Abdón, el cazador, alzó el gatillo,
apuntó sobre el árbol, hizo fuego,
se escapó de la cápsula un silbido
y un poco de humo se perdió en el viento.
Y cayeron tres pájaros. Piadoso
torció el gañote al que no estaba muerto,
los metió en una red que puso al hombro,
y se dejó llevar por el sendero.
Limpió entonces la cápsula vacía,
se la arrimó a los labios, sopló luego,
y una nota de flauta, tristemente,
se enroscó, como en un nido, en el árbol desierto.
Después, pensaba Abdón: -“¡Qué maravilla!
¿Qué le has dado, gran Dios, a mi instrumento,
que con la tibia caricia me resbala
por la espina dorsal, el sentimiento?”
Cuento infantil de José Sebastián Tallón
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