lunes, 14 de agosto de 2017

3.10) Las almas solitarias, parte 2



_¿Se extraviaron?.

_Te dije que no estábamos solos, nos observaban., repitió Isabel.

Una de las almas solitarias que protegía los recursos almacenados en el Banco Real junto a la Guardia Real, que más que otra cosa parecía, de hecho, un fantasma,  había hecho su aparición ante la pareja de visitantes, atravesando el techo sin dificultades, y adquirido entonces una forma física reconocible. Se trataba de una mujer de , al menos, un metro con setenta y cinco centímetros de altura que no tenía, o no aparentaba, una edad que fuera superior a los treinta años – no podía saberse la correcta, porque físicamente los seres feéricos cumplían un año cada cuatro al llegar a la mayoría de edad, a los dieciséis. A menos, claro, que el alma solitaria la mencionara –. Parecía estar constituida por humo o vapor, u otra sustancia muy similar a esas dos, de una tonalidad bastante clara de color gris, que en el corredor subterráneo brillaba gracias a la escasa iluminación, la cual provenía de la esfera que controlaba Isabel. El alma solitaria tuvo que haber sido en vida, con toda la seguridad, una mujer dotada de una extraordinaria belleza (y por demás voluptuosa), una condición física que, como bien y sabiamente pudo apreciar el oriundo de Las Heras, todavía conservaba. Un hada, considerando que en su espalda se encontraban las alas, formadas por la misma sustancia grisácea que el cuerpo. Por otro lado, y a diferencia de los espectros o los fantasmas, estaba caminando, lo hacía desde que atravesara el muro, en lugar de planear, flotar o volar.
¡No era ningún tipo de hechizo o ilusión!.
Caminaba con toda la normalidad y total soltura, con la gracia que caracterizaba al sexo femenino en los seres feéricos. Tenía el cabello largo y sin bucles, que hasta la cintura le llegaba, y su indumentaria y el calzado eran de los más tradicionales de las hadas… o lo habrían sido en vida, y conservó una imitación de ellos luego de transformarse en un alma solitaria.
_Te lo dije – le recordó Isabel al alma solitaria, dando hacia ella un paso decidido –. Íbamos a estar en el Banco Real de Insulandia una vez que Eduardo hubiera abierto los ojos y hubiésemos tenido la oportunidad. Además, el tenía ganas de conocer este lugar y yo de visitarlos, de modo que acá estamos – anunció el hada de la belleza al alma solitaria, a quien parecía conocer. Más aún, físicamente parecían idénticas, especialmente en la altura y esas curvas tan evidentes –. No llevamos mucho en este lugar, diría que solamente media hora; usamos uno de los accesos laterales y recién salimos de la recámara número doscientos diez. Pensábamos continuar la recorrida en los niveles inferiores.
_Ya veo, ya veo – comentó el alma solitaria. Igual que las hadas y los sirénidos, no demostraba recelo, desconfianza ni tampoco hostilidad con sus gestos ni con sus palabras. Lo miró directo a los ojos, sin pestañar, y no encontró con esa acción evidencias de maldad o cualquier otro sentimiento y pensamiento negativo. Observó entonces el alma solitaria femenina al licenciado en arqueología (ese era su título), pegando una vuelta completa alrededor de el, en el sentido opuesto al de las agujas del reloj, flotando por fin, y enfrentando inmediatamente luego al hada de la belleza, le dijo –. Tenés muy buen gusto, Isabel, y te felicito por eso. Se ve que también es hereditario. Cristal estuvo acá ayer a la tarde, más o menos a eso de las cinco, y me habló de el con muy buenas palabras. Se llevó una excelente impresión. ¿De manera que este alienígena va a convertirse en mi yerno?.
Le sonreía y lo encontraba agradable.
Eduardo tragó saliva y opinó:
_No me gustó como sonó eso.
