Por
tratarse de uno de los más comentados en todas partes (los medios,
Internet, la calle o donde fuere) el alcohol es uno de los problemas –
algunos dirán que también la solución – más acuciantes en la actualidad.
Y esto debe ser tomado en consideración, como algo serio, ya que quien
les escribe es un amante de la bebida con una marcada cultura
alcohólica. Mi bebida favorita fue, es y será la grappa, de eso no hay
ninguna duda. Pero no es de mi gusto por esa y otras bebidas a lo que
voy a referirme en esta oportunidad, sino del efecto del alcohol en la
juventud argentina contemporánea.
Las
múltiples bebidas alcohólicas que existen hoy día en el mercado no solo
resultan perjudiciales para la salud, sino que también se convierten en
un elemento que altera el comportamiento, provocando que quien las
ingiera se comporte de formas extrañas, haga cosas sin sentido y sea en
parte o en todo responsable de cosas que estando sobrio nunca habría
hecho, por lo que se dice entre los consumidores de alcohol que este es
el impulso del que requieren para “arriesgarse” y “animarse” solo daña
nuestra salud sino que altere nuestro comportamiento.
Sucede
con mayor o menor regularidad, pero lo hacemos. Ingerimos cantidades de
alcohol que pueden (y lo harán, de seguir consumiendo) alterar la salud
y el organismo. Podría decirse que forma a estas alturas una parte
conocida de la cultura argentina. A esto me refiero con la consumición
de bebidas alcohólicas en los instantes previos a una reunión, de
cualquier tipo, con el único objetivo de pasarlo mejor. En realidad,
somos responsables de nuestros actos pero gran parte de los problemas
proceden de la mala educación que reciben los hijos. Sus padres no les
instruyen adecuadamente y en ciertas ocasiones, ni siquiera deberían
permitirles a sus hijos estar de fiesta hasta altas horas de la
madrugada cuando a penas saben cuales son las consecuencias de ingerir
esa droga tan común.
Con
el avance irrefrenable del tiempo también lo hacen las generaciones.
Hoy en día es común ver que la edad de iniciación en la bebida de los y
las adolescentes, a tal punto que es (para desgracia de la posteridad)
inusualmente común ver consumiendo cerveza, vino u otras bebidas a
nenes y nenas de doce o trece años de edad. Más grave es todavía, que
haya gente adulta que incite ese comportamiento erróneo en el entorno de
estos ebrios precoces, que a veces suelen, incluso, mezclarse con
personas mayores que ellos, exponiéndose así a peligros adicionales,
como los abusadores de menores y el maltrato físico, compartiendo un
tetra pack o una botella en la plaza de su barrio, la calle u otro lugar
público. De ninguna forma estoy diciendo que los menores de edad son
los únicos afectados por este problema, ni voy a decirlo jamás, porque
sería un error grande como una casa, pero es a ellos a los que hay que
proteger con respecto al alcohol. Tenemos que enseñarles lo que es eso y
prevenirlos de sus consecuencias del consumo a corto, medio y largo
plazo y, en los tres, la frecuencia con que se bebe, como hacerlo en
exceso. Hay que ponerles buenos ejemplos con respecto a eso, y tenemos
que ser conscientes de que el ser mayores de edad no implica
necesariamente que el alcohol no vaya a afectarnos tanto (o más) como a
los menores.
Hay
veces en que puede ser motivo de gracia y burla el que se mofen de una
persona joven, cualquiera sea su sexo, por llegar pasada de copas a u
encuentro. La parte buena radica en que de tocarte a vos no vas a ser el
que ría. Si vas a serlo, pero esto solamente si sos un ser con grandes
deseos de venganza, cuando le pase a otro. En lo personal, yo no
recomiendo esto, ya que eso es ser una mala persona o, lo que es peor,
un hijo de puta.
--- CLAUDIO ---
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