Continuaron caminando, conversando animadamente.
Estaban iluminados por aquellas partes del cielo aun no
cubiertas por las nubes, en las que se apreciaban ya las poquísimas estrella, y
algunos faroles que alumbraban el frente de las construcciones, creando débiles
sombras en el suelo y en las propias paredes. También eran velas de gran tamaño
rodeadas por ese extraño vidrio que aumentaba, mínimo, cinco veces su brillo.
Amenazados por una lluvia que cada vez estaba más cerca, estaban los dos tan distraídos
y entretenidos que con ese par de estados desconocían lo demás, o hacían caso
omiso de ello. Se detuvieron recién cuando pasaron otros cinco minutos, allí
donde terminaba un barrio y empezaba otro. “Los caminos adoquinados son los
límites de la ciudad como un todo y de los barrios como partes del todo”, había
informado el hada a su nuevo amigo. Frente a ellos había un área verde circular,
de unos catorce metros de radio (veintiocho de diámetro), cuyos bordes o
límites eran tablitas de madera empotradas en el suelo, pintadas de rojo y no
más altas que un zócalo. Era un espacio público en el que no crecía otra cosa
que césped y unas pocas manzanillas aisladas. Sin embargo, no fue eso lo que
llamó la atención del arqueólogo, sino lo otro. Le llamaría la atención a
cualquiera que no estuviese habituado a ver eso. En el centro geográfico del
terreno se erguía imponente un marco dorado – “¡Otra vez oro!, debe de haberlo en
abundancia en este planeta”, pensó Eduardo – de dos metros de altura, que se mantenía
en pie tan solo porque estaba empotrado en el suelo. Parecía ser algo, pensaba
el hombre, que las hadas hubieran empezado a construir allí, y ese marco era
una parte del todo. Carecía de cualquier cosa llamativa, a excepción, por
supuesto, del material con que estaba fabricado. A través de el únicamente se
observaba el césped y lo que estaba más allá del área verde; y a su lado, a la
derecha, estaba montando vigilancia una de las hadas guardianas, del ejército
insular. Eduardo dedujo que lo era, pensando que su ropa y calzado parecían más
bien alguna clase de uniforme, porque estaba completamente inmóvil y porque
sostenía en una de sus manos una extraña lanza de madera que tenía un borde
puntiagudo y filoso. Al otro lado del marco, a la izquierda, había, como si
estuviera soldado (lo estaba, de hecho) un cántaro de un material transparente,
probablemente vidrio, que contenía una cantidad algo generosa de monedas de
oro, o eso se apreciaba desde la vereda opuesta. Pero, ¿qué representaba ese
marco de oro?, ¿era simplemente un objeto decorativo, una construcción recién
empezada, algo olvidado allí u otra cosa?.
_Es una puerta espacial, una de las tantas que hay en este
país, y una de las once existentes en esta ciudad. Muy útiles para cubrir
grandes distancias en cuestión de segundos, como dijo Lili – ilustró el hada de
la belleza, contemplando el marco de oro –. Mirá.
El hada dijo la verdad.
En el preciso momento en que sus ojos apuntaron nuevamente
al marco de oro, Eduardo vio aparecer a media decena de congéneres de Isabel,
toda una cuadrilla de trabajo del Consejo EMARN (Ecología, Medio Ambiente y
Recursos Naturales), por la cara frontal del marco. Dos de los recién llegados
continuaron el viaje por aire en dirección al norte, perdiéndose entre la
maraña de árboles, en tanto que los otros emprendieron la caminata hacia los
límites de la ciudad, saludando con amplias sonrisas a Eduardo e Isabel al
pasar junto a ellos.
_De manera que ese es el resultado de “duplicar la tecnología
y dominar la ciencia” para conectar este mundo con la Tierra – observó el
arqueólogo, para quien el artefacto era solo un marco de oro sin otra función
más que la decorativa –. Impresionante. Los seres feéricos lograron dominar la
mecánica cuántica y usarla en su beneficio.
