente y ejecutar con toda la sincronía que les fuera posible los giros en uno
y otro sentido. El cuarto y siguiente paso consistía en que uno de los
participantes debía romper aquella
impecable formación coreográfica para trazas idénticos movimientos delante de
la figura en el centro del espiral y alrededor de ella después, un total de
tres veces, hasta quedar frente a ella, en tanto los otros doscientos noventa y
nueve participantes de la danza, tomados de las manos, formaban una figura en
espiral continua, no debiendo coincidir nunca dos bailarines del mismo sexo. Un
esquema que, naciendo delante de las dos figuras que quedaban en el centro,
debía moverse todo el tiempo, hasta que la danza llegara a su término, en el
sentido de las agujas del reloj. Esta vez (de nuevo) fue el consejero de Infraestructura
y Obras el protagonista, seguramente inspirado por su notable desempeño durante
la pasada ceremonia del verano, y por la más que agradable música que provenía
de uno de los palcos, que tenía un placentero y tranquilizador efecto; otra vez
la “música de la naturaleza” ocupaba el espacio. El compañero de amores de
Isabel pensó que los ágiles pasos de baile y movimientos que ejecutaban los
integrantes del espiral formado en torno a la reina Lili y Oliverio bien podían
ser como las danzas y bailes de origen céltico que todavía subsistían en la
Tierra. A todo eso, varios centenares de (pares de) ojos estaban clavados en el
espiral y su par de figuras centrales.
Los movimientos coreográficos se fueron tornando,
además, más veloces, y el afortunado – muchos individuos masculinos de la raza
feérica, por no decir todos ellos, consideraban todo un honor y un orgullo
poder ejecutar esos pasos finales delante de la cabeza del poder político… y la
reina era, además, una mujer muy linda – llegó a moverse tan rápido que a
muchas de las personas allí presentes les había costado algo de trabajo seguir
con la vista esos saltos y los pasos, que continuaron durante otros ciento
veinte segundos y culminaron con el prometido de la princesa Elvia ascendiendo
con un salto en línea recta a más de siete metros, pegando una vuelta a carnero
hacia adelante y cayendo firme y de pie (“¡Ay, carajo!”, exclamó Oliverio en su
mente) con los brazos cruzados delante de la soberana insular, cuyo papel en la
danza tradicionalísima había consistido en seguir el ritmo al espiral grande,
batiendo sus alas pausadamente y haciendo ondear su larga cabellera. La estela
de dos colores resultante de ambas acciones, una implicancia directa de la
danza, debía cubrir a todos los participantes.
Fue de tal magnitud la ovación y tantos los
aplausos que hubo que esperar otro cuarto de hora para que l orquesta sinfónica
y el coro de cantores pudieran volver a interpretar una (otra) de las joyas del
repertorio y los concurrentes retomaran los bailes.
_Se la conoce simplemente como “danza de los
espirales”, y ojalá las hadas supiéramos el porqué de sus movimientos y pasos-
Eso sería de mucha ayuda para nuestro acervo cultural – dijo Isabel a su compañero
sentimental. El concurso de baile de vals estaba próximo, y este se disponía a
ocupar su lugar en el palco principal, donde ya estaban muchos de sus ocupantes
–. Es una danza que tiene milenios, y los textos históricos se perdieron durante
la Guerra de los Veintiocho. Pero creemos que se formó tomando elementos de los
aspectos socioculturales de los seres elementales como un todo y otros bailes
tradicionales de las hadas. Tendríamos que levar a cabo una investigación a
fondo para conocer con detalles su origen.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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