Podían recuperar la bicicleta en otro
momento.
Su salvación había aparecido con aquella
carreta para el traslado de mercancías (esta llevaba no menos de cincuenta
cajas con productos cerealeros) que se acercaba por el mismo camino que ellos,
y en idéntica dirección. Eduardo e Isabel se sintieron entonces aliviados.
_Hola, ¿cómo están? – los saludó el
conductor, tirando de las riendas para frenar a los caballos. Tenía aura
naranja y, por su aspecto físico, no era mayor que los paseantes –. ¿Necesitan
que los lleve a alguna parte?.
_Si, por favor – quiso su congénere con un
gesto de agradecimiento acentuado en la cara, adelantándose al oriundo de Las
Heras y concluyendo que este transportista les podría ahorrar ese tiempo de
viaje a pie de alrededor de una hora –. ¿Podrías llevarnos, o acercarnos, al
parque La Bonita?.
_Los puedo acercar – accedió gustosa y
voluntariamente el conductor de la carreta, que tenía dos asientos delante del
sector para cargas. El del conductor era de una plaza y el otro de dos – Estoy
yendo al muelle local y tomo un empalme cerca del parque, a un kilómetro de el
– y agregó, dirigiéndose a ambos solicitantes –. Hay una embarcación que sale
en poco más de dos horas, y quisieron agregar a último momento estas
mercancías.
Con un movimiento de a cabeza señaló las
cajas apiladas con un perfecto orden, que contenían maíz, centeno y trigo.
_¿Y cuánto cuesta el viaje hasta ese
empalme?., le preguntó Eduardo, revolviendo sus bolsillos en busca de monedas.
_Nada – contestó el conductor, usando sus
habilidades para dejar el asiento de atrás en mejores condiciones. Tenía
cabello corto, un aspecto físico parecido al del originario de Las Heras, usaba
bigote (algo que por primera vez Eduardo estaba viendo en un hombre de la raza
feérica) y vestía ropa informal. En tanto hablaban los caballos se alimentaban
con el césped a un lado del camino –. El transporte terrestre para pasajeros es
gratis en la sociedad de las hadas, no importa el motivo del viaje. Además,
Isabel me está… pero suban, ¿qué esperan?... me está haciendo un favor, y
pienso que esta podría ser una manera de devolvérselo.
Los paseantes treparon al asiento trasero de
la carreta.
_Está progresando., aseguró el hada de la
belleza.
_¿Qué pasa?., quiso saber Eduardo.
El conductor retomó el viaje. Tiró de las
riendas y los caballos volvieron a galopar.
_Le pedí a Isabel que me diera una mano con…
bueno, a mi me gusta mucho una de sus amigas, y pensé que podría ayudarme ene
se aspecto – contestó, dando otro tirón. El par de equinos aceleró el paso y el
ruido de los cascos al golpear el suelo hubo de hacerse más evidente. Eran dos
machos en cuyos arneses estaba la leyenda “Consejo de Transportes, C-T –. Es
una mujer verdaderamente linda, tiene aura violeta y…
_¿Violeta?. Isabel y yo nos cruzamos con un
hada con esa aura más temprano, en el Cementerio – recordó Eduardo, apoyando
las manos en el asiento y el respaldo. Eran de una madera muy fina y estaban
unidos y asegurados con soportes metálicos –. Quién la podría olvidar?. Yo no,
al menos. Fue la primera vez que vi, desde que recuperé el conocimiento ayer
por la tarde, a un individuo de la especie feérica con una expresión de
tristeza en la cara.
_Es ella – confirmó el conductor, asiendo las
riendas para reducir un poco la velocidad. Los caballos “treparon” a otro
puente y este no parecía lo que se dice confiable. “Llamar al Consejo IO”,
pensó el conductor – Estábamos compartiendo una mesa ayer a la mañana, en el
bar de Barraca Sola, cuando llegaron para avisarle que había fallecido el
padre. Complicaciones respiratorias, dijeron los médicos. Nos separamos por
cuestiones de trabajo. A propósito, mi nombre es Keiléa. Director de la Junta
Real de Caminos del Consejo de Transportes.
El puente quedó atrás y los caballos
volvieron a acelerar el paso.
