miércoles, 10 de mayo de 2017

1.14) Puertas espaciales

Continuaron caminando, conversando animadamente.

Estaban iluminados por aquellas partes del cielo aun no cubiertas por las nubes, en las que se apreciaban ya las poquísimas estrella, y algunos faroles que alumbraban el frente de las construcciones, creando débiles sombras en el suelo y en las propias paredes. También eran velas de gran tamaño rodeadas por ese extraño vidrio que aumentaba, mínimo, cinco veces su brillo. Amenazados por una lluvia que cada vez estaba más cerca, estaban los dos tan distraídos y entretenidos que con ese par de estados desconocían lo demás, o hacían caso omiso de ello. Se detuvieron recién cuando pasaron otros cinco minutos, allí donde terminaba un barrio y empezaba otro. “Los caminos adoquinados son los límites de la ciudad como un todo y de los barrios como partes del todo”, había informado el hada a su nuevo amigo. Frente a ellos había un área verde circular, de unos catorce metros de radio (veintiocho de diámetro), cuyos bordes o límites eran tablitas de madera empotradas en el suelo, pintadas de rojo y no más altas que un zócalo. Era un espacio público en el que no crecía otra cosa que césped y unas pocas manzanillas aisladas. Sin embargo, no fue eso lo que llamó la atención del arqueólogo, sino lo otro. Le llamaría la atención a cualquiera que no estuviese habituado a ver eso. En el centro geográfico del terreno se erguía imponente un marco dorado – “¡Otra vez oro!, debe de haberlo en abundancia en este planeta”, pensó Eduardo – de dos metros de altura, que se mantenía en pie tan solo porque estaba empotrado en el suelo. Parecía ser algo, pensaba el hombre, que las hadas hubieran empezado a construir allí, y ese marco era una parte del todo. Carecía de cualquier cosa llamativa, a excepción, por supuesto, del material con que estaba fabricado. A través de el únicamente se observaba el césped y lo que estaba más allá del área verde; y a su lado, a la derecha, estaba montando vigilancia una de las hadas guardianas, del ejército insular. Eduardo dedujo que lo era, pensando que su ropa y calzado parecían más bien alguna clase de uniforme, porque estaba completamente inmóvil y porque sostenía en una de sus manos una extraña lanza de madera que tenía un borde puntiagudo y filoso. Al otro lado del marco, a la izquierda, había, como si estuviera soldado (lo estaba, de hecho) un cántaro de un material transparente, probablemente vidrio, que contenía una cantidad algo generosa de monedas de oro, o eso se apreciaba desde la vereda opuesta. Pero, ¿qué representaba ese marco de oro?, ¿era simplemente un objeto decorativo, una construcción recién empezada, algo olvidado allí u otra cosa?.
_Es una puerta espacial, una de las tantas que hay en este país, y una de las once existentes en esta ciudad. Muy útiles para cubrir grandes distancias en cuestión de segundos, como dijo Lili – ilustró el hada de la belleza, contemplando el marco de oro –. Mirá.

El hada dijo la verdad.

