jueves, 3 de agosto de 2017

3.6) Ilios

Eduardo había empezado a hacer muecas cada vez más evidentes con la nariz, como un conejo, tratando de advertir aquello, deteniendo la bicicleta con los dos frenos y desmontando. Había entornado los ojos y escudriñaba a ambos lados del camino. Aquello no cuadraba ni siquiera un poco con los conceptos de ecología e higiene que tenían las hadas.
Isabel desmontó también e inquirió: _¿Qué pasa?.

_Pero, ¿qué es eso que huele tan mal?, ¿huevos podridos acaso? – protestó el oriundo de Las Heras, insultando por eso en su mente –. Viene de unos pocos metros más adelante nuestro y lo siento con mayor o menor fuerza desde que salimos del invernadero, como si nos estuviera siguiendo. Y si mi olfato no me falló, también ayer, mientras estuvimos en La Bonita… ¡¿qué es eso?!.
Esta vez no pudo contener el desagrado y tosió varias veces antes de volver a la normalidad, cuando tuvieron ya a la vista el Banco Real, porque aquel olor horrible había aumentado astronómicamente en un segundo o dos en intensidad. Era lo mismo que una mezcla de huevos podridos, comida en descomposición y una cámara séptica al descubierto. Una combinación que resultaba bastante desagradable para el sentido del olfato. “¿Un arma biológica?”, fue lo primero que pensó Eduardo. Pero, para hacer a ese misterio mayor y más intrigante, aquel pútrido y francamente horrible olor había desaparecido al concentrarse el hombre en las inmediaciones. Miraba casi sin pestañar un punto en la distancia, a unos treinta metros. Después, creyó haber visto de nuevo una forma oscura que se perdía entre los árboles y volvieron a detenerse en seco, porque al oriundo de Las Heras le había llamado tanto la atención aquel raro suceso que quiso, como no podía ser de otra manera, averiguar su significado (la fuente), y preguntó al hada de aura lila a ese respecto.
_Ilios., contestó la hermana de Cristal, preparándose para suministrar nueva información a Eduardo.
Por varios motivos, pero no lo haría en este momento.
Ya se lo contaría a su novio.
Ya le diría que los ilios eran un problema latente para todos los seres elementales desde hacía milenios. O, mejor dicho, para cualquier cosa que respirara.
_¿Qué son los ilios? – quiso saber Eduardo, todavía observando la espesura –, ¿o quiénes son?.
_Otra raza de seres elementales – empezó a explicar su compañera sentimental, que tampoco estaba sintiendo ya el olor pútrido ni veía al ilio. Ese ser podría haberse marchado – Como lo son las sirenas, los tritones, los gnomos… como lo somos las hadas – e informó –. Se fue.
La atmósfera y el momento eran los oportunos para dar algo de información nueva. El bullicio reinante allí – voces más o menos distantes y la mezcla de sonidos de la naturaleza – y el entorno tan agradable ofrecían las posibilidades para todo. En este caso para que Eduardo pudiera enterarse que en este planeta existía una especie de seres elementales que poseía un olor francamente espantoso, el cual era indicativo de su presencia.
_¿En serio?; que raro – se extrañó el hombre, abriendo a su novia la puerta para que empezara a hablar. Concluyeron que ello habría de ocurrir en el trayecto que les quedaba hasta llegar a su destino. De modo que empezaron a caminar a paso lento. Efectivamente, el olor y los rumores entre la espesura habían desaparecido – No me suenan para nada, y eso que dispongo de información. A no ser que se trate de la misma especie, pero con nombres diferentes, uno en este planeta y otro en la Tierra. No se que aspecto tengan estos… ¿ilios, se llaman?. Por eso no puedo decir si los vi o no.