_Hola, Keiléa – volvió a saludar el
originario de Las Heras, reparando en la división de responsabilidades en la
función pública. En ese sentido, concluyó, los gobiernos en ambas sociedades,
la feérica y la humana, eran iguales… en la teoría, al menos. Tal vez no fueran
tan distintas, después de todo –. Los máximos organismos políticos tienen
divisiones y dependencias.
_Cada uno de los Consejos. El de Transportes,
por lo pronto, tiene diecinueves, y diez de estas tienen las suyas propias. La
Junta Real de Caminos es una de las que no – informó Keiléa –. Se ocupa de la
construcción, ampliaciones, mantenimiento y reformas en las rutas reales, no
importa en que parte del país se encuentren. Es un trabajo de tiempo completo,
y lo bastante importante como para tener muchas veces que trabajar en equipo
con las otras dependencias, por no decir con todas, e incluso con los otros
Consejos. Infraestructura y Obras, por ejemplo. Ese y el de Transportes
trabajan en conjunto en los caminos. Son… nuestro sistema nervioso, si se
quiere. Hablo del reino. Dependemos de ellos a una escala inimaginable. Es sin
dudas un trabajo duro y arduo, porque el transporte es siempre muy activo.
Miren.
Eduardo e Isabel torcieron la cabeza hacia la
derecha.
Hacia esa dirección señaló Keiléa con los
ojos. Había un predio de grandes dimensiones, ciento diez metros por ciento
diez, un cartel así lo indicaba, en el que predominaba el color verde por el
momento, con piedritas y algunas motas de tierra. Allí se encontraba un grupo
de obreros de la construcción dedicando el tiempo y sus esfuerzos a un par de
actividades igual de importantes. Cinco de los operarios estaban ocupados con
el emplazamiento de los cimientos para las futuras estructuras, que ascendían a
dos, y como tantas otras más habrían de estar entremezcladas con hileras de
árboles y franjas de césped. La otra actividad era la remoción de escombros y
el recupero de los daños y destrozos que ocasionara la tormenta cesada durante
la madrugada, algo de lo que se ocupaba otro trío de operarios, que, como el
quinteto colega, trabajaba para el Consejo de Infraestructura y Obras. Allí no
había una sola maquinaria – tractores, palas mecánicas, mezcladoras,
aplanadoras… – y, como bien pudo apreciar el oriundo de Las Heras, en las
obras, en estas dos y cualquiera otra no había nada de eso. Las hadas debían de
recurrir a otros elementos que el desconocía para esas tareas, además de con
las cualidades mágicas, y, por supuesto, recurriendo a picos, palas, mazos u
otras herramientas no más sofisticadas que esas. “A la antigua”, concluyó
Eduardo. Isabel y su congénere le explicaron que en ese predio de superficie
cuadrada habría de estar funcionando, en aproximadamente un mes o uno y medio,
un nuevo empalme, que entrecruzaría a media decena de rutas entre locales,
regionales y reales, las cuales se estaban ampliando para cubrir una mayor
cantidad de terreno.
Más adelante, a unos ocho mil quinientos
metros de la Ciudad Del Sol, Keiléa volvió a señalar un punto, esta vez a
Eduardo.
_Allí hay otro ejemplo.
Una construcción inmensa.
