_Por supuesto que hay hombres en nuestro
mundo… y que bien que los haya. Por lo pronto, en el reino de Insulandia
representan en mi especie más de la mitad de la población. El cincuenta punto
cero cinco por ciento, para ser exacta. Cuarenta y dos millones doscientos
noventa y dos mil doscientos cincuenta insulares, ese es nuestro gentilicio,
del sexo masculino. ¿Dónde estarían el entretenimiento y la diversión, sobre
todo en las ceremonias y festividades, sin la participación de los hombres?, ¿y
cómo haríamos para reproducirnos los seres feéricos, habiendo, o existiendo,
solo mujeres?. Hasta donde se, los casos de partenogénesis son extremadamente
raros e inusuales, de uno en varios millones. Y con esa cifra estoy siendo muy
generosa – planteó el hada que había hecho su ingreso en el dormitorio, con un
aire sumamente alegre en sus delicadas facciones, tanto que hubiera podido
detectarse a la distancia. Estaba vestida (casi) de la misma manera que su
congénere, solo que la tonalidad del azul en la ropa era más clara y que el
pantalón era un chupín. En cambio, como la dueña de la casa, emitía un aura
lila y tenía curvas prominentes. “¿Serán hermanas?”, se preguntó Eduardo en
silencio, viendo primero a una y después a la otra –. Esta es una isla de
cuatro millones quinientos sesenta mil veintiséis kilómetros cuadrados. La más
grande del país, la sexta del continente y la decimonovena a nivel planetario.
Es el único lugar en el reino de Insulandia en que está presenta la paridad
sexual, y tengo que decir que eso es gracias a vos, porque hasta el día anterior
a tu llegada las mujeres superábamos por uno a los hombres. Claro que no
supimos en ese momento que ibas a sobrevivir y terminar en esta isla – se sentó
sobre la cómoda, en el centro de ella, cruzando los brazos y relajando las
piernas. Como la reina Lili, Nadia, Isabel y aquella trabajadora rural, no
parecía molesta con la presencia de Eduardo, sino más bien todo lo contrario –.
¿Cuál es la población, querrás vos saber?. En esta isla viven nueve millones
doscientas mil hadas, una cifra redonda. Dos habitantes por kilómetro cuadrado,
más o menos. El cuatro punto siete por ciento, unos cuatrocientos treinta y dos
mil cuatrocientos, en esta ciudad, que tiene una superficie de tres mil
ochocientos cincuenta y siete kilómetro cuadrados. Otro cuarenta y nueve punto
dos por ciento, cuatro millones quinientos veintiséis mil cuatrocientos, en los
caseríos y aldeas del interior; el veintiuno por ciento, que son un millón
novecientos treinta y dos mil, en los parajes rurales; otros veinte mil
trescientos, que representan el cero punto veinticinco por ciento, en las
colonias autónomas, y el veinticuatro punto ochenta y cinco por ciento restante
de los habitantes feéricos vive en las casas solitarias y dispersas, son dos
millones doscientos ochenta y seis mil doscientos. Además hay en esta isla, en
sus cursos y espacios acuáticos, alrededor de sesenta y ocho mil habitantes
acuáticos (¡si, sirenas y tritones!), la mayoría moradores del agua dulce, un
trío de espectros (¡si, espectros!) que van de un lado a otro de la isla y
viven en una pirámide al suroeste de esta ciudad, a unos quince punto cuarenta
y dos kilómetros, y una variedad de seres elementales que creo ascienden a la
vigésima parte de un millón. Las hadas somos la mayoría aplastante en cuanto al
número, pero no monopolizamos a la especie elemental… ¡pero que descuido de mi
parte! – exclamó repentinamente, levantándose de un salto. Hizo una cordial reverencia ante la
anfitriona y su huésped. Miró a su congénere y, con voz decidida y calmada, le
preguntó –. ¿No me lo vas a presentar?.
Si había sido un descuido.
Si ¿había? sido un descuido.