Había sido en broma, naturalmente, pero también una contestación inmediata, algo instintivo. Tenía en todas sus facciones la justa cuota de sorpresa, y alternativamente miraba al alma solitaria y a su compañera sentimental, esforzándose en detectar las reacciones de cada una. Eduardo no estaba preparado para escuchar esa noticia… esa “revelación”.
_Sorpresa – anunció el hada de aura lila, haciendo que el alma solitaria y el experto en arqueología submarina se acercaran a su persona, y preparándose para las presentaciones formales. La atmósfera era de regocijo y gusto por las compañías –. No quería decir una sola palabra, ni mucho menos entrar en detalles, hasta que hubiéramos hecho el contacto con las almas solitarias, y ese momento finalmente llegó – explicó a su compañero sentimental, que ahora ya sabía el motivo del parecido físico entre ambos seres elementales femeninos. Eran una madre y su hija. Apenas se notaba una mínima diferencia entre ellas en lo referente a la edad que aparentaban –. Eduardo, ella es mi progenitora. Su nombre es Iulí – el originario de Las Heras saludó con una reverencia al alma solitaria –. Mamá, este es mi compañero de amo0res, se llama Eduardo, y es un licenciado en arqueología que…
_¿Licenciado, eh?. Eso se oye bonito. Isabel, lo tengo que admitir. Hiciste una muy buena elección. Los comentarios que llegaron hasta acá fueron ciertos – los interrumpió una segunda alma solitaria, esta del sexo masculino, que había traspasado la gruesa pared y saludado al trío con una reverencia –. Perdón por la tardanza. Había un ilio merodeando por la sala contigua al acceso lateral, y lo fui a “visitar”. Se llevó un buen susto y no creo que vayamos a verlo por un largo tiempo. Bueno, ¿cómo están?. Esto me va a gustar. Me refiero a las reuniones familiares. Es algo que además disfruto mucho.
Era de la misma consistencia que su contraparte del sexo femenino y tenía su misma altura e idéntico medio de locomoción, al que hiciera propio después de haber atravesado la pared. En lugar de planear, flotar o volar, estaba caminando. Igual que su contraparte femenina, Iulí, tuvo que llevar el calzado y la indumentaria tradicionales de las hadas al momento de aplicar el complejo y fallido hechizo de separación. Los dos parecieron haber afirmado su apego por la cultura feérica, parte de esta, en su último momento, y el experto en arqueología submarina dedujo entonces que los individuos de esta especie habrían de llevar por siempre el calzado y la ropa que estuviesen usando en ese crucial instante.
_Y el es mi papá., concluyó el hada de aura lila, invitando al par de hombres a que se acercaran.
Tampoco entre ellos había mala predisposición.
_Wilson – se presentó el alma solitaria masculina, haciendo el clásico saludo fraternal de los seres feéricos. Era inútil querer estrechar la muñeca (esta era la costumbre entre las hadas, en lugar de la mano de la otra persona) de alguien como  el, porque la mano propia simplemente seguía de largo, y con ello pudo advertir el arqueólogo que la consistencia de un alma solitaria implicaba, al tocar a una de ellas, sentir la mano cubierta por vapor y una sensación de frío. Los padres de Cristal e Isabel, dos de los eternos custodios de las riquezas del Estado y el pueblo insular (teniendo esa consistencia gaseosa, o vaporosa, ¿qué otra cosa podían hacer ellos para cumplir con dicha tarea, aparte de darles un susto a los eventuales amigos de lo ajeno?), se situaron frente a la mayor de sus dos descendencias y el compañero sentimental de esta, y el progenitor habló una vez más, contento por lo que estaba ocurriendo –. Las cosas están saliendo bien., Una ya cayó y por los rumores que llegan acá es cuestión de tiempo para que también lo haga la otra. Entonces, ¿ustedes qué opinan sobre eso de sostener una reunión familiar?. Yo estoy a favor del si.
Podría haber dos individuos más de lo habitual.