Era más grande aún que todos aquellos árboles
que estaban a sus alrededores, e incluso más grande que todas las estructuras
que había en varios kilómetros a la redonda, entre ellas el Castillo Real y la
fabulosa torre que le daba su nombre al barrio El Mirador, en Del Sol. El conductor
señaló una estructura cilíndrica de trescientos diez metros de altura por
setenta y siete punto cinco de diámetro, y con tales dimensiones se ubicaba
como la tercera más grande del país, la sexta del continente y la decimonovena
a nivel mundial. Sus paredes tan gruesas eran un indicativo de que había sido
específicamente ideada para sobrevivir al tiempo y a los daños, ya que su
función principal, cuando no la única, era actuar como refugio ante las
inclemencias y desastres naturales. Una escalera metálica de caracol, con unos
cuantos refuerzos de concreto, conectaba su cincuentena de niveles, cada uno de
estos de seis metros de altura (incluida la planta baja) y la plataforma de
observación. El nivel inferior era una sala enorme repleta de mesas y sillas,
siendo con ello un comedor comunitario, la cuarentena de niveles que le seguían
eran dormitorios, y tenían la capacidad conjunta para veintiocho centenas de
personas – refugiados – y los últimos ocho niveles eran enormes almacenes de
suministros que contenían una ración permanente de medicamentos, alimento no
perecedero, unos pocos insumos indispensables para el trabajo allí en caso de
necesidad y los elementos que a diario usaban los centinelas (cuatro hadas
guardianas por turno, cada uno de estos de ocho horas), en tanto que el último
nivel era un área exclusiva para esos guardias y el personal. La colosal
estructura estaba construida con bloques enormes de piedra y ladrillos que
daban un ancho a las paredes y pisos-techos de sesenta centímetros, lo suficiente
como para resistir con mínimos daños o ninguno al tiempo y las inclemencias –
en otros y pasados tiempos también había tenido que resistir las acciones de
ejércitos enemigos –, y reforzada con cantidades considerables de acero,
argamasa, concreto e incluso hormigón. Era tan grande y resistente que
justificaba ese nombre que se le había dado desde el principio: “Centinela de
Piedra”. Fuera de su función principal, esta torre cumplía, como todas las
otras y las atalayas, tareas de prevención y vigilancia ante cualquier tipo de imprevistos, como accidentes
laborales. La plataforma de observación, de diez metros de alto, estaba en el
extremo superior y en ella se hallaban los puestos de trabajo, encomendados
estos al cuarteto de hadas guardianas, que eran relevadas cada cuatrocientos
ochenta minutos. Catalejos y binoculares montados sobre bípodes móviles y
giratorios en forma romboide, de manera que cada uno pudiera abarcar un ángulo
de noventa grados. Un tercer equipo era el altavoz, rudimentario pero muy
efectivo, cuyo alcance /sonido podía reducirse o aumentarse con su propio
mecanismo, dependiendo de que tan lejos o cerca se quisiera transmitir una
orden o cualquier mensaje.
_Ese altavoz es uno de nuestros prodigios
tecnológicos actuales, de los más importantes en los últimos cincuenta años,
como mínimo – dijo Isabel, cuando la carreta ya había dejado atrás el
“Centinela de Piedra” –. Es lo más cerca que estamos de esa clase de tecnología
que tienen los seres humanos. La posibilidad de amplificar nuestras voces sin
recurrir a las armes mágicas ni a nuestras habilidades es algo relativamente
nuevo en la sociedad feérica.
_El Centinela de Piedra es el primer lugar en
el planeta en que se aplicó es anueva tecnología, que de hecho es de producción
insular – añadió Keiléa, pensando en redondear la conversación, pues faltaba
poco para que tuvieran que separarse –. Si esa torre no se usara como refugio
podrían vivir en ella no menos de cuarenta familias, cada una ocupando uno de
los niveles-dormitorio – conjeturó, dirigiéndose más a Eduardo que a Isabel,
porque el hada de aura lila ya conocía ese cálculo – Como ya te habrás dado
cuenta, nuestras casas llegado un punto podrían no ser tan espaciosas, pero así
y todo resultan confortables. Yo mismo presenté a los consejeros ayer por la
tarde un proyecto a ese respecto.
_¿Y qué contestaron?., quiso saber Eduardo,
que estaba buscando similitudes entre el Centinela de Piedra y los castillos
medievales europeos.
_Que lo van a debatir en Julio o Agosto,
porque tienen otras cosas a las que dedicarles el tiempo, el presupuesto y las
energías, porque son más importantes. Y creo que están en lo cierto – reconoció
el conductor, que ya estaba divisando el empalme – Están hablando de construir
nuevos centros de reciclaje, muelles locales y fábricas de alimentos, por
ejemplo, y de ampliar la red insular de caminos. Y como no tenemos,
puntualmente en Insulandia, un déficit habitacional, en calidad ni en cantidad,
mi proyecto puede esperar. Las hadas sabemos que la palabra y las promesas de
nuestros funcionarios políticos son señales muy evidentes de tranquilidad,
porque siempre cumplen en tiempo y forma con lo que hayan dicho o prometido.
