sábado, 1 de julio de 2017

2.11) El viaje en la carreta

Podían recuperar la bicicleta en otro momento.

Su salvación había aparecido con aquella carreta para el traslado de mercancías (esta llevaba no menos de cincuenta cajas con productos cerealeros) que se acercaba por el mismo camino que ellos, y en idéntica dirección. Eduardo e Isabel se sintieron entonces aliviados.
_Hola, ¿cómo están? – los saludó el conductor, tirando de las riendas para frenar a los caballos. Tenía aura naranja y, por su aspecto físico, no era mayor que los paseantes –. ¿Necesitan que los lleve a alguna parte?.
_Si, por favor – quiso su congénere con un gesto de agradecimiento acentuado en la cara, adelantándose al oriundo de Las Heras y concluyendo que este transportista les podría ahorrar ese tiempo de viaje a pie de alrededor de una hora –. ¿Podrías llevarnos, o acercarnos, al parque La Bonita?.
_Los puedo acercar – accedió gustosa y voluntariamente el conductor de la carreta, que tenía dos asientos delante del sector para cargas. El del conductor era de una plaza y el otro de dos – Estoy yendo al muelle local y tomo un empalme cerca del parque, a un kilómetro de el – y agregó, dirigiéndose a ambos solicitantes –. Hay una embarcación que sale en poco más de dos horas, y quisieron agregar a último momento estas mercancías.
Con un movimiento de a cabeza señaló las cajas apiladas con un perfecto orden, que contenían maíz, centeno y trigo.
_¿Y cuánto cuesta el viaje hasta ese empalme?., le preguntó Eduardo, revolviendo sus bolsillos en busca de monedas.
_Nada – contestó el conductor, usando sus habilidades para dejar el asiento de atrás en mejores condiciones. Tenía cabello corto, un aspecto físico parecido al del originario de Las Heras, usaba bigote (algo que por primera vez Eduardo estaba viendo en un hombre de la raza feérica) y vestía ropa informal. En tanto hablaban los caballos se alimentaban con el césped a un lado del camino –. El transporte terrestre para pasajeros es gratis en la sociedad de las hadas, no importa el motivo del viaje. Además, Isabel me está… pero suban, ¿qué esperan?... me está haciendo un favor, y pienso que esta podría ser una manera de devolvérselo.
Los paseantes treparon al asiento trasero de la carreta.
_Está progresando., aseguró el hada de la belleza.
_¿Qué pasa?., quiso saber Eduardo.
El conductor retomó el viaje. Tiró de las riendas y los caballos volvieron a galopar.
_Le pedí a Isabel que me diera una mano con… bueno, a mi me gusta mucho una de sus amigas, y pensé que podría ayudarme ene se aspecto – contestó, dando otro tirón. El par de equinos aceleró el paso y el ruido de los cascos al golpear el suelo hubo de hacerse más evidente. Eran dos machos en cuyos arneses estaba la leyenda “Consejo de Transportes, C-T –. Es una mujer verdaderamente linda, tiene aura violeta y…
_¿Violeta?. Isabel y yo nos cruzamos con un hada con esa aura más temprano, en el Cementerio – recordó Eduardo, apoyando las manos en el asiento y el respaldo. Eran de una madera muy fina y estaban unidos y asegurados con soportes metálicos –. Quién la podría olvidar?. Yo no, al menos. Fue la primera vez que vi, desde que recuperé el conocimiento ayer por la tarde, a un individuo de la especie feérica con una expresión de tristeza en la cara.
_Es ella – confirmó el conductor, asiendo las riendas para reducir un poco la velocidad. Los caballos “treparon” a otro puente y este no parecía lo que se dice confiable. “Llamar al Consejo IO”, pensó el conductor – Estábamos compartiendo una mesa ayer a la mañana, en el bar de Barraca Sola, cuando llegaron para avisarle que había fallecido el padre. Complicaciones respiratorias, dijeron los médicos. Nos separamos por cuestiones de trabajo. A propósito, mi nombre es Keiléa. Director de la Junta Real de Caminos del Consejo de Transportes.
El puente quedó atrás y los caballos volvieron a acelerar el paso.
_Hola, Keiléa – volvió a saludar el originario de Las Heras, reparando en la división de responsabilidades en la función pública. En ese sentido, concluyó, los gobiernos en ambas sociedades, la feérica y la humana, eran iguales… en la teoría, al menos. Tal vez no fueran tan distintas, después de todo –. Los máximos organismos políticos tienen divisiones y dependencias.
_Cada uno de los Consejos. El de Transportes, por lo pronto, tiene diecinueves, y diez de estas tienen las suyas propias. La Junta Real de Caminos es una de las que no – informó Keiléa –. Se ocupa de la construcción, ampliaciones, mantenimiento y reformas en las rutas reales, no importa en que parte del país se encuentren. Es un trabajo de tiempo completo, y lo bastante importante como para tener muchas veces que trabajar en equipo con las otras dependencias, por no decir con todas, e incluso con los otros Consejos. Infraestructura y Obras, por ejemplo. Ese y el de Transportes trabajan en conjunto en los caminos. Son… nuestro sistema nervioso, si se quiere. Hablo del reino. Dependemos de ellos a una escala inimaginable. Es sin dudas un trabajo duro y arduo, porque el transporte es siempre muy activo. Miren.

