lunes, 7 de agosto de 2017

3.8) La entrada



Y siguieron caminando.

Cuando Eduardo e Isabel estuvieron a exactos cincuenta metros del acceso en uno de los laterales de la inmensa pirámide, usado por los empleados y el personal de seguridad, se detuvieron en seco y permanecieron en una inmovilidad total durante sesenta segundos, tras los cuales la hermana de Cristal volvió a hacer la señal y los gestos, ahora con ambas manos.
Era la continuación del mensaje anterior.
Una medida prudencial y necesaria.
La telaraña de corredores densa y extensa y las recámaras bajo la superficie y sobre esta estaban bajo la protección no solo del trío de almas solitarias y la dotación de hadas guardianas, sino también por un poderoso hechizo de defensa ideado y puesto en práctica por los antepasados de ambos sexos de la reina Lili, desde que concluyera la Guerra de los Veintiocho. Cualquier ser feérico o de otras especies que no transmitiera el mensaje a una distancia prudencial de cualquiera de los accesos secundarios primero y a cincuenta metros después, y que no se detuviera por ese lapso de un minuto antes de transmitir la segunda parte del mensaje era atacada inmediatamente y sin mediar palabra. La primera parte indicaba que el emisor no era un “amigo de lo ajeno”, y la segunda el motivo por el que estaban allí. Isabel ignoraba que efecto podría tener en Eduardo, pero como no estaban dispuestos a correr el riesgo se detuvieron. El hada señaló entonces con la vista. En el lateral de la planta baja estaba el marco rectangular de siete metros y medio de alto por tres punto setenta y cinco de ancho, ornamentado, y fabricado con lo que parecía ser granito. A uno de los lados, un hombre armado con una ballesta vigilaba, en silencio pero atento, e hizo un saludo cordial al ver acercarse a los visitantes.

Cruzaron.

El primer ambiente con el que se encontraron fue un espacio de forma cuadrangular, pegado al acceso. Era un espacio muy bonito de ocho metros por ocho y la misma altura que el marco, muy bien decorado e iluminado.
_Este es un salón de té – informó la novia, cuando empezaba observar el ambiente.  Estaba, por ejemplo, la leyenda “Consejo de Hacienda y Economía” sobre los marcos. A otro de estos señaló Isabel, antes de anunciar – Al final de ese corredor está el acceso a los niveles subterráneos.

Parecía un restaurante de lujo en una zona cara de las grandes ciudades, considerando lo inmaculados, bien mantenidos y bonitos que se encontraban los muebles, el suelo, las paredes y el techo, que si bien era cuadrangular había sido decorado de manera tal que pareciera abovedado. “Obra de las hadas artistas”, comunicó Isabel. En conjunto, un estilo de arquitectura y un arte que su novio desconocía. Allí nacía  un corredor nada extenso, de seis metros de longitud por tres de alto por tres de ancho. En el otro extremo, tal cual lo indicara el hada de aura lila, se hallaba una de las entradas a la red de túneles y las recámaras bajo la superficie. Otro ambiente, pero más reducido, con la altura de tres metros y dos punto cinco de frente y fondo. En el había otros dos accesos. Uno en el suelo, disimulado bajo una alfombra que tenía estampado el logotipo del banco, continuaba bajando y llevaba a los vestuarios del personal (uno masculino y otro femenino), y el otro era el punto de ingreso a la red, el cual estaba cubierto por un pesado bloque de concreto. “Más de cincuenta kilogramos, seguro”, pensó Eduardo cuando su novia, sonrisa mediante y promesa de beso como incentivos, le pidió que hiciera el esfuerzo de mover dicha pieza. Al otro lado de ese pesado bloque había oscuridad total, y, de no ser por la luz proveniente del exterior y la que emanaba del aura lila, no habría podido advertir que estaba en un túnel con las mismas dimensiones que la entrada en el lateral de la pirámide, ni la presencia de aquella escalera con numerosos peldaños de (aproximados) cuarenta centímetros que descendían en un ángulo de veintiocho grados. Como gesto de caballerosidad, Eduardo le cedió el paso a su compañera de amores y luego el hizo su ingreso. A su paso, el pesado bloque volvió a la posición anterior.
 Sin alumbrado, descendían prácticamente a tientas.



Continúa…



--- CLAUDIO ---

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