Esa es una de las razones por las que formamos una sociedad tan sofisticada.
_Ya me di cuenta – apreció Eduardo –.
Especialmente, en los mercados centrales. La gente parece estar viviendo sin
excepciones en un paraíso en el que no les falta nada.
_No parecen estar. Lo están. Y es lo mismo en
todo el mundo. Hay trabajo, vivienda y alimento para todo el mundo, y esos son
tres de los pilares que mantienen nuestra calidad de vida en lo más alto –
indicó Keiléa, que trató de cerrar la conversación, y unos pocos pasos más
adelante tiró de las riendas. Los caballos detuvieron su marcha –. Este es el
empalme – allí nacía un sendero de tierra que se internaba en una espesura. A
la distancia no se veía más que troncos y formas verdosas. Ambos paseantes
descendieron de la carreta –. Isabel, ¿puedo seguir contando con tu ayuda?.
_Dalo por hecho., se comprometió la hermana
de Cristal.
_¡Que bien! – celebró el conductor de la
carreta. Keiléa enfiló hacia el camino de la derecha, que aparte de perderse en
la espesura parecía serpentear llegado un punto en la distancia –. Acá es donde
nos separamos. La Bonita no está muy lejos de este empalme, de hecho van a
poder ver la superficie lacustre con solo caminar unos cien metros.
¡Diviértanse!., deseó a ambos, y tiró otra vez de las riendas.
Los caballos volvieron a galopar y Keiléa
retomó el viaje.
_... y su morada eterna se encuentra en las
recámaras y corredores que forman el Banco real de Insulandia. En ese lugar fue
donde quedó el último y único vestigio de sus organismos y su existencia –
concluyó el hada de la belleza minutos más tarde, cuando hiciera una breve
referencia a las Almas Solitarias. Así se conocía a otra de las razas que
formaban el reino elemental, a la menos numerosa de todas ellas, a los “espectros”,
y el nombre remitía a las almas capaces de sobrevivir al paso del tiempo sin
ocupar ningún cuerpo físico, un cuerpo biológico, lo que las convertía en “inmortales”.
Eduardo e Isabel se hallaban a poca distancia del lago La Bonita y su espacio
verde adyacente igual de inmenso , con las miles de estrellas y la Luna
ocupando su lugar en el cielo –. Los menos numerosos entre los seres
elementales, hay únicamente diecinueve en todo el planeta, y tres de ellos
viven en nuestro país. Habitan, para usar la palabra correcta. Un alma
solitaria es el producto de un accidente catastrófico que condujo irremediable
e inevitablemente a un hechizo fallido.
Las tres que viven en el territorio insular terminaron habitando por
casualidad el Banco Real. Ese lugar es su hogar eterno. Y hablando de eso, vos
vas a necesitar una caja en el. Las hadas llamamos así al compartimiento donde
almacenamos nuestros ahorros, valores, tesoros y documentos importantes. No es
un trámite complejo y los del banco van a estar allí para darte una mano.
Necesitás un piso de seis mil soles o tres veces esa cantidad en joyas u otros
tesoros. En eso vas a contar con mi ayuda, porque voy a regalarte un…
_No, por favor. No quiero ni deseo nada de
eso – se negó (volvió a hacerlo) el originario de Las Heras, cuando estuvieron
a menos de un quinto de kilómetro de su punto de destino. Eduardo, por
supuesto, no dejaba de manifestar una sorpresa acentuada en sus reacciones ante
lo que veía. La vegetación en este sector era más densa y cuantiosa (menos
espacio entre los troncos y copas más frondosas) que en los lugares que ayer y
hoy había conocido. Pero eso no era todo… ¡sirenas!. Eran dos, por lo menos, y
aun a la distancia las pudo apreciar dar esos asombrosos saltos de, le parecieron,
quince metros, antes de caer nuevamente al agua y sumergirse en ella. Una de
las dos, también vio, llevaba la “cena” sujeta con las dos manos. Observaba en
el espacio verde un trío de banquitos de madera ubicados con una disposición triangular,
con la que rodeaban a una mesa ratona –. No vayas a hacer una cosa así, Isabel.
