-La recorrida resultó ser mucho mejor de lo
que había supuesto e imaginado al principio, antes que hubiéramos salido de tu
casa por la mañana – resumió el oriundo de Las Heras, aunque su mente y sus
pensamientos en este momento no estaban centrados en el paseo en si, sino en
parte de aquel. Eduardo estaba pensando, con escaso detenimiento (no hacía
falta mucho), en la numerosa cantidad de árboles, frutales y no frutales, que
rodeaban a este y los otros caminos, principales y secundarios, por los que
habían transitado, que tenían las tonalidades más diversas del color verde y
estaban rebosantes de vida, los más grandes y frondosos con un ecosistema
propio de aves, insectos y pequeños reptiles. Una serie de escenarios poco o
nada típicos en los hábitats de las hadas, de los que tenía conocimiento, que eran
acompañados por el chillido de decenas (¡centenas!) de esas aves sobre y entre
las copas y en el suelo. Algunas ramas muy largas o quebradas y lianas
oficiaban como puentes que conectaban entre si a muchos de esos árboles,
especialmente los más altos. ¡Y eso que era la Ciudad Del Sol, el lugar más
poblado en todo el reino de Insulandia, y no el interior de la isla u otras
partes del archipiélago! –. ¿Vamos a continuar mañana con esta recorrida por el
poblado, Isabel? – su nueva amiga, como era de esperarse, contestó que si,
efectuando el conocido gesto de afirmación con la cabeza. Una llama lila ardió
nuevamente en su pulgar izquierdo. Otro cigarrillo que se encendía y la primera
bocanada que se elevaba, y un atado vacío terminó engrosando el contenido de un
cesto cercano –. ¿Qué queda para conocer en la ciudad capital y en sus
alrededores?. Ya se que todo puede valer la pena, pero, ¡por cuál lugar se te
ocurre que podríamos arrancar mañana, si lo hacemos, con el nuevo recorrido?.
Su amiga le dio otro cigarrillo, ya
encendido.
“Son más suaves que los que conozco”, opinó
Eduardo en silencio.
_Por donde se te ocurra, porque según tus
palabras, y esto es cierto, todo vale la pena. Yo continúo siendo tu guía… tu
hada madrina – contestó Isabel, acompañando sus palabras con un gesto con las
manos –. Podemos ir a cualquier parte, a la que queramos. Tenemos las puertas
espaciales y las bicicletas para acortar el tiempo. En el interior de esta
isla, por ejemplo, hay noventa y cinco invernaderos. Setenta y cinco de ellos
tiene especies autóctonas de los otros países del mundo, unas cien especies en
promedio, que no crecen en ninguna otra parte de este reino, más allá de esos
invernaderos. Son predios de veintidós hectáreas que están letrados, para que
se los pueda usar como puntos de referencia en un mapa, primero va la letra inicial
del continente y después la… matrícula del país. El más cercano a Del Sol está
en dirección al este-noreste, treinta y nueve kilómetros y quinto. Llegar allí
podría demandarnos alrededor de una hora y tercio, si vamos con la bicicleta,
porque estamos hablando de un camino accidentado – un ave corredora pasó a los
pies de y entre ambos, apenas más grande que un kiwi, y sus tres crías detrás
de ella. Y el depredador tras el cuarteto, abriéndose camino a los tumbos.
Compensaba su falta de velocidad con el tamaño –. También podríamos visitar,
aunque en tu caso el verbo correcto sería “conocer”, el almacén de los tesoros,
que es una de las formas en que conocemos y llamamos a l Banco real de Insulandia,
un setenta y cinco por ciento de todos los recursos de los individuos y la
totalidad de las arcas públicas se encuentran en el. Decenas de miles, sino es
que centenas de miles, de minerales, joyas, piedras preciosas y cualquier otro
objeto de valor, además de documentos, papeles importantes y una suma de dinero
que a finales del mes pasado había trepado a ochocientos noventa y un mil
millones de soles en monedas de todas las denominaciones, más otros ciento
setenta y ocho mil doscientos millones en bonos. Mi hermana lo mencionó ayer en
la tarde, ¿te acordás?. Es una estructura piramidal con varias recámaras,
oficinas y kilómetros de corredores, bajo la superficie y sobre ella.