_No los viste porque los ilios no tienen una morada en esta región. Además, aunque lo hicieran, ¿cómo sabrías que se trata de uno de ellos, y no de otra cosa?. Fueron tus palabras, jamás tuviste a uno enfrente tuyo – dijo el hada de aura lila, que frente a los seres elementales en cuestión tenía sentimientos que no eran del todo favorables, y de quienes no tenía las mejores opiniones –. Los que viven en Centralia, unos ocho millones setecientos cincuenta o setecientos sesenta mil, representan las tres cuartas partes del total a nivel planetario y se concentran en un área de quinientos cuarenta y tres mil trescientos setenta y cinco kilómetros cuadrados en el oeste-noroeste de este continente, de los cuales el veintidós por ciento pertenece al reino de Insulandia.  El setenta y ocho por ciento restante a otros países, todos de Centralia.  Los ilios conocen y llaman a  esa región como la “Tierra Irrenunciable”. No los vas a poder ver a menos que ellos lo quieran así y lo decidan así. Son muy hábiles para esconderse, para evadirse y si se requiere de no pocos aspectos y factores, o requisitos, para estar cara a cara con uno o más de ellos, como no ofender a su cultura y el buen trato en todo momento – dio un suspiro, lamentándose en su mente. “Son un problema latente y permanente”, pensó –. Y eso solo para estar con los ilios por un lapso de tiempo no muy extenso. Su estructura y organización sociales son diferentes a las de las hadas, mucho o poco según el aspecto en cuestión, y son primitivas. De hecho, hay veces en que mi especie considera como un logro, sin exagerar, al hecho de haber entablado una reunión o mantener una conversación con ellos, fluida, sin la necesidad de elevar la voz o curvar los dedos hacia adentro.
_¿Y el que nos (me) estaba siguiendo?.
_Seguramente fue un explorador. Como todas las demás especies del reino elemental, los ilios deben estar tratando de averiguar si sos o no una buena persona, si se puede confiar en vos o no. Me consta que un ilio explorador, no se si este que anduvo siguiéndonos u otro, estuvo en Barraca Sola, merodeando por los alrededores de mi casa, desde que te llevamos a ella – explicó la hermana de Cristal – porque ningún ilio se acerca a esta parte de Insulandia, al poblado principal del país u otros en esta o las demás regiones, a menos que de verdad se trate de algo sumamente necesario e importante. Ese fue tu caso y lo sigue siendo – agregó. Evidentemente, el ser elemental que los había estado siguiendo ya no se encontraba por allí. O tal vez si, y estaba delatando lo menos posible su locación. Isabel continuó hablando – Los ilios constituyen una sociedad primitiva y una comunidad cerrada o muy cerrada en no pocos de sus aspectos, diría que en siete u ocho de diez, y la reina Lili es una de las pocas personas que conozco, de entre la raza feérica, que mantiene un trato con ellos que podría llamarse… “discreto”.
“Algo tenso y con condiciones”, dijo en su mente.
_Si esos seres elementales quieren saber si yo soy una buena persona o una mala no tienen más que darme una oportunidad para demostrarlo – consideró su novio con atino – Es lo que están haciendo ustedes, los seres sirénidos y los gnomos. No tiene por qué ocultarse.
_Tal vez sea cierto eso que dijiste, pero los ilios son así, cerrados y misteriosos… y antipáticos como ellos solos – dijo Isabel, convencida, como todos sus congéneres, de esos tres calificativos para esa especie – Su principal arma es el camuflaje, una muy eficaz defensa, diría yo. A tal punto llega esa eficacia que podría haber uno (lo hubo, de hecho) mimetizado con el entorno junto a nosotros y no podríamos saberlo sino hasta dentro de un rato después que haya llegado. Porque la técnica del camuflaje, si bien les resulta por demás provechosa para pasar inadvertidos por el tiempo que a ellos les plazca, tiene un defecto natural que hace que los ilios delaten su presencia, que empieza a hacerse notorio a los quince minutos, más o menos, desde el instante en que empezaran la aplicación de esa técnica. Eso no es un misterio, el saber que les actúa como contramedida.
“Una contramedida desagradable para el olfato”, pensó.
_Interesante – opinó el experto en arqueología submarina, comprendiendo que aquel olor tan pútrido y fétido era la contramedida para la técnica del camuflaje, y de ser de esa manera, pensaba el, esa habilidad no era perfecta, al menos no tanto –. ¿Podrías contarme algo sobre los ilios?, ¿me los podrías describir?.
_Claro que puedo., accedió Isabel.
