lunes, 27 de agosto de 2012

Ramales clausurados








¡Cómo fue posible que la Argentina haya pasado de tener alrededor de cuarenta y siete mil kilómetros de extensión en el tendido de vías férreas operativas a menos de quince mil en poco más de cincuenta años? Para que se den una idea, en la época de oro de los ferrocarriles en nuestro país una persona podía haber viajado desde Esquel, en la provincia de Chubut, hasta la ciudad de La Paz, capital nacional boliviana, en tren, haciendo algunas combinaciones. Más que eso, la red ferroviaria argentina se conectaba con el tendido en territorio uruguayo (línea Urquiza), chileno (líneas Belgrano y San Martín), paraguayo (línea Urquiza) y boliviano (línea Belgrano).

Desafortunadamente, hace rato ya de eso y hoy lo que queda son vías y durmientes echándose a perder al paso del tiempo y las condiciones atmosféricas, estaciones y otras estructuras abandonadas a su suerte, terrenos ferroviarios que a la falta de uso para lo que fueron construidos adquirieron diversos destinos (villas de emergencia en las áreas más pobladas es uno de los más habituales), algunos no legales o no lícitos, pueblos condenados al olvido y a atraso y, por supuesto, tristeza, desolación, desesperación y nostalgia entre quienes supieron conocer y vivir la época de oro de los trenes y de quienes de una u otra manera encontraban el sustento con ellos. Lo dicho, los remanentes de ese tiempo son ruinas y escombros.

“Más autos y menos trenes”. 

Así podría resumirse el nefasto “Plan Larkin”, emanado desde EEUU y adoptado rápidamente por los traidores a la patria que gobernaban en ese momento en Argentina. Empezaba así el declive ferroviario en nuestro país, acentuado durante los años siguientes y rematado por la tristemente célebre frase “Ramal que para, ramal que cierra”, que dijera el más grande de los cipayos que alguna vez haya ocupado el sillón de Rivadavia en democracia. Alrededor de medio siglo de políticas malas en el área de transportes y de desleales e inútiles que solo se preocuparon por sus bolsillos terminaron por convertir en fierro viejo, herrumbe y desolación al que sin duda fuera uno de los principales, sino el principal, motores de desarrollo de la Argentina desde mediados del Siglo XIX. Primero el plan Larkin, después la crisis de los ferrocarriles de los años setenta, más tarde el paso de Martínez de Hoz por el poder y el cierre de más de dos mil estaciones  y otras infraestructuras, le siguió el alfonsimismo y luego inmediatamente el menemismo. Parece imposible que se pueda revertir este desastre ferroviario, cuyo inicio data de mediados de los años cincuenta.

Y para ver ese panorama desolador no hace falta ir al interior. Basta con moverse a lugares como, por ejemplo, el partido de Merlo y ver el estado de la Línea Belgrano Sur, aún del tramo operativo entre Libertad y Marineros del Crucero General Belgrano… o sino a Mercedes, y observar el pésimo estado en que quedaron las vías del Belgrano Sur que, previas a la clausura, llegaban a Pergamino y Marcos Paz.

En tanto, nuestros políticos se llenan la boca hablando de delirios ferroviarios como los trenes de alta velocidad a Rosario y Córdoba, el de alto rendimiento a Mendoza, el soterramiento de las vías a Moreno, “Arco del Atlántico” o disparates semejantes. Solo el soterramiento, por ejemplo, va a costar alrededor de once mil millones. Con esa cifra o menos se podría reactivar casa estación, playón, taller, depósito y vías inoperativas en la Capital federal, el Conurbano y lugares que rodean a este, y mejorar la infraestructura que funciona actualmente.

Además, reactivando las vías se reduciría el tráfico automotor y los accidentes que son consecuencia de la saturación de rutas y otros caminos, desde pequeños senderos de tierra hasta las grandes rutas nacionales y autopistas.

Pero ese asunto específico es cosa para otro artículo.





--- CLAUDIO ---

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