lunes, 10 de julio de 2017

2.14) La primera experiencia con las puertas espaciales

_Los paseos a la luz de la Luna fueron un clásico entre los clásicos en el planeta Tierra. Lo seguían siendo hasta el día en que… me fui, aunque no tanto como en tiempos pasados. Los que vivieron esa época dicen que fue esplendorosa en ese aspecto. No había ninguno de los adelantos actuales en mi mundo, sobre todo los relacionados con la tecnología, y por lo tanto los enamorados y los matrimonios tenían que hallar la inspiración en los escenarios naturales, si se los quiere llamar así. Los casos que sobreviven entre los individuos de mi especie son realmente pocos, y entre estos la mayoría son de matrimonios con no menos de cuatro o cinco décadas de existencia. Una lástima, pienso yo – comentaba el originario de Las Heras cuando, a eso de las veintidós horas con cuarenta y cinco minutos, decidieron que era el momento para volver a Barraca Sola. Caminando despacio y tomados de la mano, el la derecha y ella la izquierda, iban camino a una puerta espacial que se encontraba instalada en el otro extremo del parque La Bonita. Sería una caminata de alrededor de un tercio de hora –. Hay más, por supuesto, porque ese tipo de relaciones no se limita a nada más que los besos, las caminatas como estas o ir tomados de la mano. Pero para eso que falta se requiere… ¿cómo definirlo?... algo de tiempo. Eso es lo que se requiere, aunque no sabría decir cuanto. Esto es algo nuevo. La relación entre nosotros, el compañerismo sentimental, empezó hace pocos minutos, alrededor de una hora. Ya vamos a tener nosotros el tiempo suficiente., concluyó, otra vez pensando en lo maravilloso que era este mundo.

También los seres sirénidos – este era el nombre correcto de la especie dominante en el agua: las sirenas y los tritones, un total estimado de treinta y cuatro millones quinientos sesenta y un mil en todo el planeta, la segunda especie elemental más numerosa, después de las hadas – eran idénticos al estereotipo que conocía Eduardo. Alrededor de un metro ochenta y cinco la altura, cabello largo o corto y ojos de un mismo color en cada individuo en los dos sexos, una cola larga con escamas que representaba el sesenta y cuatro punto cinco por ciento de su altura y seres de tres etnias, también como las hadas; blancos, negros y mestizos. Al menos, ese trío era lo que había visto desde la tarde de ayer; de seguro no podían ser solamente tres, como tampoco lo serían entre las hadas. Una sirena los había acompañado todo el trayecto hasta la puerta espacial, que estaba instalada a escasos tres metros de la orilla del curso de agua-, Como los seres feéricos en la superficie,  se había mostrado simpática y agradable con el experto en arqueología submarina, a quien, momentos antes de unírsele en el viaje por el parque, le había obsequiado una perla, de esas que abundaban en las costas con los mares de agua dulce; una diminuta pieza plateada, tal vez de cuatro centímetros o cuatro y medio, que ahora Eduardo guardaba en el bolsillo de su camisa. Previo a sumergirse nuevamente, saludo al “inmigrante alienígena” de la forma tradicional para los seres sirénidos, con el puño derecho a la altura de la cabeza (parecía el saludo socialista), y guiñó el ojo izquierdo y sonrió a Isabel, quien otra vez volvió a sonrojarse.
_ ¿De qué se trata eso que falta?, ¿qué es?, ¿mucho o poco? – se interesó la novia. El pausado y rítmico movimiento de sus alas le era de ayuda para mantener una ligera brisa en torno a ambos, con lo que lograban distenderse de esta inusualmente elevada temperatura nocturna. Era una implicancia directa de las regiones con clima tropical, como el reino de Insulandia. Eduardo no tardó en deducir que los movimientos como esos tal vez le sirvieran a las hadas como un modo para regular la temperatura corporal. Isabel, por ejemplo, había hecho eso varias veces durante esta jornada – Porque si es como esa clase de demostraciones afectivas, como los besos, no creo que se trate de algo malo, ni mucho menos desagradable.
En lo alto se podían apreciar hasta las estrellas más diminutas, algunas de las cuales estaban titilando, y eso podía ser un indicativo de que se estaban apagando. Se apreciaban con una claridad espectacular, en comparación con el planeta Tierra.