Tenían por delante una caminata de entre veinte y veinticinco minutos, y esta era una buena manera para hacer llevadero el tiempo.

“Ilio” era un vocablo surgido del propio y ancestral idioma de esos seres elementales. Para ellos, era un gentilicio que aplicaba a los individuos de ambos sexos de la especie  originarios de un sector en particular del continente centrálico  - Centralia –. Una vasta región de quinientos cuarenta y tres mil setecientos setenta y cinco kilómetros cuadrados que, desde el inicio y surgimiento de las primeras civilizaciones, conocían y llamaban como “Iluria”. Se seguía llamando así para esos seres elementales, aun cuando todos los demás, incluidas las hadas, sus organismos y su geopolítica indicaran lo contrario. Los ilios eran individuos – explicaba la hermana de Cristal – de piel rojiza y amarronada, cobriza en algunas partes del cuerpo, cabello abundante y muy oscuro, orejas largas que terminaban en punta recta, narigudos, pies y manos con cuatro dedos, y los pies eran más bien largos. Su origen, no se conocía la fecha exacta, se remontaba alrededor de cincuenta y cinco mil años antes del Primer Encuentro, el máximo evento histórico, que fuera aceptado de mala gana por los ilios (la importancia de ese evento era innegable para todas las otras especies), según los textos y archivos antiguos, y era producto de la evolución. Para ellos, sin embargo, era obra de sus dioses. En un principio, antes de los más de cincuenta y cinco milenios, había sido media catorcena de diferentes especies de ilios, biológica, anatómica, física y fisonómicamente, cuyos orígenes eran tan antiguos que los de los seres feéricos, los gnomos, los Habitantes del Agua u otros seres elementales, que se habían desarrollado en todos los continentes Por causas religiosas que únicamente los ilios comprendían, todos fueron recalando en el curso de los tres siglos y cuarto, en un momento de la historia, en una región en el centro del planeta que ellos llamaban “Iluria”, de más de medio millón de kilómetros cuadrados. En su momento se gloria suprema, que fuera su época dorada, la media catorcena de sub especies había conjuntado cincuenta y cuatro millones trescientos dos mil individuos, de acuerdo al registro en los textos históricos y las historias que esporádicamente relataban los ilios más ancianos, las cuales circulaban entre esos seres.  La mezcla de genes y fluidos entre las siete sub especies (entre estas las diferencias fueron muy pocas e insignificantes), su contacto e interacción permanentes y el hecho de haberse tratado de poblaciones autóctonas que se desarrollaron en un área (Iluria) proporcionalmente pequeña con una acentuada densidad de población, el noventa por ciento o casi de los más de cincuenta y cuatro millones, había provocado que evolucionaran rápidamente hacia una mejor forma, al punto que durante cada uno de los años (y más) que siguieron, las sub especies primitivas fueron desapareciendo, prevaleciendo aquella que estuvo mejor preparada – justamente en eso consistía la evolución: selección natural, genes, adaptación y la supervivencia de los más fuertes, los mejor preparados – y cuando los demás seres elementales empezaron el intercambio entre ellos (comercio, conocimiento, cultura…) y con los ilios, algo de lo que estos se mostraron reacios y aceptaban de mala gana, porque muchos argumentaban la “contaminación sociocultural”, el noventa y cinco por ciento o más de los ilios residentes en ese sector del continente centrálico  eran componentes de la nueva especie, una raza ilia súper evolucionada con notables ventajas evolutivas y competitivas. Para ese momento, posterior al Primer Encuentro, ocho de cada diez ilios vivían en la que consideraban su “Tierra Irrenunciable”. Y eso había sido uno de los detonantes, quizás de todos el principal, de la Guerra de los veintiocho…