_ Por supuesto – accedió la dueña de la casa,
aunque lo hizo adoptando la clásica y fugaz expresión, o al menos mostró esa
impresión, que mostraba con la suficiente claridad que y daba a entender que “Yo
lo vi primero”. El arqueólogo y la segunda hada se acercaron a menos de un metro
–. Eduardo – dirigió ambos ojos a su huésped, que respondió prestando atención
primero a ella y después a la otra –, ella es mi hermana menor, su nombre es
Cristal y vive al otro lado de la calle – el hada reiteró la reverencia, un
fiel reflejo de la costumbre japonesa que perduraba aun en la actualidad, un
gesto idéntico a aquel –. Cristal, este es mi invitado, mi misión a corto plazo
y (ojalá) nueva amistad del sexo opuesto (…sea algo más que eso) – el originario
de Las Heras imitó tal cual la reverencia y le besó la mano derecha, consciente
de que debía y quería causar una buena impresión –. Lo desconocés todavía –
dijo Isabel a su huésped, mirándolo –, pero Cristal es una de las chicas que estaba
conmigo y Nadia aquella mañana del mes de Enero, cuando te encontramos en la
cabaña. Y después me ayudó a traerte hasta esta casa junto con la consejera de
SAM, a través de una puerta espacial; y también estuvo velando por vos en tanto
estuviste sin conocimiento.
_Entonces, también a vos te debo la vida,
cristal. Me salvaste cincuenta días atrás., supo agradecer el experto en
arqueología submarina, una vez que hubo de finalizar la presentación formal entre
uno y otro y repetido los dos, ella primero y el después, la reverencia.
Isabel pudo respirar tranquila, después de
todo.
Aparentemente, su hermana menor, estaba
opinando y concluyendo que Eduardo no era su tipo (aunque parecía encontrarle
cierto atractivo), o que no lo podía ver más que como amigo, y el hombre no
estaba viendo en cristal a una mujer de la misma manera en que como tal lo
hacía con Isabel.
_Fue y sigue siendo nuestra obligación ayudar
a quien lo necesite, y vos lo necesitabas con carácter de urgente. Lo que vimos
las chicas en ese momento de Enero fue un desastre. Y, si tengo que ser franca,
no tuvimos grandes esperanzas; pero que bueno que ellas y yo estuvimos equivocadas
– le comunicó Cristal –. Nadia y yo, sobre todo. Yo también soy médica, y ella
fue y sigue siendo mi tutora. Y una de las cosas que nos enseñan es hacer el
bien sin fijarnos a quien. Eso fue lo que hice, y me alegro de no haber
fallado. Yo también estoy encantada con tu presencia en nuestro mundo y nuestra
sociedad. Pero no es mi intención
entretenerlos demasiado en este momento, sabiendo que ya estás despierto
y consciente. Isabel, Eduardo…solo vine a decirles que se apuren si piensan hacer
alguna recorrida por este barrio o los alrededores, porque allí afuera el cielo
se está empezando a oscurecer, y no se trata de nubes que se mueven en
solitario. No creo que llueva dentro de cinco minutos, pero mejor salgan y
aprovechen el tiempo – evidentemente, Cristal no guardaba mayores deseos
respecto del oriundo de Las Heras que el de ser su amiga… ¿y “cuñada”, a largo
plazo? –. Por cierto, y antes que me olvide… dos cosas. Nadia me pidió que te
hiciera llegar esto – extrajo de un bolsillo una bolsita con media decena de
pastillas verdes y las puso en manos de Eduardo –. Una cada ocho horas. Las
hadas las tomamos después de sufrir cansancio o dolores extremos que pueden
dejarnos sin conocimiento, o que directamente lo hacen. Son calmantes. Una vez
que hayas tomado la última, tu tratamiento de recuperación va a haber terminado.
Lo segundo que quería decir es que encontramos tu mochila y parte de su
contenido en la mañana de hoy, y creemos que vamos a finalizar la restauración
dentro de una semana. Después vamos a devolverte todos esos objetos.
¡Diviértanse!., deseó a ambos.
Les guiñó el ojo izquierdo.
La dueña de casa sintió otra vez como se enrojecían sus mejillas, el arqueólogo
sonrió por lo bajo, cubriéndose la boca con una mano, y Cristal, tras una
última reverencia, abandonó primero la habitación e inmediatamente luego la
vivienda.
“Al fin solos, sin un alma a nuestro
alrededor”.
Ese pensamiento compartido y al unísono por
parte del hada de aura lila y de Eduardo, sin embargo, no fue más allá de eso,
de ser un pensamiento esperanzador. Un tercio de hora más tarde, a eso de las
diecisiete horas con veinticinco minutos, estaban ya listos para una caminata
con este barrio. Sobre todo el oriundo de Las Heras, con sus enormísimas expectativas
acerca de lo que habría más allá de la vivienda poligonal. Era un lugar
desconocido, y lo sería por mucho tiempo. Animado como estaba, era verdad que
lo habría de disfrutar.
Estaba alegre, y eso era una buena señal.
Continúa...
---CLAUDIO ---
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