_Los paseos a la luz de la Luna fueron un
clásico entre los clásicos en el planeta Tierra. Lo seguían siendo hasta el día
en que… me fui, aunque no tanto como en tiempos pasados. Los que vivieron esa
época dicen que fue esplendorosa en ese aspecto. No había ninguno de los
adelantos actuales en mi mundo, sobre todo los relacionados con la tecnología,
y por lo tanto los enamorados y los matrimonios tenían que hallar la
inspiración en los escenarios naturales, si se los quiere llamar así. Los casos
que sobreviven entre los individuos de mi especie son realmente pocos, y entre
estos la mayoría son de matrimonios con no menos de cuatro o cinco décadas de
existencia. Una lástima, pienso yo – comentaba el originario de Las Heras
cuando, a eso de las veintidós horas con cuarenta y cinco minutos, decidieron
que era el momento para volver a Barraca Sola. Caminando despacio y tomados de
la mano, el la derecha y ella la izquierda, iban camino a una puerta espacial
que se encontraba instalada en el otro extremo del parque La Bonita. Sería una
caminata de alrededor de un tercio de hora –. Hay más, por supuesto, porque ese
tipo de relaciones no se limita a nada más que los besos, las caminatas como
estas o ir tomados de la mano. Pero para eso que falta se requiere… ¿cómo
definirlo?... algo de tiempo. Eso es lo que se requiere, aunque no sabría decir
cuanto. Esto es algo nuevo. La relación entre nosotros, el compañerismo
sentimental, empezó hace pocos minutos, alrededor de una hora. Ya vamos a tener
nosotros el tiempo suficiente., concluyó, otra vez pensando en lo maravilloso
que era este mundo.
También los seres sirénidos – este era el
nombre correcto de la especie dominante en el agua: las sirenas y los tritones,
un total estimado de treinta y cuatro millones quinientos sesenta y un mil en
todo el planeta, la segunda especie elemental más numerosa, después de las
hadas – eran idénticos al estereotipo que conocía Eduardo. Alrededor de un
metro ochenta y cinco la altura, cabello largo o corto y ojos de un mismo color
en cada individuo en los dos sexos, una cola larga con escamas que representaba
el sesenta y cuatro punto cinco por ciento de su altura y seres de tres etnias,
también como las hadas; blancos, negros y mestizos. Al menos, ese trío era
lo que había visto desde la tarde de ayer; de seguro no podían ser solamente
tres, como tampoco lo serían entre las hadas. Una sirena los había acompañado
todo el trayecto hasta la puerta espacial, que estaba instalada a escasos tres
metros de la orilla del curso de agua-, Como los seres feéricos en la
superficie, se había mostrado simpática
y agradable con el experto en arqueología submarina, a quien, momentos antes de
unírsele en el viaje por el parque, le había obsequiado una perla, de esas que
abundaban en las costas con los mares de agua dulce; una diminuta pieza
plateada, tal vez de cuatro centímetros o cuatro y medio, que ahora Eduardo
guardaba en el bolsillo de su camisa. Previo a sumergirse nuevamente, saludo al
“inmigrante alienígena” de la forma tradicional para los seres sirénidos, con
el puño derecho a la altura de la cabeza (parecía el saludo socialista), y
guiñó el ojo izquierdo y sonrió a Isabel, quien otra vez volvió a sonrojarse.
_ ¿De qué se trata eso que falta?, ¿qué es?,
¿mucho o poco? – se interesó la novia. El pausado y rítmico movimiento de sus
alas le era de ayuda para mantener una ligera brisa en torno a ambos, con lo
que lograban distenderse de esta inusualmente elevada temperatura nocturna. Era
una implicancia directa de las regiones con clima tropical, como el reino de Insulandia.
Eduardo no tardó en deducir que los movimientos como esos tal vez le sirvieran
a las hadas como un modo para regular la temperatura corporal. Isabel, por
ejemplo, había hecho eso varias veces durante esta jornada – Porque si es como
esa clase de demostraciones afectivas, como los besos, no creo que se trate de
algo malo, ni mucho menos desagradable.
En lo alto se podían apreciar hasta las
estrellas más diminutas, algunas de las cuales estaban titilando, y eso podía
ser un indicativo de que se estaban apagando. Se apreciaban con una claridad
espectacular, en comparación con el planeta Tierra.
A esa conclusión había llegado Eduardo.
Aun cuando Las Heras fuera un lugar a medio
camino entre urbano y rural, pese a estar muy cerca del área metropolitana, la
cantidad de construcciones con finalidades varias – viviendas, fábricas,
comercios… –, el tendido de los cables telefónicos y de energía eléctrica, la
contaminación sonora (ruido), la ambiental (humo, esmog y otros tantos
factores) y la lumínica (luces artificiales de diversa intensidad) y la mayoría
de las señales del urbanismo, como los semáforos y carteles de tránsito, eran
impedimentos para apreciar a lo grande la belleza de un paisaje como aquel.
Nada de eso existía en el planeta en que se encontraba y allí radicaba la
diferencia. Eduardo no podía evitar estar y sentirse maravillado.
