jueves, 6 de julio de 2017

2.12) En el parque La Bonita

Estuvieron en el espacio verde apenas pasadas las veinte horas con cincuenta minutos, todavía sus esfuerzos centrando en revivir dentro de su mente, con todos los detalles que pudieran, el agradable paseo de esta jornada que, oficialmente, había llegado a su término al ocupar uno de los banquitos, al que se dejaron caer estando sumamente exhaustos. De cara al cristalino lago y disfrutando de una apacible y tranquila vista. La Multitud de estrellas y el satélite natural, que brillaban esplendorosamente en la inmensidad celeste, lograban que la superficie lacustre se convirtiera en un líquido resplandeciente, igual a como pasaba con el curso de agua en el barrio Arroyo brillante. Las voces de hombres y mujeres en la raza feérica se habían ido apagando en los últimos veinte minutos y cesando el murmullo entre los árboles. De entre la espesura enorme solamente sobresalía el sonido de los insectos (el “cri-cri” de los grillos, por ejemplo), el ulular de alguna que otra lechuza, un tanto más sonoro, y otros animales de hábitos nocturnos. En la orilla del lago ingerían agua y pastaban los últimos mamíferos, que formaban una manada de siete, y un lagarto de gran tamaño – parecía un varano, pero tenía dos colas y el hocico un tanto más largo, con un pequeño cuerno sobre la nariz –, al verse superado en número, siguió de largo y se internó en lo profundo del lago La Bonita. “Es una forma evolucionada del varano”, explicó Isabel. Se distinguían además, con claridad, las luciérnagas que volaban al ras del suelo en los límites del bosque. Evidentemente, estaba agotado el originario de Las Heras. Estuvo alrededor de cinco minutos en silencio, tratando de recuperarse. A la luz de la Luna, el hombre no dejaba de revivir en su mente el idílico paseo, procurando que no se le escapara un detalle, mientras que la hermana de Cristal observaba con detenimiento el entorno.

A la luz de la Luna.

… con el canto ininterrumpido de los grillos, el cielo completamente despejado, una temperatura bastante agradable de la noche de fines del verano, sin viento, con una leve brisa que soplaba en dirección al este, alumbrados además por las numerosas luciérnagas que hubieron de asomar al interior del parque…

… y prácticamente solos.

Era un lugar simbólico para el hada de la belleza, cuya aura lila, grande y brillante como estaba, era un indicativo de que su estado de ánimo se encontraba, por lejos, en su escala más alta. Isabel estaba de un humor excelente y bastante alegre, por lo que había vivido el día de hoy y por donde se hallaba ahora. Todavía crecía en ese lugar tan agradable aquel arbusto de lilas, un opiáceo de hojas lampiñas con flores de color morado que, en cierto modo (en parte) naciera la nueva amiga de Eduardo, y también su hermana y madre. Se trataba de un procedimiento tan ancestral como efectivo, que confería ciertos niveles de fortaleza y resistencia adicionales a las hadas desde el momento inmediatamente posterior a su llegada al mundo. Bastaba con crear, siguiendo un protocolo por demás obligatorio y estricto (una “receta”), un compuesto formado por la sangre de los progenitores, tres gotas de cada uno, agua (el elemento que daba la vida) y el polvillo finísimo en que se hubiera transformado esa parte de un organismo viviente – el pétalo de una flor, una pluma, la semilla de alguna planta, una hoja, un único cabello de un mamífero, la piel vieja de una serpiente u otro reptil… podía tratarse de cualquier cosa que proviniese de una especie vegetal, animal o fungi – sobre el bebé recién nacido, bañando a este con el compuesto resultante, conociendo a ciencia cierta que con este método ancestral se lograba conservar el estrecho contacto, también, con las fuerzas de la naturaleza, algo que tanto caracterizaba a los seres feéricos. Este ritual, que las hadas conocían y llamaban como “El rito de la llegada”, no era una influencia en el color del aura, que era hereditario y obedecía a las reglas de la genética, y les confería una inmunidad prácticamente total contra las enfermedades más leves e incluso contra otras un poco más complejas. De esa manera, el lugar del que hubiese provenido aquella parte del organismo viviente se transformaba para el o la protagonista en un símbolo, en aquel que marcaba su “inicio”. En el caso de Isabel, también en el de Cristal y la madre de ambas, era ese espacio verde en la que crecía el arbustillo de lilas.
Había otra media catorcena de sectores como aquel en que se encontraban los jóvenes, sin ninguna disposición en particular. No era de extrañar que en la orilla del lago y la veintena de islotes dentro suyo, de una superficie tan reducida (el bombardeo cósmico y la evolución geológica los habían creado), los Habitantes del Agua pasaran largas jornadas hablando y disfrutando con los seres feéricos, masculinos y femeninos por igual, cuyas moradas estaban en las inmediaciones del parque y del lago. Incluso había jornadas en las que se congregaban en ese lugar no solo las hadas, sirenas y tritones, sino también una variedad notable de seres elementales, como el “Día de la Cultura”, que en el curso de las últimas cinco, seis y siete décadas había estado extendiéndose aún más allá de las hadas, y la transición treinta y uno de Diciembre – uno de Enero, que era común a todas las especies del reino elemental.