Eduardo e Isabel torcieron la cabeza hacia la derecha.
Hacia esa dirección señaló Keiléa con los ojos. Había un predio de grandes dimensiones, ciento diez metros por ciento diez, un cartel así lo indicaba, en el que predominaba el color verde por el momento, con piedritas y algunas motas de tierra. Allí se encontraba un grupo de obreros de la construcción dedicando el tiempo y sus esfuerzos a un par de actividades igual de importantes. Cinco de los operarios estaban ocupados con el emplazamiento de los cimientos para las futuras estructuras, que ascendían a dos, y como tantas otras más habrían de estar entremezcladas con hileras de árboles y franjas de césped. La otra actividad era la remoción de escombros y el recupero de los daños y destrozos que ocasionara la tormenta cesada durante la madrugada, algo de lo que se ocupaba otro trío de operarios, que, como el quinteto colega, trabajaba para el Consejo de Infraestructura y Obras. Allí no había una sola maquinaria – tractores, palas mecánicas, mezcladoras, aplanadoras… – y, como bien pudo apreciar el oriundo de Las Heras, en las obras, en estas dos y cualquiera otra no había nada de eso. Las hadas debían de recurrir a otros elementos que el desconocía para esas tareas, además de con las cualidades mágicas, y, por supuesto, recurriendo a picos, palas, mazos u otras herramientas no más sofisticadas que esas. “A la antigua”, concluyó Eduardo. Isabel y su congénere le explicaron que en ese predio de superficie cuadrada habría de estar funcionando, en aproximadamente un mes o uno y medio, un nuevo empalme, que entrecruzaría a media decena de rutas entre locales, regionales y reales, las cuales se estaban ampliando para cubrir una mayor cantidad de terreno.