Eduardo e Isabel, al igual que Iulí, no pusieron objeciones, sino más bien todo lo contrario, porque, desde el inicio de las primeras civilizaciones, los seres feéricos veían en la familia a una de las más importantes de todas las instituciones, al mismo nivel que el Estado, y esta era una de las tantas formas de rendirle honor y demostrarlo. Los cuatro emprendieron la marcha a paso normal, y Eduardo pensó que esto era lo más extraño a lo que habría el de enfrentarse. Tomar el té en una caverna a no menos de quinientos metros de profundidad en compañía de un hada y dos entes que se habían quedado en un punto intermedio, a mitad de camino entre la vida y al muerte.

¿Qué grupo más atípico sería ese?.

El dúo de almas solitarias, tomadas de la mano, se había situado justo delante de la flamante pareja, indicando a sus componentes que los secundaran en esta caminata nueva. Era, en efecto, una red laberíntica, porque ambos guardianes los estaban conduciendo por un pasadizo que momentos antes no se encontraba allí, no estuvo visible a los ojos de los visitantes. Se trataba de uno de esos prácticos hechizos, prácticos y antiguos, diseñado y puesto en práctica por los constructores de tiempos pasados para mantener oculto al túnel y desorientar a intrusos y saqueadores. Sin embargo, más allá de ese ocultismo, no tenía nada en particular y era como cualquiera de los otros: un corredor oscuro, húmedo, carente de iluminación, un tanto lúgubre, con un pobre nivel de aire (Eduardo notó justo allí una curiosidad: ¿cómo llegaba el aire hasta allí e incluso más abajo?), con unos pocos grabados alegóricos en las paredes, pequeños insectos correteando por allí… y un cráneo de tamaño muy reducido, no mayor al de una ciruela, olvidado en el suelo, alumbrado por la esfera lila que todavía mantenía Isabel. Por la forma, y después de tomarlo con la diestra, el futuro cuñado de Cristal dedujo que no se trataba de alguna clase de roedor u otro animal pequeño. Demasiado chico y alargado, con cuencas redondas y grandes y dientes diminutos. Pudo haberse tratado, sin embargo, de un gnomo no adulto u otro ser elemental parecido. ¿Por qué no?. El experto en arqueología submarina ya estaba al corriente de la existencia de los tritones y de sus contrapartes femeninas, de las hadas y de los ilios. Sus conocimientos en paleontología y disciplinas similares no aplicaban en este caso.
_Es el cráneo de un liuqi, otro de los componentes del reino elemental, o, como los conocemos, los “Pobladores de los Árboles” – comunicó Wilson al arqueólogo, mientras seguían caminando y el compañero de amores de su hija mayor volvía a dejar ese resto óseo en el piso – Unos veintidós centímetros de alto y alrededor de ciento cincuenta gramos de peso. Habrá un millón y tres cuartos de ellos viviendo en el continente centrálico, e imagino que al menos el veintiuno o veintidós por ciento lo hace en Insulandia. Liuqi es una palabra que en su ancestral lenguaje significa “Seres de los árboles”, de ahí una de las formas con que nos referimos a ellos. Creo que hay seis millones más viviendo en los otros continentes.
_¿Viven encima de los árboles?., inquirió Eduardo.
_Encima y dentro – contestó Iulí. Sus pisadas y las de su eterno compañero no producían sonido alguno al tocar el suelo de piedra. Tampoco el rumor de ese vapor o humo, y de ambas almas solitarias solamente las voces se escuchaban –. Pasan la mayor parte del tiempo haciendo su vida social en las copas de los árboles, entre y sobre ellas, y duermen en el interior de las ramas más gruesas y los troncos. Hace poco supe de la existencia de un árbol, un baobab, que estaba y habitado por cuatro centenas y media de liuqis, viviendo y desarrollándose en la copa y el tronco. Si no estoy en un error, esa es la cuarta o quinta comunidad más grande de todo el planeta. Son seres elementales de hábito nocturno, así que difícilmente vas a ver a uno o más mientras el Sol esté en el cielo – la progenitora de Isabel y Cristal pensó que era conveniente ilustrarlo a este respecto, para que cuando Eduardo se topara con los liuqis no se impresionara –. Ellos tienen una vida muy corta que no supera los treinta días. Si, no miento. Un mes es su expectativa de vida. En ese tiempo pasan de ser crías diminutísimas a adultos sanos.  