En ese momento apareció desde el aire un matrimonio entre
cuyos componentes se hallaba su descendencia, un hijo que no debía tener más de
seis o siete años. Eran turistas llegados desde algún lugar en el interior del reino,
porque los vieron consultar un mapa e indicar en voz alta la ubicación del
centro de la ciudad, antes de encarar el marco. El marido echó cinco monedas al
cántaro, pronunció algo en voz baja, penetraron en la “puerta” y al cabo de un
instante desaparecieron.
_Vamos a mirarla más de cerca, Eduardo – propuso Isabel,
dando un paso hacia adelante, y sus tacos volvieron a resonar en el suelo – De paso
te doy algo de información acerca de las puertas y te explico el modo correcto
para usarlas. Es algo bastante sencillo.
_Está bien, vayamos allí., accedió el hombre, conservando en
todo momento sus opiniones sobre la mecánica cuántica.
Y cruzaron la calle, caminando a paso normal, deteniéndose
antes de llegar al marco para cederle el paso a otra hada que había hecho su
aparición, cargando un cuarteto de bolsas repletas con productos cereal eros,
uno de los alimentos favoritos delos seres feéricos. La mujer recién llegada
también esbozó una sonrisa ante ellos (su carga no era lo que podría decirse “liviana”),
antes de emprender el vuelo. Ambos paseantes avanzaron otros pocos pasos y
hubieron de situarse frente a la puerta espacial, mirando a través de ella. A
simple vista, insistían, no tenía nada de llamativo, de no ser por el material
usado en su diseño, el cántaro de vidrio con las monedas, a la izquierda, y el
hada guardiana, a la derecha.
Era una falta compensada con la más que importante función
de esta y las otras puertas.
La idea que parecía imposible, posterior al Primer
Encuentro, había surgido en la imaginación colectiva y la mente de las hadas
que gobernaban en sus respectivos países hacía milenios, como una respuesta,
una de las posibles, a la demanda de la población sobre la cobertura de largas
distancias en tiempo corto. Habían insistido con particularidad en ello los
transportistas que debían hacer viajes largos o muy largos tanto por tierra
como por agua llevando cargas preciosas y/o peligrosas, alimentos, sobre todo
los perecederos, y cualquier artículo o bien de consumo masivo – quedaban lejos
los puertos de aguas profundas y muelles locales, o bien no era suficiente su
cantidad por esos días – y hadas y otros seres elementales que, por la razón o
razones que fuere, viajando por aire o por tierra, requerían de estar con
prontitud en otro lugar. Aun volando
velozmente, las distancias eran considerables. Aunque las postas de
relevo fueran suficientes (allí hacían el cambio de un animal por otro,
generalmente caballos), eso no evitaba que las cargas peligrosas dejaran de
serlo, que los alimentos perecederos se conservaran por más tiempo ni lograba que
un viajero, por tierra sobre todo, pudiera llegar a tiempo o antes de este a su
destino. Para ese momento, cuando los responsables máximos de cada uno de los
países, sesenta y cuatro por esos días, y organismos internacionales acordaron
que debía hacerse algo duradero y permanente al respecto, las hadas, todas, ya
estaban al corriente de la alteración natural en el espacio y el tiempo, que
posibilitaba la conexión entre su planeta y otro cuerpo celeste muy parecido al
suyo a miles y miles de años luz de distancia. Los líderes mundiales feéricos
empezaron a preguntarse si existiría una posibilidad de encauzar o canalizar
esa energía producto de la anomalía, cuántos recursos y cuánto tiempo insumiría
tal hazaña, como harían para moldearla y mantenerla estable y,
fundamentalmente, si dicha anomalía resultaría útil “fronteras adentro de su
mundo”. “¿Qué va a pasar una vez que esté en funcionamiento?” – fue uno de los
tantos planteos que hicieron las hadas –, “¿Qué cosa va a pasar si se llegara a
salir de nuestro control?”, “¿Qué le va a pasar a quienes vayan a viajar
atravesando esta anomalía?”. Los líderes mundiales decidieron que las
contestaciones a esas y otras preguntas que pudieran surgir podrían ser
encontradas a medida que el tiempo avanzara, a medida que los esfuerzos por
canalizar y moldear esta anomalía tuvieran algún progreso… si esto ocurría.