_No, Isabel, no lo es. No se trata de algo
malo ni desagradable; de eso podés tener la total certeza. Peo preferiría
contarlo, o proponerlo, según el punto de vista, en otro momento, más adelante
en el tiempo, y eso es algo que nosotros vamos a tener de sobra – dijo su
compañero de amores, continuando concentrado en el entorno, a centímetros de la
puerta espacial . Incluso los sonidos de la naturaleza, que tanto agradaban a
los seres feéricos, podían escucharse con una mayor nitidez y diferenciarse
unos de otros… ¡lástima que también estuviera escuchando el zumbido de los
mosquitos! –. Como dije antes, recién empezó el noviazgo, o, como lo llaman las
hadas, el compañerismo sentimental. Cuando esa relación por fin se hay asentado
vamos a poder llevar todo eso que falta de la teoría a la práctica. No voy a
adelantar nada por ahora, bonita – Isabel se pudo ahorrar la pregunta, aunque
creía tener la contestación –, y además tengo que encontrar las palabras
adecuadas para este tema. Aunque parezca lo contrario es complejo – estando a
un metro exacto del marco de oro, y a menos al dar dos pasos, hizo otra pausa
y, mirando a la dama a la cara, dijo –. Ahora, y esto nada tiene que ver con la
relación que recién está empezando, me gustaría saber, conocer mejor dicho,
algo.
_Lo que sea., accedió Isabel.
La paciencia de Eduardo tenía un límite.
_Los seres elementales, particularmente las
hadas, sienten y tienen un profundo respecto por todas y cada una de las formas
de vida del reino animal – fue el planteo –. ¿No es así?.
_Tal cual.
_Muy bien,. En ese caso, me gustaría
preguntar lo siguiente; ¿cuentan entre los animales los mosquitos?.
_No, ellos no cuentan.
_¡Eso quería saber!.
Y se escuchó entonces, reiteradamente, la
onomatopeya “¡paf!”, con una debida cantidad de fuerza. La rápida sucesión de “aplausos”
significó que hubiera ya unos cuantos mosquitos menos en el mundo.
_Tal vez los sobrevivientes lo consideren,
ahora que conocen el destino que les espera., concluyó el hombre, ante la risa
de Isabel.
Con otros dos pasos y un giro de noventa
grados quedaron de cara al marco dorado, y cada uno quiso poner cincuenta soles
en el cántaro, que habría de ser vaciado, como siempre, en el primer minuto del
nuevo día por el personal del Consejo de hacienda y Economía. “Allí deben haber
al menos tres mil soles”, apreció Isabel, observándolo. El destino de ese
dinero eran las arcas del Estado. Por preferencias y sugerencias del hada de la
belleza, y no hizo falta que el oriundo de Las Heras se lo pidiera, ingresaron
tomados de la mano. La alternativa que les quedaba era hacer el trayecto a pie hasta
Barraca Sola, lo que les hubiera demandado no menos de una hora y media. Ya
Eduardo se había negado a viajar por aire. Llevándolo su compañera sentimental
de las manos, porque no creía que pudiera soportar una emoción así a menos de
tres días de haber recuperado el conocimiento y descubierto el lugar en que se
encontraba… eso y que pesaba alrededor de ochenta kilogramos.
Y dieron un paso adelante.
A simple vista no era otra cosa que un marco
de oro muy ornamentado instalado en el césped, a tres metros de un arroyo, y
dejado allí como adorno o como un monumento. Pero el momento de encontrarse los
dos pares de pies en el umbral, el experto en arqueología submarina volvió a
vivir la más extraña de las experiencias, aquella de Enero en la que fuera el
protagonista, de aquel viaje inadvertido desde un planeta hasta el otro. Todo a
su alrededor se tornó de diferentes tonalidades de celeste y azul, la
consistencia sólida de las cosas pareció desaparecer dejando su lugar a una
forma líquida espesa y viscosa, como un plástico que se derretía; hubo
pequeños, breves y apenas perceptibles destellos que recordaron a Eduardo a los
flashes de las cámaras fotográficas; la temperatura ambiental pareció haber
descendido instantáneamente unos cuantos grados, no menos de doce, y un
tranquilizados tintineo, o un silbido, parecido a los llamadores que se
instalaban junto a las puertas, llenó el ambiente, cada centímetro de este.
Para Eduardo fue como estar parado y caminando – seguro que también para su
compañera de amores – en el aire, con las tonalidades de azul y el celeste de
las formas líquidas otrora sólidas, los destellos y el sonido con su efecto
tranquilizante pasaron en dirección contraria a la de ellos. El hombre creyó
incluso ver una figura que pasaba a
igual velocidad, lo que lo llevó a pensar que otra persona, mujer u hombre,
estaba viajando, aunque no podía saber desde donde ni hasta donde. Aún con todo
eso, Eduardo e Isabel caminaron con normalidad, tomados de la mano pero sin
hablar ni hacer gesticulaciones, sintiéndose más ligeros (“Esos viajes hacen
que parezcamos más livianos”, había explicado previamente la hermana de
Cristal) y veloces, y sus pies no producían sonido alguno al dar un paso y “golpear
el suelo” en eso que parecía un túnel con forma circular. Al cabo de segundos, ambos expertos en
arqueología submarina vieron el fin del camino – la luz al final del túnel – y,
cuando quisieron reparar, estuvieron ya a un lado de aquella puerta espacial
cercana a la calle La Fragua, en el barrio Barraca Sola. Tal cual se lo habían
explicado ya en más de una oportunidad, Eduardo no había sufrido daño alguno.
_Todavía me cuesta creerlo – dijo, al “salir”
del marco –. Las hadas y demás seres
elementales “envejecieron” más rápido, alrededor de una hora y media más
rápido, mientras nosotros estuvimos viajando en un agujero de gusano.
Continúa...
--- CLAUDIO ---
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