Pero se los puede detectar con facilidad, porque sus ojos son de un color rojo intenso y sus cuerpos emiten una brillante aura los pocos minutos de la mimetización, de unos tonos parecidos al del lugar en que se encuentran. Fuera de eso, su pelaje es negro, y tienen manchas blancas alrededor del cuello, como un collar, en los tobillos y en las muñecas.
_Parecidos a los ilios., comparó Eduardo.
El camuflaje era común a por lo menos dos especies elementales.
_Si, eso es verdad, pero los liuqis son socialmente superiores, tienen mejor carácter, son más simpáticos, confiables, amistosos y no dudan en conservar el buen trato, los lazos comerciales y los culturales con las hadas, por ejemplo. Nada de eso distingue a los ilios – intervino Isabel –. Por naturaleza, son los liuqis seres bondadosos y solidarios. Es de gran consuelo saber que si los seres feéricos la estamos pasando mal de alguna manera, ellos van a estar allí para ayudarnos en lo que puedan…como puedan. En ellos podemos encontrar una mano y una voz amigas, y eso es muy importante. Son buena gente, y nunca vas a poder hallar a uno solo que sea malo, a no ser que lo sean con ellos.
_¿Y por qué el hábito nocturno? – quiso saber el arqueólogo –, ¿eso en qué los beneficia?.
_Es su naturaleza – contestó Iulí, llegando ya al final del pasadizo. Este, sin embargo, giraba hacia la derecha en ángulo cerrado. Seguía sin haber otra iluminación que el brillo de ambas almas solitarias y la esfera lila que dirigía Isabel, además del aura de esta –. Además, los liuqis tienen una dieta a base de insectos, son insectívoros y hay una mayor cantidad de “alimento disponible” por las noches. Ingieren en promedio ciento veinticinco  a ciento cincuenta gramos de alimento diario per cápita. No necesitan más que eso, con la altura, la resistencia física y el peso que tienen a lo largo de su efímera vida. Su organismo y su biología son muy similares al grueso de las especies del reino elemental, hadas incluidas – y concluyó – .Los liuqis son de reproducción ovípara y no demoran más de seis o siete días en alcanzarla vida adulta. El período de gestación de una hembra de la especie, que solo tiene media decena de puestas en su vida y entre cuatro y cinco huevos por cada una, es de doce horas. Si, doce horas. Y pasan otros treinta minutos empollándolos. Como dije, los individuos de esa raza llegan a vivir un mes. Es nada para los otros seres elementales, pero para ellos el polo opuesto. Toda una vida llena de gloria, aventuras y emociones. El cráneo que viste en el suelo, Eduardo… bueno, fue un adulto y ya estaba allí cuando Wilson y yo nos convertimos en guardianes.
_Todo el tiempo pedimos a las hadas que se ocupan del mantenimiento y las eventuales reformas n este lugar, las de los Consejos de Infraestructura y Obras y de Hacienda y Economía, que dejen ese cráneo donde está. Podría decirse que lo necesitamos para nuestro trabajo – agregó Wilson, a poco de llegar a esa esquina con ángulo cerrado – Podría sernos de utilidad para asustar a los amigos de lo ajeno.
_Pero si los seres feéricos no roban, no son amigos de lo ajeno – se hubo de extrañar el experto en arqueología submarina, observándolo –; ni siquiera, me contaron, lo hizo durante la Guerra de los Veintiocho el hada malvada… por lo menos a los individuos de su especie. Los liuqis son tan chiquitos que uno solo de ellos no podría llevarse una pieza que fuera más grande y pesada que ellos, lo mismo o casi que los gnomos y gnómidas, y los seres sirénidos, sin el elemento que da la vida… – y entonces comprendió, girando con todos los demás hacia la derecha –, ¿ilios, cierto?.