… y lo hicieron – ¡lo consiguieron! –, aunque fue necesario
que transcurrieran dos décadas, cuatro años siete meses y un día, ese fue el tiempo
exacto, antes de que los seres feéricos lograran su propósito. Habiendo recurrido
a todos y cada uno de sus conocimientos en ciencias físicas, geológicas y
matemáticas, astronómicas, geografía, varias disciplinas de la ingeniería,
fisiología, ciencias de la atmósfera y sus propias cualidades especiales, entre
estas las artes mágicas, y siguiendo la clásica técnica del ensayo y error, lograron
encauzar la energía una vez que de producirse hubo una de las anomalías,
contenerla y mantenerla estable en un recipiente muy resistente: un marco
rectangular fabricado íntegramente con oro. Desafortunadamente, como muy pronto
descubrieron, tuvieron desde el inicio muy poco tiempo para actuar, porque la
anomalía se producía cada medio siglo y disponían, cuando ello ocurría, de
insignificantes cinco segundos para tomar la energía, que les servía para crear
no más de tres o cuatro puertas – desde aquella vez a la fecha, el promedio
había sido de cuatro cada cincuenta años –. Desde un principio, habían
comprendido las hadas que el recipiente debía ser construido usando un material
inerte, pesado y muy resistente a las temperaturas extremas, para que el uso y
el paso del tiempo no terminaran por afectarlo, al menos no demasiado, y de
dimensiones más grandes, para que cualquier objeto sólido, sin importar su masa
o volumen, y varios seres elementales a la vez lo pudieran usar. De esa manera,
las hadas y muchos otros de sus congéneres del reino elemental empezaron la
producción de contenedores para esa energía que era recolectada, tomándose su
tiempo para no cometer errores: marcos de cinco metros y medio de altura de los
cuales dos punto setenta y cinco (la mitad) estaban bajo la superficie,
oficiando como cimientos y contrapeso, dos metros con veinte centímetros de
ancho, once centímetros de fondo y un peso exacto de ochocientos diez
kilogramos. Los ornamentos muy escasos en los marcos y sus áreas verdes
circundantes, concluyeron las hadas, sería algo decorativo. Las puertas
espaciales se transformaron inmediatamente en algo esencial para la vida cotidiana, aunque
en los primeros tiempos (y hoy continuaba siendo así) eran los transportistas
quienes más recurrían a ellas, para acortar tanto las distancias como el
tiempo. Hoy, en Insulandia había una centena y tres cuartos de esas puertas, y
once de ellas en su ciudad principal: una en la plaza central y las otras diseminadas
por su vasta superficie.
_... Esta es una de ellas – concluyó Isabel, en tanto el
arqueólogo asociaba las puertas espaciales con los agujeros de gusano. Eso
eran, de hecho. Y el hada habló otra vez –. Te doy un ejemplo. Villa Seis y
Punta Quemada son dos caseríos de doscientos sesenta y cuatrocientos cincuenta
y cuatro habitantes, respectivamente, y se encuentran en los extremos norte y
sur de este país. La distancia que hay entre ellos es tanta que el tiempo
promedio que se tarda en unirlos es de once días con diez minutos si es un
viaje por tierra con algún transporte o sobre el lomo de algún animal corredor,
como el caballo, de cuatro días y tres cuartos por agua, con una embarcación
relativamente ligera, y de nueve horas con ocho minutos por aire. Con las
puertas espaciales, viajar de uno a otro caserío no insume más de un minuto de nuestro
tiempo, apenas una ínfima parte, o menos de eso, de lo que se tarda en ir sin
recurrir a las puertas. Para las hadas que las usen solo habrán transcurrido
sesenta segundos, puede que menos, mientras que por fuera de esa deformación no
habría alteración alguna. Continuarían siendo once días o lo que fuere la
distancia entre los dos lugares. Y si, se trata en efecto de agujeros de gusano
– entonces, agregó –. Las ciencias físicas y las matemáticas se hallan
presentes en la mayoría de las cosas que hacemos todos los días, yo diría en un
noventa por ciento del total, y por tanto son partes esenciales de nuestra
vida.