…Claro que esa mezcla entre las siete sub especies y su evolución consecuente – continuaba hablando la compañera sentimental de Eduardo, sin detectar señales del explorador ilio -  no solo les había reportado beneficios y ventajas, como pasara con todos los seres elementales, sin excepciones, sino también complicaciones, como un trastorno biológico que principalmente estuvo representado por alteraciones y cambios en su sistema reproductivo, siendo el más claro de los ejemplos el tiempo de gestación, que había pasado de diez a catorce meses, y de partos triples o mayores a simples o dobles. Tales cambios se sumaron a una marcada explosión demográfica (superpoblación), los desastres naturales y ambientales propios de las regiones tropicales, a que Iluria estuviese enclavada en una isla, la reticencia a querer interrelacionarse, principalmente en lo relativo al comercio y la cultura, con los demás seres elementales y los ataques del hada malvada y su grupo de guerreros que se sucedieron prácticamente todos los días durante la Guerra de los Veintiocho, enfrentamiento bélico que había mermado y reducido la población mundial de ciento noventa millones de ilios, los existentes al empezar el conflicto, a sesenta y tres millones y cuarto al finalizar, menos de la tercera parte, habiendo en la actualidad nada más que treinta y cuatro millones ochocientos sesenta y un mil, eso se creía, alrededor de la sexta parte de los previos a la guerra. Ocho millones setecientos diecinueve mil doscientos cincuenta ilios vivían en su “Tierra Irrenunciable” (el veinticinco por ciento del total), el único lugar en Centralia en que estaban presentes, y su existencia allí era motivo de tensiones desde tiempos remotos, sobre todo con las hadas, la especie dominante en el planeta. El sistema reproductivo y la fertilidad de los ilios habían sido alterados con seriedad durante la guerra, cuan do el grupo sedicioso atacara “Iluria”, una región que para los seres feéricos conservaba ese nombre únicamente como símbolo. Los ilios eran de reproducción ovípara, aunque después crecían y se desarrollaban como mamíferos, y el destete se producía a los tres años del nacimiento. Las hembras de la especie desovaban solamente tres veces a lo largo de su período de fertilidad, y en cada puesta la cantidad de huevos no era mayor a las dos unidades; el período de gestación demandaba a la hembra un año y sexto y el de la incubación de los huevos otros dos meses, y a la nueva generación le tomaba alrededor de diez años llegar a la edad adulta. Su expectativa de vida era de alrededor de ciento setenta y cinco años para ambos sexos (había sido del doble antes de la guerra), eran omnívoros y, como las hadas y demás seres elementales, también veían en el grupo a la fortaleza, tanto en el ámbito familiar como en el laboral y otros, aunque los ilios remitían tales uniones a los grupos conformados nada más que por ellos. Se movían habitualmente en grupos de no menos de cinco componentes y hacían todo trabajando en equipo. Su sistema organizativo como sociedad tenía un líder (no había en esta especie igualdad de género, a lo que consideraban como un oprobio) al frente en cada una de sus aldeas, de las que había mil doscientas en Iluria, un cargo que era hereditario, pero no existía un liderazgo central integrado: eran “ciudades Estado” cuyos líderes se reunían solamente si era necesario. Como las hadas, tenían un arraigo enorme por sus tierras y sus ancestros, y como todo pueblo poseían su propia cultura, costumbres, tradiciones y su propio idioma (no tenían ni desarrollaron jamás un sistema de escritura), un tanto menos desarrollado que el de las otras especies elementales. El aislamiento que los ilios venían practicando desde el inicio de las civilizaciones (una época que las hadas conocían como y llamaban “Período de Organización) los mantenía al margen de todo o casi todo y provocando un atraso en su desarrollo como sociedad e individuos, y era motivo no solo de tensiones, sino también de misterio entre los demás seres elementales, hadas incluidas, que se preguntaban por qué preferían actuar y permanecer de esa forma.