_Si, ilios – apuntó su compañera sentimental, tratando de no pensar, porque a ella no le agradaban esos seres  -. No digo que lo vayan a hacer cada vez que uno o más de ellos vienen a este lugar, pero esporádicamente es posible que aparezca alguno que tiene las manos más rápidas que la vista y se lleva algo… o trata de hacerlo. Ellos almacenan unas pocas posesiones, aunque casi nadie sabe cuales son esos bienes, ni tampoco su valor, en el Banco real, pese a ese aislamiento que tanto los caracteriza. Las hadas sostenemos desde hace tiempo, diría que desde hace alrededor de dos décadas, que esos artículos que guardan acá les proporciona una excusa perfecta para venir y tratar de llevarse algo que no les pertenece, pero no podemos demostrarlo.
_Aunque no lo parezca, porque no lo demuestran, los ilios son inteligentes., agregó Iulí a las palabras de su hija.
_Perdón que los interrumpa – dijo de pronto el alma solitaria masculina, Wilson, cortando con esa interrupción sobre los liuqis, ilios (por esos seres, interrumpir era algo que no lamentaba) y los tesoros almacenados en el banco Real de Insulandia. Unos pocos metros más adelante se podía divisar otra recámara, y en ella no parecía haber cántaros ni estanterías con el inventario – Ya casi estamos llegando a nuestro destino. Al final de este túnel.
El ambiente aparentaba las mismas dimensiones que la sala distribuidora.
_¿Qué hay allí?., quiso saber Eduardo.
_Un salón de té – contestó Iulí. De encontrarse ella y su eterno compañero enteramente vivos, los pasos de ambos producirían ruido al impactar contra el suelo, sobre todo los tacones de ella. Ahora, en cambio, no lo hacían. Era lo más parecido al agua en ebullición golpeando contra una superficie firme –, otro. Uno de los siete que hay bajo la superficie. No por las almas solitarias, porque no requerimos en ningún momento de bebidas ni alimentos. Pero cuando alguien viene para una estancia… prolongada, se podría decir, lo intentamos tratar de la mejor manera que podamos, que nos sea posible, y eso incluye un agasajo gastronómico. Si, Eduardo, podemos mover cosas – Iulí se anticipó a la duda del compañero sentimental de la mayor de sus hijas –. Pero vía telequinesia, y no tienen que ser muy pesadas. En este caso, la tetera, las tazas y eso. Y hablando del salón de té… ¡ustedes dos! – exclamó, observando sin pestañar a los dos hombres. Su marido y Eduardo, que entre ellos se miraron e intercambiaron miradas de duda y sorpresa –. En el interior de esa recámara se encuentra Iris, de modo que les pido, por favor, que tengan la decencia de comportarse.
Ocultó con una sonrisa el leve gruñido.
Sabía que Wilson y Eduardo se comportarían, pero así y todo…
¿Los celos serían también hereditarios?.
_Secundo esas palabras., coincidió Isabel con su madre.
_Pero, ¿por qué?, ¡quién es Iris?., quiso saber el licenciado en arqueología, dirigiendo sus palabras al alma solitaria femenina (su futura suegra), en tanto el progenitor de las hermanas de aura lila se hacía alevosamente (y escandalosamente) el distraído, silbando y enfocando los ojos en otra dirección.
_Tu servidora – anunció una voz femenina desde el interior. Una voz serena y alegre –. Cada vez es mayor la cantidad de hombres que lo llevan a la práctica, y no es solo conmigo. Miran a las mujeres donde no las tiene que mirar, no se si me explico. Nuestra cara está un poco más arriba.
A la tercera alma solitaria, la segunda del sexo femenino, las mejillas se le habían vuelto de una tonalidad un tanto más oscura del color gris, y Eduardo supuso que esa reacción era el justo equivalente al enrojecimiento en las mujeres de la especie feérica.