_Y si algún día, Eduardo, se te ocurre venir a este lugar u otros  como este para hacerles una visita, cualquiera sea el motivo, tené siempre presente la precaución de hacerte visible ante ellas al menos doscientos cincuenta metros antes de poner los pies en la orilla del lago, o el curso o espacio de agua que sea – aconsejó al hombre el hada de aura lila, viendo una larga cola con escamas agitarse en la superficie lacustre –. Las sirenas fueron y son seres confiables y amistosos, de acuerdo – la cola se sumergió e hizo su aparición el cuerpo de ese ser elemental del sexo femenino, que había ido a posarse a uno  de los islotes –, pero lejos está de resultar prudente y recomendable ser el primero en verlas. No debería, por el puesto que ocupa en el poder político del país, pero hasta la reina Lili se anuncia con antelación. No se lo toman a bien, y hay veces en que las sirenas, no tanto sus contrapartes del sexo masculino, los tritones, se irritan con facilidad.
Isabel se estaba comportando de una forma rara.
Como si quisiera decir algo y no encontrara las palabras adecuadas.
O no se animara a pronunciarlas.
_Anunciarme con antelación, de acuerdo – aceptó Eduardo, observando en dirección al lago, e inquirió, viendo como la sirena se recostaba sobre el césped –. ¿Pueden pensar que las están espiando?.
Estaba recuperado en parte del agotador paseo de más de doce horas, y el entorno, este magnífico escenario natural, le era de utilidad para tal fin. Cada minuto que pasaba significaba menos ruido en el lago, el parque y la espesura verde colindante. En ese momento el luagr estaba vacío, a excepción de ellos dos en uno de los banquitos y la sirena junto a otras dos más jóvenes y un tritón en el islote, que formaban una familia: los padres y sus dos descendencias.
_Si – confirmó Isabel, todavía haciendo esos esfuerzos. Con los brazos cruzados y las piernas extendidas, superpuesta la derecha sobre la izquierda, movía nerviosamente cada uno de los dedos de ambas manos. Su aura lila estaba experimentando un comportamiento errático –. Y tampoco vayas a cometer la curiosidad indebida, por favor; de lo contrario, tu vida podría encontrarse en peligro. Una vez un hombre de mi especie lo hizo, creo que un año antes de que naciera yo. Había un cardumen de sirenas, eran ocho, acostadas mirando hacia el cielo en uno de esos islotes, en aquel que tiene el domo – una de las minúsculas porciones de tierra tenía una estructura abovedada que hoy no era más que un refugio contra las inclemencias. Había sido un templo en los tiempos de la religión hoy desaparecida –. También un descanso, y estaban sin nada de ropa. ¡No pienses! – exclamó con un leve gruñido, anticipándose al “pensamiento” de Eduardo –. Descansando, de acuerdo, pero no durmiendo. Lo detectaron cuando estuvo lo bastante cerca de la orilla, y ese hombre cometió la segunda de sus torpezas: intentar escapar por tierra en lugar de hacerlo por aire, corriendo en paralelo al río, que es uno de los que corre dentro de la Ciudad Del Sol, de este a oeste. Pero esas ocho sirenas fueron más rápidas y lo alcanzaron, antes que hubiera tenido tiempo de reaccionar. Lo agarraron por los tobillos y se lo llevaron con ellas a las profundidades.
_¿Y qué suerte corrió aquel hombre?., quiso saber el oriundo de Las Heras.
¿Qué necesidad tenía de formular una pregunta para la que conocía, o sospechaba seriamente, la respuesta?.
_No vivió para contarlo., contestó Isabel.