En el preciso momento en que sus ojos apuntaron nuevamente al marco de oro, Eduardo vio aparecer a media decena de congéneres de Isabel, toda una cuadrilla de trabajo del Consejo EMARN (Ecología, Medio Ambiente y Recursos Naturales), por la cara frontal del marco. Dos de los recién llegados continuaron el viaje por aire en dirección al norte, perdiéndose entre la maraña de árboles, en tanto que los otros emprendieron la caminata hacia los límites de la ciudad, saludando con amplias sonrisas a Eduardo e Isabel al pasar junto a ellos.
_De manera que ese es el resultado de “duplicar la tecnología y dominar la ciencia” para conectar este mundo con la Tierra – observó el arqueólogo, para quien el artefacto era solo un marco de oro sin otra función más que la decorativa –. Impresionante. Los seres feéricos lograron dominar la mecánica cuántica y usarla en su beneficio.
En ese momento apareció desde el aire un matrimonio entre cuyos componentes se hallaba su descendencia, un hijo que no debía tener más de seis o siete años. Eran turistas llegados desde algún lugar en el interior del reino, porque los vieron consultar un mapa e indicar en voz alta la ubicación del centro de la ciudad, antes de encarar el marco. El marido echó cinco monedas al cántaro, pronunció algo en voz baja, penetraron en la “puerta” y al cabo de un instante desaparecieron.
_Vamos a mirarla más de cerca, Eduardo – propuso Isabel, dando un paso hacia adelante, y sus tacos volvieron a resonar en el suelo – De paso te doy algo de información acerca de las puertas y te explico el modo correcto para usarlas. Es algo bastante sencillo.
_Está bien, vayamos allí., accedió el hombre, conservando en todo momento sus opiniones sobre la mecánica cuántica.
Y cruzaron la calle, caminando a paso normal, deteniéndose antes de llegar al marco para cederle el paso a otra hada que había hecho su aparición, cargando un cuarteto de bolsas repletas con productos cereal eros, uno de los alimentos favoritos delos seres feéricos. La mujer recién llegada también esbozó una sonrisa ante ellos (su carga no era lo que podría decirse “liviana”), antes de emprender el vuelo. Ambos paseantes avanzaron otros pocos pasos y hubieron de situarse frente a la puerta espacial, mirando a través de ella. A simple vista, insistían, no tenía nada de llamativo, de no ser por el material usado en su diseño, el cántaro de vidrio con las monedas, a la izquierda, y el hada guardiana, a la derecha.
Era una falta compensada con la más que importante función de esta y  las otras puertas.
La idea que parecía imposible, posterior al Primer Encuentro, había surgido en la imaginación colectiva y la mente de las hadas que gobernaban en sus respectivos países hacía milenios, como una respuesta, una de las posibles, a la demanda de la población sobre la cobertura de largas distancias en tiempo corto. Habían insistido con particularidad en ello los transportistas que debían hacer viajes largos o muy largos tanto por tierra como por agua llevando cargas preciosas y/o peligrosas, alimentos, sobre todo los perecederos, y cualquier artículo o bien de consumo masivo – quedaban lejos los puertos de aguas profundas y muelles locales, o bien no era suficiente su cantidad por esos días – y hadas y otros seres elementales que, por la razón o razones que fuere, viajando por aire o por tierra, requerían de estar con prontitud en otro lugar. Aun volando  velozmente, las distancias eran considerables. Aunque las postas de relevo fueran suficientes (allí hacían el cambio de un animal por otro, generalmente caballos), eso no evitaba que las cargas peligrosas dejaran de serlo, que los alimentos perecederos se conservaran por más tiempo ni lograba que un viajero, por tierra sobre todo, pudiera llegar a tiempo o antes de este a su destino. Para ese momento, cuando los responsables máximos de cada uno de los países, sesenta y cuatro por esos días, y organismos internacionales acordaron que debía hacerse algo duradero y permanente al respecto, las hadas, todas, ya estaban al corriente de la alteración natural en el espacio y el tiempo, que posibilitaba la conexión entre su planeta y otro cuerpo celeste muy parecido al suyo a miles y miles de años luz de distancia. Los líderes mundiales feéricos empezaron a preguntarse si existiría una posibilidad de encauzar o canalizar esa energía producto de la anomalía, cuántos recursos y cuánto tiempo insumiría tal hazaña, como harían para moldearla y mantenerla estable y, fundamentalmente, si dicha anomalía resultaría útil “fronteras adentro de su mundo”. “¿Qué va a pasar una vez que esté en funcionamiento?” – fue uno de los tantos planteos que hicieron las hadas –, “¿Qué cosa va a pasar si se llegara a salir de nuestro control?”, “¿Qué le va a pasar a quienes vayan a viajar atravesando esta anomalía?”. Los líderes mundiales decidieron que las contestaciones a esas y otras preguntas que pudieran surgir podrían ser encontradas a medida que el tiempo avanzara, a medida que los esfuerzos por canalizar y moldear esta anomalía tuvieran algún progreso… si esto ocurría.
… y lo hicieron – ¡lo consiguieron! –, aunque fue necesario que transcurrieran dos décadas, cuatro años siete meses y un día, ese fue el tiempo exacto, antes de que los seres feéricos lograran su propósito. Habiendo recurrido a todos y cada uno de sus conocimientos en ciencias físicas, geológicas y matemáticas, astronómicas, geografía, varias disciplinas de la ingeniería, fisiología, ciencias de la atmósfera y sus propias cualidades especiales, entre estas las artes mágicas, y siguiendo la clásica técnica del ensayo y error, lograron encauzar la energía una vez que de producirse hubo una de las anomalías, contenerla y mantenerla estable en un recipiente muy resistente: un marco rectangular fabricado íntegramente con oro. Desafortunadamente, como muy pronto descubrieron, tuvieron desde el inicio muy poco tiempo para actuar, porque la anomalía se producía cada medio siglo y disponían, cuando ello ocurría, de insignificantes cinco segundos para tomar la energía, que les servía para crear no más de tres o cuatro puertas – desde aquella vez a la fecha, el promedio había sido de cuatro cada cincuenta años –. Desde un principio, habían comprendido las hadas que el recipiente debía ser construido usando un material inerte, pesado y muy resistente a las temperaturas extremas, para que el uso y el paso del tiempo no terminaran por afectarlo, al menos no demasiado, y de dimensiones más grandes, para que cualquier objeto sólido, sin importar su masa o volumen, y varios seres elementales a la vez lo pudieran usar. De esa manera, las hadas y muchos otros de sus congéneres del reino elemental empezaron la producción de contenedores para esa energía que era recolectada, tomándose su tiempo para no cometer errores: marcos de cinco metros y medio de altura de los cuales dos punto setenta y cinco (la mitad) estaban bajo la superficie, oficiando como cimientos y contrapeso, dos metros con veinte centímetros de ancho, once centímetros de fondo y un peso exacto de ochocientos diez kilogramos. Los ornamentos muy escasos en los marcos y sus áreas verdes circundantes, concluyeron las hadas, sería algo decorativo. Las puertas espaciales se transformaron inmediatamente en  algo esencial para la vida cotidiana, aunque en los primeros tiempos (y hoy continuaba siendo así) eran los transportistas quienes más recurrían a ellas, para acortar tanto las distancias como el tiempo. Hoy, en Insulandia había una centena y tres cuartos de esas puertas, y once de ellas en su ciudad principal: una en la plaza central y las otras diseminadas por su vasta superficie.