Centenares de arcones, cajones, cántaros y vasijas contienen, como dije, las
siete décimas partes de los ahorros de individuos y la totalidad de las arcas
del Estado insular. Es el lugar donde viven los “espectros”, a quince punto
cuarenta y dos kilómetros al suroeste de Del Sol – aunque mínimo, también lo
sentía ella. El cansancio. El estado fisiológico también era inherente a los
seres feéricos. Ahora estaban cruzando un puente sobre un río poco caudaloso,
en su camino al parque La Bonita, más allá de la ciudad capital. A su regreso usarían
las puertas espaciales; a lo que Eduardo había accedido (cedido) tras una nueva
insistencia del hada de aura lila. El hombre todavía no lo entendía. Sus
conocimientos en ciencias físicas eran más bien bajos –. La fábrica de pociones
y otros insumos mágicos por un lado y la de fuegos artificiales por otro, de
las que mantiene y administra el Estado insular, también son buenas opciones.
Pero se requiere de un permiso especial para conocerlas, de modo que hay que ir
primero a buscar ese permiso a las oficinas de las autoridades de contralor y
aplicación. Como se trata de lugares potencialmente peligrosos están emplazados
en lugares aislados y sus medidas de seguridad e higiene son de las más
estrictas en todo el reino – cada uno ya había separado algunas monedas. El
precio por usar una puerta espacial era inexistente, pero aun así pensaron en
echar a la vasija unos cincuenta soles. Calcularon que al decidir abandonar el
parque La Bonita estarían sumamente exhaustos – Los puertos de ultramar son otras
buenas opciones. También los puentes que saltan sobre los principales cursos de
agua, porque muchos, pienso yo, son artesanías antes que obras de ingeniería;
son en extremo resistentes y muy ornamentados. No podemos tampoco descartar el coliseo
real. Cien soles la entrada. Siempre hay que reservar con antelación, porque
aunque quepan quinientos mil espectadores es difícil encontrar un lugar. Mañana,
por ejemplo, que hay un espectáculo, una representación teatral; ya fueron
vendidas todas las entradas. Los parques reales en que se convirtieron los
lugares fundacionales son opciones tan buenas como las demás. Y por qué no las
aldeas autónomas en las que viven los seres elementales – el reptil que había
estado persiguiendo a las aves corredoras venía de regreso, con el “premio”
entre sus dientes –. En realidad, hay muchos lugares… podemos elegir cualquiera
y ni vos ni yo nos vamos a arrepentir.
Cruzaron otro puente, de quince metros de
largo, y Eduardo dijo:
_Empecemos por el Banco Real. Es algo que siempre
vale la pena. Y Además queda cerca de tu casa. Me parece que el tema de la
distancia va a ser clave en estar recorridas, estas visitas, sobre todo porque
necesito ir conociendo no solo los lugares en si, sino sus alrededores. Y por
eso mejor empezar con algo que esté cerca.
_Eso mismo hubiera contestado yo – coincidió Isabel
–. Pero aún falta para mañana. Ahora, nuestro destino más inmediato es el
parque La Bonita.
_Eso es verdad. ¿Cómo vamos a llegar hasta
allá?, ¿caminando?.
No le importaría hacer a pie esos veintidós kilómetros,
aun con el estado de sus extremidades.
_Volando, supongo – propuso el hada de la
belleza, y al instante aparecieron sus alas –. Ya se que vos no lo podés hacer
pero yo si… es suficiente con que vayas firmemente aferrado a mis manos..
Serían unos pocos minutos de viaje, creo que no más de diez. Nunca más de eso.
Espero que no te resulte incómodo. Mi hermana y yo te llevamos así, o casi, a
mi casa cuando te encontramos. O sino en bicicleta. Podríamos ir a la vivienda
de aquella hada y pedirle que nos la devuelta. Se donde es, también en Barraca
Sola.
_O en una carreta., aventuró Eduardo.
_Si, esa es otra posibilidad… ¡que bien, un
transporte!., exclamó con alegría, haciendo señas con ambas manos en lo alto.
Nada de volar y nada de caminar.
Continúa...
--- CLAUDIO ---
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