Algo le estaba pasando al hada, y era evidente que su nuevo amigo ya se había dado cuenta de esa situación. Sin embargo, no dijo palabra alguna al respecto sino hasta escuchar como con una distante y sonora campanada, proveniente desde lo alto del “Centinela de Piedra”, se anunciaban las veintiuna horas con treinta minutos. Ya se había agotado la conversación sobre los seres sirénidos – si hubiera quedado algo sería para otro momento – y Eduardo había explicado como era la vida social habitual en la periferia de su pueblo natal.
_ ¿Estás bien, Isabel?, ¿te pasa algo? – reparó, con el debido acierto, mirándola. Tarde, pero lo hizo. Otra vez había detectado una completa inutilidad en sus palabras. Otra vez hizo una pregunta para la que ya tenía la respuesta – porque te estoy notando rara. Es la primera vez desde ayer a la tarde.
_Creo que si… si, Eduardo. Me encuentro bien – le contestó el hada de la belleza, con un evidente tono de improvisación. Sus majestuosas alas, visibles una vez más, apenas se movían, cuando lo hacían era con un ritmo pausado, como una mariposa cuando estaba posada sobre una flor, y su aura lila, con esa peculiar oscilación, delataba su estado anímico y daba indicios sobre sus nervios y emociones. Seguro que el originario de Las Heras no le iba a creer, de manera que decidió hacerle una confesión, encontrando las palabras más adecuadas… o animándose a hablar –. De acuerdo. De acuerdo. No me estoy sintiendo bien, pero esto no tiene que ver con mi estado de salud, ni con el físico. Tal vez no se trate de algo que pueda despertar la alarma en mi, pero así y todo me estoy sintiendo rara. Desconozco que pueda ser, porque nunca experimenté algo como esto, Eduardo. Es más, creo que es un sentimiento. ¿A vos te pasa lo mismo, no?, ¿o algo que se le parezca?.
_Algo parecido de ninguna manera. Me está pasando lo mismo que a vos. La diferencia es que yo lo puedo disimular de una manera más eficiente, y por eso puede pasar sin que se lo advierta. Cuando estoy hablando, al menos – confió el arqueólogo, observando al apacible y cristalino lago para hallar inspiración –. Anoche, cuando me fui a dormir, lo hice pensando en eso, aunque no haya sido lo único, y al despertarme en la mañana de hoy lo mismo. ¿Cómo hiciste para darte cuenta de que los dos estamos sintien…?.
-Yo soy un hada, no olvides eso – le recordó Isabel con una risita –. Además, desde que llegamos a este parque y ocupamos este banquito apenas me dirigiste la mirada. Hablamos, gesticulamos y reímos, de acuerdo, pero nuestros ojos prácticamente no se cruzaron… creo que desde antes de estar acá, desde que estábamos en la carreta. Todo lo contrario a lo que pasó con el corres de la jornada de hoy, y la de ayer – agregó –. Se que eso tiene que ver con migo, porque lo que me pasa a mi tiene que ver con vos. ¿Es así o estoy equivocada?.
A la luz de la Luna.
Y de una estrella fugaz que surcó la inmensidad del cielo.
_Por supuesto que no estás equivocada, Isabel. De ninguna manera lo podrías estar. Excepto que la palabra correcta, en este caso particular, no es “algo”. Ahora estamos hablando de “todo” – empezó a hablar Eduardo, su cabeza torciéndose cuarenta y cinco grados hacia la derecha, para (volver a) mirar al hada a los ojos, buscando las señales que le faltaban para confirmar su sospecha –. Pero me gustaría conocer primero tu caso, antes de explicar yo el mío, si no tenés inconvenientes en contármelo. Quisiera tener la certeza. Toda la certeza de si lo que te pasa a vos es exactamente lo mismo que me pasa a mi en este momento… y desde ayer a la tarde. Creo que es una buena manera para empezar – y agregó –. Además… las damas primero.