Más adelante, a unos ocho mil quinientos metros de la Ciudad Del Sol, Keiléa volvió a señalar un punto, esta vez a Eduardo.
_Allí hay otro ejemplo.
Una construcción inmensa.
Era más grande aún que todos aquellos árboles que estaban a sus alrededores, e incluso más grande que todas las estructuras que había en varios kilómetros a la redonda, entre ellas el Castillo Real y la fabulosa torre que le daba su nombre al barrio El Mirador, en Del Sol. El conductor señaló una estructura cilíndrica de trescientos diez metros de altura por setenta y siete punto cinco de diámetro, y con tales dimensiones se ubicaba como la tercera más grande del país, la sexta del continente y la decimonovena a nivel mundial. Sus paredes tan gruesas eran un indicativo de que había sido específicamente ideada para sobrevivir al tiempo y a los daños, ya que su función principal, cuando no la única, era actuar como refugio ante las inclemencias y desastres naturales. Una escalera metálica de caracol, con unos cuantos refuerzos de concreto, conectaba su cincuentena de niveles, cada uno de estos de seis metros de altura (incluida la planta baja) y la plataforma de observación. El nivel inferior era una sala enorme repleta de mesas y sillas, siendo con ello un comedor comunitario, la cuarentena de niveles que le seguían eran dormitorios, y tenían la capacidad conjunta para veintiocho centenas de personas – refugiados – y los últimos ocho niveles eran enormes almacenes de suministros que contenían una ración permanente de medicamentos, alimento no perecedero, unos pocos insumos indispensables para el trabajo allí en caso de necesidad y los elementos que a diario usaban los centinelas (cuatro hadas guardianas por turno, cada uno de estos de ocho horas), en tanto que el último nivel era un área exclusiva para esos guardias y el personal. La colosal estructura estaba construida con bloques enormes de piedra y ladrillos que daban un ancho a las paredes y pisos-techos de sesenta centímetros, lo suficiente como para resistir con mínimos daños o ninguno al tiempo y las inclemencias – en otros y pasados tiempos también había tenido que resistir las acciones de ejércitos enemigos –, y reforzada con cantidades considerables de acero, argamasa, concreto e incluso hormigón. Era tan grande y resistente que justificaba ese nombre que se le había dado desde el principio: “Centinela de Piedra”. Fuera de su función principal, esta torre cumplía, como todas las otras y las atalayas, tareas de prevención y vigilancia ante cualquier  tipo de imprevistos, como accidentes laborales. La plataforma de observación, de diez metros de alto, estaba en el extremo superior y en ella se hallaban los puestos de trabajo, encomendados estos al cuarteto de hadas guardianas, que eran relevadas cada cuatrocientos ochenta minutos. Catalejos y binoculares montados sobre bípodes móviles y giratorios en forma romboide, de manera que cada uno pudiera abarcar un ángulo de noventa grados. Un tercer equipo era el altavoz, rudimentario pero muy efectivo, cuyo alcance /sonido podía reducirse o aumentarse con su propio mecanismo, dependiendo de que tan lejos o cerca se quisiera transmitir una orden o cualquier mensaje.
