jueves, 28 de septiembre de 2017

4.14) Danza tradicionalísima



La banda sinfónica y el coro de voces cantoras de Insulandia había hecho su debut triunfal con aquella interpretación magistral del himno, a través de una versión similar a la ópera (a Eduardo le dio esa impresión), y quedó puesto en evidencia que poseían talento y gozaban de prestigio, renombre y trayectoria, de gran enormidad en los tres casos. Desde mucho antes de su arribo a la plaza, había advertido Eduardo que se trataba de las hadas musicales, que, como las demás, eran prácticamente iguales a las que se mencionaban en el folclore de las civilizaciones antiguas. La canción con que rompieron el hielo y aquellas con que siguieron, supo apreciar (y disfrutar), provocaban en quienes las escuchaban una inconfundible sensación de tranquilidad y armonía.
“No cabe duda, entonces, es música new age”., pensó el novio de Isabel.
_En efecto – confirmó la hermana de Cristal, cuando el hombre le habló sobre ese género y le contó como era –. Lo diferente es el nombre. Lo que para los seres humanos es el género new age, para la raza feérica y otras especies elementales se conoce como la “música natural” o “música de la naturaleza”.
Las hadas musicales interpretaron temas cuya duración fue de entre seis y once minutos, referentes todos a los elementos componentes de la naturaleza _ un arroyo fluyendo, el canto de los pájaros, el viento azotando copas frondosas, el rumor en las matas… – algunos en el idioma antiguo de los seres feéricos, otros en el actual y otros tantos instrumentales, y cada vez que finalizaban uno de esos temas,  la concurrencia toda les dedicaba merecidos aplausos y sonoras ovaciones que bien pudieron haber resonado en los oídos de todos los presentes (también tuvieron dichos temas más de una referencia al otoño). Los liuqis, por su parte, se pusieron de pie al unísono, y recurriendo a una elaborada disposición coreográfica formaron en el aire un puño con el dedo pulgar hacia arriba; los gnomos patearon el suelo en señal de regocijo y las sirenas y tritones golpearon con sus colas el agua en la fuente y transformaron los chorros de diverso grosor y salpicones, recurriendo a sus propias habilidades, en una finísima capa de rocío que fue recibida con exclamaciones y aplausos por parte de las hadas que se beneficiaron con esa “ducha”. No hacía ninguna falta la tecnología para que el sonido y las voces llegaran hasta el lugar más alejado del palco en que estaban las hadas musicales: cada vez que se escuchaba una nueva pieza del repertorio el silencio más o menos total se apoderaba de la multitud.

Hubo un instante en particular entre quienes entendieron y escucharon. Dicho suceso se produjo cuando, tras las posteriores felicitaciones al último tema, y cuando el género musical cedía su lugar a algo que asemejaba a cumbia u otro ritmo tropical, cuando Nadia y las hermanas de aura lila, aprovechando el silencio que hubo de preceder al intercambio de un género por el otro, se pusieron de pie en el palco y de este los alrededores (Cristal había ido a darle una mano al hada embarazada que dirigía el Consejo DCS), se movieron unos pocos pasos y, estando ya frente a sus compañeros sentimentales, que conversaban con la reina y Oliverio sobre el estado en que quedaría la plaza tras el festival, proclamaron prácticamente al unísono:
_¿Qué se supone que están esperando, trío de haraganes, para sacarnos a bailar?, ¿o acaso lo tenemos que hacer solas?.
Incluso el médico, el arqueólogo y el artesano-escultor se rieron, hallando divertido el comentario de las chicas.
Se pusieron los tres hombres de pie, dejando al consejero de Infraestructura y Obras y la reina Lili continuando con la conversación, tomaron las manos de sus respectivas novias y fueron al sector de la plaza donde se agolpaban los bailarines, que ya se movían al compás de este género musical que era infinitamente más movido que el anterior. Alegre y satisfecho de si mismo el originario de Las Heras por descubrir que lo estaba haciendo de forma magistral en su debut como bailarín en este mundo.
_No era tan complicado., reconoció.
_Te lo dije, ¿no?., le recordó Isabel.
_Si.