… La evolución biología y la social había permitido a los ilios mejorar sus habilidades y adquirir otras nuevas – proseguía con su explicación Isabel –, unas pocas de las cuales eran únicas en ellos.  El camuflaje era la principal y en otros tiempos, más prósperos  para ellos, antes y durante la Guerra de los Veintiocho, especialmente antes, había sido perfecta, en todos los aspectos. Los seres elementales no tenían una forma para saber si un ilio se encontraba o no en tal o cual lugar o la precisa locación en caso de estarlo, y era la principal de sus armas a la hora de evadirse de algún peligro que resultara cualitativamente más grande  que aquellos contra los que los ilios podían enfrentarse, con posibilidades mayores o menores de éxito. Por esa razón, la perspectiva de una técnica sin chances de detectarse, fue que el hada malvada y un puñado de sus mejores secuaces con conocimientos en magia y artes medicinales habían aplicado sobre los ilios una eficaz contramedida, un poderoso hechizo de duración permanente que fuera capaz de anular ese camuflaje tan sofisticado. Transcurrido un breve tiempo de un cuarto de hora, el o los ilios que estuvieran empleando su técnica más avanzada empezaban a desprender un olor bastante desagradable y perjudicial para el olfato de cualquiera, que se hacía más evidente a medida que los minutos pasaban, de continuar recurriendo a la técnica. No iba a demandarles a las hadas mucho tiempo descubrir  su ubicación, porque poseían un sentido del olfato superdesarrollado. Ante ese dilema, y en tanto se daban cuenta de que el olor podría desaparecer por completo al cabo de sesenta segundos si dejaban de usar la técnica del camuflaje, los ilios continuaron con su “carrera armamentista” y adquirieron su mejor arma, producto también de la evolución biológica (para ellos, un regalo de sus dioses): un oído tan desarrollado y agudo que les permitía escuchar y diferenciar cualquier sonido, voz o ruido en un radio determinado, lo que lo ayudaba a saber cuando se avecinaba algún peligro, y ese eximio sentido de la audición había sido algo contra lo que el hada malvada y su gente nunca supieron combatir, ni mucho menos suprimir. Otra de las ventajas que la evolución biológica  había otorgado a los ilios era la posibilidad de permanecer hasta tres semanas sin dormir ni descansar, permanecer durante un cuatrimestre sin ingerir líquidos (el agua era lo único que toleraba el organismo de estos seres) ni alimentarse, el coeficiente intelectual elevado, una considerable fuerza física que era proporcional a la edad y el estado atlético, la visión nocturna, la memoria fotográfica, una mayor resistencia al daño, consecuencia a su vez de la fuerza física, y una especiación entre sus guerreros: algunos de estos habían desarrollado escamas en los pies, manos y la cintura, otros plumas en esas partes y otros, también en ellas, una segunda capa de piel,  lo que les daba las habilidades increíbles en el agua, el aire y la tierra. La complejidad para las otras especies radicaba en que entre el setenta y el setenta y cinco por ciento de los ilios, no podía conocerse la cantidad exacta, eran de la clase guerrera. Estos seres antisociales y poco afectos a las relaciones comerciales y culturales fuera de ellos tenían muy pocos puntos en común con los demás seres elementales y su calendario poseía trescientos días (otro motivo de confusión y disputas ocasionales). La transición de fin de año a año nuevo, no así la fecha, la única que compartían con otros seres; el día en que los primeros ilios empezaron a establecerse en su “Tierra Irrenunciable” y el inicio de la Guerra de los Veintiocho eran los únicos días feriados en ese calendario.

_Según la historia de los ilios, hace alrededor de cincuenta y cinco milenios, sus dioses iban a enviar una arrasadora y enorme tormenta de fuego sobre lo que esos seres conocieron y conocen como Iluria, para permitirles el establecimiento allí una vez que hasta los últimos de los usurpadores, o sea las hadas y los otros seres elementales, hubieran sido calcinados y de ellos no quedaran otros restos más que sus cenizas – explicó la hermana de Cristal, recitando uno de los pocos pasajes religiosos ilios que conocía –. La lluvia mortal, que mucho después descubrimos con un estudio que se había tratado de los fragmentos de un asteroide de tamaño mediano que había penetrado en la atmósfera, se prolongó durante cuarenta y ocho horas, matando a decenas de miles de elementales, calculo que el noventa y cinco por ciento de los que vivían en esa región, en ese momento. A las pocas semanas, los primeros ilios empezaron a establecerse allí, en Iluria, y nunca más se fueron.
Reiniciaron la marcha hacia el Banco Real, detenida por haberse quedado a socorrer a un gnomo herido.
_¿Cómo es la historia de los ilios? – quiso saber Eduardo –, ¿es interesante y rica?.


CONTINÚA



--- CLAUDIO ---

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