_... Esta es una de ellas – concluyó Isabel, en tanto el arqueólogo asociaba las puertas espaciales con los agujeros de gusano. Eso eran, de hecho. Y el hada habló otra vez –. Te doy un ejemplo. Villa Seis y Punta Quemada son dos caseríos de doscientos sesenta y cuatrocientos cincuenta y cuatro habitantes, respectivamente, y se encuentran en los extremos norte y sur de este país. La distancia que hay entre ellos es tanta que el tiempo promedio que se tarda en unirlos es de once días con diez minutos si es un viaje por tierra con algún transporte o sobre el lomo de algún animal corredor, como el caballo, de cuatro días y tres cuartos por agua, con una embarcación relativamente ligera, y de nueve horas con ocho minutos por aire. Con las puertas espaciales, viajar de uno a otro caserío no insume más de un minuto de nuestro tiempo, apenas una ínfima parte, o menos de eso, de lo que se tarda en ir sin recurrir a las puertas. Para las hadas que las usen solo habrán transcurrido sesenta segundos, puede que menos, mientras que por fuera de esa deformación no habría alteración alguna. Continuarían siendo once días o lo que fuere la distancia entre los dos lugares. Y si, se trata en efecto de agujeros de gusano – entonces, agregó –. Las ciencias físicas y las matemáticas se hallan presentes en la mayoría de las cosas que hacemos todos los días, yo diría en un noventa por ciento del total, y por tanto son partes esenciales de nuestra vida.
Otras dos hadas aparecieron en ese momento; empleados del Consejo CEST que llevaban una encomienda para una sala médica cercana.
_Fascinante de verdad. Nunca imaginé que fuera posible crear algo como esto. Aun para la ciencia ficción era algo complicado – comentó Eduardo, viendo como un contingente de seis, en paridad de géneros (un grupo de amigos en la adolescencia) dejaba unas monedas de oro en el cántaro a un costado de la estructura, en el segundo previo a desaparecer por esta - ¿Cuánto hay que pagar por viajar de esta manera?.
_Nada, el servicio es gratuito., contestó Isabel.
_ ¿Nada, en serio? – se extrañó Eduardo, con razón e incredulidad. ¿Cómo podía ser gratis un servicio así de raro, valioso, costoso e importante – Pero, ¿y todas esas monedas en el cántaro?.
_Colaboraciones netamente voluntarias sin ninguna obligación de hacerlas – informó la hermana de Cristal – Si las hadas o cualquier otro ser elemental quiere dejar una o más monedas allí es porque queremos y consideramos que es lo correcto. Es más, hay gente que deja monedas y no usa las puertas, lo hacen solo para colaborar. Y todo lo que haya en los cántaros, que se vacían una vez al día, se destina exclusivamente al mantenimiento de las puertas espaciales.
Echó al interior una moneda de cinco soles.,
_¿Y cómo se hace para viajar por ellas?., quiso saber Eduardo.
_Es muy sencillo. Las puertas espaciales tienen una numeración que en el caso del reino insular va del uno al ciento setenta y cinco, porque esa es la cantidad que tenemos en el país. Hay que pronunciar, no importa con que tono de voz, el lugar desde el que vamos a viajar, al que queremos ir y el nombre del país en que se encuentran las puertas. Y si es un viaje entre dos países el número de partida junto a la ubicación primero y el de destino después, respetando la nomenclatura de este último – y preguntó a Eduardo-. Te gustaría viajar de esa manera, hacemos la prueba?.
_¿Para ir a cuál lugar?.
_No se, al que se te ocurra?.
_Tal vez en otra oportunidad, Isabel. Ya voy a tener tiempo suficiente para hacer eso, no una sino varias veces. Todas las que quiera – se opuso – No tengo ni siquiera la menor duda de que es lo que quiero. En este preciso momento me interesa mucho más conocer este barrio en la compañía de una mujer por demás hermosa. Definitivamente, eso es algo que cualquiera preferiría.
_Te agradezco mucho ese cumplido., se alegró el hada de aura lila, con las mejillas enrojecidas.
_No hice otra cosa que decir la verdad, Isabel, porque tu belleza es inmensa. Más linda que dormir la siesta en verano – insistió el arqueólogo, y su amiga rió al oír esa comparación. Eduardo extendió hacia el hada la zurda y llamó –. ¿Continuamos?.
_Continuemos.


Se despidieron del hada guardiana con una reverencia, y después de un cuarto de hora los dos estuvieron reemprendiendo el viaje, siguiendo al noroeste por ese camino adoquinado, trayendo a la actualidad las palabras de Cristal y el comentario que hiciera el arqueólogo sobre las ceremonias  y festividades de las hada: los “feriados” para los seres feéricos.



CONTINÚA



--- CLAUDIO ---

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