Sin embargo, quien llamó la atención, y por mucho, fue el prometido de la princesa heredera insular, que en un momento dado, apenas uno o dos minutos después de que se marcharan sus amigos, exclamó sin rodeos:
_¡Ya se que voy a hacer!.
Acto seguido, levantándose de su asiento y mirando sin pestañar a la soberana, llamó:
_¿Reina Lili?:
Extendió hacia ella la mano derecha, pronunciando una reverencia que hacían los hombres para este tipo de bailes.
Para sorpresa de cada uno de los seres elementales allí presentes, la soberana aceptó encantada la invitación que le hiciera el compañero formal de su hija. Por como venían las cosas hasta ahora, eran los dos únicos componentes del palco principal que no estaban acompañados, e incluso el resto de los funcionarios políticos de ambos sexos que estuvieron en esa estructura se habían dispersado por todos los rincones de la plaza central. Oliverio y Lili, tomados de la mano (tal cual la costumbre antes de dar inicio un baile), fueron a aquella área en que se congregaron decenas de parejas y matrimonios feéricos, tampoco lo hicieron nada mal y tuvieron el reconocimiento de ser una de las duplas más aplaudidas desde que se produjera el cambio de géneros musicales. Se movieron con mucha soltura, olvidando los vínculos monarca-súbdito y monarca-funcionario político, y despreocupados. Los espectadores de todas las especies coincidieron con que el titular principal, o uno de los principales, de los medios gráficos en sus próximos tirajes, habría de estar relacionado al baile de la reina insular y su futuro yerno, con encabezados más o menos serios a ese respecto.
Y allí se hallaba el par de corresponsales de una publicación quincenal dedicada a los espectáculos y otros dos de la sección de cultura de El Heraldo Insular, el principal medio gráfico del país, los cuatro encaramados a otro palco, reservado este para los enviados de la prensa, que ellos mismos y una cuadrilla de IO habían levantado por la mañana. Tomaban notas y apuntes en una libreta de hojas rayadas, algo que venían haciendo por todos los barrios de la ciudad desde bien temprano, con la salida del Sol, pero con la pieza de la reina y Oliverio creyeron haber encontrado una nota que destacaría por sobre las demás. En tanto los aludidos volvían a ocupar sus lugares en el palco principal, tanto ellos como los corresponsales y todos cuantos se encontraban allí se preguntaron cuando faltaría para que diera comienzo el concurso de baile.

Pensaron que eso figuraría entre lo más llamativo del festival.

Cuando la orquesta sinfónica y el coro de voces concluyeron la interpretación del decimoséptimo de sus temas – un canto al matrimonio y las ventajas que proporcionaba dicha institución –, del total que tenían previsto para ejecutar durante este festival, y tuvieron tiempo las ya acostumbradas ovaciones y los vítores, el imponente reloj de péndulo en la plaza había anunciado las veintitrés horas en punto, con otra sonora campanada desde el castillo como confirmación. Prácticamente inadvertido había pasado dicho tañido con tanto bullicio y alboroto, y nadie o casi nadie había prestado atención al reloj. El clima festivo no podía resultar más apropiado, y la reina Lili consideró que ese era el momento oportuno para dar el puntapié inicial para uno de los bailes por excelencia de los seres feéricos, y unas tres centenares de personas de las allí presentes estuvieron de acuerdo en formar parte de el.
_Empieza en este momento la danza de los espirales., anunció la soberana insular, cuando hubo de reinar el silencio relativo y poco usual entre la multitud.
Había miles de individuos femeninos y masculinos allí, solamente de la raza feérica, y todos hubieran querido formar parte activa de la tradicionalísima danza, pero el espacio de que disponían no era suficiente, indispensable aquel para la ejecución de los movimientos. Habitualmente, la danza de los espirales se llevaba a cabo en espacios abiertos e intervenían no menos de cincuenta personas. Cincuenta y una, contando la figura que se ubicaba en el centro – ya averiguaría Eduardo el significado y origen de esa danza –. La única regla era que el número de intervinientes debía ser divisible por y múltiplo de tres, para estar en sintonía esta danza con su esquema tradicional.
_Solo seguí el ritmo – indicó Isabel a su novio, cuando este dijera que lo desconocía –. Es relativamente sencillo para aprender. Cristal, vos y yo vamos a formar uno de los grupos.
_Está bien., aceptó Eduardo.