Otras dos hadas aparecieron en ese momento; empleados del
Consejo CEST que llevaban una encomienda para una sala médica cercana.
_Fascinante de verdad. Nunca imaginé que fuera posible crear
algo como esto. Aun para la ciencia ficción era algo complicado – comentó Eduardo,
viendo como un contingente de seis, en paridad de géneros (un grupo de amigos
en la adolescencia) dejaba unas monedas de oro en el cántaro a un costado de la
estructura, en el segundo previo a desaparecer por esta - ¿Cuánto hay que pagar
por viajar de esta manera?.
_Nada, el servicio es gratuito., contestó Isabel.
_ ¿Nada, en serio? – se extrañó Eduardo, con razón e
incredulidad. ¿Cómo podía ser gratis un servicio así de raro, valioso, costoso
e importante – Pero, ¿y todas esas monedas en el cántaro?.
_Colaboraciones netamente voluntarias sin ninguna obligación
de hacerlas – informó la hermana de Cristal – Si las hadas o cualquier otro ser
elemental quiere dejar una o más monedas allí es porque queremos y consideramos
que es lo correcto. Es más, hay gente que deja monedas y no usa las puertas, lo
hacen solo para colaborar. Y todo lo que haya en los cántaros, que se vacían
una vez al día, se destina exclusivamente al mantenimiento de las puertas
espaciales.
Echó al interior una moneda de cinco soles.,
_¿Y cómo se hace para viajar por ellas?., quiso saber
Eduardo.
_Es muy sencillo. Las puertas espaciales tienen una
numeración que en el caso del reino insular va del uno al ciento setenta y
cinco, porque esa es la cantidad que tenemos en el país. Hay que pronunciar, no
importa con que tono de voz, el lugar desde el que vamos a viajar, al que
queremos ir y el nombre del país en que se encuentran las puertas. Y si es un
viaje entre dos países el número de partida junto a la ubicación primero y el
de destino después, respetando la nomenclatura de este último – y preguntó a Eduardo-.
Te gustaría viajar de esa manera, hacemos la prueba?.
_¿Para ir a cuál lugar?.
_No se, al que se te ocurra?.
_Tal vez en otra oportunidad, Isabel. Ya voy a tener tiempo
suficiente para hacer eso, no una sino varias veces. Todas las que quiera – se opuso
– No tengo ni siquiera la menor duda de que es lo que quiero. En este preciso
momento me interesa mucho más conocer este barrio en la compañía de una mujer
por demás hermosa. Definitivamente, eso es algo que cualquiera preferiría.
_Te agradezco mucho ese cumplido., se alegró el hada de aura
lila, con las mejillas enrojecidas.
_No hice otra cosa que decir la verdad, Isabel, porque tu
belleza es inmensa. Más linda que dormir la siesta en verano – insistió el
arqueólogo, y su amiga rió al oír esa comparación. Eduardo extendió hacia el
hada la zurda y llamó –. ¿Continuamos?.
_Continuemos.
Se despidieron del hada guardiana con una reverencia, y
después de un cuarto de hora los dos estuvieron reemprendiendo el viaje,
siguiendo al noroeste por ese camino adoquinado, trayendo a la actualidad las palabras
de Cristal y el comentario que hiciera el arqueólogo sobre las ceremonias y festividades de las hada: los “feriados”
para los seres feéricos.
--- CLAUDIO ---
CONTINÚA
--- CLAUDIO ---
No hay comentarios:
Publicar un comentario