No sabía que pasaría a continuación.
Carecía de toda información al respecto.
_¿En serio?.
_Si, en serio. ¿Lo podés hacer?.
_Obvio., aseguró Isabel.
La hermana de Cristal respiró profundo antes de empezar a (tratar de) describir lo que le estaba pasando, quizás desde el momento en que empezara su historia con Eduardo, a mediados del mes de Enero.
A la luz de la Luna.
Era el momento ideal para hacer las confesiones.
Para hacer públicos a los oídos de su nuevo amigo todos esos raros pensamientos y sentimientos que por primera vez en su vida – ¡si, por primera vez! – despertaran en ella al descubrir al originario de Las Heras a medio camino entre este mundo y el otro en la cabaña en el límite de una playa distante. Pensamientos y sentimientos que habían estado atravesando un crecimiento permanente durante la cincuentena de días que siguieron a ese. Tal fue la confesión de la hermana de Cristal, sincera y carente de interrupciones, breve pero suficiente y entendible. A lo largo de ese lapso de tiempo, más de un mes y medio, había velado por la salud de Eduardo, descuidando incluso su propia alimentación y durmiendo en la misma habitación, en la mecedora junto a la cama. Eventualmente, la hubo de reemplazar su hermana, que también había contribuido a salvarle la vida al hombre. Isabel había hablado todo el tiempo empleando tono cargado de seriedad y sinceridad (en su mente, Eduardo, una y otra vez, reiteraba las palabras “Lo mismo que yo”), haciendo una descripción exacta de esta sensación nueva, el sentimiento nuevo. Algo que Eduardo, sin rodeos y con atino, definió como:
“El efecto de las mariposas en el estómago”.
El hada de la belleza reaccionó con una expresión de curiosidad ante esa frase, y oportuno consideró preguntar:
_¿Qué es eso?.
_Un rasgo, mejor dicho un síntoma, que es característico en los seres humanos. Por lo que veo, no solo en ellos. Se da cuando hay amor de por medio, uno de los sentimientos más nobles que existen. Básicamente, cuando una persona siente por otra del sexo opuesto algo más que solamente deseos de ser su amiga y disfrutar de momentos como este, como hablar estando sentados sobre un banquito de madera en un espacio público. Esa es una explicación sencilla y carente de toda terminología profesional, no soy yo un experto en eso, pero es la correcta. Realmente se siente como si uno tuviera mariposas en el estómago – definió Eduardo, dándose cuenta de como se evaporaba la tensión, lentamente. Estaba decidido a hablar, porque lo tendría que hacer, más tarde o más temprano. Casi podía advertir la reacción de su (¿solamente?) amiga –. Y es esa definición lo que indefectiblemente, e inevitablemente, me lleva a una conclusión, y solo una. Estás enamorada de mi, o por lo menos querés estarlo, considerando y reparando en esos sentimientos y emociones de que me hablaste en los últimos minutos.
“La improvisación no necesariamente implica desastres”, pensó Eduardo, que ante una carencia de conocimientos profundos y experiencia había dicho las palabras que el suponía eran las más adecuadas.
La reacción del hada no implicaba ahora solo curiosidad.
También precaución ante lo desconocido, lo que la indujo a preguntar.
_¿Eso es lo que yo estoy sintiendo y experimentando?, ¿amor?.