La reina de Insulandia, era de esperarse, se había colocado en el punto central de esa figura geométrica, espiralada y circular, que habían diagramado las tres centenas de seres feéricos, masculinos y femeninos en partes iguales. Estos, a su vez, se encontraban agrupados en cien equipos de tres componentes cada uno (Kevin estaba con Lursi y Nadia). Dio desde un principio la total impresión de tratarse de algo no complicado, como dijera Isabel, y realmente así fue. En los pequeños grupos de tres, que debían conservar en tomo momento con su disposición una línea recta horizontal, empezaron a describir, con los brazos pegados al cuerpo, pasos sobre si mismos mirando en todo momento hacia adelante, cinco veces en el sentido de las agujas del reloj primero y cinco veces en el sentido opuesto después, unos movimientos que tenían que reiterarse otras ocho veces, hasta que cada componente del grupo hubiese completado los treinta giros en el centro. Al ritmo que efectuaban esos movimientos debían lograr que la formación en espiral estuviera moviéndose constantemente en el sentido de las agujas del reloj, conservando ese ritmo hasta el paso siguiente, y desde este hasta el tercero. En este último par las dos únicas variantes radicaban en que debían ejecutar rápidos movimientos con los pies y mantener los brazos cruzados, en el segundo, y agitar ambas extremidades primero hacia arriba y después hacia abajo, en el tercero. También en ambos debían mantener la formación en línea recta, los ojos fijos en el frente y ejecutar con toda la sincronía que les fuera posible los giros en uno y otro sentido. El cuarto y siguiente paso consistía en que uno de los participantes  debía romper aquella impecable formación coreográfica para trazas idénticos movimientos delante de la figura en el centro del espiral y alrededor de ella después, un total de tres veces, hasta quedar frente a ella, en tanto los otros doscientos noventa y nueve participantes de la danza, tomados de las manos, formaban una figura en espiral continua, no debiendo coincidir nunca dos bailarines del mismo sexo. Un esquema que, naciendo delante de las dos figuras que quedaban en el centro, debía moverse todo el tiempo, hasta que la danza llegara a su término, en el sentido de las agujas del reloj. Esta vez (de nuevo) fue el consejero de Infraestructura y Obras el protagonista, seguramente inspirado por su notable desempeño durante la pasada ceremonia del verano, y por la más que agradable música que provenía de uno de los palcos, que tenía un placentero y tranquilizador efecto; otra vez la “música de la naturaleza” ocupaba el espacio. El compañero de amores de Isabel pensó que los ágiles pasos de baile y movimientos que ejecutaban los integrantes del espiral formado en torno a la reina Lili y Oliverio bien podían ser como las danzas y bailes de origen céltico que todavía subsistían en la Tierra. A todo eso, varios centenares de (pares de) ojos estaban clavados en el espiral y su par de figuras centrales.
Los movimientos coreográficos se fueron tornando, además, más veloces, y el afortunado – muchos individuos masculinos de la raza feérica, por no decir todos ellos, consideraban todo un honor y un orgullo poder ejecutar esos pasos finales delante de la cabeza del poder político… y la reina era, además, una mujer muy linda – llegó a moverse tan rápido que a muchas de las personas allí presentes les había costado algo de trabajo seguir con la vista esos saltos y los pasos, que continuaron durante otros ciento veinte segundos y culminaron con el prometido de la princesa Elvia ascendiendo con un salto en línea recta a más de siete metros, pegando una vuelta a carnero hacia adelante y cayendo firme y de pie (“¡Ay, carajo!”, exclamó Oliverio en su mente) con los brazos cruzados delante de la soberana insular, cuyo papel en la danza tradicionalísima había consistido en seguir el ritmo al espiral grande, batiendo sus alas pausadamente y haciendo ondear su larga cabellera. La estela de dos colores resultante de ambas acciones, una implicancia directa de la danza, debía cubrir a todos los participantes.
Fue de tal magnitud la ovación y tantos los aplausos que hubo que esperar otro cuarto de hora para que l orquesta sinfónica y el coro de cantores pudieran volver a interpretar una (otra) de las joyas del repertorio y los concurrentes retomaran los bailes.
_Se la conoce simplemente como “danza de los espirales”, y ojalá las hadas supiéramos el porqué de sus movimientos y pasos- Eso sería de mucha ayuda para nuestro acervo cultural – dijo Isabel a su compañero sentimental. El concurso de baile de vals estaba próximo, y este se disponía a ocupar su lugar en el palco principal, donde ya estaban muchos de sus ocupantes –. Es una danza que tiene milenios, y los textos históricos se perdieron durante la Guerra de los Veintiocho. Pero creemos que se formó tomando elementos de los aspectos socioculturales de los seres elementales como un todo y otros bailes tradicionales de las hadas. Tendríamos que levar a cabo una investigación a fondo para conocer con detalles su origen.


Continúa…



--- CLAUDIO ---

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