A esa conclusión había llegado Eduardo.
Aun cuando Las Heras fuera un lugar a medio camino entre urbano y rural, pese a estar muy cerca del área metropolitana, la cantidad de construcciones con finalidades varias – viviendas, fábricas, comercios… –, el tendido de los cables telefónicos y de energía eléctrica, la contaminación sonora (ruido), la ambiental (humo, esmog y otros tantos factores) y la lumínica (luces artificiales de diversa intensidad) y la mayoría de las señales del urbanismo, como los semáforos y carteles de tránsito, eran impedimentos para apreciar a lo grande la belleza de un paisaje como aquel. Nada de eso existía en el planeta en que se encontraba y allí radicaba la diferencia. Eduardo no podía evitar estar y sentirse maravillado.
_No, Isabel, no lo es. No se trata de algo malo ni desagradable; de eso podés tener la total certeza. Peo preferiría contarlo, o proponerlo, según el punto de vista, en otro momento, más adelante en el tiempo, y eso es algo que nosotros vamos a tener de sobra – dijo su compañero de amores, continuando concentrado en el entorno, a centímetros de la puerta espacial . Incluso los sonidos de la naturaleza, que tanto agradaban a los seres feéricos, podían escucharse con una mayor nitidez y diferenciarse unos de otros… ¡lástima que también estuviera escuchando el zumbido de los mosquitos! –. Como dije antes, recién empezó el noviazgo, o, como lo llaman las hadas, el compañerismo sentimental. Cuando esa relación por fin se hay asentado vamos a poder llevar todo eso que falta de la teoría a la práctica. No voy a adelantar nada por ahora, bonita – Isabel se pudo ahorrar la pregunta, aunque creía tener la contestación –, y además tengo que encontrar las palabras adecuadas para este tema. Aunque parezca lo contrario es complejo – estando a un metro exacto del marco de oro, y a menos al dar dos pasos, hizo otra pausa y, mirando a la dama a la cara, dijo –. Ahora, y esto nada tiene que ver con la relación que recién está empezando, me gustaría saber, conocer mejor dicho, algo.
_Lo que sea., accedió Isabel.
La paciencia de Eduardo tenía un límite.
_Los seres elementales, particularmente las hadas, sienten y tienen un profundo respecto por todas y cada una de las formas de vida del reino animal – fue el planteo –. ¿No es así?.
_Tal cual.
_Muy bien,. En ese caso, me gustaría preguntar lo siguiente; ¿cuentan entre los animales los mosquitos?.
_No, ellos no cuentan.
_¡Eso quería saber!.
Y se escuchó entonces, reiteradamente, la onomatopeya “¡paf!”, con una debida cantidad de fuerza. La rápida sucesión de “aplausos” significó que hubiera ya unos cuantos mosquitos menos en el mundo.
_Tal vez los sobrevivientes lo consideren, ahora que conocen el destino que les espera., concluyó el hombre, ante la risa de Isabel.

Con otros dos pasos y un giro de noventa grados quedaron de cara al marco dorado, y cada uno quiso poner cincuenta soles en el cántaro, que habría de ser vaciado, como siempre, en el primer minuto del nuevo día por el personal del Consejo de hacienda y Economía. “Allí deben haber al menos tres mil soles”, apreció Isabel, observándolo. El destino de ese dinero eran las arcas del Estado. Por preferencias y sugerencias del hada de la belleza, y no hizo falta que el oriundo de Las Heras se lo pidiera, ingresaron tomados de la mano. La alternativa que les quedaba era hacer el trayecto a pie hasta Barraca Sola, lo que les hubiera demandado no menos de una hora y media. Ya Eduardo se había negado a viajar por aire. Llevándolo su compañera sentimental de las manos, porque no creía que pudiera soportar una emoción así a menos de tres días de haber recuperado el conocimiento y descubierto el lugar en que se encontraba… eso y que pesaba alrededor de ochenta kilogramos.

Y dieron un paso adelante.

A simple vista no era otra cosa que un marco de oro muy ornamentado instalado en el césped, a tres metros de un arroyo, y dejado allí como adorno o como un monumento. Pero el momento de encontrarse los dos pares de pies en el umbral, el experto en arqueología submarina volvió a vivir la más extraña de las experiencias, aquella de Enero en la que fuera el protagonista, de aquel viaje inadvertido desde un planeta hasta el otro. Todo a su alrededor se tornó de diferentes tonalidades de celeste y azul, la consistencia sólida de las cosas pareció desaparecer dejando su lugar a una forma líquida espesa y viscosa, como un plástico que se derretía; hubo pequeños, breves y apenas perceptibles destellos que recordaron a Eduardo a los flashes de las cámaras fotográficas; la temperatura ambiental pareció haber descendido instantáneamente unos cuantos grados, no menos de doce, y un tranquilizados tintineo, o un silbido, parecido a los llamadores que se instalaban junto a las puertas, llenó el ambiente, cada centímetro de este. Para Eduardo fue como estar parado y caminando – seguro que también para su compañera de amores – en el aire, con las tonalidades de azul y el celeste de las formas líquidas otrora sólidas, los destellos y el sonido con su efecto tranquilizante pasaron en dirección contraria a la de ellos. El hombre creyó incluso ver una figura que pasaba  a igual velocidad, lo que lo llevó a pensar que otra persona, mujer u hombre, estaba viajando, aunque no podía saber desde donde ni hasta donde. Aún con todo eso, Eduardo e Isabel caminaron con normalidad, tomados de la mano pero sin hablar ni hacer gesticulaciones, sintiéndose más ligeros (“Esos viajes hacen que parezcamos más livianos”, había explicado previamente la hermana de Cristal) y veloces, y sus pies no producían sonido alguno al dar un paso y “golpear el suelo” en eso que parecía un túnel con forma circular.  Al cabo de segundos, ambos expertos en arqueología submarina vieron el fin del camino – la luz al final del túnel – y, cuando quisieron reparar, estuvieron ya a un lado de aquella puerta espacial cercana a la calle La Fragua, en el barrio Barraca Sola. Tal cual se lo habían explicado ya en más de una oportunidad, Eduardo no había sufrido daño alguno.

_Todavía me cuesta creerlo – dijo, al “salir” del marco –. Las hadas  y demás seres elementales “envejecieron” más rápido, alrededor de una hora y media más rápido, mientras nosotros estuvimos viajando en un agujero de gusano.


Continúa...


--- CLAUDIO ---

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