_Ese altavoz es uno de nuestros prodigios tecnológicos actuales, de los más importantes en los últimos cincuenta años, como mínimo – dijo Isabel, cuando la carreta ya había dejado atrás el “Centinela de Piedra” –. Es lo más cerca que estamos de esa clase de tecnología que tienen los seres humanos. La posibilidad de amplificar nuestras voces sin recurrir a las armes mágicas ni a nuestras habilidades es algo relativamente nuevo en la sociedad feérica.
_El Centinela de Piedra es el primer lugar en el planeta en que se aplicó es anueva tecnología, que de hecho es de producción insular – añadió Keiléa, pensando en redondear la conversación, pues faltaba poco para que tuvieran que separarse –. Si esa torre no se usara como refugio podrían vivir en ella no menos de cuarenta familias, cada una ocupando uno de los niveles-dormitorio – conjeturó, dirigiéndose más a Eduardo que a Isabel, porque el hada de aura lila ya conocía ese cálculo – Como ya te habrás dado cuenta, nuestras casas llegado un punto podrían no ser tan espaciosas, pero así y todo resultan confortables. Yo mismo presenté a los consejeros ayer por la tarde un proyecto a ese respecto.
_¿Y qué contestaron?., quiso saber Eduardo, que estaba buscando similitudes entre el Centinela de Piedra y los castillos medievales europeos.
_Que lo van a debatir en Julio o Agosto, porque tienen otras cosas a las que dedicarles el tiempo, el presupuesto y las energías, porque son más importantes. Y creo que están en lo cierto – reconoció el conductor, que ya estaba divisando el empalme – Están hablando de construir nuevos centros de reciclaje, muelles locales y fábricas de alimentos, por ejemplo, y de ampliar la red insular de caminos. Y como no tenemos, puntualmente en Insulandia, un déficit habitacional, en calidad ni en cantidad, mi proyecto puede esperar. Las hadas sabemos que la palabra y las promesas de nuestros funcionarios políticos son señales muy evidentes de tranquilidad, porque siempre cumplen en tiempo y forma con lo que hayan dicho o prometido. Esa es una de las razones por las que formamos una sociedad tan sofisticada.
_Ya me di cuenta – apreció Eduardo –. Especialmente, en los mercados centrales. La gente parece estar viviendo sin excepciones en un paraíso en el que no les falta nada.
_No parecen estar. Lo están. Y es lo mismo en todo el mundo. Hay trabajo, vivienda y alimento para todo el mundo, y esos son tres de los pilares que mantienen nuestra calidad de vida en lo más alto – indicó Keiléa, que trató de cerrar la conversación, y unos pocos pasos más adelante tiró de las riendas. Los caballos detuvieron su marcha –. Este es el empalme – allí nacía un sendero de tierra que se internaba en una espesura. A la distancia no se veía más que troncos y formas verdosas. Ambos paseantes descendieron de la carreta –. Isabel, ¿puedo seguir contando con tu ayuda?.
_Dalo por hecho., se comprometió la hermana de Cristal.
_¡Que bien! – celebró el conductor de la carreta. Keiléa enfiló hacia el camino de la derecha, que aparte de perderse en la espesura parecía serpentear llegado un punto en la distancia –. Acá es donde nos separamos. La Bonita no está muy lejos de este empalme, de hecho van a poder ver la superficie lacustre con solo caminar unos cien metros. ¡Diviértanse!., deseó a ambos, y tiró otra vez de las riendas.
Los caballos volvieron a galopar y Keiléa retomó el viaje.