Yo quiero ser capaz de ganarme con el sudor de la frente cualquier cosa que pueda
necesitar, en este caso los medios para tener una caja en el banco – detuvo su
avance y el hada lo imitó – Además, creo que con el calzado y la ropa de ayer,
sin contar las monedas, ya tuve obsequios suficientes. No puedo pedir otra
cosa. Y encima están las atenciones que tuvieron para con migo durante los últimos
cincuenta y un días, casi cincuenta y dos, desde que me encontraron en aquella
cabaña. Y en tu caso me abriste las puertas de tu casa. Como dije antes, con
eso es suficiente. Lo demás va a correr por mi cuenta.
_Como te parezca – accedió el hada de la
belleza, decidiéndose… ¡basta ya de las botas cortas!. Iba a caminar con los
pies descalzos hasta el trío de banquitos de madera. Se quitó también las medias
y las puso dentro de las botas –. Simplemente fue una idea. Hay tesoros,
piedras preciosas y reliquias en abundancia por todas partes en el mundo. Tanto
que existe el mito, y existe desde que registramos nuestra historia por escrito,
de que se puede levantar una piedra y encontrar debajo una pepita. De todas
maneras, Eduardo, te voy a obsequiar algo el día de tu cumpleaños –
aprovechando el parate, fue hasta el rosal de flores amarillas y cortó un trío
de rosas. Independientemente de los invernaderos y viveros que estaban regados
por el reino y del mercado central de las flores, los arbustos y plantas
florales crecían aquí y allá en el país. Debían de ser millones, ya que las
hadas tenían numerosas aplicaciones para cada uno de los componentes de las
flores. El néctar, como alimento y nutriente, era uno de los principales,
cuando no el principal – Ahora, si podemos retomar por un instante lo de la salida
que pensamos para mañana… ¿qué?, ¿qué es lo que pasa, Eduardo?.
_¿Podrías hacer desaparecer tus alas?.
Porque la hermana de Cristal había estado
durante la mayor parte del día, desde que despertara bien temprano por la
mañana, con las alas expuestas.
_Si, claro que puedo – contestó el hada, con
una cuota de curiosidad –. Pero, ¿por qué?, ¿o para qué?.
_Solo hacelo, por favor – insistió el hombre,
convencido de su pedido –. ¿Para qué vas a caminar hasta esos banquitos, no
importa lo reducida que sea la distancia que nos separa de ellos, cuando yo te
puedo llevar, cargándote en mis brazos?.
_¿Estás seguro de esto?.
_No lo diría si no quisiera hacerlo.
Isabel hizo caso.
Sus delicadas y casi transparentes alas
desaparecieron en cuestión de segundos, menos de cinco si su cálculo había sido
acertado, y muy pronto estuvo en los brazos del oriundo de Las Heras, con el
calzado y su equipaje encima del vientre, y desplazando los brazos alrededor
del cuello de Eduardo. Estaba cómoda, desde luego.
No faltaba mucho para que avanzaran un paso
más allá de la amistad.
Ambos lo sabían.
Y lo darían.
_Es cierto, mucho mejor que caminar –
reconoció Isabel, a la vez que Eduardo retomaba la marcha –. Te agradezco por
este gesto – le agradeció –. Pero, ¿no sería un abuso de mi parte?. Está de por
medio el hecho de haber permanecido durante doce horas en movimiento,
prácticamente sin detenernos ni descansar, y con una ingesta mínima de
alimentos y bebidas. También vos debés estar agotado.
Habiendo terminado con el néctar de las
flores amarillas, transformó a dos de ellas en el polvillo usado como
fertilizante, que al instante esparció en la tierra a la derecha del camino, y
a la restante en un adorno para su cabello sujeto a la oreja izquierda.
_¡¿Teniendo semejante belleza en mis
brazos?!. Que me importa si estoy muy cansado o medio muerto., argumentó el
arqueólogo.
Un piropo así había provocado que las mejillas
de la dama pasaran del rosa muy claro al rojo muy oscuro casi al instante.
Continúa...
--- CLAUDIO ---
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