La explicación que diera su nuevo amigo acerca de que cosa eran las mariposas en el estómago no le hubo de caer como una completa sorpresa, ya que imaginaba que una cosa así tendría que ocurrir, aunque ella jamás había escuchado esa expresión. Aun sin haberlo tomado en cuenta ene se momento, su “príncipe azul” había llegado a ella producto de un accidente natural, uno de los más raros fenómenos físicos que implicaban el espacio y el tiempo, en la primera quincena del primer mes del año. Y al final, como siempre supo que pasaría, antes o después, Isabel optó por la única alternativa posible, la única cosa que – sabía que – quedaba por hacer: transformar aquella sonrisa de felicidad que estaba asomando en la más notoria expresión de alegría y emoción bien habida que hubiese su amigo detectado y visto hasta ese momento, con un tono rosa más acentuado en las mejillas, los labios curvados hacia arriba y los ojos hinchados como consecuencia de la emoción misma y del esfuerzo que estaba haciendo para contener la catarata de lágrimas que ya se avecinaba.
Temblaba.
Pero no era a causa del miedo o el susto.
Esto era otra cosa.
_Si, exacto. Lo que estás experimentando es la más poderosa de todas las fuerzas, Isabel. Es el amor. Puede que se trate de uno con la misma intensidad que el mío, como aquel que yo estoy sintiendo ahora por vos. Como el que sentí desde ayer a la tarde, desde el primer momento. Es un sentimiento mutuo, aunque en mi caso recién empezó a los cincuenta días de haber llegado a este planeta – remarcó el originario de Las Heras. Parecía que tampoco el sería capaz de contener ni ocultar aquello que más tarde o más temprano habría de salir a la luz. Observaba prácticamente sin pestañar a su amiga, pensando cuales podrían ser las palabras más adecuadas –. Ignoro como haya empezado tu caso, pero el mío fue a primera vista. Apenas abrí los ojos en el dormitorio y te encontré allí sentada a un lado del espejo, acompañada por Nadia y la reina Lili. Me gustaste desde ese momento. Me pareciste una mujer muy hermosa, sin tomar en cuenta que hayas revelado después que eras un hada de la belleza. NO me llevó tanto darme cuenta que esa hermosura no era algo que abarcaba solo a tu condición de mujer, sino también tu condición de persona. Es imposible no sentir amor en ese caso.
_También yo, también yo – coincidió la hermana de Cristal, con las primeras lágrimas de felicidad cayéndole en solitario a ambos lados de la nariz. Hablaba como podía, como le salían (¿cómo?, ¿le salían?) las palabras, puesto que sus nervios no se encontraban atravesando el mejor de sus momentos. Hacía esfuerzos por superar esa traba –. Sin embargo, al principio pensé que podía tratarse no de otra cosa que la amistad. Unas surgida y motivada porque acepté el designio de la reina de ser tu cuidadora. Ella, Nadia y Cristal se dieron cuenta que algo estaba pasando, o empezando a pasar, prácticamente desde ese día de Enero, pero yo tardé en descubrirlo un poco más. No pasaron muchos días para que empezara a tener sueños, y el último fue el de anoche. ¿Te acordás que te dije algo sobre el vals?. Bueno… lo estábamos bailando en una sala muy grande e iluminada, y éramos el blanco de todas las miradas. Había varios de los míos, hablo de los seres feéricos, aplaudiendo y ovacionando. Me pareció que era el salón de baile que funciona en el Castillo Real, vos estabas de negro y yo de blanco. ¿Qué hacen los seres humanos ante un amor así, cuando son solamente amigos?.