_... y su morada eterna se encuentra en las recámaras y corredores que forman el Banco real de Insulandia. En ese lugar fue donde quedó el último y único vestigio de sus organismos y su existencia – concluyó el hada de la belleza minutos más tarde, cuando hiciera una breve referencia a las Almas Solitarias. Así se conocía a otra de las razas que formaban el reino elemental, a la menos numerosa de todas ellas, a los “espectros”, y el nombre remitía a las almas capaces de sobrevivir al paso del tiempo sin ocupar ningún cuerpo físico, un cuerpo biológico, lo que las convertía en “inmortales”. Eduardo e Isabel se hallaban a poca distancia del lago La Bonita y su espacio verde adyacente igual de inmenso , con las miles de estrellas y la Luna ocupando su lugar en el cielo –. Los menos numerosos entre los seres elementales, hay únicamente diecinueve en todo el planeta, y tres de ellos viven en nuestro país. Habitan, para usar la palabra correcta. Un alma solitaria es el producto de un accidente catastrófico que condujo irremediable e inevitablemente a un hechizo fallido.  Las tres que viven en el territorio insular terminaron habitando por casualidad el Banco Real. Ese lugar es su hogar eterno. Y hablando de eso, vos vas a necesitar una caja en el. Las hadas llamamos así al compartimiento donde almacenamos nuestros ahorros, valores, tesoros y documentos importantes. No es un trámite complejo y los del banco van a estar allí para darte una mano. Necesitás un piso de seis mil soles o tres veces esa cantidad en joyas u otros tesoros. En eso vas a contar con mi ayuda, porque voy a regalarte un…
_No, por favor. No quiero ni deseo nada de eso – se negó (volvió a hacerlo) el originario de Las Heras, cuando estuvieron a menos de un quinto de kilómetro de su punto de destino. Eduardo, por supuesto, no dejaba de manifestar una sorpresa acentuada en sus reacciones ante lo que veía. La vegetación en este sector era más densa y cuantiosa (menos espacio entre los troncos y copas más frondosas) que en los lugares que ayer y hoy había conocido. Pero eso no era todo… ¡sirenas!. Eran dos, por lo menos, y aun a la distancia las pudo apreciar dar esos asombrosos saltos de, le parecieron, quince metros, antes de caer nuevamente al agua y sumergirse en ella. Una de las dos, también vio, llevaba la “cena” sujeta con las dos manos. Observaba en el espacio verde un trío de banquitos de madera ubicados con una disposición triangular, con la que rodeaban a una mesa ratona –. No vayas a hacer una cosa así, Isabel. Yo quiero ser capaz de ganarme con el sudor de la frente cualquier cosa que pueda necesitar, en este caso los medios para tener una caja en el banco – detuvo su avance y el hada lo imitó – Además, creo que con el calzado y la ropa de ayer, sin contar las monedas, ya tuve obsequios suficientes. No puedo pedir otra cosa. Y encima están las atenciones que tuvieron para con migo durante los últimos cincuenta y un días, casi cincuenta y dos, desde que me encontraron en aquella cabaña. Y en tu caso me abriste las puertas de tu casa. Como dije antes, con eso es suficiente. Lo demás va a correr por mi cuenta.
_Como te parezca – accedió el hada de la belleza, decidiéndose… ¡basta ya de las botas cortas!. Iba a caminar con los pies descalzos hasta el trío de banquitos de madera. Se quitó también las medias y las puso dentro de las botas –. Simplemente fue una idea. Hay tesoros, piedras preciosas y reliquias en abundancia por todas partes en el mundo. Tanto que existe el mito, y existe desde que registramos nuestra historia por escrito, de que se puede levantar una piedra y encontrar debajo una pepita. De todas maneras, Eduardo, te voy a obsequiar algo el día de tu cumpleaños – aprovechando el parate, fue hasta el rosal de flores amarillas y cortó un trío de rosas. Independientemente de los invernaderos y viveros que estaban regados por el reino y del mercado central de las flores, los arbustos y plantas florales crecían aquí y allá en el país. Debían de ser millones, ya que las hadas tenían numerosas aplicaciones para cada uno de los componentes de las flores. El néctar, como alimento y nutriente, era uno de los principales, cuando no el principal – Ahora, si podemos retomar por un instante lo de la salida que pensamos para mañana… ¿qué?, ¿qué es lo que pasa, Eduardo?.
_¿Podrías hacer desaparecer tus alas?.
Porque la hermana de Cristal había estado durante la mayor parte del día, desde que despertara bien temprano por la mañana, con las alas expuestas.
_Si, claro que puedo – contestó el hada, con una cuota de curiosidad –. Pero, ¿por qué?, ¿o para qué?.
_Solo hacelo, por favor – insistió el hombre, convencido de su pedido –. ¿Para qué vas a caminar hasta esos banquitos, no importa lo reducida que sea la distancia que nos separa de ellos, cuando yo te puedo llevar, cargándote en mis brazos?.
_¿Estás seguro de esto?.
_No lo diría si no quisiera hacerlo.
Isabel hizo caso.
Sus delicadas y casi transparentes alas desaparecieron en cuestión de segundos, menos de cinco si su cálculo había sido acertado, y muy pronto estuvo en los brazos del oriundo de Las Heras, con el calzado y su equipaje encima del vientre, y desplazando los brazos alrededor del cuello de Eduardo. Estaba cómoda, desde luego.
No faltaba mucho para que avanzaran un paso más allá de la amistad.
Ambos lo sabían.
Y lo darían.
_Es cierto, mucho mejor que caminar – reconoció Isabel, a la vez que Eduardo retomaba la marcha –. Te agradezco por este gesto – le agradeció –. Pero, ¿no sería un abuso de mi parte?. Está de por medio el hecho de haber permanecido durante doce horas en movimiento, prácticamente sin detenernos ni descansar, y con una ingesta mínima de alimentos y bebidas. También vos debés estar agotado.
Habiendo terminado con el néctar de las flores amarillas, transformó a dos de ellas en el polvillo usado como fertilizante, que al instante esparció en la tierra a la derecha del camino, y a la restante en un adorno para su cabello sujeto a la oreja izquierda.
_¡¿Teniendo semejante belleza en mis brazos?!. Que me importa si estoy muy cansado o medio muerto., argumentó el arqueólogo.

Un piropo así había provocado que las mejillas de la dama pasaran del rosa muy claro al rojo muy oscuro casi al instante.


Continúa...



--- CLAUDIO ---

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