De esa manera había hecho su aparición y anunciado su presencia ante el grupo la más antigua de las almas solitarias en todo el planeta, que ayudaba al contingente de hadas guardianas a velar por y defender los recursos y tesoros del pueblo y del Estado insulares.  Había alcanzado a Eduardo, Isabel y su par de congéneres en el preciso momento en que ese cuarteto se disponía a cruzar el umbral. Parecía haber estado en ese lugar esperándolos. Su consistencia, color y altura no eran diferentes a las de Wilson e Iulí, pero, contrario a ellos, Iris no llevaba ninguna indumentaria y calzado tradicionales o cualquier cosa parecida. Iris llevaba como prendas de vestir – con razón las palabras de advertencia y el gruñido disimulado por parte de la madre de Isabel – una bata apenas sujeta a la cintura, que dejaba al descubierto un camisón con un escote generoso, puntillas y que le cubría hasta apenas arriba de las rodillas. En sus últimos instantes en este mundo, Iris debía de haber estado a minutos de irse a dormir, cuando tratara de llevar a la práctica el problemático hechizo de separación. Por supuesto que se había tratado de un hada, una de cabello tan largo que le llegaba hasta la cintura, uñas largas en las manos y los pies (estaba descalza) y que aparentaba la misma edad que las otras dos almas solitarias de Insulandia.
_El hada malvada de la que te estuve hablando prácticamente desde que despertaste, Eduardo., comunicó su novia.
Con ese anuncio, la mayor de las hijas de Wilson e Iulí incorporó otra cantidad de asombro y confusión en su compañero sentimental, que miraba alternativamente a Isabel y al alma solitaria femenina recién aparecida.
_Si, esa soy yo. Isabel no te mintió – corroboró Iris, mirando a la hija de sus congéneres primero y a Eduardo al instante. En este enfocó la mirada, y agregó –. Yo soy un alma solitaria en parte, un caso atípico entre los atípicos, se podría decir, porque únicamente la mitad de mi ser se transformó en esto que soy ahora. Solo mi alma, eso es lo que vos estás mirando, porque le quise dar otra aplicación a esos últimos vestigios que quedaban de mi energía vital – el novio de Isabel pudo advertir en Iris una fugaz expresión de tristeza, a la que trataba de disimular como podía. Al instante, vio como demostraba esa aplicación, al menos una parte. Habían adquirido, tanto el cuerpo como la ropa, sus colores originales (etnia blanca, camisón negro y bata roja), a los pocos y breves segundos regresando al gris claro. Había hecho un movimiento idéntico al de Isabel la primera vez que esta enseñara sus alas a Eduardo – En el momento en que adquirí esta condición sabía de sobra que iba a “vivir”! acá para siempre, de manera que le pedí a los miembros del Consejo Real y a los reyes que me dejaran convertirme en una guardiana de este lugar. Llevo viviendo, de verdad viviendo, y trabajando en el Banco Real de Insulandia siglos enteros… ¡milenios!.
_¿Qué representabas?., le preguntó Eduardo.
_Los sentidos, todos ellos – fue la respuesta de Iris – Para nosotros, me refiero a los seres feéricos, son diez, y ninguno es menos importante o más que los otros nueve. Esos sentidos son la vista, los reflejos, el tacto, la telepatía, el gusto, el oído, la visión remota, el olfato, la telequinesia y, aunque algunos prefieren no contarlo como uno, y yo si, la técnica de transformación. En mi época hubo solamente cuarenta y una hadas que reunieron más de uno, porque como pasó y pasa con otros tipos de seres feéricos,  como las de los animales, por ejemplo, se da una especiación. Yo fui la única persona, y continuo siéndolo, que los reunió a todos a la fecha, con un dominio muy por encima del promedio. No es cuestión de ver, escuchar, olfatear y eso… se requiere que uno o más de los sentidos estén de verdad muy por encima del común, al punto que no exista un modo de superar al poseedor o la poseedora. Tuve la decena de sentidos tan desarrollados, alcanzaron un nivel de sofisticación y evolución que me puso entre las más poderosas de todas las hadas. Incluso pude superar, también por mucho, a las hadas de los sentidos, a todas ellas. Hasta estuve por encima de casi todos los líderes mundiales. Aproveché esa ventaja incomparable para lanzar el primer ataque contra esa escoria y con eso empezó la Guerra de los Veintiocho – todos los presentes allí comprendieron que por “escoria” había hecho una referencia a los ilios. Era de lo único que Iris nunca se había arrepentido: tratar de borrar del mapa a esa especie elemental –. Poco después del final de la guerra me estuve arrepintiendo de todos los daños, excepto, claro está, de lo hecho contra los ilios. Pero lo demás, todo lo demás, me dejó problemas y secuelas que nunca pude superar, en lo emocional, lo espiritual y lo anímico. Prácticamente no hay día que no lo lamente – una lágrima cayó a cada lado de la nariz, o eso pareció. Fueron puntitos brillantes que brotaron de sus ojos –. Esa tristeza que siento como consecuencia de todas mis acciones en el pasado aumenta cada vez que me pongo a pensar con más concentración de la usual, en todas las cosas que pude haber hecho de estar, haberlo estado, con vida; y siempre que veo como los “seres vivos”, por ejemplo ustedes dos – miró a los enamorados, que estaban tomados de la mano – corren, se divierten, juegan, trabajan, aprenden, forman una familia, asumen como corresponde sus múltiples responsabilidades y obligaciones… en fin, todo. En eso consiste la vida.

Y entraron los cinco en el salón de té.



Continúa…



--- CLAUDIO ---

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