_Se convierten en novios – empezó a hablar Eduardo –. Cuando un hombre y una mujer se profesan mutuamente esa fuerza superior terminan por conformar el noviazgo. Se trata de un período intermedio, algo de transición, si se quiere, entre la amistad y el matrimonio. Si, supongo que esa podría ser una definición correcta. La duración del noviazgo es relativa – definió el experto en arqueología submarina, confirmando en ese momento la inversión de ambos roles protagónicos. Ahora el estaba sereno e Isabel no. Todo lo que faltaba era que la hermana de Cristal se empezara a comer las uñas –. Las hadas, sirenas y tritones, si es que escuché bien una conversación al mediodía, lo llaman “compañerismo sentimental”. Es la misma cosa, solo que con diferentes palabras. Ahora bien, de acuerdo a esa última pregunta que formulaste, deduzco que no tenés experiencia personal en lo referente a esa clase de relaciones. No te preocupes, no es malo eso. Como te dije es un período de convivencia, algo intermedio – se puso de pie con decisión –. Pero si querés tener una idea bastante aproximada de o saber lo que se siente estar de novia, yo tengo la solución, con poquísimas posibilidades de salir mal, y solo espero que resulte de tu agrado. Lo va a ser para mi, definitivamente.
Dichosa, emocionada y nerviosa como estaba, el hada de la belleza estaba bien y era capaz de articular sonidos y pronunciar palabras. Siempre con un tono entendible y claro. Era algo extraño – una situación completamente nueva – y se preguntaba como habría de continuar.
_¿Ah, si?, ¿y en qué consiste esa solución?., quiso saber, dejando su bolso y el calzado sobre el banquito, antes de, también, ponerse de pie.
Adelante aguardaba la solución de Eduardo.
_Bien, ¿estás preparada?.
_ Absolutamente.
_Entonces, cerrá los ojos y permanecé inmóvil
_ ¿Para qué?.
_Solo hacelo, Isabel, por favor. E intentá permanecer relajada. No hay nada de malo en lo que va a pasar – insistió el originario de Las Heras –. Es, sin más vueltas, algo usual en las “parejas humanas”, y siempre ofrece muy buenos resultados. Aunque no se que va a pasar en este caso, porque no dispongo de información, de ninguna, acerca de las demostraciones cariñosas y afectivas entre las hadas. ¿estás lista?.
No había ninguna duda sobre lo que estab pensando hacer.
Se dispuso, sin vacilaciones, a acercar ambas manos a la cintura del hada de la belleza, no bien aquella hubiera cerrado los ojos. El más que gratificante paseo previo de más de doce horas, este bien merecido descanso al amparo de las estrellas y la Luna, el sonido de los insectos, el paso de aquella estrella fugaz solitaria y las diminutas luciérnagas al ras del suelo eran sus musas de inspiración. Posiblemente, o evidentemente, resultaran serlo también la agradable brisa nocturna y la enorme tranquilidad que imperaban en el lugar… sin hadas, sirenas, tritones, gnomos, almas solitarias ni ningún otro ser elemental que los importunara.

Completamente solos.

Lo dicho, el lugar y el momento eran los ideales.

_De acuerdo., accedió finalmente el hada.
Cerró los ojos lentamente y confió plenamente en que la solución ideada por su amigo le fuera de ayuda para calmar su actual estado de nervios y aclarar del todo sus emociones confundidas. Sus majestuosas alas y el aura lula quedaron estáticas e inmóviles.
_Va de nuevo la pregunta: ¿estás lista?.
Va de nuevo la respuesta: lo estoy.
_Pues siendo así el panorama vamos a dar comienzo – Eduardo finalmente tomó al hada por la cintura con las dos manos, con suavidad –. Aquí vamos… aquí voy.

_¿Qué vas a hacer?.

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